Imagen en el archivo de Alejandra Sánchez
EL PRIMER PEMÓN
QUE EXISTIÓ
Aichik contaba que el primer hombre, el primer
Pemón que existió al pie de ese Roroimo se llama Ka´ponokok, algo del cielo o
firmamento. Kak es cielo o firmamento. Ka´ponokok. Kapon- quiere decir del
cielo. Pero también los Akawaios dicen, para decir persona, dicen Ka´pon.
Estos eran
unos valles solitarios. Había animales, había en los ríos sirenas –
Tuwenkaron, como llamamos a los
espíritus de los pozos, de los ríos. Un encanto que tiene forma de mujer. Había
nada más que eso, y Ka´ponokok estaba solo como Pemón. Pero había también un
Piai´mo.
Había un piai´mo grande, altote, y tenía su
mujer, pero el piai´mo era estéril, no pudo embarazar a su mujer, y ella tenía
ganas de tener un hijo. Agarraba, un pedazo de tronco, un pedazo de palo y lo
cargaba como si fuera su hijo, acariciándolo. Al piai´mo le daba pena y lástima
su mujer. Entonces un día le dijo a Ka´ponokok: Mira, ka´ponokok, yo quiero que
convivas con mi mujer a ver si la embarazas. Ella quiere tener un hijo y no le
puedo dar un hijo.
Ka´ponokok convivió con la mujer piai´mo y le
dio un hijo. ¡Qué contenta se puso la señora!
Recién nacida la criatura, Ka´ponokok quiso
seguir como siempre andando por esos campos. Pero entonces el piai´mo le dijo:
Mira, no puedes salir porque acabas de tener un hijo. Si quieres salir tienes
que ensalmarte… y le enseñó a Ka´ponokok el Taren diciéndole: Si vas a caminar
por la sabana, te ensalmas con esto.
Tampoco puedes
comer las cosas que vienes comiendo. Si vas a comer cualquier cosa, primero
tienes que ensalmarla para que no te haga daño y al mismo tiempo no afecte a la
criatura.
Ka´ponokok tuvo que seguir las normas que le
dio piai´mo y siguió viviendo solo por esos valles de Yuruani, al pie del cerro
Roroimo. Él iba a su conuco a trabajar, a sembrar yuca, a sembrar mapuey, y
regresaba. Un día se dio cuenta de que unas sirenas, unos Tewenkaron, subieron
a una curiara a canalete por el río Yuruani- plas, plas. En el río Yuruani
existen unas matas que echa fruta como guamas pequeñas y dulcita que nosotros
llamamos Awira, se consiguen bastante a orillas de esos ríos. Los Tuwenkaron
eran tres hermanas buenas mozas y se encaramaron en la mata a comer guama
mientras él de lejos las veía.
Un día se puso más cerca… y se enamoró de una
de las sirenas. Otro día se acercó más y se escondió. Aquí llegan siempre, ya
terminaron con este guamo que estaba cargadito, yo voy a esperar para ver si
vienen. No esperó mucho, comenzaron a subir por el río Yuruani las tres
Tuwenkaron, se encaramaron en una rama comiendo guamos y riendo.
Estaban tan cerquita que cuando las miraba…
¡caramba! Entonces no resistió la tentación y se acercó más. Las Tewenkaron del
susto comenzaron a bajarse de la mata para echarse al río. Agarró a una de ellas por la cabellera: Mira,
tú me gustas, yo no te voy hacer daño, únicamente quiero admirarte y verte.
– No, no, déjeme, por favor ¿qué es lo que
usted quiere?
– Yo quiero
que tú seas mi compañera. – No, no, mira: si esa es tu intención, eso va hacer
para tu perdición. ¡Mejor déjame! Ahora, si tú quieres pedirnos una compañera a
nosotras, ya te vamos a traer una que quiera ser tu compañera. – Entonces las
dejó que se fueran.
Al otro día como de costumbre, Ka´ponokok va a
su conuco; comienza a limpiar su conuco, a quemar las malezas, a sembrar yuca,
ñame, mapuey, lo que el Pemón produce en su conuco pues… ají, batata, y todo lo
demás.
Mientras Ka´ponokok estaba trabajando, se le
aparece… la sirena. Pero no de las tres que había visto, sino una más joven y
más bonita. Y le dice: Mira, Ka´ponokok, mis hermanas me dijeron que tú
quieres una compañera. Entonces ellas me mandan para que yo sea tu compañera.
Se puso alegre: ¿Así es la cosa? ¡Qué bueno! Mira, lo primero que yo quiero es,
como tengo hambre y tengo sembrado mapuey y batata, entonces yo quisiera que me
asaras unos mapueyes.
– Como no. –
Ahí está la fogata- porque como ya estaba amontonando las malezas, las ramas,
ya estaba la fogata hecha, le dice: Mira, ahí está, no necesitas prender la
fogata. Se retira un poco y siguió
haciendo sus trabajos, pero de vez en cuando daba vueltas para admirarla… y la
sirena asando los tubérculos del mapuey, sigue asando, y sigue trabajando
mientras tanto Ka´ponokok. De repente cuando se dio la vuelta, la sirena había
desaparecido. ¿Qué pasó? Si hace un ratico que la vi ahí. Se acerca a la fogata
y se lleva una desagradable sorpresa. Mientras estaba asando el mapuey, como
estaba hecha de cera se derritió, y ahí
estaba junto a la fogata. ¡Caramba, me engañaron, me tomaron el pelo! Bueno,
está bien. Pero estaba decepcionado, un poco triste, y después de que se comió
los mapuey, se regresó a su sitio donde pernotaba.
Al otro día continuó trabajando en su conuco.
Se le aparece la segunda, más bonita que la que se había derretido. Mira,
Ka`ponokok, me dijeron mis hermanas que tú quieres tener una compañera.
Entonces ellas me mandaron para que yo sea tu compañera.
-Mira, te voy a decir una cosa. No sé si tú
vas a ser mi compañera, porque la que me mandaron ahí se derritió. Ahora,
contigo no sé qué puede pasar. Entonces no me voy a engañar, no me voy a
contentar hasta que verdaderamente seas mi compañera, hoy, mañana, pasado
mañana, para vivir pues como mi compañera, porque eso es.
– No te preocupes, yo voy a ser tu compañera.
- Bien, si es
así, te voy a agradecer… arráncame unas matas de yuca, ahí hay batatas, y yo
quiero que me hagas kachiri. Quiero tomar kachiri, porque me canso y quisiera
refrescarme.
– Como no ¿Y
dónde lo hago?
– Bueno, ahí está, tengo unas ollas de barro
grandotas.
Entonces la mujer secó la yuca, la ralló como
pudo, le echó en la olla agua, le echó la masa rallada a la olla, le agregó
batata – tal cual como nuestras mujeres en los actuales momentos hacen kachiri,
la fórmula. Eso mismo hizo la Tuwenkaron. ¡Caramba, pensaba, parece que sí!
Ahora sí voy a tener una compañera. De vez en
cuando se volteaba, como le había pasado la experiencia anterior, a ver cómo y
por qué desaparece.
Siguió
trabajando… cuando se da vuelta, todavía está ahí. Ah, parece que sí. Llega a
su punto el kachiri para poder sacarlo y cernirlo, echarlo en una tapara
grande, para que mañana amanezca fermentado y se pueda tomar sabroso. ¿Ya
terminaste? Ya va a estar la comida. Como he sudado bastante me voy a abañar.
Ya yo vengo – Ah bueno, está bien. Siguió trabajando Ka`ponokok. Pasa tiempo…
se alarga el tiempo… más tiempo.
¿Bueno y qué pasa? ¿Qué hará si le pasa algo
como a la primera? Y se manda al río.
Cuando llega
al río… observa que se ha deshecho. La mujer como estaba hecha de arena, al
estar bañándose se deshizo. - ¡Otro desengaño más! – Entonces él dijo: Bueno,
está bien, continúo solo. Regresó a su casa, pero el kachiri que le hizo la
Tuwenkaron se lo disfrutó al día siguiente.
Otro día más continúa su trabajo y aparece la
tercera. Al parecer él se puso contento, pero no así mucho. La primera vez se
puso contento, la segunda vez más contento, pero esta vez en de ponerse más contento, como ya había sido
engañado dos veces dijo: Bueno, está bien, me resignaré a lo que venga. Era más
bonita todavía, y le dice: Mira Ka`ponokok, me han dicho mis hermanas que tú
quieres una compañera.
Aquí estoy para ser tu compañera. – Bueno. No
sé qué decirle. La primera se me derritió, la segunda se deshizo allá a orillas
del río, a ti no sé qué te puede pasar. Pero de todas formas está bien, pues
¡Acompáñame! – A esta no le pasó nada, esa fue la verdadera compañera que tuvo.
Convivió con ella y tuvo un primer hijo que
se llama Makunaimo. Siguieron conviviendo, y pasado el tiempo tuvo otro hijo,
que se llamó Chiko. Chiko en nuestro idioma quiere decir nigua. Los indígenas,
antes de la llegada de los misioneros ponían los nombres de la naturaleza,
loro, acure, y otros muchos más. Esos eran los nombres que daban de acuerdo a
lo que le sucediera a esa persona. Como por ejemplo, si era muy dormilón,
bueno, lo podían llamar como el pájaro pereza arawo; o si era muy hablador lo
podían llamar loro`wek. Así le ponían los nombres, de acuerdo como se desenvolviera
esa persona. Entonces le puso el nombre de Chiko.
Una vez Ka`ponokok dijo: Miren, yo me voy a
visitar a unos amigos. Yo me voy por un
comino por un camino en la dirección de
la salida del sol, y vengo tal día. Se fue. Quedó la mamá con los hijos, y como
tardaba tanto en regresar, los hijos y la mamá emprendieron el viaje para ver
por donde había ido su papá. Pero en sus sueños… o alguien les avisó: Miren por
donde ustedes vean restos de venados y otros, no sigan por ahí sino por donde
no haya restos de animales, porque el otro es camino peligroso. Pero no
hicieron caso y les sucedió que estando pernoctando en un sitio encontraron a
la abuela sapo llamada Poro no`samo. Poro es sapo y No’samo es abuela.
Un día el Poro no`samo le dijo a la mamá de Makuanimo
y Chiko: Mire señora, yo tengo bastante piojo. Vamos a ver si me saca los
piojos.
-Las indígenas
tienen costumbres de que cuando
comienzan a sacar los piojos a sus hijos no es que se los comen sino que los
muerden para matarlos. Los huevos o el adulto. Ella comenzó a sacarlos y los
iba matando con los dientes.
Entonces el Poro no´samo le dice: Mira, los
que consigas aquí junto a mi oreja, tenga mucho cuidado, que esos pueden ser
mortales. Entonces se descuidó y mordió a unos piojos de esa parte y se
envenenó y murió.
Mientras tanto los muchachos estaban por ahí
jugando. Entonces un pajarito que hay mucho en la Sabana, y nosotros llamamos
Ka´sapuu. Ese levanta el vuelo y va así: sube, baja y vuelve a subir, y al
mismo tiempo canta ka´sapuu. Estaba ese pajarito cantando y de repente se dan
cuenta de que es un mensaje que les está mandando.
Entonces ponen atención y escuchan ka´sapuu
anodankon naipapok porono´samo nechí.
Mira, es un mensaje que nos manda ¿Tú no oyes Que acaban de envenenar a nuestra madre?. Vamos a ver qué pasa. Se fueron y la
encontraron muerta, entonces se convirtieron en moscas. Usted sabe que cuando
hay un muerto las moscas se acercan y comienzan a poner huevos, y comienzan ya
a comer el cadáver, se le meten en las entrañas, bueno… entonces ellos
comenzaron a posarse, primero entraron por el ano, por el recto de su madre.
Viene la vieja abuela sapo: Bueno, ya me la voy a comer. Le abrió el vientre a
la mujer y resulta que encontró a los dos hermanos que habían penetrado por el
recto. Los encontró convertidos en huevos – unos huevos bastante grandes, pero
durísimos. ¡Caramba, yo me los quisiera comer, pero están muy duros!
Bueno, vamos a ver. Yo los voy a poner encima
de la fogata y aquí los voy a tener hasta que se ablanden para poderlos comer.
Y los tenía encima de la fogata, de vez en cuando les daba vuelta. Pero cuando
no estaba la vieja los huevos se convertían en seres vivos, le comían la
comida, le hacían travesuras, y cuando venía la vieja decía: Bueno, me falta
tal cosa ¿quiénes serán? – Un día los sorprendió y los agarró infraganti, pero
ellos hicieron sus cosas y no se dejaron dominar.
Otro día dijeron: Mira, vamos a vengarnos de
esta vieja ¿cómo lo haremos? Entonces a la abuela sapo se le ocurrió mandar a los muchachos, a
Makunaimo y a Chiko, a que le tumbaran un conuco. Ellos tumbaron un conuco. En
la Gran Sabana hay unas matas que cuando uno quiere prender fogata lo que hacen
es puramente echar humo. Entonces ellos cortaron esas matas que no se prenden
con facilidad sino que echan mucho humo y, cuando llegó la época de la quema
del conuco, le dijeron: Abuela, ya puedes prender el conuco – y le habían
puesto ese palo que no prende – vaya para allá y préndalo. La vieja se puso
sopla que sopla, sopla que sopla, para prender la fogata para chamuscar el
conuco. ¿Y mientras la viejita estaba soplando que hicieron ellos?
Prendieron
otra fogata y comenzaron rápidamente a quemar el conuco por aquí y por allá, y
cuando la viejita se dio cuenta estaba rodeada de candela.
La viejita explotó, y antes de explotar echó
una maldición, y el hígado de esa viejita se esparció por la Sabana. Esos
pedazos quedaron petrificados y eso es lo que actualmente es la sagrada piedra
del Jaspe (wa´to).
Bien,
siguieron viviendo los hermanos Makunaimo. El más tremendo siempre Chiko.
Cualquier cosa que decía: Mira, vamos hacer
tal cosa. Su hermano le decía: No hermano, cuidado, no sea que nos pase… - ¡No,
no, no! No importa!
Hacía desastres, pero el hacía sus travesuras
porque sabía contrarrestarlas. Porque, acabo de decir que Piai´mo le enseñó a
Ka´ponokok los ensalmes, las oraciones, y supuestamente también Ka´ponokok le
transmitió a sus hijos todos esos conocimientos. Los aprendieron e inventaron otras cosas más
a raíz de todo eso.
Tomado de
Pataamunaanü´nin: Nuestras Tierras son de nosotros (Etnia Pemón). Carlos
Figueroa. Ediciones El Pueblo. Ciudad Bolívar. (2005)
No hay comentarios:
Publicar un comentario