Niña llanera. Archivo de Yajaira Espinoza
LA LLORONA
(Mercedes Franco)
Con sus desgarradores lamentos interrumpe el
silencio nocturno, en los más apartados pueblos de Venezuela. Cuenta la leyenda
más conocida que la Llorona era una mujer española. Vivió durante la Colonia en
un pueblo y tuvo varios hijos indígenas. Sus hermanos se enfurecieron al
descubrir tal aberración. Debemos recordar que para entonces se decía que los
indígenas no poseían alma. Eran considerados animales, seres inferiores, de
origen diabólico.
Los hermanos de aquella dama mataron a sus
hijos, y la casaron con un español. Pero la pobre mujer enloqueció y se
escapaba en las noches de su casa. Vagaba por los campos sueltos el largo pelo,
en una amplia bata de noche, llorando y lamentándose tristemente por la muerte
de sus hijos. Los campesinos se santiguaban al oírla. Al poco tiempo murió de
pena, pero los campesinos aun la escuchaban. Y aún la oyen y algunos hasta la
han visto pasar arrastrando el peso de su tristeza, por los campos de
Venezuela.
LLUVIAS EXTRAÑAS
(Mercedes Franco)
En muchos pueblos de Venezuela se habla de
lluvias extrañas. Se dice que un día llovieron piedras en San Mateo, estado
Anzoátegui. Y en Santa Fe, en el estado Sucre, llovieron un día pequeños pájaros amarillos.
LLUVIA CON SOL
(Mercedes Franco)
En Venezuela se cree que cuando llueve con
sol, el diablo y su mujer pelean por su cachimbo, es decir, por su vieja pipa.
MADRE DE LA NOCHE
(Mercedes Franco)
Una noche, un grupo de muchachos
excursionistas se detuvieron frente a una bodeguita de pueblo, cerca de Mérida,
para proveerse de refrescos y algunos alimentos. Querían conocer el parque
Sierra de la Culata y pensaban pasar la noche allí en el páramo. Mientras
comían, oyeron que un campesino les explicaba a otros las razones de su tardanza.
Aseguraba haber sentido la presencia de la Madre de la Noche, un espíritu
nocturno, elusivo, cuyo rostro no se mostraba nunca. Según el relato, la Madre
de la Noche se limita a confundir a los viajeros, sobre todo si transmitan
después de anochecer. Bajo un misterioso influjo todas las cosas cambian, de
una forma extraña y sobrenatural.
Los muchachos no le dieron mucho crédito a
aquel relato y prosiguieron su camino. Acamparon en la Sierra de la Culata. Encendieron una hoguera y
armaron una tienda de campaña.
Dos
permanecieron dentro de la tienda y otros dos conversaban escuchando música. De pronto
el fuego se apagó. Trataron de encenderlo nuevamente y no pudieron. Entonces
entraron a la tienda para pedir ayuda a los amigos, pero estaban allí.
Alarmados al no encontrarlos comenzaron a
caminar, llamándolos a gritos. De pronto se encontraron en un lugar extraño,
desconocido. Extraño pájaros negros los observaban posados en grandes árboles.
Resbalaron y cayeron rodando por un pedregal. Cuando se levantaron estaban en
su campamento. El fuego estaba encendido y sus amigos estaban allí. No habían
salido de su carpa, según les dijeron. Al amanecer se fueran de allí,
convencidos de estar en los dominios de la “Madre de la Noche”.
LA LEYENDA DEL FAUSTO DE LOS LLANOS
(Lisandro
Alvarado)
El curioso viajero al inspeccionar la vieja
iglesia de Barinas, encontrará una fachada ennegrecida, muy mediana, sin torre
alguna. El edificio es bajo y tosco; y así fue siempre. No guardo proporción,
seguramente, con las espaciosas casas que se fabricaron los colonos españoles,
de las cuales hoy sólo quedan escombros o nada…Recorriendo después las
solitarias calles de la población, se descubren no lejos, hacia el Norte, las
ruinas de lo que fue la casa del Marqués.
Estaba hecha de ladrillo y piedra granítica
redondeada y lisa, de la misma que hace rodar el impetuoso río entre sus ondas…
Pedazos de arcos o capiteles yacen por tierra, y la hierba domina las cornisas,
mientras que acá y allá hoyos cavados en el barroso pavimento señalan el paso
de los que allí esperaban sacar tesoros enterrados.
¿Incendió, como se dice, el edificio el fuego
de los realistas? ¿Convirtieron los republícanos las rejas de las ventanas en
lanzas para su caballería ligera? ¿Cuándo comenzó, pues, la caída de aquella
mansión, de que todavía se descubre vida a los comienzos del siglo XIX?
Hay sobre esto una crónica y una leyenda
extraña, que parece invención de algún fraile español:
Averiguóse un día que desde las fronteras de
la Capitanía hacían guerra un puñado de valientes. Bajaban de las montañas como
avenidas de las quebradas y torrentes. Horribles historias. Para esto, los
insurgentes estaban ya encima, y traían consigo una novedad: no daban a nadie
cuartel. Esta consigna era, desgraciadamente, la pura verdad.
La solariega casa ahora se mantenía triste y
lóbrega: el Marqués estaba a dos jornadas de los suyos. Con los insurgentes venía
uno de sus hijos, porque de pronto se vio al mancebo subir al mirador de la
casa y encararse un catalejo, y pasear su vista sobre las afueras de la ciudad.
Alcanzólos a orillas de un caño que a cosa de
seis millas atraviesa el camino, y allí cometió una acción fea: sin otorgarle
perdón, mató al monje, a quien encontró de rodillas. Los demás escaparon. La
guerra siguió, y el hecho casi se
olvidó; pero desde entonces, y aquí ya comienza la leyenda, un aliento
mortífero se cierne sobre aquellas hermosas regiones. Barinas se muere.
El caño que presenció el superfluo sacrificio
se llenó al punto de sangre, y desde entonces mana agua sin cesar. Había además
un antecedente espeluznante.
Partiendo por el camino del Nordeste, y
andando veinticuatro millas al pie de los cerros que quedan a la izquierda, está
una dilatada sabana que baja en suave declive hacia el Sudeste. Allí pastan rebaños
de ganado libremente, o el pastor receloso que ojea a caballo entre las tupidas
gramíneas. Después sigue un bosque espeso, habitación del solitario jaguar, y
detrás del bosque, el rio. Estas eran las tierras del Marqués.
Abriéndose paso entre collados y montes sale
bramando el Chorroco, y se arrastra enfurecido y frio durante la estación de
las lluvias, agitando su lomo rugoso y negruzco, en el que se aprecian escamas
de acero. El dragón se traga de vez en cuando un caminante que confiado intenta
atravesarlo.
Allí hay pozos encantados. Los pescadores han
arrojado dinamita para matar peces, y después de la explosión han visto con
espanto el agua tinta en sangre. Dentro del bosque se ha formado una laguna que
apenas deja sobre el nivel del agua las hojas de una mapora altísima, sobre la
cual aparece en ocasiones una guaca, encantada sin duda.
Pues bien, el señor de aquellos lugares debía
tener pactos con el Diablo. Su mula de silla mostraba un cuerno en la frente…
Solía ensillarla y salía de la ciudad, y caminaba cincuenta millas en el
unicornio antes que acabara de fumarse un cigarro del afamado Canasta.
En ese bosque, se encuentran las ruinas de la
hacienda, cuya casa, grande y lujosa, era también de mampostería. El campesino
sabe cómo fue levantado ese edificio, en la construcción del cual nadie logró
ver obreros, ni alarife, ni albañil. Estos, en efecto, emprendían su labor en
las sombras de la noche; y todo, todo lo hicieron así, hasta los pretiles de
piedra que cercaban la hacienda.
La puerta de varas no la concluyeron ellos,
ni el Marqués mismo atravesó las vigas en los agujeros de las jambas. Aquella
gente no osaba hacer así la señal de la cruz. Del edifico, que aún era habitado
a mediados del siglo XIX, quedan pocos vestigios. Calderos de bronce hay
arrojados acá y allá, ensotados entre la maleza: uno de ellos de porte
descomunal quedó vuelto sobre sí; y ni el cura, ni las tropas que por allí han
pasado, lograron voltearlo ni moverlo. Está encantado.
Así explica, ¡oh buen lector!, lo sociología
del campesino barinés la decadencia y ruina de aquellas renombradas comarcas.
LOS FALSOS LÍMITES DEL ABISMO
(Jesús Enrique
Guédez)
En su vejez sola, solamente en compañía de
los recuerdos, está acostumbrándose a soportar los días que le faltan por
vivir, con la mirada desposeída en ausencia sin compromisos; porque su padre,
que tendía cercas de alambre en las extensiones de las sabanas, le aconsejó que
viera lejos cuando fuera vieja.
A esta edad se pasa breve la mañana entre los
soplos de hacer el café, regar las matas y darle el maíz a las gallinas; se le
pasa el terco mediodía, embarcación contra la corriente, lento casi al final, a
la hora infortunada para morir con los zamuros mirando a plomada desde el
cielo.
Ella tuvo la suerte de vivir este otro día
demorándose impasible en la brisa que ronda los árboles, cruza caminos y viene
a acariciarle la cara con los aires del exorcismo, justo a la hora que le toca
vivir diariamente las vísperas de los adioses, para entregarse ella sola,
personal, a la muerte del sueño.
Ella establecida en las fronteras únicas de
ella, sentada sola contemplando la luz que se corta con las tinieblas de la
tarde acercando el horizonte a la sabana; ella a oscuras encegueciéndose con
los últimos resplandores del paisaje, ella viendo la sabana donde su padre,
peón de cercas, hace simulaciones de trabajo levantando botalones, tendiendo
hilos de alambre, para desaparecer en los falsos límites del abismo.
—Yo veo esas lejanías allá (y alzó las manos
a la altura de los ojos) hasta cuando yo era niña, y siento alegría con esas
visiones que aprendí de mi padre; porque mi padre siempre fue peón de cercas y
un día se fue a tender líneas de alambre y se perdió por esas sabanas,
extraviado, huido, desmemoriado de su hija, digo yo, o quizás esa fue su manera
particular de hundirse en el abismo.
DESPUÉS SUPE QUE
LAS FRAMBUESAS
SE PARECÍAN A LA BRASA (Ramón Lameda)
En el aire, había
un amargo desfile de pájaros incendiados. En la tierra, las gallinas parecían
pelotas de fuego. En el patio, mi madre barría con la cabellera incendiada. Una
mota de fuego salía por la cola del caballo. Mientras, papá que todo lo incendiaba, me
abría la barriga y me la rellenaba con brasas de frambuesa.
EL SUEÑO Y LA VIGILIA
(Gabriel Jiménez Emán)
Había confundido la vigilia tanto con el
sueño que antes de acostarse clavaba con un alfiler cerca de su cama un
papelito que decía: “Recordar que mañana debo levantarme temprano”.
BUENA NUEVA
(Enrique Plata Ramírez)
Una lluviosa mañana de inicios de la
primavera de 1342, Rodericus, el burgundio, salió a conquistar el mundo. A
finales de otoño de 1345, luego de arrasar y saquear a media Europa; de violar
decenas de mujeres y asesinar cientos de hombres, Rodericus, cansado y
victorioso, regresó a casa. Su mujer, jubilosa, sin poder ocultar el placer de
aquel regreso, salió a recibirlo dándole buenas nuevas:
¡Mi señor! ¡Mi Señor! ¡Debo informarte que
nuestro hijo cumplió ayer su primer año!
AUGE Y CAÍDA DE UNA AVEYEURISTA
(Armando José
Sequera)
En los últimos años, su obsesión era ver
bañándose a las mujeres. Cuando nos mudamos a esa pensión donde los baños eran
comunes, Nano se metía en un cuartico que quedaba pared con pared de los baños.
Ahí miraba a las mujeres que se iban a bañar o a hacer sus necesidades, a
través de varios agujeros que el mismo había hecho. Un día los descubrieron y
la reclamación fue de tal nivel que nos tuvimos que mudar. Donde fuimos, vivían
dos muchachas y Nano se enamoró de una de ellas, con tanta pasión que empezó a
buscar la manera de verla en el baño y descubrió que, desde la azotea del
edificio de enfrente, tenía una visión inmejorable. Una noche, estando ahí,
mientras miraba a la chica que se estaba bañando, lo encontró una mujer que fue
a tender la ropa. Como, al parecer, en ese momento él estaba buscando un mejor
ángulo, apenas vio a la mujer, se asustó, y del susto se soltó y se cayó. Ese
edificio tiene catorce pisos y Nano quedó vuelto papilla sobre el techo de un
carro, como en las películas.
BLANCANIEVES
(José Adames)
Blanca
de Las Nieves me odia. Por ejemplo, me
dice frecuentemente que por qué la sigo cuando va al río.
Yo,
yo la sigo siguiendo sigilosamente sin embargo. Y sigo sospechando que Blanca
de Las Nieves me odia nada más que por ser el más pequeño de todos nosotros
siete.
LA
VISITA
(Orlando González Moreno)
Se llamaba Rosa. Murió un 30
de Junio. Me vino a visitar luego de concluir las treinta misas que le mandé a
hacer. Tomó de mi mano y me condujo hasta el patio lleno de rosas azules.
Cuando la vi me hizo elevar por los aires para que yo fuera a visitar al cielo.
RUTILIO
(Eduardo Sanoja)
Los males y los sufrimientos que pueden
padecer los seres humanos son tan variados como seres hay. Sin embargo, es
justo reconocer que unos son más llevaderos que otros, pero al mismo tiempo no
debemos erigirnos en jueces de asunto tan delicado magnificando o minimizando
los males ajenos. Cada quien es juez absoluto de su dolor.
Cuando escribo estas reflexiones estoy
pensando en Rutilio y su extraño quebranto. Estaba cercano él a los 40 cuando
se le empezaron a abrir las cicatrices. Es increíble la cantidad de cicatrices
que puede tener una persona que haya andado normalmente por la vida, quiero
decir, que no haya vivido enclaustrado por temores, con exceso de ciudadanos.
De tanto abrírsele el cuero, fue tomando un
aspecto algo repulsivo, lo cual hizo que se aislara en la casucha que tiene en
el cerro, apartado del pueblo. Fui a verlo. Era un Rutilio anciano que recibía
a sus pocos visitantes envuelto casi totalmente con una sábana.
Conversamos largamente acerca de muchos temas
y por último me atreví a tocarle el punto de sus heridas reabiertas. Eran
innumerables. Pedradas, cortadas, raspones, operaciones. Pequeñas y grandes.
Decenas. Rojas. Abiertas.
-Te voy a enseñar – me dijo- la más vieja de
mis cicatrices. Solo la enseño a quienes me han visto las otras sin sentir
asco. Es la misma primera cicatriz que tiene todo ser humano. Dicho esto, dejó
caer totalmente la sábana.
-Asómate- ordenó, señalando el abdomen con el
pulgar derecho.
Acerqué mi cara a su cuerpo y coloqué mi ojo
derecho en su ombligo. Fue una sensación indescriptible. Era el todo y era la
nada. Vi a través de Rutilio toda la historia de todos los hombres y al dios de
cada dios y cómo la suma de todos los dioses daba cero. Vi microbios y planetas
lejanos y desconocidos. Vi al universo entero. Los instantes y los siglos se
hicieron uno solo…
Guardé un largo silencio. Luego me despedí
del viejo y no lo vi más nunca. A partir de ese día vivo la sensación de tener
toda la memoria de vida en el ombligo.
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