viernes, 3 de junio de 2016

Cuentos fantásticos del Llano (3). Varios autores, cuentos, versos y audio musical

Llaneras  de "a caballo" Imagen en el archivo de César Garay



Llamando al ganado- Imagen en el archivo de Angello Jesmy Chiguire García

CACHOS LLANEROS 

Detalles del cacho llanero
El contador de cachos o, el cachero, afronta presiones propias del careo con otros artistas y con el público, que miden su cuido de la brevedad del cacho; adaptabilidad; memoria; “chispa” (gracia); el lenguaje elegido y; las pausas entre el problema y el despeje del cacho, lleno de humor sin llegar al chiste. Por ello, el  cacho exige arreglos previos a su trasmisión: no cualquier chiste es un cacho ni todo cuentacuentos será un cachero.
El cacho, como toda literatura oral, acata: “Principios y esquemas que considera universales” (Almoina de Carrera, 2005, p. 153). En el cacho se aprecia una real trasmisión de símbolos e identidades colectivas que se atan a una praxis centenaria de plena vigencia y firmes vínculos con distintas variantes del arte, la historia y  la didáctica.  

El "payara", de agradable sabor y aspecto de miedo, típico de los ríos llaneros

EL MUCHACHO BELLACO  
(Delfín Gregorio Otaiza)
    Chico resulta que me encontraba trabajando en el conuco y la mujer a eso del mediodía me mandó la comida con el muchacho que es más mal arriao que el carrizo, y resulta pues que la comida era una sopa, un hervido de gallina. Bueno chico resulta que el muchacho se pudo comer todas las presas en el camino, y cuando yo me voy a pique a la olla cónchale, me di cuenta que pura agua lo que traía y la pregunto: -¿hijo, qué pasó aquí?  - Ay,  papá, si le cuento no me va a creé, fue que se me cayó la comida en un polvillal y lo único que pude recogé fue el caldo-.


Cachos para beber agua en las duras faenas del Llano

EL COLEADOR EN 28
(Jaime Núñez) 
Ganador de El Silbón de Oro 2008
   Resulta, camarita, que yo venía en mi  bicicleta veintiocho, bajando el cerro La Danta, como a 80  kilómetros por hora, al pasar por la vuelta que llaman La Ese, veo, por el espejo retrovisor de mi bicicleta, acercarse un mamburrio ´e toro como de cincuenta arrobas, sin exagerar. Aquel bicho bufaba de lo bravo  que estaba, que echaba humo por la nariz, sin mentira ninguna. Veo que el toro se paró y comenzó arrancar tierra con las patas, me dije “Aquí como que va ver coleadera”, le pisé la chancleta a mi veintiocho, aumentando la velocidad  hasta 120 kilómetros por hora. Mientras, el toro se impulsaba para agarrar velocidad: venía tan rápido ese bicho que rompía el viento con sus cachos bien afilados. Yo me preparo y saco una soga que cargaba, se la lanzo y lo enlazo cacho y muela, pero ese animal era fuerte que me reventó la soga, entonces decidí colearlo.
El bicho ya me había pasado, aceleré y me le coloqué a la altura de la cola, lo agarré por el rabo, aceleré más la bicicleta y me lo traje hasta que el toro trastabilló y se fue y se fue, cuando cayó parecía que  estuviera temblando: se fue dando vueltas al filo el lomo, dio tantas vueltas que no pudo parar. Mientras tanto, yo iba cerro abajo a toda velocidad, era tanto el esfuerzo, que había hecho la bicicleta, que se le habían dañado los frenos. Agarró tanta velocidad, que al pasar iba tumbando a la gente con la brisa que se producía con la carrera.
Entonces, que me doy cuenta que voy directo a La Panamericana y me faltaban como trescientos metros para llegar a la carretera,  por donde estaban pasando gandolas y expresos a toda velocidad. Cuando faltan más o menos cien metros, los frenos no me responden. Me faltan cincuenta metros y nada. Cuando me faltan diez metros le meto la alpargata y freno, justamente  en el hombrillo, en el momento en que pasaba un expreso doble piso.

EL TIGRE DE LA GUAMITA 
(Francisco Ignacio Pérez)
En La Guamita, municipio Falcón, en Cojedes, una vez se presentó un grave problema con los campesinos, habitantes de ese caserío, porque se cebó un tigre y ya no les dejaba vacas ni becerros. Todas las noches venía y en la mañana lo que se oía era el lamento: A mí me comió la vaquita y también el becerrito... A mí me comió a "Nube de Agua"... De Mariposa yo jallé jue el carapacho... Tan bonito y sano que estaba el becerrito y ese bicho se antojó de`l... Yo no aguanto más a ese tigre, hay que  cazalo pa`quitale la maña.
Fue así como obstinados los pobladores se pusieron de acuerdo para hacer una cayapa y poder agarrar el tigre. A mí me convidaron y forme parte de los comisionados. A cada uno de los hombres El Comisario nos dio un chopo viejo... todo oxidado.
La noche de la cacería desde las seis de la tarde todos nos ubicamos en puntos estratégicos diferentes. A mí me tocó montarme arriba de un tronco seco que estaba al lado de un frondoso samán;  pero cuando ya me disponía a montarme vi que venía el tigre con su caminar lento, como observando a su alrededor. En ese momento recordé que había oído decir a unos viejos en Macapo que para que un tigre no se coma a un cristiano éste debe hacerse el muerto y no respirar. Sin pérdida de tiempo me acosté en el suelo y me quedé quieteciiito.
El tigre llegó y comenzó a olerme por los pies... y fue subiendo... subiendo por las rodillas, la barriga, el pecho, la cara y yo aguantando... sin respirar; pero cuando me llegó a la pata `e la oreja no pude aguantar el cosquilleo y pegué un grito tan duro... pero tan duro que el tigre pegó un salto tan alto... pero tan alto que pegó el pescuezo contra una rama gruesa del samán y cayó al suelo muertico de perinola. Yo me dí cuenta que el animal se había esnucao; pero todavía con mucho miedo lo puyé con un palo largo para ver si de verdad estaba muerto porque yo lo veía como vivo; pero que va... el tigre estaba muertico.
Me acerqué y lo agarré por la cola y lo arrastré mientras gritaba: Yo maté el tigre... vengan... vengan que yo maté el tigre. Los pobladores  llegaron y me sacaron en hombros y cuando llegó El Comisario me felicitó por ser el más valiente de los hombres de La Guamita y meses después en la celebración de las Fiestas Patronales del caserío en honor a la Virgen de El Socorro fui condecorado como el mejor matador de tigres del caserío

El QUE BUSCABA AL SALAO
(Deyssi Elizabeth Silva Fuentes)
Un día de nubarrones, me desperté  azarao, me levanté y me fui al fogón donde estaba mi mujer, le pido guarapo y la arepa de mai pilao, y ella me respondió: Te la vai a comé pura, porque no hay na´ ´e salao. Después de comer, agarré  mi morral, el machete, me monté en mi burro y rogándole a Dios que no lloviera, salí a buscá un salaito.
Como ustedes saben el Llano es un poco ´e traicionero; cuando llegué a la sabana, era como las 6 ´e la tarde, casi no se veía na´. Pero caminando firme llegué a un sitio que estaba anegado, mi burro no quiso andar más y tuve que apearme; luego  lo amarré a un palo ´e chaparro que ahí estaba. Quería acertar aunque sea un pato, aquel 2 ´e Mayo, pero nada encontré y ya casi que ni veía. Al regresar por el  burro, se plantó frente a mí, un hombrecito chiquito, negrito y bien feo, el condenao, y me dijo: “ando buscando al salao”. Yo le dije: “yo ando en lo mismo”.
Y ¿quién es usted?  Yo nunca lo había visto.  ¿Vive po´ aquí?
Vine a buscá al salao. Fue lo que me respondió. Ya lo sé pero ¿de dónde es usted?
¿No te lo imaginas?  Te repito… ando en busca del salao;  me contestó con una voz que me paró los pelos, y me dio tanto miedo que salí corriendo hacia atrás. Había corrido unos diez metros y, de nuevo lo tenía delante, así me tuvo como media hora; hasta que seguro se cansó de corretearme y no lo vi más. Me calmé y levanté la vista y no sabía dónde estaba.
Caminé y caminé hasta que vi mi burro; el monte se movía, no sabía qué hacer, pero me llené ´e valor y me acerqué, y encontré casi 200 patos güirirí,  amarraos uno del otro. Y me dije: “esta es mi recompensa, por haber soportado a ese negro cabezón”. Los agarré y se los monté al burro,  y encima ´e ellos me subí yo, pa´ descansá de ese gran susto. Apenas medio cerré los ojos sentí  que el burro no se movía y voltié pa´ vé si era que se había parao. Pero vi que iba en el aire y al sentir que estaba volando, escuché la misma voz del macabro negro: “Ya encontré al salao y me lo llevo”. Los patos, mi salao, desaparecieron mágicamente y yo caí al vacío diciendo: Ayudaaaaaaaaa!
Mi mujé escuchó el grito, se acercó a la hamaca y me dijo: ¿Qué te pasa Polonio?  Párate de esa hamaca, acércate al fogón, te tomái el café y te coméi la arepa; ah y me hacéi el favor de í a buscá algo de salao, que no hay na´.

EL VENADO QUE YO MATÉ 
(Ricardo Cuba)
Aaaaayyytralailay
Señores voy a contarles
lo que a mí me sucedió
un domingo en la mañana
yo salí de cacería
con una buena morocha
que mi papá me prestó
me fui para una sabana
donde habían muchos venados
y me monté arriba de un cerro
y miré un caramerú
tenía veinticuatro puntas
y era de cuerpo pelú
media como quince metros
le largué una cuatro tres
lo apunté bien apuntao
de un palo me arrecosté
le jalé los dos gatillos
los dos tiros le mandé
y caí patas arribas
y sin sentido quedé,
señores, maté al venado,
pero que susto pasé.

Aaaaayyytralailay
Para seguir con el tema
del venado que maté
yo salí para mi casa
tostado y muerto de sed
a buscar unos amigos
para que fueran por él
mis amigos me dijeron
-eso sí no puede ser-
ellos eran como quince
conmigo eran diez y seis
cuando trajimos el bicho
el cuero yo le saqué
lo mandé pa´ Maracaibo
y en un barco lo embarqué
después le saqué la carne
y al Gobierno le entregué
comieron dos batallones
y fue de lo que yo dejé.


Textos tomados del libro: 100 CACHOS: ANTOLOGÍA DE LA NARRATIVA  FANTÁSTICA ORAL DE COJEDES (Isaías Medina López; 2013) San Carlos: UNELLEZ-VIPI.

Disfrute de este audio de un joropo fantástico llanero:

LOS COMPADRES EMBUSTEROS
(Rafael Garrido- Marcelo Garrido)
https://www.youtube.com/watch?v=0h1Zmcoq-Q8

1 comentario:

Gleiber Alvarez dijo...

Muchas gracias. Ha sido una lectura diferente y al mismo tiempo entretenida.