Mujer llanera. Imagen en el archivo de Elimar Castillo
DESAPARECIDOS
(Mercedes Franco)
Entre Mérida y Trujillo está
uno de nuestros más bellos parques nacionales. Es el parque “Sierra de La
Culata”, una región semi-desértica y casi inexplorada. En esas grandes cumbres
andinas la naturaleza se impone al hombre en todo su telúrico esplendor, en
todo su poder y su fuerza. Al parque Sierra de La Culata se llega por la
carretera panamericana o por la transandina. También por la vía que va desde
Mérida al páramo de La Culata, por la cuenca del río Mucujún. Es una carretera
impresionante que atraviesa grandes bloques, y asciende hasta más allá de los
2.000 metros de altura. Dice que en esta zona, alrededor de 200.000 hectáreas,
la gente desaparece. Solo encuentran sus zapatos, su ropa o enseres. Algunos
afirman que esos raptos se deben a extraterrestres y otros, que es un ente
fantasmal, llamado la Madre de la Noche.
EL DESCABEZADO DE SABANETA
(Mercedes Franco)
En el estado Barinas hay una alegre
población, llena de encanto y tradiciones. Se trata de Sabaneta fiel
representante de la típica hospitalidad llanera. Suena en cada casa el cuatro,
desgajando sus arpegios, y sonríen las más bellas muchachas. Pero en las noches
sin luna, una misteriosa leyenda recorre las calles de Sabaneta. Afuera sopla
el barinés, y su voz poderosa quiebra la soledad de la sabana, como un lamento
espectral.
Desde los tiempos de la colonia se conoce
la historia del “Descabezado de
Sabaneta”. Muchos dicen que se trata de un hombre que murió decapitado en una pelea de machete, por una bella
mujer. Desde entonces su alma doliente vaga por los alrededores, buscando la
cabeza que perdió en aquel duelo, hace más de medio siglo. Hasta no hace mucho
existió a las afuera de Sabaneta una vieja hacienda colonial. Se dice que allí
era donde aparecía con mayor frecuencia el “descabezado”. Se paseaba por los
amplios corredores y aterrorizaba a los extraños, cuando se les acercaba
tratando de indagar si alguien, por pura casualidad, habría visto su cabeza. El
“Descabezado de Sabaneta” es una más de las extrañas sugestivas leyendas de
nuestro llano. En las largas noches de ese eterno verano insomne, los viejos se
entretienen contando esas antiguas historias a sus nietos.
EL DIABLO BAILARÍN
(Mercedes Franco)
Durante la Guerra de la Independencia
Valencia se quedó sin hombres pero Rosaura Salas, hija de un rico hacendado,
tenía tantos deseos de bailar que dijo: “Bailaría con el mismo diablo si se
apareciera por aquí”.
Ya iba a retirarse a sus aposentos cuando se
oyó el galope lejano de un potro. Lo montaba un caballero rubio que parecía
forastero. Bajo del caballo y se acercó a la reja. Las muchachas se
alborotaron. Era en verdad muy atractivo, y vestía con la mayor corrección,
aunque lucía un tanto cansado. Tal vez era un mensajero. ¡Quizá traería
noticias del frente!
-¿Tendría, un poco de agua, señorita? Vengo
de muy lejos –dijo el recién llegado dirigiéndose a Rosaura. El visitante entró en la casa y se
sentó en una de las butacas de terciopelo. Mientras, las muchachas corrieron a
la cocina, para prepararle el agua fresca en la mejor copa de cristal. Se
escuchó una alegre música y el salón se llenó de elegantes parejas danzantes.
Una gran orquesta tocaba románticos valses. El forastero la invitó a bailar y
Rosaura bailó con él, pero cuidando quiso detenerse no podía. En verdad ya los
pies le dolían.
-¿Podemos sentarnos un rato? Estoy un poco
fatigada –Se excusó.
-¿Acaso no querías bailar? –Dijo de pronto el
hombre con una gran sonrisa, mostrando unos dientes blanquísimos-. Y tú
prometiste que bailarías conmigo si yo aparecía por aquí. ¿No es así? Pues por
eso vine. ¡Bailemos!
El extraño visitante continuaba danzando y
girando. Las hermanas de Rosaura arrastraron a la madre hasta el salón. Al ver
a aquel extraño caballero doña Teresa sintió erizarse toda su piel. Buscó
rápidamente un frasco de agua bendita y lo vacío sobre el bailarín, quien soltó
a la muchacha y desapareció en el acto, con un feroz rugido de rabia.
Desaparecieron también los músicos y toda la gente de aquella súbita fiesta.
Sólo quedaba un olor pavoroso, semejante al de la pólvora.
LA LEYENDA DE EL
HACHADOR PERDIDO
(José Rafael López)
Si por la noche se
oye
cabalgar algún
lamento
en San Casimiro se
pinta
la sombra de tu
recuerdo,
si es que te
encuentras penando
en las montañas del
tiempo,
con gusto hachador
perdido,
yo te rezaré tu
Credo...
Así comienza el
pasaje del Hachador Perdido, canto popular del Llano viejo, que nos habla de un
ser alto, calvo, con ojos "como dos brasas que queman el alma", de
dientes filosos, pecho cubierto de lana como la de un animal y manos planchadas
como las de una rana, pero que tienen un fortaleza tan grande que es difícil
describir. Lleva siempre su hacha en mano para arremeter contra todo aquel que
va a las montañas a cazar, no por hambre, sino por ambición...
Los viejos de aquí
que pasaron por esa zona de Apure, arreando enormes puntas de ganao, cuentan
que ese espanto en vida fue un humilde leñador, que tenía el antojo de hacerse
su propia urna antes de morirse, imagínese, lo terrible de los tormentos de esa
persona. Bueno, resulta que ese hombre,
un Viernes Santo, salió al monte a realizar su tarea, y allí Dios lo
castigó... Fulminándolo, al instante en que alzó el hacha para cortar un
tronco, porque los días santos no son
para trabajar y menos para cortar palos;
porque Cristo murió clavado en una cruz de madera. Así este ser se
convirtió en un ánima en pena, él todavía sale y es mucho el que ha pasado
enormes sustos al ver su espectro vagando los campos y bosques donde
eternamente cumple su cometido que es el mismo castigo por pagar... Oyéndose el
lúgubre retumbar de secos y prolongados
golpes de hacha...que remata con estos versos:
Montaña de San
Camilo
déjame quieto
montaña
deja que algún
caminante
vuelva a cruzar tu
maraña
me rece los siete
credos
que me están
haciendo falta
porque es la única
forma
de poder salvar mi
alma.
CREACIÓN DEL HOMBRE
(Enrique Plata Ramírez)
Y
Dios, llamando a su ángel favorito, lo durmió, y tomando un pedazo de su
corazón, creó al hombre a su imagen y semejanza .
CREACIÓN DE LA MUJER
(Enrique Plata Ramírez)
Tomó Dios a la serpiente, le abrió la boca y
dividiéndole la lengua, creó a la mujer a su imagen y semejanza.
GÉNESIS
(Enrique Plata Ramírez)
Y dijo Dios al hombre: _Toma, unta la piel de
tu mujer con este polvo y así podré reconocerlos como mi creación. Tomó el
hombre el extraño y oscuro hollín divino y fue untando el cuerpo todo de la
mujer, poro a poro, resquicio a resquicio. Y he aquí que al finalizar la
encontro tan hermosa a sus ojos que, creyéndose indigno de ella, le pidió que
igualmente le embadurnara la piel toda con aquel hollín.
Luego vieron cómo el hollín se les adhería al
cuerpo, como si hubiesen nacido con él. Y he aquí que encontrándose uno frente
a la otra, decidieron amarse porque así lo sintieron desde lo más profundo de
sí mismos.
Y viendo Dios que las criaturas aquellas eran
buenas, decidió crearles un Paraíso.
Y el mundo que surgía desde África comenzó a
poblarse con aquellas primeras gentes.
EXPULSIÓN
(Enrique Plata Ramírez)
Sabiendo que perdía a la mitad de sí mismo al
expulsarlos, Jehová se quedó llorando en el Paraíso.
LECTOR DEL PENSAMIENTO
(Armando José Sequera)
La semana antepasada llegó una circular del
departamento de Personal, en la que me pedían una lista de las funciones que
desempeña la gente que trabaja bajo mi supervisión. Tres días después, cuando
estaba revisando lo que había escrito Melissa, mi secretaria –--que más que mi
secretaria es mi utility, porque ella hace de todo---, me encontré con que la
última función que había puesto en su lista era «Leerle el pensamiento a mi
jefe». «¡Coño!», me dije y de inmediato la llamé por intercomunicador
«¡Melissa, ven acá», le dije. Entonces me quedé lelo porque ella, sin
levantarse de su asiento, me contestó: «Usted sabe que de verdad lo hago».
LOS MÉDICOS INVISIBLES
(Jesús Enríquez
Guédez)
Nada se mueve en la soledad meridiana del
puerto. El río está quieto como lámina parda dibujada entre los barrancos. Una
canoa remonta la corriente. Parece crecer en un mismo lugar a medida que se
acerca. El canoero atraca frente al almacén del viejo Schwa y trae el cabo y lo
ata al tronco del almendro; quizás innecesariamente, porque la embarcación está
como varada en el río sólido.
El canoero se desplaza o él es objeto de un
juego de ilusión con el escenario al fondo de las casas alineadas frente a la
calle espolvoreada con arena del río.
Entra al almacén, o la casa del almacén y él
se juntan anulando el movimiento. En el decorado con telas enrolladas sobre la
estantería, detrás de un mueble de madera que rompe en una esquina la
horizontal del mostrador, está estampado, apenas destacándose como silueta, la
pequeña figura del viejo Schwa con sus lentes de cristales opacos.
—Quiero verme con los médicos —dijo el
canoero.
El viejo Schwa hizo un breve movimiento de
lado sin desprenderse del telón de fondo rectangular. Su mano apareció por la
izquierda con un sobre de carta y el canoero emergió por la derecha
empinándose; ambos distanciados por movimientos de autómatas silenciosos se
quedaron impresos en la estampa del oscuro almacén.
—Escriba su mal —se atrevió a decir
impositivo el viejo Schwa.
—Yo no sé escribir —dijo el canoero
conteniendo la mano que no llegó hasta el sobre y la pluma entintada.
Entonces el viejo Schwa hizo aparecer su otra
mano por detrás del mueble, tomó en el aire la mano del canoero, la bajó hasta
la tabla que hacía de mesa, le untó los dedos de tinta y los posó en la cara
posterior del sobre.
—Son cinco bolívares —dijo el viejo Schwa.
El canoero le entregó la moneda y se deslizó
por la pared como una sombra hasta que se esfumó repentinamente en la luz que
tapizaba la puerta.
—Su carta sale hoy para Hamburgo... Espere la
visita del médico —dijo el viejo Schwa imaginándose que el canoero se despedía
desde la puerta, pues se perdía su cuerpo en el contraluz que confundía las
figuras en los cristales de sus lentes opacos.
El canoero desató el cabo y halando con
desplazamientos de mimo bajó hasta la canoa. El río se descongeló, las aguas
corrieron a torrentes, el canoero bogaba desesperado para mantener el rumbo
sobre las aguas tormentosas; el río se erizó y entre las olas aparecía y
desaparecía la canoa con el canoero. Después el río se fue aplacando y como
vaca mansa a la sombra se quedó otra vez inmóvil. Parecía una mancha plomiza
dibujada entre los barrancos, pero sin el canoero que se había hecho invisible
en la superficie tranquila de las aguas.
HOMENAJE
A ALFREDO ARMAS ALFONZO
(Algunos
Cuentos)
152
La niña del circo tiene encima
una mallita de oro, le pintan los ojos de blanco y lee rellenan el pecho con
dos peloticas de goma. Baila y canta y nonos dejan participar del espectáculo
porque todo lo que hacen esos cómicos es indecente. Sin embargo, ningún hombre
de asistir, aunque tenga que cargar con la silla para sentarse. Bajo la lona
sostenida por mecates de unas estacas, por entre las rendijas de luz, se les
oye aplaudir, mientras no cesa la música del organillo. La niña del circo se
pone unos camisones muy cortos ya aunque no habla como nosotros nos rehúye
cuando la dejan salir de aquella casa grande de tela pintarrajeada con caras de
payaso y estrellas amarillas. Prefiere a José Vicente Frías y esto le vale a
José Vicente Frías todo el odio de la Manuel Ezequiel Bruzual, tanto es así que
aún ido el circo y diluido en la gramática el recuerdo de la niña de las dos
peloticas de goma que parecían de oro, a José Vicente Frías han tenido que
mandarlo a continuar sus estudios en Río Chico porque todos nosotros no lo
dejábamos prestar atención a la clase.
158
La patria no es un pedazo de
suelo bajo un pedazo de cielo como insiste el Padre Carlos Borges hasta el
fastidio, echándoselas de cucarachón ante Mercedes Alfonzo en una ventana de
Caracas, en San José durante uno de sus desvaríos. La patria es también Tura,
la hermana de la madre; la otra madre. Tura le pasa la llave a lo contrario a
su baúl y lo abre y se esparce el olor de los extractos, de los pitiminís que
yo le regalé, el papagayo hecho de una hoja de cuaderno con una letra de Tomás
Ignacio Potentini que yo aprendí en la escuela, la tarjeta de la primera
comunión, un retratico que me hizo Carlos Pinto en la plaza de Sabanauchire, de
pierna cruzada; un pañuelito bordado de los de ella con que me suturó una
herida de la mandarina, la hebilla del collar de Rocío que se lo mató la sarna,
la caléndula de la casa de la madre ella sabe, la postal del abuelo, de la
abuela, de don Tito, ninguna coquetería. Porque todo aquel contenido tiene un
aliento, un olor ya de tiempo y bienandanzas pasadas; ya no es sólo el perfume
de los frascos ni el de las rosas.
La patria es el amor de Tura,
la única Alfonzo que se quedó soltera.
Cuenta que
tuvo en su faz
lo que salva y
lo que aterra
rayo de muerte
en la guerra
y arcoíris en
la paz.
¿Qué sigue? Se me olvidó. Tal
cosa de arcoíris en la paz, no; ya lo dijiste.
Los azulejos comieron y mamá
duerme. Ahora los ángeles van a decir amén. Ya tú los vas a oír decir amén,
Sixtico.
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