Joven llanera en el archivo de Santos Quiroga
DUENDE
(Mercedes Franco)
Hay varias clases de duendes en Venezuela:
1. Duendes traviesos. Son pequeños, casi
imperceptibles. Espíritus inquietos y bromistas, esconden objetos y hacen
travesuras a los humanos. Se les ahuyenta si se va al baño comiendo un trozo de
pan, también recitando en voz alta versos cursis.
2. Duendes que lloran. Su llanto infantil se
escucha en las noches. A veces se dejan ver jugando entre los árboles. Son
espíritus de niños que murieron sin recibir el bautismo. Para alejarlos hay que
bautizarlos: se lanza agua bendita en el lugar y se le da un nombre al duende,
así descansará al fin en paz.
3. Duendes enamorados. Son ceretones, duendes
de la Sierra de Coro, que viven en los grandes agujeros llamados aitones, en
compañía de los coycoyes y las culebras. Tienen aspecto de un adolescente,
pequeña estatura y usan sombrero de copa alta, al cual pretenden en ocasiones
una pluma o un escarabajo como adorno. Se acercan a las muchachas cuando
comienzan la adolescencia y las acosan sexualmente con caricias invisibles. Les
hablan al oído, les dedican versos de amor, se introducen furtivamente en sus
habitaciones. A veces hasta las raptan y los familiares las encuentran en los
más profundo de la montaña. Los ahuyenta para siempre el olor a pescado crudo
junto a su cama.
4. Duendes conservacionistas. Los momoyes o
momoes son duendes indios que cuidan el paisaje andino. Están junto a las
lagunas y protegen la flora y el ambiente. Si alguien contamina el pasaje, lo
golpean con ramas que llevan a manera de bastón. Si se les quiere alejar basta
con ignorarlos, lo que no puedes soportar. El Kapo también es ambientalista: es
un pequeño duende indio que habita las montañas de Falcón y Yaracuy. Dispara
sus flechas de oro a quien daña la flora o fauna de la región.
FANTASMA
(Mercedes Franco)
En Venezuela se les llama popularmente
“espantos”, o “aparecidos”. El fantasma
es una aparición inmaterial esencial espiritual. Se supone que es la emanación
sobre natural de un difunto humano. Sin embargó, ha testimonios de animales
fantasmas y barcos fantasmales. La aparente solidez del fantasma oscila entre
una masa brumosa e informe y la perfecta réplica de la persona.
En muchas religiones, existe la creencia de
que el alma sale del cuerpo en momentos de inconciencia, como por ejemplo
durante el sueño. También se cree que después de la muerte el espíritu merodea
indeciso y desorientado junto al cuerpo del difunto, durante un buen tiempo. Se
supone que si el fallecido era un ser imperfecto, de mala índole, se le
dificulta ascender a un plano superior y por tanto permanece entre los vivos,
atrapado entre dos mundos. Este ser de ultratumba toma a veces forma y
apariencias visible, muchas veces con-determinada finalidad, otras porque aún
no sabe que ha muerto y otras por desorientación. Se dice que los fantasmas
aparecen cuando las personas han muerto violentamente, cuando amas mucho algún
lugar o cuando han dejado oro enterrado allí.
Según la tradición popular a los fantasmas se
les aleja soló con la cruz y el nombre Dios o la Virgen. No hay que desafiarlos, ni se les ahuyenta
insultándolos. Esto es contraproducente, es factible que el fantasma se empecine en
perseguir a quien lo retó “pegándosele a la pata”, como dice la gente.
LA LEYENDA DEL TESORO DE LAS SIETE MULAS (Álvaro
Parra Pinto)
También conocida como “el Tesoro de Boquerón”,
esta leyenda recordada entre los habitantes de Galipán cuenta que en tiempos
coloniales un invalorable cargamento de monedas de oro salió de Caracas con
destino al a Guaira sobre el lomo de siete mulas conducidas por un arriero.
Un grupo de maleantes, viendo pasar a las
vestías y su cargamento, intercepto al arriero y, al ver que eran morocotas, le
asesinaron antes de llevarse el cargamento.
Se dice que al verse perseguidos, escondieron
el oro y huyeron para nunca más volver. Los lugareños aún creen que yace
enterrado en algún lugar del teoso de boquerón, donde –en vano y durante
siglos- muchos han buscado y aún siguen buscando este valioso tesoro.
LLANTO
POR UN CABALLO
(José Adames)
Había
una vez un caballo que pintó un viejo. Cuando el viejo hacía los locos trazos
lloraba pero sin hacer ruidos. Que pintaba sus ojos llenos de tristeza,
lloraba. Que los ojos de este caballo veían malignos aviones lanzando objetos
feroces, lloraba. Que en esos ojos se
reflejaba pequeñuelos, y ancianos y mujeres y hombres bravos
(arrechísimos, podría escribir sin problemas), lloraba. Que las patas y la
barriga abierta el caballo también miraban para el cielo, lloraba.
Cuando
ya al viejo no le quedaba nada de su reserva de lágrimas que Dios le había dado
un día de larga lluvia, acabó de pintar el caballo de un insólito azulito. Le
puso entonces unas riendas de piel de cordero y se lo llevó para el museo de
unos hombres muy ricos pero que eran buenos (¡cosa rara!). Y eran buenos
precisamente por haber pagado para que les hicieran ese museo que era en verdad
de todos. Entonces otros hombres que venían día a día-menos los lunes- a ver que al caballo y decían
pobrecito ese caballo, y se calentaban mucho (como los otros que dije) por todo
lo que había sufrido el caballo herido que pintó el Sr. Pablo, también se daban
a llorar y a llorar.
Como
si no hubiera ya más nada que hacer.
DESEO MAL GASTADO
(Armando José Sequera)
Conversando con mi suegra, le dije que a
mí me gustaría tener un loro, porque es
un animal que, si uno lo enseña, puede aprender hablar y hasta a cantar. Esa
misma tarde, llegó a la ventana del apartamento un lorito que, a kilómetros, se
veía que había huido de algún lugar cercano. Era de lo más manso y se dejó
agarrar por mí, tranquilamente. Sin embargo, para que no volviera a escaparse,
cerramos todas las ventanas, mientras yo salí a comprarle una jaula. Cuando regresé,
lo metimos en ella y se quedó como si toda la vida hubiera vivido allí. Pero,
al día siguiente, cuando estaba desayunando, me le quedé viendo y agarré
tremenda rabieta porque, en ese momento, me di cuenta de que me habían
concedido un deseo y yo lo había malgastado en un loro.
INTERROGANTES
(Enrique Plata Ramírez)
La mujer, en medio de la desolada calle,
sintió un profundo temor del hombre que acabara de pasar por su lado. Creyó que
su mirada la asesinaba. Se sintió, de pronto, asediada, robada y ultrajada.
Asustada, se volvió luego para verlo y sus
ojos se encontraron ante una distante y furiosa acometida.
Rato después, ya en su casa, notó que le
faltaba el reloj. Y no supo explicarse porque llevaba la falda destrozada.
NADA SE QUEMÓ
(Ramón Lameda)
El único propósito
que la llevó a aquel sitio, era el de tomarse un café. Lo pidió. Se lo
trajeron. Rompió la bolsita de azúcar disimuladamente con la punta de los
dientes (con la punta de las uñas le fue imposible). Vació el contenido en la
tacita. Mientras sostenía la cucharilla con los dedos índice y pulgar, haciendo
movimientos rotativos, se predispuso a disfrutar en forma especial su taza de
café. Se acercó la taza a la boca y vio un enorme ojo nadando sobre la
superficie del café. Lanzó un grito tan terrible que el mesonero dejo caer la
bandeja, el policía sacó su revólver, dos señoras que discutían en voz baja se
agarraron a golpes, un perrito caniche saltó a la garganta de un perro de yeso,
un gato que dormía apaciblemente sobre el mostrador, le saltó a los pájaros de
plástico que adornaban el sombrero de una señora. En todas partes la gente se
amotinaba, se informaban sobre el suceso, gritaban con las pelucas en las manos
mientras los bomberos, con sus carros cisternas buscaban afanosamente el lugar del
incendio.
SUICIDA
(Gabriel Jiménez Emán)
Erase un hombre que siempre quería
suicidarse. No tenía el valor de hacerlo: apenas imaginaba que iba muriendo, se
acostaba y soñaba y retomaba su idea de suicidio, que le mantenía sano las doce
horas hábiles del día, y luego lleno de sueños placenteros durante toda la
noche.
TUVE UNA VISITA
(Eduardo Mariño)
Copas, guitarras. Delirio, alivio. Asustados, mis
días no florecerán sino bajo el catre (el abono de cenizas de rosas parece ser
efectivo contra ciertas malezas y algunas formas del hastío cotidiano).
¿Quién murmura en esta celda?, quién podría
saberlo...lentamente llorarás, premeditando cada reflejo en tus lágrimas. El
sol sigue deslizándose ¿amanecerá acaso? quise arrancar una flor para tu
sombrero, pero inexplicablemente no llevabas ninguno.
El visitante dijo una mentira sin mala intención,
pero suficiente para hacerme extender las alas, rayando el piso con mis garras.
El visitante era casi silencioso y aparte de su mentira, sólo dijo adiós,
entregándome una ligera roca agujereada. Al observarla al trasluz, pareciera
tener la propiedad de permitirme adivinar tu sonrisa...
RÍOS CRECIDOS
(Héctor Nuno González)
Inevitablemente, esa noche la pasó en vela,
por un lado el incesante ruido de las gotas de lluvia al golpear las viejas
láminas de acerolí que durante el día soportaron otra aventura de su padre,
quien tenía como afición casi fetichista, trepar al techo y mudar la antena de
televisión a cualquier lado solo para entretenerse. Y por el otro, la plena
seguridad de que la cantidad de agua caída era suficiente para provocar el
enfurecimiento del caño Buen Pan, que pasaba muy cerca de allí.
La violenta tempestad dio paso al silencio
fúnebre de las madrugadas en Paso Ancho, Gabriel no supo el tiempo transcurrido
desde entonces hasta el primer cantar de gallos que sus oídos alcanzaron a
escuchar, mas si se preguntó cómo hacia su hermano, yacente a su lado, para dormir
mansamente sabiendo de las maravillas que los aguardaban al amanecer.
José Malpica despertó temprano como siempre,
su conductismo frenético lo llevó a encender el radiecito de baterías gigantes
que solo sintonizaba Radio Paso Ancho 920 AM.
Lo colgó sobre el protector de la vieja
ventana de la cocina y empezó a tantear
en el mar de cachivaches la olla para hervir el agua del café, la llenó en el
grifo y la puso a hervir. Olvidó que quedaban solo un par de cucharadas del
polvo negro, al abrir el tarro y percatarse profirió sus típicos improperios,
ultimando con una meditación sobre el gobierno de Carlos Andrés Pérez, "y
pensar que me eché tremenda rasca cuando ganó el calvo".
A pesar de lo insípida, disfrutó de la bebida
mañanera con solemnidad de ritual, parado junto a la puerta que conducía al
patio, deleitando el olor a tierra mojada concurrente en el aire.
Gabriel se levantó con los primeros claros,
vio a su padre disfrutando del café y mirando hacía los charcos con nostalgia
en los ojos. -Bendición papá- dijo desperezándose, -Dios lo cuide- respondió
sorprendido, -¿por qué te levantaste tan temprano? es sábado-, no vaciló en su
respuesta, -estoy ansioso por ir al caño, debe estar revuelto-. José sonrió en
su interior, sabía del efecto causado por las múltiples visitas a los ríos
crecidos junto a sus hijos, y que ahora, a pesar de estar entrando en la edad
donde la razón ennublece el espíritu, mantenían impávidos el brillo en sus ojos
ante la inminencia de los esplendorosos paseos.
Los 30 minutos transcurridos desde ese
instante hasta que su hermano despertó parecían perennes, aguardó sentado en el
corredor junto a Aqueloo, su perro, que escuchó atentamente y en silencio el
relato de su amigo sobre las posibles aventuras en las que participaría también.
-Ángel apúrate, vamos a ver qué tan brava
está la corriente-, oyó en el interior de la casa y se incorporó junto al
animal, quien movía su chuta y gruesa cola blanca de alegría ante el inminente
acontecimiento.
900 metros los separaban de su objetivo, Aqueloo
era el escolta en el camino pedregoso y atiborrado de charcos, cruzaron el
portón anaranjado que dividía la calle Monasterios de Paso Ancho con la finca
tabacalera, la cual servía de castigo a los jóvenes que salían mal en sus
estudios, o simplemente como única y miserable fuente de empleo y esperanza
para las familias del lugar.
Avanzaban con paso firme y decidido. Gabriel,
de cara y cabeza grande con nariz y labios de negro, ojos claros, huesos
macizos y piel pálida, caminaba junto a su padre y su hermano. Ángel era un
trigueño enjuto, de facciones finas, ojos grandes color miel y el frente de su
cabeza adornado con par de remolinos que impedían peinado alguno. José Malpica
aún era erguido como en sus tiempos de guardia nacional de la vieja escuela, de
la época donde se consideraba normal que los uniformados vieran al resto de los
mortales por encima del hombro. De cabeza prominente, piel canela y nariz
aguileña, se preocupó siempre porque sus hijos vivieran aislados de la maldad
dominante en el mundo, lográndolo hasta que la razón impuso su criterio.
Aqueloo fue el primero en llegar, miró
aterrorizado la fuerza de la corriente que silbaba mientras arrastraba consigo
ramas y troncos. Para todos la escena era familiar, sin embargo sentían un
fuego candoroso en cada oportunidad.
-Busquemos una piedra gigante para lanzarla
al agua- dijo José, empezando a buscar con la mirada el objeto, requisito
indispensable para el ritual de obligado cumplimiento.
Halló a un par de metros de la orilla una
inmensa roca amarillenta, enmohecida por la humedad, pero perfecta para la
ocasión. Gabriel y Ángel intentaron ayudar, pero su padre nunca lo permitía,
detalle que ellos disfrutaban, no había nadie más fuerte que él. La levantó con
tal esfuerzo que su cara enrojeció y las venas del cuello se marcaron como
bejucos morados, caminó hacia el centro de la carretera en la que se levantaba
el puente con alcantarillas y dejó caer la piedra al agua, un estruendo
apoteósico se dejó escuchar dando paso al salto del agua que se levantó unos 2
metros, espantada por el impacto. -Soy el mas fuerte- gritó un exultante y
victorioso José, mientras veía el brillo en los ojos de sus hijos, enardecidos
de la emoción.
Regresaron a casa, Gabriel contó lo sucedido
a su hermana Luisa y a Eucaris, su madre, que oyeron amorosas y atentas la
historia repetida, pero siempre cargada de miradas conmovidas.
Al llegar, José Malpica se sentó frente a su
vieja mesa a escribir una canción, aún no había cruzado por su mente ni la
primera línea de la primera estrofa, más sabía que algo bueno vendría. El
motivo, saberse convencido que sus hijos lanzarán siempre un suspiro de
nostalgia al aire en algún húmedo o revuelto lugar donde solo estará su querido
recuerdo.
1 comentario:
São maravilhosos os contos .
Gostei muito ,de todos
São sensíveis e alguns tristes
Parabéns pelo blog
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