Imagen en el archivo de Fernando Parra
CARDÓN (Mercedes Franco)
Dicen que cultivar cardones, cactus o
cualquier tipo de xerófilas trae la mala suerte. Que así como el cordón crece
en el desierto, la vida de quien lo cultiva se torna árida y
desértica, solitaria y vacía. Sin embargo, en El Molino y otros
pueblos de Lara, los campesinos cortan cardones en diciembre, y los adornan con
escamas de jabón y luces, a falta de un costoso árbol navideño.
CAREY (Mercedes Franco)
En Margarita se teme mucho al carey, especie de
tortuga marina. No sólo por su voracidad y fortaleza sino porque si no que los
pescadores creen que existe un carey diabólico. Dicen que cualquier día,
quienes pescan en los días santos pueden atrapar por casualidad un enorme
carey, con una concha descomunal y extraño rostro humano. Si lo ven en sus
redes deben arrojarlo inmediatamente al mar. Si no lo hacen sus cuerpos
empezarán poco a poco a deformarse, pronto tendrán escamas y una gruesa
caparazón cubrirá sus espaldas. La embarcación tal vez naufragará,
y a partir de ese día el mar tendrá entre sus habitantes otras nuevas
tortugas, monstruosos seres con aspecto de carey y rostro humano
CARIAQUITO MORADO (Mercedes Franco)
Flor silvestre de bello color lila, muy
recomendada para alejar la pava o mala suerte. Se hace un cocimiento o infusión
y se baña el cuerpo con ella. Muchos aconsejan llevarlo entre los libros y
enseres personales, o tener una planta en la casa. Hasta existe un jabón fabricado con él.
EL MILAGROSO CRISTO DE LA CARRETERA
(Monseñor Constantino Maradei)
Se desconoce el origen de la imagen del
“Cristo de Jose” y lo mismo podemos
decir de su devoción; pero es lo cierto que son muy antiguos y están
íntimamente ligados con la religiosidad popular de los viajeros que se detienen
en el lugar para rezarle, pagarle promesas y llevarle exvotos.
Es una devoción que está muy arraigada, no
sólo entre los habitantes anzoatiguenses, sino de toda Venezuela. Diversas
leyendas se tejen acerca de su origen, las cuales están entre la realidad y la
ficción, diciendo los lugareños, y también los que no son de allí, pero que
conocen la historia, «que había un sitio
en el monte donde los rebaños de ganado se espantaban sorpresivamente, porque
se le aparecían duendes, brujas y toda clase de demonios.
«Los arrieros de aquella época temían pasar
por el lugar. Y si lo de demonios podía ser una ficción, por lo menos había una
realidad: el ganado se espantaba, las reses se perdían para siempre en el
monte, se oían gritos”.
Cuentan que entonces a alguien se le ocurrió
levantar en ese lugar la imagen del Cristo de Jose, crucificado, con el mismo
aspecto de dolor y a la vez de resignación que tienen todos los Cristos, pero
con una particularidad: su figura.
Los lugareños comentaban: «Este es un Cristo
distinto. Su aspecto no es el del hombre delgado, casi famélico, que murió por
salvar a la humanidad.»
Este es un Cristo musculoso, atlético, con
unas piernas que nada tienen que envidiar al más fornido de los atletas. Un pie
inmenso que da la sensación de vigor y protección que seguramente buscaban
quienes decidieron allí instalarlo con el propósito de que «expulsara a los
malos espíritus».
Y así fue, las reses dejaron de espantarse y
perderse, ya no se oyeron más los gritos y quejidos y el paso de los arrieros y
lugareños fue tranquilo y pacífico, dando gracias a Dios por haber acabado con
aquella maldición.
Al Cristo de Jose lo llamaban también el
“Cristo de la Ruta” porque hace el milagro de revivir la fe de los viajeros,
pero los choferes lo llaman el “Cristo de la Carretera de la Costa”…
BULIMIA
(Gabriel Jiménez Emán)
Decidió enfrentarse definitivamente al
resultado de su bulimia; lo vio frente a ella y se dejó absorber por él hasta
el punto de hacerse diminuta, nadando en
el lago que ella misma había producido,
se internó en el denso líquido que iba tomando cada vez un olor más
embriagador, nadando a amplias brazadas en su profundidad. Cuando salió a la
superficie vio su propia cara y a su gran boca abierta. Entró en ella y se
atrevió a pasar más adentro. Llegó a su garganta y llegó a su esófago y luego
descendió por la laringe hasta el estómago, donde se sentó un rato a pensar
cuál sería el mejor remedio para su mal. Ahí mismo se dio cuenta de que acababa
de ocurrírsele una idea genial.
DOLORES UNA VEZ EN
LOS AÑOS
(Ramón Lameda)
El Alcalde de Dolores, deprimido por falta de
imaginación de sus habitantes, decidió crear un fabuloso premio para el próximo
carnaval. El que crear ara la máscara más original, la que sobrepasara mejor
los límites de la imaginación, ese sería el ganador.
Pasado el tiempo,
llegado el día, todos se levantaron ansiosos por ponerse la máscara que con
tanto trabajo habían confeccionado. Cuando los dos primeros habitantes se
encontraron frente a frente, fue tanto el horror que se regresaron rápidamente
a sus casas y no salieron más. Así les fue sucediendo a los demás moradores
hasta que Dolores quedó absolutamente desierta.
EL DÍA QUE YO TENGA REAL
(Armando José
Sequera)
El día que yo tenga real, mi compadre, y eso
va a ser pronto, porque estoy cerca de ganarme la lotería, yo no vuelvo a
trabajar más nunca. A partir de ese momento, me dedicaré a comprarme lo que me
dé la gana, que bastantes privaciones he tenido, y me iré a vivir a cualquiera
de esas urbanizaciones de ricos que hay en el Este. O no: mejor me compro una mansión
en algún lugar de los Estados Unidos, y me mando hacer
tremendo bar. Que si yo quiero un vinito
francés, de la cosecha de mil novecientos que se yo cuánto champan del
mismo que toma la Reina de Inglaterra, pues ahí lo tengo, a la mano. Aparte de
eso ¿usted sabe lo que a mí me gustaría hacer? Yo quisiera tener una flota de
Rolls Royces para la familia. Y otra flota de Mercedez Benz, para la
servidumbre. Mi chófer sería el negro más negro que se presente buscando el
trabajo, para ponerle un uniforme bien blanco y para que toda la gente, en la
calle, se nos quede viendo por dondequiera que pasemos.
DEBILIDADES
(Enrique Plata Ramírez)
Se pasó toda la vida amándola en silencio.
Mirándola a través de los espejos de sus lentes. Era una de sus debilidades.
Finalmente, un día se decidió a revelarle su gran secreto.
Y cuando la hubo desnudado para amarla por
vez primera, Clark Kent descubrió que Louise Lane era de kriptonita.
EJEMPLO DE MAESTRÍA (Eduardo Mariño)
Es sábado, estamos en un bar de Maracay. Hace
dos horas (o más precisamente, hace 7 cervezas) que me devano los sesos
ajustando dos párrafos inconexos en una historia blanquinegruzca.
Imperturbable, Evaristo me aconseja: «Más allá
de la sorpresa y los atributos divinos de tu prosa y tu lenguaje, el último
trago es lo que salvará siempre un buen argumento».
LOS NIÑOS QUE VAN AL CIELO
(Jesús Enríquez
Guédez)
En una aldea campesina que vivía de la
siembra de yuca, murieron sorpresivamente todos los niños por una extraña
epidemia que se los fue llevando en una semana. Amanecían con las miradas
enturbiadas por círculos amarillos que circundaban sus pupilas, y a medida que
avanzaba el día, como por efecto de la luz del sol los círculos se iban
extendiendo hasta teñir el blanco de los ojos, se desbordaban y terminaban
manchando el cuerpo de una acuosa palidez que hacía transparente la piel. El
color líquido invadía la sangre, los músculos y hasta el aire de los pulmones.
Y los niños debilitados, se adormecían y morían dormidos sin ningún signo de
sufrimiento, con una sonrisa en los labios como si estuvieran soñando.
La enfermedad colorante no atacaba a los
adultos, y como los campesinos saben que los niños son ángeles y cuando mueren
es porque Dios los necesita en el cielo para la vida de la eterna
bienaventuranza, interpretaban aquellas muertes como una gracia divina y
celebraban los funerales cantando y bebiendo hasta embriagarse.
El regocijo duró poco, porque mientras
pasaban los días y no veían a los niños jugar alegres bajo los almendros o
corretear detrás de los animales, comenzaron a sentir que algo les hacía falta.
Al principio mitigaban su inquietud mirando el cielo estrellado. Salían con sus
mujeres a los patios y veían como sus hijos les guiñaban los ojos con la luz de
las estrellas. Hablaban con ellos en largas conversaciones hasta el amanecer,
cuando aparecía prudente el alba recogiendo a los ángeles en su regazo.
Pero llegó el invierno con sus broncos
nubarrones oscureciendo el cielo, y los campesinos no podían dormir porque
presentían que de seguro sus hijos se estaban portando mal con Dios, y habían
caído en manos de Lucifer que anda por el cielo con truenos y relámpagos
matando niños.
Lo cierto es que de aquella aldea que era
reconocida en toda la región por la blancura de la yuca, no quedó ni el nombre.
Los campesinos, en el invierno que vino inmediatamente después de la epidemia
amarilla, se fueron muriendo de tristeza uno a uno. Últimamente ni sembraban y
como habían dejado de venir al pueblo, la gente comenzó a comprar la yuca a
otros campesinos. Además, como para que el castigo fuera completo por las
travesuras de sus hijos con Dios, las mujeres que estaban preñadas parieron
hijos amarillos que morían al ver la luz, así fuera del sol o de luna. Ni los hombres
ni las mujeres, enloquecidos de temores, sentían ahora el más mínimo deseo de
acostarse juntos para tener hijos. Desapareció la aldea de los campesinos que
se hicieron famosos por la blancura de la yuca. El verano que siguió a aquel
invierno trágico, cuando las estrellas volvieron a aparecer en el cielo, se
encontró a los campesinos acostados boca arriba en los patios con los ojos
eternamente abiertos.
HOMENAJE
A ALFREDO ARMAS ALFONZO
(Algunos Cuentos)
95
Cantaruco posee sólo un medio
para calificar a las mujeres. Cantaruco lo primero que le mira
a las mujeres son las piernas.
Si las piernas de las mujeres
que ve Cantaruco se adornan de pilosidad, ay Cantaruco. Cantaruco hace como
turupial, Cantaruco canta como tordito, Cantaruco silba como iguana, Cantaruco
se tira en el suelo y ahí se revuelca como un pollino levantando polvo,
Cantaruco pita como un toro, Cantaruco ladra, Cantaruco adquiere la mirada del
zorro, Cantaruco se para de cabeza y como nunca carga nada en los bolsillos no
tiene nada que estar recogiendo después, Cantaruco pestaña, Cantaruco escupe la
saliva, Cantaruco hasta pierde las alpargatas. Cantaruco monta siempre una
burra cana de Cantaruco realmente parecen de una mujer, sino fuera por el rabo
que le sobra y que Cantaruco le ha enseñado a llevar enhiesto como el del perro
cuando trota. Cantaruco y Bellalasonce llevan viviendo juntos como ocho años y
Cantaruco parece no darse cuenta de que los dos han envejecido en esa
familiaridad.
105
El general
Zenón Marapacuto contenía las turbas de La Libertadora por encargo y voluntad
de Dios. Jamás ni nunca dejó de pertenecer al gobierno y era zambo, silencioso,
muy fino de maneras, agradecido. Usaba capucha, vestía liquilique y se pasaba
por la cintura una banda amarilla que le tejió la difunta Marapacuto.
Don Ricardo lo
quería bastante.
-Ataca por
aquí, Zenón- le aconsejaba-. Que si baten, buscas la retirada sin exponerte.
¿No ves ese farallón? El que cae en ese farallón si ya no lo ha alcanzado una
bala se desnuca.
-Pero ¿con qué
gente, don Ricardo? Primero hay que reunir la tropa.
-La buscas.
-Sí, se los
quito al paludismo.
El general
Zenón Marapacuto jamás se desciñe su banda amarilla y jamás deja de tener
esperanzas en la revolución.
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