Imagen en el archivo de Alba Meche
ÁNIMA DE PICA-PICA (Mercedes Franco)
Es el espíritu benéfico de un músico popular,
muy pobre y muy querido por todos, que vivió en el estado Miranda y se
caracterizaba por su gran bondad. A su muerte, empezaron a ocurrir pequeños
milagros, las personas resolvían sus problemas, las cosechas se daban en
abundancia. Los vecinos le atribuyeron estos sucesos al ánima de Pica-pica y
comenzaron a pedirle favores, a encenderle velas y rezarle.
ÁNIMAS DE GUASARE (Mercedes Franco)
.Se ven en la Península de Paraguaná, estado
Falcón, como una larga procesión doliente, que reza en voz alta, llevando velas
encendidas. Dicen que son las almas de una gran hambruna que azotó a la región
en 1912, cuando murieron por esta causa muchas personas.
APARICIÓN (Mercedes Franco)
Dícese de cualquier forma, ser u objeto que
siendo irreal, se muestra ante los ojos humanos, ya sea por un único instante o
en repetidas ocasiones. Las apariciones tienen lugar generalmente durante las
horas nocturnas. Pueden ser benéficas o malignas. Las más comunes son de seres
queridos ya muertos, ángeles, o simplemente espíritus desconocidos que desean
transmitir algún mensaje. A veces se trata de apariciones diabólicas, en este
caso tendrán feo aspecto, mal olor y quizá lanzarán escalofriantes carcajadas.
Habitualmente, las apariciones anuncian algo a la persona que las ve: la muerte
cercana de alguien, un peligro. Suelen desaparecer en el aire, sin que quede
rastro alguno de ellas. Muchos investigadores sostienen que se trata de seres y
objetos de la cuarta dimensión, visibles en determinadas circunstancias.
EN LÍNEA (Gabriel Jiménez Emán)
Su permanente necesidad de usar el teléfono
le llevó del inalámbrico al radio-contacto, y de éste al celular, y de éste a
otro celular más liviano y pequeño, y de ahí a otro modelo que no fuese
necesario pulsar o sostener en la mano. Puesto que ya no le hacía falta hablar
personalmente con nadie se hizo un implante telefónico cerebral que lo mantiene
todo el día hablando consigo mismo en la sala del psiquiátrico.
CABEZAS CORTADAS (Denzil Romero)
Comenta Collin de Plancy en su Diccionario
Infernal (París, 1839), citando a M. Salguès y a Plegón, que un soldado poeta
llamado Gublio, muerto en batalla dada por Antioco a los romanos, degollado,
con la cabeza en la mano, se levantó de repente entre el ejército victorioso, y
prorrumpió con voz de ultratumba: Cesa de despojar así, romano a los que a los infiernos descendieron…
Añadiendo, siempre en versos, el inminente
fin del imperio, porque un pueblo salido de Asia iría a desolar a Europa, con
lo quería denotar la posible irrupción de los turcos en la tierra de los
vencedores. Agrega el propio de Plancy que la versión luce incierta. O mienten
los que la refieren, o mintió el muerto, puesto que no se cumplieron sus predicciones.
Ciertamente, no fueron los pueblos de Asia, sino los del Norte, los que luego
derribaron a Roma.
Aristóteles por su parte, atestigua que un
sacerdote de Júpiter fue decapitado y que separada ya del cuerpo su cabeza
señaló al asesino, que fue preso, juzgado y condenado por ese testimonio.
Más cerca de nosotros, Norman Mailer, el
novelista norteamericano, escritor de unos cuantos cuentos, a pesar de haber
manifestado muchas veces su desprecio por el género, pergeñó uno brevísimo. Se
titula eso y refiere el caso de unos soldados en el frente de guerra.
Atravesaban las alambradas de púas cuando una ametralladora rompió el fuego.
Uno de ellos siguió caminando hasta que vio su cabeza en el suelo. Dios, estoy
muerto, dijo la cabeza. Y su cuerpo se derrumbó.
Que yo sepa, historias sombrías no eran
conocidas por mi madre cuando me narró la que dijo haber presenciado muchos
años atrás, en La Margarita del Llano. Un campesino celoso mató a su mujer. La
descabezó de un solo machetazo. Pero, truncada y todo, la cabeza, seguía
aduciendo alegaciones sobre su fidelidad y protestaba su próxima sepultura. El marido
atormentado, cogió el monte, tierra adentro y nunca más se supo de él. Los
zamuros al fin dieron del cuerpo despojado. Pero la cabeza insepulta terminó
necrosándose junto a la troje del patio donde cayó a la hora voleo. Al cabo de
los años, permanecía aún con los ojos vivos y abiertos. Cada vez más parecía
proponer nuevas probanzas sobre su
agraviada inocencia.
Así me lo contó mi madre, hace mucho tiempo; como
Norman Mailer, y Aristóteles, y M. Salguès y Collin de Plancy.
BABILONIA (Eduardo Mariño)
«Abre
los brazos; saluda al amanecer, siguiendo los viejos ritos. Escandaliza a las
rosas con la palidez de tu piel.»
Amanecía.
Ella salía a los jardines como siempre; en los murmullos del alba, él ya era
parte fundamental. Muy
cerca de las rosas, se sentía bien. Viva. Confiada en la claridad del alba y en
el saludo de los primeros y mortecinos rayos del sol, irisando sus ojos,
haciéndolos billar sutilmente con el falso estigma de la libertad.
«Abre
las alas; saluda al viento, deja, si quieres, tu sonrisa colgando de alguna
cúpula poco prominente. Los mortales encenderán tus tristezas».
No
era simplemente una ilusión, el sentirse ligera y flotante entre los brotes y
los capullos. Los jardines eran un área de ensueño y transmutación. El contacto
con el rocío. Envolverse con la leve bruma de un sueño aún no concluido. Todo a
su alrededor era viento, nubes. Sentía el viento en su piel, con un roce un
tanto imperceptible, pero inobjetablemente posesivo, absorbente.
«Abre
los ojos; estas muerta. Los jardines colgantes de tu ciudad son lugares muy
peligrosos para los que gustan soñar despiertos».
VOCES DE RADIO (Enrique Mujica)
Habían llegado los primeros carros a Calabozo, en los principios del siglo. Estaba uno parado en la plaza, a la
sombra de los árboles centenarios. Alguien, que ya los concebía como una
quimérica maravilla, oyó unas voces en el coche y no vio gente. “Eso era lo que
le faltaba a los bichos esos, que hablaran”, dijo sorprendido.
MANERA DE LIBRARSE
DE LA PERSECUCIÓN DEL
DUENDE
(Luis Arturo Dominguez)
Según se nos ha informado los duendes son
varones y hembras. Los primeros se enamoran de las mujeres solteras, viudas o
casadas y las duendas persiguen a los hombres. Tales esperpentos se complacen
en molestar a los humanos a quienes enamoran y se los llevan para los encantos;
se aparecen de noche o de día; no dan tregua a los seres que persiguen, ya que
si están comiendo les quitan el alimento; si se están bañando en los pozos de
los ríos les esconde la ropa y hacen miles de travesuras verdaderamente
sorprendentes.
Si una muchacha es hostigada por un duende y
quieres librarse de tal espíritu, según se afirma, sólo basta con hacer sus
necesidades biológicas y, en presencia del hostigador, tomar con las manos
excrementos y simular que los consume. Ante semejante escena, el duende se
retira inmediatamente y nunca más vuelve a perseguir a sus víctimas porque, se
nos ha dicho, tales enanillos son muy escrupulosos.
Con relación a esta creencia y refiriéndose
al Estado Nueva Esparta, Jesús Manuel Subero, Expresa:
“En la isla de Margarita hay la creencia que
cuando un duende se enamora de una joven la forma de alejarlo es hacer que la
niña se ponga a ingerir alimentos en momento de hacer sus necesidades
fisiológicas. El duende al verla en esos menesteres la llama cochina, y se
aleja”.
Para correr a los duendes enamorados existen
muchos procedimientos y artimañas de que se valen con frecuencia las mujeres.
En Guatemala, pongamos por caso, algunas jóvenes utilizan la zalea y el jabón,
como bien puede verse en la siguiente de Flores, el 24 de enero de 1968, al
Licenciado Celso A. Lara Figueroa. La informante narra lo que sigue:
“El Tzipitío gusta también de las muchachas
bonitas, de grandes ojos y pelo largo. Todas las por aquellas regiones. Si
algún mortal puede arrancar al Yasy-Yaterè su bastón de oro, adquiere por este
solo hecho sus cualidades de Tenorio afortunado.
A pesar de ser invisible el Yasy-Yateré, no
faltan algunas personas que aseguren y juren haberle visto en la forma
descripta, cuando eran pequeñas”.
HOMENAJE A ALFREDO ARMAS ALFONZO
(Algunos Cuentos)
El Desierto
En la
serranía de Tupurquén, no le echaban tierra a los muertos. Simplemente los
colocaban con sus mortajas de huesitos en las sepulturas abiertas, para que luego decidiesen qué hacer con sus vidas.
Antiguamente,
entre la neblina opaca que borraba hasta la cresta del suelo, el viento
vociferaba con la boca de muchas noches.
Muerto por
el paludismo los indios, que comían culebras, muertos los palos del monte a
causa de la candela, de Tupurquén acaso sea esta la única y última voz que lo
nombra. Entre las aguas salobres de la laguna de Unare, la cal de tantos huesos
no configura ningún estrato geológico que pruebe la existencia de otras
culturas.
Las Pócimas
Las mujeres
bretónicas se nombraban en este orden: Flor, Flora, Florinda y la Botón Seco,
que no disfruto de la vida. Hablando apropiadamente pues, no eran cinco, porque
habrían que descontar a Palo Torcío, que carecía de la naturaleza de sus
hermanas a pesar de que ellas lo acostumbraron a eso.
Las mujeres
bretónicas apenas se levantaban del suelo, eran de piel pálidamente moradas
bajo la llovía de agosto, deslucidas y sin brillo bajo los resplandores del
verano, tenía un vago olor vegetal y su contacto curaba las diarreas de los
hombres, por todo lo cual su presencia evocaba el arbusto del mismo uso
medicinal que les daba el apellido. De esto, de curar males, se deparaban el
sustento mientras poseyeron juventud. Ningún hombre a caballo que se sepa entró
al corral de las mujeres bretónicas tras cabalgar veinte leguas para tratarse
la tos que deparaba las crecientes de Unare; Güere o Uchire o la lluvia que
traía el viento desde Onoto, sin hallar la salud. Flor, Flora, Florinda y hasta
el mismo Palo Torcío cuando no se daban abasto sus hermanas, poseían una sola
propiedad terapéutica. De verdad: nunca se les usó para otra cosa.
Después que
se fueron quedando solas, la clientela habitual debió inventarse sus propios
recursos. Pero no sería por eso que las despreció la sociedad hasta la hora de
su triste entierro silencioso.
Entre Helmintos y Heliotropos
Porque de
más de sesenta años el estrago de la edad le hizo perder su naturaleza
cautelosa fue que le vinieron a descubrir su misterio a don Hemacrimo. Entonces
la gente se explicó lo que el silencioso senecto escondía tras su tela y su
conciencia.
La Niña
Vieja que era del general Sangróniz se consiguió unas gallinas Leghorn de
esponjado plumaje blanco y alzada cresta roja e inflamada, ojos perspicaces y
amarilla garra pesada. Aquella albura ella la asociaba a los heliotropos,
ignorando por supuesto, que la flor del heliotropo es azul. La Niña Vieja del
general Sangróniz las cuidaba como a los hijos que su implacable castidad
cristiana le negó. Comían de su mano, jamás pisaron suelo que no fueran limpio y,
de noche, se encaramaban en el seco tronco del pinopino que la Niña Vieja del
general Sangróniz preservaba porque lo había plantado de semilla su padre
inolvidable y era pues como su hermano de leche, y allí dormían, susurrante y
estremecidas. El añoso tallo semejaba un cielo de nubes como esas con que
diciembre señala la fecha de la Navidad.
Una mañana,
justo los días en que don Hemacrimo entró a trabajarle a la Niña Vieja del
general Sangróniz, empezaron a escasear aquellas como flores extrañas que adornaban
el pinopino, y cada vez la Niña Vieja del general Sangróniz halló una flor
cerrada, ya con rigidez de cadáver, sobre el suelo. Peste no era, porque
entonces la peste no se le conocía. Murciélago no era, porque, a parte de una
huella sangrienta entre la cola, el murciélago que habita en la oscuridad del
valle de Unare no es de aquellos que el doctor Muñoz clasificaría entre los
hematófagos. Así hasta la última, cuando, velando entre la oscuridad, la Niña
Vieja del general Sangróniz cazo a don Hemacrimo cernido como un gavilán sobre la caliente carne del ave. Que quede
claro que de la boca de la Niña Vieja del general Sangróniz no salió una sola
palabra que comprometiera la moral de don Hemacrimo. Ni tan siquiera aquello
que la angustió hasta el fin de sus días. Don Hemacrimo poseía un pie de apenas
cuatro dedos: tres anteriores y uno posterior unidos por una membrana corta, y
los cuatro remataban en una uña corva y amarilla. El pueblo sabe las cosas
porque las intuye con ese oído de venado que la Naturaleza le puso.
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