Imagen en el archivo de Amalia Vargas
EL COLIBRÍ (etnia yukpa)
Ketra, una niña yukpa de doce años, se
internó un día sola en la montaña. Iba a cumplir el ritual de la purificación
que corresponde a cada mujer, cuando alcanza la edad en que su cuerpo ya está acto para la maternidad.
Después de un tiempo en el monte Ketra
comenzó a aburrirse. No estaban sus hermanas
ni sus amigas. No sabía cómo pasar el tiempo.
Una mañana apareció ante ella un jovencito de
su misma edad, sin que advirtiera de dónde había salido. Ketra se asustó y
quiso huir pero, por más que corriera y se escondiera en el monte siempre lo
encontraba ante sí. Por fin se cansó de correr y le preguntó:
-¿Quién eres tú, que estas por todas partes?
¿Qué quieres?
- Me llamo Kushna - dijo él - y vengo a proponerte
que te cases conmigo.
- Apenas soy una niña - respondió Ketra - .
Si mis padres se enteran me castigarán.
Kushna la tranquilizó.
-No te preocupes. Ellos jamás sabrán que nos
hemos casado.
Entonces la muchacha aceptó la proposición.
Pensó que sería interesante conocer las responsabilidades de una mujer casada.
Se casaron en secreto y Kushna le enseñó a Ketra a hilar y a tejer bellos
tapices, telas, hamacas, cestas y esterillas. Eran de hermosos colores y muy
bien terminados. Ketra estaba orgullosa de la habilidad del esposo cuando la
joven regresó del retiro en la montaña, sus padres la notaron distinta.
Había crecido y se veía más mujer. Pronto se
dieron cuenta de que esperaba a un niño. Se molestaron mucho y quisieron saber
con quién había estado.
Entonces Ketra contó cómo había conocido a
Kushna, les dijo que con él había aprendido muchas cosas, que ni siquiera ellos
sabían y mostró los bellos tejidos de colores que el esposo le había enseñado a
fabricar. Los yukpa se admiraron mucho y fueron con ella a buscarlo al monte.
Recorrieron toda la montaña pero no lo
encontraron. Tan sólo vieron un pájaro pequeño,
de colores brillantes, que los seguía a todas partes.
Y así fue como Kushna, el colibrí, que teje
su nido como una larga cesta colgada de las ramas altas, enseñó a la mujer
Yukpa a tejer las telas para su propia ropa y a hacer cestas, hamacas y esteras.
Tomado de “El mundo mágico de los yukpa”,
Marisa Vanini y Javier Armato, Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana (2005)
EL CANTO DE LOS WAIKUNIS (etnia piaroa)
Los waikunis eran hijos de la buena Tchejeru.
Los waikunis eran de Mariweka y su poblado se llamaba Ruweydu. Un día la buena
Tchejeru bebió dada, pero no la coló como era debido. Y lo espeso se le trabó
en el estómago. De ahí nacieron los waikunis.
Los waikunis tienen un canto contra las
enfermedades de los animales, que hacen a la gente cada vez más flaca y
esquelética. Es el canto de los waikunis. El huérfano Rediñú manda esta
enfermedad y contra ella es que los piaroa emplean este canto. El canto de los
waikunis expulsa la fiebre de los waikunis.
Tomado de: Cuentos y mitos de los piaroa. Lajos
Boglár Fundación Editorial El perro y la
rana (Caracas, 2015).
HISTORIA SOBRE EL PERRO (etnia piaroa)
Wajari dijo que se iba donde los blancos a
conseguir una perra, porque nunca había tenido perros. Wajari regresó a su
churuata, donde su esposa estaba trabajando con su hermana Tchejeru. Wajari no
trajo nada y su esposa le preguntó: — ¿Dónde está el perro?
Wajari respondió: —Tu padre pide demasiado
por el perro, que para colmo no caza bien. Kwawañamu se enojó con su marido
Wajari. Wajari dijo así:
—No tengo la culpa. Mis amigos me prometieron
darme un perro mejor. Voy a verlos y conseguiré uno –así dijo, pues todavía no
había podido conseguir un perro.
Wajari se puso a crear un perro con sus
propias manos. En primer lugar un perro grande para los blancos y luego uno más
pequeño para los pueblos del Alto Orinoco. Creó una perra y un perro. Le dio a
su esposa el perro más pequeño.
Kwoimoi oyó que Wajari creaba perros mejor
que él: —Déjame ir a pedirle un perro a Wajari. Mi perro no es buen cazador. Kwoimoi
llegó a la churuata de Wajari en Pureydo. El señor de la casa le preguntó a
Kwoimoi:
—¿Por qué viniste? Si el capitán del grupo viene
de visita, siempre quiere algo. ¿Viniste a ver a tu hija?
Kwoimoi respondió: —Oí hablar de tus perros,
que son buenos cazadores. Atrapan todo tipo de animales. Yo también quiero
comer de la cacería. Wajari continuó
así:
—Tú no me diste a mí perro; yo tampoco te
daré. Me dijiste que tu perro no es buen cazador y por eso discutimos. Es
parecido lo que ocurre con estos perros. Por ello es que yo tampoco puedo darte
a ti un perro. Kwoimoi respondió así:
—Está bien –luego maldijo al perro–. Tu perro
también morirá, igual que el mío. El tigre lo matará en la cacería y se lo
llevarán los primitivos.Wajari le dijo: —Escúchame, Kwoimoi, lo que acabas de
decir de mi perro crees que es mentira, mas esa es la realidad. Mi perro morirá
como has dicho.
Tomado de: Cuentos y mitos de los piaroa. Lajos
Boglár Fundación Editorial El perro y la
rana (Caracas, 2015).
EL FUEGO Vitamu (etnia yukpa)
Dicen los ancianos que en días lejanos los yukpa no tenían el fuego. No sabían cómo
hacerlo. Sólo Kopitcho, el sapo, lo conocía y era el único que sabía
encenderlo. Era un secreto que tenía escondido en la boca. Pero Kopitcho era un
ser avaro y egoísta.
Al amanecer, prendía el fuego soplando con su
aliento cálido, y soplando, soplando, cocinaba sus alimentos. Los yukpa
aprovechaban estos breves instantes y se apresuraban a cocer ellos también su
comida. Mas una vez listo sus diarios manjares, Kopitcho, apagaba el fuego y no
le importaba como quedasen los demás. De nada valían ruegos y súplicas, el sapo
se reía y volvía a guardar el fuego en la boca, tan sólo para él.
Así lo hizo por mucho, muchísimo tiempo,
hasta que un día los yukpa se cansaron de su maldad. Decidieron idear un modo
de dominar a Kopitcho para arrebatarle aquella chispa secreta que guardaba en
las fauces y que originaba el fuego.
Una mañana lo esperaron junto a su casa y,
cuando el sapo iba hacer el fuego, le cayeron todos encima. Lo amarraron a un
árbol y estaban a punto de matarlo, cuando él les dijo:
¡Esperen! Si me matan, jamás conocerán el
secreto del fuego.
Efectivamente,
estaba decidido a tragarse la piedrecita
que guardaba en la boca, con la cual se provoca la chispa que enciende el
fuego.
-Si me liberan – continuó Kopitcho – les
revelaré el secreto. Pero si se niegan,
nunca sabrán cómo hacer fuego.
Los yukpa
reflexionaron y lo dejaron libre. Aún a regañadientes y muy disgustado, porque
no quería que nadie compartiese tan importante conocimiento, Kopitcho se vio
obligado a mostrarles cómo se prende el fuego.
Así el
hombre conoció por primera vez a Vitamu, la piedra con la cual, frotándola, se
logra encender el fuego.
Tomado de “El mundo mágico de los yukpa”,
Marisa Vanini y Javier Armato, Caracas: Monte Ávila Editores
Latinoamericana (2005)
ACERCA
DEL PRINCIPIO DE LOS TIEMPOS (etnia Warao)
Hace mucho tiempo los waraos vivían sobre las nubes. Cerca de su casa había una
palmera con hojas altísimas donde por la tarde se paraban muchas pavas, esos
pájaros apetitosos que su sabor les agradaba tanto a los waraos.
Un día, un joven le pidió a su compañero que
cazara una de estas aves para él. Este de inmediato se preparó para la caza,
tomó su arpón y su lanza, disparando fuertemente contra las pavas que estaban
en lo más alto de las palmeras. La punta de la lanza fue a caer muy lejos
quedando clavada en la arena. El joven la anduvo buscando por todas partes y no
la encontraba, hasta que una señora muy anciana llamándolo le dijo:
_Hijo
mío, aquí tienes tu lanza clavada en la tierra.
El joven corrió rápidamente hacia donde
estaba la lanza y al intentar sacarla, no pudo.
_Ay, ay, ay,
hijo mío, es mejor que hagas un hueco alrededor, para que la puedas
sacar.
El muchacho comenzó a hacer el hueco y al
tiempo que lo hacía más profundo, la arena se le escurría chorreándose,
quedando un boqueta más grande. Era extraño porque la arena se escurría hacia
adentro. Los waraos se asomaron por ese boquete y así contemplaron con asombro
por primera vez, la tierra. Vieron comida en abundancia y toda variedad de
animales.
Decidieron los waraos vivir en ese nuevo
mundo, pero se preguntaban cómo iban a bajar, y como nunca faltaba alguien
quien aporte las ideas, alguien dijo:
-Podemos bajar fácilmente. Miren, sigan mis
consejos. Echemos desde aquí una soga grande y fuerte, la haremos de fibra de
moriche. Cuando llegue la soga hasta la tierra, bajamos todos, pero de uno en
uno. Entonces arrojaron la soga; y al tocar la otra punta de la tierra fueron descendiendo poco a poco. Descendieron
todos.
Únicamente quedó arriba, sin bajar, una mujer
que estaba embarazada y el marido de la misma. Ella quería bajar también pero
al intentar meterse por el boquete, no cabía.
Su marido comenzó a forcejear y empujarla
hacia abajo, hasta salto encima de ella pero a pesar de todos los esfuerzos, la
mujer embarazada no pudo pasar por el boquete que estaba en el cielo. No pudo
bajar. De esa manera se quedó para
siempre arriba convertida en estrella.
Tomado de Cuentos Indígenas Venezolanos de
Antonio Pérez-Esclarin y Alexander Hernández. Distribuidora Estudios. Caracas
(1996)
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