Imagen en el archivo de Identidad Cultural Indígena Latinoamericana
LA
CREACIÓN DE LAS FRUTAS CULTIVADAS (etnia piaroa)
Los waikunis trabajaron y luego descansaron.
Aún no habían visto agua, pues todavía no existían los ríos. Los waikunis le
pidieron agua a Wajari, pero Wajari respondió así: —Los hombres no beben agua
cuando trabajan. Solamente las mujeres lo hacen. Los hombres soplan yopo o
beben kaapi. Pero ustedes siempre quieren agua. Y no está bien. Yo siempre
trabajo con yopo y no con agua.
En verdad Wajari tenía agua, pero no les
quería dar. En las plantaciones trabajaban varias mujeres y Wajari les pidió
agua: “Nosotras tomamos agua mientras trabajamos, pero los hombres no hacen así”.
Wajari les preguntó de dónde tomaban agua. —Nosotras
tomamos el agua de allá –y señalaron hacia el campo. Wajari dijo así: —Está bien.
Tengo sed. Y se fue para el arroyo.
Y entonces ocurrió, cuando se dirigió hacia
el arroyo, que los waikunis soplaron magia a los pensamientos de Wajari. Wajari
se enajenó y estuvo vagando por la selva durante años. Pero antes Wajari
preparó una soga bien gruesa y ató entre sí las ramas del árbol, para que los
waikunis no lo pudieran cortar.
Wajari les preguntó a los waikunis que por
qué no habían cortado los árboles. Trataron pero no pudieron. Un bicho se subió
al árbol y se comió las amarras.
Tomado de: Cuentos y mitos de los piaroa. Lajos
Boglár Fundación Editorial El perro y la
rana (Caracas, 2015).
LA MUJER DEL KATEY EN EL ESTADO TRUJILLO (Gilberto
Antolinez)
En los lugares
montañosos del estado Trujillo como Pampán y San Juan de Vichu y las selvas de
Monay, los folcloristas han comprobado la creencia en una casta de seres de la
selva cuyo prototipo son el “catey” o “Katey y su mujer”. El Catey de los
montes de Monay, cuenta Olivares, que se parece a un hombre espantoso, esto es
“cíclope”, pues tiene un solo ojo en medio de la frente; además, muestra un
solo pie, cuya huella deja a orillas de los ríos por donde marca buscando su
único alimento: ojos de pescado; y el tal catey tiene su pie vuelto hacia
atrás, en contradicción con la forma usual en que se forman en los seres
humanos.
Según versión de
Juan Pablo Sojo, el Catey es un hombrecito moreno, de diez a quince pulgadas de
estatura que marcha a grandes saltos y ríe a carcajadas, habita en el monte,
pero frecuenta los sitios habitados para nutrirse de los fluidos humanos. Tiene
una mujer o mejor aún, una “media mujer”, ya que tan donosa dama solo posee un
ojo, un brazo, un seno y una pierna; como es una peligrosa osa, se mete en las
habitaciones de los seres humanos, les perfora el pecho cuando duermen,
lanzándoles el agudo chorro lácteo de su único seno, y por el hueco hecho les
succiona la sangre; luego descarna el cadáver de sus víctimas, quebranta los
huesos y se chupa el tuétano, pues este viene a ser su manjar predilecto.
Este catey y sus
parientes aparecen con el nombre de “Taleyes”, en los sembrados del estado
aludido y fungen allí de divinidades agrícolas. Son seres dotados de un solo
pie, según han contado el doctor Mario Briceño Iragorry. De modo que le cate o
catey y su mujer, se caracterizan por tener un solo órgano vital o de acción, de
donde nosotros tenemos dos, y por tener además las plantas de los pies
volteadas hacia atrás. Ya veremos que en otros países de América tienen
semejantes igualmente adheridos a los sitios apartados de la presencia humana.
ANA
KARINA ROTE (Enrique Plata Ramírez)
Salvajes y violentos, solían los caribes atacar a las tribus vecinas, destrozándolas
implacablemente al grito de Ana Marina Rote, o Sólo nosotros somos gentes.
Tomaban luego como prisioneros, de entre los
vencidos, a los guerreros más fuertes y atados los llevaban ante la Junta de
Mujeres. Éstas bañaban a los nuevos esclavos, los alimentaban y los amaban sin
descanso durante varias lunas. Luego, saciados sus instintos, los devolvían a
los guerreros, quienes en grandes múcuras preparaban con ellos deliciosos
platos para todo el pueblo.
Para la siguiente batalla, reunía la Junta de
Mujeres a los guerreros, les pintaban el rostro, los amaban y los enviaban en
pos del triunfo y de nuevos esclavos, no sin antes advertirles que de fracasar
irían ellos a parar a las grandes múcuras.
Antes de partir les recordaban su condición
de míseros guerreros, diciéndoles:
¡Solo nosotras somos gentes ustedes simples
guerreros!
XIBALBA
(Enrique Plata Ramírez)
Descendió Ixquic hasta las ardientes tierras
de Xibalba. Y vio la princesa cómo, desdé su llegada, los Señores del Misterio
se las ingeniaban para poseerla. Todos querían que reinara a su lado en tan
infernales abismos.
Pero Ixquic buscaba, y finalmente lo halló,
El Árbol de las Calaveras. Entre sus ramas descubrió el espíritu de sus más
remotos ancestros.
Y detrás de aquel árbol, recibió Ixquic el
polvo que daría vida a las generaciones futuras y luego huyó de Xibalba.
Desde entonces, los Señores de los Abismos
Infernales persiguen a las mujeres para castigar en ellas las afrentas de
Ixquic.
CUANDO
VI BLANCOS POR PRIMERA VEZ (etnia piaroa)
Por aquel tiempo vivíamos por el arroyo
Caracol, allá estaba la churuata de mi padre. Vinieron algunos civilizados,
eran como españoles. Nosotros estábamos dentro del arroyo, pescando con plantas
venenosas y atrapamos un montón de peces, grandes y chiquitos.
El perro encontró una liebre y corrió tras
ella. El marido de la hermana de mi madre –al que en aquel entonces no lo había
mordido la serpiente– esperaba el botín con un machete en la mano. La liebre
saltó de pronto hacia unos matorrales planos, donde encontró una madriguera. La
liebre sabía bien que si salía la mataban. Aunque tampoco quería salir, pues se
había cansado en la persecución. Al igual que el perro.
La liebre se escondió, el perro no la
encontró. Y allá seguía parado el esposo de la hermana de mi madre, con el
machete en la mano. Metió la mano en la cueva y la descargó sobre el animal:
¡Tak! Y la liebre se murió en seguida. Luego el esposo de la hermana de mi
madre vino con el botín hacia el montón de pescados, donde estábamos nosotros.
—Fíjate –le dijo a su esposa–, maté a la
liebre de un machetazo. No quería salir del agujero donde había caído. El
machete había partido en dos al animal, todo se embarró de sangre. Hay que
saber que si cazamos, nuestra ropa se ensucia mucho. Mi tío me dio el botín en
la mano, se puso un guayuco limpio y partió para la casa. Yo me quedé con el
guayuco sucio. Serían como las diez cuando junto a la churuata me vi a los
civilizados que estaban parados por ahí.
Esto ocurriría en 1949 o quizás un año
después. Los españoles me agarraron y me dijeron que me iban a retratar con la
liebre en la mano. La toma de fotografías tardó varias horas, serían ya como la
una y media y me había entrado un hambre terrible. Entonces me dieron un
caramelo, y luego galleticas. Me lo comí todo.
Estaba yo por ahí parado, en mi guayuco
sucio, y me tomaron cantidad, pero cantidad de fotografías. Me pararon aquí, me
retrataron; luego me agarró otro español, me paró por allá y me retrataron de
nuevo. Creo que hicieron como dos rollos enteritos. Luego entré en la churuata.
Mas, apenas salí, me volvieron a agarrar de nuevo y me hicieron cantidad de
fotografías.
—Sabes, en la montaña hay una planta de hojas
grandes y blancas. Mi tío me mandó a traerle una para poner encima la liebre
ensangrentada. Me mandó a mí porque los otros le tenían miedo a las
fotografías. Y solo me retrataron a mí, a los demás no. Fotografiaron de nuevo,
como durante una hora. En el guayuco sucio.
¿Para qué necesitaban una fotografía así? Nunca
vi fotografías cuando era niño.
Y con la liebre en la mano seguía de pie
mientras me retrataban y volvían a retratar. Cuando todavía era chiquito me
tomaron como tres rollos de películas. Creo que estoy en las fotos de Caracas.
Tomado de: Cuentos y mitos de los piaroa. Lajos
Boglár Fundación Editorial El perro y la
rana (Caracas, 2015).
JAGUAR
EN CRUZ (Wilfredo Machado)
Los pájaros temían a un reducido número de
los animales en la selva, y el jaguar era uno de ellos. Los pocos que podían
contar con la historia habían tenido una horrible experiencia con el felino y
mostraban las cicatrices rosadas de las feroces guerras entre un abanico de
plumas turquesas. Todos los demás habían muerto. Las huellas del gato estaban
frescas sobre el barro de la playa. La casa del jaguar era uno de los máximos
desafíos a los que podían enfrentarse los jóvenes pájaros. Este era un ejemplar
de gran tamaño, lo sabían por las profundas marcas sobre el lodo. Más adelante
las huellas se adentraban en la selva profunda donde era difícil seguirlo. Los
pájaros treparon los arboles para seguir desde la seguridad de las ramas más
altas los pasos del felino que no hacían el mínimo ruido. Avanzaron con sigilo
saltando de árbol en árbol, sin dejar caer ni siguiera una hoja. El joven IRK
dirigía la partida de caza. Me había incorporado el último siempre que llegaba
jadeante y con lanza cuando ya todo había terminado. Seguimos al jaguar desde
el cielo del bosque. A veces se detenía unos segundos al oler el aire que
tenían los aromas de la presa.
Cruzó un sendero de dantas que bajaban por un
arrollo de aguas cristalinas, y allí se detuvo a beber un momento. Y entonces
nos vio arriba moviéndonos en el reflejo del agua.
Levantó la cabeza y rugió. Sabía que no podía
alcanzarnos y se dio a la fuga. Los seguimos durante varios días, acosándolo en
la espesura haciéndolo salir de sus escondites, hasta que el jaguar jadeante se
rindió exhausto. Pero ninguno se atrevía acercarse más de lo necesario. El
joven IRK arrojo el primer lazo justo en
el cuello del felino los demás lo imitaron tratando de inmovilizar el animal
que se defendía con furia. Al final los jóvenes pájaros izaron sobre los
arboles como un trofeo de guerra. El lazo del cuello cortaba la respiración,
pero no llegaba a asfixiarlo del todo.
Vimos como lanzaba sus garras contra las
lianas que lo ahogaban tratando de romperlas sin ninguna suerte. Cada vez que
había un movimiento brusco el lazo del rio, hundiéndose sin remedio en la
corriente de la noche, una luna colgaba del cerrojo de una puerta lejana que
sonaba como cascabeles cada vez que el viento la abría de par en par. Yo era
tantas cosas y ninguna, un viento oscuro arrastrándose entre las hojas, un rayo
de luz en mitad de la nada mas oscura. Yo era el centro y la dispersión, pájaro
en la balanza de la vida que sería llevado al mercado por la mañana para ser
desplumado, pesado y destazado frente a un grupo de señoras que contemplaban,
en este nuevo simulacro de los antiguos circos, pero sin la piedad de sus años,
esta pequeña masacre en la que nos enfrentaba
la vida cotidiana: carne fresca vendida al mejor postor.
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