Niños indígenas de la etnia Pemón en el archivo de Alejandra Sánchez
LA LUNA Y EL SOL (etnia yukpa)
Kunu y Vicho
Dicen los yukpa que en tiempos muy lejanos la
luna y el sol eran gente. La luna era muy buena, amiga de todos. Vestía un
sencillo manto blanco. El sol, en cambio, era vanidoso y altivo, no trataba a
nadie, orgulloso de su bella capa amarilla adornada con plumas de aves
silvestres.
Un día Atancha, el primer hombre, salió por
el monte a cazar lapas y picures y se perdió
en los espesos bosques. Camina
que camina, de tanto caminar cayó en las redes que había puesto el sol.
En
aquel entonces, el sol también iba de caza. Culebras y serpientes eran sus
flechas que disparaba contra el rojo p!umaje de la guacamayas, y contra el
verde vientre de las iguanas. Pero para los animales más grandes tendía redes.
Cuándo vio en sus redes al hombre, el sol se
alegró mucho: ¡era una buena presa! Lo amarró bien, se lo llevó a la casa y
allí lo encerró, sin decir nada a nadie.
El hijo de la luna, que iba siempre a jugar
con los hijos del sol, se dio cuenta de todo
y se lo contó a su madre.
_ Hay
que liberar al prisionero - pensó la luna - antes de que el sol se lo coma.
Y le ordenó al jovencito:
-Ve a escondidas y
avísale a Atancha que el sol se lo quiere comer, pero que nosotros trataremos
de salvarlo. Encomienda le que haga exactamente lo que tú le indiques.
El niño habló con Atancha, lo desató y lo
instó a salir y a seguir las marcas que el dejaría en el suelo. Cuándo el sol
se dio cuenta de la fuga del hombre corrió tras él.
Atancha, gracias a las señales, ya había
llegado a la casa de la luna.
Ella lo escondió en uno de los enormes
calderos en los cuales se sumerge a las muchachas cuando se hacen mujeres con
el fin de purificarlas y prepararlas para su futura vida de compañeras de los
hombres y de madres.
Había muchos calderos en la casa de la luna,
todos con su tapa, y en cada uno la luna guardaba a una joven cercana a los
quince años, envuelta en un hermoso manto ritual. El sol, enfurecido y con la
osadía que le daba su furia, entró en la casa de la luna y empezó a destapar
los calderos, lo que estaba absolutamente prohibido. Violó así la ley de Samaya
o de la purificación, que impide sacar de su encierro o contemplar a las
jóvenes vírgenes.
La luna corría tras él tratando de detenerlo.
Cada vez que el sol abría un recipiente la muchacha que estaba adentro arrojaba
su manto para evitar ser vista cubriendo a veces al sol que destapaba lo olla,
y a veces a la luna que lo seguía de cerca para impedírselo.
Cuando llegaron al gran caldero donde estaba
escondido Atancha, empezaron a reñir y luchar a puñetazos, discutiendo:
_ No
tienes derecho a destapar mis calderos, estas violando la ley - decía la luna.
_ Ni tú a robarme la presa que cace - gritaba
el sol
_ No
se debe de comer carne humana insistía la luna.
Por fin, la luna y las muchachas lograron
alejar al sol y Atancha pudo salvarse.
El sol se fue, pero sospechando que Atancha
estuviese escondido en uno de los calderos, puso trampas alrededor de la casa y
a lo largo del camino, y encargó al zamuro Kurumachu que siempre rondaba al
acecho que vigilará.
Cuándo la luna vio que el sol se había ido,
le dijo a Atancha.
_ Puedes
salir y regresar a tu casa. Yo te guiaré.
Ella caminaba adelante, envuelta en su blanco
ropaje, iluminándolo todo, y Atancha la seguía. Así el hombre pudo eludir las
trampas que había tendido el sol. Pero tras ellos venía Amusha, el venado, que
cayó en una de las redes y quedó atrapado.
El sol al verlo, grande y hermoso, se
contentó y se lo llevó a su casa. Entonces Atancha pudo al fin huir.
El sol fue confinado a lo más alto del cielo
y se le ordenó calentar la tierra, por haber osado violar la ley de Samaya. La
luna fue llevada a presidir la noche, para iluminar los pasos del hombre y
evitar que caiga en las trampas y redes que acechan en la oscuridad.
Y este
es el origen de los eclipses del sol y de los eclipses de la luna: a veces el
sol, a veces la luna aparecerán tapados, ocultos por los mantos de las
muchachas. El sol porque osó violar la ley de Samaya y destapar los calderos.
La luna, porque no logró impedírselo. Y ambos, por los errores cometidos y por
haberse insultado y reñido a puñetazos.
Tomado de “El mundo mágico de los yukpa”,
Marisa Vanini y Javier Armato, Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana (2005)
EL
CONEJO AMARRÓ AL TIGRE (etnia Pemón)
Otra vez el tigre encontró al conejo que
estaba sosteniendo un palo.
-¿Qué estás haciendo, mi hermano?
El mundo se está acabando, hermano, ven acá y
mira cómo se está cayendo este árbol; mejor tú me ayudas o te quedas aquí aguantando
mientras yo voy a buscar un palo más grande y también un bejuco para amarrarlo
para qué no se caiga.
Así dijo ese conejo embustero. Entonces el
tigre se agarró al árbol fuertemente; miró al cielo y vio las nubes que se
iban, igual si se acabara el mundo. Vino
el conejo con el bejuco y le dijo al tigre:
-Espera, mi hermano, te voy a amarrar,
mientras yo voy a buscar un palo más grande.
El conejo se fue y el tigre se quedó
esperando, amarrado hasta cansarse. ¡Caramba el conejo no regresó!
Unos venados vieron al tigre amarrado y él
les pidió que, por favor, lo soltaran, pero los venados se rehusaron, porque si
lo soltaban, de seguro que se los comería. Los venados entonces siguieron de
largo sin hacerle caso al tigre. Detrás de los venados vino por el camino un
mono. El tigre le suplicó:
-Suélteme hermano, para ir a buscar ese
mentiroso conejo.
Pero el mono también le dijo lo mismo de los
venados. Él estaba seguro que si lo
soltaba al tigre éste se lo comería. Sin embargo y muy a pesar del miedo que
tenía, el mono soltó al tigre y al soltarlo, el tigre inmediatamente agarró al
mono, quien al verse sorpresivamente atrapado le dijo al tigre.
-Antes de comerme estréllame contra ese
árbol.
Y entonces el tigre lanzó al mono contra el
árbol y el mono, muy ágil en los árboles, trepó por él hasta estar fuera del
alcance del tigre.
Tomado de Cuentos Indígenas Venezolanos de
Antonio Pérez-Esclarin y Alexander Hernández. Distribuidora Estudios. Caracas
(1996)
WAJARI CREANDO HOMBRES (etnia piaroa)
Wajari creó cabellos negros, luego ojos, y
dijo: —Muchos peligros amenazarán a este hombre. También creó olor de gente y
luego el lugar donde el hombre podía vivir. Le preparó tierra y arregló el
lugar para poder crear a todos los hombres.
Wajari le dio forma a las caderas, luego dijo
las enfermedades de las mujeres, el jilichi papuli, el parto difícil. No le
gustaban las enfermedades de la mujer porque eran peligrosas para todo el
mundo. Wajari dijo que sin canto el niño ha de dejar el útero con mucha
dificultad.
Mientras Wajari estaba muy hacendoso creando
hombres apareció Buoka, su hermano, enmascarado para espiar a Wajari. Se
escondió en la figura de varios animales –ora lagarto, ora mosca, etc.– Y
Wajari no se dio cuenta, no se percató de su presencia. Mientras espiaba, Buoka
pensó:
—Le voy a decir a Wajari que también cree
hombres para mí. Enmascarado le dio la vuelta a Wajari y siguió observando.
Luego salió revoloteando disfrazado de pájaro. También revoloteó en torno del
Tiannawa, el árbol sagrado de cuatro ramas. Y Wajari no sabía que se trataba de
Buoka, pues se había transformado. Y al revolotear en derredor del árbol
Ñuema-a, Wajari escuchó un ruido.
—¿Qué clase de animal será? –se preguntó–,
voy a buscarlo. Y el bichito colorado, el masate wala era Buoka. Wajari pensó
que había oído a una persona, pero vio un animal y dijo: —Solo veo un bicho.
Tomado de: Cuentos y mitos de los piaroa. Lajos
Boglár Fundación Editorial El perro y la
rana (Caracas, 2015).
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