Imagen en el archivo de Pedro Pablo González
EL RABIPELADO
Y LA GARRAPATA (etnia pemón)
Una vez la
garrapata invita a su mujer y le dice: Mira mujer, vamos a recoger frutos ura.
Ura es una fruta que cuando está madura, así negrita, se pasa en agua tibia y
entonces se pone blandita y se come. Tiene un sabor muy delicioso que nos gusta
a nosotros los pemón. A eso fue que lo invitó la garrapata a su mujer.
¡Vámonos! Y se la llevó. Subió allá arriba, tumbo la fruta, y le dice a su
mujer: Mujer, cuando el guayare esté lleno me avisas que ya está, para no
tumbar de más.
Esa es otra cosa, los indígenas no abusamos ni
desperdiciamos lo que está en nuestro entorno, se producto silvestre o cualquier
otro, sea la pesca, eso no es para perderlo ni para la venta, si no para el
autoconsumo, pero con un manejo racional, de acuerdo al número de familia.
Y así fue que le dijo: Tan pronto como se
llene el guayare, me avisas para no tumbar más. Comenzó a tumbar la fruta y la
mujer allá abajo recogiendo en el guayare, cuando vio que ya estaba suficiente
dice; Mira, garrapata, ya se llenó el guayare.
Bueno, está
bien. Allá va, ya voy a bajar. Agarra una hoja, se pega y ssssssshh, bajó para
abajo pegado de la hoja. Y la mujer admirada de eso se lo cuenta luego a su
mamá:
Mira, mamá, mi
marido me dio un sorpresa - ¿Qué será? – Una vez se subió a tumbar esa fruta, y
cuando estuvo llena le dije que ya estaba lleno… se mandó de arriba, no juegue, y bajó y no le
paso nada.
Entonces el
rabipelado escuchó eso y dijo: Yo también puedo hacerlo.
Se invita a su mujer también: Mira, vamos a
tumbar ura, buscamos una fruta por ahí, Se mandó, se subió, recogió, y como la
garrapata le dijo rabipelado a su mujer: Mira, cuando esté lleno el guayare me
avisas –Está bien. Recogió y cuando estuvo lleno dijo: Mira rabipelado, está
lleno – Ah, está bien. Agarró una hoja: Mujer, quítate que voy para abajo.
Agarró una hoja y… ¡pannn!, cayó como muerto ahí, perdió el sentido, estuvo un
buen rato hasta que revivió. Regresa la mujer y le cuenta a su suegra: Mira
suegra, él escuchó de la cuñada lo que le contó la garrapata, entonces ¿qué le
pasó? No juegue, de broma se mata. Estuvo un buen rato sin sentido, hasta que
recobró el sentido.
Enseñanza: No
trates de imitar lo que tú no puedas ser. No te pavonees de lo que no
eres. Siempre sé lo que eres y no trates
de imitar al otro, que no sabes qué consecuencias te puede traer.
Tomado de
Pataamunaanü´nin: Nuestras Tierras son de nosotros (Etnia Pemón). Carlos
Figueroa. Ediciones El Pueblo. Ciudad Bolívar. (2005)
EL SAPO (etnia yukpa)
Hace muchos días, muchos años y muchos
siglos, el sapo no era como lo conocemos hoy. Era un ser bonito y agradable y
además tenía una hermosa voz. Pero engreído, lleno de vanidad. Se creía el ser
más perfecto de la naturaleza y se burlaba de los demás diciéndoles que eran
feos.
Todos estaban tan enojados con él que
decidieron darle un escarmiento y vengarse de las ofensas recibidas. Pensaron
cómo hacerlo caer en una trampa. Decidieron emborracharlo para burlarse de él y
con esta idea prepararon una gran fiesta,
en la cual el invitado de honor sería el mismo sapo.
La fiesta resultó magnifica. Había mucha
comida y dos canoas llenas de chicha fuerte. Ya estaban todos los invitados
comiendo y bebiendo, pero el sapo no aparecía por ninguna parte. Comenzaron a
inquietarse, temiendo que hubiese descubierto lo que se tramaba en su contra.
Al fin
apareció el personaje. Lucia su mejor atuendo: coloridos adornos de vistosas
plumas de guacamayo real y abundantes collares, de las más valiosas cuentas, le
adornaban el cuello y los brazos.
Corrieron la voz:
-Ahí viene el presumido, el sabelotodo,
prepárense para embriagarlo.
-Brindemos por sus excelentes galas, mi señor
Sapo - se le acercó la iguana silbando.
Y se tomaron un buen cuenco de chicha.
-Conmigo tiene que brindar, gallardo y sabio
Sapo - gruñó el chiguire. Y se tomó con el otra totuma de chicha.
Con el cachicamo y también brindo, con la
lapa, con el perico y con el picure.
Entonces apareció el venado:
-¡Faltó yo! ¿No va a apurarse una chicha
conmigo, mi genial amigo?
Al cabo de una hora, el sapo estaba
completamente borracho. Se tambaleaba, rodaba
por el suelo y exclamaba:
-Estoy
borracho, pero soy todopoderoso. Ustedes no pueden contra mí, yo soy el mejor y
lo seré siempre.
Entonces entre todos lo tomaron por los
brazos y le hicieron tragar dos huevos de gallina, aun calientes, que le
quemaron la garganta estropeándole la voz.
El sapo, lleno de ira, tomó un hierro y
empezó a lanzar golpes a ciegas aquí y allá hasta que, sin darse cuenta, se hirió
así mismo, rajándose los labios. Es por eso que el sapo tiene los labios
partidos y la boca ancha. Después tambaleándose en su borrachera, tropezó y
cayó al río. Y allí se quedó tanto tiempo, furioso, que la piel se le arrugó por el frío.
Así fue como ese ser pretencioso, por ser
demasiado vanidoso y engreído, perdió su belleza y adquirió el aspecto
repugnante y desagradable con el que lo conocemos hoy como Kopitcho, el sapo.
Tomado de “El mundo mágico de los yukpa”,
Marisa Vanini y Javier Armato, Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana (2005)
HISTORIA SOBRE LOS INSECTOS (etnia piaroa)
Los zancudos fueron creados por Kwoimoi para
que mataran a Wajari. Les ordenó que picaran a Wajari mientras dormía, pero
Wajari se defendió soplando y no pudieron acercársele. Kwoimoi dijo: —¿Cómo
podría matar a Wajari para comérmelo?
—A mí no me pican los insectos, pero después
de mi muerte picarán a mis familiares –dijo Wajari. Luego le mandó
los insectos a Kwoimoi al que estuvieron picando toda la noche. Kwoimoi tomó la
cosa a risa, mas los insectos lo atacaron toda la noche y no hacía más que dar
ayes. Algunos insectos se introdujeron muy bien en la piel de Kwoimoi y se le
hincharon tanto las piernas que ya no podía ni pararse. Kwoimoi plañía y
gritaba.
Con el dolor de muelas pasa lo mismo. Si bien
Kwoimoi lo inventó para Wajari, este se lo devolvió inmediatamente a Kwoimoi. Mientras
Wajari estaba de caza, Kwoimoi se infiltró en la churuata de Wajari y preparó
una gran hechicería contra la vida de Wajari. Pero Wajari lo sabía, así es que
le hizo lo mismo a Kwoimoi.
Una noche Kwoimoi despertó con un horrible
dolor de muelas. Salió corriendo, dando vueltas gritando: —Me muero, me muero
–y se dio cabezazos contra el suelo–. ¿Qué habré comido que me dan estos
dolores?
Por último se arrancó el diente que le dolía,
mas al momento le empezó a doler el otro. Se lo arrancó también, y así
continuó, uno detrás de otro. Al final, no le quedó ni un solo diente.
Tomado de: Cuentos y mitos de los piaroa. Lajos
Boglár Fundación Editorial El perro y la
rana (Caracas, 2015).
********* De pueblos hermanos
LA MANCARITA DE COLOMBIA
(Gilberto Antolinez)
Muy próxima a la
mujer del catey se muestra la famosa
Mancarita de la provincia de Guanenta, que los campesinos dicen es una
mujer salvaje, con una sola mama en la
mitad del cuerpo, el cuerpo peludo como el de los animales selváticos, y
los pies vueltos hacia atrás. Habita en las selvas y por la noche se le oye
gritar en tono lúgubre y prolongadamente; a veces se acerca a las viviendas
humanas. Algunos afirman que es tímida y huye apenas percibe algún ruido de
gente o de perros; otros aseguran que roba niños y aun los hombres. Los hábitos
biológicos atribuidos al sobredicho “asombro” femenino, corresponden muy bien a
los que muestra el oso frontino de los andes: timidez, retraimiento en la
soledad, vivienda en la espesura de la selva, no agresividad; mientras que es
calumnioso de niños o de hombres adultos, ya que el salvaje es un oso
fructífero y amigo de la miel silvestre, que nunca prueba carne de ninguna
clase.
En los páramos de
Santander, opinan que la Mancarita es aficionada a bañarse en lagunas de serranía,
las cuales por eso mismo deben considerarse encantadas y frecuentemente
visitadas por una fauna de
características extrañas. La Mancarita de Santander es un “salvaje” que imita
la voz del hombre, los gritos de la mujer y el llanto de los niños para engañar
y atraer a la gente y llevarse el niño a donde nadie pueda saberlo.
Regularmente anda de noche y en la espesura de los bosques; pero yo nunca me
encontrado con la tal Mancarita, ni recuerdo haber oído sus voces. Así le habló
un campesino santanderino al citado escritor colombiano Arias. Otro, su
paisano, don Samuel Ortiz M , de Bucaramanga, relaciona el temeroso grito
nocturno de la Mancarita con el canto de la clueca del “suruiucu” o mochuelo,
ese ominoso ser que vive en Venezuela llamamos “zorrocloco”.
En las leyendas
venezolanas de Occidente, y en la de los Llanos, el salvaje macho es ladrón de
mujeres, a las que toma por mujer y les hace hijos, manteniéndolas en
cautividad en lo alto de los árboles y haciéndoles imposible la huida mediante
el recurso de lamerles las plantas de los pies con su carrasposa lengua con que
le produce una permanente inflamación. Esta calumnia tiene base real donde se
apoyó la imaginación para construir el mito: el oso frontino sabe hacer ramosos
nidos de hojas en los bosques, los cuales se parecen extrañamente a esas
habitaciones que algunos indios americanos sabían construir para defenderse de
enemigos humanos y de fieras. Ya Humboldt sospechaba que las leyendas
americanas del salvaje se referían a la existencia de un gran oso de vida
silvestre y habitación arbórea.
LAS SIGUAPAS DE CUBA Y DOMINICANA
(Gilberto Antolinez)
Si el aspecto
físico del mítico salvaje ha sido construido por el pueblo a expresas del oso
frontino, de anteojos o salvaje, el grito plañidero y nocturno que se le
atribuye ha sido robado al mochuelo zorrocloco que en las Antillas porta el
nombre de la “siguapa”.
“Ciguapa” o
“Siguapa”, dice Maralet, es en Santo Domingo “mujer fabulosa de las aguas”.
Pero esta voz se deriva del antiguo nahualt mejicano en donde proviene de
“cihuatl”, mujer y “apan” sitio de aguas; esto es, se trata de una mujer de las
aguas. En las Antillas abundan palabras del náhuatl referentes a mujer mística
del bosque, como la “ciguanaba” y la “Ciguamonta”. De esta manera ha descrito
Moralet a las famosas y traviesas siguapas.
Desde los archivos míticos de los indios cubanos viene la idea del ave nocturna de ese nombre, que se manifiesta en horas diurnas bajo un aspecto semihumano. “Su forma es la de un hombre pequeño, por supuesto, indio y no hay cosa más linda que la hembra de nuestro desconocido prójimo. No se distingue por su grande cabellera porque está provisto por el contrario de un vello lustroso y semejante al terciopelo, que la cubre desde los pies a la cabeza. Las costumbres de la siguapas son a la inversa del oso jigües; viven en el fondo de los bosques y con preferencias en las altas sierras de la provincia de Cuba en la cercanías de Holguín y del Bayamo”. Enamoran y roban a los mozos. Los machos y las hembras danzan en los bosques en interminables “areitos”, o sea, danzas al son del tamboril, de la marca y el “sibuluiti” de los indios taínos. No obstante su amorosa ternura y su lubricidad encantadora, dicen que las siguapas terminan por succionarles la sangre a sus amantes, como la mujer del Catey de nuestro estado Trujillo. Seguramente que cuando la recolección folklórica se intensifique en ese territorio de Venezuela, se hallarán relatos en donde la Catey, para cautivar a su futura victima masculina, y enloquece previamente con excesos sexuales, tal como se cuenta en Yaracuy de las mujeres lúbricas del reino de María de la Onza. Aunque esa medio mujer de Trujillo es fea, tiene de común a la siguapa, del oso frontino salvaje de los Andes, que también existe en las montañas de Cuba y es emparentado por los campesinos al mito de la siguapa de la selva.
Desde los archivos míticos de los indios cubanos viene la idea del ave nocturna de ese nombre, que se manifiesta en horas diurnas bajo un aspecto semihumano. “Su forma es la de un hombre pequeño, por supuesto, indio y no hay cosa más linda que la hembra de nuestro desconocido prójimo. No se distingue por su grande cabellera porque está provisto por el contrario de un vello lustroso y semejante al terciopelo, que la cubre desde los pies a la cabeza. Las costumbres de la siguapas son a la inversa del oso jigües; viven en el fondo de los bosques y con preferencias en las altas sierras de la provincia de Cuba en la cercanías de Holguín y del Bayamo”. Enamoran y roban a los mozos. Los machos y las hembras danzan en los bosques en interminables “areitos”, o sea, danzas al son del tamboril, de la marca y el “sibuluiti” de los indios taínos. No obstante su amorosa ternura y su lubricidad encantadora, dicen que las siguapas terminan por succionarles la sangre a sus amantes, como la mujer del Catey de nuestro estado Trujillo. Seguramente que cuando la recolección folklórica se intensifique en ese territorio de Venezuela, se hallarán relatos en donde la Catey, para cautivar a su futura victima masculina, y enloquece previamente con excesos sexuales, tal como se cuenta en Yaracuy de las mujeres lúbricas del reino de María de la Onza. Aunque esa medio mujer de Trujillo es fea, tiene de común a la siguapa, del oso frontino salvaje de los Andes, que también existe en las montañas de Cuba y es emparentado por los campesinos al mito de la siguapa de la selva.
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