Mujer de Cojedes en el archivo de Gabriela Zerpa
DÍCTAMO
REAL
(Mercedes Franco)
La
fragante planta conocida como Díctamo Real, a la cual se le atribuye el poder
de producir fertilidad y aumentar la potencia sexual, en un verdadero misterio.
Ella nace donde nace la neblina, allá en lo más alto de los páramos andinos.
Los lugareños lo conocen como “Yerba de Cierva”, porque se dice que sólo los
verdaderos la conocen. Se le atribuyen virtudes terapéuticas y muchos afirman
que prolonga la vida.
Según
una leyenda antigua de los andinos timotes, el Padre Creador hizo brotar del
suelo el Díctamo Real para aliviar de los mortales. Se conmovió al ver cómo una
bondadosa reina languidecía, víctima de un raro mal. Una de sus guerreras subió
al páramo inspirada por los genios de la montaña. Debía buscar la hierba
mágica, con la cual su reina sanaría. La
joven buscó por todas partes, sin hallar ninguna hierba especial. Cansada de
tanto subir cayó desmayada en lo más alto de la helada cumbre. Cuando volvió en
sí, observó a una cierva que mordisqueaba una planta. Lo interpretó como una
señal divina. Arrancó aquellas hojas y bajó feliz a su pueblo.
La
reina de los timotes sanó definitivamente al beber la infusión de Díctamo Real.
Desde entonces, los indios comenzaron a buscar la “Yerba de Cierva” confiando
en el instinto de los venados, diestros en localizarlas. Hoy en día es muy
difícil encontrar el Díctamo, pues se dice que ha huido hacia regiones aún más
altas, por mandato del Padre Creador.
ESPANTO
(Mercedes Franco)
Tradicionalmente,
en los pueblos venezolanos se llaman “espanto” a todo fantasma, pero hay una
deferencia. Un fantasma puede ser benévolo o maligno, mientras que un espanto
es una aparición maléfica, pavoroso, de aspecto aterrador, se cree generalmente
que es una encarnación de Satanás, o el alma atormentada de alguien que en vida
cometió terribles crímenes y expías sus pecados errando por la tierra en esa
forma miserable, un espíritu inferior, que se alimenta del espanto que causa, y
jamás podrá obtener descanso, ni llegar al cielo. Es una visión terrorífica, y
aun busca generalmente aterrar a quienes se les presenta, en ocasiones defiende
algún lugar, y la causa de su horrible aspecto es de tratar ahuyentar a quienes
invaden ese espacio que considera propio.
ESPIRITISTA
(Mercedes Franco)
Espiritista
o espiritualita es el que se dedica a todo lo relacionado con el mundo
espiritual. El espiritismo o espiritualismo es una secta derivada del
cristianismo, que busca la superación del ser humano a través de la consulta y
guía de espíritus superiores. En décadas recientes, han proliferado en nuestro
país los médium, espiritistas los consultores espirituales y sanadores a través
del aura. Todo esto corresponde a una búsqueda del ser humana, que desea hallar
algo en qué creer.
Espíritus
burlones. En otros países se les llama “espíritu chocarreros” o
poltergeist. Parecieran divertirse a
costa de la gente. Su única finalidad es desconcertar, confundir y asustar a
los seres humanos cambiando de lugar sus objetos, produciendo ruidos o efectos
de luz inesperado, pocas veces son en verdad terroríficos.
LEYENDA
DE LA DIABLESA Y EL FANTASMA DEL MORO
(Celestino
Peraza)
Se
llamaba Magdalena, como la enamorada del Gólgota, y como ésta pasó del pecado
al arrepentimiento. Pero no hasta el punto de la rubia galilea, porque la
nuestra contrajo al fin matrimonio con Pedro Juan García, individuo que, muy al
contrario de Jesucristo, había estropeado en los bailes muchas mejillas antes
que le tocasen las suyas. Después de su matrimonio, se fueron a vivir al
vecindario de Tupuquén.
Tupuquén
era uno de los veintiocho pueblos fundados por los padres catalanes, hoy casi
todos en escombros. Y éste apenas seria conocido si no hubiese sucedido que,
frente a él, en el río Yuruari que lo roza por la derecha, fue donde se
descubrió por primera vez el oro de nuestra hermosa Guayana.
Hay
también otra razón por la cual Tupuquén goza de celebridad. Además de la
riqueza minera, brota en sus sabanas un pasto magnífico, especie de heno hecho
venir de Egipto por “El Moro”, inglés escéptico, descendiente directo de Lord
Hamilton, quien se instaló, se casó y murió en Tupuquén, sin volver a Londres, donde su familia colmada de
riquezas le llamaba con insistencia.
Con
todo Tupuquén ha seguido arruinándose y para la época que referimos, apenas quedaban
cuatro casas de construcción antigua. Fue
en una de estas, en la que habitó “El Moro”, allí, precisamente, vivía la
Diablesa con su marido y dos retoños de su reciente matrimonio.
Allá,
en su juventud, Pedro Juan había sido afortunado. Sacó oro en abundancia, pero
el juego de azar se los arrebató. De su
pasada fortuna, sólo logró salvar la las doce vacas para sustentar a su mujer y
sus hijos. La Diablesa, al oír con frecuencia a su marido los dones con que la
suerte le sonreía en otro tiempo, pensaba que aquello se repetiría.
Una
noche, la Diablesa se acostó pensando en su idea favorita; y apenas se quedó
dormida, comenzó a soñar que en el marco de la puerta que daba al corredor,
veía a un hombre alto, flaco, de patillas rubias, ojos azules y vestido con un
uniforme semejante al de coronel del ejército inglés, como ella lo había visto
despierta en los cuadros pegados en la pared de la salita.
Aquella
visión produjo en la Diablesa una pesadilla; quiso gritar, pero el grito no
salía de la garganta. En plena angustia vio que el fantasma se llevó el índice
a los labios en señal de imperioso silencio, y parado en lo alto del marco,
bajó la mano y señaló a sus pies, mirando fijamente a la Diablesa. Cuando ella
bajó la vista, su pesadilla se tornó alegría. Seis hermosos frascos bocones, de
esos en los que los pulperos guardan sus conservas, estaban allí, en fila,
abarcando todo el ancho de la puerta, repletos de oro en granos e iluminando el
lugar con brillo deslumbrador.
Largo
tiempo estuvo la Diablesa contemplándolos con su natural codicia, y cuando
levantó la vista aparente del sueño, el fantasma desapareció. Despertó
emocionada y le fue imposible conciliar de nuevo el sueño; pero no dijo ni una
palabra a Pedro Juan.
Al
amanecer, la Diablesa tomó una barra de hierro y se dirigió a la puerta. Sería
imposible describir su emoción. ¿Y si aquello no era cierto? ¿No sería una
burla de su imaginación, pensando siempre en el oro? Si todo resultaba
puramente un sueño, ¿no se enfadaría Pedro Juan con la demolición de su pobre
vivienda? -¡Bah! ¡Adelante! –Exclamó con resolución-. Yo misma arreglaré el
marco si Pedro se disgusta.
Y de
un solo barrazo partió la tabla que coronaba el marco. Al quinto golpe, la
Diablesa oyó el sonido como de un cristal que se había roto, y su corazón
palpitó con una emoción profunda, indefinible. Tal era su alegría, que no pudo
continuar.
Por
fin, ya repuesta, golpeó en el mismo lugar del vidrio roto. La barra atravesó
la pared en sentido oblicuo, asomando su filo por la parte del corredor, y
cuando la sacó un chorro de granos de oro salió por el hueco que dejó la barra.
La Diablesa no pudo resistir aquel golpe de alegría y se desmayó, justo cuando
Pedro Juan llegó quien corrió a levantarla del suelo sin saber de lo que se
trataba…Pedro juan continuó la obra de su mujer. Allí estaban los seis frascos
hermosos, repletos de oro bruto, en pepitas de diversos tamaños.
¿Eran
de El Moro o de los padres catalanes? Nadie lo sabe. Lo que sí se sabe es que
Pedro Juan no perdió en el juego esta nueva caricia de la fortuna, sino que
compró un hato y educó a sus hijas en el convento de Demerara.
ADVERTENCIA
(Enrique Plata Ramírez)
Cansado
de los continuos actos de desobediencia de su mujer, esperó el hombre
pacientemente la oportunidad propicia para darle un castigo ejemplar.
La
vez que le tocó salir huyendo de su ciudad, no pudo evitar recordar las
advertencias que le hicieran aquellos extranjeros. Por ello le rogó
encarecidamente: Mujer!
¡Por nada has de volverte a mirar lo que sucede atrás!
Ella,
que no desaprovechaba oportunidad para desairarlo con rebeldía, se volvió para
contemplar lo que acabaran de prohibirle.
Una
sonrisa de satisfacción se dibujó en el rostro del Lot al ver a su mujer
convertida en estatua.
EL PASEO
(Ramón Lameda)
El hermano del Rey se pasea en la carroza real. En
perfecta coreografia, una docena de hermosas muchachas lo rodean, regando
flores y perfumes. Detrás viene un cortejo de briosos corceles ataviados con
penachos multicolores. Los estandartes se baten enloquecidos en el aire, al
compás de los redoblantes.
Una multitud silenciosa acompaña al desfile. El hermano
del Rey bebe un dorado licor en una ánfora de plata. El líquido resbala por su
barba y le moja el pecho descubierto. Sus ojos, como dos puntos de acero,
recorren los escotes y las piernas de las muchachas. Sus manos se hunden en ese
oleaje de carne vibrante.
De pronto, lo escolta se detiene y las cornetas soplan
con toda su fuerza. La carroza se ha detenido al lado del cadalso. La
guillotina, como un rayo enardecido, espera con su tajo en el aire.
El hermano del Rey comprende que su último deseo está
concluyendo.
FIDELIDAD
(Gabriel Jiménez Emán)
Aquel
hombre se enamoró de una sola mujer, y le fue fiel durante toda su vida. La
mujer estuvo a punto de aceptarlo en matrimonio, pero se arrepintió al caer en
cuenta de que ella no podía ser le fiel a un hombre tan fiel, que en cualquier
momento, en un ataque de celos, podía quitarse la vida o quitarle la vida.
LA
PROFESORA
(Deisy Elizabeth Silva Fuentes)
La
profesora estaba en su escritorio, sentada, con los lentes puestos y esperando
la entrada de los estudiantes que estaban en el receso. Leía el periódico en su
tiempo. Se levantó del asiento y seguía leyendo… caminó lentamente por todo el
salón de clases, caminaba y leía, leía y caminaba. Terminaba casi de dar la
vuelta completa al salón, cuando tropezó con un libro que estaba en el suelo;
se inclinó y lo recogió; cuando lo hacía, notó que el broche de una de sus
sandalias estaba suelto. Subió el libro y de una vez abrochó su calzado. Un
botón de la camisa se soltó y se podía ver un poco de la piel de su pecho, esta
situación creó un extraño ambiente, sonrojándose su rostro. Rápidamente, cuando
miró el desliz del botón, se dispuso a sujetarlo.
Maruja,
era el nombre de aquella profesora recién graduada. Los nervios le atacaban en
su primer día de clase. Repasaba el material, chequeaba su ropa, pasaba su mano
sobre la silueta de su cuerpo, esperando que su vestimenta estuviera bien
planchada. Sacó un espejo de su bolso y comenzó a mirar su rostro para ver su
apariencia; buscó un lápiz labial y moldeó las líneas onduladas de sus labios.
Soltó su cabello, observó cómo le quedaba; pensó por un momento de manera
sonriente, luego su rostro endureció y recogió de nuevo su hermosa cabellera.
Los
lentes permanecían desde hace rato en el escritorio, tomó nuevamente el espejo;
miró su peinado y sonrió. Pronto escuchó el ruido de los estudiantes que
regresaban a su clase de matemáticas,
rápidamente, guardó sus cosas personales, se colocó los lentes, tomó el
material de la clase en sus manos y la recostó sobre su pecho.
Muy
seria, se presentó de la siguiente manera: “Soy Maruja Rivero; no me gusta la
impuntualidad; soy adicta a la responsabilidad y al respeto, con esto me
presento; yo soy su nueva profesora de Matemáticas”. Todos pensaron, “es un
ogro”. Sergio, con una sonrisa y muerto de amor, la observaba y detallaba su
figura. Ella no comprendía la actitud del muchacho, que según le habían
contado, era el más tremendo, grosero y saboteador de las clases.
Él
la había observado todo el tiempo, mientras ella esperaba en el salón.
LOS OJOS
(Orlando González Moreno)
Beatriz no se quería morir sin antes ver a su hijo mayor. Estuvo
esperándolo durante una semana y éste no fue a verla. Al fallecer, quedó con
los ojos abiertos. Sólo vino a cerrarlos cuando su hijo llegó a la funeraria y
se acercó a la urna.
COLLAGE
(Eduardo Sanoja)
La
cucaracha estaba ahogándose en el vaso de ron. Francisco preparaba uno de sus
collages habituales en los cuales reproducía fragmentos de pinturas famosas
recortando con un “exacto” –esas
cuchillitas mínimas y afiladas– pedacitos de papel de variados colores que
escogía de revistas viejas e iba pegando pacientemente. En uno de sus descansos
para contemplar su obra tomó el vaso con su mano izquierda para echarse un palo
de ron. La cucaracha ebria y desesperada se aferró a sus barbas de salvación.
La grima, el asco, hizo que Francisco manoteara violentamente al bicho. No
había soltado el “exacto” y se lo paso por la yugular. Por eso quedó así,
manchado su último collage.
JINETES DE LA LUZ
(Humberto Mata)
Mira,
decía ella, Cómo están hoy las rosas. Y él con la pipa encendida, se sentaba a
mirar las rojas rosas de mercurio, en el porche de la casa rosada, con el
pantalón viejo y las piernas cruzadas, como todas las mañanas en las mañanas de
Mercurio, siempre a igual hora: la hora de los Jinetes de la Luz. Entonces
surcaban el horizonte y se alejaban tal vez cuando él creía verlos ya pisaban
otras tierras sin más preámbulos que las rosas rojas y la vieja que se pasea
delante del hombre con las piernas cruzadas y el pantalón desteñido por el uso.
Y en las tardes, cuando todo era más rojo la casa parecía una bola de fuego, el
viejo contabas historias increíbles y tontas sobre cohetes espaciales. De
hombres que pasaban sietes días en viaje a la Luna y luego, en el regreso, eran
esperados como héroes. De enormes riegos y problemas. Cosas tontas para los
jinetes que a esa hora regresaban, tal vez de otra Galaxia, y contestaban con
historia aún más antiguas, pues sus vidas eran un continuo retroceso en el
tiempo, un infinito viaje hacia el pasado ----alguna vez nos deleitaron con la
fundación de Roma---. Hombres condenados a no envejecer nunca, cuya única razón
de existencia eran los trecientos mil
kilómetro que sus cápsulas recorrían en un segundo.
Después
el viejo se encerraba en su cuarto, debajo de la casa rosada: y la casa, debajo
de la ampolla ambiental que cubría el planeta. Recorría con los ojos cansados
todos los rincones como siempre desde hacía muchos años hasta llegar al cuadro
situado en la pared. Entonces pensaba en otra cosas nadie sabe cuáles hasta el
día siguiente, cuando la vieja decía algo de las rosas rojas de Mercurio y él
cruzaba las piernas de pantalones rotos, sentado en la sillas Mercuriana, con
la pipa encendida, en espera de los Jinetes y de nuevas historias todavía más
antiguas; de nuevas tardes enrojecidas y de un cuadro adherido a la pared en
algún cuarto de la casa rosada.
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