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lunes, 9 de noviembre de 2020

De igual manera no muero y otros poemas de Juan Valenzuela Oviedo

 

La poesía es la gran sorpresa de vivir. Imagen en el archivo de Joel González




“Por favor nunca vuelvas a besarme bajo el cielo despejado

Puede saberlo tu corazón

Eso sería como nacer de nuevo

Yo sólo estoy de paso por la tierra”

Isaías Medina López

 

 

 

NihilPoéma

Los nihilpoetas se apoderan de las principales capitales del país

Ahora se codean con los opulentos estetas versados de las rimas

Los nihilpoetas no sienten nada

Y por eso sienten todo

Los olvidados

Los que en ocasiones defecan en los signos de puntuación

En la métrica

En el estilo

En la estructura y hasta en la vida

Poema de la nada

Tú que no vas a reinar por los siglos de los siglos amen

Poemita Patético

Tú sin adeptos

Sin exponentes

Pero aunque seas el NihilPoéma

Igual los nihilpoetas se apoderan de la ciudad

Con su penca

Y sus asquerosos cigarros cucuteños

Con sus miserias

Sus júbilos

Sus tristezas

Sus atorrancias

Y con la nada misma

Acuestas

 

 

 

“Por ser dueño del tiempo he bajado al fondo de la tierra

y sin embargo como me gustaría ser más dueño de tus besos”

Onias Sánchez

 

No sé como morir

Corto las flores en el patio y aun sigo vivo

Te beso y con todo y eso sigo vivo

Quiero morir pero el pájaro nocturno pica muy fuerte el árbol

Es como el aura tiñosa

Y no sé como morir

Incluso corro a los fantasmas burlones con polvo blanco

Espanto al perro hambriento 

y al maldito gato ladrón de ofrendas

De igual manera no muero al contrario, vivo cada día más

 

 

Las sombras

Me persiguen las sombras

Entran a la casa conmigo

Duermen a mi lado

Y recitan, recitan poemas de bar

Poemas de mujeres de la noche

 Poemas de barras

Poemas de Isaías medina López

Sombras nada más versa la canción

Pero ni eso entre tu vida y la mía

Entre tu vida y la mía el abismo sin escaleras

La nada

 

 

 

 

“Cojedes, jamás olvido tus caminos polvorientos,

 el fresco olor a mastranto, el agua de los esteros

 que van repitiendo quedo Cojedes como te quiero”

Aída Sánchez de Mora

 

 

 

En cualquier esquina de Cojedes

Soy un perro de esquinas

Siempre he vivido en una y las añoro

En las es quinas encuentro mi elemento

Cualquiera pensaría que en ellas

No pasa mucho

Pero pasa todo

Pasa por ejemplo un asalto a mano armada

Un atropellamiento a un gato

O pasa mi vida entera en un solo parpadeo

Que se pierde en la inmensidad de la nada

 

 

 

“Este es el lugar donde las palabras no tienen acceso

y el relámpago viaja con su llanto de palmeras heridas”

Antonio Miranda

 

 

 

 

Los ojos que me miran

Me siento aterrado

Enciendo un cigarro

Y llega la factoría de demonios

Entre la bruma de la infinidad

Surgen los ojos

Son como de animal

Poseído por la ira

Y me miran amenazantes

Mientras impregnó el ambiente con mi asqueroso humo de cigarro

Mientras contamino el ecosistema con mi nauseabundo ser

Esos ojos de animal me observan juzgándome

Salgan de allí Muéstrate animal

Grito cada noche

Entre el humo

Lo nauseabundo

Y mi ser

Me respondo a mi mismo

Pues el animal soy yo

Soy yo Siempre fui yo

 

 

El solar que me vio

 

Detrás de aquella casa vieja esta el solar donde por primera vez di un beso,

ya no recuerdo  a quien fue, ni lo que sentí.

 

Qué triste es irme desojando como los arboles que existen  en el solar, quisiera recordar para tener algo hermoso que contar pero los gusanos han consumido mis  primeros sueños.

 

Y el solar me interroga me increpa, con maniobras como las que hace la CIA para sacarle información a la resistencia palestina.

 

Allí están el mamon

El aguacate, el mango

Y el guayabo.

 

Arboles difuminados por mis anti memorias, y ahora veo el solar pequeño, y pequeña la casa, y pequeño este mundo que se empeña

En cohabitar

Conmigo.

 

 

 

A los puños

Me enfrento a mi peor enemigo a los puños

Y con la daga, no le doy tregua ni compasión

Soy más rápido que el o eso creo

Lo golpeo tan fuerte como puedo

Quiero matarlo

Mis puños resuenan como relámpagos en sus mejillas

Le atravieso el costado con la daga

Sangra

Sangra y desaparece

Luego siento el dolor más profundo del mundo

Y noto que estoy sangrando

 

 

 

 

Me voy con el rio Cojedes

Le caigo por el Tirgua y su torrente achocolatado y bongueo su oleaje saludando a mis hermanos los pescadores y conuqueros del tiempo infinito, me voy, me voy con el rio Cojedes contaminado y tan marchito como yo.

Mi panorama era hermoso, ya no tanto, aunque aún hay garceros que se salvaron de las invasiones e invadidas están mi memorias que se alimentan del sol que tuesta estas pampas, el agua me salpica y no tengo plan de navegación, solo me voy con el rio Cojedes a tierras nuevas a la ciudad de cerámica antigua donde florece el pajonal olvidado.

 

Choco con las caramas y los caliches, le temo a las rayas y a los caribes, pero la palanca me ayuda a despejar la fluvialidad de este armazón acuífero y cuando estoy como lloroso te recuerdo y este padre rio me arropa tanto que me fulmina el calor.

 

Me voy con el rio Cojedes, quiero trascender como gavilán, este potente torbellino de agua me desconcierta tato el corazón que ya soy uno solo con el, entonces cuando pienso que me trajo a destino me doy cuenta que apenas he zarpado.

 

 

 

 

Esta ciudad

Estoy agobiado

Soy el clavo

El esclavo

Llena de golpes esta mi simetría

Lleno de líquido esta mi proceder

Ni yo me aguanto

Y mustias son mis ganas

Y vanos mis placeres

Las luces  están causándome cáncer de paciencia

Las gentes

Malditas gentes

Pequeños troles

Asquerosos peatones

Malvados inquisidores

Con sus religiones

Y sus blasfemos ismos

Y yo en la ciudad de furias

Como la de Cerati

Ojala también muera

En coma queden mis neuronas

Y en estado vegetal mi alma

 

 

 

Bajo presión

Mi corazón resiste los martillazos en el yunque

A calor rojo vivo

No estoy solo

No todo está perdido

Y caen las primeras lluvias

Está finalizando abril

El cedro comenzó a apestar

Y sus flores adornan el tramo de la casa de la cultura

No voy a morir

Resurgiré con el invierno

Inundado por dentro

Voy a arder como una estrella de neutrones

Y no llegara nunca mi decadencia

 

 

 

Juan Valenzuela Oviedo. Cojedes -Venezuela (1988)

Juan Francisco Valenzuela Oviedo, Comunicador social, Político, Escritor, y estudiante de historia, nacido, en San Carlos, estado Cojedes el 13 de septiembre de 1988, actualmente es concejal por el municipio Rómulo Gallegos (Cojedes) Fundador de la revista digital literaria “Amateur"

Columnista en distintos medios digitales, y miembro de los círculos de lectura del Instituto de Cultura del estado Cojedes, ha participado en ferias internacionales por todo el país dando conferencias de comunicación alternativa, contra cultura, y anti poesía.

 

 

 

 

martes, 24 de abril de 2018

Cuentos del Arriero (Encuentro con La Sayona y otras Historias). Samuel Omar Sánchez

Como muchas mujeres del Llano, "La Sayona", tenía una apariencia de misteriosa belleza.
Imagen en el archivo de Raymar Katiuska




EL ENCUENTRO CON LA SAYONA
En los llanos del estado Guárico, sitio por excelencia de los relatos de espantos, aparecidos, encantamientos, y otros más… Don Carpio conocido como “El Paisa”, está conversando en el patio de su hogar, con su hijo Gustavo “el negro”, cuando llegan sus amigos: Francisco “Muerto Flaco”, José Ramón y Luis se saludan, dice “Muerto Faco”: -Compa Carpio, venimos a invitarlo para ir de cacería, comentó mi compadre Federico, que en Cerro Alto, vio unos enormes venados, se anima... Don Carpio, es un afamado cazador e igualmente pescador. Le responde con un ¡Sí! Se van los amigos y le recuerdan: -A las cinco de la tarde, lo pasarían buscando. Le dice a su esposa: -Isolina, prepare los macundales; porque pasaremos varios días en la montaña y me acompañará “El Negro”. Al caer la tardecita, ya han terminado toda la faena y dejado todo listo. Llegan sus amigos en una camioneta doble cabina, toman camino y al llegar a la entrada de la montaña, van directo a casa de don José Gregorio, muy amigo del “Paisa”, se saludan y le cuenta que dejaran el vehículo, porque subirán a la montaña a cazar algunos venados. Después de conversar un rato, se despiden y toman camino, llegando a un cruce de una quebrada, se detienen a refrescarse toman un poco de agua, ven escabullirse dos cachicamos y comenta “El Negro”: -Mire Taita, la cosa pinta buena. Todos se ríen, siguen la marcha, son casi las siete de la noche, arriban a un claro donde deciden acampar, preparan la fogata para cenar, guindan sus chinchorros, se recuestan un rato. A las once, se levantan y se internan en la montaña, “El Ngro”, lleva un buen termo de café para así espantar el sueño, están vigilando un comedero pero nada que aparece ningún animal. Llego la medianoche, toman café y comenta “Muerto Flaco”: -Compañeros, la caza se pone pesada. Aprovecha “El Paisa” para comer una pella de chimó Tarazonero. Una fuerte brisa estremece los árboles, se oyen gritos extraños en las profundidades de la montaña. En una pica ven a tres enormes venados, se alegran y dice Luis: 
-La noche se acomoda amigos, ahí están las presas... 
"El Paisa” es uno de los mejores tiradores expertos del Guárico, prepara su escopeta, un disparo seguro, cae el enorme venado. Los demás logran darle a los dos restantes, se alegran. Llegan al sitio, tremenda sorpresa, ven rastros de sangre pero nada de los venados. Dice José Ramón: 
-Seguro, están más adelante-. Caminan casi una hora, y nada encuentra, al claro de la luna, aparecen los tres venados comiendo, rápidamente disparan y logran darle certeramente. Al llegar ni rastro... Algo asustado dice “El Negro”: 
-Taita, son cosas del demonio-. Todos se persignan y deciden regresar rápidamente para el campamento. Se encuentran alrededor de la fogata, incrédulos aún “Muerto Flaco” saca una botella de aguardiente caña clara y varios tragos se toman. Comenta José: 
-Eso que vimos, son los encantamientos de la montaña-. Nadie dice nada, saben que algo malo presagia la noche. Cada uno se acuesta en sus chinchorros, aún nerviosos. No ha pasado media hora cuando oyen un horrible llanto bajando desde la montaña, se levantan y ven la figura de una mujer, notan que viene levitando, no toca el suelo, sus ojos son dos brasas de fuegos. Exclamó Luís, todo tembloroso: -Esa es la Sayona, vámonos. Agarran sus escopetas y salen a plena carrera montaña abajo, oían ese grito que les reventaba los tímpanos, es un silbido que los tiene locos, casi los alcanzó la mujer, al cruzar la quebrada, pega un grito que les heló la sangre, están blancos, se encuentran como panela de hielo… escuchan el cantío del gallo anunciando el nuevo amanecer, se detienen y ven como esa aparición se esfuma en el aire y detrás el silbido. Los cazadores caen de rodillas y agradecen a Dios, que por andan esa noche casi son ellos los cazados por la Llorona.


EL LLANTO DE LA LLORONA
Frente a la Plaza ubicada en el municipio de Araure, se encuentra la iglesia “Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza”, una edificación colonial, orgullo de sus habitantes, ante sus puertas desfilan constantemente numerosos viajeros que pasan por esos llanos y la visitan, ya que ahí fue bautizado el General José Antonio Páez e igualmente en ella oró el Libertador Simón Bolívar antes de ir a la Batalla de Araure y triunfar con su ejército libertador. Cuentan desde hace muchos años, por esos lados de la plaza, oyen llantos lastimeros de La Llorona, la describen quienes han tenido ese encuentro nada agradable, es una mujer joven, muy bella, de larga cabellera de color negro azabache, piel blanca, con un cuerpo de cuatro y un caminar de potra fina. Mes de mayo, tiempos de cachapas y cantos de velorios a la Cruz de mayo, se encuentran los amigos: “Monche”, Omar Infante, “El Negro” y Ruperto; están conversando y comenta “El Negro”: -En casa de Milagro Pérez, hay un Velorio de la Cruz de Mayo, todos se ponen de acuerdo y a las ocho en punto se encuentran en el sitio acordado, se van conversando. Al llegar Milagro los saluda:
-Me alegra muchachos, que estén aquí y compartamos este momento, pasen son de la casa. Todos la florean al decirle que está más bella que la luna, ella se ríe con esa picardía femenina y dice Milagro:
Tu sonrisa alegra tu belleza, y tientan a besar esos labios provocativos con sabor a miel y albaricoque. Ese caminar de estampa de potra fina, pone a sudar a todos y acelera los corazones con ese poing de cascada de sueños. Milagro, se sonroja y los demás la felicitan. Después de ese galanteo, se ponen a compartir con los presentes, llega la medianoche y después del pago de la promesa, ahora empieza la parranda con arpa, cuatro y maracas. Las jóvenes engalanan con su belleza la fiesta es para amanecer, donde la comida sobra y de tomar cocuy de penca. Son las dos de la mañana, cuando Ruperto les dice a sus amigos que está cansado y se quiere marchar. Le comentan sorprendidos: -Estas loco, mira como hay bellas mujeres, por Dios… Todo serio exclama: -¿Bueno, muchachos igualmente me iré solo…? Intrigada Milagro le pregunta: -¿Qué te pasa Ruperto, estas aburrido, mira cuantas flores adornan la fiesta y te vas a retirar? -No amiga, de verdad me quiero ir. Le responde. Milagro, no le insiste y dice: -Está bien, ve con cuidado, recuerda es mes de mayo, cuando todas las ánimas salen en busca de alguien para aliviar sus penas… Sus amigos también le comentan: -No te vayas, dentro de dos horas nos vamos. Se despide, viene caminando por esas calles solitarias, nada más piensa en llegar a su casa. La luna se detienen y se esconde detrás de unas nubes, de golpe un escalofrío le recorre su cuerpo, llegando a la plaza José Antonio Páez, en Araure, ve sentada a una mujer muy joven, delgada, con una larga cabellera negra que le brilla, nota que su piel es blanca, pero sus ojos le resplandecen al ver que tiene cuerpo de sirena… lleva puesta una bata blanca larga y encima otra de color negra. Piensa… -¿Quién será esa mujer, y con esa vestimenta tan inusual? Sigue caminando, al llegar ante ella. Como un galán medieval le dice: -Buenas noches, mi bella dama: - ¿Qué haces tan solitaria por aquí? - ¿Qué le pasa? Con una sensualidad, lo mira a la cara, le muestra una sonrisa donde sobresalen unos labios rojos carnosos, que tientan a morderlos… Se oyen ladridos de perros acobardados. Ella dice algo triste: -Es que busco a mi hijo. El cual se me extravió por estos lados. Se extraña Ruperto, se pone remolón, se recuerda de los comentarios de sus amigos. La mujer se levanta y queda boquiabierto, al ver tanta belleza con ese cuerpo de guitarra, el hombre salta de la emoción. Se ofreció para ayudarla, caminan agarrados de la mano, siente un frío, su corazón late asustado. Algo presiente… La mujer se detiene y dice:
-¿Qué le pasa Ruperto, lo siento como un ratón acobardado, es que no te gusto…? Se oyen el maullar de gatos, la noche está tétrica anunciando una desgracia. El rostro de la mujer se transforma y grita diciendo: - ¡Mi hijo, mi hijo! Ruperto esta pálido, se da cuenta que esta frente a la misma Llorona, del susto cae desmayado. Al amanecer unos trabajadores del aseo urbano, lo encuentran y lo socorren; aun impresionado les cuenta que La Llorona lo asombró en la Plaza de Araure.


EL AHORCADO (MATURÍN)
Tiempos aquellos donde nuestros abuelos, sentados en sus taburetes de madera y alrededor de la luz de la vela, cuentan esos relatos de aparecidos y espantos, los cuales recorren las calles de tierras del Furrial del estado Monagas. Esos arrieros, aparte de cargar en las mochilas el tabaco en ramas o chimó, lo acompañan la luna y las estrellas en esas largas travesías por caños y montañas. En los arreos de mulas traen mercancías para los negocios; así es la vida, como se la ganan donde a más de uno les salió un aparato feo... Es parte de nuestra idiosincrasia y con los cambios algunas de esas apariciones han desaparecidos con la llegada de la luz. Pero otros se arraigaron como el ahorcado del árbol, que está en frente donde una vez funciono el Club Social y Deportivo el Furrial. El cantante ecuatoriano Julio Jaramillo engalana dicho sitio, con su voz se paseó por un variado repertorio hasta se dejó acompañar con arpa, cuatro y maracas, extasió al público presente con la canción “Tardes Cojedeñas” y salió en hombros al estilo de los grandes matadores de toros, tiempos de bellos recuerdos, en la actualidad funciona ahí la Junta Parroquial. Un día cualquiera, el año se me olvidó, en casa de la señora Mireya, está con su hija Josefina; por cierto estudia cuarto año de bachillerato, una muchacha de dieciséis años. Le dice a su mamá: -Mami, esta noche en casa de mi amiga María Elizabeth, le celebrarían sus diecisietes años de edad, para que me des permiso. Le responde: -Bueno está bien, pero hoy, tú harás el almuerzo. -Gracias mami, muy sonriente. Exclama Josefina. La abraza y se esmera en preparar esa deliciosa comida. Se viste sencilla, pero elegante, al verla así tan bella su madre comenta: -¿Tú amiga, no es la cumpleañera? Pareces una linda princesa, aunque siempre lo eres con ese bluyín negro y esa blusa azul, ¡ay Josefina! seguro que a más de uno le darás un infarto... Se ríen las dos. -¡Ah pues mami! estoy sencilla. Le responde Con la picardía de madre. Dice: -Podrán estar en esa fiesta más de un pretendiente, pero sólo una persona es tú dolor de cabeza... Sus ojos negros le brillan, con un tímido ¡sí! lo afirma, le da su bendición y agrega: -No regreses muy tarde, acuérdate de la aparición que sale en el frente del club social... -Si mami, me cuidaré pero ese espanto ya no existe. Dice sonriendo. Llega con el regalo a casa de la cumpleañera y empieza a disfrutar de la fiesta. Están casi todos sus compañeros de clases y baila tanto que hasta los pies le duelen, varios pretendientes entre ellos Manuel Omar, aprovechan para atenderla como una princesa oriental. Josefina, está descansando un momento y aprovecha para conversar con su amiga y suena un set de canciones románticas, varios tratan de seguir bailando con ella y dice: ¡no! A sus bellos ojos negros, se le van ese brillo de fuego y le brotan dos lágrimas... Le preguntan a María. -¿Qué le pasa a Josefina, que no quiere seguir bailando? -Esas canciones, le tocan su corazón algo bonito de ella. Responde su amiga. Llega la hora de cantar el cumpleaños, sorpresa aparece un mariachis...a la una de la madrugada se despide de su amiga y la familia, le dan un buen pedazo de torta y carne asada con casabe para su mamá. Se ofrece Manuel Omar, para acompañarla junto a José y Marina, que van por el mismo camino. Vienen conversando y Manuel floreando a Josefina, ni pendiente. Están llegando al Club Social, el aire se siente pesado, un olor intenso a cacho quemado casi los asfixia. Y toda sofocada dice Josefina: -¡Ánimas del Purgatorio!, esto no es bueno... Caminan rápido pero los pasos no rinden, ahora todo pálido y tembloroso dice Manuel: -¡Es verdad lo del muerto! y todos se persignan más que viejita montada en moto. De la montaña baja un grito de dolor que los ponen más asustados que gallinas en fiesta de zorros. Una brisa fuerte sale como puñal arañándoles la piel... La luna se acobarda y sale brincando para esconderse. Se oyen rebuznar varios burros, pero parecen risas sarcásticas. Al llegar frente al Club Social, ven una figura colgada de un mecate a la rama de la ceiba, sus ojos brotados, la lengua la tiene de corbata. De la impresión Josefina, pegó un grito que recorre El Furrial. Manuel Omar, está frío como cava de hielo. José junto a Marina, sudan más que tapa de olla de hervido. Un olor al propio azufre los envuelve. Parten en carrera, Manuel deja a Josefina en la entrada de la casa y sale como cohete para su hogar. La muchacha del susto, no puede abrir la puerta. Se levanta su mamá al verla más pálida que muchacha anémica, pero aun así no soltó la torta se la entrega, y le pregunta. -¿Qué te paso hija, mira cómo estás? -Mami, mami, de regreso nos salió ese horrible espanto. Esta toda erizada y temblando. La abraza, le da agua con azúcar y la acompaña al cuarto para que se acueste. Al día siguiente se regó como pólvora que, a Josefina y sus amigos, los asombró El Ahorcado de El Furrial.


EL ENCUENTRO DE LOS MOROCHOS SÁNCHEZ Y LA SAYONA
Hablar de los relatos de ese San Carlos, cuando sus calles eran de tierras, el alumbrado de los poste de electricidad parecen cocuyos en noches de neblinas, casas de bahareque y techos de zinc, en los patios no falta un chiquero donde engordan varios marranos para la venta y el consumo de la familia, igualmente no falta los tinajeros y jarrones de barro donde se almacenaban esa agua la cual se mantenía fría y dulce, pero los cuentos de aparecidos, de fantasmas eran el pan de cada día. Este relato sucedió más o menos para los años de 1.965, Samuel Elías Sánchez, conocido como “El Morocho” trabaja para la Oficina del Correo de San Carlos, es cartero y lo ven recorrer las calles en una bicicleta de reparto que le asignaron para llevar las cartas y encomiendas, a los tres años siguientes pasó a trabajar como Oficinista en los depósitos del Garaje del Estado, su hermano Elías Sánchez, el otro morocho, para esos años está trabajando en el área de mantenimiento en la parte eléctrica del Hospital Los Llanos, el cual estaba ubicado en los terrenos de la Plaza Manuel Manrique y la Cinemateca, por cierto en dicho sitio aun rondan los aparecidos de ese viejo Hospital. Samuel Elías, se había casado, pero siempre en las tardes, visita a su madre Teresa Sánchez, en el barrio La Morena, ahí se entretenían jugando barajas con ella, igualmente la señora María Rivero, don Pánfilo, doña María Seijas y por supuesto el otro morocho Elías, son casi las nueve de la noche y dice la señora Teresa: -Mira Samuel, acércate a ver qué le ha pasado a tu hermano, que no ha llegado. -Está bien le responde. Sale en la bicicleta, al llegar se encuentra con la enfermera de guardia de nombre Rosario, al verlo dice: -Caramba, ¿vienes a ver  a ...?.
-No chica, ya esa mujer se fue para Manrique. Se despiden, se viene los dos en la bicicleta de reparto está manejando Samuel, cuando están llegando donde ahora funciona las Oficinas de Eleoccidente, antes llamada Calle Real hoy Avenida Bolívar, en esos terrenos había un aserradero. Una estela de una fuerte brisa los mueve, sienten que la noche se paralizó, dice Elías: -Cónchale, es La Sayona. En ese momento oyen los gritos y dice Samuel: -Agárrate, hermano, que le daré pedal. Están asustados, los gritos más cerca de ellos, siente que los traen coleados, parece que no han recorrido mucho, cuando llegan a la puerta de la casa, tocan la puerta desesperados y sale la señora Teresa, al verlos así ya sabe que vienen espantados, trae en su mano una vela de La Candelaria y la estampa de La Magnifica, está rezando y la mujer se perdió por esos caminos, gracias a su madre, se salvaron. Esa noche Samuel, se queda a dormir en casa de su madre, al día siguiente fue el comentario que a los hermanos Samuel y Elías, los asombraron.


Estas piezas literarias se tomaron del libro: Los Cuentos del Arriero de Samuel Omar Sánchez, editado en San Carlos, por la Fundación Editorial El perro y la rana –Cojedes,  2017 

Viviano era Bicho Malo y otros Cuentos de Lagunitas. Duglas Moreno



Todo comenzó con una simple gallina. 
Imagen en el archivo de Noilton Pereira




LA MUERTA DEL ZAPATERO. MUJER DE VELO NEGRO
Creo que eran casi las seis de la tarde. Doy un último recorrido para ver si consigo una carrerita y entonces irme  a descansar al rancho. Paso por la entrada del cementerio de San Carlos y está desolada. No se veía un alma.  Ahí es donde miro por el espejo y noto que hay una mujer vestida toda de negro, haciéndome  señas para que me detenga. Realmente, no sé de dónde salió. Meto retroceso y me paro a su lado. La mujer dice: lléveme a Puerta Negra, eso es más allá de Las Vegas. Me quedo pensando: pa Puerta Negra… y a esta hora. Le voy a tirar un monto grande pa que me diga  de una vez que no. Deme tanto. La mujer abrió la puerta y se montó. Nos fuimos enseguida.
Yo la miraba con el rabo el ojo. No le veía el rostro por el velo negro que cargaba, solo noté que sus manos eran largas, blancas y delgadas. No levantaba la mirada y tampoco decía una palabra. Una alarma mía acabó con el silencio. Siempre suena a las seis. Pasábamos exactamente por la curva del zapatero, más allaíta de El Limón.  En ese momento la mujer se arrima un poquito hacia mí y me pregunta. ¿Ud. es casado? Volví a pensar, pa mis adentros: además de una carrera como que voy a conseguir otra cosa. Le respondí galantemente que no. Una vez casi me caso, pero no se pudo. Ahorita vivo solito. Comentaba esas cosas y de verdad que me sentía mal, pues recordaba a mis cinco zagaletones y a la mujercita mía que a esa hora estaría haciendo las arepas de la cena. La mujer, casi rozando mi pierna,  otra vez preguntó: ¿y no se ha conseguido una mujer buena? Bueno, sí se consiguen, pero les falta mucho fundamento. Yo busco una responsable para formar un hogar serio.  Ya casi encima de mí, me largó, pero sin darme la cara: Ud. es muy bien parecido. Alguna le habrá salido por ahí. No me diga que no. Me reí. Sí salen, señalé yo. 
Ya estábamos casi llegando a  Las Vegas, cuando repentinamente manifestó: Déjeme aquí. Esta es mi casa. Yo sorprendido le expreso: pero aquí no hay ninguna casa y  esto no es Puerta Negra. Mientras ella arreglaba algunas cosas, le expreso: Señora, ¿podemos seguir hablando del matrimonio y de las mujeres buenas?  Solo era una excusa para ver si pasaba algo bueno. Escuché clarito cuando respondió de forma seca: no. Oiga señor ¿sabe por qué yo me arrimaba tanto a Ud. cuando veníamos por la carretera? No lo sé, dígame. Mire, en la curva del zapatero, se montó un muerto en el capó y metía la mano por la puerta del carro y casi me rasguñaba el rostro. Por eso era que yo me acercaba y acercaba a Ud. Esa confesión me dejó asombrado. 
No le quise ni cobrar a la mujer. Solo pensaba en el regreso, ya que tenía que pasar nuevamente por la curva del zapatero. Menos mal que venía un camión rolero y me le puse atrás, pegaíto. Así me vine. Cuando llegué a la curva me entró un miedo de los buenos, temblaba. Casi cierro los ojos. Los abrí completamente cuando apareció el resplandor del Cruce de Vías. Me bajé del carro y comienzo a revisar el capó. Efectivamente, tenía un jundío donde la mujer dijo que el muerto se había sentao. Aunque lo más tenebroso estaba escrito  en la puerta del carro. El espanto me había dejado este mensaje: la muerta del cementerio y el zapatero. 


la forma de su cabellera semejaba un velo negro
y que en un  tazón lleva las almas de sus víctimas


ESA NEGRA CICATRIZ.  VIVIANO ERA BICHO MALO
Esa noche  Escolástico López  echó más cuentos que nunca. Don Escolástico cuando se agarra con esas historias, cachos le dice a veces, no tiene tiempo para terminar. Así que nos acostamos tarde la noche. Don Escolástico afirma que él no es mentiroso, embustero quizás.  Y ¿qué diferencia hay entre un embuste y una mentira? Si las dos cosas dicen lo mismo, le comento yo muerto e la risa. Mire, Genaro Pumás, una vez una comadre mía, que le debía unos reales a un árabe, me dijo: pa no pagarle nada al musiú, que tuvo  que meter un embuste que es verdad, quiere decir también que a veces la gente dice verdades que son mentiras. Yo veo la cosa así: la mentira  hace daño y el embuste divierte. Yo creo que en la mentira hay maldad y en el embuste inocencia. El que dice mentiras espera que la gente le crea, mientras que el que se lanza un embustico, solo desea que la tarde  pase sin tanto aburrimiento. Bueno, yo no le quería hablar de cosas de cuentos, sino de la noche esa en que Don Ulterio Bertar le dio un machetazo en la cara al que llamaban el Diablo.
Recuerdo que Don Ulterio  estaba ese día con nosotros disfrutando de los cachos de Escolástico. Cuando terminamos, antes de marcharse, preguntó por dónde colgaba  Viviano. Yo brinqué y le dije: ¡Guá! dónde más, ahí, pegaíto a la tinaja. Ese hombre no puede estar lejos del agua. A veces, llega en la madrugaíta y le cae como loco a la tinaja, es como si viniera de sacar una tarea. Sin mentira ninguna, la pobre tinajita queda seca y Ud. lo oye después, afanaíto sacando agua del río pa llenarla  otra vez. Ulterio,  bueno, Don Ulterio, se despidió y cada quien se metió en su jamaca. No puedo decir cómo pasó todo, pero lo cierto es que cerca de la medianoche  un grito espantoso nos despertó. Prendimos las lámparas y lo que le vimos en la cara a  Viviano Contreras, nos paralizó, nos quitó el habla a toiticos.  Del cachete hacia el pescuezo  le corría un borbollón  de sangre negrita. 
Ustedes saben que entre  El Amparo y Lagunitas hay cerca de unas  3 leguas de camino. Sin pensar en la distancia  nos arrancamos con aquel hombre herido. Le echamos un poco de café; hasta cenizas de fogón le pusimos; pero la sangre no se detenía. Bueno, íbamos tan apuraos que no nos paramos ni en casa de la comadre Mercedes Celeya, que vive ahí mismito  en La Mata de los Vinos. Llegamos a Lagunitas amaneciendo. La jamaca donde lo trajimos era ya una estera plegostosa. Parecía un cuero e tigre: tiecita y negra como la noche.   Menos mal que Viviano era bicho malo y no se nos murió en el camino. En la medicatura lo atendieron. Después vino el Jefe civil  y que  averiguando lo del machetazo. A mí se me fue la lengua otra vez: Mire Comisario el único que se la pasaba preguntando por Viviano era Don Ulterio Bertar. Es mejor que  vaya  por El Amparo y lo interroga  a ver qué le cuenta. Me dio lástima pero al día siguiente pasaron por las calles de Lagunitas a Don Ulterio, esposado y con la cara metía en la sombra de la tierra. Nunca quiso mirar a la gente. Tenía mucha plata pa está dejándose ver así, con las manos en la espalda. Lo pusieron, lo que llaman pechito e paloma. Claro, a los diiitas estaba  en Lagunitas comprando corotos en la bodega de Casimiro Ramos, como si nada. No duró naitica en la cárcel. Dicen que pagó una realá pa que lo soltaran, otros comentan que fue el mismo Viviano quien habló con la policía y dijo que Don Ulterio era su amigo. Y de verdad que eran amigos, pues el Viviano trabajó toda la vida en el fundo de Don Ulterio.
Sé que han pasado muchos años; pero la gente sigue preguntando ¿por qué a Viviano le decían el Diablo?  Yo les digo carrato, no es porque fuera malo o como dicen por ahí: porque  era casi familia de Guardajumo. Nada de eso.  Le decíamos el Diablo porque ese zanjón  negro que le subía por la quijá y le llegaba hasta la oreja,  parecía en verdad un agujero del infierno. Además, había que tener valor  pa encontrase a medianoche, y en un camino solitario, con ese tal Viviano y no  encomendarse a los santos o rezar un padrenuestro. A veces su cara daba miedo de verdad. Aunque Viviano no le paró nunca a la cicatriz que le dejaron  en el rostro. Cuando se reía, la herida  se le ponía chiquitica, por eso sería que siempre  anduvo alegre por la vida. Si Ud. iba a una fiesta en El Amparo o en  Lagunitas, ahí estaba el Diablo con el cuatro bullanguero y esa sonrisa gruesa que hacía que las parejas zapatearan más duro;  hasta que el taconeo y el joropo eran uno solo y entonces se perdían en la lejanía, en el aire fresco de la noche, en la risa escandalosa del Diablo.


ERA UN ROSTRO. SOMBRAS EN EL PATIO
La encontré muda sobre la silla. La mirada no sé en qué lugar del mundo. El rostro daba un blanco extraño. No podía hablar. Recuerdo que me vine  rápido de la bodega cuando vi que en el cielo se puso una sola escurana. La lluvia iba a ser fuerte.  Las hojas de los árboles parecían mariposas andando por las calles. Me acordé que la ropa  de trabajar estaba secándose en las cuerdas del patio.  Corrí. Tenía que llegar y recoger las camisas y pantalones que la mujer me había lavado en la mañana.
Menos mal que  Imargot, mi esposa, tuvo el tiempo suficiente para adelantarse y guardar todo, antes que el ventarrón se lo llevara. Eso pensé. Lo que no entendía era su palidez. Pronto comprendí que la mujer estaba asombrada. Parecía un temblador. No se quedaba quieta. Una fiebre espantosa le había  tomado el cuerpo. Como pude la llevé a la cama. Le di unas gotas de valeriana y unas tomas de manzanilla. Me abrazaba fuerte y lloraba, me tocaba como para comprobar que realmente estaba ahí. Al fin, dijo unas palabras. Es que desde la sala sentí que la lluvia vendría  tan descomunal como otras veces. Me llegué  hasta la puerta para saber si venías; pero todavía estabas  allá en la bodega de Don Casimiro Ramos. Entonces decidí salir al patio a  ayudarte  con la ropa. Ahí fue que la vi. Sí, estaba allí, era tu madre. Me miraba tristemente.
Tenía una expresión lejana y  melancólica. Se veía lenta, muy lenta, era como si toda la vida hubiese hecho lo mismo.  Como si pasara una y otra vez, pero estando en el mismo sitio. Si pudiera explicarte con palabras  lo que vieron mis ojos. Bueno, apenas terminó, puso la ropa sobre la mesa y  se perdió entre la lluvia. ¿Mi madre? No digas esas cosas. Ella está muerta. Sí, lo sé; pero era ella, yo no me he movido de aquí y mira  ese orden. Te dejó toda la ropa arreglaíta ahí. Tú sabes lo ordenada que siempre fue ella.
Efectivamente  no había ni una sola pieza en las cuerdas de alambre. Fui hasta la ventana que daba hacia los naranjales. Allá, aún andaba la imagen de mi madre perdida en la sombra negra  del patio. Imargot  acordó hacerle  una misa y prenderle unas velas a su alma. Yo cada día espero su presencia, su figura viniendo a mi casa.  A veces hablamos horas y mi esposa  hace el café para compartir la eternidad.      

     

Desde niño era fuerte y decidido para las faenas del campo

PALMAS Y MANDOLINOS. EL COMISARIO JORGE MENDOZA
Ya salimos de la escuela Miguel Palo Rico. Vamos corriendo por la calle la Pastora de Lagunitas y nos detenemos en la plaza Bolívar. Andamos por  sus mijaos,  mandolinos, caobas, castaños,  samanes negros y de jardín, merecures, apamates, maporas, palmas rosarios, reales y de sombrero.  Yo le digo a Genaro Pumás  que la plaza debería tener una placa con el nombre de Santiago Alvarado, pues una vez, con su propio dinero, dicen que compró una planta y le puso electricidad. La luz llegaba a las seis y se apagaba a las 9 de la noche. De pronto Almario nos grita: Miguelito, Genaro, Luisa, vamos a escondernos, porque allá viene el Comisario y  qué tal si le echamos un buen susto. Nos ocultamos rapidito. Genaro corre hacia los mandolinos, Almario se agazapa en los mijaos. Luisa y yo nos metemos en  una palma rosario. Allá lejos, aparece  la figura robusta del Comisario: Jorge Mendoza, viene con su sombrero redondo, sus alpargatas de goma,  lleva su pantalón arremangado hasta las pantorrillas. Dicen que El Comisario vino de Portuguesa, creo que de Turén. Uno le pregunta la edad y responde: la misma que tiene  Ingo. Entonces, hay que ir hasta donde Ingo Escalona y averiguar el año en que  nació y ella solo dice: Me dicen que en el 38,  aquí mandaba un tal López Contreras. Trae una carrucha de madera cargada de leña. Lleva zapatero, caoba, samán y amargoso.  La hizo el mismo, le puso en la parte delantera una rueda de palo cubierta con un pedazo de caucho grueso. Atrás usaba dos tablas inclinadas para que la leña no se le cayera.    Seguro le lleva  una carga a Violeta Montoya, otra a Doña Pola o va para El Callejón a dejarle un haz completico  a la señora Tita.
Nosotros le tenemos miedo al Comisario porque cuenta con armas súper secretas. Tiene una peinilla voladora eléctrica computarizada. Se puede programar para darle a fulano de tal catorce planazos en las nalgas o la espalda. Ella se va solita y lo busca, y entonces se descarga sin piedad. Nunca ha tenido problemas, salvo en una oportunidad que se le mandaron a dar a Migio diez planazos por irrespeto a la autoridad, y la peinilla casi se ubica en el lomo de Román Rivero. Ella misma corrigió la falla y agarró a Migio y cumplió con su tarea. También posee una cinta mágica, que es un equipo que se utiliza para grabar a todo sinvergüenza que hable mal del gobierno. El sombrero que usa el Comisario tiene instalado una red de comunicación que puede ponerse en contacto con los diferentes centros de operaciones nacionales e internacionales en pocos segundos.
Cuando se acerca por la esquina de la casa de Doña Isabel, todos le gritamos: ¡jorqueta! Se detiene, toma la goma,  saca piedras del bolsillo del pantalón y comienza a buscarnos entre la plaza. Como no ve a nadie nos dice: canillas de morrocoy, patas de gallito, ojos de chenchena paría, barriga e tanque, nalgas e chiricoca jugando dominó, orejas de escardilla, barriga e película, cachetes e caimán, pescuezo e bicicleta, manos de chigüire, boca e sombrero viejo, nariz de machete tres canales. 
Cada quien sale de su escondite como puede y se pierde por las casas. Yo  me voy caminandito como si nada. El Comisario me saluda y me dice que me vaya pa la casa. En esa plaza lo que hay es  una cuerda de vagos. Seguro mi comadre Juanita  debe estar esperándote. Acomodo mis cuadernos y pego una sola carrera desde la Caja de Agua hasta que mi madrina Martha. Allí me quedo callaíto y después   se aparece el Comisario diciendo que la policía  agarró en la plaza a unos vagos que estaban poniéndole sobrenombre  a la gente.



Estos cuentos fueron tomados del libro: Escenas Narratoriales de Lagunitas. Ahora te llamarás septiembre. Obra de Duglas Moreno. Edición del autor en San Carlos, Cojedes,  2017-