miércoles, 29 de abril de 2020

TINAQUILLO Y SUS ORÍGENES (Juan Ignacio Herrera Requena)




De nobles esfuerzos permanentes surge el amor por la comunidad, por los pueblos, por el lar nativo. Imagen en el archivo de Onel Dominguez

Tinaquillo es uno de los pocos poblados antiguos de Cojedes que no tiene una partida fiel de nacimiento. Unos historiadores señalan que su nombre es un diminutivo de Tinaco, antigua y vecina población colonial, porque se emplea el sufijo “-illo”, que como “-ito”, son usados como diminutivos; otros, como el Dr. José Ramón López Gómez, señala: “Tinaquillo es un vocablo derivado de la voz caribe “Tunapurier” (aguas fétidas), voz que está en relación con “Tunayemar” (fuente), “Tunantal o Tunantar” (boca de río). El radical caribe “Tuna” es equivalente a agua. Por lo que resulta fácil comprender que por derivación “Tinapú” “Tinapui” son palabras íntimamente ligadas al nombre Tinaco, Tinaquito y Tinaquillo; fonemas que los conquistadores españoles continuaron usando.” (1)
La mayoría de  las poblaciones del estado Cojedes han sido fundadas por sacerdotes misioneros capuchinos, entre ellas El  Pao (1661), San Carlos de Austria (1678), la Misión del Tinaco (1679), San Diego de Cojedes (1700), la Divina Pastora del Jobal (Lagunitas, 1751). Tinaquillo es una excepción entre estos casos, porque ha sido una población con voluntad propia, que fue creciendo de manera natural a medida que sus pobladores fueron creciendo en número y poblando estas hermosas y fértiles tierras.
En esta oportunidad el comienzo es sencillo, me remitiré a una parte del trabajo presentado por el historiador y antropólogo Argenis Agüero en su libro “Historia Oculta” en el capítulo “El verdadero origen de Tinaquillo”, que cito a continuación:
“…se evidencia que el primer contacto de los europeos con las tierras donde actualmente se asienta Tinaquillo tuvo lugar en la primera mitad del siglo XVII cuando varios conquistadores españoles anduvieron en esos predios: Pedro Sevilla y Antonio Luis Reyes (aunque no llegaron juntos); los dos visitaron la zona a comienzos de 1629 y posteriormente hicieron (por separado) una solicitud de tierras a Don Juan de Meneses, Gobernador y Capitán General de Venezuela, asentado en la ciudad de Nuestra Señora del Prado de Talavera de Nirgua (actual Estado Yaracuy). Dicho funcionario envió una comisión a la zona para verificar que la misma no estuviese ocupada por algún otro súbdito, y luego de comprobar que no lo estaba les concedió, en nombre del Rey de España, las tierras solicitadas. A Sevilla le otorgó el área comprendida “entre el cerro de Las Tetas, Casupo y el río Tirgua”, mientras que a Antonio Luis Reyes le concedió el área comprendida por “las sabanas de los Taguanes limitadas por los ríos Chirgua y Tirgua”, zona donde luego se asentó Tinaquillo. Veamos a continuación los detalles.
La solicitud de Antonio Luis Reyes fue por las tierras comprendidas entre “los ríos Chirgua, Tirgua, la boca de Casupo, el cerro Las Tetas, el cerro de Papelón y el boquerón de Chirgua”, con la finalidad de establecer “dos sitios para sus hatos de cría de ganado de 16 fanegadas* cada uno en la sabana de los Taguanes”. El 10 de febrero de 1630 el Gobernador Meneses comisionó al Capitán Juan Tomé de la Gala y al Escribano Público de Cabildo de Nirgua, Don Mauricio Fernández, para realizar una visita de inspección a la zona a objeto de verificar que las tierras se hallaban “valdías y realengas y no se le causaría perjuicio a los naturales” (naturales= indígenas). Dos días después estos regresaron a Nirgua con el visto bueno a la solicitud y el Gobernador Meneses otorgó las tierras al solicitante Reyes el 15 de febrero de 1630.”(2)
Y luego en el libro antes revisado, el antropólogo Agüero da su opinión al respecto, de una manera detallada, la cual transcribo seguidamente:
“El análisis de los textos citados nos lleva a concluir que el poblamiento primario de Tinaquillo ocurrió en el año 1630 cuando Antonio Luis Reyes debió empezar la instalación de sus hatos (lo cual estaba obligado a ejecutar para evitar que otro conquistador lo ocupase o hiciere otra solicitud al permanecer realenga el área). Como es de entenderse, los primeros pasos para el establecimiento del hato se tradujeron en la construcción  de casas de bahareque, el traslado desde Nirgua del ganado y demás animales (caballos, mulas y burros), aves de corral, y lo más importante: la incorporación de mano de obra, consistente básicamente en aborígenes y esclavos negros. Ahí comenzó el poblamiento inicial que con el correr del tiempo se convirtió en el pueblo de Tinaquillo, ubicado a orillas del “río del Tinaquillo”. (3)
Con el mismo sentido que da el antropólogo Agüero, y como si quisiera apoyar ese comentario, lo hace el historiador Dr. José Ramón López Gómez en su libro “Fundaciones de Pueblos de Cojedes” en el capítulo “Sobre el origen del nombre de Tinaquillo, en su aspecto “Orígenes del pueblo”, cuando señala:
“El historiador Arcila Farías, señala que para 1560 había algunos hatos en Valencia, y no es de extrañar, que los vecinos de esta ciudad y los de Nirgua, población situada al noreste buscó las altas sabanas de Tamanaco, Pegones y Taguanez, para establecer los primeros hatos en estos lugares, alrededor de los cuales comenzaría a formarse un pueblo que estaría arreglado a la presencia de algunos blancos, pardos, indios, negros y mestizos…”(4)
Y más adelante continúa el Dr. López Gómez, en el libro citado, en el aspecto “Menciones al pueblo de Tinaquillo”, señala lo siguiente:
“Según el Diccionario Geográfico-Histórico de las Indias Occidentales ó América: Tinaquillo es una población perteneciente al nuevo reino de Granada situado a las orillas y cabeceras del río Coxedes al sur la ciudad de Valencia. Este pueblo aparentemente no tiene partida de nacimiento exacta; no hay ningún documento, edicto o acta de fundación que nos haga pensar lo contrario, tampoco fue creado como pueblo de Indias, ni como misión. Por tanto, cobra cada vez más partido la idea de que este pueblo se fue formando como ya lo hemos dicho, alrededor de vecinos que juntaron sus casas y sus solares, para formar un poblado, durante las últimas décadas del siglo XVII…”(5)
Sin embargo, a pesar de estas investigaciones (más recientes) y con mayor documentación que las sustenten; en el pasado, otros investigadores habían señalado que si hubo fundación. “Las indagaciones sobre el origen de Tinaquillo nos han llevado a señalar –según el Dr. J. R. López Gómez- una serie de fechas que no constituyen un dato definitivo acerca de su fundación como pueblo; así para 1680 Fray Luis de Salavarría “funda un pueblo intermedio entre San Carlos y Valencia, al cual llamó “Nuestra Señora del Tinaquito”(6), documentación extraída por este autor del libro “Estudios Indígenas” de Arístides Rojas.
Más adelante, el mismo cronista de Tinaquillo, Dr. López Gómez, comenta también sobre otra documentación, y dice: “Por otra parte, Don Eloy Fernández, maestro que fue de este pueblo, en su trabajo “Tinaquillo ante el espejo de la Patria”, menciona que Tinaquillo fue fundado por colonos venidos del Cantón del Pao en 1705.”(7)
Indagando un poco más, sobre el trabajo de estos investigadores, vemos que toma mayor fuerza la tesis del poblamiento espontáneo de Tinaquillo. El antropólogo e historiador Agüero, en su obra citada, en el capítulo: “Tinaquillo: El origen y sus primeros años de existencia” señala al respecto:
“El inicio de actividades de esta unidad de producción agropecuaria conllevó a la ocupación del territorio y, en consecuencia, se fueron construyendo viviendas para uso de los esclavos y peones que constituían la mano de obra, conllevando al surgimiento de una pequeña aldea en la ribera del río del Tinaquillo. No se tiene información precisa de las actividades humanas allí hasta el 31 de marzo de 1734, cuando hay una referencia reflejada en la cláusula testamental N° 19 de Joseph Hernández de Villegas, donde declara que:
 Feliz Bentura Quiñones, debe trescientos y veinticinco pesos que constan de vale que tiene hecho (…) y manda se cobren con más de diez pesos de una res, y el maíz de diezmo que recogiese en el valle de El Tinaquillo, el que le vendió el otorgante al precio que dicho Féliz Bentura le pareciese”(8)
Esto da a entender que Tinaquillo tenía una población dispersa motivado a sus medios de producción, que para la época requerían de espacios suficientes para ejecutarlos. También se puede apoyar esta tesis, respaldado por la bitácora de viajero Don Miguel de Santiesteban, en su relación de viaje de Lima (Perú) hasta Caracas (1741) que reseña parte de la actividad que presenció en su viaje:
“El martes 12 partimos de Tinaco y llegamos a Tinaquillo que es un sitio que toma el nombre de un pequeño río que pasa inmediato a él, en que se han congregado algunos vecindarios de gente pobre que vive de la cría del ganado vacuno, algún maíz y legumbres que siembran, y mantienen un sacerdote prorrateando entre ellos la congrua para su sustento…” Y más adelante agrega: “Este día fue muy caluroso y nos hospedamos en casa de una mulata llamada Catalina, que nos asistió con mucho agrado; compramos una docena de pollos a medio real al recogedor de diezmos, y también hay muy buenos quesos…”(9)
Citamos de nuevo al Dr. López Gómez en su libro Fundaciones de Pueblos de Cojedes en el aparte dedicado a Tinaquiilo, “La Condición de Pueblo”:
“En el año de 1759, Fray Phelipe de Marchena, escribe al Sr. Gobernador y Capitán General de la Provincia, señalando que se le había nombrado en calidad de cura del pueblo de Tinaquillo, que para aquel entonces tenía 250 almas “sin concurrencia a doctrina christiana y sacrificio de la Misa en los días solemnes y calendas ni instrucción política y christiana”; y en tal razón, solicita el auxilio real y el apoyo necesario para que los indios y vecinos dispersos de aquel parage sean traídos y reducidos a población debajo de aquella campana donde puedan ser instruidos política y cristianamente, a cuyo logro aplicaré todo mi cuidado por los medios conducentes hasta que queden fundados y poblados. Hechas estas diligencias, se cumplieron los deseos del Fraile cuando el Señor Phelipe Ramírez Estenor, Brigadier de los Reales Exercitos de su Magd. Govdr. Y Cap. Gral. De esta provincia, con acuerdo del señor Tte. Gral. Dr. Joseph Ferrer así lo firmaron en auto original de despacho…” en Caracas a veinticinco de Abril de mil setecientos y sesenta años” (10)
Tomando como referencia lo citado anteriormente, en la actualidad la Municipalidad local celebra cada 25 de abril como Día de Tinaquillo; pero podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que no se puede hablar de la fundación de Tinaquillo para esa fecha.
El Obispo Mariano Martí en sus Documentos relativos a su visita Pastoral de la Diócesis de Caracas (1771-1784) Tomo II Libro Personal, describe su entrada al territorio de Tinaquillo, de la manera siguiente:
“Día 27 de dicho mes de febrero de 1781 salimos al amanecer de dicho sitio o sabana de Carabovos, pasamos el territorio o cerros de las hermanas, y a las diez de la mañana llegamos a este pueblo de Tinaquillo” (11)
Esta fecha, 27 de febrero, fue la primera fecha escogida por la Municipalidad de Tinaquillo como si fuese la fecha de su fundación y así se  celebraba, cada año, el Día de Tinaquillo. Con el transcurrir del tiempo fue modificada esta decisión. Al respecto el cronista local Dr. López Gómez, en su libro de crónicas señala:
“Esta fecha se  ha venido teniendo en Tinaquillo como fecha lustral de su existencia como pueblo, celebrándose cada 27 de este mes, la fiesta recordatoria de este hecho. Sin embargo, estamos seguros de que hay un error de tipo histórico, mal puede hablarse de un primer bautizo para esta fecha, si con anterioridad de más de 30 años ya existía iglesia y oficiantes.”(12)
Continuando con la información aportada por el Obispo Mariano Martí, respecto a Tinaquillo y sus alrededores, en lo referente a las características,  medios de producción y costumbres, al respecto dice:
“Este pueblo se compone de blancos, mestizos, mulatos, negros y también tres indios casados, aunque pueda ser que no hayga más que dos indios casados, porque de los tres ha desaparecido uno (…)
Me dice este religioso que muchos de estos vecinos tienen trapiches, aunque cortos. Unos los tienen a caballos, otros de mano, donde hacen papelones y también aguardiente, y una y otra cosa o la venden acá o la llevan al Pao. Haze acá mucha falta el tabaco con el qual compravan vestido para cubrirse y era de buena calidad este tabaco. Acá se coge maís, yuca, plátanos, arroz, algodón y algunas legumbres y todo quanto se siembra”
Y más adelante continúa sobre el tema: “Me dice este religioso que un vezino tendrá unas trescientas reses vacunas en la sabana por donde pasé desde Chirgua hasta este pueblo, y otro vezino tendrá unas ducientas reses en las sabanas de los Pegones; unos ocho vecinos tienen también algunas reses vacunas, unos diez vacas, otros veinte y otros poco más o menos. Muchos tienen su vaca de leche cerca o dentro de este mismo pueblo” (13)
Lo descrito anteriormente nos permite confirmar que por el tipo de actividad económica que se desarrollaba para la época, la población de Tinaquillo estaba dispersa y no creada alrededor de la Iglesia y la Plaza Mayor como en las poblaciones que tienen actas de fundación; sino que fue creciendo lenta y espontáneamente. Y más adelante aporta un dato importante, al respecto:
“Estas tierras donde está situado este pueblo eran de don Juan Antonio Monagas, quien tenía una capilla a la otra banda de la quebrada, separada de su casa como unas tres o quatro quadras. Siempre fue Capilla pública en donde se hazían bautismos, y este padre Vicario de San Carlos, que entonces era Teniente de Cura de la Parroquia de San Carlos, me dize que dos vezes bautizó solemnemente a alguno en dicha Capilla, y que en ella se hazían entierros” (14)
Apoyándome en la investigación de Agüero, es conveniente finalmente agregar el aporte siguiente:
“Otros datos de significación los ofrece el Dr. Eloy Guillermo González en su obra Historia Estadística del estado Cojedes (1911), en la cual hace un análisis de la información aportada por el Obispo Martí en 1781:
El de Tinaquillo era de españoles, aunque la principal población la formaban los pardos; no había negros libres, aunque sí 41 esclavos. No se supo la época, de su fundación, ni existe dato que la haga presumir, pero verosímilmente fue en los mismos años en que los misioneros comenzaron a poblar a Cojedes, a fines del siglo XVII, en la década de 1680 a 1690. Para 1769 ya el cura de San Carlos administraba los sacramentos en la capilla o iglesia de Tinaquillo.”(15)
Las documentaciones que apoyan a los historiadores e investigadores referentes a los orígenes de nuestro pueblo, más el trabajo que por años  hemos venido haciendo al respecto, nos permite inferir que Tinaquillo es uno de los pocos poblados antiguos del estado Cojedes que no tiene una partida de nacimiento, certificación de principio o acta fundacional; es una ciudad cuyo origen exacto se desconoce, aun cuando se sabe, por todos los datos aportados, que éste se remonta a la primera mitad del siglo XVII, como un poblado de generación espontánea.

JIHR/Tinaquillo 25/04/2020.
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CITAS REFERENCIALES:
(1)LÓPEZ GÓMEZ, José Ramón (1989) Crónicas del Tinaquillo de ayer. p/51-52.
(2) AGÜERO, Argenis (2019) Historia Oculta. p/12.
(3) AGÜERO, A. Ob. cit. p/13.
(4) LÓPEZ GÓMEZ, José Ramón (2001) Fundaciones de Pueblos de Cojedes. p/62-63.
(5) LÓPEZ GÓMEZ, J. R. Ob. cit. p/64
(6) LÓPEZ GÓMEZ, J. R. Crónicas del Tinaquillo…”. p/52.
(7) Idem.
(8) AGÜERO, A. Ob. cit. p/104.
(9) ARELLANO MORENO, Antonio (1970) Documentos para la Historia de la Época Colonial, Viajes e Informes. p/9.
(10) Idem. p/67.
(11) MARTI, Mariano (1998) Documentos relativos a su visita Pastoral de la Diócesis de Caracas (1771-1784) Tomo II Libro Personal. Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia. p/212.
(12) LÓPEZ G. Ob. cit. p/64.
(13) MARTI, M. Ob. cit. p/215
(14) Idem. p/216.
(15) AGÜERO, A. Ob. cit. p/235
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martes, 28 de abril de 2020

Leyendas llaneras (Vivencias y testimonios) 10. El Salvaje (Carmen Pérez Montero)

De las llaneras raptadas por El Salvaje apenas quedan los recuerdos. 
Imagen en el archivo de Villavo al revés 



EL SALVAJE
Esta leyenda está muy generalizada en el estado Lara, hay quienes aseguran que de allí, por ser estado limítrofe de Portuguesa, ha penetrado sus llanuras. Otros ubican su origen en Ospino, durante el siglo XIX. Hay quienes sostienen que es originaria de la zona alta del estado Portuguesa, porque en sus montañas habita este legendario animal, aseveración que sustenta la muerte del Padre Chabas quien confundido con un salvaje por los indios Cambambas y por tal razón le dieron muerte. Sin embargo, lo importante es reseñar que en tiempos pasados era usual oír a los abuelos narrar estas historias que atemorizaban a la muchachada, quienes oían con mucha atención. Esta transmisión oral permitió su popularidad en todos los confines portugueseños. Raúl Humberto De Pascuali en su trabajo de investigación titulado (La leyenda del Salvaje) aporta lo siguiente:
“Son osos frontinos (única especie de osos que habitan en Venezuela), viven en los lugares de más difícil acceso, oscuros y arbolados de las montañas; son de gran talla; parados alcanzan hasta dos metros de altura y su cuerpo puede tener hasta un metro de ancho.
Su pelaje es largo y espeso, de color negro. La especie más común tiene alrededor de los ojos unas manchas blancas, razón por la cual se denominan osos de anteojos. Su nombre científico es Tremactos Ornatos”.
Acerca de estos animales se han tejido algunas historias inverosímiles. Se dice que los machos raptan a las mujeres y las hembras a los hombres y les hacen trojas en las copas de los árboles y allí los mantienen como frutos silvestres y le lamen todo el cuerpo, pero sobre todo la planta de los pies para ponerle la piel sensible y se les haga imposible caminar y así tenerlos cautivos por el resto de sus vidas. También se dice que estos animales tienen predilección por las parturientas o mujeres en periodo de lactancia.
En Portuguesa se ha generalizado la creencia de que la carne de Salvaje es muy nutritiva y fortalece mucho el organismo. Así  mismo,  que la sangre tiene propiedades afrodisíacas y aquellos hombres que la ingieren jamás pierden su apetito sexual ni su virilidad. Entre otros comentarios relacionados con este animal, se pueden mencionar: Que grita similar a los hombres y el tigre le teme, que se enamora y es sumamente persistente en el logro de su objetivo, que (sus partes) son (igualitas) a las de las personas (mujer y hombre) y que cuando se siente perseguido camina hacia atrás y de esta manera confunde al enemigo quien lo busca en sentido contrario de donde él se encuentra.
Alejandro de Humboldt decía que esta leyenda estaba muy generalizada en la orilla del Alto Orinoco, el Valle de Upata, cerca del Lago de Maracaibo, las montañas de Santa Marta y Mérida, las provincias de Quijos y las riberas del Amazonas cerca de Tomependa, pues en estas regiones tan apartadas una de otras se habían encontrado huellas de pies que tenían los dedos vueltos hacia atrás, que hacían pensar en la presencia de este animal en esas zonas.
En el año 1960, una señora llamada Belarmina Pérez, quien vivía en La Lucía, me afirmó que su abuelo Nicolás Pérez, natural de un caserío cercano a Sanare, estado Lara, llamado Yai, pero residenciado durante muchos años en La Lucía, le contó que en este pueblo hace mucho tiempo ocurrió un caso que conmovió a todo el poblado, pues una muchacha fue raptada la noche antes de su matrimonio. Todos, hasta los padres, creían que era el novio quien se la había llevado, porque en ese tiempo era muy común que los hombres pidieran a las muchachas y después se las robaran, pero resulta que no fue así. El novio fue interrogado y se comprobó que no tenía nada que ver con el rapto. La gente del caserío imaginó que se la había llevado El Salvaje. Cuentan que dedicaron a buscarla y unos cazadores, después de varios años de estar esta muchacha perdida, la encontraron en una troja hecha de caña brava, en la copa de un flor amarillo. Los cazadores la bajaron del árbol con unos mecates. Ella y que tenía un muchachito de El Salvaje y la pobre no podía ni hablar porque se había vuelto casi muda y se la llevaron para la casa de sus padres y el hijo, que era similar a un salvaje pequeño se le murió y la gente tuvo que matar a El Salvaje porque la proseguía a la muchacha por todas partes.
La señora Martina Moreno de Ramírez, narra que una noche como a las doce de un Miércoles Santo, para amanecer un Jueves Santo,  estando ella pasando la Semana Mayor en la Granja Villa Ilusión, ubicada en la vía de Los Tanques, Araure, su esposo Rafael Ramírez la invitó para ir hacia la montañita que está detrás de la granja, a menos de un kilómetro de la casa, con la intención de cazar algún animal silvestre. Cuando habían recorrido como cincuenta metros y estando frente al camino por donde debían entrar por la quebrada, oyeron un estruendoso ruido como si un animal muy grande y corpulento hubiera saltado de un árbol a otro, golpeando con su cuerpo las ramas de los árboles. Se oyó claramente el rasgar de las ramas al abrir para dar paso al cuerpo y el ruido al caer. Después el silencio reino en la oscuridad. Martina que ella le dijo a Rafael que fueran a ver qué había pasado y éste le argumentó: No ve que esa es cosa mala… usted no  ve  que se sintió caer, pero si fuera animal de verdad se la hubiese sentido la pisada… como cree usted que va a caer y no se va a mover. Ese o es un espanto o es El Salvaje.

Tomado de "Mitos y Leyendas predominantes en el Estado Portuguesa" de Carmen Pérez Montero. 

Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente,  en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.  

lunes, 27 de abril de 2020

Leyendas llaneras (Vivencias y testimonios) 9. Espantos y bestias (Carmen Pérez Montero)

Las bestias gigantes llenan muchas páginas de la literatura llanera. 
Imagen en el archivo de Rosa Elena Montenegro Ortiz



EL ESPANTO DE EL BAJÍO
Esta historia es muy vieja en el pueblo de Turén. Siempre entre los músicos se acostumbraba después de las tertulias, las serenatas y los "palitos", encargarle a los que debían atravesar casi todo el pueblo para llegar a sus viviendas, que se cuidaran del Espanto del Bajío. El Bajío  es un sector de Turén llamado así porque en épocas de lluvia este terreno se inundaba y era casi imposible transitar por él.
Es conveniente recordar que en esta época de guerra y guerrillas la gente que tenía dinero acostumbraba en colocarlo en tinajas de barro y enterrarlo, unos porque se incorporaban a los ejércitos convencidos de sus ideales liberales o conservadores y otros, para evitar que esos mismos ejércitos que tenían fama de revoltosos y abusadores pudieran robárselos.
Wilman Rodríguez, habitante de La Colonia Agrícola de Turén y yerno de María Alibardi de Ruffato, narró que una noche, estando el joven, se fue con unos amigos a dar serenatas en Turén y ya pasada la una de la madrugada tuvo que regresar solo para La Colonia Agrícola de Turén. Como estaba ebrio y caminó mucho acompañando a los amigos, se perdió y de repente vio una luz fuerte que daba diferentes colores. A veces daba visos azules, verdes, morados y reflejos amarillos.  Wilman reflexionó y fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba en el sitio llamado El Bajío y la luz que brillaba con diferentes colores estaba, precisamente, en el lugar donde, supuestamente,  existió la antigua ceiba donde, segun la leyenda, en tiempo de Cipriano Castro, un hombre seguidor del General Rafael Montilla, El Tigre de Guaitó, hizo enterrar su fortuna en el pie de esta frondosa ceiba. Este hombre utilizó los servicios de un peón para abrir el hueco y después, temiendo que este pudiera robar el dinero o divulgar su existencia, lo mandó a meter dentro del hueco con pretexto de que acomodara el cajón contentivo de las morocotas de oro e inmediatamente, le dio muerte con el pico y lo enterró junto con el tesoro.
A Wilman se le paso la borrachera y rápidamente busco la salida hacia el centro del pueblo y de allí el camino para La Colonia, sumamente asustado por todo lo ocurrido. Después de ese incidente fueron muchas las personas que lo aconsejaron a Wilman Rodríguez que volviera al sitio, que ese dinero era para él, pero Wilman no quiere saber nada del Espanto de El Bajío y prefiere seguir siendo el humilde maestro de música que vive de su trabajo. 



LA VACA ESOCADA
Esta la leyenda nació en ese pueblo antiguo, formado inicialmente por los negros y esclavos de los fundos y haciendas pertenecientes a la mayoría de las  familias  "acomodadas" de Guanare: Ospino, tierra de retiro y tranquilidad, Allí nos encontramos con el señor Tomas Villegas, quien después de aclararnos que él no es de ese pueblo, que él vive en Acarigua, nos relata lo siguiente: Cuando yo estudiaba en la Escuela Granja de Ospino, en el año 1987, se hizo costumbre, para un grupo de estudiantes, fugarnos casi todas las noches para salir a parrandear por el solitario pueblo y en la madrugada, ya con la claridad del día, regresábamos a dormir a la escuela.
Una noche, serian como las once, la luna estaba clarita y salimos del dormitorio Said Antonio Valdez, Antonio Cedeño, Freddy Colmenárez, Ildemaro García y yo,  atravesamos el puentecito donde estaba la quebrada, donde muchos estudiantes habían visto muchos espectros nocturnos como figuras de enfermeras, hombres vestidos de blanco, marranos y una vaca que era el espanto del que más oía hablar en el ambiente y cuando ya íbamos llegando a la cerca por donde estaba el hueco por donde solíamos escapar, un ruido extraño y escalofriante nos detuvo, todos nos miramos y exclamamos al mismo tiempo ¡Dios mío!... ¿Qué es eso?. Nos quedamos petrificados y el ruido que se sentía por debajo de la tierra y que estremecía el suelo donde estábamos parados se hizo cada vez más fuerte, era como un animal pesado, lleno de huesos, que bufiaba a la vez que arrastraba una pata de palo. Sentimos que (la cosa) se acercaba cada vez más y, sin embargo, no lo vimos pasar. ¿Cuánto tiempo duro ese ruido desconocido? No lo sabemos pero fueron minutos interminables. Nosotros creemos que lo que nos salvó de un susto mayor fue el vigilante que en ese momento sonó el pito y nosotros recobramos el aliento y pudimos movernos. Yo fui el primero que salió corriendo y los demás me siguieron. De la cerca al dormitorio yo creo que tardamos un minuto. Esa fue mucha carrera. En la mañana siguiente le contamos a Luis Terán, el viejito de la bodega de la esquina, él nos dijo: Esa jue la vaca asocá que les salió, menos mal que no la vieron porque no jueran echao el cuento, la gente que la visto ha quedao privá y muchos, hace tiempo, se murieron del susto.
 Nosotros le preguntamos al señor, por qué la la llamaban la vaca esocada y él nos respondió: Bueno, poco antes cuando esa vaca salía bastante, muchos la vieron y decían que era una vaca escoyuntá. Bueno, ¿Cómo les digo?... una vaca con los huesos dislocaos, que caminaba tirando las patas pa’ los laos. La gente de antes decía que ella salía en el Barrio Abajo y caminaba por toa la calle Principal, pasaba por la plaza y se perdía por los laos de Barrio Nuevo. Ese espanto es muy viejo aquí en Ospino, más bien ya no sale casi porque esa vaca hoy en día se asusta cuando ve a los roba ganao.

Tomado de "Mitos y Leyendas predominantes en el Estado Portuguesa" de Carmen Pérez Montero

Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente,  en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.  

domingo, 26 de abril de 2020

Leyendas llaneras (Vivencias y testimonios) 8. Ánimas y espíritus (Carmen Pérez Montero)


Con la mayor seriedad los llaneros asumen estos relatos. 
Igen en el archivo del poeta Mayor, Dr. Adelis León Guevara.  



EL ÁNIMA DE ÑO SILVESTRE
En mis andanzas por Guanarito, tras la huella de El Silbón, el poeta Wilmer Vizcaya me narró una historia que incluyo en este trabajo por consideraría bastante interesante para ilustrar la disponibilidad de la gente que habita nuestros llanos para crear y creer en aquellos casos que aun ignoramos si non producto de la imaginación o del mágico pincel de la llanura.
Wilmer aportó lo siguiente: El caserío Los Botalones, cerca de Sabana Seca, aquí mismo en Guanarito, dicen que vivió un señor llamado Silvestre, que tenía un rancho en mitad de la sabana. Este señor era tullido, es decir no podía caminar y una vez, manos criminales, prendieron fuego a la sabana y el rancho de Ño Silvestre, como todos vecinos le decían cariñosamente, se quemó con él adentro.
Este acontecimiento, como decía la gente de antes, causó mucha tristeza, pues toda la comunidad quería mucho a Ño Silvestre. Como ese señor fue un mártir y por la forma tan horrible como fue sacrificado, el comenzó a hacer milagros, pero la gente no le ofrecía velas, sino viajes de agua para regarle su sepultura y dicen que muchas personas iban con taparas, ollas, chirguas, totumas, tobos y cualquier tipo de vasija llena de agua para humedecer su tumba así calmarle el dolor de su quemada. Dicen que la gente optó por llevarle agua a la tumba debido a que una vez un devoto le estaba ofreciendo velas a cambio de un favor que le pedía y Ño Silvestre se le apareció y le dijo: No me traigas velas, hijo, que yo estoy quemao, écheme agua por encima allá en el cementerio pa’ que me calme esta calentura. De allí surgió ese acto inexplicable de no prenderle velas en su tumba, sino regarla con agua fresca. 


EL ESPÍRITU DE JOSÉ EUGENIO BÁEZ
En 1724, el capuchino fray Francisco de Campanillas, en el sitio primitivo que hoy se conoce como Pueblo Viejo, al Este de Villa Bruzual, con indios guamos y atatures fundó la población de Yajure. En 1754 se unieron a estos indígenas un nutrido grupo de yaruros. Yajure es conocida después con el nombre de Turén, cuya capital era Sabaneta. En 1864 le dieron a este pueblo el nombre de Villa Bruzual, para honrar al valiente caudillo Manuel Ezequiel Bruzual, apodado “el soldado sin miedo”,  quien había hecho de Sabaneta, antigua Capital del Distrito Turén, su lugar de recreo y descanso durante la Guerra de la Federación o Guerra de los Cinco Años.
En este lugar, en 1808, según cuenta los creyentes bajó un espíritu especial, ungido de un gran poder y encarnó en Eugenio Báez, quien se convirtió en unos de los agricultores más destacados del caserío  y de sus alrededores, no sólo por su dedicación al trabajo de campo sino por sus conocimientos naturales sobre magias, curaciones, tratos con naturaleza para llamar la lluvia y la protección de los animales del monte. Además, este hombre que vivió 102 años sobre esta tierra de gracia, tenía un alto sentido de solidaridad para con los vecinos y admiración y amor por todos los recursos naturales renovables. Eugenio Báez, aún en este tiempo de luces cibernéticas sigue trotando con su caballo zaino por las tierras turenenses y muchos le conocen como el Duende de la Carama por sus continuas apariciones todavía por esa zona montañosa. El señor Juan de los Santos Rodríguez, conocido guitarrista y cantautor portugueseño, con mucha seguridad de los hechos narró lo siguiente: En el año 1970, cuando yo trabajaba como alfarero haciendo materos y bateas en El Samán de Turén, mucha la gente hablaba de que habían visto a Eugenio Báez. Ellos decían que era un jinete que se atravesaba en la carretera y a veces los perseguía. Más o menos en 1975, una noche como a las ocho, se le apareció a un señor llamado Lorenzo Pineda (q.e.p.d.), conductor de la línea cooperativa de Transporte de Pasajeros Portuguesa, se le atravesó inesperadamente delante del carro y tuvo que salirse de la carretera para no atropellarlo. Casi se mata ese hombre.
Entre los trabajadores del volante adscritos a esta línea era común oír narraciones diferentes relacionadas con Don Eugenio Báez. Yo simplemente la oía, pero nunca las creí hasta que una noche se me hizo tarde en Piritu y me fui para Turén como a las once, cuando llegue a Las Vegas, es decir, a la entrada de Turén, de repente se me atravesó un jinete. 
Al hombre lo vi bien, era blanco, alto, delgado y vestía de blanco. Se me puso frente al carro y yo lo trate de frenar, recorte, pero no pude parar y sin poderlo evitar me llevé por delante el caballo con todo y hombre, pero el carro no se detuvo y seguí. Mire… eso fue horroroso, a mí se me aflojaron las piernas que casi no podía acelerar, el estómago se me revolvió y me dieron ganas de vomitar. En El Samán me paré a respirar y a pasar el susto. Ese otro día a las seis de la mañana salí para Acarigua y pase por el sitio no había nada, ningún muerto ni rastro de accidente. Además, nadie comentó absolutamente nada del asunto. Desde ese momento yo comencé a creer, a pedirle al Ánima de Eugenio Báez y a llevarle velones a su tumba.

Tomado de "Mitos y Leyendas predominantes en el Estado Portuguesa" de Carmen Pérez Montero.
 
Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente,  en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.  

sábado, 25 de abril de 2020

Leyendas llaneras (Vivencias y testimonios) 7. El Amo del Agua (Carmen Pérez Montero)

El Amo del Agua: dominador de ríos y familias.
Imagen el archivo de Ariel Urbano Bastilla.



EL AMO DEL AGUA
Esta historia en el seno de una familia de apellido Márquez que vivía en Chabasquén, a la orilla del río Chabasquencito. Esta tierra como todo el territorio portugueseño también es patrimonio de duendes y aparecidos. Antes de la dominación española fue tierra de los Cambambas indígenas pobladores de esa región. En 1620 el Gobernador Francisco de la Hoz Berrío reunió a todos los indígenas dispersos en diferentes encomiendas y fundó el pueblo de Chabasquén. El primer cura doctrinero que tuvo este poblado fue el Padre N. Chabas, de este sacerdote se cuenta que un día que andaban los indios de caserío por un lugar conocido hoy como la Ermita, vieron un bulto semejante a ese animal legendario y misterioso que llaman “El Salvaje” y lo atravesaron con una flecha, al llegar al sitio y revisar la “presa” con asombro y mucho dolor constataron que se trataba del Padre Chabas. Desde ese momento dicen que Chabasquén fue la región maldita del Estado Portuguesa. También se dice que el Padre Chabas cuando pasó el río chabasquencito, dejando el pueblo atrás, lo maldijo para siempre. Lo cierto es que el pueblo de Chabasquén estuvo, después de ese incidente, durante mucho tiempo sin cura doctrinero. Hasta que el 6 de marzo de 1777, se construyó una capilla, fuera del poblado, en el sitio denominado La Playa, a orillas del río Biscucuy, allí nació posteriormente, el pueblo de San Antonio de las Playas de Biscucuy, hoy Biscucuy. Era necesario hacer esta referencia inicial para ilustrar, hasta cierto punto, por qué desandan por las calles de Biscucuy  y Chabasquén, estos dos pueblos hermanos, de la zona alta, tantas figuras fantasmales, ruidos extra-sensoriales, silbidos, aullidos y llantos lastimeros inexplicables.
Cuenta el profesor y poeta Ángel Márquez, hoy cronista popular del pueblo de Biscucuy, que cuando él estaba pequeño vivía con su familia en una casa de corredor grande a orillas del río Chabasquencito y que era usual, por las noches escuchar el alboroto que formaban los animales que se quedaban en el corredor, como si alguien entrara y los espantara.
Una noche, estando ya durmiendo oyeron una persona que calzando botas entró al corredor y caminó varias veces con pisadas fuertes, luego se metió en la cocina y movió todas las ollas y latas que allí habían. Después salió y al pasar frente a la puerta del cuarto donde estaba durmiendo su mamá, sus hermanos y el, tosió y se aclaró la garganta. En la mañana todo estaba igual. No había rastro de pisadas y en la cocina todo estaba tal como su mamá lo había dejado.
Una tarde como a las seis, cuenta el profesor que estaba  él parado en el corredor y de allí se podía ver la playa del río. Inesperadamente vio que del río salió un hombre vestido de blanco con un mandador en la mano y se aproximó a la casa. Él se quedó paralizado…inmóvil.  El hombre era alto y flaco. Él lo vio bien porque le pasó por un lado y cuando llegó al corredor comenzó a golpear con el mandador a todas las gallinas y los perros que estaban allí. Los perros lanzaron unos aullidos tan espeluznantes que fue lo que asustó al profesor, quien cayó desmayado. Por el ruido de los animales salió la mamá y según ella le contó, lo encontró tirado en el suelo, blanco como un papel y le dieron a oler plumas de gallina quemadas para que volviera en sí. Cuando le contó a su mamá lo que había visto, ella le dijo: Debe ser que tú te metiste con él porque yo lo veo pasar casi todas las tardes y a mí no me hace nada.
Rafael Báez, una trabajador de la granja “Villa Ilusión”, sector Los Tanques, Araure, narró  que en esta misma zona, hacia, el cerro donde llaman “La Guafita” hay una guafa que según dicen que está llena de oro, plata, esmeraldas, rubíes y todo tipo de material precioso. Esa guafa tiene muchísimos años clavada en ese cerro y debajo de la guafa hay un pozo de agua tan clara que si uno observa con atención ve que el agua que sale de la guafa destila como un polvillo amarillo. De allí la leyenda de que la guafa está llena de oro.
En un recodo, como en una cueva, está un cajón amarrado con cadenas y semienterrado en la montaña. Este cajón suena por dentro como si fuera un enjambre de abejas o una fuerte tempestad. Un señor de nombre Jonás Calazán vino con un amigo dispuesto a sacar ese tesoro. Traían martillos, tenazas, alicates alambres, cadenas, mandarrias, ceguetas y hasta pólvora. Cuando comenzaron a golpear el cajón se oscureció la tarde como si fuera a llover y “Los buscadores de tesoros” comenzaron a sentir un frío espantoso. El amigo de Jonás, por terquedad, se negó a regresar y cuando lo bajaron del cerro ya estaba muerto. Jonás Calazán duro casi ocho días para recuperarse, porque llegó a su casa casi tullido y morado del frío que sufrió en el cerro de “La Guafita”. 
En La Florida, hace unos cuarenta años también ocurrió un caso digno de mencionar: Un señor llamad Alejandro Terán tenía unas tierras en La Aduana, había sembrado tomates y se le estaban perdiendo porque no conseguía obreros para recoger la cosecha y le pedía ayuda a los hijos y a su mujer, pero nadie quería ayudarlo. Él era un hombre huraño, refunfuñón y como dicen en el llano “malasangre”. Una mañana se levantó muy temprano y despertó a toda la familia y les obligó, con insultos, a que fueran ayudarle a recoger los tomates y todos salieron con él. Para llegar a la parcela era más rápido, en ese tiempo, navegar en balsa por la Portuguesa y así lo hicieron. Todos se embarcaron, cuando iban en la mitad de la corriente, el caudal del río aumentó considerablemente y la deteriorada balsa comenzó a hundirse al vaivén de la creciente. Alejandro Terán iba remendado con otro señor, amigo de la familia. De repente soltó los remos, le quitó a su hija la niña (su nieta) que llevaba en los brazos y sin mediar palabras se lanzó a las turbulentas y oscuras aguas. Tres días duraron buscando los cadáveres. Al tercer día consiguieron el pañal de la niña y después su cuerpecito sin vida, sostenido por una “carama” de palos. El señor Alejandro se perdió y jamás se encontró, ni vivo ni muerto. Transcurrieron unos seis años desde la desaparición de Alejandro Terán y un día el señor José Castillo vino y le dijo a la Señora Aura Pérez, cuñada de Alejandro Terán de esta historia: Sabe que estuve en Sorte y Alejandro Terán no está muerto. Yo lo vi vestido de kaki, trabajando en la montaña como súbdito de María Lionza, estaba “echando pico” y era él, estoy seguro, porque le vi bien la cara. 


Tomado de "Mitos y Leyendas predominantes en el Estado Portuguesa" de Carmen Pérez Montero.
Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente,  en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.  


viernes, 24 de abril de 2020

Leyendas llaneras (testimonios) 6. El Venado de Piedra. La Culeca. (Carmen Pérez Montero)

Frente al Venado de Piedra no se puede bajar la guardia.
Imagen el archivo de La Voz del Joropo


LA CULECA
En la actualidad Mesa de Cavacas es un pueblo pintoresco, semejante a muchos que existen diseminados por el Llano venezolano. Calles largas donde se concentra toda la vida pueblerina: plaza, iglesia, medicatura, prefectura, comercio y tráfico de bicicletas.  Sus habitantes sostienen, sin conocer la verdadera historia, que esa altiplanicie fue el primer asiento de Guanare. Aún posee estructura de casas que pertenecieron a acaudaladas familias de principio del siglo pasado.
Esta población fue diezmada por el vómito negro y la fiebre amarilla. Según testimonio de las personas entrevistadas, sólo sobrevivieron: la niña Dolores Herrera, Rosa Medina, Juan Pastor, Juan Ochoa, Manuel Medina y la señora Juana de Márquez, quien según su propio testimonio, se vio en la necesidad de abandonar su casa en compañía de su madre y hermanos para trasladarse a Guanare, donde ellos murieron. Ella al quedar sola y convertirse en mujer se casó con José Márquez, vecino de Guanare, y después se trasladó con él, nuevamente a Mesa de Cavacas, recuperó la casa materna, frente a la Plaza Bolívar. Hoy está residenciada en esa casa, desenredando lentamente sus recuerdos infantiles.
La magia de este pueblo hospitalario me absorbió y, a pesar de que vine buscando la leyenda de “Un baúl encantado”, que según la información recogida se encontraba enterrado en una de las casas más viejas del pueblo, lo cual fue imposible confirmar, me encontré con la leyenda de La Culeca:
El señor Ramón Toro narró que una noche que él venía de La Aguadita, sector llamado así porque allí le daba agua al ganado  (hoy existe en ese lugar la urbanización La Goajira), acompañado por una mujer que traía un niño en sus brazos, al pasar por un sitio llamado Los Mangos, estando claro y sin presagio de lluvia; repentinamente comenzó a llover torrencialmente y Ramón con sus acompañantes tuvo que guarecerse debajo de las ramas de los frondosos mangos. Allí con la luz de los relámpagos, pudieron ver claramente a una gallina con muchos pollitos, la cual cacareaba de manera fuerte y continua. Ramón jamás se ha explicado su presencia debido a que por allí no había casas cerca. Además cuando la gallina con su bandada de pollitos desapareció el invierno cesó y la luna volvió a brillar. Ramón, la mujer y el niño continuaron el camino sin ningún temor.
Caso similar le ocurrió al matrimonio Terán Dorantes. Doña Juana (68) y Don Ricardo (72), estando recién casados (1935) fueron a buscar leña a la loza da La Montañita (hoy urbanización La Goajira). Eran las cinco de la tarde, aproximadamente, cuando ya tenían preparados los haces de leña, el cielo se oscureció repentinamente y entre truenos y relámpagos se desató una tormenta. Fue tan fuerte el aguacero que la leña que habían cortado se mojó y por esta razón acordaron dejarla para buscarla después. Cuando se disponían a salir de la montaña, aun lloviendo, vieron una gallina jabada  culeca con muchos pollitos que piaban insistentemente. Esta anormalidad no asustó a los recién casados, pero sí les extrañó, pues la casa más cercana era la de María Mercedes que quedaba en El Zanjón, más o menos a un kilómetro de la montaña, por lo tanto era muy difícil que esta gallina con sus pollitos estuviera tan lejos de la casa. Como a las cinco y media de la tarde oyeron un estruendoso ruido “como si un trozo de cuero seco se hubiese desprendido de un árbol” ---dijo Doña Juana---. Ese ruido si les asustó y salieron presurosos del monte. No habían terminado de salir cuando el invierno cesó y volvió a reinar la claridad. A los tres días se supo que un vecino sacó un cantarito lleno de monedas de plata de la pata del árbol seco donde estuvo recostada Doña Juana Dorantes de Terán, mientras el señor Ricardo Terán depositaba a sus pies la leña que, posteriormente, vinieron a recoger.
Los esposos Terán Dorantes aseguran que donde sale La Culeca es seguro que hay dinero o tesoros enterrados, porque según cuenta la leyenda que ha trascendido de generación en generación, en tiempos pasados muchos habitantes de Mesa de Cavaca se hicieron ricos sacando botijas y entierros que le señalaba La Culeca los viernes santos, pero los beneficiarios deben ser seleccionados por La Culeca y los esposos Terán  Dorantes no fueron favorecidos. 



EL VENADO DE PIEDRA
José León Tapia, reconocido escritor barinés, en su obra El Tigre de Guaitó, sustenta esta leyenda, cuyo origen supone que se pierde en las páginas de la conquista y ha perdurado en la cultura del campesino larense, del barinés y del portugueseño. Refiriéndose al  General Rafael Montilla dice:
Caminaba días con la ilusión ingenua de   Encontrar el venado blanco con la caramera de catorce puntas, tan encantado y pleno de magia, que para matarlo   se necesitaba un cuchillo con la cruz labrada a cuchillo y cera  Bendita de una vela de Semana Santa.
En un sitio llamado La Palma, más allá de Chaparral y Mijagual, cerca de Agua Blanca, a Remigio Urbano le salió el Venado de Piedra o la Sierva de Piedra, porque él no pudo precisar el sexo del animal, sólo sabe que una tarde como a las cuatro él se internó en la montaña  para ver si conseguía algún animal para llevar carne para la casa y en un paraje donde había un chorrito de agua vio un venado que estaba calmando su sed. Al instante Remigio preparó su escopeta y se dispuso a cazarlo, pero no se explica porque no disparó sino que  siguió detrás del venado que caminaba lento a corta distancia. Él lo fue llevando y lo fue llevando hasta que Remigio extenuado se paró al pie de un cañafistolo grande que había en el monte, allí se quedó dormido. Cuando despertó duró dos días perdidos y gracias a Dios consiguió el chorrito de agua donde había visto el venado y  por eso se orientó y pudo salir de nuevo a la carretera. Remigio  todavía no sabe por qué no le disparó al venado.
Serapio Argüelles, un campesino de Motañuela, caserío ubicado detrás de Tapa de Piedra, por la vía de Barquisimeto narró: Una noche me fui a cazar con un compadre mí llamado Nicolás Cedeño, de Acarigua, por los alrededores de la represa de Las  Majaguas y cuando ya estábamos internados en la montañita, nos salió un venado grande y cuadrado, bien jamao. Yo le dije a mi compadre, que es mejor tiro que yo: Zámpale, compa…que no se vaya. Mi compadre se asentó la escopeta en el hombro y al mismo tiempo que él se acomodó pa` echale plomo al bicho, éste se paró frente a nosotros y se quedó mirando con ojos muy extraños, parecían centellas. Los dos nos miramos con temor y el venado duró buen  rato parado sin que mi compadre pudiera dispararle. Luego se desapareció sin verlo correr, ni el rumbo que cogió. Ahí mismito, frente a nosotros. Inmediatamente, muy asustados, nos regresamos para la casa.
Los cazadores siempre han sido presa de espantos y aparecidos que, supuestamente, custodian las reservas naturales de la tierra. El señor Francisco Sivira nos narró una experiencia que le sucedió en sus años de adolescentes:
Nosotros, Silvestre, Oswaldo y Arístides Bracho, una hermana de ellos llamada Alejandra, Pedro Jiménez y yo, estando muchachos, nos gustaba mucho la cacería y siempre acostumbrábamos hacerle trampa a los animales.
Una vez, aquí en Caramacate, todo esto era posesión de mí papá. Los muchachos se vinieron a quedar un tiempo con nosotros, entonces nos pusimos de acuerdo y preparamos 18 trampas cada uno hizo tres, porque hasta la muchacha hizo las de ella. Se trataba De un hueco como de un metro de hondo, los cuales tapábamos con bejucos y hojas secas. Todos los días al levantarnos salíamos a  revisar las trampas y siempre caían picures, conejos, cachicamos, rabipelados y hasta lapas. Una mañana como a las once, estábamos revisando las trampas y todas estaban vacías. En la penúltima   conseguimos una mapanare enrollada y en la última un picure.
Oswaldo gritó: Aquí esta uno y una voz que venía por dentro de la  tierra como desde la primera trampa respondió con tono  espeluznante: Aquí esta otro. Todos salimos corriendo para la casa y hasta la fecha, ya tengo 64 años y no he vuelto a cazar con trampas


Tomado de "Mitos y Leyendas predominantes en el Estado Portuguesa" de Carmen Pérez Montero.
Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente,  en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.  


jueves, 23 de abril de 2020

Leyendas llaneras (Vivencias y testimonios) 5. El Carretón y El Hachador (Carmen Pérez Montero).


Cada golpe del hacha trasmite al Llano su fuerza.
Imagen en el archivo de Elkin Cardozo.



EL CARRETÓN
En Acarigua, pueblo hospitalario, con pasado de mudanzas e invasiones, también existen leyendas misteriosas que han vencido al tiempo y aún viven en el recuerdo de algunas de sus víctimas. Sara Marina de Medina, profesora de la Unidad Educativa “Ramón Colmenárez” y Rosa Medina, su cuñada, narraron que una noche, en el año 1958, viviendo ellas en la antigua calle 7 de Acarigua, hoy calle 32 y siendo como la una de la madrugada, estaban en la calle, sentadas sobre un medidor de agua, auxiliadas con la luz de un poste del alumbrado público, bordando sabanas (las cuales confeccionaban y vendían a 40 bolívares el juego). Se encontraban conversando animadamente, de pronto el niño pequeño de Sara lloró dentro de la casa y ellas rápidamente recogieron el material y se fueron a la cocina para prepararle el tetero. Inmediatamente sintieron que por la calle pasó algo así como un carro de mula, con ruedas de hierro que sonaban estruendosamente sobre la calle de piedra. Al día siguiente  hicieron el comentario de lo que habían oído y Doña Petra de Parra les dijo: Ese es El Carretón,  el mismo donde llevaban los muertos cuando la fiebre amarilla y como esta es la calle del cementerio, por aquí siempre se escucha.
La difunta Doña María de la Cruz Parra, quien también vivía en la antigua calle 7 de Acarigua, contaba que una noche, como a las doce, estaba ya acostada, oyó el ruido inconfundible de una carreta, pues se oía el traqueteo de sus ruedas de hierro sobre la calle de piedra. Sin temor, sino presa de la curiosidad, se levantó y sin pensarlo mucho entreabrió la ventana y se asomó y por poco cae desmayada cuando vio que sobre un caballo flaco que guiaba la carreta iba sentado un hombre semejante a un esqueleto, desnudo y en posición contraria a la de un jinete normal. Es decir, estaba sentado de frente a la grupa del animal. De allí en adelante, atemorizada no pudo dormir. 


EL HACHADOR
Ospino, tierra de, fundada en 1715 por iniciativa de varios guanareños que tenían hatos de ganado en esa población y que, en vista de que no podían ir a misa los domingos en Guanare, pidieron permiso para construir una capilla en el centro del poblado que inicialmente se le dio el nombre de Manzano de  Ospino. Hasta el 15 de agosto de 1754 esta población dependió de las autoridades de Guanare, fecha en que fue declarada Villa de San Fernando de Ospino, en honor al Rey Fernando VI, quien después de cuatro años de discusión, aceptó la propuesta del pueblo ospinero y le dio su autonomía.
Esta histórica Villa no escapa de los misterios que formaron el folklore portugueseño en su suelo, en sus  montañas nace la leyenda de El Hachador, espanto que algunos  llaman con mayor llaneza: El Hachero y sostienen que es el alma en pena de un hombre que cortó madera en la montaña para fabricar su propia urna. Otros más analíticos, explican que El Hachador era un hombre que se levantaba muy temprano y se acostaba muy tarde, porque día a día iba a la montaña a cortar leña para venderla en el pueblo, pues debido a que en todas las casas usaban fogón de leña, era fácil sostenerse con este oficio. También se dice, para enaltecer la parte moralizante de la leyenda, que es el ánima vagante de un hombre que salió a cortar leña en día de Semana Santa y por eso durante esos días de recogimiento y oración, es cuando con mayor frecuencia se oye el chas, chas de El Hachador en lo profundo de las montañas, Los cierto es que sea como haya sido, este personaje importunó, muchas veces, a los cubicadores de madera que en la década de los  años cincuenta poblaban la montaña de Guanarito, Turén y Ospino buscando esta riqueza  natural para luego venderla a los aserraderos de Guanare y Acarigua. Así mismo, también asustó a muchos cazadores que en la oscuridad de la noche salían, unos por necesidad y otros por afición a buscar la más codiciadas presas.
Con respecto a esta leyenda el señor Emilio Oropeza, ospinero de 77 años de edad narra lo siguiente:
Yo vivía en la Estación de Ospino y una noche se me oscureció en el pueblo y me fui tarde la noche, eran como las once, ya cuando iba llegando a la casa, en un matorralito que había al lado del camino escuché golpes de hacha, me sorprendí y me paré a escuchar y se oía clarito el chas, chas. No me dio tiempo de pensar porque hubo un momento en que se quedó en silencio y entonces tosió, pero fue una tos muy fuerte y penetrante. Yo salí corriendo porque sentí miedo y cuando iba pasando por el frente del matorral cayó el palo. Sentí el traqueteo cuando se estaba reventando y hasta el viento que traía en la caída, además el estruendo, acompañado de un lamento. Llegué a la casa casi asombrado y al día siguiente fui con gente a revisar y no había nada, todo estaba igual. Ni árboles cortados, ni huellas de hachazos, ni de gente.
En el Portachuelo, por la vía de Agua Blanca, el señor Francisco Sivira, de 64 años de edad narra: Una noche mi compadre Roseliano González y yo nos fuimos de cacería. Estando todavía claro nos pusimos de acuerdo para la ubicación. Yo me monté en un tacamajaca bien frondoso y mi compadre en un caruto. Allí esperamos la noche y los animales. Eran como las doce y no llegaba nada, pura plaga. Ya como a la una veo yo, que estoy de frente, un hombre que no sé de donde salió con un hacha en la mano que le cae a hachazos al caruto y mi compadre no hablaba, ni gritaba y a mí se me hizo un “nudo” en la garganta que me impedía gritar. Yo vi como ese hombre se le afincaba al árbol y mi compadre arriba. Llegó un momento en que el palo se cimbró, traqueó y cayó al suelo. “El Hachador” desapareció y yo trabado de tanto miedo, casi privado, pude bajarme del palo para ayudar a mi compadre Roseliano que estaba en el suelo. Como pude lo llevé a la casa. Este otro día vinimos a ver el sitio y conseguimos todo igual, no había pasado nada, sólo estaban regados en la pata del caruto la linterna, el machete, la escopeta y la cajeta de chimó de mi compadre Roseliano González.
Luis Escalona Rangel, reportero gráfico, hijo del desaparecido Manolo Escalona, fundador y dueño del semanario El imparcial de Acarigua, también narró su experiencia ocurrida en la montaña: Yo no soy cazador, más bien temo a la oscuridad y a la inseguridad que brinda el monte: sin embargo, en el año 1983, una noche, por insistencia de unos amigos, fui de casería para acompañarlos. Nos metimos por la montañita que bordea el río de la Estación de Ospino, al llegar al sitio donde íbamos a acampar, mis compañeros hicieron todos los preparativos. Como a las ocho de la noche me ubicaron en el tronco de un árbol seco. Yo siguiendo las instrucciones, me subí al tronco, cargué la morocha y me dispuse a esperar la codiciada presa. Corría el tiempo y nada pasaba. De vez en cuando encendía la linterna para darme ánimos y de la misma forma mis compañeros respondían.
Eran como las diez de la noche cuando encendí la linterna y al alumbrar hacia un árbol de abundante follaje que tenía frente a mí observé unos ojos grandes penetrantes que  me miraban amenazantes. Corrí la linterna para ver de qué se trataba y  no pude ver cuerpo alguno. Giré la linterna y nuevamente pude ver los ojos acechantes, me dio la impresión de los ojos estaban solos en el árbol. Al tratar  de seguir escudriñando con la vista, a la luz de la linterna, sentí que el tronco donde estaba sentado comenzó a moverse…a girar, hasta colocarme de espalda a la extraña visión. Presa de los nervios caí del tronco seco  y la escopeta se disparó, por eso llegaron mis amigos y auxiliaron, yo estaba prácticamente privado. Ellos dijeron que era algún espíritu protector de los animales salvajes.

Tomado de "Mitos y Leyendas predominantes en el Estado Portuguesa" de Carmen Pérez Montero.
Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente,  en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.  


miércoles, 22 de abril de 2020

Leyendas llaneras (Vivencias y testimonios) 4. JUAN DE EL MORRO (Carmen Pérez Montero)

En todo el Llano conocen la fama de Juan de El Morro.
Imagen en el archivo de Nayaris Ojeda.



JUAN DE EL MORRO
La leyenda de este personaje que habita la línea divisoria entre lo real y lo irreal nace en San Rafael de Onoto, población  fundada en 1726, por los misioneros Fray Bartolomé de San Miguel y Salvador de Cádiz, con 260 indios entre Otamacos, Guaranaos y Guamos. 
Buscando el origen de estas misteriosas narraciones que parecen arrancadas de las páginas de la Ilíada o cualquier otra obra enmarcada dentro de la mitología griega, con sus personajes increíbles, sus sentencias y sus castigos, nos encontramos caminos de El Morro con José Ramón Pérez (51años) quien nos informó:
Para el año 1954, aproximadamente, en este espacio abierto que Ud. Ve ahí no estaba la represa de las Majaguas, sino que eso eran dos posesiones bien grandes, una de Abelardo Hernández y la otra donde hoy está la represa que era de Juan de El Morro. El General Marcos Pérez Jiménez se propuso hacer en este sector la represa de las Majaguas, para resolver el problema del déficit del  agua existente en esa zona agrícola. Como para esta fecha, supuestamente, ya Juan de El Morro había muerto y su espíritu vagaba por toda su posesión, empezaron a ocurrir acontecimientos difíciles de explicar, tales como: muertes repentinas de los obreros que cortaban los árboles, derrumbes, árboles que caían inesperadamente triturando a los trabajadores, muertes por mordeduras de serpientes, obreros que desaparecían de su casa a la represa sin dejar ningún rastro, algunos que se perdían en esa misma montaña, otros que se ahogaban. Una tarde como 6 p.m., Juan de El Morro se le presentó a Martín Alvarado habitante de La Esperanza, le pidió chimó y le dijo: No me corten la madera porque ésa me pertenece. Éste es mi dominio - y desapareció- .
José Ramón lo describe como un anciano mal vestido, con alpargatas y un morral en el hombro.
José Ramón Pérez  también nos refirió que en la década de los cincuenta era muy común oír hablar de este personaje en Agua Blanca y San Rafael de Onoto, El Morro, La Esperanza y en otras regiones donde venían los pescadores, quienes ofrecían parte de la pesca al espíritu de Juan de El Morro con tal de que les permitiera sacar una buena porción  de peces. Son muchos los que aseguran haberlo visto con su morral, en posición muy humilde sentado sobre una piedra, sobre la represa.  
Continuando con la búsqueda nos trasladamos al caserío La Esperanza. En la entrada del poblado nos sorprende  encontrarnos con un cementerio donde reposan, aproximadamente, treinta tumbas con sus respectivas cruces y trabajos en granito, mármol, cemento y algunas con el característico “lomo de perro” esta última opción se produce al recoger la tierra que sobra, después de enterrado en el muerto y hacer un camellón donde se coloca la cruz. Indagamos sobre el particular y nos informan que no es un cementerio lo que allí existe, sino la concentración de los rosarios de los difuntos que sacan a la calle y coincidencialmente, todos concluyen en el mismo sitio.
Al pedir explicación de este hecho, el señor Antero Calle nos relata: Hace muchos años se acostumbraba que a todos los difuntos se les sacaba el rosario para la calle; pero hoy en día son pocas las familias que aún conservan esta tradición. La cuestión consiste en que al celebrar la última noche o final de la novena, a las 12 p.m. al rezar el último rosario, el rezandero (que deber ser hombre), sale de la casa llevando una cruz de madera, hierro o cemento con el nombre del difunto. A éste le acompañan todos los hombres asistentes, llevando cada uno una vela encendida. En la casa deben quedar, únicamente las mujeres, ancianos y niños. Todos deben llorar al ver salir la procesión.
El rezandero avanza con su séquito por el mismo camino por donde llevaron al muerto (lo cual explica por qué el supuesto cementerio está a la entrada del poblado, ya que esta comunidad entierra a sus dolientes en San Rafael de Onoto). A llegar al sitio donde termina al rosario, se debe clavar la cruz en la orilla derecha del camino y regresar, caminando de espalda, nuevamente hacia la casa del difunto. Se cree que si el rezandero o algunos de los “Rosarieros” da la espalda a la cruz, el muerto se puede regresar con el grupo y comenzará a penar; es decir, a salir y asustar. Cuando la gente regresa a la casa ya los familiares pueden sacar del cuarto del muerto la vela y el vaso de agua que debieron colocar en este recinto desde el día de su muerte y proceder a ocuparlo. Es de hacer constar que en el caserío “Los Tanques” jurisdicción del municipio Araure aún se conserva esta costumbre y con la reseña que de ella se hace en este trabajo, se pretende  enriquecer los conocimientos sobre el comportamiento ancestral de nuestros antepasados para tratar de conservarla como una muestra cultural que tiende a desaparecer.
Al llegar a La Esperanza localizamos al pescador Tomás Arellana, quien narró su experiencia:
Juan de El Morro es un espíritu que puede hacer bien, pero puede hacer  mal  también, depende  para lo que se busque. Yo pase un susto muy grande con ese personaje aquí mismo en la represa de Las Majaguas. Una tarde, como a las cinco, ya mi hermano y yo habíamos terminado de pescar, habíamos hallado bastante pesca: lebranches, bagres, pargos bocachicos, viejitas, coporos… Ya nos íbamos, cuando un muchacho llamado Félix, que vivía cerca de mi casa y que se ahogó aquí en la represa, salió del agua y nos dijo: Espérenme, para irme con ustedes… yo voy a ver si consigo un pargo blanco que acabo de ver junto a la pata de aquel palo y señaló hacia la represa. (Dentro de represa pueden observarse algunos árboles sumergidos). El muchacho se zambulló en el agua y viendo yo que pasaba el tiempo y no salía le dije a mi hermano: Voy a ver qué pasó y me eché un clavado. Cuando llegué al fondo sólo sentí un ruido muy feo y vi que venía una avalancha de piedras por debajo del agua. Sacando fuerza nadé hacia arriba y cuando salí mi hermano me estaba llamando desesperado: – Tomás…Tomás…Tomás-. Mi hermano me abrazó y me dijo: Tomás yo vi algo muy horrible, una ola se levantó del tamaño de una casa y yo le conté lo que vi en el fondo de la represa. Esperamos la salida del muchacho y éste no salió más.
Nosotros fuimos al pueblo a pedir ayuda y vinimos los buzos o sea gente que sabe nadar y ello testimoniaron que vieron al muchacho en la pata del palo donde él nos dijo que había visto el pargo blanco, que estaba agachado con los ojos abierto y que aún apuntaba con el arpón como si estuviera viendo la presa. Los buzos que eran bien valientes no se atrevieron a sacar ese “muerto”.
Don Pancho García, un anciano que ha vivido desde siempre en los alrededores de la represa nos contó que antes de que el Gobierno hiciera la majestuosa represa de Las Majaguas, él conoció en ese mismo sitio una laguna llamada La Cañada donde vio, una tarde, como 6 p.m. una culebra de unos doce metros de largo y un grosor aproximado de 80 centímetros. Esa laguna la absorbió la represa y se cree que esa culebra está dentro de la represa y es la que “encanta” a las personas que no aceptan las leyes de Juan de El Morro porque muchas personas la han visto y dicen que es como un monstruo por lo grande y escamosa por lo vieja.
El señor Guadalupe Vásquez (72 años) nos recibió con mucho entusiasmo y concertó con nosotros una nueva visita para que viniéramos preparados para asistir al Palacio de Juan de El Morro, ubicado detrás del cerro de El Morro. El señor Guadalupe nos pidió que lleváramos un litro de aguardiente, chimó, tabacos y velas. 
Cumpliendo con el compromiso adquirido llegamos, nuevamente a La Esperanza, el señor Guadalupe nos llevó al Palacio, después de recorrer una carretera de tierra, estrecha y solitaria que va bordeando el cerro de El Morro, dominios de Juan de El Morro. En la falda del cerro se levanta un altar, sin santos, sólo existen grutas adornadas con la bandera nacional. Allí Don Guadalupe, quien practica el espiritismo para curar males y mejorar la suerte de sus hermanos, nos ensalmó, antes de buscar la comunicación con Juan de El Morro. La experiencia fue de encuentro espiritual y luego regresamos al poblado. Durante el recorrido Don Guadalupe Vásquez relató: Existe un dueño para cada laguna… para cada río. Toda corriente de agua tiene su dueño: De que existe…. existe  y aquí en la represa Juan de El morro es el apoderado. Mire, en ese cerro de El Morro nunca ha vivido nadie, nadie ha hecho casa ahí porque lo respetan. La gente sabe que con él no se debe meter porque le va mal. Hay una historia de un muchacho de Acarigua que amaneció bebiendo allá y como a las siete de la mañana le dieron ganas de  venirse, con un amigo, a pescar para acá, para la represa, eso fue en la Isla de Piedra. Ese pobre muchacho parecía llamado a morir aquí, algo increíble. El amigo ya había sacado pescado bastante y estando ya  en la orilla, el muchacho agarró la tripa y se lanzó de nuevo al agua diciendo: Voy a darle la mano a Juan de El Morro y allí mismo se ahogó en la orillita, como a cinco metros y ninguno de los presentes pudo hacer nada. El muchacho se perdió y dicen que los buzos lo encontraron en el fondo de la represa, en una carretera, pero que no lo pudieron sacar porque estaba agachado y con los ojos abiertos, metido dentro de un rollo de culebra muy grande.
Otra particularidad digna de mencionar es que dentro de la represa existen carreteras, incluyendo la carretera vieja, vía Caracas, puentes, cementerios, incluso hasta hace poco se podían ver, en época de verano, las cercas y “peines” de las fincas que quedaron ahogadas debajo de las represa. Así  mismo hay diferentes tipos de vegetación y es asombroso ver, a veces, “baquianos” del sector caminar dentro del agua, para sorpresa de los visitantes que desconocen la existencia de los caminos y  carreteras dentro del agua. Otra cuestión que debo referirles y que también ocurrió aquí en la década de los años cincuenta, fue el compromiso que hizo el General Marcos Pérez Jiménez con Juan de El Morro para que éste dejara de hacer tantos estragos con la gente que venía a trabajar en la construcción de la represa y permitirá que el trabajo se realizara sin obstáculos.
Cuenta que ese pacto se realizó en la Montaña de Sorte, dominio de María Lionza y que el hermano Pedro Soterano estuvo presente. Allí se llegó a un convenio entré las partes y, según dicen,  Juan de El Morro pidió, a cambio de la donación de parte de su propiedad para la construcción de la represa, le dieran el poder para, durante cuarenta años, recoger todas las   almas de los seres que murieran entre Apartaderos y Acarigua, para hacerlos sus súbditos y nutrir sus dominios. El pacto fue aceptado y en el año 1995, supuestamente, se cumplieron los cuarenta años acordado para dar por concluido el negocio. 


Tomado de "Mitos y Leyendas predominantes en el Estado Portuguesa" de Carmen Pérez Montero.
Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente,  en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.