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jueves, 6 de agosto de 2020

Yenifer. Dudas e ironías de Héctor Nuno González


Yenifer era igual a otras jóvenes llaneras, pero diferente.
Imagen en el archivo de Ofelia Rodríguez Pérez


YENIFER

Los dolores de parto le hicieron maldecir la vida y el hijo que traía al mundo. Yenifer  tenía 14 años y apenas entendía el proceso en aquel hospital triste y exiguo; hay cosas que los niños no comprenden.

Muy rápido se convirtió en mujer, como pasa en los pueblos del Llano. No más sus senos templaron, sus caderas engrosaron y sus nalgas se abombaron, los vernáculos del lugar, criados como sus padres, iniciaron sus rituales codiciosos.

Su madre la abandonó junto a sus dos hermanas. Desapareció un caliente día de marzo luciendo un vestido de pana que bien marcaba su aún tierna figura de treintañera. Dice la gente se fue a Calabozo en busca de un coleador errante que le había prometido amor eterno y una vida de parrandas de violín.

Vio su primera regla a los 12 años, aterrada buscó a su hermana mayor y le contó lo sucedido, no alcanzó a entender entonces la dimensión de la frase escuchada: -Ya eres una mujer, hay que buscarte un hombre para que te mantenga-.

Yenifer es una mulata angelical, con ojos de culebra brava, como su madre, rostro fino y piel con el aroma de la canela. Fue inocente antes de verse manchada de sangre la ropa, ignoraba cuánto hacían sus hermanas para sobrevivir y para darles de comer a ella y sus sobrinos, que más bien parecían primos.

En la casa heredada, no faltaba comida, tampoco aguardiente, adolescentes con gorras de víscera ancha, collares multicolores, guardacamisas y blue jeans; plantas de sonido, cornetas gigantes y el reggaetón de moda.

Perdió la virginidad el día de sus primeros tragos, promovida por las hermanas porque así debía ser. Ese día conoció a Keiber, un joven ex presidiario que robaba de vez en cuando, sobrevivía taxeando en su moto y que casi pagó por el codiciado paquete.

Lo embrujó su olor a canela y la solidez de sus caderas, la amó con el resquicio de ternura restante en su corazón y le prometió llevársela a vivir en un rancho que él compraría cerca de allí, con palmeras en el patio, un fogón y un corral para gallinas.

Enamorada de Keiver y acelerando su transición niña-mujer, sintió el peso de la vida por primera vez cuando un tiro de escopeta que cuidaba su propiedad le abrió la espalda en dos. Juró no volver a enamorarse ni a entregar su cuerpo con la prestancia que el cariño profiere.

Se volvió parca y cerrada, usaba la firmeza de sus senos y su aroma hechizado para poner a los hombres al servicio de cuánto capricho se le ocurriera.

Un día de parranda llanera, pasó por el pueblo un coplero de recia estampa y tórax de albañil. Yenifer, cerca ya de los 14 pero con malicia de monja fugada, se le acercó mirándolo a los ojos para arreglarle el botón superior de la camisa a cuadros y sin pronunciar una palabra.

El coplero, joven pero probado en faenas del amor, entendió de inmediato las intenciones de aquella mujer precoz y exclamó altanero: “Usted halló el padrote que andaba buscando”.

Se amaron la noche entera, esquivando con audacia la magia del amor, pero ciegos de pasión y lujuria. Él, hombre de mundo, fue inmune al huracán de sus piernas y se portó como un semental. El coplero desapareció a la mañana siguiente, tras dejar una semilla sembrada en tierra fértil.

Su cumpleaños 14, luego de la primera ausencia menstrual atribuida a los trasnochos, fue todo vomito en medio de drogas, licor, motores ruidosos y reggaetón sexual.

Los nueve meses de gravidez fueron un infierno, no halló jamás un rescoldo de cariño para la criatura que crecía en su vientre y la necesidad le mostró los dientes.

Fumaba para calmar la angustia, angustia por los cambios en el cuerpo, el peso en la columna, la hinchazón en los pies y la perdida de destreza en el amor.

La noche que rompió fuente, un moreno enjuto entró a la casa y mató de cinco disparos a la mayor de sus hermanas, solo por haberse negado a marcharse con él hasta Colombia en busca de mejores condiciones de vida para robar.

Cuando entró al hospital ahogada en gritos y llantos lúgubres, lamentó desde lo más profundo de su alma no haber sido, simplemente, una niña. Y maldijo, antes del alumbramiento, todo lo que el corazón humano puede amar en este mundo de locos.

 

DUDAS

Isabel lo notó extraño aquel día, el más encopetado de sus hijos, el moreno erguido, el que exudaba petulancia de galán y un título de Guardia Nacional, caminaba ansioso los rincones de la casa. De pronto le dijo en tono militar: -pláncheme este traje, porque me caso, y confórmese con saber que me lo exigen en el trabajo-.

Para Isabel sus locuras eran rutina, como aquella en la que subió a la copa de un samán huyendo y haciéndose invisible a la ley.

Suspiraba y encontraba consuelo en un par de dudas. .-Sería la caída del burro, o será la mezcla de sangre-.

 

ALMA BLANCA

Vestías de blanco, el color de tu alma. Llegabas junto al rocío mañanero, tus ojos verdes como berillo me buscaban al cruzar la puerta, me seducía el brillo de tu mirada que exclamaba: “También te extrañé”.

Al crecer, supe de las lágrimas que lloraban ausencia de abrazos y ternura en las noches fétidas a óbito y nostalgia, todo lo hacías por nosotros.

 

RECONVERSIÓN MONETARIA

En las viejas calles del Tinaco, Cheo mendiga por 1 Bolívar, la ingenuidad delatada en su sonrisa ignora de reconversiones monetarias, no sabe de economía, pero esta lo oprime igual.

En la década primera del siglo XXI, la de la Venezuela orgullosa del consumo de cerveza per cápita, Cheo pedía 100 bolívares. Hoy, en la segunda década de la centuria, reajustó lo exigido. A veces piensa triste y en silencio: “Cambian los tiempos, minería, paypal, petromonedas, esas cosas... Pasa hambre el cuerpo, pasa hambre el ser”.

 

LA ESPERANZA

Súbitamente, apareció frente a mí. Era una mujer de aspecto sombrío, ¿Quién eres? Pregunté, - soy tu esperanza-, respondió con voz endeble, ¿Y por qué te ves así?, -Porque así me sientes, mi aspecto es directamente proporcional a cómo me sientes-. Dicho esto, desapareció. El camino era cada vez más bífido, antes de continuar me detuve a la orilla del sendero y pensé: -es cierto, así la siento, por eso su facha, haré una pausa y cambiaré su cariz-.

 

FIGURAS RETÓRICAS

Estudiarlas es necesario, cómo no, importan mucho las figuras retóricas y la técnica prolija. Pero de nada sirven si la página en blanco no es manchada con el SENTIMIENTO y su sudor.

 

EL INGENIERO

Por aquí se la pasaba un tipo flaco, le decían el ingeniero, le consultaban sobre las siembras. No se cómo aplicaba la ingeniería en los suelos y en las plantas, pero si lo vi volviendo ingeniosas las almas, prendiéndole fuego a los ánimos.

 

CAMINAR

Más que una obligación, caminar era un placer. Hasta que aparecieron esos aparatos, el humo los volvió grises, incapaces de amar el aire que respiran.

 

LA CEIBA

Cerca de aquí había una ceiba que me era contemporánea, hablábamos siempre, con el viento llevando y trayendo nuestra correspondencia, así como hablamos los árboles.

Un día, un caminante le prendió candela a la sabana y quemó sus patas. Su canto se volvió triste y sus palabras eran de despedida. Hasta que no pudo más y se dejó doblegar por la brisa del invierno. Desde entonces pienso en ella todos los días.

 

ALENTADOS

La mayoría de la gente viene prendida en desaliento, abunda en el mundo y les marchita el alma. Algunos, solo unos pocos, transmiten aliento, parecen cantar en cada palabra, ellos confiesan que, gracias al desaliento, hoy están alentados.

 

INJURIANDO INTELECTUALES

Más bien compadézcanles, esa petulancia y aire de santo en altar no es otra cosa que carencia de afecto. Intelectual es quien usa el intelecto, no crean en peroratas pomposas ni citas prusianas.

Mientras profieren estupideces, se olvidan detalles inherentes al calor humano, a la necesaria pulsión de las emociones y el cariño.


MEDIODÍA DE MARZO

Era un mediodía de marzo y el calor imponía condiciones, todos hacían la siesta, los comercios cerraron y las casas parecían un reverbero, pero nada frenó la determinación de Venancio, que aquel día bendito decidió matar a José Juan.

Resolvió zanjar el asunto sentado a la sombra de un mango, ciego del dolor producido por el engaño de Rosa Elena, su mujer. Buscó su afilado machete y emprendió rumbo a la casa de su futura víctima, de quien le habían asegurado, de muy buena fe y fuente, se acostaba con su mujer todas las tardes de faenas prolongadas en el conuco.

Las calles ardían y el sol reafirmaba, como cada día, su espíritu de verdugo inclemente, solo habían unos cuantos perros echados huyendo del calor, indiferentes por completo a la tragedia a punto de tener lugar en el naciente caserío, donde todas las mañanas se recogía agua a orillas de un caño claro.

Caminó con paso firme, su mano derecha empuñaba el cabo del hierro con una determinación de acero, el nudo en su garganta quería explotar mientras sentía la impotencia causada por el desaliento, por el desaire de la única persona en la que había confiado en la vida.

José Juan, silbaba una copla sentado en su mecedora de mimbre bajo un mamón de fronda espesa. Cuando lo vio venir, mirándolo de frente con el gesto decidido, se resignó a su destino y solo pensó en morir de pie y con la dignidad intacta.

De un machetazo, Venancio rompió el alambrado de la puerta y entró a cumplir su cometido, el sol y calor serían los únicos testigos de otra tragedia provocada por las calenturas del verano y el fuego de los vientres lozanos.

José Juan lo recibió de pie, sosteniendo a duras penas los ojos de fuego que lo increpaban, reteniendo el temblor de sus piernas lánguidas y escuchando el latir cada vez más acelerado de su corazón.

Venancio se detuvo a un metro de distancia, trecho perfecto para el recorrido del machete luego de dibujar una parábola hasta su cuello, y con el vuelo adecuado para arrancarle la cabeza en un solo intento.

Frente a frente, Venancio preguntó con los ojos prendidos en candela: -Antes de matarlo, dígame por qué lo hizo, por qué este desaire tan indigno-. José Juan suspiró profundo y respondió enternecido y sumiso: -Porque a ella le gusta que le diga que sus ojos son muy bonitos, porque eso nadie se lo había dicho nunca-.


Textos tomados del libro "Estamos hechos de recuerdos" (San Carlos, 2020), publicado por El perro y la rana, Imprenta Regional Cojedes. 


Lea otros cuentos de Héctor Nuno González en:

Leyendas y cuentos cortos venezolanos (23) Varios autores

http://letrasllaneras.blogspot.com/2016/06/leyendas-y-cuentos-cortos-venezolanos_16.html

 Leyendas y cuentos cortos venezolanos (25) Varios autores

http://letrasllaneras.blogspot.com/2016/06/leyendas-y-cuentos-cortos-venezolanos_15.html

 Leyendas y cuentos cortos venezolanos (26) Varios autores

http://letrasllaneras.blogspot.com/2016/06/leyendas-y-cuentos-cortos-venezolanos_27.html

 Leyendas y cuentos cortos venezolanos (27) Varios autores

http://letrasllaneras.blogspot.com/2016/06/leyendas-y-cuentos-cortos-venezolanos_62.html





martes, 24 de abril de 2018

El Muerto de La Ceiba y otros Cuentos de Lagunitas. Duglas Moreno



La hacienda de Los Moreno abarcaba más de cien leguas 
y todo tenía su marca.



LA CULEBRA DE COROCITO. EL FUNDO DE DON ULTERIO BERTAR

Esta historia de Choco,  me la refirió, José Soteldo, 
Pichito el muchacho.

Uno de los fundos de Don  Ulterio Bertar quedaba metío por los laos de Santoyero. Cuando se pasaba el pueblo de Lagunitas, venía La Batea, Las Guardias y después, cerca del río Corocito,  aparecía la tierra de los bertares. Don Ulterio, no  es por nada, era el más apretao de esos bellacos. Trabajar con él, era como ser un esclavo. Siempre había algo que hacer. Costaba echar un cuentico después de la comida. Sin embargo, uno se iba acostumbrando  a esos maltratos. Las faenas, a que Don Ulterio,  eran largas. Yo siempre he pensao que el que tiene plata como que le dan más ganas de regañá a la gente.  Siempre recuerdo que ñerito Román nos decía: los reales dan para todo, hasta pa gritá más que los demás. El que no tiene plata, se conoce a legua, pues anda callaíto.
Un día terminamos temprano la jerradera y de capá unos cuantos bichos. Don Ulterio, se acercó a los corrales y nos llamó a todos y nos dijo: Mañana llegan más temprano. Creo que vamos a terminar tarde, nos quedan los toros que vienen de El Barbasco y  de Piedras Negras y esos animales se ven mañosos y creo que va a costar mucho ponerles el jierro. No se dejen agarrar con el sol. Todos nos fuimos. La mayoría de los peones vivían en la finca y yo en Lagunitas. Agarré la bestia y me vine pa la casa. 
Ese otro día arranqué temprano. Cuando pasé por Santoyero ni los gallos habían cantao. Pensé: a lo mejor llego y los muchachos están toavía acurrucaos en sus chinchorros. Cuando me faltaba poquito pa encontrame con el río, siento que las ramas y bejucos del camino se venían como apartando.  Como acostándose en el suelo.  El caballo se paró bruscamente y relinchó como loco y quería como regresarse patrás. Le metí unos talonazos duro…y qué va. Era que a  unos cuantos metros  de nosotros, iba atravesando el camino una tremenda culebra de agua. Primero pasó la cabeza, grande la muérgana, y después dijo a pasar el cuerpo. Yo creo que eran cerquitica de las seis de la mañana. Le metí los frenos al caballo y digo a esperar a que pasara la culebra.  Bueno chico, salió el sol y yo ahí. Sin mentira ninguna, todavía estaba pasando la culebra. Como a las 10 seguía esperando todavía. Y la culebra pasando.  Cerca de las 12, dije, pero bueno y qué es esto. Me paré en la silla del caballo y miré río abajo, hacia donde se pierde Corocito y le vi la cabeza a la culebra, allá a los lejos, tumbando los barotales. Chico, y miro hacia los lados de Mata de Agua, donde venía el rabo de la culebra, y todavía se veían los montes cayendo pa bajo. Era como si viniera un ventarrón tumbándolo todo. Me cansé  de esperar y me regresé pal rancho.
En la tardecita llegó el viejo Bertar  a la casa y que reclamándome la flojera. Flojo no, le respondí. Mire una culebra de agua, comenzó a cruzar el camino como a las 5 de la mañana y eran las tres de la tarde y todavía seguía  pasando; entonces yo me vine. Le salió una sonrisa del rostro y se quitó el sombrero. Sé que no me creyó y le dije vamos allá,  pa que vea el pelao que dejó ese animal. Cuando llegamos al sitio, a Don Ulterio se le salieron los ojos. Por primera vez, carajo, vi que el patrón  pegaba unas oraciones a los santos del cielo. Alabado sea Dios, dijo y se hizo la señal de la santa cruz. Es que no era para menos; había un tallao en la tierra como de unos  100 metros de ancho y 50 de profundidad. Menos mal que la culebra había dejao, en las ramas de los árboles, unos pedazos de la concha del espinzazo; porque si no el viejo Ulterio, no me hubiese creído y  a lo mejor, hasta me bota del trabajo. Recuerdo que Don Ulterio me dijo: Vámonos de aquí. Y nos fuimos. La culebra siguió pasando. Yo más nunca he ido pa esa finca. Pero me dicen los compadres míos que todavía esa culebra y que está pasando.  


Imagen en el archivo de Nayendi Marbet Vegas Contreras

HAMBRE Y HAZAÑAS. LA AVIONETA DEL CAPITÁN VERGARA
Reescribiendo a Sinforoso  Rivero
Para Lucas Rivero

¡Carajo mire! cuando el hambre ataca a una persona,  de ésta se puede esperar cualquier cosa. Un hombre con ganas de comé, puede recorré miles de leguas de camino, rejendé monte, cruzá ríos y montañas y hasta arriesgá la propia vida.  Esto último lo digo por mí. Un día yo cometí una loquetera que a veces cuando me pongo a recordarla entiendo por qué la gente dice: el hambre tiene cara de perro. Resulta que yo me fui pa las montañas de Arrecifral  de ayudante de fumigaciones. Yo lo que hacía era montá las pailas de veneno en la avioneta, bueno y después tenía que bajarlas cuando quedaban vacías. La avioneta tenía un rinconcito cerca del asiento del piloto y yo me quedaba quietico allí, mientras se hacían las fumigaciones. Yo veía todo lo que hacía el capitán Angelino Vergara. La llave pa prendé se pasaba tres veces, pero hacia atrás. La palanca azul hacía mover las hélices a más velocidad. Un botón rojo se apretaba y comenzaba a rodar. Una palanca negra se tiraba palante y comenzaba ese aparato a subí. Esa misma palanca servía pa agarrá pa la derecha o pa la izquierda. Cuando se iba a atarrizá el capitán Angelino, tomaba, con las dos manos, la palanca negra. Los frenos estaban abajo del asiento. Solo había que irlos pisando poco a poco. Yo me fui aprendiendo todo, pero callaíto. No era que pensaba en ser piloto, sino  que yo siempre he sido  bastante curioso. Todo me lo aprendí en un solo día. Y yo nunca fui a la escuela, apenas sé la o por lo redondo. 
El  capitán Angelino era de Altagracia de Orituco. Un día, mientras volábamos las parcelas del Canal Piloto, por allá por Los Naranjos, cerca de Turén Viejo,  le dije que: ¿dónde tenía la tripa del ombligo enterrá? Se lanzó una risotada y soltó: soy gracitano. Barajo el tiro,  no entiendo na, respondí yo. Ahí fue que me explicó: Mire Don Escolástico, nací en Altagracia de Orituco, estado Guárico, y a los que son de allá, le dicen gracitanos. Si eso es así, dije yo,  entonces  la gracia mía viene de Lagunitas. Me crié por los  lados del Barbasco.   
Una vez teníamos que fumigar como treinta parcelas. Eso era trabajo como pa un mes más o menos. Compramos bastimento pa todo ese tiempo, pero  al capitán Vergara se le antojó jacé una fiestica entre sus amigos. Puros pilotos de Caracas, Valencia y San Carlos. Andaban con ellos unas mujeres bien  bonitas, que yo no sé si eran pilotas, lo cierto es que eran unas catirotas.  Esa reunión  dejó la comía poquitica y la parranda siguió. Se fueron todos a las fiestas patronales de Santa Cruz. Eso fue un día domingo y ya para el miércoles no había na en el fogón. El jueves lo que le metí al estómago fue puro chimó y un poquito de  café  que me quedaba, bueno, borra de café. El viernes ya tenía el ojo blanco. Cuando amaneció el sábado, yo pensé; si el capitán Angelino no se aparece por aquí pal medio día, voy a agarrá esa avioneta y me voy a comprá comía pa Santa Cruz. Llegaron las doce y nada. Bueno, yo sé que un día me voy a  morir, naide nace pa semilla, pero hoy de hambre no será. Agarré las llaves de la avioneta, la prendí y me arranqué. 
Mientras estaba en el rinconcito que les comenté, yo decía pa mis adentros: manejá un avión es como cargá una carretilla. Tú solo debes controlar la puntica del aparato. Y ese día comprobé que eso que yo pensaba era cierto. Al principio me costó un poquito. Pero después que estaba en el aire eso fue una papayita. Apenas tomé vuelo me dieron ganas de pasar por Lagunitas, solo pa echarle un susto a la gente; pero el hambre me tenía apretao y apurao. Yo les voy a decir algo, miren, los pueblos desde el aire se miran es cerquita. Por ejemplo, Lagunitas se vé casi pegaíta a El Amparo. Yo sé que a lo mejor  no me creen, pero es así. A mí me parece que desde el cielo los caseríos  se van amorochando como por obra de Dios. Y mientras más uno sube, más se juntan. Bueno, en un ratiquito llegué a Santa Cruz. Como había un terreno grandote detrás de la iglesia, allí atarricé. La gente en las calles corría desesperada viendo pal cielo. Con el viento de la avioneta algunos techos de las casas  desaparecieron. No me había bajao completo de la avioneta cuando noté, entre la multitud, que ya me tenía rodeao, al  capitán Vergara. Me hizo miles de  preguntas: ¿Cómo logró pilotear hasta aquí? ¿Dónde aprendió? ¿Cómo supo que estaba en Santa Cruz? ¿Es que acaso quería matarse? ¿Quién le dio permiso para agarrar la avioneta? ¿Por qué hizo esto? Le respondí una sola pregunta, la última. Lo hice porque ya me estaba matando el hambre. ¿Casi una semana sin comé le parece poco? Además, lo que vine fue a comprá un poco de comía y ya me voy. Me metí la llave en el bolsillo y salí. Escuché cuando rezongó molesto: esta avioneta no se mueve de aquí.
Llegué  a una bodega, compré lo que necesitaba y ahí mismo me regresé. El capitán Angelino, estaba como un policía mal encarado, al lado de la avioneta. Solo le dije: yo traje esa bicha pacá y en ella me regreso otra vez. Eso era yo hablando esas palabras y arrancando. En la tardecita llegó el capitán Vergara al  fundo donde estábamos. Se me acercó al chinchorro y me dijo: Don Escolástico, yo debería botarlo ya, y darle su arreglo ahorita mismo; pero tenemos varios años trabajando y yo le tengo aprecio. Además, lo que Ud. hizo hoy es una hazaña increíble, algo nunca visto, por eso no lo boto. Le di las gracias y desde ese día, casi siempre, soy yo  el que hace las fumigaciones y la gente cree que es el capitán Vergara el que maneja la avioneta.



EL MUERTO DE LA CEIBA. LA GRAN OSCURIDAD
Me lo contó Juan Olivo

A Miguel Peña, cuando tenía como 15 años, le salió un muerto en el Callejón. Él venía del pueblo. De pronto escuchó un ruido. Se puso a buscar el ruido y vio a un hombre que estaba esramonando una ceiba. Era un hombre extraño, nunca visto, que estaba picando el palo. En ese momento vio que el hombre picó un bejuco  y  se vino cayendo pa bajo. Como él iba pasando, le cayó exactamente en la parrilla de la bicicleta. Ahí mismo se le apareció una gran oscuridad. Pedaleaba y pedaleaba y le parecía que estaba en el mismo sitio. Eso y que era un peso muy grande. Era como si arrastrara una rola e caoba.  En los copos de la  ceiba se oía como un ventarrón. Las ramas traqueaban como si se fueran a reventá toiticas. El siguió su camino y cuando estaba llegando a la casa, ahí fue que sintió que el muerto se bajó de la bicicleta.  El espanto  que se baja y él que se cae al suelo desmayao. La familia tuvo que ayudarlo,  estaba asombrado. Parecía un papel,  de lo blanco que estaba.
Ese muerto tenía nombre de palo, le decían la Ceiba. Salía de varias formas. Una vez era un hombre picando ramas, otra se convertía en una cochina con miles de cochinitos y a veces era una gallina negra con bastantes pollitos. Otras veces se ponía como un perro a caminar y latir en la sombra de los palos. Las huellas que  iba dejando el perro, eran como  brasas de candela.  Lo cierto es que la gente salía poco de noche, pues tenían miedo. Cada vez que echo este cuento, me corre una cosa fría por la boca del estómago,  me espeluco y el color de la cara como que se me va, no sé pa donde.  Mire,  mis padres me enseñaron que las cosas del demonio hay que tratarlas desde lejito.

QUIBI. CHUCHO
Imaginemos  que vamos llegando de un río. Ya saben que  en Lagunitas hay varios; pero tendría que ser de Caño de Agua o  de Camoruco. Solo pensemos que regresamos quemaítos del sol. Y Quibi, está corriendo por los mangos y los naranjales del patio. Por las guafas de la casa sale un jumito sabroso. Es mi madrina Boni que seguramente ya ha terminado de aliñar los quinchonchos con cilantro e monte y saca  bollos ardientes de mai pelao de las brasas  del fogón. Cuando los sirve con guarapo son una delicia.  Quibi ya  tiene los caminos limpiacitos en la tierra sombría. Los carros de madera y potes de leche, pasan a toda velocidad. Mi madrina no lo deja nunca ir a nada. Con los años hemos comprendido que era para protegerlo. Lo quería tanto que saberlo perdido por aquellos andurriales, era un peligro que jamás quiso que él corriera. Bueno, llegamos del río y ya  he pensado en las bromas de siempre. No hay una vez que no nos pregunte por cosas y yo no le salga con cualquier historia.
Chucho,  el hermano mayor de Quibiquito, me mira fuerte. El rostro dice: oigan; pero no le crean nada. Es falso todo. Quibi, salta de alegría cuando nos ve.  Seguro estamos que preguntará por las aguas de los pozos. Dirá  si hemos conseguidos uvitas en la corriente y que si mañana vamos otra vez. Que si la carná alcanzó. Quizás pregunte si nos comimos los dulces de Doña Guzmán o cuántas palometas sacaron entre Micaela y María Colmenárez. Que si nos vinimos a patica o nos dio la cola Adelaido Natera en su camión.  De repente nos muestra  unas medias llenas de metras. Picamos un rayo. Cada quien pa su sardina. Pasamos un rato jugando, pero yo ando con la broma del embuste en la punta de la lengua.  No aguanto más y le lanzo: Quibi,  ya tengo un nuevo trabajo, pero es en San Carlos. No es mucha cosa, pero ayuda en algo. Quibi dice que no importa. Chucho, respira profundo y me mira. Yo le digo que es en las madrugadas, de 3 a 5 de la mañana. Es en una fábrica de hielo. Trabajamos casi desnudos, solo un pedazo de  plástico nos cubre el cuerpo. Chucho, sigue mirando de reojo. El hielo, le digo yo, lo traemos del depósito, son como 200 metros de recorrido, y lo dejamos en la cava. Los cachetes se le ponen a uno rojito.  Las orejas y las manos se duermen. Uno tiene que trabajar descalzo.  
Quibi, me  dice que es mejor que el que tenía. Y es verdad, mi última faena había sido colocarle los números grandotes a las rolas. Yo le decía: mira Quibi, me dan una marusa de tiza y ando como los monos en los árboles. Yo soy  Tarzán, sólo que cuando tengo que chuquear jabillos, lo pienso mil veces. ¿Jabillos? Naguará. ¿Y cómo haces con las espinas? Yo le digo  que trabajo es trabajo. A veces estoy en los copitos, marcando con la tiza, y los del winche gritan: ¡Cuidao! Entonces, yo me vengo volando como un pájaro pabajo y me lanzo por encima de los troncos. Me doy mis trancazos; pero el sábado cuando cobro, no me duele naíta y no me acuerdo de un cipote. Siempre me guindo de alguna rama y caigo paraíto.  Cada vez que pasa un camión rolero, Quibi se acuerda de mí. Al final, Chucho, se pierde con su goma,  por la laguna de María Félix, a cazar pájaros; entonces yo  me quedo con Quibi,  hablando y jugando hasta que mi madrina Boni nos llama, en la tardecita, para comer. Ahora sé que mis embustes nos hacían felices y que  Quibi, no los creía, sólo era para reírnos después, tal como lo hacemos hoy, viejos ya.
llanerid

Estos cuentos fueron tomados del libro: Escenas Narratoriales de Lagunitas. Ahora te llamarás septiembre. Obra de Duglas Moreno. Edición del autor en San Carlos, Cojedes,  2017- 

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lunes, 23 de abril de 2018

Rimas de Amor Llanero (6). Varios Autores

Imagen en el archivo de Barbuquejo



Efraín García Hernández
TRES POEMAS PARA CELIA ROSA

I
Arpa sin encordadura,
sabana sin luz ni cielo,
camino sin huella y rumbo,
rezongo sin rama y viento.
Y vida sin esperanza,
y búsqueda sin encuentro,
y un mañana sin “Quién Sabe”
y un trajinar sin sosiego.
Y un caño sin una orilla,
y una curiara sin remo,
y un potrero sin relincho
y un bosque sin un gorjeo.
Y una mañana sin canto,
y una palabra sin verbo,
y una musa sin poetas,
y hasta un sonido sin eco.
Eso sería yo sin ti,
sin tu amor y sin tus besos.

II
Dificultad sin salida,
casa sin calle ni pueblo,
domingo sin alegría
y escándalo sin silencio.
Y un amor sin ilusión,
y un suspiro sin aliento,
y una música sin notas,
y un arcano sin secretos.
Y un corazón sin latido,
y un adiós sin “hasta luego”,
y una victoria sin triunfo
y una fecha sin su tiempo.
Y un sentido sin su fin,
y una Plegaria sin rezo,
y un jardín sin una flor,
y un ventisquero sin cierzo.
Eso sería yo sin ti,
sin tu amor y sin tus besos.

III
Un límite sin frontera,
un siglo sin año nuevo,
un calendario sin días,
un empezar sin comienzo.
Y un mensaje sin destino,
un azul sin firmamento,
una galaxia sin soles,
un milagro sin portento.
Y una garganta sin grito,
y un sollozar sin pañuelo,
y un preguntar sin respuesta,
y un paso sin andariego.
Y un atardecer sin noche,
y un aclarar sin lucero,
y un despertar sin dormirse,
y un dormir sin tener sueño.
Eso sería yo sin ti,
sin tu amor y sin tus besos.


Eduardo Alí Rangel
PARA PENSAR EN TU AMOR
Para pensar en tu amor
hay que mirarlo despierto,
como pájaro que tiembla
en un nido de silencio.
Hay que poner un lucero
de cristal tibio en tu pecho
y mirarte el corazón
iluminado por dentro.

Para pensar en tu amor
no basta con el recuerdo!
Hay que tenerlo cerca
como un caracol de fuego.
Hay que tenerlo en las manos
para saber encenderlo
y hay que saber apagarlo
para poder mantenerlo...


Salvador Ochoa

UN ROMANCE DEL PASADO

Era una noche de invierno
de claros relámpagos
cuando la tuve en mis brazos
con el cariño más tierno.
Jurándome amor eterno
Sobre mi pecho lloraba,
Me dijo cuanto me amaba
Con locura y con pasión,
pero hirió mi corazón
cuando amaneció y no estaba.

Con el claro amanecer
le fui siguiendo su huella
por qué era joven y bella
de apasionado querer.
Regrese al anochecer
con tristeza y amargura
porque lo que fue ternura
aquella noche anterior
con juramento de amor
se perdió entre la llanura.

Un amor ayer se fue
sin un motivo cualquiera
jamás creí que se fuera
ya que no dijo el por qué
la esperanza acaricié
de que volviera a mi lado
porque un hombre enamorado
que ha sido correspondido
no puede echar en olvido
un romance del pasado.

Muchas lunas han pasado
soñando con su regreso
añorando aquellos besos
que ya me habían embrujado
las flores de mi granado
de nuevo se marchitaron
porque jamás lo regaron
sus manos de buenamoza
ni cultivaron la rosa
que sus amoríos sembraron.

Con los años regresé
por ese mismo camino
pero cosas del destino
con una cruz tropecé
un padre nuestro recé
con piadosa devoción
“Aquí yace Encarnación”
Decía un borroso letrero
rememoré el aguacero
y   el juramento de amor.



Héctor Méndez Zamudio
PRESAGIÁNDOTE

Inmutable ante el misterio de la noche
Que atesora los secretos de la luna
Desvaneciendo sueños que se rompen
Contando las estrellas una a una.
Remembrando espejismos en el tiempo
Recorriendo espacios infinitos,
Persiguiendo el riachuelo de tu cuerpo
Para beber de ti cada suspiro.
Descorriendo las sombras del recuerdo
He abierto las ventanas de mi alma
Esperando una caricia de tus dedos
O que me invada la luz de tu mirada.
Y percibir la cercanía de tu rostro
Presagiando un beso de tu boca fresca
Que me ofrece sus labios temblorosos
Como pétalos de rosas entreabiertas.


Abel H. Carodoza Cedeño
MUCHACHITA FLOR DE EL BAÚL
Es una linda morena
yo la conocí por la región de Urape
justamente en hora buena
en una Semana Santa
para alivio de mis penas
y es una jovencita de la zona sur Cojedeña
esa mujer tiene rostro angelical
y la mirada serena
parece una virgencita
tiene su cuerpecito de sirena
y para mí, sus ojos son dos brillantes
sus labios son dos cayenas
ella es muy radiante
con fragancia de flor de azucena…
Ella merece tratarla
con toda delicadeza
le voy a pedir la mano
para llevarla a la iglesia
para mí es lo más lindo
que dio la naturaleza
tiene una grata sonrisa
con sabor a frambuesa
y es por eso que a San Miguel Arcángel
voy hacerle una promesa
con tal que esa florecita
me dé su amor con certeza
yo siempre digo que El Baúl produce
mujeres de gran belleza
esa dama encantadora
me tiene delirando de cabeza…


Gonzalo Caldera Rodríguez
UN MINUTO SOLAMENTE
Conversando con mi suerte
taciturno me dormí,
en la nubes azul y gris
te mire hermosa y sonriente,
de túnica transparente,
de tafetán y organdí
y conversando, corrí
diciéndote de repente,
ayer penaba por verte

y hoy peno porque te vi,
y en tus labios de rubí
un beso vengo a ofrecerte,
yo quiero pertenecerte
hacerte dueña de mí,
solo un minuto de ti,
quiero arrancar de tu mente
que me lo entregues de frente
diciéndome estoy aquí.

Un minuto concedí
y es lo que vengo a traerte,
está en mis labios ardientes
arráncalo pues de ahí,
si así te siente feliz
te hare feliz para siempre
pero ahí desperté sonriente
lo que soñé lo escribí
y llorando comprendí

Que ni un beso simplemente
en el ceño de tu frente
tú me vas a permitir,
aunque me vieras sufrir
yo te seria indiferente:
o quizás tú de repente
interpretes mi sentir
y me premias con venir
un minuto solamente.


Francisco Lazo Martí
CUAL ORORES MADUROS
He querido ser pájaro: he soñado
volar sobre tus labios tentadores,
pues lucen el carmín de los orores
que los besos del sol han sazonado.

Mas tus ojos, señora, han humillado
ese vuelo de amor: que así, traidores,
son tus ojos cual aros flechadores
que matan sin herir al que han mirado.

Ensueño pudo ser de noche insana:
pero en esta de abril pura mañana
algo que en mí suspira y aletea,

celos tiene del pájaro salvaje
que hundida la cabeza en el follaje
carmínea piel orores picotea.