Imagen en el archivo de Diversidad Cultural Latinoamericana
LA TEMPESTAD (etnia piaroa)
Temombra
Hace tantos años como estrellas hay en el
cielo, no existían tempestades. El corazón de la tormenta vivía encerrado en un
gran avispero, que bullía suspendido de un árbol no muy alto.
En esa colmena se guarecían las avispas
gigantes, aquellas ponzoñosas, cuya picadura es muy dolorosa y a veces mortal.
Hacían mucho ruido allí dentro pero los yukpa
no se acercaban, no las molestaban.
Hasta que un día pasó por allí un yukpa muy curioso, que al
contemplar aquel extraño panal tan grande y escandaloso, quiso saber qué había
en él. Comenzó a arrojarle piedras y más piedras, hasta que lo hizo caer al
suelo con gran estrépito.
Inmediatamente, las avispas, furiosas,
formaron un enorme remolino. Comenzó una tempestad como jamás la habían visto
los yukpa. El viento giraba y giraba enloquecido, despeinaba los árboles,
aullaba en la serranía. La lluvia caía a raudales y formó un turbión de tanta fuerza que
envolvió al curioso y se lo llevó al cielo
oscuro, donde mora desde entonces la tempestad.
Desde allí mira hacia abajo y llora su
curiosidad. Es entonces cuando en la tierra llueve con fuertes vientos y
truenos. Y es el momento en el cual los demás yukpa lo recuerdan y dicen a sus
hijos:
-Jamás seas curioso, porque te puede pasar lo
que a ese necio que ahora está llorando su curiosidad.
Tomado de “El mundo mágico de los yukpa”,
Marisa Vanini y Javier Armato, Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana (2005)
EL MITO DEL MAÍZ (etnia yanomami)
Hace muchísimo tiempo, vivía
un yanomami que se llamaba Koye, era muy trabajador. En su conuco había
sembrado maíz y cuando este comenzó a jojotear les dijo a su esposa y a su
suegra que fueran a recogerlo.
Koye no le hablaba a su suegra
y por eso le dijo a su esposa que le dijera a ella que no se adentrara mucho en
el maizal, porque podía extraviarse, podía perderse y no encontrar el camino de
regreso.
La esposa de Koye se lo dijo a
su madre, pero ella a pesar de haber entendido lo peligroso que era, no le hizo
caso y se internó en el maizal. En la medida que iba avanzando veía el maíz más
hermoso.
Ella extasiada en lo bonito de
las mazorcas, se adentró más de la cuenta. La hija, preocupada, la llamaba
desde la orilla para que regresara; pero
su madre solo le respondía: Popo… popo…
La visión del maíz tan hermoso
la había vuelto loca. La suegra de Koye siguió caminando, hasta extraviarse y
se transformó en una popomani, una gallineta del monte de esas que les gusta
comer maíz.
Por su parte Koye se convirtió
en bachaco y siguió trabajando como de costumbre; desde entonces los yanomami
para tener hermosos granos de maíz, cuando siembran invocan al espíritu de Koyeriwa o del bachaco, para que la cosecha sea abundante.
Tomado de Cuentos Indígenas Venezolanos de
Antonio Pérez-Esclarin y Alexander Hernández. Distribuidora Estudios. Caracas
(1996)
TCHEJERU ENLOQUECE Y LOS PIAROA PIERDEN LAS
COSAS DE LOS BLANCOS (etnia piaroa)
Varia gente le contó a Wajari que su hermana
se había vuelto loca. Por eso se fue a ver a Puruna y le preguntó: — ¿Es cierto
que mi hermana se volvió loca?
Puruna respondió: —Es cierto. Como ves, no
está en casa. Se pasa el tiempo vagabundeando, de una churuata a otra.
Wajari pensó que seguramente Puruna fue el
que enloqueció a su hermana, pues tal vez le ocasionaba muchas preocupaciones o
la engañaba con otra mujer. Pero Puruna no cesaba en decir: —Yo no soy el
culpable, la culpable es Tchejeru. Pregúntale a ella misma, es la loca.
Wajari salió para buscar a su hermana y
llamarla a contar. Y la encontró en una churuata, donde su hermana, metida en
un chinchorro, cantaba sobre relaciones amorosas mantenidas con jóvenes buen
mozos. Wajari se acercó a ella y la llamó a contar: — ¿Por qué eres así? ¿Por
qué dejaste a Puruna?
Tchejeru contestó: —Fíjate, ¿acaso me quieres
injuriar porque dejé a mi marido? ¡Lo hice porque tú me abandonaste en su casa!
Wajari la interrumpió: —No me gusta que hayas
dejado a Puruna. Si una mujer tiene esposo e hijo, ¡no puede hacer una cosa
así! Y se marchó.
Tchejeru enloquece y los piaroa pierden las
cosas de los blancos. Pasaron algunos años y Puruna visitó a Wajari en su
pensamiento y, decidió que en realidad lo iría a ver por si acaso encontrase
allá a su esposa. Wajari no vivía solo, sino con Buoka y sus sobrinos. Puruna
ya los oyó desde lejos: cantaban, soplaban yopo y conversaban sobre sus
visiones y reían –hay que saber que Buoka estaba siempre bromeando. Puruna
entró en la churuata, lo miraron y le preguntaron riendo: —¿Y esto qué cosa es?
De repente lo reconocieron y dejaron de
reírse. Buoka avanzó hacia Wajari y le dijo: —Aquí está tu cuñado.
Los habitantes de la churuata atendieron al
visitante según las costumbres piaroa. Wajari invitó a Puruna a su lugar en la
churuata: —Aquí está mi chinchorro para ti.
Las mujeres le trajeron yucuta fresca al
visitante, y los hombres le brindaron con yopo: —Sírvete del yopo que ya luego
te volverán a dar yucuta.
Luego Wajari le preguntó a Puruna: —¿Qué
noticias tienes para el capitán del grupo? ¿Tal vez viniste por una cerbatana?
Puruna respondió: —No, he venido para saber
algo sobre mi esposa. ¿Está aquí contigo?
Wajari dijo: —No sé dónde puede estar. ¡Si es
que la dejé contigo!
Pero luego se le ocurrió: —No hace mucho que me
dijeron que la habían visto en otra churuata. El pueblito se llama Marayua
Kojuna. Ve por allá y averigua. ¡Yo no tuve éxito!
Puruna se va a averiguar sobre la muchacha;
se despidió de Wajari y salió de la casa. Wajari se imaginó que Tchejeru vivía
de nuevo con Puruna y sonrió de felicidad.
Wajari viajó muy lejos para conseguir de las
cosas de los blancos. Puruna le había dicho a Wajari hace tiempo que desde que
se casó con Tchejeru no tenía que viajar tanto, que él le iba a mandar cosas a
Wajari. Pero aquello había ocurrido cuando todavía Tchejeru no se había vuelto
loca. Por eso es que los piaroa no pueden alcanzar las cosas de los blancos, porque
Tchejeru se volvió loca y dejó a su marido. Por eso es que aún hoy en día los
piaroa son más pobres que los blancos.
También Puruna le dijo a Wajari que los
piaroa se podrían casar con los blancos y tendrían muchos hijos. Mas, los piaroa
también perdieron esta oportunidad cuando Tchejeru se volvió loca. Los waikunis
llamaban madre a Tchejeru y ella los llamaba hijos. Los waikunis le
preguntaron: —¿Por qué nos dejaste?
Y se la llevaron con ellos a su casa para
curarla, le cantaron y la bañaron en la caída del agua. Todo esto lo hicieron
para que se le quitara la locura. Y Tchejeru se curó, luego de lo cual hicieron
una gran fiesta. Hoy también hacen lo mismo los piaroa a las mujeres que se
vuelven locas. A Puruna le llegó la noticia de que Tchejeru era la misma de
antes, se sentía bien y vivía con sus hermanos. Puruna decidió ir a visitar a
Tchejeru. Sin embargo, Tchejeru le dijo a sus hijos: —No me gusta la churuata
de Puruna. Todos los días le pedía a los waikunis que impidiera con brujería
que Puruna viniera a buscarla.
Puruna planeaba todos los días visitar a
Wajari, pero siempre se sentía cansado. Esa era la brujería de los waikunis. Y
ni para la fiesta de los waikunis vino Puruna. Por eso es que los blancos no
tienen bailes con máscaras.
Tomado de: Cuentos y mitos de los piaroa. Lajos
Boglár Fundación Editorial El perro y la
rana (Caracas, 2015).
REDYO Y LA TORTUGA (etnia piaroa)
En aquella época vivían en la selva muchos
piaroa. Pero no solamente vivían los indígenas, sino también Redyo, el que se
comía a todos los hombres. Y también la tortuga habitaba en la selva. Una vez
Redyo le dijo al indígena: “Ven conmigo al conuco a recoger batata”.
—Está bien, vamos, pero mejor a recoger fruta
de seje. Sabía que era costumbre de Redyo matar a las mujeres. Pero el indígena
estaba consciente de que era la esposa de Redyo la que acostumbraba matar a los
hombres; por eso fue a pedirle consejo a la tortuga. La tortuga propuso lo
siguiente: “Si vas a la selva, lleva contigo un bejuco y prepáralo bien. Corre,
apúrate y sube a las palmeras de seje, porque si vas despacio, te matarán”.
—Está bien –respondió el hombre y se adentró
en la selva. Al llegar al palmar, se subió a una palmera y se puso a esperar.
Al poco rato llegó la esposa de Redyo y lanzó un palo hacia arriba. —Me quiere
matar –dijo el indígena.
—¡Oh, qué va! –respondió la esposa de Redyo–.
Solamente tiré el palo para tumbar los racimos de frutas. El hombre arrancó los
racimos.
—Tíralos –le dijo la esposa de Redyo–, no los
vayas a probar, pues son muy amargos.
—Lo mejor será si los dejo caer poco a poco
–pensó– y se inclinó hacia abajo. Pero la mujer, la esposa de Redyo, quería
atraparlo. Él colgando a una altura como de dos a tres metros, de repente soltó
el racimo que cayó sobre la esposa de Redyo, exactamente sobre su cabeza.
La esposa de Redyo se fue de lado y pereció
de muerte horrible. ¡Y el hombre se salvó! Poco después entró en la madriguera
de Kjeni la tortuga. La tortuga le dijo: “Sácale el hígado y cocínalo para que
Redyo se lo coma. Él vendrá más tarde, seguramente por la tarde”.
Cocinó el hígado con mucha pimienta. Y de
verdad vino Redyo y se comió el hígado. —Yo me comí mi parte –dijo y luego se
echó a reír–. Ay, ay, ay –dijo–.
Porque la pimienta picaba. Redyo pidió agua. —No
traje agua –dijo el indígena–, mejor será que tú mismo vayas al caño.
La tortuga habló: —En cuanto Redyo regrese y
entre por la puerta, agárralo y rómpele la cabeza, pues si no te matará.
Así pasó, Redyo entró por la puerta, el
indígena lo agarró por detrás y le dio un fuerte golpe en la nuca. Y Redyo
murió al igual que la esposa. Con un ramo de espinas le pincharon la barriga,
las piernas, los brazos. Y hasta le echaron encima el palo del sebucán. —Me voy
–dijo el hombre.
—Quédate un ratico más –dijo la tortuga. Si
te vas ahora, vendrá otro Redyo y te comerá. Mejor si esperas un ratico. Yo te
avisaré cuando podamos salir. Más tarde la tortuga dijo: —Súbeme a tu espalda y
te diré por dónde vamos.
Casi enseguida llegaron al conuco de la
tortuga y entonces el animal dijo: —Ahora siémbrame todo un claro de túpiro y
tráeme los frutos a mi madriguera.
Pasó un tiempo y el indígena le llevó como
cuarenta túpiros a la tortuga.
—Ven a visitarme dentro de cinco meses –dijo
la tortuga. Obedeció el indígena y visitó de nuevo a la tortuga. Kjeni lo
estaba esperando en el conuco. Ahora le dijo de nuevo al hombre: —Ven a visitarme por segunda vez y tráeme más
túpiros.
De nuevo vino, ahora por segunda vez. La
tortuga se comía en el conuco los túpiros recibidos como pago. —Ahora haz un
claro, limpia el conuco, siembra nuevos túpiros, le ordenó la tortuga.
Él derribó los árboles de la selva y sembró. —Ven
otra vez, pero esta sí que es la última porque me voy de aquí. El indígena fue
a visitar la tortuga, pero no la encontró por ninguna parte. —Me engañó –dijo para sí. Y la tortuga estaba
sentadita en su madriguera porque ya se había llenado. Por eso fue que el
hombre no la encontró.
Tomado de: Cuentos y mitos de los piaroa. Lajos
Boglár Fundación Editorial El perro y la
rana (Caracas, 2015).
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