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martes, 28 de abril de 2020

Leyendas llaneras (Vivencias y testimonios) 10. El Salvaje (Carmen Pérez Montero)

De las llaneras raptadas por El Salvaje apenas quedan los recuerdos. 
Imagen en el archivo de Villavo al revés 



EL SALVAJE
Esta leyenda está muy generalizada en el estado Lara, hay quienes aseguran que de allí, por ser estado limítrofe de Portuguesa, ha penetrado sus llanuras. Otros ubican su origen en Ospino, durante el siglo XIX. Hay quienes sostienen que es originaria de la zona alta del estado Portuguesa, porque en sus montañas habita este legendario animal, aseveración que sustenta la muerte del Padre Chabas quien confundido con un salvaje por los indios Cambambas y por tal razón le dieron muerte. Sin embargo, lo importante es reseñar que en tiempos pasados era usual oír a los abuelos narrar estas historias que atemorizaban a la muchachada, quienes oían con mucha atención. Esta transmisión oral permitió su popularidad en todos los confines portugueseños. Raúl Humberto De Pascuali en su trabajo de investigación titulado (La leyenda del Salvaje) aporta lo siguiente:
“Son osos frontinos (única especie de osos que habitan en Venezuela), viven en los lugares de más difícil acceso, oscuros y arbolados de las montañas; son de gran talla; parados alcanzan hasta dos metros de altura y su cuerpo puede tener hasta un metro de ancho.
Su pelaje es largo y espeso, de color negro. La especie más común tiene alrededor de los ojos unas manchas blancas, razón por la cual se denominan osos de anteojos. Su nombre científico es Tremactos Ornatos”.
Acerca de estos animales se han tejido algunas historias inverosímiles. Se dice que los machos raptan a las mujeres y las hembras a los hombres y les hacen trojas en las copas de los árboles y allí los mantienen como frutos silvestres y le lamen todo el cuerpo, pero sobre todo la planta de los pies para ponerle la piel sensible y se les haga imposible caminar y así tenerlos cautivos por el resto de sus vidas. También se dice que estos animales tienen predilección por las parturientas o mujeres en periodo de lactancia.
En Portuguesa se ha generalizado la creencia de que la carne de Salvaje es muy nutritiva y fortalece mucho el organismo. Así  mismo,  que la sangre tiene propiedades afrodisíacas y aquellos hombres que la ingieren jamás pierden su apetito sexual ni su virilidad. Entre otros comentarios relacionados con este animal, se pueden mencionar: Que grita similar a los hombres y el tigre le teme, que se enamora y es sumamente persistente en el logro de su objetivo, que (sus partes) son (igualitas) a las de las personas (mujer y hombre) y que cuando se siente perseguido camina hacia atrás y de esta manera confunde al enemigo quien lo busca en sentido contrario de donde él se encuentra.
Alejandro de Humboldt decía que esta leyenda estaba muy generalizada en la orilla del Alto Orinoco, el Valle de Upata, cerca del Lago de Maracaibo, las montañas de Santa Marta y Mérida, las provincias de Quijos y las riberas del Amazonas cerca de Tomependa, pues en estas regiones tan apartadas una de otras se habían encontrado huellas de pies que tenían los dedos vueltos hacia atrás, que hacían pensar en la presencia de este animal en esas zonas.
En el año 1960, una señora llamada Belarmina Pérez, quien vivía en La Lucía, me afirmó que su abuelo Nicolás Pérez, natural de un caserío cercano a Sanare, estado Lara, llamado Yai, pero residenciado durante muchos años en La Lucía, le contó que en este pueblo hace mucho tiempo ocurrió un caso que conmovió a todo el poblado, pues una muchacha fue raptada la noche antes de su matrimonio. Todos, hasta los padres, creían que era el novio quien se la había llevado, porque en ese tiempo era muy común que los hombres pidieran a las muchachas y después se las robaran, pero resulta que no fue así. El novio fue interrogado y se comprobó que no tenía nada que ver con el rapto. La gente del caserío imaginó que se la había llevado El Salvaje. Cuentan que dedicaron a buscarla y unos cazadores, después de varios años de estar esta muchacha perdida, la encontraron en una troja hecha de caña brava, en la copa de un flor amarillo. Los cazadores la bajaron del árbol con unos mecates. Ella y que tenía un muchachito de El Salvaje y la pobre no podía ni hablar porque se había vuelto casi muda y se la llevaron para la casa de sus padres y el hijo, que era similar a un salvaje pequeño se le murió y la gente tuvo que matar a El Salvaje porque la proseguía a la muchacha por todas partes.
La señora Martina Moreno de Ramírez, narra que una noche como a las doce de un Miércoles Santo, para amanecer un Jueves Santo,  estando ella pasando la Semana Mayor en la Granja Villa Ilusión, ubicada en la vía de Los Tanques, Araure, su esposo Rafael Ramírez la invitó para ir hacia la montañita que está detrás de la granja, a menos de un kilómetro de la casa, con la intención de cazar algún animal silvestre. Cuando habían recorrido como cincuenta metros y estando frente al camino por donde debían entrar por la quebrada, oyeron un estruendoso ruido como si un animal muy grande y corpulento hubiera saltado de un árbol a otro, golpeando con su cuerpo las ramas de los árboles. Se oyó claramente el rasgar de las ramas al abrir para dar paso al cuerpo y el ruido al caer. Después el silencio reino en la oscuridad. Martina que ella le dijo a Rafael que fueran a ver qué había pasado y éste le argumentó: No ve que esa es cosa mala… usted no  ve  que se sintió caer, pero si fuera animal de verdad se la hubiese sentido la pisada… como cree usted que va a caer y no se va a mover. Ese o es un espanto o es El Salvaje.

Tomado de "Mitos y Leyendas predominantes en el Estado Portuguesa" de Carmen Pérez Montero. 

Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente,  en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.  

miércoles, 22 de abril de 2020

Leyendas llaneras (Vivencias y testimonios) 4. JUAN DE EL MORRO (Carmen Pérez Montero)

En todo el Llano conocen la fama de Juan de El Morro.
Imagen en el archivo de Nayaris Ojeda.



JUAN DE EL MORRO
La leyenda de este personaje que habita la línea divisoria entre lo real y lo irreal nace en San Rafael de Onoto, población  fundada en 1726, por los misioneros Fray Bartolomé de San Miguel y Salvador de Cádiz, con 260 indios entre Otamacos, Guaranaos y Guamos. 
Buscando el origen de estas misteriosas narraciones que parecen arrancadas de las páginas de la Ilíada o cualquier otra obra enmarcada dentro de la mitología griega, con sus personajes increíbles, sus sentencias y sus castigos, nos encontramos caminos de El Morro con José Ramón Pérez (51años) quien nos informó:
Para el año 1954, aproximadamente, en este espacio abierto que Ud. Ve ahí no estaba la represa de las Majaguas, sino que eso eran dos posesiones bien grandes, una de Abelardo Hernández y la otra donde hoy está la represa que era de Juan de El Morro. El General Marcos Pérez Jiménez se propuso hacer en este sector la represa de las Majaguas, para resolver el problema del déficit del  agua existente en esa zona agrícola. Como para esta fecha, supuestamente, ya Juan de El Morro había muerto y su espíritu vagaba por toda su posesión, empezaron a ocurrir acontecimientos difíciles de explicar, tales como: muertes repentinas de los obreros que cortaban los árboles, derrumbes, árboles que caían inesperadamente triturando a los trabajadores, muertes por mordeduras de serpientes, obreros que desaparecían de su casa a la represa sin dejar ningún rastro, algunos que se perdían en esa misma montaña, otros que se ahogaban. Una tarde como 6 p.m., Juan de El Morro se le presentó a Martín Alvarado habitante de La Esperanza, le pidió chimó y le dijo: No me corten la madera porque ésa me pertenece. Éste es mi dominio - y desapareció- .
José Ramón lo describe como un anciano mal vestido, con alpargatas y un morral en el hombro.
José Ramón Pérez  también nos refirió que en la década de los cincuenta era muy común oír hablar de este personaje en Agua Blanca y San Rafael de Onoto, El Morro, La Esperanza y en otras regiones donde venían los pescadores, quienes ofrecían parte de la pesca al espíritu de Juan de El Morro con tal de que les permitiera sacar una buena porción  de peces. Son muchos los que aseguran haberlo visto con su morral, en posición muy humilde sentado sobre una piedra, sobre la represa.  
Continuando con la búsqueda nos trasladamos al caserío La Esperanza. En la entrada del poblado nos sorprende  encontrarnos con un cementerio donde reposan, aproximadamente, treinta tumbas con sus respectivas cruces y trabajos en granito, mármol, cemento y algunas con el característico “lomo de perro” esta última opción se produce al recoger la tierra que sobra, después de enterrado en el muerto y hacer un camellón donde se coloca la cruz. Indagamos sobre el particular y nos informan que no es un cementerio lo que allí existe, sino la concentración de los rosarios de los difuntos que sacan a la calle y coincidencialmente, todos concluyen en el mismo sitio.
Al pedir explicación de este hecho, el señor Antero Calle nos relata: Hace muchos años se acostumbraba que a todos los difuntos se les sacaba el rosario para la calle; pero hoy en día son pocas las familias que aún conservan esta tradición. La cuestión consiste en que al celebrar la última noche o final de la novena, a las 12 p.m. al rezar el último rosario, el rezandero (que deber ser hombre), sale de la casa llevando una cruz de madera, hierro o cemento con el nombre del difunto. A éste le acompañan todos los hombres asistentes, llevando cada uno una vela encendida. En la casa deben quedar, únicamente las mujeres, ancianos y niños. Todos deben llorar al ver salir la procesión.
El rezandero avanza con su séquito por el mismo camino por donde llevaron al muerto (lo cual explica por qué el supuesto cementerio está a la entrada del poblado, ya que esta comunidad entierra a sus dolientes en San Rafael de Onoto). A llegar al sitio donde termina al rosario, se debe clavar la cruz en la orilla derecha del camino y regresar, caminando de espalda, nuevamente hacia la casa del difunto. Se cree que si el rezandero o algunos de los “Rosarieros” da la espalda a la cruz, el muerto se puede regresar con el grupo y comenzará a penar; es decir, a salir y asustar. Cuando la gente regresa a la casa ya los familiares pueden sacar del cuarto del muerto la vela y el vaso de agua que debieron colocar en este recinto desde el día de su muerte y proceder a ocuparlo. Es de hacer constar que en el caserío “Los Tanques” jurisdicción del municipio Araure aún se conserva esta costumbre y con la reseña que de ella se hace en este trabajo, se pretende  enriquecer los conocimientos sobre el comportamiento ancestral de nuestros antepasados para tratar de conservarla como una muestra cultural que tiende a desaparecer.
Al llegar a La Esperanza localizamos al pescador Tomás Arellana, quien narró su experiencia:
Juan de El Morro es un espíritu que puede hacer bien, pero puede hacer  mal  también, depende  para lo que se busque. Yo pase un susto muy grande con ese personaje aquí mismo en la represa de Las Majaguas. Una tarde, como a las cinco, ya mi hermano y yo habíamos terminado de pescar, habíamos hallado bastante pesca: lebranches, bagres, pargos bocachicos, viejitas, coporos… Ya nos íbamos, cuando un muchacho llamado Félix, que vivía cerca de mi casa y que se ahogó aquí en la represa, salió del agua y nos dijo: Espérenme, para irme con ustedes… yo voy a ver si consigo un pargo blanco que acabo de ver junto a la pata de aquel palo y señaló hacia la represa. (Dentro de represa pueden observarse algunos árboles sumergidos). El muchacho se zambulló en el agua y viendo yo que pasaba el tiempo y no salía le dije a mi hermano: Voy a ver qué pasó y me eché un clavado. Cuando llegué al fondo sólo sentí un ruido muy feo y vi que venía una avalancha de piedras por debajo del agua. Sacando fuerza nadé hacia arriba y cuando salí mi hermano me estaba llamando desesperado: – Tomás…Tomás…Tomás-. Mi hermano me abrazó y me dijo: Tomás yo vi algo muy horrible, una ola se levantó del tamaño de una casa y yo le conté lo que vi en el fondo de la represa. Esperamos la salida del muchacho y éste no salió más.
Nosotros fuimos al pueblo a pedir ayuda y vinimos los buzos o sea gente que sabe nadar y ello testimoniaron que vieron al muchacho en la pata del palo donde él nos dijo que había visto el pargo blanco, que estaba agachado con los ojos abierto y que aún apuntaba con el arpón como si estuviera viendo la presa. Los buzos que eran bien valientes no se atrevieron a sacar ese “muerto”.
Don Pancho García, un anciano que ha vivido desde siempre en los alrededores de la represa nos contó que antes de que el Gobierno hiciera la majestuosa represa de Las Majaguas, él conoció en ese mismo sitio una laguna llamada La Cañada donde vio, una tarde, como 6 p.m. una culebra de unos doce metros de largo y un grosor aproximado de 80 centímetros. Esa laguna la absorbió la represa y se cree que esa culebra está dentro de la represa y es la que “encanta” a las personas que no aceptan las leyes de Juan de El Morro porque muchas personas la han visto y dicen que es como un monstruo por lo grande y escamosa por lo vieja.
El señor Guadalupe Vásquez (72 años) nos recibió con mucho entusiasmo y concertó con nosotros una nueva visita para que viniéramos preparados para asistir al Palacio de Juan de El Morro, ubicado detrás del cerro de El Morro. El señor Guadalupe nos pidió que lleváramos un litro de aguardiente, chimó, tabacos y velas. 
Cumpliendo con el compromiso adquirido llegamos, nuevamente a La Esperanza, el señor Guadalupe nos llevó al Palacio, después de recorrer una carretera de tierra, estrecha y solitaria que va bordeando el cerro de El Morro, dominios de Juan de El Morro. En la falda del cerro se levanta un altar, sin santos, sólo existen grutas adornadas con la bandera nacional. Allí Don Guadalupe, quien practica el espiritismo para curar males y mejorar la suerte de sus hermanos, nos ensalmó, antes de buscar la comunicación con Juan de El Morro. La experiencia fue de encuentro espiritual y luego regresamos al poblado. Durante el recorrido Don Guadalupe Vásquez relató: Existe un dueño para cada laguna… para cada río. Toda corriente de agua tiene su dueño: De que existe…. existe  y aquí en la represa Juan de El morro es el apoderado. Mire, en ese cerro de El Morro nunca ha vivido nadie, nadie ha hecho casa ahí porque lo respetan. La gente sabe que con él no se debe meter porque le va mal. Hay una historia de un muchacho de Acarigua que amaneció bebiendo allá y como a las siete de la mañana le dieron ganas de  venirse, con un amigo, a pescar para acá, para la represa, eso fue en la Isla de Piedra. Ese pobre muchacho parecía llamado a morir aquí, algo increíble. El amigo ya había sacado pescado bastante y estando ya  en la orilla, el muchacho agarró la tripa y se lanzó de nuevo al agua diciendo: Voy a darle la mano a Juan de El Morro y allí mismo se ahogó en la orillita, como a cinco metros y ninguno de los presentes pudo hacer nada. El muchacho se perdió y dicen que los buzos lo encontraron en el fondo de la represa, en una carretera, pero que no lo pudieron sacar porque estaba agachado y con los ojos abiertos, metido dentro de un rollo de culebra muy grande.
Otra particularidad digna de mencionar es que dentro de la represa existen carreteras, incluyendo la carretera vieja, vía Caracas, puentes, cementerios, incluso hasta hace poco se podían ver, en época de verano, las cercas y “peines” de las fincas que quedaron ahogadas debajo de las represa. Así  mismo hay diferentes tipos de vegetación y es asombroso ver, a veces, “baquianos” del sector caminar dentro del agua, para sorpresa de los visitantes que desconocen la existencia de los caminos y  carreteras dentro del agua. Otra cuestión que debo referirles y que también ocurrió aquí en la década de los años cincuenta, fue el compromiso que hizo el General Marcos Pérez Jiménez con Juan de El Morro para que éste dejara de hacer tantos estragos con la gente que venía a trabajar en la construcción de la represa y permitirá que el trabajo se realizara sin obstáculos.
Cuenta que ese pacto se realizó en la Montaña de Sorte, dominio de María Lionza y que el hermano Pedro Soterano estuvo presente. Allí se llegó a un convenio entré las partes y, según dicen,  Juan de El Morro pidió, a cambio de la donación de parte de su propiedad para la construcción de la represa, le dieran el poder para, durante cuarenta años, recoger todas las   almas de los seres que murieran entre Apartaderos y Acarigua, para hacerlos sus súbditos y nutrir sus dominios. El pacto fue aceptado y en el año 1995, supuestamente, se cumplieron los cuarenta años acordado para dar por concluido el negocio. 


Tomado de "Mitos y Leyendas predominantes en el Estado Portuguesa" de Carmen Pérez Montero.
Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente,  en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.  


sábado, 16 de febrero de 2019

Leyendas y cuentos cortos venezolanos (44) Varios autores

Joven llanera en el archivo de Monofot.




EL MITO DE AMALIVACA (Arístides Rojas)
Debemos la tradición de los Tamanacos sobre la formación del mundo, después del diluvio, a un célebre misionero italiano, el padre Gilli, que vivió mucho tiempo en las regiones del Orinoco. Refiere este misionero que Amalivaca, el padre de los Tamanacos, es decir, el Creador del género humano, llegó en cierto día, sobre una canoa, en los momentos de la gran inundación que se llama la Edad de las Aguas cuando las olas del océano no chocaban en el interior de las tierras, contra las montañas de la Encaramada.
Cuando les preguntó el misionero a los Tamanacos cómo pudo sobrevivir  el género  humano después de semejante catástrofe, los indios le contestaron al instante que todos los Tamanacos se ahogaron, con la excepción de un  hombre y una mujer, que se refugiaron en la cima de la elevada montaña de Tamacú, cerca de las orillas del río Asiverú, llamado por los españoles Cuchivero. Que desde allí ambos comenzaron a arrojar por sobre sus cabezas y hacia atrás los frutos de la palma moriche, y que de las semillas de ésta salieron los hombres y mujeres que actualmente pueblan la tierra.
Amalivaca, viajando en su embarcación, grabó las figuras del sol y de la luna sobre la loca pintada (Tepureme) que se encuentra cerca de la encaramada.
En sus viajes al Orinoco, Humboldt vio una gran piedra que le mostraron los indios en las llanuras de Maita, la cual era –según indígenas- un instrumento de música: el tambor de Amalivaca. La leyenda no queda, empero, reducida a esto según refiere Gilli. Amalivaca tuvo un hermano, Vochi, quien le ayudó a dar a la superficie de la tierra su forma actual. Y cuentan los tamanacos que los dos hermanos, en su sistema de perfectibilidad quisieron -desde luego- arreglar el Orinoco de tal manera que pudiera siempre seguirse el curso de su corriente, al descender o remontar el río. Por este medio, esperaban ahorrar los hombres el uso del remo… idea que no llegaron a realizar… Amalivaca tenía además dos hijas de decidido gusto por los viajes; y la tradición refiere, en sentido figurado, que el padre les fracturó las piernas para imposibilitarlas en su deseo de viajar, y poder de esta manera poblar la tierra de los Tamanacos.
Después de haber arreglado bien las cosas en la región abnegada del  Orinoco, Amalivaca se reembarcó y regresó a la opuesta orilla, al mismo lugar de donde había salido. Los indios no habían visto, desde entonces, llegar a su tierra ningún hombre que les diera noticia de su regenerador sino a los misioneros. E imaginándose que la otra orilla era la Europa, uno de los caciques Tamanacos preguntó inocentemente al padre Gilli: “Si había visto por allá al gran Amalivaca, el padre de los Tamancos, que había cubierto las rocas de figuras simbólicas…”
No fue Amalivaca una creación mítica, sino un hombre histórico; el primer civilizador de Venezuela deja su nombre perpetuado en la  memoria de millares de generaciones.
Estas nociones de un gran cataclismo, dice Humboldt, estos dos entes libertados sobre la cima de una montaña, que llevan tras sí los frutos de la palma moriche, que llega por agua a una tierra lejana, que prescribe leyes a la naturaleza y obliga a los pueblos a renunciar a sus emigraciones; y estos rasgos diversos de un sistema de creencia tan antiguo, son muy dignos de fijar nuestra atención.
Cuanto se nos refiere en el día, de los Tamanacos y tribus que hablan lenguas análogas a la tamanaca, lo tienen, sin duda, de otros pueblos que ha habitado estas mismas regiones antes que ellos.
El nombre de Amalivaca es conocido en un espacio de más de cinco mil lenguas cuadradas, y vuelve a encontrarse como designando al Padre de los Hombres (Nuestro Grande Abuelo) hasta entre las naciones Caribes
Ningún pueblo de la tierra presenta a la imaginación del poeta leyenda tan bella: es la expresión sencilla y pintoresca de un pueblo inculto que se encontró poseedor del oasis americano, coronado de palmeras, de majestuosos ríos poblados de selvas seculares, de dilatada, inmensa pampa, imagen del Océano.



EL DR. RODRÍGUEZ (Eduardo Mariño)
I
La voz en el teléfono quería dar la impresión de apremio que siempre tienen las voces telefónicas, pero lo que translucía era un indecible hastío. Supuso que era la decimocuarta vez que intentaba comunicarse en vano, y por consiguiente, le cedió generosamente la oportunidad de intentarlo por decimoquinta vez.
—Lo siento, el doctor Rodríguez no está.
—Pero…
—Intente más tarde, no debe tardar.
Y la colgó, sin más. A fin de cuentas, era sólo otra voz en el teléfono, una más en una lista indefinida y nebulosa que flotaba más allá de la pequeña ventana en la que alguna vez se veía un apamate y ahora sólo la fachada enrejada y fría de un centro comercial.
II
El doctor Rodríguez subió en tramos lentos la escalera que en una ligera curva le llevaba hacia su despacho. Lunes —pensó el doctor Rodríguez. Y el lunes se hizo en su rostro y la sequedad de la palabra le apretó la garganta y le hizo expirar, con benevolencia, el recuerdo fugaz de un domingo menos particular que en su acendrada búsqueda de melancolía le había dado un reposo y el milagro tácito de un beso al despedirse.
—Te llamaré en la mañana, esta noche todo se solucionará.
—Estaré esperando, ojala así sea.
—Será…
Y el doctor Rodríguez abre la puerta de la engrisecida oficina y un pálpito como de olvido le camina la sangre.
III
¿Dónde estaba? Todo había sido tan rápido y tan impersonal como una escena de teatro o una película contada al salir del cine. Todos los sucesos, en vertiginosa y difusa secuencia se afinaban entre si y le dejaban la impresión de haber sido testigo más que actuante, en una representación de saltimbanquis y cabriolas del destino.
Se aferra una vez más al teléfono, como aferrarse a la vida que se supone después. El amor, como toda fe del espíritu, también tiene sus ritos y sus imprecisas oraciones.
IV
Si sus ojos no estuviesen sólo abiertos, tendría una magnífica vista de su esposa aferrada al hilo en el que supone también aferra su vida. Podría quizás detallar su ilusión que va deviniendo en angustia.
¿Pero quién sabe lo que pueden ver los ojos abiertos de los muertos?
Quizás, doctor Rodríguez, el puñal te obstruía parte de la escena.



EL TÁRTARO  (Marcos Agüero)
El cura del pueblo acaba de despedirse de Pedrito, el monaguillo, y le recordaba despertarlo a las 6:00 a.m. como era de costumbre para dar la misa. El Sr. Cura encendió una vela, se arrodillo, Oró y luego se acostó. Las horas pasaban bajo aquella tenue luz velatoria que lo hacía ver como un muerto. Un profundo silencio se dejó oír y ya no supo más de si…
El doblar de las campanas no se hizo esperar y sobre los hombros de los feligreses fue llevado hasta su última morada, un lugar pequeño, oscuro y frío, pero seguro y eterno.
Solo la tierra húmeda cubría el féretro del recién enterrado. Y fue allí, en semejante instante, cuando el santo difunto abrió sus ojos con incalculable espanto. Comenzó a empujar y golpear la madera que tenía ante su rostro. El esfuerzo era en vano debido a su avanzada edad y esta lo dejaba cada vez más débil. Sudoroso ya y con la respiración entrecortada, recordó que en uno de los bolsillos de su sotana, tenía un cuchillo, el cual sacó y con esfuerzo hercúleo y empezó a sacar los clavos de la urna escapando así del estómago de la muerte.
Ahí iba el pastor, arrastrándose por aquel infierno de desolación. Este era el pastor, el último pastor caído sin seguidores y sin nadie a quien seguir.
Mientras se arrastraba, surgió a su paso un viejo y apestoso burro lleno de gusanos y moscas verdes. Con una agria sonrisa montó el cuadrúpedo y sin rumbo alguno, el hombre y la bestia seguían la huella de la soledad la cual mostraba a su paso un paisaje agresivo de muerte.
Con la misma inclemencia que el sol quemaba su piel, así también el hambre quemaba su estómago. Ante tal adversidad, y con asco profundo, el hambriento pastor sacaba con sus esqueléticas y mohosas manos los gusanos que le salían a aquel viejo y enfermo animal. Tratando de socorrer semejante hachazo que la vida le signaba, se dispuso a orinar  en sus manos y beber tan preciado líquido.
Salido de quien sabe dónde, un nuevo animal aparece en escena, se trata esta vez de un zamuro que vuela a duras penas debido al hambre pegada en su estómago, mostrando la flacura en relieve de su implume cuerpo. Súbitamente, el zamuro percibe un olor nauseabundo que provenía detrás de una montaña. El ave alzó vuelo –como pudo- mientras el pastor con su sabiduría atormentada por lo que había comido y bebido siguió al carroñero. A medida que se acercaban al lugar, el olor se hacía insoportable, tanto así que quiso maldecirlo, pero su voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. Casi asfixiado, el pastor llegó a la cúspide de la montaña y vio un lugar aterradoramente amorfo. Hombre bestia y zamuro entraron en aquel fétido sitio. La turbia e inexpresable mirada del pastor, se aclaró en la oscuridad de aquello. De repente, se oyeron quejidos, llantos y alaridos. Para ese entonces el hedor ya era insoportable.
Luego la sensible mirada del pastor se vio atraída por algo que surgía entre penumbras. Era un ser asombroso, mitad hombre mitad caballo, así era su cara, con voz trémula el pastor pregunto: ¿Qué es todo esto; quién eres; por qué estás aquí? Levantando sus patas traseras el anfitrión respondió: Los lamentos que escuchas son los frutos del árbol de la ignorancia que se pudre en el lodo que cubre la raíz de la inteligencia de los dioses mundanos. Y el hedor que sientes son tus pensamientos y el lugar donde te encuentras es El Tártaro, lugar donde viven solo los que están muertos y el que aquí entra no sale jamás.
El aun aturdido pastor, clavó los ojos de angustia en tan fabulosa criatura diciendo: Por salir de aquí soy capaz de cualquier cosa, por muy imposible que parezca. ¡Yo, pastor de nadie, el último pastor recto!
Los ojos del misterioso ser huyeron de la insistente mirada del pastor, mientras le decía: ¿Ves este riachuelo, allí se encuentra un pez lleno de gusanos venenosos y el agua que ves, es la sangre venenosa de los dioses mundanos. Si logras comerlo y beberlo y quedar vivo, podrás salir de aquí y vivir para siempre.
Respondió el pastor: He esperado con angustiante tranquilidad el correr de los años acercándose lentamente a pasos agigantados hacia el final de este encuentro. Mientras tanto, el zamuro descansaba sobre una rama de espinas esperando  impaciente la muerte del pastor y poder así saciar su hambre. El pastor metió su mano en la sangre de los dioses mundanos, saco el pez lleno de gusanos y con la poca sabiduría que le quedaba meditó por un momento y le dio de comer primero al zamuro. Este lo devoró en un dos por tres y al instante murió. Seguidamente, el pastor tomo al zamuro muerto y se lo dio a comer al burro. Este lo masticaba lentamente y cuando se lo terminó de comer, el burro también murió. Viendo esto, un rotundo olfato de triunfo lo embargo. Desenvaino su viejo cuchillo y lo clavó en la yugular del recién muerto animal.
Un fuerte tibio chorro de sangre baño su rostro, procuró entonces beberla con desesperación. Totalmente lleno, se incorporó el pastor totalmente transformado y con el burro convertido ahora en un hermoso corcel blanco mientras de su cuerpo, salían dos enormes alas negras. El pastor montándose sobre el alado animal diciendo estas  palabras al guardián del Tártaro:
Todos somos como burros con gusanos, guiados por nuestra ignorancia hacia el tártaro. ¡Utilicen la espada de la sabiduría para que sean transformados! Dicho esto salió volando a la eternidad…
A las 6:00 de la mañana, Pedrito  llegó a la iglesia y acercándose el cura le dijo: ¡Levántese, señor cura, que ya va a ser la hora de dar la misa!


PICA LA PELUCA (Enrique Enríquez)
Dedicado a todos los Clint Eastwood del mundo
El Sicario se frotó los dedos para eliminar cualquier residuo de masa de gnocci mientras empujaba su silla de ruedas hacia el fregadero de la cocina, donde se lavó las manos, secándolas luego con un paño blanquísimo que volvió a plegar por sus dobleces exactos. Así, con las manos impolutas, buscó entre sus bolsillos la llavecita chata y cautelosamente gris que abría la segunda gaveta del armario, de donde sacó una bala calibre 25 que puso frente a la fotografía de una chica con cara de “empleada del mes”, dejándola husmearle el rostro por varios segundos antes de meterla en un sobre y cerrarlo pasando la lengua por el filo engomado.
Quienes no tienen el valor de chapotear en las miserias de la vida se suicidan. Si resultan cobardes incluso para eso, llaman al Sicario y la muerte le llega a vuelta de correo. El Sicario pone una bala a mirar una foto de la víctima y luego la mete en un sobre con su dirección. Cuando el “cliente” abre el sobre, la bala le parte el pecho. Fácil y rápido. Infalible llueva, truene o relampaguee. El correo jamás falla y el Sicario menos.
Del Sicario no hay mucho que decir. Seis años atrás su primo Cósimo lo invito a cenar. Tres platos de osso bucco con Regina fagioli después, entraba a la sala de emergencia del hospital de Terrasini con una indigestión que lo dejo paralítico y le confirió el poder de eliminar las balas usando la mente como pistola, todo por el mismo precio. Si Cósimo le había tendido una trampa o no era incierto, pero por las dudas el Sicario le abrió una segunda sonrisa más debajo de la quijada. Descanse en paz.
Hablemos mejor de su cliente, Melinda, la chica de la foto. Melinda quería ser actriz. Algunos pensaban que tenía todo para triunfar porque era alta, rubia, atractiva y un poco tonta, así que hizo lo que todas las mujeres altas, rubias, atractivas y un poco tonta hacen cuando quieren ser actrices: fue a una audición.
La audición estaba llena de mujeres altas, rubias, atractivas y un poco tontas esperando ser descubiertas. Ninguna hablaba, y Melinda pensó “¡qué pretenciosas!”. Luego de un rato dos hombres vestidos con uniforme azul entraron a la habitación, cargaron cada uno a una de las chicas y se fueron. Volvieron al poco tiempo y repitieron la operación. Melinda no notó nada extraño hasta que a una de las chicas se le cayó la cabeza cuando la levantaban. “Vaya, ¡esa es más tonta que yo!” se dijo. Da vergüenza decirlo, pero aun tardó diez minutos en enterarse de que se había sentado en un depósito de maniquíes. Ni siquiera lo descubrió ella misma, sino el sujeto que, al levantarla no encontró las etiquetas con los precios en su ropa.
De ahí en adelante, y con una constancia pasmosa, fracasó en cada papel que le asignaron. Si le hablaban del Método Stanislawsky, ella respondía que siempre había confiado más en las píldoras. Era un fracaso y todos lo sabían. Peor aún: ella lo sabía. Por eso contactó al Sicario, le envió su foto y se sentó a esperar que el cartero le trajera la muerte. Lo que no sabía Melinda es que ha podido ahorrarse el dinero, pues el Asesino de los Jueves entró esa noche en su casa.
El Asesino de los Jueves se metía a la casa de sus víctimas los jueves, usurpaba su identidad por siete días y las mataba el jueves siguiente. Según él, se entregaba a las costumbres de una persona extraña y luego se liberaba de ellas asesinándola. Algo muy coherente si te patina el coco. Había sido peluquero en Los Ángeles pero un tumor cerebral lo sacó del negocio. Los médicos decían que más de un corte de pelo al día lo habría hecho tener un derrame y eso le destruyó la carrera. No pudiendo ser quien quería ser, decidió ser cualquiera. Se volvió loco. En cualquier país del mundo los locos se contentan con deambular por la calle, pero en Los Ángeles los locos matan gente. Por algo es tan callado el primer mundo.
Melinda no notó nada raro en el hombre sin cabellos ni cejas que la siguió hasta su casa conduciendo un escarabajo rosado en cuyo guardafangos podía leerse “Born To Kill”. Tampoco le pareció raro que estacionase su auto junto al de ella y la siguiese por el jardín. Iba a comenzar a extrañarle todo aquello cuando recibió un mazazo en la nuca. Lo siguiente que supo es que estaba en la cama viéndose a sí misma parada a sus pies.
¿Quién eres tú?- preguntó.
Soy Melinda -contestó el psicópata con voz de muñeca taiwanesa- esta semana verás qué tan Melinda soy. Luego te mataré. ¡Ah! Y no intentes escapar. No tienes modo de engañarme. Tengo el coeficiente intelectual de un genio.
¡Ay sí! Contestó la verdadera Melinda, serás muy genio, pero te apuesto, a que a mí me invita más gente a salir.  Por fortuna sonó el timbre. En este tipo de historia la persona que toca a la puerta suele morir, pero el cartero se fue ileso tras dejar su encomienda en manos de Melinda que supo ocultar muy bien sus nervios. Con la misma sangre fría cerró la puerta y dijo a su doble:
--Llegó el correo.
---Muy bien-- dijo el Asesino de los Jueves---
Abre una carta y yo abriré las demás exactamente igual a como tu abras la primera.
Siempre somos mejores cuando ya nada importa. Nuestro rehén fue pasando carta por carta con parsimonia, notando divertida que su captor miraba con atención de antropólogo cada uno de sus gestos. Ella que había sido tan mediocre frente al público, actuaba muy bien ante la muerte. Aquel fajo era bastante tedioso: cuentas… cuentas…publicidad… cuentas…cariños desde Italia…cuentas ¿Cariños desde Italia? El sobre pesaba más de lo normal y Melinda entendió todo. Esa fue la carta elegida.
-¿Sabes? -le dijo al demente usando un histrionismo del que jamás gozó en escena- me encantaría quedarme a que me mates, pero acabo de recordar que tenía un compromiso previo.
Melinda abrió el sobre del Sicario, la bala hizo lo suyo y ella murió en el acto sin que el Asesino de los Jueves tuviese nada que ver. No habiéndola matado él, la liberación era imposible y el Asesino de los Jueves se vio obligado a ser Melinda para siempre. 
Lo bonito de esta historia es que a partir de entonces la actuación de Melinda mejoró. Nadie sabía cómo, pero, ahora era estupenda. Pronto comenzaron a lloverle los contratos, las ofertas, los halagos. Todo el mundo tenía un papel escrito para ella, todo galán le ansiaba entre sus brazos. El Tony llegó seguido del Golden Globe y finalmente del Oscar. Cuando Melinda recibió la estatuilla de manos de Anthony Hopkins lloraba. Nadie supo nunca que aquel era un llanto prisionero, no de estrella.



martes, 24 de abril de 2018

Cuentos del Arriero (La Carreta del Diablo y otras historias). Samuel Omar Sánchez

Imagen en el archivo de Ofelia Rodríguez Pérez



CUANDO ASOMBRARON A MILAGRO SÁNCHEZ DE CARPIO
Me santiguó y pidiendo a la Virgen de Coromoto, que me aclare la garganta para relatar esta historia que es la pura verdad por este puñado de cruces. Sucedió en “El Socorro” del estado Guárico.  Milagro Sánchez de Carpio, hija de Emperatriz Gómez de Sánchez y Elías Samuel Sánchez, nació en Valencia estado Carabobo, al graduarse de maestra se fue a trabajar a El Socorro con el paso del tiempo se casó con Gustavo Carpio “el negro Carpio”, para ese tiempo veían poco televisión ya que nacieron 4 hijos: Ryszard, Katy, Ilic y Gutsmila. Disfrutaba con su familia y viajaba para Valencia a ver sus padres y a San Carlos también a visitar a su tío Samuel Elías Sánchez. Al paso del tiempo la señora Emperatriz se fue a vivir a El Socorro, se compró una casa en el sector Las Amazonas, monta un negocio el cual atendía y se distraía, su hija la visita todos las tardes en un vehículo que había comprado, a veces va con toda la familia o sola. Es una fija llegar a las 6 de la tarde y se regresaba a las 12 de la madrugada, su madre le decía: -”Lala a estas horas no te vayas quédate a dormir aquí. Y le respondía: 
-No mami no pasara nada, le pedía su bendición y se regresa para su hogar. Sus amigos le decían y hasta su esposo que por esos lados salían apariciones, a más de uno los han asustado por cierto en el puente Las Amazonas, salen diferentes espantos se comenta de la tradición oral que en esa quebrada hay un entierro de morocotas que nadie ha podido desenterrar. Sucedió por cierto para un lunes del mes de mayo, Milagro cumple con todos sus quehaceres y le dice a su esposo “El Negro”: 
-Iré un rato a casa de mi mamá, le lleva un pedazo de queso llanero y un plato de pisillo de chigüiere y una taza de arroz con coco. Le dice: 
-Milagro, acuérdate que es lunes de las ánimas y estamos en el mes de los espantos que andan haciendo de las suyas. Se ríe con jocosidad y dice: -¿Qué te pasa, Negro? Vas a creer en esos cuentos y con ese tamaño ahora me saliste cobarde… Se va tranquila, llega a las 7 de la noche, su mamá le da su bendición, se alegra de verla y está contenta que niña con muñeca nueva al recibir esos detalles. Pasan las horas entretenidas conversando con las anécdotas, se dan cuentan, es la una de la madrugada, Milagro decide irse; su mamá le dice: -No te vayas y le recuerda de la aparición en el sector del puente Las Amazonas. Se despide, antes de llegar al sitio hay una especie de bajada, ella distingue a lo lejos dos faros que brillan, pensó debe ser un gato encaramado en el palo, toma la bajada en primera y acelera su carro para sorpresa de ella a un lado del puente ve la figura de un hombre que salió de la nada, lo raro es que solo ve dos ojos resplandecientes, tiene puesto un sombrero enorme de color negro que le tapa casi toda la cabeza, unos pantalones pero no le nota los pies; está levitando en el aire, ni le distingue las manos porque lleva un saco grande y le tapa casi todo el cuerpo, Milagro se persigna y acelera pasándole a un lado, con el rabillo del ojo lo distingue, pensó a lo mejor era una persona pasada de tragos y se le lanzaría hacia su carro, ve por el retrovisor y nada, pensó Dios será que lo golpeé, ahí mismo da la vuelta en dicho sitio, llega al sitio se baja, reviso los alrededores con la mirada y nada, se recuerda que su esposo y su mamá le decían que asombraban en el puente, de sopetón una fuerte brisa apareció, es tan fría que castañean su dientes, en la lejanía se oyen a unos perros ladrar, siente un celaje a su lado; está nerviosa, un miedo que le recorre todo el cuerpo, voltea hacia el árbol cerca del puente y de nuevo ve los dos ojos centellantes, ¡Ay Dios! Se monta en su carro y da chancleta, esa recta la devora en un santiamén, llega a su casa, está realmente asustada, abre la puerta y entra directo a la cocina, no encuentra explicación de lo sucedido le atacan los nervios en ese momento sale del cuarto Katy y ve a su madre temblorosa le dice: -¿Qué te pasó? Y le cuenta lo que pasó, se va al cuarto de su hija, tan asustada que se acostó con ropa y todo, en la mañana se levanta, su esposo está haciendo el café y le cuenta lo sucedido. Así se supo cómo a Milagros Sánchez de Carpio en el puente Las Amazonas de El Socorro la Asustaron.


LA NOVENA
Este relato es de la rica tradición oral de Acarigua. Portuguesa, sitio lleno de misterios y aparecidos. Desde la Colonia se oyen los cuentos desde El Carretón, La Llorona, La Sayona, Los Duendes del Camino, todos se dan la mano con El Silbón en un cruce de caminos, para seguir saliendo por esos anchos caminos de la llanura. Esto que contaré es la realidad por la Virgen del Carmen. Un grupo de amigas Josefina Hernández, Omaira Ostos, Carmen Teresa y Gloria, van de visita al Museo Inés Mercedes Gómez Álvarez, ubicado en Guanare disfrutan todo el día, tarde de la noche regresan a sus hogares. Al día siguiente reciben la noticia en casa de la familia Ostos, falleció un familiar en un accidente de tránsito en la vía Guanare – Acarigua, se riega como pólvora, su familia deciden velar el cuerpo en su residencia en Araure. Al saber la noticia sus amigas se van en el vehículo de Carmen Teresa, llegan a casa de Omaira, le dan las condolencias, es noche cálida y sin brisas como son las noches de Guanare, en las que ni el soplo de un pajarito hacia mover ni siquiera una hoja seca esparcida entre las sombras de unas acacias...le dan el pésame a la familia que han llegado del estado Apure, y son de la vieja creencia que el fallecido debe ser velado en su hogar, rezar los tres santos rosarios al cuerpo presente, los hace una mujer con rasgos indígenas, a muchos sorprendió porque las letanías son diferentes a las actuales, otro detalle que no sabía leer ni escribir, pero con una soltura rezaba. Han rezado las novenas de las siete y las nueve de la noche, el café, el chocolate, las galletas, el queso y cigarros, no falta a los presentes, en el patio prepararan un hervido que no le falte nada, para los que amanecieran acompañando a la familia en esa hora triste. Comenta algo intrigada Gloria: -¿Que manera tiene de rezar y de donde salió esa señora?
-Ella viene acompañando a mi familia desde Apure, es del entorno de confianza, además por esos lados rezan de esa manera.  Le responde Omaira. Y agrega Carmen: -Además cuando reza, a nosotras nos ve muy raro, no me gusta y desde que llegó no se ha movido de esa silla, ni para ir al baño. Las amigas, siguen conversando de las actividades que harían después, está por empezar la plegaria de las once para terminar al filo de la medianoche y así cumplir con las tres novenas que se le hacen al difunto. -Muchachas, me siento incomoda y me voy a retirar-: dice Carmen. Algo extrañadas las amigas, Exclaman: -¿Qué te pasa Carmen? Terminamos esta novena y nos vamos. -No amigas, si quieren se vienen ahora, esta morena se va... Empiezan a rezar, se levanta de la silla, se despide, se monta en su vehículo y sale rumbo a su hogar. -No se preocupen muchachas, mi tía nos mandará con cualquiera de sus hijos o si no amanecemos. Dice Omaira. Carmen, viene manejando tranquilamente oyendo una canción, siente a su espalda una respiración, la mujer se eriza, su corazón palpita fuertemente, de nuevo lo escucha y ahora alguien tosiendo, la mujer frena bruscamente, suerte que no vienen otros vehículos. Un poco asustada, se pregunta: -¿Qué pasa Dios Mío, vengo sola, no estoy loca? En ese instante pasa frente del vehículo un señor, al reconocerlo revienta en llantos. -¡Dios mío! Es el difunto. Se persigna y se regresa al velorio. Al llegar la ven más sudada que una hielera y con los ojos más pelados y llorosos que teniente cuidando frontera. En ese momento la rezandera ordenó que todos los que estaban ahí se pongan de pie y pidió que nadie se atravesara entre el altar y la entrada de la casa, ordenó que abrieran las puertas de par en par y ahí pronunció unas oraciones aún más intensas dirigidas a los santos del cielo y especialmente a San Pedro, para que llevara y protegiera aquellas almas sin que ningún espíritu o entidad inferior osare interferir en su camino...en ese momento estando todos de pie y en un verdadero suspenso, sienten un estampido de brisa que venía saliendo de lo profundo de la casa apagándose repentinamente las velas encendidas en el altar el cual estaba ubicado en el centro de la sala, al igual que golpeando con fuerzas las ventanas y puertas en un inexplicable recorrido desde el interior hacia afuera, golpeando la rejita a media pared de la entrada de esas que caracterizan muchas casas de pueblos; cuyos hierros traqueteaban como queriendo desprender de sus base... los vasos de plásticos con los cuales habían servido el chocolate y café, rodaron dispersos por el suelo como disparados hacia la calle y formando un pequeño remolino, durante pocos segundos parecía un ventilador encendido a toda potencia, la rezandera en esos momentos profería sus peculiar rezos... Carmen, alcanzó a terminar la novena, sus amigas al verla aun nerviosa, le buscan agua y le pregunta Omaira: -¿Amiga que te paso, mira como vienes, nos tienes intrigadas? Varios de los presente, se acercan a ver qué le sucedió. La rezandera vio a la muchacha pálida y afirma con la cabeza un sí. –Amigas, es que el difunto me asombró y por eso me regresé. Respondió Carmen. Se le acerca como una buena madre, le acaricia el pelo y dice: -Usted es tan joven y no cree mucho en las costumbres del Llano, cuando se reza a un cuerpo presente, no se deben levantar ni retirarse porque si no él los asombra y se tienen que regresar para terminar la novena, eso le pasó.


EL ENCANTAMIENTO EN EL JARDÍN DE ORIENTE 
Llamado “Jardín de Oriente” Caripe del estado Monagas, con un clima y vegetaciones increíbles, luego de un recorrido de montaña por la orilla de un río, se disfrutan de las aguas cristalinas, las cuales han esculpido por años cuevas, toboganes y algunas que desembocan en un chorrerón, que da nombre al sitio. En dicho lugar fresco y sombrío, donde solo se oye el canto de los pájaros y revolotean enormes mariposas azules metálicas o caballitos del diablo. Un día cualquiera, el año 2011 un grupo de compañeros de estudios del IUTIRLA, entre ellos: Karla, Liliana, Luisana, Omar, José y Olimar, se reúnen después de clases y se ponen de acuerdo para ir al Chorrerón, dice Karla: -Vamos el sábado. Los demás apoyan la propuesta. El sábado a primeras horas se dirigen al terminal de pasajeros, Karla lleva a sus dos hijos: Emili y Sebastián; Lilimar va con su hija Marimar; Olimar va con su dos hijos Simón y Francia; llegan temprano antes de tomar camino para el sitio de recreación, van a una bodega a desayunar, el señor que los atiende ya entrado en años, con el pelo escarchado les dice: -Muchachos, me han caído bien, tengan cuidado con el pozo, está encantado. Manuel le agradece y se van cantando, a la vez que oyen el ruido de la naturaleza. Al llegar se encuentran a una familia, pero como es grande nadan todos tranquilos, ahí dice Emili: -¡Qué bello todo esto, gracias mami por traernos! Y agrega Sebastián: -¡Si mami, me quedaría toda una semana! Todos se ríen y comenta Karla: -Bueno pórtense bien y estudien para traerlos de nuevo. Los hijos de Olimar responden: -¡Nosotros nos portamos bien…! Es mediodía, están Omar, Lilimar y Olimar, preparando el pescado frito y las arepas, Karla tiene listo la ensalada y el guarapo de papelón. Mientras almuerzan comenta Luisana: -Caramba, comadre Karla, le quedó sabrosa… Y riéndose con picardía dice: -Claro, mi coma, es que tengo esa magia para cocinar. Empiezan a echar cuentos de aparecidos, y Olimar le pregunta a Omar, un educador y quien ahora es locutor: -¿Qué hay de cierto sobre las apariciones en estos pozos?, además, a ti te asombraron en la radio. A lo que él responde: -Una vez estando de guardia en la emisora Soclas 98.7Fm, que se encuentra en el 7mo piso, es la una de madrugada y después de tener una conversación con un gran amor, de aquí mismo de Maturín y darle un concierto de canciones, tocan el timbre de la puerta, salgo a ver quién será, ¡susto! No hay nadie y de ñapa el ascensor está arriba, al regresar la cabina sentí un silbido en la oreja que me espelucó todo. Todos se ríen con duda. Y agrega Omar: -Pero recuerden, aquí en este pozo sale un encanto también. Son las cuatro de la tarde, la otra familia se fue, llega una fuerte brisa, aparecen mariposas enormes de color negro, oyen unos gritos y ven a los animales asustados, los pájaros salen en desbandadas, cerca del pozo hay una enorme piedra, la cual se envuelve en una neblina y ante ellos aparece una mujer de pelo negro, sentada…todos la miran, ahí grita Sarais: -¡Mami! Por Dios… Viene corriendo toda temblorosa hasta su madre. Quien le pregunta: -¿Qué te pasó hijita? Nerviosa le dice: -Sentí que alguien me acarició el pelo. Y ninguno de los muchachos está cerca de ella. Llegan otras mariposas, pero de color azul, sus corazones laten acelerados como tren sin freno, el tiempo se detuvo, la mujer se ríe de una manera loca y se lanza al agua, antes sus ojos en la piedra ahora se ha posado un pájaro grande desconocido, todos se persignan, y como bailar en un tusero con alpargatas nuevas, en segundos salen en veloz carrera más blanco que dulce de leche. Llegando a la bodega, los espera el vendedor muy calmado y moviendo la cabeza, a lo que Olimar le afirma: -Es verdad lo del encantamiento del pozo.


LA CARRETA DEL DIABLO 
Los relatos orales, son parte de nuestro acervo patrimonio inmaterial, de ahí que debemos preservarlo en el tiempo, y las generaciones venideras sepan de donde se viene, como se formó una comunidad y sobre todo los cuentos y leyendas son parte de ese legado cultural. En el sector 23 de enero, en San Carlos, estado Cojedes, llegan a vivir la señora Hilda La Cruz y su pareja Elio Sánchez, uno de sus hijos es Gilda, muchachona de piel canela y vivaracha, con su caminar muy fino, estudiante de la escuela Carlos Vilorio, junto a sus compañeros Marlene, Mary, Nora, Mon Valera y Julito Aguiño, todos excelentes muchachos pero…siempre hay un capitán o capitana y es Gilda, muchas veces se escapan del colegio para ir de pesca y bañarse a los ríos “el canal de riego” y “El Paso de Las Negras”, como disfrutaban como peces y dígame comiendo mangos, eso sí al llegar a sus hogares preparen esas nalgas que se las dejarían moradas de la pela que llevan. Por cierto por toda esa zona recorre sus calles El Carretón, hasta se dan las manos al encontrase La Llorona, con El Ahorcado y El Duende que aparece en dicha escuela y  a más de uno lo han asombrado, como lo que le pasó al buen amigo Tito Ortiz, “Titico”, el hijo de Rosario Pérez, enfermera del viejo Hospital Los Llanos y del nuevo y de Tito Ortiz, viejo camionero y eterno jugador de bolas criollas, una noche viene “Titico” después de venir de una parranda y al llegar a la escuela, de la nada le apareció La Llorona lo lleva coleado hasta su casa, gritando y  sus tías Amelia y “La Negra”, lo rescataron por un tiempo parece monaguillo en la casa. Todos esos cuentos los amigos siempre los oían, ya que sus padres lo relataban, pero ellos decían que son cuentos de caminos, tienen una ceba de jugar de lunes a lunes, llueva, truene o relampaguee, llegan a la esquina de la casa de señora Rosarito La Cruz, sitio de encuentro y disfrute, al salir al recreo de la escuela dice Gilda: -Ya saben muchachos en la noche nos vemos. Cada quien después de hacer las tareas y los mandados de la casa se van, la mama de Gilda, siempre le decía: -Mija, deja esa maña de estar jugando siempre de noche, un día de estos los asombraran. Con respeto le respondía: -Ah pues, mami, tranquila que no pasara nada y se viene más contenta que perico comiendo guayabas. Se encuentran todos, se ponen a jugar, esa noche los muchachos están hipnotizados, juegan la “ere”, “el paralizado”, “el escondido”, metras, la semana, cuando dice Mary: -Muchachos la señora Rosario ya se acostó. - ¡Vacío! si son las once, dice Mon. En ese momento escuchan en la lejanía el sonido de varios cascos de caballos y el rebuznar de unos burros, dice algo intrigada Gilda: - ¡Mueca esos son los burros de don Benito!  ¿A estas horas? Un fuerte ventarrón acompañado con una espesa neblina los arropa, están como paletas de helados, temblando…oyen el chasquido de las ruedas de una carreta, ahora si todos están como gallina grifas. Julito quiere decir algo y empieza gaguear, Marlene toda morada grita: -Muchachos es la Carreta del Diablo.  Cada quien sale como viento en sabana a sus casas. Gilda, llega más asustada que gallina en casa de zorro, su madre la abraza y la manda a dar una ducha para que duerma tranquila, ese día su padre está de viaje, ya está en su cama, el reloj da las doce campanada dando la bienvenida a la medianoche, oye estrepitosamente la ruedas de una carreta que mete miedo, los perros laten asustados, esa carga fantasmal se le oía por la calle Federación, de la impresión le da un dolor de muela, es fuerte ese chirriar y la pone más asustada que ratón en madriguera de culebra y a su edad de nueve años, el miedo pudo más, sale corriendo para el cuarto de sus madre, ya sabe porque viene, la coloca debajo de su abrazo, como lo hacen las mama gallina y acurrucan a sus pollitos: -Ves hija lo que te decía, esa es La Carreta del Diablo. Gilda al oír esa bulla sus tímpanos están acobardados, que la señora se pone a rezar la oración de La Magnífica para así alejar esa mala aparición. A la mañana siguiente, era el comentario entre los amigos de la bulla de El Carretón del Diablo, la escuela se alborotó tanto que llevaron a un cura para que bendijera la institución, según para alejar esos espectros, lo bueno es que dejaron esa ceba de jugar todas las noches. Si lo hacen es temprano y después cada quién para su casa.


Estas piezas literarias se tomaron del libro: Los Cuentos del Arriero de Samuel Omar Sánchez, editado en San Carlos, por la Fundación Editorial El perro y la rana –Cojedes,  2017 

viernes, 24 de junio de 2016

Leyendas y cuentos cortos venezolanos (21) Varios autores

Joven de Cojedes en el archivo de Carlos González



ENTIERRO 
(Mercedes Franco)
Una Luz palpita, saltando en la noche tibia. Rodean un árbol grueso y se detiene allí, donde una débil sanación. Seguramente señala el lugar de un “entierro”. Los “Entierros” son tesoros enterrados, vasijas, botijuelas, o cofres repletos de oro, que alguien enterró.
Durante la conquista y colonización de Venezuela, muchos enterraban sus riquezas, por miedo a ser robados, pues no existían aun los barcos. A veces pasaba el tiempo y morían en forma inesperada sin poder revelar a los suyos el lugar del tesoro. Y ese oro permanece allí, bajo tierra, custodiado por el alma en pena de quien lo enterrará.
Dicen que existe en Paraguaná un lugar especial, llamado Cardón Liao, que oculta un gran tesoro. Antes de la Independencia vivía allí adinerado español, dueño de un hato llamado “Acayude”. Una vez iniciada la Guerra de Independencia, aquel hombre decidió volver a su país. Salió de su finca con varias mulas cargadas de oro y un esclavo. En la orilla del mar lo esperan un barco que lo llevaría a España. Muchos dijeron que se había llevado todo su oro. Otros, que lo enterró, para buscarlo después. Y algunos añadían que había enterrado vivo al esclavo, para que su alma custodiara aquel tesoro. Algunas noches se ve brillar entre las piedras de Cardón Liao una envolvente luz dorada, muchos creen haber visto vagar por la arena blanca una figura sombría. Es aquel infortunado esclavo negro, que vigila eternamente el lugar. En el cerro El Vigía, en Pampatar, hay una piedra mágica, llamada la “Piedra del Duende”, que brilla desde lejos en las noches y junto a ella se ven algunos niños jugando, supuestamente duendes. Se cree que el corsario francés Pierre D`Autant enterró allí su gran tesoro, luego se casarse con una bella margariteña.


ESCAPULARIO
 (Mercedes Franco)
Especie de talismán católico. Con imágenes, hechos en telas y fieltros, protege de todo mal, de fantasma, hechizos y fuerzas malignas. Tiene más valor si se le “reza”, si alguien de comprobada bondad reza sobre él más aún si se le bendice con agua bendita. Se lleva al cuello, dentro de la cartera o se pone bajo la almohada.



CARNAVAL
 (Ramón Lameda)
Era un Viernes Santo pero me fui a bañar al río Masparro. Sin embargo, me perseguía la voz de mi abuelo: El que se baña un día Santo, se vuelve pescado.
El calor apretaba y me lancé al agua como una jabalina asustada. En el fondo del río, encontré a varios de mis amigos muertos, transformados en peces oscuros nadando en el medio de una montaña de latas de cerveza. Todos me perseguían y querían que me quedara bajo las aguas. Desesperado, empecé a nadar buscando aire pero no avanzaba. Era como si tuviese una roca sobre el pecho.
Menos mal que era un sueño y me encontré nadando sobre la cama y sacudiendo la cabeza como un desesperado. Entonces abrí los ojos y vi a mi mujer cubierta de escamas y con una enorme cola de bagre en el lugar de sus lindas piernas.
_ ¡No puede ser! ¡No es cierto! _empiezo a gritar parado sobre el colchón.
Mi mujer me miró con un aire displicente.
 _Hoy es carnaval, estúpido. Ponte tu traje de Neptuno.



UN SUEÑO DE OTRO MUNDO
 (Enrique Mujica)
Chibí dormía con el radio prendido, tal vez una forma excéntrica de conjurar los recuerdos, de acallar el pensamiento. Su primo Luis Alberto compartió una noche la habitación con él. Ya tarde, cuando Chibí roncaba, Luis Alberto le apagó el radio. Él se despertó en el acto con el escándalo del silencio y le dijo al primo: “Primo, no me apague el radio porque me despierto “.



EL SOMBRERO DEL TURISTA 
(Gabriel Jiménez Emán)
Un turista va caminando por la playa y el sombrero se vuela, intenta recogerlo pero el sombrero sigue rodando por la arena, sigue detrás de él pero el sombrero va a dar al mar, sigue arrastrado por el viento y por fin se detiene al encontrar una roca.
El turista se lanza al agua, nada hasta la roca, coge el sombrero, y como está cansado se sienta un momento en la piedra a mirar las gaviotas y algunas lanchas que pasan.
Después se detiene un muy momento a tomar el sol, duerme un poco, y cuando despierta se da cuenta que ha perdido el sombrero, el turista se siente muy fuera de lugar y entonces nada hasta la orilla, va hacia el hotel, arregla su equipaje y se marcha a su país. 
Al llegar a su tierra se detiene en la primera playa que ve, y se sienta en la arena a esperar que llegue el sombrero. Después de varias horas lo ve aparecer cerca de unas piedras y se lanza al agua a buscarlo, pero el viento comienza a soplar fuerte y a llevarse el sombrero muy lejos: el turista piensa que hasta un país donde es imposible llegar.



LEYENDA DE LA VIRGEN QUE EL MAR 
TRAJO A CHORONÍ 
(Juan Vicente Camacho)
Hacia el año de 1780… vivían cerca de Choroní,  Don Juan del Corro, su esposa Doña Felipa de Ponte y Villena y sus bien educados hijos …Al amanecer de un día de verano, Don Juan entró en su sala después de haber presenciado la distribución de los trabajos del campo…
Felipa -le dijo Don Juan, cuando Dios bendijo nuestra casa, mandándonos el último de nuestros hijos, pensé  que hubiera llegado tu última hora…
Si, Juan, momento aquel en que creí perder la vida al darla a nuestro pobre Francisco… me acongoja el estado infeliz de nuestro Paquito, que ha tenido un año, no de vida, sino de sufrimientos superiores a su edad.
Así es, Felipa. En vano nuestro amigo el maestro Santiago Ordóñez ha recurrido a su ciencia para salvar los días de ese niño que Dios nos deparó para consuelo de nuestra vejez. El infeliz se muere de languidez y lo veo consumirse como una lámpara que se apaga por falta de aceite. -Pobre niño, murmuró Dona Felipa. 
Al ver tus sufrimientos y  los de nuestro hijo,  me encerré en mi oratorio para rogar a Dios por nosotros. Yo ofrecía al cielo que si salvaba tus días haría colocar la imagen de Nuestra Señora de la Soledad en el templo de San Francisco de Caracas… El cielo oyó mi oración, continuó Don Juan, y tú estás salva, aunque se muere nuestro hijo.
Si tal promesa hiciste, Juan, es preciso cumplirla a cualquier costa, y tal vez la Santa Señora nos conserve por nuestra fe la vida de Francisco. En ese momento entró a la sala un joven robusto, que tendría unos catorce años de edad.
Fernando -le dijo Don Juan con tono severo-, ¿por qué has dejado solo a nuestro padre capellán, siendo ésta la hora del estudio?
El mismo capellán en quien me manda, padre -respondió Fernando.  Todos los criados están en el campo y los que sirven la casa han ido a ayudar al desembarque. El padre me envió a decir a su merced que mi padrino, el señor Don Sancho de Paredes, capitán de armada, acaba de llegar a la playa. 
¡Don Sancho! -exclamaron a una voz Don Juan y su esposa. Corre hijo, ve en persona a traernos a nuestro buen amigo, y pídele antes su bendición.  Salió el joven de prisa a cumplir la orden de su padre y los dos ancianos se entregaron al regocijo por la llegada de Don Sancho, que miraban como una cosa providencial, pues el capitán debía hacer viaje a España en el navío de Indias, siento ésta la coyuntura más propicia para su encargo. Un momento después entró el capitán… y conversaron los esposos con Don Sancho, a quien tenían como de la familia…
Queremos, compadre -continuó Don Juan, que vaya Ud. a la Corte y disponga que el mejor escultor de las Españas haga la imagen de la Soledad, sin excusar gastos de ninguna especie, pues deseamos hacer al templo de San Francisco un presente regio, aunque en ello se nos vaya toda nuestra fortuna.
«Y encargará Ud., Doña Felipa, los vestidos y los ornamentos más ricos de oro y plata para vestir dignamente la imagen de Nuestra Señora.
Todo se hará a la medida de sus deseos -respondió Don Sancho de Paredes, despidiéndose para su largo viaje.  Ocho meses después, con buen viento y mar bonanza, salía para Indias el navío San Fernando, felices fueron los primeros días de navegación, pero al entrar en el mar de las Antillas, empezó a sufrir la embarcación frecuentes huracanes que casi diariamente se levantaban en su inmensidad tempestuosa. 
Un día amaneció el cielo de color de plomo… Un fuerte frío empezó a azotar las cuerdas del buque. Las olas se encrespaban, llevando la cabeza coronada de espuma y estrellándose con sordo rumor en los costados del buque. Bien pronto, con el viento arreció la lluvia y el pesado navío era arrojado por la tempestad, lanzándolo desde la cúspide de las olas furiosas hasta los abismos más espantosos. Don Sancho hizo arrojar al agua toda carga… Sólo quedaba sobre cubierta la caja que contenía la imagen de la Soledad… Por un instinto religioso, no había querido arrojarla a las olas sino en un último caso; pero ya el buque iba haciendo tanta agua, que hubo de verse en la dura extremidad de lanzar al mar la santa escultura y salvarse con sus marinos en los botes a todo trapo.
Bien pronto el San Fernando hundió la proa en las ondas rabiosas, giro con rapidez sobre las aguas, y rompiendo la armazón de sus tablas con un ruido que parecía un quejido lastimoso, despareció en un torbellino de espuma. Los náufragos fueron arrojados por el viento a las playas de la isla de Trinidad…
Casi a la misma hora y en la misma sala de su heredad, Don Juan  y su esposa Doña Felipa departían, formando mil conjeturas sobre la próxima llegada del San Fernando, y la consagración de la imagen de la Soledad, a quien debían la salud de su hijo Francisco, el cual estaba jugando a los pies de su madre.
Entró en la sala su hijo Fernando y, refirió a sus padres cómo estando los criados desechando un desagüe al mar, habían dado con una gran caja cerrada que, por su peso, debería algún rico tesoro arrojado allí por las olas…A la llegada de Don Juan y su esposa, dos robustos negros empezaron a romper la caja misteriosa. Al quitar la cubierta descubrieron… la imagen de la Madre de Dios, pálida y macilenta, con las manos cruzadas sobre el pecho y los ojos inundados de lágrimas. Por un movimiento involuntario, todos cayeron de rodillas ante aquella aparición divina…
Poco tiempo después, los hermanos de la Tercera Orden de San Francisco, colocaban en la nave de la derecha la imagen de Nuestra Señora…Un gentío inmenso colmaba las naves del templo, entre ellos Don Juan y su esposa, vestidos de ricas galas…
Estando en estas pláticas, entró pálido y agitado Don Sancho de Paredes, y se arrodilló en silencio ante la Virgen, entregándose a una muda contemplación. Los frailes y sus amigos respetaron su éxtasis religioso y sólo después que hubo concluido, recibió las felicitaciones y abrazos de todos por su vuelta…
Don Sancho, sin separar los ojos de la Virgen, exclamó con acento humilde:
Hermanos, adoremos la voluntad de Dios. Un año hace todavía que sorprendido por una tempestad en el mar Caribe, arrojé a las aguas con la carga del navío una caja cuadrada que encerraba esa imagen, hecha ante mi vista y por mi dirección en Madrid. Con mis propias manos la entregué a las olas, pidiendo antes perdón a Dios, y ahora la veo con sus mismos vestidos…
Don Juan refirió entonces lo que ya sabemos, y todos, después de adorar con santo regocijo el divino milagro, salieron del templo para asegurar el hecho bajo su firma, ante los alcaldes ordinarios, para ejemplo y edificación de los venideros siglos.



ME VOLVIERON A ROBAR 
(Deisy Elizabeth Silva Fuentes)
Cuando Jaime salió del trabajo, había recibido su cheque de la mensualidad. Llevaba una lluvia de ilusiones: quería comprarle la computadora a su esposa, le tendría que comprar los zapatos para hacer deporte a Gabriel, abastecería la nevera de su casa, le compraría algunas cosas que su madre necesitaba y hasta le alcanzaría para tomarse unas cuantas cervezas y para obtener la muñeca Jimena, tanto deseada.
Dobló la esquina, apuró el paso y llegó justo a tiempo para entrar al banco, antes de que el de seguridad cerrara la puerta. Pensó: “qué suerte tengo, mañana tendré el día libre, me dieron mi cheque y tal parece que lo cobraré hoy mismo; por el camino que voy, voy muy bien, ¡excelente!... al menos hoy, no gastaré mi sueldo jugando bolas; ni tendré que inventarle excusas a la cuaima que tengo por esposa”. En media hora había cobrado el cheque. Guardó el dinero en el bolso y salió del banco. Su casa no quedaba lejos; así que decidió caminar el corto camino.
Había recorrido dos cuadras, cuando sintió que en su cráneo lo apuntaban con la punta fría de un cañón. “Alto, no des un paso más” — dijo el malhechor, “si lo haces, te quiebro aquí mismo”. Una moto se acercaba y el conductor hablaba con el atacante… “¿Qué haces?”, “apúrate, no juegues, ten cuidado y muévelo pana”. Jaime se resistía a perder su maleta; pero cuando el tipo reafirmó el arma en su cabeza, no se opuso más. El hombre tomó el bolso, subió al vehículo y se fueron.
 Jaime quedó lamentándose de su suerte, decía en voz alta, ¿Qué le diré ahora a mi mujer? Esos tipos los conozco yo; donde los vea los mato. Pronto se oyó nuevamente el ruido de la moto. Ellos regresaron y llevaban aún sus pasamontañas; al pasar frente al desdichado, le arrojaron algo y le gritaron, “para que te la comas en tu casa”. Cabizbajo, llegó aquel hombre a su hogar, sin ilusiones, sin esperanzas. Su mujer le preguntó: ¿Qué te pasó ahora? Sin pensarlo dos veces, él contestó: “me volvieron a robar”.
En su mano llevaba el cuerpo del delito, el arma con que le apuntaron; por lo que pensó que perdería su preciada vida; por lo que murió de miedo; la pistola con que lo robaron… un plátano verde.