(Mercedes Franco)
En las montañas de la Cordillera de la Costa, dicen que hay extrañas flores que cantan y susurran. Son orquídeas, y muchos exploradores aseguran que tienen una hermosísima voz de mujer, y que dejan oír su canto al ver pasar cerca algún varón. No es extraño que abunden todo tipo de leyendas sobre esta serranía, aún casi inexplorada. En las extrañas de esta selva montañosa hay fuentes de agua cristalinas, mágicos ríos y pájaros de espectacular plumaje.
El barón de Humboldt visitó a Venezuela en 1808. Recorrió la Cordillera de la Costa, en su tramo oriental. Quedó maravillado con el esplendoroso paisaje y las majestuosas cumbres de la espesa serranía. Estudió la variadísima flora de la región y registró hermosas especies, para entonces desconocidas en el resto del mundo.
Mujer llanera en en el archivo de Llano, Leyenda y Folklore
LA LAGUNA DE ORO
(Mercedes Franco)
En nuestro estado Barinas queda un pueblo de
Dolores, cuyo nombre de resonancia hispana recuerda el paso de los
conquistadores. Al salir de Dolores, camino a libertad, otro pueblo barines de
significativo nombre, se encuentra en fresca laguna. Es la “Laguna de Oro”, que
según los lugareños está encantada.
La
Laguna de Oro brilla con un áureo resplandor, sobre todo al atardecer. Muchos
aseguran haber visto en medio de ella una canoa de oro, y en esta embarcación
va remando una mujer bellísima, de largos cabellos relucientes. Algunos la
describen como una hermosa india, que peina con un peine de oro sus largas
trenzas, atrayendo a los incautos hacia aquellas plácidas aguas. Esta leyenda,
que pareciera guardar relación con la de EL Dorado, afirma que quienes entran a
la Laguna de Oro, cautivados por la encantadora mujer que pasea en la dorada
canoa, nunca son llevados al fondo y convertidos en bagres, cachamas y coporos.
Es por eso que muchos se abstienen hasta de pescar en esta misteriosa laguna
barinesa.
LA LAGUNA DEL MEDIO
(Mercedes Franco)
A comienzos del siglo veinte, cuando Maturín
todavía era un pueblo, aún existía, cerca de Juanico, la Laguna del Medio. En
ella se solazaban nuestros abuelos, y ella les regalaba su frescura, con la
misma inocencia de las frutas y los pájaros. ¡Cuántos amores florecieron juntos
a la azul transparencias¡ ¡Cuantas risas y alegrías vieron aquellas aguas
dormidas¡ Un día, según cuentan, se ahogó allí una bella mujer italiana que
había ido de visita.
Algunas tardes solitarias, muchos las veían
surgir de las aguas, llamándolos cariñosamente. Las lavanderas se alejaron del
lugar por temor a aquella extraña aparición. Poco a poco, también las parejas
de enamorados dejaron de frecuentar la laguna.
Hoy en día Juanico sigue creciendo. Cada vez
hay más casas, más vehículos. Cada vez más gente busca su grato clima y su
verdor. Pero fue necesario un sacrificio. De alguna forma el progreso cobro su
deuda. La “Laguna del Medio” fue borrada del lugar. Secaron sus aguas
transparentes, y ya no regala al sol sus azules reflejos.
DESAMOR
(Deisy Elizabeth Silva Fuentes)
Allí
estaba Francisco, sentado en la grama de aquel cerro, escondido del mundo, de
su desamor por Clara. Ella era el amor de su vida, pero que por él ser pobre; o
como decían los padres de esa maravillosa mujer, era de baja categoría, había
sufrido el destierro de aquellos lugares, fuera del alcance de la vista de la
hermosa doncella. Clara también sufría; sufría con gran pasión, porque ella lo
amaba con todo su corazón. El cuerpo esbelto que con frecuencia se veía por las
adyacencias de la casa, se desvanecía como el viento, al igual que su pecho;
pero aún así, sus padres no se apiadaban de ella. Todas las tardes ocupaba
aquel lugar, con la esperanza de ver aunque sea de lejos a su bello amada.
Aquella, siempre permanecía vigilada por una
mujer contratada para que realizara dicho trabajo fielmente. Muchas veces
intentó escapar de aquel encierro, pero los peones de la hacienda se lo
impedían. Al igual que a él, le impedían a disparos, acercarse a Clara. Mucho
tiempo pasó y Francisco aún esperaba. Al fin llegó, vestida de blanco, con
flores de margarita en su cuello, los pies descalzos; pero radiante, como él la
había conocido.
Ante dicha situación, no lo podía creer,
pensaba que no era real. Y en efecto, se sentó en la grama verde y se escuchaba
el trinar de las aves de cantos delicados y las mariposas revoleteaban en su
entorno. Era un trozo de paraíso… Clara, se acercó y le dio el único y último
beso, inocente y amoroso a su amor primaveral. Luego de eso, se fue con el
viento; con una brisa suave y tierna como ella.
En el
pueblo se rumora que murió de desamor.
ALICIA
(José Adames)
Ayer
la enterramos con urnita triste de domingo y con música blanca de mandolina que
tocó su papá y luego el compadre de su papá. (Solo mandolina porque el cuatro
estaba roto).
Llegó
al bazar de la feria de las fiestas patronales con un extraño gato que la
guiaba –contó alguien-y como jamás había visto un espejo así de verde y de
grande, Alicia (maravillada) corrió lo más duro que pudo y trató de penetrar en
él.
En
el pueblo se dice que el gato la mandó a hacerlo.
EL
FABRICANTE DE PIEDRA
(Orlando
González Moreno)
Con las piedras que produjeron mis riñones
hice al comienzo un edificio. También fabrique veintisiete casas, pude levantar
cinco paredes de seis metros de alto y construí la larga caminería que
atraviesa el jardín de mi mansión.
Mis riñones dejaron de segregar orina hace
nueve años, desde una tarde que me comí un kilo de queso francés. Cuando fui
hacer agua en la noche, en vez de expulsar líquido, bote una piedra de
quinientos gramos de peso, sin dolor ni molestia alguna. Al día siguiente,
después de comprar dos kilos del mismo producto y comérmelo, orine a las pocas
horas un cálculo de mil gramos.
A partir de ese día, me estuve alimentando
solamente de quesos de diferentes orígenes, clases y marcas y seguí produciendo
piedras en la proporción que señale al principio: por cada kilo de lácteo, mis
riñones fabricaban quinientos gramos de esta solida sustancia mineral.
En poco tiempo amasé una fortuna: los
constructores, arquitectos e ingenieros solo compraban la piedra que producía
mi organismo, porque aparte de su gran calidad, se la vendía a un precio muy
económico. Además el gobierno me nombró su proveedor exclusivo: pudo encontrar
en mis riñones la fuente de la materia prima para solucionar el problema de la
vivienda en todo el país a un bajísimo costo.
Por la exclusiva demanda de mis piedras,
tenía que comer a diario toneladas y toneladas de queso roquefort, gruyere,
azul todos los quesos de Holanda. Así como también el parmesano, pecorino,
machengo, el duro de año, concha negra, el guayanés, el de telita de Upata, el
de mano y todos los que quería degustar.
Con la piedra que botaba mi cuerpo se
hicieron decenas de urbanizaciones, unos doscientos edificios medianos,
numerosas calles empedradas que daban accesos a museos y casas coloniales, unos
ochentas rascacielos. Por eso es que en mi casa lo único que se venía desde la
mañana hasta en la tarde, eran la filas de centenares de camiones, gandolas y
carretillas que se llevaban el mineral que fabricaban cada uno de mis riñones.
Sin embargo los urólogos y los nefrólogos
advertían que si continuaba consumiendo esas enormes cantidades de queso, todo
mi cuerpo se iba a petrificar. No hice
caso, porque la ambición de tener más dinero del poseía, no dejaron que entrara
en razón. Y continúe consumiendo más y más toneladas de lácteo para producir
más piedra. Es por eso que desde hace seis meses no me puedo mover de aquí, del
patio de mi mansión, pues me he transformado en una verdadera estatua.
El CHAMÁN
(Ramón Lameda)
El chamán tenía una
vela y un plato en la mano. Emocionado dijo a la tribu reunida: “He comprobado
que el tiempo es circular”.
Dio una vuelta a la
vela sobre el plato, en la imagen de un círculo, y apareció un anciano
tambaleante y grisáceo. Miró a su alrededor, y sólo vio esqueletos asistiendo a
su oratoria.
Lentamente, giró la
vela sobre el plato, en sentido inverso, y un coro de niños le interrumpió la
charla.
ESCRITURAS
(Enrique Plata Ramírez)
Nermin, preocupada al ver el cansancio de su
esposo reflejado en el rostro, se le acerco cariñosa y le dijo:
Mi Señor, ¿por qué no detienes tu escritura y
vienes a mi lado a reposar?
El escribidor, mirándola complacido, le
respondió:
Mi Señora, reposar a tu lado es penetrar en
las fuentes del paraíso de Alá, el misericordioso. Sin embargo debo continuar con
mi escritura para que la magia no termine, de lo contrario ni tu ni yo
existiríamos.
EL PRÍNCIPE PERDIDO
(Héctor Nuno González)
La abuela concluyó su faena en el corral, con
premura cambió el agua de tres pollos que arribaban a dos semanas mientras la
gallina decapitada minutos antes despedía sus últimos suspiros de agonía, sería
la encargada sazonar el caldo que repondría las fuerzas de su nieta, quien pasó
la mañana con los vómitos imprevistos que tanto acongojaron sus primeros años
de vida.
La niña, sentada en el afable piso de la
vivienda y distraída del reciente quebranto, jugaba con dos pequeños muñecos de
plástico que había extraído como únicos atractivos de una casa de muñecas que
su madre le había obsequiado semanas atrás, eran una princesa y un príncipe,
pero algún encanto especial guardaba este último, lo mimaba con exclusiva
atención y se angustiaba cuando no podía encontrarlo en su caja de cachivaches,
era sencillamente su predilecto. El frágil plástico cedió extenuado por las mil
batallas libradas en sus sudorosas manos, una parte de su diminuto brazo
izquierdo se desprendió mientras ella lo hacía cruzar el río más indómito que
su imaginación podía crear para rescatar a su princesa, -abuela- exclamó con voz
quebradiza, -mi príncipe se aporreó con una piedra y se rompió el brazo- a sus
sentidas palabras le siguió un llanto sombrío, que superaba por mucho el mínimo
requerido para conmover a su abuela.
La nana, mujer con talante y temple de acero,
ojos azules o verdes según su estado de ánimo y una nobleza inenarrable, corrió
a consolar a su adorada hablándole, o
más bien recitándole, lo que harían para solucionar el problema. No la bajó de
sus acogedores brazos hasta verla calmada, buscó un pomo de silicón líquido que
recordaba haber dejado en alguna parte y procedió a realizar la cirugía de
restablecimiento del príncipe, la cual consumó con un cuidado tan grande como
el amor hacia su nieta.
La
niña recobró la alegría gracias a la gesta de su abuela, que aprovechó la
ocasión para empujarle unas cuantas cucharadas de la sopa de gallina. Los
agujeros de sus mejillas volvieron a marcarse, dibujando de nuevo la sonrisa
depositaria de una particular combinación entre ternura y picardía, sus ojos
también recobraron el brillo, haciendo que sus cortos y lisos cabellos
cambiaran de tonalidad. Era necesario esperar dos horas para que el pegamento
se secara por completo.
La tarde llegaba a su fin, papá culminó su
jornada laboral y llegó a buscarla para irse a casa, -abuela, me voy a llevar
el príncipe para cuidarlo esta noche-, afirmó la niña con instinto maternal,
-está bien mi amor, ya se curó, Dios te bendiga-, exclamó despidiéndose hasta
el siguiente día.
Padre e hija salieron para tomar cualquier
transporte que pasara por allí. Luego de una espera corta abordaron una moto
conducida por un joven de gestos cordiales. La mitad del camino fue cubierta
sin novedades, el sol agonizaba y las estrellas empezaban a pedir paso, la
visión era complicada para el chofer de la motocicleta. La niña llevaba al
príncipe en sus manos cuando en una leve distracción se le resbaló, cayendo en
algún lugar del pavimento que mantenía aún la calentura provocada por el
inclemente sol del día. –Mi príncipe, se cayó mi príncipe- dijo angustiada la
niña, mientras que el padre pedía al
conductor que regresarán para buscarlo.
En vano buscaron durante algunos minutos, la
luz era tenue y complicaba la búsqueda, aparte era imposible precisar el
momento en que pudo haber caído. Mientras tanto la niña aguardaba en la acera,
conteniendo a duras penas el llanto. –Vámonos bebé, el príncipe se perdió-, le
dijo con el corazón arrugado de congoja, detonando las lágrimas de su hija, que
inició un lamento similar a cuando tenía ocho meses y su madre tomó la dura
decisión de dejar de amamantarla, opaco y cargado de sentimiento por la
pérdida.
Subieron a la moto, el llanto no se detendría
así no más, al llegar a casa su madre la recibió preocupada por aquel sollozo.
-¿Qué pasa mi ángel?-, le preguntó, ella respondió jipiando, -mi príncipe se
perdió, se me cayó en la carretera-.
No había consuelo posible, por lo que el
padre decidió intentar una nueva búsqueda, poco esperanzado por la escasa luz y
el hecho de que seguramente alguna gandola, por la época de cosecha de caña de
azúcar en la zona, ya lo habría triturado. Con el corazón roto por las pocas
probabilidades de éxito, cogió una linterna, le dio un beso sabor a esperanza y
salió.
A pié cubrió los dos kilómetros que lo
separaban del probable lugar donde cayó, al llegar a una bodega cercana, el
dueño, que era su amigo, le confesó que un mototaxista se había detenido a
buscar algo en medio de la calle y que se había marchado hace poco sin saber si
logró su objetivo. Él le explicó lo sucedido y penetró en las entrañas de la
carretera de manera intermitente mientras el tráfico se lo permitía, la luz de
la linterna se movía sin éxito por el asfalto. Cuando las fuerzas empezaron a
flaquear, se disponía a apagar la linterna y cruzar a la otra acera cuando un
tenue destello murmuró a pocos metros, -es él- gritó lleno de satisfacción,
estaba tirado a metro y medio del brocal, pálido, pero intacto, sin un rasguño.
Regresando a casa, con el paso expedito de
quien quiere brindar una alegría, imaginó la cantidad de ruedas que pasarían
cerca una y otra vez haciéndolo languidecer, o las cientos de arrastradas que
soportó a expensas de la fuerza del viento generado por los vehículos. Llegó
incluso a plantearse la forma de medir la generosidad del ángel de la guarda de
su hija, que impidió daño alguno.
Cuando abrió la puerta, la niña esperaba
sentada con la cara gacha, al elevar el rostro y observar la mirada de
satisfacción que traía su padre, sintió un susto en la barriga. Lo siguió
mirando expectante mientras se agachaba con la mano derecha cerrada, hasta que
la abrió dejando ver a su amado, la sonrisa más hermosa salió de su rostro,
acompañada de una luz en su mirada tan intensa como el amor de la abuela. Lo
tomó, lo apretó entre sus dedos y se lo llevó al pecho a la altura del corazón
exclamando: -mi príncipe, creí que no te volvería a ver nunca más-.
No hay comentarios:
Publicar un comentario