Imagen en el archivo de Derecho, Cambio Climático y Bosque
EL FIRMAMENTO (etnia yukpa)
(Ovaya)
En los tiempos más antiguos, cuando aún los
yukpa eran pocos, el firmamento era muy bajo. El sol brillaba casi encima de
sus cabezas y, por eso, siempre era de día, jamás llegaba la noche.
Como estaba tan cerca de la tierra, el sol
ardía terriblemente. Las plantas se secaban, el agua huía de sus cursos, los
hombres sufrían siempre débiles y agotados. El sol hacía el mismo viaje que
hace ahora, recorría todo el cielo. La luna surgía, pero su brillo no podía
verse porque no existía la noche. Ella entonces, después de haber hecho muchísimas su
recorrido, enojada porque nadie la miraba, huyó a esconderse en lo más denso
del bosque, molesta y cansada.
Todo era calor. Las plantas languidecían, el
agua hervía en los ríos, el hombre trataba de cultivar, pero no lograba cosechar
los frutos porque las siembras se calcinaban,
todo se secaba y marchitaba.
Mucha gente mayor moría por la fuerza de los
rayos solares, muchos niños desfallecían
por el furor de la luz.
Los hombres se dieron cuenta que solo
elevando el firmamento podía alejarse ese ardor, pero ¿cómo lograrlo? Por más
que pensaran y pensaran, no encontraban la solución.
Entonces, Tamurenchu, el sabio, el creador,
llamó a Sakurare, el pájaro carpintero, su ayudante, y le confió la tarea de
levantar el firmamento para socorrer a los hombres.
-Tengo que levantar el firmamento, sea como sea -se dijo Sakurare.
Pensó hacerlo con sus flechas. Las preparó, las untó con pez y comenzó a
arrojarlas contra el sol. Pero no lograba atinar ni una sola. Durante muchos
días disparó y disparó su arco, sin acertar en el luminoso blanco
Le preguntó entonces Tamurenchu:
-¿Qué
estás haciendo? ¿Quieres acaso flechar el sol?.
- Sí, quiero flecharlo y alejarlo. Quema
demasiado.
-Prueba con estas -le dijo Tamurenchu,
ofreciéndole sus propias flechas. -Dispara
con fuerza.
El pájaro carpintero apuntó bien y disparó,
con tanta fuerza y con tanta buena suerte que la primera flecha cruzó el sol
silbando y subió certera hasta clavarse en el centro del sol, en su gran ojo.
Inmediatamente el cielo se elevó y los rayos solares perdieron parte de su
ardor.
Sakurare arrojó la flecha por segunda vez, y
el firmamento se alejó una vez más, hasta
un lugar que ocupa hoy.
Desde entonces el sol no quema tanto. Y,
también, desde aquel momento apareció la noche. Pero, sucedió que la noche era
demasiado tenebrosa, completamente oscura.
Sakurare haciendo mucho ruido entre los
árboles y sacudiendo entre ellos los arcos y las flechas, logró despertar a la
luna que se hallaba allí dormida desde hacía mucho tiempo. La luna salió de
noche, con su luz suave porque aún estaba soñolienta, clara, pero no encendida,
y desde entonces ilumina suavemente el descanso de los hombres.
Así fue como los hombres tuvieron el día y la
noche.
Tomado de “El mundo mágico de los yukpa”,
Marisa Vanini y Javier Armato, Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana (2005)
EL
KEERRALY (etnia Wuayúu)
Cuentan
los ancianos más ancianitos, conocedores de las costumbres guajiras, a sus
hijos y nietos, la existencia de un espanto llamado Keerraly. Es un demonio que sale en las noches
oscuras...
Desde
hace muchos años esta historia se sigue contando de generación en generación,
de padres a hijos, de hijos a nietos, de nietos a bisnietos, de bisnietos a
tataranietos.
Ocurrió
una vez que Takataka, joven inquieto y andariego, no le daba mucha importancia
a las narraciones de su abuelo. Se decía entre sí: “Taata me quiere meter miedo
para que no salga en las noches”.
Takataka
era un joven fuerte, trabajador y amante de sus animales que cuidaba con
cariño.
Su
debilidad como joven, eran las muchachas; donde viera una, allí estaba como un
clavel, diciéndole tantas mentiritas piadosas. Era un excelente caminante;
donde escuchaba que había un baile, allí
iba a dar para ver a las hermosas
majayuras. ¿por qué no amanecer en los brazos de ellas si creían en sus
mentiritas?
Era
un buen tamborilero y gran bailador. Él era el que iniciaba siempre los bailes.
En el toque de la tambora nadie le ganaba. Ni imitando el canto de las aves, el
aletear de los murciélagos y el trotar de los caballos.
Les
decía cosas a las majayuras con el sonido de la tambora: Terun, terun ,terun,
tan, tan, tan, tac, tac, tac, trakatan, trakatan, trakatan, tan, tan,
traaaaaaaa.
Ellas
reían guiñando el ojo y pellizcándose unas con otras. Era muy querido por las
majayuras que se lo disputaban para bailar con él, porque sabían que era un
buen partido. Dolor de cabeza para muchos padres. Envidia de muchos jóvenes por
su soltura y don con las hembras.
Siempre
andaba solo ya que decía: “ si me encuentro un dato madurito en el camino, me
lo como solito. Y si es una linda majayura, los secretos quedan entre dos. Así
evitamos los chismes y murmuraciones de la gente”.
Era
el primero a llegar al jagüey con sus animales para que bebieran agua limpia.
Aunque estuviera en la mejor fiesta o amaneciera sobre el pecho de una bella
Jiachon (hembrita), siempre se acordaba de sus vacas, chivos, caballos y
carneros que le servían un ida, cuando se cansara de sus andanzas, para pagar
su mujercita.
Era
tan responsable que su abuelo se sentía muy orgulloso de él. Pero le
preocupaban sus salidas de noche. Temía que algún día se topara con ese
espanto que llamaban Keerraly que tanto temían muchos guajiros que conocían de su existencia. Una tarde, su abuelo le vuelve a llamar la
atención y le dice:
-Takataka,
no salgas de noche; menos cuando está muy oscuro, porque una noche de estas te
vas a encontrar con el Keerraly. Esa cosa es muy fea, hijo. Se te puede aparecer en muchas formas, te
golpeara hasta matarte. Su única diferencia es una luz que le brilla en la
cabeza.
-Abuelo,
yo no puedo acostarme temprano como una señorita y mecerme hasta que me duerma,
sabiendo que una majayura me está esperando. Taata, eso del Keerraly no existe
. Yo siempre salgo de noche, nunca me he encontrado con nada. Sólo veo la luz
de un chompín, cuando una linda jiechón me hace señas con él para decirme que
sus padres están dormidos.
-Hijo,
la única arma a que le teme el keerraly es un machete, cuando salgas de noche,
llévate uno por si acaso.
-Está
bien, taata, no te preocupes y perdóname- y decía eso para tranquilizar a su
abuelo.
Una
madrugada que regresaba de una fiesta, vio algo en el camino que le hizo erizar
la piel: un hombre muy alto y bien vestido, con un sombrero brillante, se
encontraba parado a la mitad del camino.
Takataka
respiró fuerte llenándose de valentía; pero sentía un escalofrío por todo el
cuerpo. Sin embargo, siguió adelante tratando de pasar por un lado del hombre.
El
muchacho le saludo mirándole el rostro: “hola”. Pero no le vio la cara; pero
sintió que unas manos fuertes le agarraban por un brazo.
Takataka
quiso gritar pero su garganta no le respondía, no podía hablar. Sentía un nudo
en la garganta que le impedía hasta respirar. Trató de soltarse: -Epa amigo,
¿qué te pasa? Pero no pudo, ya que las garras que le sujetaban eran tan fuertes
que le sangraban la piel.
Le
lanzó un puñetazo a su enemigo al rostro, sólo escuchó un gruñido como el de un
perro rabioso. Takataka comprendió que estaba frente al mismo diablo o Keerraly
del que tanto hablaba su Taata.
Sin
embargo, se fajó en una lucha desigual con su enemigo que lo golpeaba con saña.
El joven agarró a su sanguinario enemigo
por la cintura, apretándole por la faja que le ataba el wayuco; así se mantuvo
defendiéndose de su espantoso enemigo, veía con terror que él tenía la cara
como la de una serpiente.
A
medida que seguían luchando, iba cambiándola por la de una iguana. Lo último
que vió el joven fue la de un murciélago con los ojos brillantes como dos
brasas. El muchacho sentía los manotazos de su enemigo que le rompían los
huesos. Takataka sangraba por todo el cuerpo, pero no soltaba a su rival. Los
galllos empezaron a cantar, anunciando el amanecer.
El
espanto empezó a desesperarse por soltarse de las manos del joven. De su
garganta volvió a salir un gruñido como si sintiera un dolor. Para asombro del
joven, a medida que salía el sol se debilitaba más el Keerraly; el horrible
monstruo se iba encogiendo de tamaño. El asombro del muchacho fue tan espantoso
que casi se desmaya, cuando vio que apretaba por la cintura una enorme iguana.
Con
grima más que con miedo, soltó el enorme reptil, que al verse libre corrió a
refugiarse en unos cardonales. Takataka
empezó a gritar pidiendo ayuda. Fue auxiliado por un par de viejos que iban al
molino. Su abuelo, que se encontraba ordeñando, se asustó al ver que traían a
su nieto todo arañado y sangriento
-¿Quién
se ha atrevido a golpear a mi nieto?
-Taata,
el Diablo, el Diablo, que cosa más fea. ¡Dios mío!
-¿Qué te hizo, hijo mío?
-Nada
abuelo, sólo los golpes y estos aruños. Era muy feo, taata, está en el
cardonal.
El
joven empezó a vomitar y a convulsionarse. Su abuelo mando a buscar a todos los
piaches y curanderos, que estuvieran por allí. De todas partes de la Guajira
llegaron los mejores curanderos, que empezaron a preparar con hierba un
brebaje, para que expulsara todo lo malo que había respirado de su enemigo y
curar sus heridas.
Tres
meses estuvo el joven luchando con la muerte, ayudado por los piaches que
utilizaron todas las hierbas medicinales de la Guajira para salvarlo. Una
mañana, el joven amaneció bien. Todos los piaches se reunieron con el abuelo
del joven. Había que preparar una gran fiesta, para agradecer al dios Maleiwa
por rescatar al muchacho de las garras de yoluuja (Diablo).
Su
abuelo muy feliz, organizó la mejor fiesta para la salida de su nieto. La
tambora sonaba desde muy temprano
invitando a todos al gran baile. Las hembritas brincaban y canturriaban de
contenta de saber que Takataka estaba vivo.
Tomado de Cuentos Indígenas Venezolanos de
Antonio Pérez-Esclarin y Alexander Hernández. Distribuidora Estudios. Caracas
(1996)
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