Imagen en el archivo de "Indio César"
EL
ORIGEN DEL FUEGO (Etnia Wuayúu)
En un principio los hombres no conocían el
fuego. Eran seres imperfectos que comían cosas crudas, como carnes, tubérculos,
raíces y frutos silvestres. Ningún alimento vegetal era pasado por el fuego, ni
calentado ni cocido. Nada preparado se comía. La carne no la ahumaban, no la
asaban; sino que la hacían cecina, la tendían al sol y la consumían seca.
La triste suerte de los primeros hombres a
causa de su imperfección era igual la de
los animales. Unos vivían metidos en los troncos, en los huecos, en las cuevas;
otro tenían ranchos para abrigarse, pero sin fuego para calentarse ni lumbre
para ahuyentar el miedo que emergía del fondo de las noches. Solo Maleiwa
poseía fuego en forma de piedras encendidas que celosamente guardaba en una
gruta fuerte lejos el alcance de los hombres.
Maleiwa no quería entregar el fuego a los
hombres porque éstos eran falsos de juicio, y en vez de hacer buen uso de él
podrían emplearlo para sus maldades. Por eso los preservó de su uso. Pero
sucedió una vez, que estando Maleiwa sentado junto al fuego, calentando su
cuerpo al calor de la fogata, vio venir hacia él un joven aterido de frío,
llamado Junuunay.
Maleiwa, al verlo, se indignó grandemente. -¿Qué
venís a hacer, intruso? ¿No sabéis que este sitio está vedado a todo acceso?
¿Acaso venís a perturbar mi tranquilidad y a colmar mi paciencia?
Y Junuunay respondió con actitud suplicante. -No
venerable abuelo. Sólo vengo a calentar mi cuerpo junto a vos. Tened clemencia
para mí, que no he querido ofenderos. Amparadme de este frío que me hiela, que
me puya la carne y me llega hasta los huesos. Tan pronto entre en calor me
marcharé.
Así decía Junuunay escondiendo su intención. Aquel
joven audaz, para convencer a Maleiwa se valió de mil artimañas. Hizo crujir
sus dientes. Erizó los poros de su cuerpo como carne de gallina muerta, tembló
como machorro, frotó sus manos. Hasta que por fin, Maleiwa, complacido, lo
aceptó.
Pero el gran padre no le quitaba la vista de
encima, porque tenía sus reservas respecto a la habilidad de aquel extraño
personaje, que más inspiraba admiración que desdén. …Y ambos comenzaron a
frotarse las manos y a darse calor en el cuerpo.
Las llamas de aquel juego eran intensamente
bellas, resplandecían a lo lejos como los fulgores aéreos de las estrellas,
como las brasas del cielo. Junuunay se llenó de coraje y quiso conversar con Maleiwa
para distraerlo, pero éste permanecía callado sin hacer caso a las palabras del
intruso. Pero, un rumor de viento hizo que Maeleiwa voltearse la cara hacia
atrás para mirar y cerciorarse bien del pequeño ruido que se avecinaba. Era así
como si fuesen pasos cautelosos que estrujaban la hojarasca del paraje.
Aquel instantáneo descuido lo provecho
JUNUUNAY. Cogió de la fogata dos brasas encendidas y rápidamente las metió en
un morralito que llevaba oculto bajo el brazo. Con las mismas se dio a la fuga,
y se escurrió por la maleza que rodeaba la gruta.
Consumado por el robo, y burlado así el gran Maleiwa
decía: -¡Me ha engañado el muy bribón! Lo castigaré dándole el suplicio de una
vida inmunda. Lo haré vivir entre los
estercoleros rodando bolas de excremento… Y diciendo esto, corrió atrás el
ladrón.
Junnunay, corría desesperado, pero los pasos
eran tan lentos y cortos que casi no avanzaba al menor trecho. Y en ese trance
difícil, quiso emplear de nuevo su escurridiza habilidad para salvarse. Llamó
en auxilio a un joven cazador llamado Kenaa a quien rápidamente le entregó una
brasa para que la escondiera.
Kenaa tomó la preciosa joya incandescente y
se alejó con ella sin ser visto. El sol le ocultó de la vista de Maleiwa pero
siempre fue descubierto cuando llegó la noche y trataba de esconder entre las
matas. Entonces Maleiwa, para
castigarlo, lo convirtió en cocuyo nocturnal, que en las noches oscuras de
invierno emite su luz intermitente cuando vuela.
Junnunay, en su desesperación encontró en su
paso a Jimut cigarrón y le dijo:
-Amigo mío, Maleiwa me persigue porque le he
robado fuego para dárselos a los hombres. Toma esta brasa que me quema, huid
con ella y escóndela en un sitio bien seguro. Quien posea esta joya será el más
afortunado de los hombres: sabio y grandioso. Dicho esto, Jimut tomó la brasa y
rápidamente la metió dentro de un palo de caujaro. Luego la pasó a un olivo,
después a otro palo, y así se extendió y multiplicó por todas partes, hasta que
los hombres la encontraron una vez por medio de un niño llamado Serumaa. Este
niño, mientras se divertía en jugar y saltar por entre los montes, iba
señalando a los hombres los palos en donde Jimut había depositado fuego.
Aquel niño no sabía hablar sólo sabía decir ¡ski!...
¡ski!... ¡ski! ¡¡Fuego!!...¡¡Fuego!!
Los hombres entonces se apresuraron en buscar
el fuego, pero ello no podían encontrarlo ni tampoco lo sabían obtener. Y así
registraron todos los palos y los troncos y nada pudieron conseguir.
Practicaron mil maneras y ¡nada! Taladraron y frotaron con sus manos dos
varitas de caujaro y al punto surgió el fuego que iluminó el corazón de los
montes y encendió de alegría el espíritu de los hombres.
Desde entonces el fuego lo destinaron a sus
servicios. Ya los hombres no sintieron
más temor, ni volvieron a sufrir los rigores de las noches frías.
En cuanto al niño Serumaa, lo convirtió Maleiwa
en pajarillo que salta de rama diciendo: ¡ski!... ¡ski!... ¡ski! Su voz natural. Esto aconteció después que Maleiwa
convirtió en Junnunay en escarabajo, y lo condeno a vivir en inmundicias por
haber robado el fuego.
Desde entonces, el escarabajo vive y se
alimenta de excrementos. Y en castigo de su atrevimiento quedó a vivir entre
las inmundicias por haber robado el fuego. Y en castigo de su atrevimiento,
quedo impreso en su cuerpo la mancha de su robo, o sea, las manchas brillantes
que llevan en sus patas los escarabajos.
Tomado de Cuentos Indígenas Venezolanos de
Antonio Pérez-Esclarin y Alexander Hernández. Distribuidora Estudios. Caracas
(1996)
JULUNA
(Enrique Plata Ramírez)
Con todo su corazón pidió a Juluna que la
próxima vez que Najo Romo, su marido, la golpeara, le diera un castigo para el
resto de su vida.
Cuando Najo romo regresó de la reunión de los
guerreros, aquella noche, oliendo a cachiri, sin decir palabra alguna, abofeteó
a Guanta, su mujer.
De pronto la noche se hizo más oscura y un
terrible silencio lo invadió todo. Desde el fondo de la selva sintieron algo
extraño que se aproximaba.
Y Cuanta, sorprendida y satisfecha, vio como
Julna poseía a Najoromo, quien sufría unas terribles convulsiones que lo hacían
revolcarse, rechinar los dientes y lanzar espuma por la boca.
LA MUJER SALVAJE DEL MONTE SOLITARIO (Gilberto Antolinez)
LA PELUDA HEMBRA
DEL OSO FRONTINO. En el tomo I del año 1.945, publiqué en la notable revista
científica “Actas Venezolanas” un ensayo folclórico titulado “ El Oso Frontino”
donde aparece como un hombre y la leyenda del “Salvaje”, es un plantígrado
habitador de la cordillera de los andes; se encuentra en Venezuela en las
montañas de Mérida, Trujillo, Lara y Yaracuy, y en las selvas de Apure y las
selvas de Guayana, y se ha soportado sobre su forma anatómica el peso de
numerosas leyendas populares como salvaje peludo, de hábitos solitarios, enamoradizo de las hijas de los hombres, a
quienes roba y mantiene como queridas en sus altos nidos de follaje que sabe
fabricar sobre los árboles. Después del ensayo que se ha citado, he publicado
muchos otros en que aprovecho aportaciones debida a otros folkloristas
venezolanos en el tiempo siguiente, como fueron las de Francisco Tamayo,
Olivares Figueroa, y Juan Pablo Sojo. El cuento del Salvaje se extiende por
toda Sudamérica, pero también se comprueba en la zona antillana. Poderoso en su
complejo legendario en el Brasil, según se desprende de numerosos ensayos de
Cámara Cascudo.
Pero si un salvaje
de sexo masculino ha contribuido a nuestros folklore con leyendas tan rancio
abolengo indiscernibles como muestran los cuentos de “Juan salvajito” y “Juan Peludito” o “Peluito” tan corrientes
en Lara, Falcón, Yaracuy y Carabobo, emparentados nada menos que el de los
ciclos de Hércules Horikulas y sus pariaguales de la antigüedad asiática,
mediterránea y germánica, no menos notable son las fantasías a que ha dado
lugar a la hembra del herbívoro oso de Los Andes, con referencias a una mujer
peluda y amorosa que gusta ayuntarse a los hombres en el misterio incitante de
los bosques. Así en los estados andinos del país tenemos al “katey y su mujer”,
“el medio hombre y la medio mujer” de la montaña, en Colombia también hay
mujeres salvajes como la “la Mancaraita” “la Patasola”, y en las Antillas se
habla de “las Siguapas” velludas, ardientes y tentadoras; y en el Brasil de “las
Caiponas” lúbricas, reservadas y dueñas de la caza a la que ponen bajo el poder
de sus amantes.
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