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viernes, 1 de febrero de 2019

El Nazareno (Leyendas, cuentos y teatro) Varios autores

Imagen en el archivo de Noilton Pereira

EL NAZARENO DE CARACAS (Teófilo Rodríguez, 1885)
Corría el año de 1696 cuando, aún no repuesta Caracas de los estragos del pavoroso terremoto que en la mañana del 11 de junio de 1641, la destruyó casi toda, aún no restablecida de los que le acarreó el saqueo que los franceses en 1672, viose por vez primera acometida de la terrible peste del vómito negro (fiebre amarilla), que no ha dejado de visitarla a intervalos en tiempos posteriores, y que azotó entonces su población por espacio de dieciséis meses continuados.
Afligidos los caraqueños y deseosos de granjearse la valiosa protección de la “Abogada de las pestes”, fundaron un templo que dedicaron a Santa Rosalía de Palermo. Agotados los escasos recursos de que a la sazón podía disponer la ciencia médica en la renaciente población, y como quiera que la invocación a los Santos no producía el resultado apetecido, de alejar el tremendo mal, discurrieron acudir a Dios mismo, como fuente de toda gracia, en la persona de su Hijo.
A este fin, obtenido el permiso de las autoridades civiles y eclesiásticas, sacaron en rogativa al Nazareno, que para entonces se hallaba en la hoy extinguida iglesia de San Pablo. Parece que en el curso de la procesión (dice una antigua crónica), el Santo tropezó casualmente con una mata de limón agrio, perteneciente al corral de una casa que está situada en la llamada esquina del Reducto.
La mata, según se dice, estaba muy cargada de limones maduros, de los que, desprendiéndose algunos por el choque, fueron recogidos por los fieles, quienes aplicando el jugo a los atacados del mal lograron arrancar a muchos de una muerte segura.  Como quiera, lo cierto es que en muchos casos se ha aplicado con buen éxito el caldo de limones agrios para curar la fiebre amarilla, y si esto no fuera un milagro, al menos es un precioso descubrimiento…
Si no fuera contrario a la índole de estos trabajos y ajeno a nuestro propósito el dar acogida a las consejas que la superstición engendra, referiríamos también que algunos fanáticos aseveran que cuando el escultor de la celebrada imagen (que en verdad nada de artístico tiene) concluida su obra, la contemplaba extasiado y en un arranque de fervor le preguntó:
¿Qué le falta, mi Dios? A lo que, moviendo sus labios, la imagen le contestó:
¿Dónde me has visto, que me has hecho tan perfecto?”… Y al escuchar estas voces el escultor cayó muerto…

Imagen del Vía  Crucis en Cojedes. Archivo de Juana Pérez



EL MILAGROSO CRISTO DE LA CARRETERA (Mons. Constantino Maradei)
Se desconoce el origen de la imagen del “Cristo de Jóse”  y lo mismo podemos decir de su devoción; pero es lo cierto que son muy antiguos y están íntimamente ligados con la religiosidad popular de los viajeros que se detienen en el lugar para rezarle, pagarle promesas y llevarle exvotos.
Es una devoción que está muy arraigada, no sólo entre los habitantes anzoatiguenses, sino de toda Venezuela. Diversas leyendas se tejen acerca de su origen, las cuales están entre la realidad y la ficción, diciendo los lugareños, y también los que no son de allí, pero que conocen la historia,  «que había un sitio en el monte donde los rebaños de ganado se espantaban sorpresivamente, porque se le aparecían duendes, brujas y toda clase de demonios.
«Los arrieros de aquella época temían pasar por el lugar. Y si lo de demonios podía ser una ficción, por lo menos había una realidad: el ganado se espantaba, las reses se perdían para siempre en el monte, se oían gritos”.
Cuentan que entonces a alguien se le ocurrió levantar en ese lugar la imagen del Cristo de Jóse, crucificado, con el mismo aspecto de dolor y a la vez de resignación que tienen todos los Cristos, pero con una particularidad: su figura.
Los lugareños comentaban: “Este es un Cristo distinto. Su aspecto no es el del hombre delgado, casi famélico, que murió por salvar a la humanidad”. Este es un Cristo musculoso, atlético, con unas piernas que nada tienen que envidiar al más fornido de los atletas. Un pie inmenso que da la sensación de vigor y protección que seguramente buscaban quienes decidieron allí instalarlo con el propósito de que «expulsara a los malos espíritus».
Y así fue, las reses dejaron de espantarse y perderse, ya no se oyeron más los gritos y quejidos y el paso de los arrieros y lugareños fue tranquilo y pacífico, dando gracias a Dios por haber acabado con aquella maldición.
Al Cristo de Jóse lo llamaban también el “Cristo de la Ruta” porque hace el milagro de revivir la fe de los viajeros, pero los choferes lo llaman el “Cristo de la Carretera de la Costa”…



Nuestro  Señor con sus fieles y tras él, Judas. Archivo de Juana Pérez

CRISTO DEL BUEN VIAJE (Mercedes Franco)
En el puerto de Pampatar, en la isla de Margarita, los pescadores tienen un misterioso ayudante. Los acompaña en la faena, les señala los mejores bancos de peces. Lanza alegremente la atarraya. Ellos lo llaman cariñosamente “El Viejo”. Se trata del Cristo del Buen Viaje, patrono de Pampatar, cuya fiesta se celebra desde el 2 al 12 de mayo.
La leyenda relata la forma misteriosa en que llegó este Cristo al puerto de Pampatar. La imagen salió de España en el siglo dieciséis, con destino a Santo Domingo. El viaje, que hasta entonces parecía plácido, se transformó en pesadilla al entrar al Caribe. El mar rugía, alboroto, y fuertes vientos de lluvia amenazaban con convertirse en tempestad. Al encontrarse frente a Margarita el capitán de aquel barco decidió echar ancla, para pasar allí la tormenta. Como por arte de magia, cesaron los vientos y el oleaje. Cuando se dispusieron a zarpar de nuevo volvió el mal tiempo. Decidieron entonces detenerse allí, y el mar se calmó completamente. Aquello les parecía francamente sobrenatural.
Decidieron desembarcar en el puerto de Pampatar. Después de referir la historia, donaron el Cristo a la iglesia. Al hacerlo, pudieron continuar su viaje sin problemas. La historia se conoció en toda la isla y la devoción al Cristo del Buen Viaje fue creciendo. Hoy en día lo llaman el “´Viejo”, el inseparable amigo de los pescadores.

PATÁ CRUZÁ (Mercedes Franco)
La leyenda de Patá Cruzá es muy conocida en Maracaibo. El protagonista es Praxíteles Montiel, un díscolo pescador, que un día al entrar a la iglesia, encontró muy cómica la postura del Cristo, con los pies cruzados sobre el leño. Desde entonces no lo llamó sino "Patá Cruzá ", es decir Pata Cruzada.
Cuando su mujer iba a la iglesia gritaba: -¡Mira Polifema, dale saludos a Patá Cruzá! Praxiteles comenzó a notar que su trabajo no rendía como antes. Y le dijo a Polifema: - Anda a la iglesia y pídele a Patá Cruzá que nos ayude.
Una tarde pasó frente a la puerta de Praxiteles un vendedor de telas. Como necesitaba reparar la vela, el pescador compró un buen trozo de lona blanca.
Después de remendar su vela, Praxiteles salió a pescar. Ese día saco tanto pescado, que estaba desconcertado. Las redes estaban repletas, el barco iba más pesado que nunca.
Al acercarse a tierra, todos lo guardaban con gran alboroto y señalaban su barquito con el dedo "¿Cómo sabrán que traigo buena pesca?", se preguntaba el hombre, contento e intrigado. Pero cuando llegó con aquella fortuna en pescado, nadie apartaba sus ojos de la vela. Allí en el trozo de lona que el pescador había comprado, se dibujaba a todo color la imagen de Pata Cruzá.
Desde entonces Praxiteles cambió, se hizo cristiano devoto. Y cedió a la iglesia aquella lona milagrosa, para que todos pudieran venerarla.

EL MOMENTO MÁS IMPORTANTE (Gabriel Jiménez Emán)
La fecha más importante de la historia es el nacimiento de Cristo -le dijo un borracho a un hombre en una taberna pobre, pero muy concurrida y alegre.
Si, tienes razón -le respondió el hombre, tomándose un trago antes de levantarse del banco de la barra. Primero lo bendijo. Después, se fue a hacer sus milagros.

UN MILAGRO DE DIOS POCO CONOCIDO (Julio Romero Parra)
Jesús y sus discípulos cruzaban a pie parte del Gran Valle de Rift en busca del río Jordán. Según cuentas antiguas escrituras no tan sagradas, el cauce de este río donde fue bautizado el Hijo de Dios se secaba para beneplácito del demonio. Entonces Jesús convocó a sus discípulos y les pidió que lo acompañaran a una larga travesía a través del valle para exorcizar los males que caían sobre la afluente. Por supuesto, ninguno de ellos se negó.
Emprendieron la marcha. El camino fue largo y agotador y al tercer día se quedaron sin agua y sin provisiones. Los becarios del profeta comenzaron a sentir desesperación debido a la sed y el hambre y no se cansaron de pedir algún milagro para poder salvarse de la muerte. Entonces Jesús detuvo la comitiva y les dijo a sus seguidores:
-No crean que eso de hacer milagros consiste en soplar y hacer botellas, no es fácil que digamos. Pero vamos a hacer el esfuerzo.
-¿Qué debemos hacer, Señor?-preguntó uno de ellos.
-Probemos de esta manera-dijo el hijo de Dios-: llorad, llorad todo lo que podáis y tomad una piedra para que Dios vea el tamaño de nuestra fe y de nuestros sacrificios.
Sin dudarlo, todos cumplieron las orientaciones. Todos, a excepción de Pedro quien, sin ser traidor como Judas, tenía fama de negador. Derramaron lágrimas y tomaron piedras de tamaños regulares. Pedro, por su parte, no soltó una lágrima y respecto a la piedra tomó una que apenas alcanzaba el tamaño de la yema de su índice. Luego continuaron la jornada.
Eran muchas leguas de camino y Las señales de agotamiento se hicieron más agudas. Los discípulos comenzaban a morder la tierra del Gran Valle de Rift, a enfrentar visiones fabulosas, a clamar por un milagro. Entonces Jesús detuvo la marcha nuevamente, levantó sus ojos y sus brazos hacia el cielo y exclamó:
-¡Dios mío, Tú que todo lo puedes, concédenos un milagro! ¡Convertid nuestras lágrimas en agua y nuestras piedras en panes!
¡Milagro! Los discípulos se sentían admirados y jubilosos. Comieron con mucho apetito las piedras que se volvieron pan y tomaron con mucha sed las lágrimas que se volvieron agua.
Pedro apenas pudo dar un bocado pues el guijarro que tomó era más diminuto que un grano de almendra. Tampoco pudo saciar la sed ya que no quiso derramar una sola lágrima y al revisar su cantimplora la encontró totalmente vacía. Sus compañeros se compadecieron de él. Le dieron pan y agua para no dejarlo morir.
Descansaron esa noche y al amanecer se levantó Jesús y dijo a sus discípulos:
-Llorad nuevamente y tomad otra piedra.
Pedro lloró desconsoladamente y tomó la piedra más grande que pudo encontrar. Sollozó y dio tumbos durante el resto de la jornada.
Así encontraron las riberas del Jordán. Las aguas habían bajado enormemente.
Dicen las escrituras no tan sagradas que la piedra que arrojó Pedro al rio fue suficiente para que El Redentor y su comitiva cruzaran el sagrado cauce. Y que bastaron las lágrimas de Pedro para que el río recuperara sus aguas perdidas.

EL NAZARENO DE SAN CARLOS (Lolita Robles de Mora)
Versión teatral colectiva de César David Canelón, Crismary Carolina Garrido,  Sor Salazar Londoño y Gabriela Urdaneta Fernández
.Personajes:
-Narrador
–Eleuterio
–Sr. Wikerman (padre de Adolfo)
-Adolfo (hijo de Wikerman)
-Novia de Adolfo
-Padres de Adolfo
-Feligreses
-Obispo
-Parroquias.
-NARRADOR: la escena se desarrolla en varias calles de la ciudad de San Carlos estado Cojedes, con la intención de recoger limosna para sacar en procesión el Miércoles Santo al Nazareno; específicamente en la calle Salías entre Figueredo y Miranda, donde el Nazareno  fue irrespetado por un joven (Adolfo).
Escena I
-NARRADOR: hace unos años, en San Carlos de Cojedes existía la costumbre de recoger limosna casa por casa para con ellas adornar las imágenes que sacarían en procesión los días santos; de ahí adquirían flores, cirios, arreglaban o remozaban las túnicas y mantos de las imágenes y comprarían “palitos” que darían a los cargadores como era tradicional.
Cuando se acercaba la Semana Mayor, las familias asignadas al efecto, salían de las distintas parroquias a recoger las limosnas, así recorrían casa por casa de todos los barrios de San Carlos; Las Lajitas, El Chuchango, San Juan, El Pao de Horno, El Huesero… Llevaban consigo una talla miniatura de la imagen para la cual pedían: El Nazareno, El Señor de la Peña, Jesús atado a la columna, El Santo entierro.
Escena II
-NARRADOR: Muy cerca de la Semana Santa salió el Sr. Eleuterio (entra Eleuterio en escena) a recoger limosnas para sacar en procesión el Miércoles Santos al Nazareno, cofradía de la iglesia de la Inmaculada Concepción. Llevaba una pequeña imagen y con ella recorrió muchas calles de San Carlos. A media mañana, se detuvo ante los almacenes de la familia Wikerman.
El Sr. Wikerman se instaló en San Carlos e hacía mucho tiempo y gracias a su trabajo constante había amasado una gran fortuna. Entre los grandes almacenes de venta al mayor y detal, además de la casa de familia, ocupaban toda la cuadra.
Escena III
-NARRADOR: El joven Adolfo (El joven Adolfo entra en escena), hijo del acaudalado comerciante, recibió al señor Eleuterio con una sonrisa irónica, lo escucho y por hacerse el gracioso delante de su novia, sacó de un bolsillo una caja de fósforos y cuando todos creían que daría la limosna acostumbrada, en forma irreverente raspó el cerillo en el brazo del Nazareno.  La novia asombrada le dijo:
-NOVIA: ¿Qué haces, Adolfo?
-ADOLFO: nada, ¿Qué importancia tiene?
-ELEUTERIO: Asustado dijo: ¡eso no se hace! Recibirá el castigo que merece su irrespeto.
-NARRADOR: Adolfo continuaba sonriendo ante el asombro de todos los parroquianos que estaban en el negocio.
El Sr Wikerman (entra en escena el Sr Wikerman) se acercó, le contaron lo ocurrido, miró la raspadura del fosforo en el brazo de la pequeña imagen y como un susurro exclamó al tiempo que depositaba unas monedas en la alcancía.
-Sr. WIKERMAN: ¡Jesús Nazareno, perdónalo, no sabe lo que hace!
-NARRADOR: Don Eleuterio salió de la casa de los Wikerman muy impresionado, temía que esta irreverencia pudiera causar la ira divina. Al poco rato el joven Adolfo se frotó el brazo derecho, dijo:
-ADOLFO: ¡Cómo me duele, es el mismo sitio en que yo raspé el cerillo al Nazareno!
-NARRADOR: El dolor crecía por momentos y Adolfo iba de un lado a otro dando gritos. De nada valieron los cuidados del médico ni las oraciones de sus padres.
-PADRES DE ADOLFO: (Entran en escena y repetían a cada instante): ¡Jesús Nazareno! ¡Perdón! ¡Cúralo!
-NARRADOR: La familia desesperada, ofrecía promesas, todo en vano. Adolfo cada vez estaba peor, pocos días después falleció.
Escena IV
-NARRADOR: A la semana siguiente, el Miércoles Santo, la cofradía de Jesús de Nazareno sacó a la sagrada imagen de la iglesia. Los cirios alumbraban tenuemente la imagen, las flores esparcían su roma y los devotos seguían la procesión con fervor. En la esquina de la calle Miranda, cruce con Salías, la imagen se hizo pesada. Los cargadores atónicos pidieron refuerzos, pero ni con ciento cincuenta hombres pudieron moverla. Miraron la bella talla del Nazareno, el con sus ojos tristes parecía decir: -“En esa calle yo he sido irrespetado, no pasare por ahí”.
Comprendieron el mensaje y se dirigieron en otra dirección, la imagen tomó su peso normal y continúo su paseo por las calles de la ciudad. Este hecho se repitió años tras años y por más que la familia Wikerman suplicaba y daba esplendidas limosnas para desagraviar al Nazareno, siempre al llegar a la esquina la imagen se hacía pesada y la procesión tenía que cambiar de ruta.
Escena V
-NARRADOR: Años más tarde, un incendio arrasó con todas las propiedades de los Wikerman, muchos familiares fallecieron y los pocos sobrevivientes empobrecidos emigraron. El pueblo comprendió que esto era un castigo del cielo causado por el irrespeto de un joven hacia el hijo de Dios.
Hace años por instancia del obispo de San Carlos, se incluyó la calle Salías en el itinerario que seguiría la procesión del Nazareno la noche del Miércoles Santo. Los feligreses sacaron en hombros a la sagrada imagen de Jesús Nazareno de la iglesia de la inmaculada Concepción. Atravesaron la Plaza Bolívar y las calles de San Carlos. La noche era clara y estrellada, la brisa movía suavemente las luces de los cirios, y los devotos susurraban oraciones, pero, de pronto cuando faltaban unos cuantos pasos para llegar a la calle Salías, el cielo se oscureció y cayeron gruesos goterones que en un instante dispersaron la procesión.
-OBISPO: (Entra en escena y dio la orden de cambiar el rumbo de la procesión)
-NARRADOR: Al instante las nubes se disiparon y la lluvia cesó. Todo siguió como si nada hubiera ocurrido, pero en el ánimo del pueblo quedó como manifestación de la ira divina. Interpretaron el suceso como la corroboración del castigo permanente de la imagen del Nazareno hacia el acto de irreverencia y burla de un joven rico.

viernes, 9 de junio de 2017

Breves cuentos, mitos y leyendas indígenas (8)

Niños Pemón. Imagen en el archivo de Alejandra Sánchez

MAYIKOK O PATAMONA (etnia pemón)
Cuando estaba en San Antonio de Roscio, había mucha cacería: paují, pava, báquiro, venado, y muchos otros más. Yo abrí mi pica  por las montañas por donde no había transitado ninguna persona del mundo. Todos los viernes al mediodía salí por esa pica a cazar y como era montaña virgen conseguía a cada rato pava, paují, venado, o cualquier otra cacería. Y un viejo piasán que estaba en la comunidad me hizo la siguiente advertencia: Díganle a mi sobrino Carlos Figueroa que cuando consiga una o dos cacerías, que se regrese inmediatamente con esa cacería. Porque si insiste en conseguir más, está expuesto que los dueños de esos animales, de esas aves, se lo lleven a un mundo,  donde ellos  viven muy diferentes a nosotros. 
 Me costó creer lo que el piasán me advertía, hasta vivirlo. Un día salgo por la misma pica que solía salir, cuando iba a cazar  y cuando voy caminando por la pica observo que hacia mí vienen una manada de monos, y me espantan unas pavas hacia donde estoy. Y tres pavas se paran en un árbol, en unas ramas… yo cazaba con la bácula  muy bien, tenía buena puntería.
 Pero ese día no sé qué me pasó, yo creo que lo que me sucedió en ese momento fue un signo de algo que me iba a suceder. Así lo interpretamos nosotros los indígenas. Por ejemplo cuando nos sucede una cosa anormal, algo va a suceder. Y efectivamente eso fue, eso sucedió en la forma siguiente. Se encaraman las pavas en unas ramas y disparo, serían como 15 o 20 metros. Pero las pavas no caen. Se vienen más cerquita de mí y se paran: ¡Cucucucujuu! Vuelvo a disparar, pero vuelven a regresar al mismo sitio y sigue con su canción: Cucucujuu. De ahí se me va y la sigo con la vista fija, y se encaraman en aquella rama, un poquito más lejos. Y sin pestañar me aparto y voy hacia la pava: Aquí se agarró… y no la veo. Si no fue a ninguna parte ¿qué paso? Y de repente oigo que están para este lado.
 Pero cuando digo ¿Qué es esto, se vino aquella mata y ahora canta por otra dirección?
¡No, yo me voy! Cuál es mi sorpresa, encuentro la pava muerta y digo: ¿cuándo le di para que cayera allí, cómo eso? Bien, agarré mi pava, y en el camino había dejado un bolso donde cargaba los repuestos, el reparto de los cartuchos, un cuchillo, un pedazo de casabe, y otras cosas más. No es que me parece que lo dejé, sino que lo dejé sabiendo donde lo dejaba en plena montaña ¡y no encuentro mi bolso! ¿Qué pasaría, que pasaría?
Doy la vuelta, vuelvo a regresar, y lo busco. Entonces pienso: ¡Caray! ¿Será que alguien me lo llevó?  ¡No juegue! Ahora si hubiera caminado por el camino unos 20, 30 o 40 metros, no, yo camino y lo dejaría, ¡pero es que yo me aparte de aquí! No es que me paré, sino que… con seguridad. Pero entonces me entra la curiosidad.
Pensé: ¿Caramba, algo me pasó! Sigo caminando y encuentro, como a 100 metros, la bolsa que había dejado aquí. Y de repente oigo un silbido de esos pájaros que nosotros llamamos Woroiwok, que cantan así: worouu- worouu- worouu. ¡Mira, se me espelucó la cabeza, me dio ese susto! Entonces me acordé del mensaje del piasan¡ ¿Serán estos?!
Yo había aprendido de algunos viejos que me decían que en cada sector hay un dueño que domina ese sector, y ese dueño puede ser algún piasan que vivió allí o algún anciano con conocimiento. Entonces como yo tenía conocimiento de que el primer Pemón que se ubicó en el sector Kuyunífue Juan Bravo, entonces le hablé a eso que me estaba silbando: Miren, no se extrañen de mí. Yo no soy extraño a este lugar ¡Yo soy sobrino de Juan Bravo! Y me vuelven a contestar: worouu- worouu- worouu ¡Me dio un miedo esa vez! Y eso fue la advertencia que me hizo el piasan.
Cazaba un venado y seguía cazando, y entonces llegaba un momento en que los dueños de eso decían: ¿Ah, te gusta? Ahora vente para que seas dueño de estos animales con nosotros.  Eso es lo que utilizan y dicen los que conocen de estos asuntos. Y así fue como me lleve el primer susto esa vez.
 El segundo susto fue que salí a cazar una noche y en la misma comunidad cantaban el que llaman “silbón”. Eso silbaba así: ma`chi`kototoi-Ma`chi`kototoi. Más pequeño y más grande. Y eso era anormal entre esa clase de pájaros o ave que canta. Voy en la noche de caza por esa pica con un perrito que yo había entrenado para ser cazador de venados, y cargaba dos linternas, una para alumbrar el camino y el otro frontal para alumbrar nada más cuando llegaba la cacería, para alumbrarla mejor para no perder la cacería. Andando por esa montaña oigo ese silbido ma`chi`kototoi-Ma`chi`kototoi.
 Inclusive esta imitación que estoy haciendo dicen los viejos que no se debe imitar, porque se venga: pone loco a uno, pierde los sentidos, y si uno no sabe Taren para contrarrestar, bueno, puede tomar otro camino. Pero para que cualquier día que oigan este silbido sepan que es un animal, que son aves peligrosas sagradas, por eso estoy imitando. Y como creo que no está cantando en este momento, y como estoy tan lejano, no me voy a loquear ni voy a correr por estas veredas.
 Bien, cuando oigo ese ruido se me espeluca la cabeza otra vez, prendo la linterna y me pongo a alumbrar por que la montaña está clarita, y nada. Sigo por el camino… de repente, siento que como a tres metros de distancia se para algo que hace ruido en  las hojas secas: worou. Me asusté y disparé en la dirección  por donde oía ruido. Un venado que se levanta ahí, se espanta, el perro mío lo sigue jau-jau-jau, dio la vuelta y cuando atraviesa el camino lo alumbro, ¡paa! Disparo y lo mato. Ese era el animal que estaba silbando. Lo oí en esa dirección y lo encontré en esa dirección. De modo. De modo que esos animales tienen sus dueños, que nosotros llamamos Mayikok. Hay muchos misterios en la selva.
 Yo eh preguntado a los que saben: ¿De dónde vienen estos dueños de las montañas? Y ellos me dicen lo siguiente. Que durante la guerra de la Independencia había piasan que sabían muchas cosas, y como no quisieron someterse se internaron en las montañas y ahí están con sus conocimientos  ancestrales, y que tienen poder de convertirse en un animal, en un ave, en un tigre, o en cualquier otra cosa. A muchos de nosotros los indígenas nos cuesta creer lo que nos dicen nuestros viejos, nuestros abuelos.
 Pero también muchos se han llevado la sorpresa de que es cierto lo que dice los viejos.
 Otros ejemplos: en el sector del km. 88 hay una zona donde los indígenas no penetran pues, las veces que penetran a esa parte, algo sucede.  Ahí hay un río, un afluente del río Kuyuni,  que tiene bastantes peces como Aymara.  
 El Aymara es un pez que nosotros los pemón nos gusta consumir, porque es un pescado sabroso. Lo comemos asado, ahumado, y de otras muchas maneras.
 Y estando yo ahí, un tío mío de nombre Julio Lezama me dijo: Mira, sobrino, yo voy a echar barbasco a ese río que yo sé que es muy celoso, en diferentes oportunidades los indígenas han querido pescar en comunidad y las veces en que se acercan a ese río, aunque sea en pleno verano sin haber visto que allá llovido esa noche, parece que llueve en la cabeceras  y eso se llena que no se puede pescar, y se han tenido que regresar.  A veces bajan hojas de cambur cortado con el machete, y nosotros sabemos que por ahí no vive ningún indígena Pemon.
 Porque los indígenas se conocen quien vive en tal parte. Así como en Caracas los caraqueños se conoce dónde está Petare, dónde está tal cosa, en la misma forma los indígenas conocen su selva. Saben dónde está la cabecera tal, o el árbol tal, el barbasco tal. Entonces en esa forma también saben de este sitio, y así ha sido que han ido varias veces a echar barbasco y no han podido, porque se llena inmediatamente. Es decir, el dueño protege a esos peces para que no se los lleven.
 Inclusive, en esa quebrada al pie de un árbol se ha conseguido escamas de Aymara, han escuchado que más adelante están conversando personas, inclusive niños bañándose en el río, gritando. Y cuando se acercan no encuentran nada, pero si rastros. Y no sé. Yo pienso que estas personas, como acabo de decir, son personas que huyeron durante la guerra de independencia y por no querer someterse ni a los realistas ni a los patriotas para ser baqueanos, se internaron en esas montañas con sus conocimientos. Y esos son los Mayikok dueños de los bosques, de las montañas, de los cerros. Eso es lo que nos explican posteriormente los piasán.

Tomado de Pataamunaanü´nin: Nuestras Tierras son de nosotros (Etnia Pemón). Carlos Figueroa. Ediciones El Pueblo. Ciudad Bolívar. (2005)


EL CACHICAMO (etnia yukpa)
Kamashru
Kamashru era una persona muy pícara y malintencionada. Sus bromas eran pesadas y a todos molestaban. A menudo se disfrazaba  de distintas  clases de gente para asustar a un pobre yukpa que vivía solo. Otras veces lo hacía  caminar sin rumbo fijo, con alguna treta, o lo encerraba en su propia casa y lo hacía comer bajo engaño la carne de algún animal podrido.
Sucedió que aquel hombre sencillo se cansó de tantas bromas crueles y tontas jugarretas y decidió vengarse de Kamashru, haciéndole él también una maldad. Pero debía esperar el momento preciso. Un buen día Kamashru, que andaba cazando, llegó sediento a su casa.
-Hermano – le dijo - ¿me regalas una taparita de agua?
-Si tuviera te daría – respondió el yukpa - pero, se me acabó.
 Sin embargo el caño está cerca. ¿Por qué no vas hasta allí a beber?
-Buena idea – convino Kamashru. Llegó hasta el caño y se inclinó para tomar agua. El yukpa solitario comprendió que aquella era su oportunidad. Tomó una vara de caña brava llamada Vishira, que tiene forma de rabo de cachicamo, y se la colocó al bromista dentro del guayuco, en el medio de las nalgas, a modo de cola. Luego comenzó a reír y reír sin poder contenerse. Cuando Kamashru se dio cuenta de lo que pasaba, lanzó un grito de ira y trató de golpearlo. Pero en aquel momento se convirtió en un extraño animal, con un rabo bastante cómico y todo el cuerpo cubierto de una dura caparazón. A ese animalito lo conocemos hoy como Kamashru, el cachicamo.

Tomado de “El mundo mágico de los yukpa”, Marisa Vanini y Javier Armato, Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana  (2005)


WAJARI, LOS WAIKUNIS Y LA GESTACIÓN (etnia piaroa)
Esta historia la dicen en todos los cantos contra las enfermedades de animales para ayudar al parto rápido de las mujeres embarazadas. Los pensamientos de Wajari andaban por Mariweka y visitaron numerosos recintos del mundo inferior. ¿Y qué encontraron por allá? Que todas las hembras de los animales estaban embarazadas y enfermas. Los pensamientos también vieron que la madre del mono, del báquiro, del armadillo paren con mucha dificultad. Wajari dijo: “Ya hace tiempo que creé a los piaroa, sin embargo, se enferman tanto al parir, como los animales. Y si me muero, las enfermedades quedarán”.
Wajari usó a los waikunis, que son hombres como los piaroa, pero en la tierra ellos son el “Pueblo de Mariweka”. Como si ese pueblo fuera la madre de los piaroa. Los piaroa dicen: “Los waikunis son nuestros parientes. Nos los comemos en forma de pájaros porque nunca nos enfermaremos de la carne de nuestros parientes”.
Los waikunis le dijeron a Wajaris: “Nosotros somos el pueblo de Mariweka. Queremos un canto que facilite el nacimiento de los niños”. Wajari dijo: —¡Sé un canto así!
El canto les sirvió a los waikunis: lo cantaron y al momento sus mujeres dieron a luz. Dijeron los waikunis: “Nosotros no necesitamos enfermedades así. De ahora en adelante nuestras mujeres comerán siempre carne de animales y parirán fácilmente. No queremos esta enfermedad. Podemos comer todo tipo de animales y tenemos nuestro canto, ya ahora nuestras mujeres tienen menos problemas”.
Los piaroa también cantan, y las mujeres no sufrirán más. Si ataca el espíritu marima, no puedes salvar a la mujer enferma. Pero los animales no tienen un canto así y se mueren con frecuencia con los pichones en su vientre. La madre de los animales trae al mundo sus pichones y Wajari les da forma: huesos, ojos, carne, uñas, pelo y muchas cosas más.


Tomado de: Cuentos y mitos de los piaroa. Lajos Boglár  Fundación Editorial El perro y la rana (Caracas, 2015). 

sábado, 25 de junio de 2016

Leyendas y cuentos cortos venezolanos (23) Varios autores


Joven llanera en el archivo de Santos Quiroga



DUENDE 
(Mercedes Franco)
Hay varias clases de duendes en Venezuela:
1. Duendes traviesos. Son pequeños, casi imperceptibles. Espíritus inquietos y bromistas, esconden objetos y hacen travesuras a los humanos. Se les ahuyenta si se va al baño comiendo un trozo de pan, también recitando en voz alta versos cursis.
2. Duendes que lloran. Su llanto infantil se escucha en las noches. A veces se dejan ver jugando entre los árboles. Son espíritus de niños que murieron sin recibir el bautismo. Para alejarlos hay que bautizarlos: se lanza agua bendita en el lugar y se le da un nombre al duende, así descansará al fin en paz.
3. Duendes enamorados. Son ceretones, duendes de la Sierra de Coro, que viven en los grandes agujeros llamados aitones, en compañía de los coycoyes y las culebras. Tienen aspecto de un adolescente, pequeña estatura y usan sombrero de copa alta, al cual pretenden en ocasiones una pluma o un escarabajo como adorno. Se acercan a las muchachas cuando comienzan la adolescencia y las acosan sexualmente con caricias invisibles. Les hablan al oído, les dedican versos de amor, se introducen furtivamente en sus habitaciones. A veces hasta las raptan y los familiares las encuentran en los más profundo de la montaña. Los ahuyenta para siempre el olor a pescado crudo junto a su cama.
4. Duendes conservacionistas. Los momoyes o momoes son duendes indios que cuidan el paisaje andino. Están junto a las lagunas y protegen la flora y el ambiente. Si alguien contamina el pasaje, lo golpean con ramas que llevan a manera de bastón. Si se les quiere alejar basta con ignorarlos, lo que no puedes soportar. El Kapo también es ambientalista: es un pequeño duende indio que habita las montañas de Falcón y Yaracuy. Dispara sus flechas de oro a quien daña la flora o fauna de la región.


FANTASMA
 (Mercedes Franco)
En Venezuela se les llama popularmente “espantos”, o  “aparecidos”. El fantasma es una aparición inmaterial esencial espiritual. Se supone que es la emanación sobre natural de un difunto humano. Sin embargó, ha testimonios de animales fantasmas y barcos fantasmales. La aparente solidez del fantasma oscila entre una masa brumosa e informe y la perfecta réplica de la persona.
En muchas religiones, existe la creencia de que el alma sale del cuerpo en momentos de inconciencia, como por ejemplo durante el sueño. También se cree que después de la muerte el espíritu merodea indeciso y desorientado junto al cuerpo del difunto, durante un buen tiempo. Se supone que si el fallecido era un ser imperfecto, de mala índole, se le dificulta ascender a un plano superior y por tanto permanece entre los vivos, atrapado entre dos mundos. Este ser de ultratumba toma a veces forma y apariencias visible, muchas veces con-determinada finalidad, otras porque aún no sabe que ha muerto y otras por desorientación. Se dice que los fantasmas aparecen cuando las personas han muerto violentamente, cuando amas mucho algún lugar o cuando han dejado oro enterrado allí.
Según la tradición popular a los fantasmas se les aleja soló con la cruz y el nombre Dios o la Virgen. No hay  que desafiarlos, ni se les ahuyenta insultándolos. Esto es contraproducente,  es factible que el fantasma se empecine en perseguir a quien lo retó “pegándosele a la pata”, como dice la gente.



LA LEYENDA DEL TESORO DE LAS SIETE MULAS (Álvaro Parra Pinto)
También conocida como “el Tesoro de Boquerón”, esta leyenda recordada entre los habitantes de Galipán cuenta que en tiempos coloniales un invalorable cargamento de monedas de oro salió de Caracas con destino al a Guaira sobre el lomo de siete mulas conducidas por un arriero.
Un grupo de maleantes, viendo pasar a las vestías y su cargamento, intercepto al arriero y, al ver que eran morocotas, le asesinaron antes de llevarse el cargamento.
Se dice que al verse perseguidos, escondieron el oro y huyeron para nunca más volver. Los lugareños aún creen que yace enterrado en algún lugar del teoso de boquerón, donde –en vano y durante siglos- muchos han buscado y aún siguen buscando este valioso tesoro.


LLANTO POR UN CABALLO
 (José Adames)
Había una vez un caballo que pintó un viejo. Cuando el viejo hacía los locos trazos lloraba pero sin hacer ruidos. Que pintaba sus ojos llenos de tristeza, lloraba. Que los ojos de este caballo veían malignos aviones lanzando objetos feroces, lloraba. Que en esos ojos se  reflejaba pequeñuelos, y ancianos y mujeres y hombres bravos (arrechísimos, podría escribir sin problemas), lloraba. Que las patas y la barriga abierta el caballo también miraban para el cielo, lloraba.
Cuando ya al viejo no le quedaba nada de su reserva de lágrimas que Dios le había dado un día de larga lluvia, acabó de pintar el caballo de un insólito azulito. Le puso entonces unas riendas de piel de cordero y se lo llevó para el museo de unos hombres muy ricos pero que eran buenos (¡cosa rara!). Y eran buenos precisamente por haber pagado para que les hicieran ese museo que era en verdad de todos. Entonces otros hombres que venían día a día-menos  los lunes- a ver que al caballo y decían pobrecito ese caballo, y se calentaban mucho (como los otros que dije) por todo lo que había sufrido el caballo herido que pintó el Sr. Pablo, también se daban a llorar y a llorar. 
Como si no hubiera ya más nada que hacer.



DESEO MAL GASTADO 
(Armando José Sequera)
Conversando con mi suegra, le dije que a mí  me gustaría tener un loro, porque es un animal que, si uno lo enseña, puede aprender hablar y hasta a cantar. Esa misma tarde, llegó a la ventana del apartamento un lorito que, a kilómetros, se veía que había huido de algún lugar cercano. Era de lo más manso y se dejó agarrar por mí, tranquilamente. Sin embargo, para que no volviera a escaparse, cerramos todas las ventanas, mientras yo salí a comprarle una jaula. Cuando regresé, lo metimos en ella y se quedó como si toda la vida hubiera vivido allí. Pero, al día siguiente, cuando estaba desayunando, me le quedé viendo y agarré tremenda rabieta porque, en ese momento, me di cuenta de que me habían concedido un deseo y yo lo había malgastado en un loro.



INTERROGANTES
 (Enrique Plata Ramírez)
La mujer, en medio de la desolada calle, sintió un profundo temor del hombre que acabara de pasar por su lado. Creyó que su mirada la asesinaba. Se sintió, de pronto, asediada, robada y ultrajada.
Asustada, se volvió luego para verlo y sus ojos se encontraron ante una distante y furiosa acometida.
Rato después, ya en su casa, notó que le faltaba el reloj. Y no supo explicarse porque llevaba la falda destrozada.



NADA SE QUEMÓ
 (Ramón Lameda)
El único propósito que la llevó a aquel sitio, era el de tomarse un café. Lo pidió. Se lo trajeron. Rompió la bolsita de azúcar disimuladamente con la punta de los dientes (con la punta de las uñas le fue imposible). Vació el contenido en la tacita. Mientras sostenía la cucharilla con los dedos índice y pulgar, haciendo movimientos rotativos, se predispuso a disfrutar en forma especial su taza de café. Se acercó la taza a la boca y vio un enorme ojo nadando sobre la superficie del café. Lanzó un grito tan terrible que el mesonero dejo caer la bandeja, el policía sacó su revólver, dos señoras que discutían en voz baja se agarraron a golpes, un perrito caniche saltó a la garganta de un perro de yeso, un gato que dormía apaciblemente sobre el mostrador, le saltó a los pájaros de plástico que adornaban el sombrero de una señora. En todas partes la gente se amotinaba, se informaban sobre el suceso, gritaban con las pelucas en las manos mientras los bomberos, con sus carros cisternas buscaban afanosamente el lugar del incendio.



SUICIDA 
(Gabriel Jiménez Emán)
Erase un hombre que siempre quería suicidarse. No tenía el valor de hacerlo: apenas imaginaba que iba muriendo, se acostaba y soñaba y retomaba su idea de suicidio, que le mantenía sano las doce horas hábiles del día, y luego lleno de sueños placenteros durante toda la noche.


TUVE UNA VISITA 
 (Eduardo Mariño)
Copas, guitarras. Delirio, alivio. Asustados, mis días no florecerán sino bajo el catre (el abono de cenizas de rosas parece ser efectivo contra ciertas malezas y algunas formas del hastío cotidiano).
¿Quién murmura en esta celda?, quién podría saberlo...lentamente llorarás, premeditando cada reflejo en tus lágrimas. El sol sigue deslizándose ¿amanecerá acaso? quise arrancar una flor para tu sombrero, pero inexplicablemente no llevabas ninguno.
El visitante dijo una mentira sin mala intención, pero suficiente para hacerme extender las alas, rayando el piso con mis garras. El visitante era casi silencioso y aparte de su mentira, sólo dijo adiós, entregándome una ligera roca agujereada. Al observarla al trasluz, pareciera tener la propiedad de permitirme adivinar tu sonrisa...



RÍOS CRECIDOS
 (Héctor Nuno González)
Inevitablemente, esa noche la pasó en vela, por un lado el incesante ruido de las gotas de lluvia al golpear las viejas láminas de acerolí que durante el día soportaron otra aventura de su padre, quien tenía como afición casi fetichista, trepar al techo y mudar la antena de televisión a cualquier lado solo para entretenerse. Y por el otro, la plena seguridad de que la cantidad de agua caída era suficiente para provocar el enfurecimiento del caño Buen Pan, que pasaba muy cerca de allí.
La violenta tempestad dio paso al silencio fúnebre de las madrugadas en Paso Ancho, Gabriel no supo el tiempo transcurrido desde entonces hasta el primer cantar de gallos que sus oídos alcanzaron a escuchar, mas si se preguntó cómo hacia su hermano, yacente a su lado, para dormir mansamente sabiendo de las maravillas que los aguardaban al amanecer.
José Malpica despertó temprano como siempre, su conductismo frenético lo llevó a encender el radiecito de baterías gigantes que solo sintonizaba Radio Paso Ancho 920 AM.
Lo colgó sobre el protector de la vieja ventana de la cocina y  empezó a tantear en el mar de cachivaches la olla para hervir el agua del café, la llenó en el grifo y la puso a hervir. Olvidó que quedaban solo un par de cucharadas del polvo negro, al abrir el tarro y percatarse profirió sus típicos improperios, ultimando con una meditación sobre el gobierno de Carlos Andrés Pérez, "y pensar que me eché tremenda rasca cuando ganó el calvo".
A pesar de lo insípida, disfrutó de la bebida mañanera con solemnidad de ritual, parado junto a la puerta que conducía al patio, deleitando el olor a tierra mojada concurrente en el aire.
Gabriel se levantó con los primeros claros, vio a su padre disfrutando del café y mirando hacía los charcos con nostalgia en los ojos. -Bendición papá- dijo desperezándose, -Dios lo cuide- respondió sorprendido, -¿por qué te levantaste tan temprano? es sábado-, no vaciló en su respuesta, -estoy ansioso por ir al caño, debe estar revuelto-. José sonrió en su interior, sabía del efecto causado por las múltiples visitas a los ríos crecidos junto a sus hijos, y que ahora, a pesar de estar entrando en la edad donde la razón ennublece el espíritu, mantenían impávidos el brillo en sus ojos ante la inminencia de los esplendorosos paseos.
Los 30 minutos transcurridos desde ese instante hasta que su hermano despertó parecían perennes, aguardó sentado en el corredor junto a Aqueloo, su perro, que escuchó atentamente y en silencio el relato de su amigo sobre las posibles aventuras en las que participaría también.
-Ángel apúrate, vamos a ver qué tan brava está la corriente-, oyó en el interior de la casa y se incorporó junto al animal, quien movía su chuta y gruesa cola blanca de alegría ante el inminente acontecimiento.
900 metros los separaban de su objetivo, Aqueloo era el escolta en el camino pedregoso y atiborrado de charcos, cruzaron el portón anaranjado que dividía la calle Monasterios de Paso Ancho con la finca tabacalera, la cual servía de castigo a los jóvenes que salían mal en sus estudios, o simplemente como única y miserable fuente de empleo y esperanza para las familias del lugar.
Avanzaban con paso firme y decidido. Gabriel, de cara y cabeza grande con nariz y labios de negro, ojos claros, huesos macizos y piel pálida, caminaba junto a su padre y su hermano. Ángel era un trigueño enjuto, de facciones finas, ojos grandes color miel y el frente de su cabeza adornado con par de remolinos que impedían peinado alguno. José Malpica aún era erguido como en sus tiempos de guardia nacional de la vieja escuela, de la época donde se consideraba normal que los uniformados vieran al resto de los mortales por encima del hombro. De cabeza prominente, piel canela y nariz aguileña, se preocupó siempre porque sus hijos vivieran aislados de la maldad dominante en el mundo, lográndolo hasta que la razón impuso su criterio.
Aqueloo fue el primero en llegar, miró aterrorizado la fuerza de la corriente que silbaba mientras arrastraba consigo ramas y troncos. Para todos la escena era familiar, sin embargo sentían un fuego candoroso en cada oportunidad.
-Busquemos una piedra gigante para lanzarla al agua- dijo José, empezando a buscar con la mirada el objeto, requisito indispensable para el ritual de obligado cumplimiento. 
Halló a un par de metros de la orilla una inmensa roca amarillenta, enmohecida por la humedad, pero perfecta para la ocasión. Gabriel y Ángel intentaron ayudar, pero su padre nunca lo permitía, detalle que ellos disfrutaban, no había nadie más fuerte que él. La levantó con tal esfuerzo que su cara enrojeció y las venas del cuello se marcaron como bejucos morados, caminó hacia el centro de la carretera en la que se levantaba el puente con alcantarillas y dejó caer la piedra al agua, un estruendo apoteósico se dejó escuchar dando paso al salto del agua que se levantó unos 2 metros, espantada por el impacto. -Soy el mas fuerte- gritó un exultante y victorioso José, mientras veía el brillo en los ojos de sus hijos, enardecidos de la emoción. 
Regresaron a casa, Gabriel contó lo sucedido a su hermana Luisa y a Eucaris, su madre, que oyeron amorosas y atentas la historia repetida, pero siempre cargada de miradas conmovidas.
Al llegar, José Malpica se sentó frente a su vieja mesa a escribir una canción, aún no había cruzado por su mente ni la primera línea de la primera estrofa, más sabía que algo bueno vendría. El motivo, saberse convencido que sus hijos lanzarán siempre un suspiro de nostalgia al aire en algún húmedo o revuelto lugar donde solo estará su querido recuerdo.