Joropo llanero (archivo de Santo Kiroga)
CACHOS LLANEROS
El mito:
origen y devenir del cacho
El Dorado, el mito más célebre de América, obtiene gran parte de su
fuerza literaria gracias a las exageraciones que los indígenas
cohaeríes relatan a Nicolás de Federman, el famoso Barba Roja, al arribar a la
capital de estos (actualmente, El Baúl, estado Cojedes), en 1530. Los coharíes
le cuentan que las crecidas del río cohaerí (hoy río Cojedes) abren la ruta
naval hacia Hamoda: las tierras del cacique “Dorado”, o Ha Modado: “el que se
cubría de oro a diario”, lo cual recrea Federman en diversos relatos, cartas y
en Historia Indiana (1557), para
excitar, como pocos factores, las fantasías y sed de oro del colono europeo que
se unirá al ancestro indígena para dar inicio al mestizaje, al cacho y a la
cultura llanera en general.
De dichos pasajes quedan: a) el legado cachero de jurar que todo
lo que se cuenta es cierto, inclusive, los que: “Juraban sobre escapularios de
la Virgen del Carmen, que era palabra santa” (Borjas, 2010, p. 111) y; b) una pasmosa fabulación
sobre el hábitat llanero (animales, frutos, tesoros y ríos): caimanes y
demonios de veinte metros, frutos donde caben rebaños, morrocoyes iguales a una
montaña.
EL
TIGRE MASAGUARO
(Jaime Ramón Núñez)
Una vez por el caserío
Laya, cerca de Tinaco, había un tigre cebú, que se comía todo lo que hallaba: jabones,
ropa, gallinas, perros, chivos, patos, en sí, nada se les salvaba y era difícil
de cazarlo porque, se comía las cosas delante de uno y nadie se daba cuenta. Subiendo
el cerro Tiramuto, un día cansado de la situación, me dije hasta aquí llegó
Perucho, agarro mi escopeta y me monto en el lomo de mi mula Rosalía, dispuesto
a acabar con aquel animal.
Después de haber
avanzado un largo tramo del camino, de pronto me pega un fuerte olor a
tigre y preparo mi escopeta a la espera
del animal, pero para mi sorpresa mi bonita mula Rosalía, empieza a relinchar
desesperada y corría para todos los lados, como si estuviese peleando con el
chupa cabras. La pelea dura un largo rato, cuando me doy cuenta el tigre me
había comido la mula, como al que le roban las medias sin quitarle los zapatos.
Luego que el tigre se
comiera a mi bonita, compa, quedo yo
montado sobre aquella bestia, ahí comenzamos una lucha cuerpo a cuerpo; él me buscaba tumbar y yo me agarraba más duro
que vieja en moto, así recorrimos todo el camino, el me mordía y yo también
hasta que un momento estábamos muertos del cansancio y nos paramos y yo todo turulato,
me bajo despacio y cuando me dispongo a matarlo, me di cuenta que el tigre de
tanto relinchar y correr, me había llevado hasta mi casa; por eso no lo maté y por el contrario le di
las gracias, ahora somos amigos y no se volvió a comer más nada en el caserío.
MI SUEÑO EN LA BARRIGA DE UN CAIMÁN
(Francisco Ignacio Pérez)
Yo estaba mal económicamente, sólo
tenía una bodeguita con cuatro latas que era lo que me quedaba, mi mujer y mis
ocho muchachos. En eso vino la novedad de las ollas de aluminio y la
desesperación de las amas de casa por cambiar sus ollas de barro por aquellas
que hervían más rápido, pues calentaban más.
Vendí
la pulpería y con las tres lochas que me dieron invertí en
ollas de aluminio. Las compré, las amarré todas en un alambre, me las tercié al
hombro y salí de Tinaquillo para el llano a vender mi preciosa mercancía.
Llegué al Apure y como a las cinco de la tarde estaba en la orilla del río
Arauca. Me acerqué al agua y me adentré un poquito con mi cargamento al hombro,
mis plateadas ollas y una hamaca enrollada con sus correspondientes colgaderos.
Me paré sobre una piedra y quise tocar el agua con los dedos; pero en eso vino
un gigantesco caimán y me tragó, con tan buena suerte que no me mordió, me
tragó entero.
Cuando me recuperé de la sorpresa, me
ví dentro de la barriga del caimán. Éste de vez en cuando abría la bocota y yo
podía ver la orilla del río, los árboles y toda la vegetación llanera; pero así
como el caimán abría la boca la volvía a cerrar rápidamente. Me tranquilicé y
recordé que los caimanes en las mañanas abren la boca por largo rato para cazar
moscas y todo insecto volador. Entonces me llené de paciencia y pensé en...
¿Cómo pasar la noche?... luego observé las costillas del saurio y sacando del
cinto mi cuchillo doble filo abrí un hueco por detrás del hueso de una costilla
derecha, luego hice lo mismo para el lado izquierdo y metí el mecate, cada uno
en su lado correspondiente. Luego colgué la hamaca y me dispuse a dormir.
Pasé una noche muy apacible y en la
mañana, después de ese sueño reparador, me levanté con mucho ánimo, lleno de
vigor, decolgué la hamaca, la metí en el porsiacaso, me monté de nuevo mi carga
en el hombro y después me paré en el guargûero del caimán a esperar que éste
abriera la boca para poder salir. Varias veces le rasqué la campanilla en el
paladar y el caimán tosía. Así estuve como una hora. A las siete de la mañana,
efectivamente, el saurio salió a la playa del río, abrió su inmensa bocota y yo
en una sola carrera salí de la boca del animal. Sentí cuando tropecé con un
colmillo; pero con tan buena suerte que no me caí. Si me hubiese caído no lo
hubiese contado.
LOS
DOS SEMILLONES
(Robins Sánchez)
La vida diuno en el
campo es muy forzá y con lo único quiuno cuenta es con la mujé y el conuco. Yo
sé que la vida tiene no sé qué cosas más, pero un rancho sin el calor de una
mujercita es como un corral sin vacas, y un hombre sin un piazo e conuco,
manquesea, es naiden. Tené un conuco es como tené una herencia, que si uno la
descuida se le acaba poco a poco. Es guardá una esperanza pal futuro. Mi taita
decía que es como tené un mañana y que la tierra es la vida diuno. Siempre me
levanto muy tempranito con el cantar del gallo, y me preparo pa’ ime a trabajá
mi conuco, no sin antes tomame mi guarapito y comeme unas arepitas de maíz,
tostadas en el budare. En mi conuco paso casi to’ el día, cuidando mis ñames,
topochos, maíces y quinchonchitos. También en mi conuco tengo unas gallinitas,
un casal de pavos y unos cuantos guineítos. Los conucos son pa’ sembrarlos y
sirven hasta pa tené amigos.
Una tarde, regreso de mi conuco, me encuentro al
compadre Eleuterio Ramos, que ique me trajo doce millones pa’ resembra el
conuco, me los entregó metidos en una bolsa e papel y me dijo: estos doce
millones vienen de Las Caobas, cuídelos muy bien, valen oro. Yo me le quedo
mirando y le digo: compa por qué razón viene usted y me da estos doce millones,
no será que usted me está mamando gallo. Riéndose y todo me dice: como va cree
compadrito, estos doce millones son el fruto de mi esfuerzo, entiérrelos y
cuando estén listos me avisa pa vení a ver cómo crecen mis doce millones. Tomé
los doce millones y los metí en la marusa y al otro día los enterré en la pata
diun palo e ceiba que tenía más raíces que venas en el cuerpo.
No sé por qué razón, estuve sin ir tres meses por
esos lares, pero un día me acordé,
agarré mi burro y me fui a ver que había pasao con los doce millones. Al llegar
al lugar lo que vi no tenía nombre. En la pata de la ceiba lo que había eran
dos frondosas auyamas tan pero tan grandes, que al velas se me espelucó el
cuerpo y casi dejo el pelero. El burro estaba muy asustáo, rebuznaba como loco. Eran unos
auyamones tan pesaos que ni yo podía con ellos. Como pude las amarré con un
mecate y les hice un nudo, las pegué al burro y lancé un mecate en la horqueta
de la ceiba y arrié al animal debajo e las auyamas y se las dejo caé al lomo.
Al pobrecito se le cruzaron las patas y
echó un quejío, pero aguantó. Agarré rumbo al rancho y al cruza po el barotal
la gente se me quedaba viendo, así como remolones y estrañaos. Cuando llegué la
mujé pegó un grito como el de la Sayona y de vaina no se desmaya y come tierra.
No lo creía. Metimos al burro pa la cocina y cuando estábamos bajando los
auyamones, se nos cayeron y se espiazaron. Pa nuestra sorpresa vimos lo nunca
visto, una bandá e picuritos corriendo por to a la casa. Esas auyamas eran
grandes y pesás porque tenían dos picuritos bien gordazos adentro. Mi vieja y
yo cerramos las puertas del rancho y atrapamos los picures.
Cansáo de corretiá los animales, me senté en mi silla
y me puse a pensá lo que había dicho mi compadre el día que me entregó los doce
millones y me acordé que él me había dicho que le avisara cuando los doce
millones estuvieran listos. Rapidito monte el burro y me fui a casa del
compadre, cuando llegué le pedí que me acompañara pa mi casa pa que viera lo
que había pasao con los doce millones. Al llegá a la casa le conté lo sucedío.
Mi compadrito se echó a reí, porque se dío de cuenta que yo estaba pensando que eran doce millones
de rial y no dos semillones de auyama importá. Ese día mi muje hizo un
picadillo e picure y una sopa de auyama que estaba como pa chupase los deo y
los picures ni se diga, estaban jugositos y sabrosos. Yo creo que esos pobres
picuritos nunca habían salió de las auyamas, y ahora menos.
LA
CARRERA ESPANTADA
(Deyssi Elizabeth Silva Fuentes)
Salí como a las 5 de la tarde del conuco, con la mula cargada de maíz
jojoto para hacer las cachapas al otro día en la mañana. Me fui silbando ladera
abajo y sentí que algo me seguía, la piel se me puso como de gallina y los
pelos como de puerco espín. El agua la sentía más fría y húmeda que de
costumbre y al andar la sentía más sólida y mis pies más pesados; con el temor
de mirar atrás, trataba de dar los pasos más largos, pero sentía que el camino
también se alargaba. Para llegar a mi casa, había que adentrarse montaña
adentro.
A la mitad del camino, estaba un palo de pomarosa; de
ese lugar se contaban muchas tenebrosas historias… Que salía un muerto sin
cabeza; una mujer arrastrando unas cadenas, y llorando detrás de uno; una
hamaca llena de sangre y huesos; hasta un ahorcado pataleando y pidiendo auxilio
y al que lo trata de ayudar, lo toca y lo vuelve loco. Era un destino con
reversa, mas no con desviaciones. Yo había salido con unas chancletas al
conuco. Me quedaban grandes. Ya se acercaba aquel tramo tenebroso y era lo que
más me asustaba.
Siempre pasaba
por aquel lugar, sin ver hacia arriba, ni hacia atrás y con una oración en mi
boca; pero aquel día los nervios me traicionaron y fue todo al revés; maldecía
y golpeaba a la bestia para que se apurara. Para llevarme la contraria, o quién
sabe por qué, la mula se echó justo debajo del árbol… La halaba, la empujaba,
la golpeaba y nada; ella permanecía como
si estuviera maneada.
Los grillos anunciaban la noche, la tarde estaba
helada, no obstante el sudor bajaba por mi frente como chorros de amarga
hiel. Cada instante, la noche se volvía
noche, más negra, más densa, mas tenebrosa, más espesa.
El miedo me dominó y quise correr para alejarme
de allí, sentía que iba en cámara lenta.
Miré alrededor y solo veía sombras blancas en la oscuridad de la noche, se movían
de un lado a otro, burlándose de mí. Corría con mucha fuerza y a medida,
piedras golpeaban mi espalda.
En algún momento una de mis chancletas escapó de mis
pies, y al regresar a buscarla; no abrí los ojos, mis manos me decían que
sentían pavor de caminar por la superficie para no sentir lo que yo no quería
ver, temblaron, hasta que consiguieron
la chancleta, me quité la otra y seguí corriendo. Ya no sentía las piedras ni
veía las sombras. Llegué a mi casa y no dije nada.
En la mañana regresé por la bestia… y allí estaba,
muy tranquila comiendo pasto fresco; la tomé por la cuerda y dispuse a
regresar, mirando a todos lados donde se movían las sombras en la noche. Cuando
había caminado un trecho, sentí en mi espalda una piedrecita, me llené de
valor, volteé y no vi nada. Me dirigí a todos lados y solo vi hojas de titiaro
y cambur. Seguí caminando y unos pasos más sentí otra piedra, caminé más rápido
y esto pasaba con más frecuencia, caminé lento y así ocurrió.
Una fría brisa movió las hojas y miré su lado
opuesto, blanco como la sal; pero allí seguía las piedras golpeándome la
espalda. Me quité las chancletas nuevamente por si tenía que correr pero no
siguieron las piedras.
Me coloqué otra vez las chancletas y allí estaban de
nuevo, me detuve y me quedé estatus. Saqué con cuidado mis pies y las astutas
piedras estaban allí, en la parte sobrante de las chancletas, esperando que
moviera el paso para pegarme por la espalda.
Textos tomados del libro: 100 CACHOS: ANTOLOGÍA
DE LA NARRATIVA FANTÁSTICA ORAL DE COJEDES (Isaías Medina López; 2013) San
Carlos: UNELLEZ-VIPI.
POR ANDAR DE FIESTA EN LA
CHEPERA
(José Lobatón)
Lo que les voy a contar
es una historia verdadera.
Un día salí de El Muertico,
a una fiesta en La Chepera,
resulta que ese
barrio había una fiesta muy buena,
con arpa, cuatro, maracas,
cerveza, ron y ternera;
cuando comenzó el joropo,
saque a bailar a una
morena,
repicando un zapateo
pa` que la gente me viera.
Antes de terminá el joropo,
yo me puse a hablar con
ella,
y le pregunté su nombre
para que ella lo dijera;
a mí me llaman Carmita
pero mi nombre es Elena,
le dije con mucho amor
tú me gustas mi morena,
yo me casaría contigo
aunque tus padres no
quieran.
Después que yo me expresé
de esa manera tan güena,
esta muchacha quedó
igualita que en la cédula;
la invité para su casa,
pa que una agüita me diera,
ante e llegá a su casa,
me echaron una carrera
y llegué hasta Campo
Alegre,
y me compré una botella,
llegando a la Pica Tres
me espantó una cosa fea;
un perro con los dos ojos
parecían braza e candela;
luego desapareció
y se convirtió en una
vieja,
más acá de la batea
llegando a La Miguelera,
un hombre vestío e blanco
en una bicicleta vieja,
y se escapaba adelante
chocaba con una ceiba,
después de chocar bastante,
salió prendío en candela,
cuando miré ese demonio
pegué una sola carrera,
ahí perdí los zapatos,
el sombrero y la botella;
ahí fue que perdí la maña
de ir a fiesta en La
Chepera.
Nota: Este poema fue tomado
de EL LLANO EN VOCES: ANTOLOGÍA DE LA NARRATIVA FATASMAL COJEDEÑA Y DE OTRAS
SOLEDADES, edición de la UNELLEZ- San
Carlos. Compilación de Isaías Medina López y Duglas Moreno (2007).
Disfrute de este audio de un joropo fantástico
llanero:
EL CAIMÁN DE BOCA BRAVA (Francisco Montoya)
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