viernes, 24 de junio de 2016

Leyendas y cuentos cortos venezolanos (21) Varios autores

Joven de Cojedes en el archivo de Carlos González



ENTIERRO 
(Mercedes Franco)
Una Luz palpita, saltando en la noche tibia. Rodean un árbol grueso y se detiene allí, donde una débil sanación. Seguramente señala el lugar de un “entierro”. Los “Entierros” son tesoros enterrados, vasijas, botijuelas, o cofres repletos de oro, que alguien enterró.
Durante la conquista y colonización de Venezuela, muchos enterraban sus riquezas, por miedo a ser robados, pues no existían aun los barcos. A veces pasaba el tiempo y morían en forma inesperada sin poder revelar a los suyos el lugar del tesoro. Y ese oro permanece allí, bajo tierra, custodiado por el alma en pena de quien lo enterrará.
Dicen que existe en Paraguaná un lugar especial, llamado Cardón Liao, que oculta un gran tesoro. Antes de la Independencia vivía allí adinerado español, dueño de un hato llamado “Acayude”. Una vez iniciada la Guerra de Independencia, aquel hombre decidió volver a su país. Salió de su finca con varias mulas cargadas de oro y un esclavo. En la orilla del mar lo esperan un barco que lo llevaría a España. Muchos dijeron que se había llevado todo su oro. Otros, que lo enterró, para buscarlo después. Y algunos añadían que había enterrado vivo al esclavo, para que su alma custodiara aquel tesoro. Algunas noches se ve brillar entre las piedras de Cardón Liao una envolvente luz dorada, muchos creen haber visto vagar por la arena blanca una figura sombría. Es aquel infortunado esclavo negro, que vigila eternamente el lugar. En el cerro El Vigía, en Pampatar, hay una piedra mágica, llamada la “Piedra del Duende”, que brilla desde lejos en las noches y junto a ella se ven algunos niños jugando, supuestamente duendes. Se cree que el corsario francés Pierre D`Autant enterró allí su gran tesoro, luego se casarse con una bella margariteña.


ESCAPULARIO
 (Mercedes Franco)
Especie de talismán católico. Con imágenes, hechos en telas y fieltros, protege de todo mal, de fantasma, hechizos y fuerzas malignas. Tiene más valor si se le “reza”, si alguien de comprobada bondad reza sobre él más aún si se le bendice con agua bendita. Se lleva al cuello, dentro de la cartera o se pone bajo la almohada.



CARNAVAL
 (Ramón Lameda)
Era un Viernes Santo pero me fui a bañar al río Masparro. Sin embargo, me perseguía la voz de mi abuelo: El que se baña un día Santo, se vuelve pescado.
El calor apretaba y me lancé al agua como una jabalina asustada. En el fondo del río, encontré a varios de mis amigos muertos, transformados en peces oscuros nadando en el medio de una montaña de latas de cerveza. Todos me perseguían y querían que me quedara bajo las aguas. Desesperado, empecé a nadar buscando aire pero no avanzaba. Era como si tuviese una roca sobre el pecho.
Menos mal que era un sueño y me encontré nadando sobre la cama y sacudiendo la cabeza como un desesperado. Entonces abrí los ojos y vi a mi mujer cubierta de escamas y con una enorme cola de bagre en el lugar de sus lindas piernas.
_ ¡No puede ser! ¡No es cierto! _empiezo a gritar parado sobre el colchón.
Mi mujer me miró con un aire displicente.
 _Hoy es carnaval, estúpido. Ponte tu traje de Neptuno.



UN SUEÑO DE OTRO MUNDO
 (Enrique Mujica)
Chibí dormía con el radio prendido, tal vez una forma excéntrica de conjurar los recuerdos, de acallar el pensamiento. Su primo Luis Alberto compartió una noche la habitación con él. Ya tarde, cuando Chibí roncaba, Luis Alberto le apagó el radio. Él se despertó en el acto con el escándalo del silencio y le dijo al primo: “Primo, no me apague el radio porque me despierto “.



EL SOMBRERO DEL TURISTA 
(Gabriel Jiménez Emán)
Un turista va caminando por la playa y el sombrero se vuela, intenta recogerlo pero el sombrero sigue rodando por la arena, sigue detrás de él pero el sombrero va a dar al mar, sigue arrastrado por el viento y por fin se detiene al encontrar una roca.
El turista se lanza al agua, nada hasta la roca, coge el sombrero, y como está cansado se sienta un momento en la piedra a mirar las gaviotas y algunas lanchas que pasan.
Después se detiene un muy momento a tomar el sol, duerme un poco, y cuando despierta se da cuenta que ha perdido el sombrero, el turista se siente muy fuera de lugar y entonces nada hasta la orilla, va hacia el hotel, arregla su equipaje y se marcha a su país. 
Al llegar a su tierra se detiene en la primera playa que ve, y se sienta en la arena a esperar que llegue el sombrero. Después de varias horas lo ve aparecer cerca de unas piedras y se lanza al agua a buscarlo, pero el viento comienza a soplar fuerte y a llevarse el sombrero muy lejos: el turista piensa que hasta un país donde es imposible llegar.



LEYENDA DE LA VIRGEN QUE EL MAR 
TRAJO A CHORONÍ 
(Juan Vicente Camacho)
Hacia el año de 1780… vivían cerca de Choroní,  Don Juan del Corro, su esposa Doña Felipa de Ponte y Villena y sus bien educados hijos …Al amanecer de un día de verano, Don Juan entró en su sala después de haber presenciado la distribución de los trabajos del campo…
Felipa -le dijo Don Juan, cuando Dios bendijo nuestra casa, mandándonos el último de nuestros hijos, pensé  que hubiera llegado tu última hora…
Si, Juan, momento aquel en que creí perder la vida al darla a nuestro pobre Francisco… me acongoja el estado infeliz de nuestro Paquito, que ha tenido un año, no de vida, sino de sufrimientos superiores a su edad.
Así es, Felipa. En vano nuestro amigo el maestro Santiago Ordóñez ha recurrido a su ciencia para salvar los días de ese niño que Dios nos deparó para consuelo de nuestra vejez. El infeliz se muere de languidez y lo veo consumirse como una lámpara que se apaga por falta de aceite. -Pobre niño, murmuró Dona Felipa. 
Al ver tus sufrimientos y  los de nuestro hijo,  me encerré en mi oratorio para rogar a Dios por nosotros. Yo ofrecía al cielo que si salvaba tus días haría colocar la imagen de Nuestra Señora de la Soledad en el templo de San Francisco de Caracas… El cielo oyó mi oración, continuó Don Juan, y tú estás salva, aunque se muere nuestro hijo.
Si tal promesa hiciste, Juan, es preciso cumplirla a cualquier costa, y tal vez la Santa Señora nos conserve por nuestra fe la vida de Francisco. En ese momento entró a la sala un joven robusto, que tendría unos catorce años de edad.
Fernando -le dijo Don Juan con tono severo-, ¿por qué has dejado solo a nuestro padre capellán, siendo ésta la hora del estudio?
El mismo capellán en quien me manda, padre -respondió Fernando.  Todos los criados están en el campo y los que sirven la casa han ido a ayudar al desembarque. El padre me envió a decir a su merced que mi padrino, el señor Don Sancho de Paredes, capitán de armada, acaba de llegar a la playa. 
¡Don Sancho! -exclamaron a una voz Don Juan y su esposa. Corre hijo, ve en persona a traernos a nuestro buen amigo, y pídele antes su bendición.  Salió el joven de prisa a cumplir la orden de su padre y los dos ancianos se entregaron al regocijo por la llegada de Don Sancho, que miraban como una cosa providencial, pues el capitán debía hacer viaje a España en el navío de Indias, siento ésta la coyuntura más propicia para su encargo. Un momento después entró el capitán… y conversaron los esposos con Don Sancho, a quien tenían como de la familia…
Queremos, compadre -continuó Don Juan, que vaya Ud. a la Corte y disponga que el mejor escultor de las Españas haga la imagen de la Soledad, sin excusar gastos de ninguna especie, pues deseamos hacer al templo de San Francisco un presente regio, aunque en ello se nos vaya toda nuestra fortuna.
«Y encargará Ud., Doña Felipa, los vestidos y los ornamentos más ricos de oro y plata para vestir dignamente la imagen de Nuestra Señora.
Todo se hará a la medida de sus deseos -respondió Don Sancho de Paredes, despidiéndose para su largo viaje.  Ocho meses después, con buen viento y mar bonanza, salía para Indias el navío San Fernando, felices fueron los primeros días de navegación, pero al entrar en el mar de las Antillas, empezó a sufrir la embarcación frecuentes huracanes que casi diariamente se levantaban en su inmensidad tempestuosa. 
Un día amaneció el cielo de color de plomo… Un fuerte frío empezó a azotar las cuerdas del buque. Las olas se encrespaban, llevando la cabeza coronada de espuma y estrellándose con sordo rumor en los costados del buque. Bien pronto, con el viento arreció la lluvia y el pesado navío era arrojado por la tempestad, lanzándolo desde la cúspide de las olas furiosas hasta los abismos más espantosos. Don Sancho hizo arrojar al agua toda carga… Sólo quedaba sobre cubierta la caja que contenía la imagen de la Soledad… Por un instinto religioso, no había querido arrojarla a las olas sino en un último caso; pero ya el buque iba haciendo tanta agua, que hubo de verse en la dura extremidad de lanzar al mar la santa escultura y salvarse con sus marinos en los botes a todo trapo.
Bien pronto el San Fernando hundió la proa en las ondas rabiosas, giro con rapidez sobre las aguas, y rompiendo la armazón de sus tablas con un ruido que parecía un quejido lastimoso, despareció en un torbellino de espuma. Los náufragos fueron arrojados por el viento a las playas de la isla de Trinidad…
Casi a la misma hora y en la misma sala de su heredad, Don Juan  y su esposa Doña Felipa departían, formando mil conjeturas sobre la próxima llegada del San Fernando, y la consagración de la imagen de la Soledad, a quien debían la salud de su hijo Francisco, el cual estaba jugando a los pies de su madre.
Entró en la sala su hijo Fernando y, refirió a sus padres cómo estando los criados desechando un desagüe al mar, habían dado con una gran caja cerrada que, por su peso, debería algún rico tesoro arrojado allí por las olas…A la llegada de Don Juan y su esposa, dos robustos negros empezaron a romper la caja misteriosa. Al quitar la cubierta descubrieron… la imagen de la Madre de Dios, pálida y macilenta, con las manos cruzadas sobre el pecho y los ojos inundados de lágrimas. Por un movimiento involuntario, todos cayeron de rodillas ante aquella aparición divina…
Poco tiempo después, los hermanos de la Tercera Orden de San Francisco, colocaban en la nave de la derecha la imagen de Nuestra Señora…Un gentío inmenso colmaba las naves del templo, entre ellos Don Juan y su esposa, vestidos de ricas galas…
Estando en estas pláticas, entró pálido y agitado Don Sancho de Paredes, y se arrodilló en silencio ante la Virgen, entregándose a una muda contemplación. Los frailes y sus amigos respetaron su éxtasis religioso y sólo después que hubo concluido, recibió las felicitaciones y abrazos de todos por su vuelta…
Don Sancho, sin separar los ojos de la Virgen, exclamó con acento humilde:
Hermanos, adoremos la voluntad de Dios. Un año hace todavía que sorprendido por una tempestad en el mar Caribe, arrojé a las aguas con la carga del navío una caja cuadrada que encerraba esa imagen, hecha ante mi vista y por mi dirección en Madrid. Con mis propias manos la entregué a las olas, pidiendo antes perdón a Dios, y ahora la veo con sus mismos vestidos…
Don Juan refirió entonces lo que ya sabemos, y todos, después de adorar con santo regocijo el divino milagro, salieron del templo para asegurar el hecho bajo su firma, ante los alcaldes ordinarios, para ejemplo y edificación de los venideros siglos.



ME VOLVIERON A ROBAR 
(Deisy Elizabeth Silva Fuentes)
Cuando Jaime salió del trabajo, había recibido su cheque de la mensualidad. Llevaba una lluvia de ilusiones: quería comprarle la computadora a su esposa, le tendría que comprar los zapatos para hacer deporte a Gabriel, abastecería la nevera de su casa, le compraría algunas cosas que su madre necesitaba y hasta le alcanzaría para tomarse unas cuantas cervezas y para obtener la muñeca Jimena, tanto deseada.
Dobló la esquina, apuró el paso y llegó justo a tiempo para entrar al banco, antes de que el de seguridad cerrara la puerta. Pensó: “qué suerte tengo, mañana tendré el día libre, me dieron mi cheque y tal parece que lo cobraré hoy mismo; por el camino que voy, voy muy bien, ¡excelente!... al menos hoy, no gastaré mi sueldo jugando bolas; ni tendré que inventarle excusas a la cuaima que tengo por esposa”. En media hora había cobrado el cheque. Guardó el dinero en el bolso y salió del banco. Su casa no quedaba lejos; así que decidió caminar el corto camino.
Había recorrido dos cuadras, cuando sintió que en su cráneo lo apuntaban con la punta fría de un cañón. “Alto, no des un paso más” — dijo el malhechor, “si lo haces, te quiebro aquí mismo”. Una moto se acercaba y el conductor hablaba con el atacante… “¿Qué haces?”, “apúrate, no juegues, ten cuidado y muévelo pana”. Jaime se resistía a perder su maleta; pero cuando el tipo reafirmó el arma en su cabeza, no se opuso más. El hombre tomó el bolso, subió al vehículo y se fueron.
 Jaime quedó lamentándose de su suerte, decía en voz alta, ¿Qué le diré ahora a mi mujer? Esos tipos los conozco yo; donde los vea los mato. Pronto se oyó nuevamente el ruido de la moto. Ellos regresaron y llevaban aún sus pasamontañas; al pasar frente al desdichado, le arrojaron algo y le gritaron, “para que te la comas en tu casa”. Cabizbajo, llegó aquel hombre a su hogar, sin ilusiones, sin esperanzas. Su mujer le preguntó: ¿Qué te pasó ahora? Sin pensarlo dos veces, él contestó: “me volvieron a robar”.
En su mano llevaba el cuerpo del delito, el arma con que le apuntaron; por lo que pensó que perdería su preciada vida; por lo que murió de miedo; la pistola con que lo robaron… un plátano verde.

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