sábado, 25 de junio de 2016

Leyendas y cuentos cortos venezolanos (22) varios autores

Mujer de Cojedes en el archivo de Gabriela Zerpa



DÍCTAMO REAL 
(Mercedes Franco)
La fragante planta conocida como Díctamo Real, a la cual se le atribuye el poder de producir fertilidad y aumentar la potencia sexual, en un verdadero misterio. Ella nace donde nace la neblina, allá en lo más alto de los páramos andinos. Los lugareños lo conocen como “Yerba de Cierva”, porque se dice que sólo los verdaderos la conocen. Se le atribuyen virtudes terapéuticas y muchos afirman que prolonga la vida.
Según una leyenda antigua de los andinos timotes, el Padre Creador hizo brotar del suelo el Díctamo Real para aliviar de los mortales. Se conmovió al ver cómo una bondadosa reina languidecía, víctima de un raro mal. Una de sus guerreras subió al páramo inspirada por los genios de la montaña. Debía buscar la hierba mágica, con la cual  su reina sanaría. La joven buscó por todas partes, sin hallar ninguna hierba especial. Cansada de tanto subir cayó desmayada en lo más alto de la helada cumbre. Cuando volvió en sí, observó a una cierva que mordisqueaba una planta. Lo interpretó como una señal divina. Arrancó aquellas hojas y bajó feliz a su pueblo.
La reina de los timotes sanó definitivamente al beber la infusión de Díctamo Real. Desde entonces, los indios comenzaron a buscar la “Yerba de Cierva” confiando en el instinto de los venados, diestros en localizarlas. Hoy en día es muy difícil encontrar el Díctamo, pues se dice que ha huido hacia regiones aún más altas, por mandato del Padre Creador.


ESPANTO 
(Mercedes Franco)
Tradicionalmente, en los pueblos venezolanos se llaman “espanto” a todo fantasma, pero hay una deferencia. Un fantasma puede ser benévolo o maligno, mientras que un espanto es una aparición maléfica, pavoroso, de aspecto aterrador, se cree generalmente que es una encarnación de Satanás, o el alma atormentada de alguien que en vida cometió terribles crímenes y expías sus pecados errando por la tierra en esa forma miserable, un espíritu inferior, que se alimenta del espanto que causa, y jamás podrá obtener descanso, ni llegar al cielo. Es una visión terrorífica, y aun busca generalmente aterrar a quienes se les presenta, en ocasiones defiende algún lugar, y la causa de su horrible aspecto es de tratar ahuyentar a quienes invaden ese espacio que considera propio.



ESPIRITISTA 
(Mercedes Franco)
Espiritista o espiritualita es el que se dedica a todo lo relacionado con el mundo espiritual. El espiritismo o espiritualismo es una secta derivada del cristianismo, que busca la superación del ser humano a través de la consulta y guía de espíritus superiores. En décadas recientes, han proliferado en nuestro país los médium, espiritistas los consultores espirituales y sanadores a través del aura. Todo esto corresponde a una búsqueda del ser humana, que desea hallar algo en qué creer.
Espíritus burlones. En otros países se les llama “espíritu chocarreros” o poltergeist.  Parecieran divertirse a costa de la gente. Su única finalidad es desconcertar, confundir y asustar a los seres humanos cambiando de lugar sus objetos, produciendo ruidos o efectos de luz inesperado, pocas veces son en verdad terroríficos.


LEYENDA DE LA DIABLESA Y EL FANTASMA DEL MORO
(Celestino Peraza)
Se llamaba Magdalena, como la enamorada del Gólgota, y como ésta pasó del pecado al arrepentimiento. Pero no hasta el punto de la rubia galilea, porque la nuestra contrajo al fin matrimonio con Pedro Juan García, individuo que, muy al contrario de Jesucristo, había estropeado en los bailes muchas mejillas antes que le tocasen las suyas. Después de su matrimonio, se fueron a vivir al vecindario de Tupuquén.
Tupuquén era uno de los veintiocho pueblos fundados por los padres catalanes, hoy casi todos en escombros. Y éste apenas seria conocido si no hubiese sucedido que, frente a él, en el río Yuruari que lo roza por la derecha, fue donde se descubrió por primera vez el oro de nuestra hermosa Guayana.
Hay también otra razón por la cual Tupuquén goza de celebridad. Además de la riqueza minera, brota en sus sabanas un pasto magnífico, especie de heno hecho venir de Egipto por “El Moro”, inglés escéptico, descendiente directo de Lord Hamilton, quien se instaló, se casó y murió en Tupuquén, sin  volver a Londres, donde su familia colmada de riquezas le llamaba con insistencia.
Con todo Tupuquén ha seguido arruinándose y para la época que referimos, apenas quedaban cuatro casas de construcción antigua.     Fue en una de estas, en la que habitó “El Moro”, allí, precisamente, vivía la Diablesa con su marido y dos retoños de su reciente matrimonio. 
Allá, en su juventud, Pedro Juan había sido afortunado. Sacó oro en abundancia, pero el juego de azar  se los arrebató. De su pasada fortuna, sólo logró salvar la las doce vacas para sustentar a su mujer y sus hijos. La Diablesa, al oír con frecuencia a su marido los dones con que la suerte le sonreía en otro tiempo, pensaba que aquello se repetiría.
Una noche, la Diablesa se acostó pensando en su idea favorita; y apenas se quedó dormida, comenzó a soñar que en el marco de la puerta que daba al corredor, veía a un hombre alto, flaco, de patillas rubias, ojos azules y vestido con un uniforme semejante al de coronel del ejército inglés, como ella lo había visto despierta en los cuadros pegados en la pared de la salita.
Aquella visión produjo en la Diablesa una pesadilla; quiso gritar, pero el grito no salía de la garganta. En plena angustia vio que el fantasma se llevó el índice a los labios en señal de imperioso silencio, y parado en lo alto del marco, bajó la mano y señaló a sus pies, mirando fijamente a la Diablesa. Cuando ella bajó la vista, su pesadilla se tornó alegría. Seis hermosos frascos bocones, de esos en los que los pulperos guardan sus conservas, estaban allí, en fila, abarcando todo el ancho de la puerta, repletos de oro en granos e iluminando el lugar con brillo deslumbrador. 
Largo tiempo estuvo la Diablesa contemplándolos con su natural codicia, y cuando levantó la vista aparente del sueño, el fantasma desapareció. Despertó emocionada y le fue imposible conciliar de nuevo el sueño; pero no dijo ni una palabra a Pedro Juan. 
Al amanecer, la Diablesa tomó una barra de hierro y se dirigió a la puerta. Sería imposible describir su emoción. ¿Y si aquello no era cierto? ¿No sería una burla de su imaginación, pensando siempre en el oro? Si todo resultaba puramente un sueño, ¿no se enfadaría Pedro Juan con la demolición de su pobre vivienda? -¡Bah! ¡Adelante! –Exclamó con resolución-. Yo misma arreglaré el marco si Pedro se disgusta. 
Y de un solo barrazo partió la tabla que coronaba el marco. Al quinto golpe, la Diablesa oyó el sonido como de un cristal que se había roto, y su corazón palpitó con una emoción profunda, indefinible. Tal era su alegría, que no pudo continuar. 
Por fin, ya repuesta, golpeó en el mismo lugar del vidrio roto. La barra atravesó la pared en sentido oblicuo, asomando su filo por la parte del corredor, y cuando la sacó un chorro de granos de oro salió por el hueco que dejó la barra. La Diablesa no pudo resistir aquel golpe de alegría y se desmayó, justo cuando Pedro Juan llegó quien corrió a levantarla del suelo sin saber de lo que se trataba…Pedro juan continuó la obra de su mujer. Allí estaban los seis frascos hermosos, repletos de oro bruto, en pepitas de diversos tamaños.    
¿Eran de El Moro o de los padres catalanes? Nadie lo sabe. Lo que sí se sabe es que Pedro Juan no perdió en el juego esta nueva caricia de la fortuna, sino que compró un hato y educó a sus hijas en el convento de Demerara.


ADVERTENCIA
 (Enrique Plata Ramírez)
Cansado de los continuos actos de desobediencia de su mujer, esperó el hombre pacientemente la oportunidad propicia para darle un castigo ejemplar.
La vez que le tocó salir huyendo de su ciudad, no pudo evitar recordar las advertencias que le hicieran aquellos extranjeros. Por ello le rogó encarecidamente: Mujer! ¡Por nada has de volverte a mirar lo que sucede atrás! 
Ella, que no desaprovechaba oportunidad para desairarlo con rebeldía, se volvió para contemplar lo que acabaran de prohibirle.
Una sonrisa de satisfacción se dibujó en el rostro del Lot al ver a su mujer convertida en estatua.


EL PASEO 
(Ramón Lameda)
El hermano del Rey se pasea en la carroza real. En perfecta coreografia, una docena de hermosas muchachas lo rodean, regando flores y perfumes. Detrás viene un cortejo de briosos corceles ataviados con penachos multicolores. Los estandartes se baten enloquecidos en el aire, al compás de los redoblantes. 
Una multitud silenciosa acompaña al desfile. El hermano del Rey bebe un dorado licor en una ánfora de plata. El líquido resbala por su barba y le moja el pecho descubierto. Sus ojos, como dos puntos de acero, recorren los escotes y las piernas de las muchachas. Sus manos se hunden en ese oleaje de carne vibrante.
De pronto, lo escolta se detiene y las cornetas soplan con toda su fuerza. La carroza se ha detenido al lado del cadalso. La guillotina, como un rayo enardecido, espera con su tajo en el aire.
El hermano del Rey comprende que su último deseo está concluyendo.


FIDELIDAD
 (Gabriel Jiménez Emán) 
Aquel hombre se enamoró de una sola mujer, y le fue fiel durante toda su vida. La mujer estuvo a punto de aceptarlo en matrimonio, pero se arrepintió al caer en cuenta de que ella no podía ser le fiel a un hombre tan fiel, que en cualquier momento, en un ataque de celos, podía quitarse la vida o quitarle la vida.



LA PROFESORA 
(Deisy Elizabeth Silva Fuentes)
La profesora estaba en su escritorio, sentada, con los lentes puestos y esperando la entrada de los estudiantes que estaban en el receso. Leía el periódico en su tiempo. Se levantó del asiento y seguía leyendo… caminó lentamente por todo el salón de clases, caminaba y leía, leía y caminaba. Terminaba casi de dar la vuelta completa al salón, cuando tropezó con un libro que estaba en el suelo; se inclinó y lo recogió; cuando lo hacía, notó que el broche de una de sus sandalias estaba suelto. Subió el libro y de una vez abrochó su calzado. Un botón de la camisa se soltó y se podía ver un poco de la piel de su pecho, esta situación creó un extraño ambiente, sonrojándose su rostro. Rápidamente, cuando miró el desliz del botón, se dispuso a sujetarlo. 
Maruja, era el nombre de aquella profesora recién graduada. Los nervios le atacaban en su primer día de clase. Repasaba el material, chequeaba su ropa, pasaba su mano sobre la silueta de su cuerpo, esperando que su vestimenta estuviera bien planchada. Sacó un espejo de su bolso y comenzó a mirar su rostro para ver su apariencia; buscó un lápiz labial y moldeó las líneas onduladas de sus labios. Soltó su cabello, observó cómo le quedaba; pensó por un momento de manera sonriente, luego su rostro endureció y recogió de nuevo su hermosa cabellera.
Los lentes permanecían desde hace rato en el escritorio, tomó nuevamente el espejo; miró su peinado y sonrió. Pronto escuchó el ruido de los estudiantes que regresaban  a su clase de matemáticas, rápidamente, guardó sus cosas personales, se colocó los lentes, tomó el material de la clase en sus manos y la recostó sobre su pecho. 
Muy seria, se presentó de la siguiente manera: “Soy Maruja Rivero; no me gusta la impuntualidad; soy adicta a la responsabilidad y al respeto, con esto me presento; yo soy su nueva profesora de Matemáticas”. Todos pensaron, “es un ogro”. Sergio, con una sonrisa y muerto de amor, la observaba y detallaba su figura. Ella no comprendía la actitud del muchacho, que según le habían contado, era el más tremendo, grosero y saboteador de las clases.
Él la había observado todo el tiempo, mientras ella esperaba en el salón.


LOS OJOS
(Orlando González Moreno)
Beatriz no se quería morir sin antes ver a su hijo mayor. Estuvo esperándolo durante una semana y éste no fue a verla. Al fallecer, quedó con los ojos abiertos. Sólo vino a cerrarlos cuando su hijo llegó a la funeraria y se acercó a la urna.



COLLAGE 
(Eduardo Sanoja) 
La cucaracha estaba ahogándose en el vaso de ron. Francisco preparaba uno de sus collages habituales en los cuales reproducía fragmentos de pinturas famosas recortando con  un “exacto” –esas cuchillitas mínimas y afiladas– pedacitos de papel de variados colores que escogía de revistas viejas e iba pegando pacientemente. En uno de sus descansos para contemplar su obra tomó el vaso con su mano izquierda para echarse un palo de ron. La cucaracha ebria y desesperada se aferró a sus barbas de salvación. La grima, el asco, hizo que Francisco manoteara violentamente al bicho. No había soltado el “exacto” y se lo paso por la yugular. Por eso quedó así, manchado su último collage.
                                                                                                  

JINETES DE LA LUZ 
(Humberto Mata)
Mira, decía ella, Cómo están hoy las rosas. Y él con la pipa encendida, se sentaba a mirar las rojas rosas de mercurio, en el porche de la casa rosada, con el pantalón viejo y las piernas cruzadas, como todas las mañanas en las mañanas de Mercurio, siempre a igual hora: la hora de los Jinetes de la Luz. Entonces surcaban el horizonte y se alejaban tal vez cuando él creía verlos ya pisaban otras tierras sin más preámbulos que las rosas rojas y la vieja que se pasea delante del hombre con las piernas cruzadas y el pantalón desteñido por el uso. Y en las tardes, cuando todo era más rojo la casa parecía una bola de fuego, el viejo contabas historias increíbles y tontas sobre cohetes espaciales. De hombres que pasaban sietes días en viaje a la Luna y luego, en el regreso, eran esperados como héroes. De enormes riegos y problemas. Cosas tontas para los jinetes que a esa hora regresaban, tal vez de otra Galaxia, y contestaban con historia aún más antiguas, pues sus vidas eran un continuo retroceso en el tiempo, un infinito viaje hacia el pasado ----alguna vez nos deleitaron con la fundación de Roma---. Hombres condenados a no envejecer nunca, cuya única razón de  existencia eran los trecientos mil kilómetro que sus cápsulas recorrían en un segundo.
Después el viejo se encerraba en su cuarto, debajo de la casa rosada: y la casa, debajo de la ampolla ambiental que cubría el planeta. Recorría con los ojos cansados todos los rincones como siempre desde hacía muchos años hasta llegar al cuadro situado en la pared. Entonces pensaba en otra cosas nadie sabe cuáles hasta el día siguiente, cuando la vieja decía algo de las rosas rojas de Mercurio y él cruzaba las piernas de pantalones rotos, sentado en la sillas Mercuriana, con la pipa encendida, en espera de los Jinetes y de nuevas historias todavía más antiguas; de nuevas tardes enrojecidas y de un cuadro adherido a la pared en algún cuarto de la casa rosada. 

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