Imagen en el archivo de Amalia Ameli Vargas
EL HOMBRE, LA MUJER Y EL PÁJARO CARPINTERO (etnia yukpa)
Atancha, Maneracha y Sakuare
Tamurenchu, el Dios Creador, autor del mundo
y de todas las cosas había creado el primer hombre, Atancha, de un tronco de
árbol que tenía vetas de sangre, y lo hizo dueño y señor de la tierra y de los
animales.
Pero Atancha vivía sólo. Cultivaba, cazaba y
pescaba sin nadie que compartiera su labor.
Sakurare, el pájaro carpintero, se hallaba un
día posado en una ceiba cuando vio a Atancha que secaba el sudor de su frente,
fatigado. Se compadeció. Todos los días lo veía trabajar, labrando la tierra,
pescando, cazando sin descanso. Y al llegar a casa debía también moler el maíz,
tejer las cestas, y asiar la choza.
Sintió mucha lastima y se puso a pensar cómo
ayudarlo. Pronto se le ocurrió una idea: alguien que acompañara a Atancha y
compartiera sus faenas para aliviarlo. Sería bueno que también pudiese darle
hijos. Pero, ¿cómo hallar a ese ser tan extraordinario que llenara la soledad
de Atancha, le diera hijos y, a la vez lo ayudara? pensaba, pensaba, y no
encontraba la solución.
Un buen día Sacurare, que había volado muy
lejos buscando insectos para sus hijos, estaba picando el tronco de un bucare.
Golpeaba con fuerza, cuando oyó un débil quejido
-¡ Ay,
ay!
El pájaro se armó de valor y pregunto: -¿Qué
es eso? Como nadie respondía, dio otro picotazo al árbol y se oyó de nuevo: -¡
ay, ay, ay,!
-Es voz humana, se dijo Sacurare.
Estoy seguro que de aquí sacaré a la
compañera del hombre. Pero,
por la emoción, no pensó en marcar el tronco, sino que voló contento hasta la choza de Atancha para contarle la buena
noticia.
Este, entusiasmado, fue con el pájaro al
bosque. Caminaron y caminaron todo el día, mas no lograron encontrar el árbol.
Sacurare golpeaba aquí y allá y ninguno le respondía. Atancha pensó que era una
broma del carpintero y se enojó mucho con él, hasta lo amenazó. Sacurare le
pidió paciencia:
-No te conviene enojarte conmigo, porque si
lo haces perderás la oportunidad de hallar a tu compañera.
Al fin recordó que la voz salía de un bucare
grande, muy florecido de un rojo intenso lo halló y golpeó el tronco
fuertemente. Entonces escuchó:
-¡Ay, ay!
-¡Aquí está el árbol! _ exclamó
-¡finalmente lo encontré!
Y, para asegurarse, le dio otro picotazo:
-¡Ay, ay, ay! gritó el árbol, aún más fuerte.
Sin perder tiempo, Atancha empuñó el machete,
cortó aquel árbol en dos troncos y los llevó a su casa con gran cuidado, lleno
de esperanza.
Al día
siguiente salió temprano a cazar y, cuando regresó, encontró la choza limpia la
ropa lavada y los alimentos preparados. Comió y enseguida se durmió, sin ver a
nadie, ni poderse explicar como había ocurrido todo aquello.
Esto sucedió por varios días y Atancha estuvo
cada vez más intrigado, decidió espiar a
los troncos de bucare.
Una mañana se fue temprano, como de costumbre
pero, en lugar de ir a trabajar se escondió detrás de un matorral desde el cual
podía observar su casa. Oculto entre el follaje, vio salir de los troncos a dos
bellas mujeres que caminando muy erguidas, casi tiesas, hacían todos los
quehaceres del hogar: una limpiaba la casa, la otra preparaba la comida; una
molía el maíz, la otra tejía las cestas.
Eran muy agradables y Atancha pensó que sería
lindo tener hijos con ellas, como los tienen los pájaros carpinteros. Pero ni
siquiera hablaban. ¿Cómo hacer para que aquellas dos hermosas muchachas se
volvieran sus compañeras de toda la vida?
Pidió ayuda a Sacurare, mas este desde una alta
copa le respondió:
-Tú me amenazaste, no confiaste en mí. Ahora
arréglatelas como puedas. Sólo te diré que ellas se llaman Manerachas, que
significa compañera del hombre.
Al día siguiente, Atancha volvió a esconderse
en el matorral esperó que las hermosas mujeres salieran de los troncos y se les
acercó. Estaban tan ocupadas arreglando la casa que no se dieron cuenta de que
el hombre, silenciosamente, sujetaba a una por la cintura.
Ella trató de liberarse, pero por fin se
rindió y aceptó el abrazó. Sin embargo, no
podía doblarse ni hablar.
Entonces Atancha le hizo cosquilla por todo
el cuerpo hasta que ella rompió a reír.
De esta forma la mujer recibió el don de la
palabra, y pudo hablar. Luego le dobló las extremidades para que sus brazos y
piernas tuvieran movimiento: Por eso es que nosotros los humanos podemos
movernos fácilmente. Pero faltaba la segunda y Atancha procedió con ella de la
misma forma. Las hizo a las dos sus mujeres; tuvo con ellas muchos hijos, luego
estos hijos se casaron, y de ellos nacieron otros hijos. Así se ha ido poblando
la tierra hasta nuestros días.
Tomado de “El mundo mágico de los yukpa”,
Marisa Vanini y Javier Armato, Caracas: Monte Ávila Editores
Latinoamericana (2005)
EL
ÁRBOL MARAHUAKA (etnia Yekuana)
Ahora vamos a tumbar el árbol Marahuaka.
Vinieron primero cuatro hombres que tenían
hachas buenas para tumbar. Pero no pudieron. Sus hachas rebotaban, sin penetrar
nada en el tronco. Se cambiaron en tucanes y empezaron a cortar con unos picos
muy grandes, fuertes. No pudieron. Quebraron sus picos. Por eso, ahora los
tucanes tienen picos como serruchos. Vinieron entonces los pájaros carpinteros.
El propio dios Wanadi vino a cortar como un Carpintero Real. Y Semenia como
Carpintero Mono. Comenzaron a cortar. Pero lo que cortaban de día, se componía
de noche. Al amanecer, el tronco estaba intacto, sin corte.
Viendo que así no se adelantaban, Semenia les
propuso que cortaran por turnos, día y noche, de modo que cuando unos cortaran,
otros descansaran, y siempre hubiera alguno cortando.
Así hicieron. De este modo no se cerraba el
corte. Cortaron hondo, día y noche: por muchos días y noches cortaron. El
propio Wanadi dio el último picazo. Por fin, lo cortaron por completo. Todos
miraban con miedo por donde iba a caer el árbol. Pero Marahuaka no cayó. Quedó colgado, con las ramas enredadas en el cielo.
Entonces llamaron a Kadiio, la ardilla, y le
dieron un hacha para que subiera y lo cortara. Subió Kadiio y cortó Marahuaka que
estaba agarrado en el cielo. Entonces sí cayó Marahuaka. Toda la tierra tembló.
Era como si el mismo cielo cayera.
Los hombres, entonces, se asustaron y huyeron
a esconderse en las cuevas. Cuando salieron, llovía duro. Fue la primera
lluvia. Raudales, cascadas chorreaban de Marahuaka. Al buscar un camino la
lluvia, nacieron los ríos. Así nació el Orinoco, Padamo, Cunucunuma,
Kuantinama, Antawari, todos los ríos. Los llamaron el agua nueva. Corrían como
culebras sobre toda la tierra.
Toda la tierra cambió. No parecía ya la de
antes. Se puso todo verde. Había muchos árboles.
El tronco de Marahuaka se partió en tres
pedazos. Al caer, se cambiaron en piedra. Ahora son los tres pedazos de la
montaña Marahuaka, la más alta de la tierra.
Tomado de Cuentos Indígenas Venezolanos de
Antonio Pérez-Esclarin y Alexander Hernández. Distribuidora Estudios. Caracas
(1996)
LA CREACIÓN DE BUOKA (I) (etnia Piaroa)
Al principio no había nada: ni hombres, ni
aguas, ni animales, ni montes, ni tierras. Después apareció el cielo. Comenzó
la creación del mundo.
— ¡Jumora ujkwoku nkereu ujkwoku! –con estas
palabras nació Buoka. Su nombre es nombre humano. Se creó antes de la palabra,
en la propia palabra. Hablaron de él y lo vieron, aunque aún no había crecido,
pues dijeron las palabras completas:
—Jumora ujkwoku –y en esas mismas palabras
creció y creció...
Antes de Buoka no había nada: ni tierras, ni
árboles, ni montes, ni aguas, ni animales; nada. Nada existía, solo la nada. Y
nació un ser único, creció con las palabras: era Buoka, Aruttu-Buoka.
Y nació con el viento de la palabra del
canto. Y lo cantaron: el nombre le vino del viento. Buoka se hizo de la nada. Y
en su cabeza procreó, en sus pensamientos vio a su hermano, Wajari. La mujer,
hermana de los dos, a la que llamaron Tchejeru, fue pensada por Wajari. Así fue
la creación de Wajari.
Y aún no había aguas, montes ni frutas; pero
apareció la tierra. Antes de la creación de la tierra solamente existían el
aire y el viento. La palabra trajo a Buoka, él a Wajari y este a Tchejeru.
Dicen que Buoka nació con las palabras, con
las palabras del canto. Y que lo crearon los pensamientos y visiones que el
viento llevaba. Desde entonces también nosotros tenemos la propiedad de
imaginarnos algo. No tenemos más que el pensamiento. Para donde voy, sé que se
alza una churuata; vaya por donde vaya, sé lo que me espera.
Los creadores meditaron, se imaginaron a
Buoka y luego se dieron a la tarea de crearlo. Palabra tras palabra y he aquí a
Buoka, nació Buoka. Luego Wajari y después Tchejeru. —Enemey ereuke tjuruode
–llegó con estos nombres, surgió como el pensamiento pleno de algo. Desde
entonces pensamos, desde entonces sabemos.
—Putjadiarimando –y nació Buoka. He aquí su
nombre completo: Aruttu-Buoka.
Buoka fue tomando cuerpo poco a poco: le
crecieron los brazos, el tronco, la cabeza. Decimos tjasarine. Desde entonces
es que tenemos cuerpo, brazos, todo en su lugar. Y así decimos: tjasarine:
creación, crecimiento. Nos parecemos a Buoka.
Ñuema-a se llama el lugar donde nació el
mundo piaroa. Cerca del Mariweka, en la orilla de acá, a la derecha de
nosotros. Junto al Ñuema-a se extendía el lago, que crecía cada vez más. Y allá
nos crearon a nosotros. Allá se alzaba un árbol gigante, un árbol de cuatro
ramas, cuatro brazos. Ahora somos los mismos: tres tribus indias y los
españoles. A cada rama se subió un hombre y una mujer, y se apoyaron en las
ramas del árbol.
Son innumerables los nombres de la creación.
Llamémosla Ñuema-a y Jajkawana Meredye también. La segunda es la sirena, el
estruendo de la tierra. En vano la buscaríamos, no la podríamos encontrar. Solo
podemos oír su voz. Es el raudal del caño de aguas frías. Cuando íbamos a
buscar curare teníamos que atravesarlo. Y siempre lo atravesábamos.
Hoy en día no hace falta el veneno, pues
cazamos con escopetas. Kwawai, el árbol gigante, estaba junto al Sipapo. Todo
esto ocurrió después de que crearon a los tres hermanos. Junto al Kwawai
crearon nuestro alimento. Fue donde nació todo lo comestible, nosotros, los
piaroa, lo llamamos Kwawai. Y Kwawai es obra de Wajari.
Hoy se ve entre los ríos Cuao y Autana la
alta montaña en la que se convirtiera el árbol gigante, que tenía encima todas
las plantas comestibles: yuca, maíz, ocumo, ñame, batata y muchas frutas. Y
todo lo creó Wajari.
Un día Wajari decidió cortar el árbol para que
todo el mundo pudiera disfrutar de las frutas. Cayó el árbol gigante. Su
inmenso follaje cayó hacia allá, si hubiera caído hacia acá habría más montañas
altas y piedras en el lado de acá de la selva.
Ahora, en el otro lado, por el Alto Cuao, se
pueden ver los cerros y montañas cubiertos por la selva. Como el follaje del
árbol cayó para allá, también la tierra es mejor por allá. Aquí, de este lado,
se dan pocas frutas. Sin embargo, Buoka fue el primero, el primero delante de
todos, los demás llegaron solo después de él. Buoka creó con sus ojos: se sacó
uno, vio adentro al hombre y le puso nombre: ¡Wajari!
Así dijo Buoka:
—Lo arranqué a él que será mi hermano, mi
hermano menor. Se sacó el otro ojo también y fue Tchejeru, su hermana menor.
Pues eran tres hermanos y una sola familia.
¿Sabes? En el medio de los ojos ves una
figurita negra, un muñequito. Esta imagen fue la que se arrancó de los ojos y
luego le dio nombres: Jiarea jaana, el muñequito en el ojo, hombre en el ojo,
el hombre del ojo. Eso fue idea de Wajari.
La historia siempre suena igual: Buoka hizo a
sus hermanos de sus ojos. Al principio nacieron ellos tres. Sí, señor .Mékira,
el chácharo, era de Buoka. Si se canta la canción del Mékira que ahuyenta la
enfermedad, cantamos a Buoka. Si cantamos al Ime, el báquiro, las palabras
hablan sobre la creación de Wajari.
Tomado de: Cuentos y mitos de los piaroa.
Lajos Boglár Fundación Editorial El
perro y la rana (Caracas, 2015).
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