Todo comenzó con una simple gallina.
Imagen en el archivo de Noilton Pereira
LA
MUERTA DEL ZAPATERO. MUJER DE VELO NEGRO
Creo que eran casi las seis de la tarde. Doy
un último recorrido para ver si consigo una carrerita y entonces irme a descansar al rancho. Paso por la entrada
del cementerio de San Carlos y está desolada. No se veía un alma. Ahí es donde miro por el espejo y noto que
hay una mujer vestida toda de negro, haciéndome
señas para que me detenga. Realmente, no sé de dónde salió. Meto
retroceso y me paro a su lado. La mujer dice: lléveme a Puerta Negra, eso es
más allá de Las Vegas. Me quedo pensando: pa Puerta Negra… y a esta hora. Le
voy a tirar un monto grande pa que me diga
de una vez que no. Deme tanto. La mujer abrió la puerta y se montó. Nos
fuimos enseguida.
Yo la miraba con el rabo el ojo. No le veía
el rostro por el velo negro que cargaba, solo noté que sus manos eran largas,
blancas y delgadas. No levantaba la mirada y tampoco decía una palabra. Una
alarma mía acabó con el silencio. Siempre suena a las seis. Pasábamos
exactamente por la curva del zapatero, más allaíta de El Limón. En ese momento la mujer se arrima un poquito
hacia mí y me pregunta. ¿Ud. es casado? Volví a pensar, pa mis adentros: además
de una carrera como que voy a conseguir otra cosa. Le respondí galantemente que
no. Una vez casi me caso, pero no se pudo. Ahorita vivo solito. Comentaba esas
cosas y de verdad que me sentía mal, pues recordaba a mis cinco zagaletones y a
la mujercita mía que a esa hora estaría haciendo las arepas de la cena. La
mujer, casi rozando mi pierna, otra vez
preguntó: ¿y no se ha conseguido una mujer buena? Bueno, sí se consiguen, pero
les falta mucho fundamento. Yo busco una responsable para formar un hogar serio. Ya casi encima de mí, me largó, pero sin
darme la cara: Ud. es muy bien parecido. Alguna le habrá salido por ahí. No me
diga que no. Me reí. Sí salen, señalé yo.
Ya estábamos casi llegando a Las Vegas, cuando repentinamente manifestó:
Déjeme aquí. Esta es mi casa. Yo sorprendido le expreso: pero aquí no hay
ninguna casa y esto no es Puerta Negra.
Mientras ella arreglaba algunas cosas, le expreso: Señora, ¿podemos seguir
hablando del matrimonio y de las mujeres buenas? Solo era una excusa para ver si pasaba algo
bueno. Escuché clarito cuando respondió de forma seca: no. Oiga señor ¿sabe por
qué yo me arrimaba tanto a Ud. cuando veníamos por la carretera? No lo sé,
dígame. Mire, en la curva del zapatero, se montó un muerto en el capó y metía
la mano por la puerta del carro y casi me rasguñaba el rostro. Por eso era que
yo me acercaba y acercaba a Ud. Esa confesión me dejó asombrado.
No le quise ni cobrar a la mujer. Solo
pensaba en el regreso, ya que tenía que pasar nuevamente por la curva del
zapatero. Menos mal que venía un camión rolero y me le puse atrás, pegaíto. Así
me vine. Cuando llegué a la curva me entró un miedo de los buenos, temblaba.
Casi cierro los ojos. Los abrí completamente cuando apareció el resplandor del
Cruce de Vías. Me bajé del carro y comienzo a revisar el capó. Efectivamente,
tenía un jundío donde la mujer dijo que el muerto se había sentao. Aunque lo
más tenebroso estaba escrito en la
puerta del carro. El espanto me había dejado este mensaje: la muerta del
cementerio y el zapatero.
ESA
NEGRA CICATRIZ. VIVIANO ERA BICHO MALO
Esa noche
Escolástico López echó más
cuentos que nunca. Don Escolástico cuando se agarra con esas historias, cachos
le dice a veces, no tiene tiempo para terminar. Así que nos acostamos tarde la
noche. Don Escolástico afirma que él no es mentiroso, embustero quizás. Y ¿qué diferencia hay entre un embuste y una
mentira? Si las dos cosas dicen lo mismo, le comento yo muerto e la risa. Mire,
Genaro Pumás, una vez una comadre mía, que le debía unos reales a un árabe, me
dijo: pa no pagarle nada al musiú, que tuvo
que meter un embuste que es verdad, quiere decir también que a veces la
gente dice verdades que son mentiras. Yo veo la cosa así: la mentira hace daño y el embuste divierte. Yo creo que
en la mentira hay maldad y en el embuste inocencia. El que dice mentiras espera
que la gente le crea, mientras que el que se lanza un embustico, solo desea que
la tarde pase sin tanto aburrimiento.
Bueno, yo no le quería hablar de cosas de cuentos, sino de la noche esa en que Don
Ulterio Bertar le dio un machetazo en la cara al que llamaban el Diablo.
Recuerdo que Don Ulterio estaba ese día con nosotros disfrutando de
los cachos de Escolástico. Cuando terminamos, antes de marcharse, preguntó por
dónde colgaba Viviano. Yo brinqué y le
dije: ¡Guá! dónde más, ahí, pegaíto a la tinaja. Ese hombre no puede estar
lejos del agua. A veces, llega en la madrugaíta y le cae como loco a la tinaja,
es como si viniera de sacar una tarea. Sin mentira ninguna, la pobre tinajita
queda seca y Ud. lo oye después, afanaíto sacando agua del río pa llenarla otra vez. Ulterio, bueno, Don Ulterio, se despidió y cada quien
se metió en su jamaca. No puedo decir cómo pasó todo, pero lo cierto es que
cerca de la medianoche un grito
espantoso nos despertó. Prendimos las lámparas y lo que le vimos en la cara
a Viviano Contreras, nos paralizó, nos
quitó el habla a toiticos. Del cachete
hacia el pescuezo le corría un borbollón de sangre negrita.
Ustedes saben que entre El Amparo y Lagunitas hay cerca de unas 3 leguas de camino. Sin pensar en la
distancia nos arrancamos con aquel
hombre herido. Le echamos un poco de café; hasta cenizas de fogón le pusimos;
pero la sangre no se detenía. Bueno, íbamos tan apuraos que no nos paramos ni
en casa de la comadre Mercedes Celeya, que vive ahí mismito en La Mata de los Vinos. Llegamos a Lagunitas
amaneciendo. La jamaca donde lo trajimos era ya una estera plegostosa. Parecía
un cuero e tigre: tiecita y negra como la noche. Menos mal que Viviano era bicho malo y no se
nos murió en el camino. En la medicatura lo atendieron. Después vino el Jefe
civil y que averiguando lo del machetazo. A mí se me fue
la lengua otra vez: Mire Comisario el único que se la pasaba preguntando por
Viviano era Don Ulterio Bertar. Es mejor que
vaya por El Amparo y lo interroga a ver qué le cuenta. Me dio lástima pero al
día siguiente pasaron por las calles de Lagunitas a Don Ulterio, esposado y con
la cara metía en la sombra de la tierra. Nunca quiso mirar a la gente. Tenía
mucha plata pa está dejándose ver así, con las manos en la espalda. Lo
pusieron, lo que llaman pechito e paloma. Claro, a los diiitas estaba en Lagunitas comprando corotos en la bodega
de Casimiro Ramos, como si nada. No duró naitica en la cárcel. Dicen que pagó
una realá pa que lo soltaran, otros comentan que fue el mismo Viviano quien
habló con la policía y dijo que Don Ulterio era su amigo. Y de verdad que eran
amigos, pues el Viviano trabajó toda la vida en el fundo de Don Ulterio.
Sé que han pasado muchos años; pero la gente
sigue preguntando ¿por qué a Viviano le decían el Diablo? Yo les digo carrato, no es porque fuera malo
o como dicen por ahí: porque era casi
familia de Guardajumo. Nada de eso. Le
decíamos el Diablo porque ese zanjón
negro que le subía por la quijá y le llegaba hasta la oreja, parecía en verdad un agujero del infierno.
Además, había que tener valor pa
encontrase a medianoche, y en un camino solitario, con ese tal Viviano y no encomendarse a los santos o rezar un
padrenuestro. A veces su cara daba miedo de verdad. Aunque Viviano no le paró
nunca a la cicatriz que le dejaron en el
rostro. Cuando se reía, la herida se le
ponía chiquitica, por eso sería que siempre
anduvo alegre por la vida. Si Ud. iba a una fiesta en El Amparo o
en Lagunitas, ahí estaba el Diablo con
el cuatro bullanguero y esa sonrisa gruesa que hacía que las parejas zapatearan
más duro; hasta que el taconeo y el
joropo eran uno solo y entonces se perdían en la lejanía, en el aire fresco de
la noche, en la risa escandalosa del Diablo.
ERA
UN ROSTRO. SOMBRAS EN EL PATIO
La encontré muda sobre la silla. La mirada no
sé en qué lugar del mundo. El rostro daba un blanco extraño. No podía hablar.
Recuerdo que me vine rápido de la bodega
cuando vi que en el cielo se puso una sola escurana. La lluvia iba a ser
fuerte. Las hojas de los árboles
parecían mariposas andando por las calles. Me acordé que la ropa de trabajar estaba secándose en las cuerdas
del patio. Corrí. Tenía que llegar y
recoger las camisas y pantalones que la mujer me había lavado en la mañana.
Menos mal que
Imargot, mi esposa, tuvo el tiempo suficiente para adelantarse y guardar
todo, antes que el ventarrón se lo llevara. Eso pensé. Lo que no entendía era
su palidez. Pronto comprendí que la mujer estaba asombrada. Parecía un
temblador. No se quedaba quieta. Una fiebre espantosa le había tomado el cuerpo. Como pude la llevé a la
cama. Le di unas gotas de valeriana y unas tomas de manzanilla. Me abrazaba
fuerte y lloraba, me tocaba como para comprobar que realmente estaba ahí. Al
fin, dijo unas palabras. Es que desde la sala sentí que la lluvia vendría tan descomunal como otras veces. Me llegué hasta la puerta para saber si venías; pero
todavía estabas allá en la bodega de Don
Casimiro Ramos. Entonces decidí salir al patio a ayudarte
con la ropa. Ahí fue que la vi. Sí, estaba allí, era tu madre. Me miraba
tristemente.
Tenía una expresión lejana y melancólica. Se veía lenta, muy lenta, era
como si toda la vida hubiese hecho lo mismo.
Como si pasara una y otra vez, pero estando en el mismo sitio. Si
pudiera explicarte con palabras lo que
vieron mis ojos. Bueno, apenas terminó, puso la ropa sobre la mesa y se perdió entre la lluvia. ¿Mi madre? No
digas esas cosas. Ella está muerta. Sí, lo sé; pero era ella, yo no me he
movido de aquí y mira ese orden. Te dejó
toda la ropa arreglaíta ahí. Tú sabes lo ordenada que siempre fue ella.
Efectivamente
no había ni una sola pieza en las cuerdas de alambre. Fui hasta la
ventana que daba hacia los naranjales. Allá, aún andaba la imagen de mi madre
perdida en la sombra negra del patio.
Imargot acordó hacerle una misa y prenderle unas velas a su alma. Yo
cada día espero su presencia, su figura viniendo a mi casa. A veces hablamos horas y mi esposa hace el café para compartir la
eternidad.
PALMAS
Y MANDOLINOS. EL COMISARIO JORGE MENDOZA
Ya salimos de la escuela Miguel Palo Rico.
Vamos corriendo por la calle la Pastora de Lagunitas y nos detenemos en la
plaza Bolívar. Andamos por sus
mijaos, mandolinos, caobas,
castaños, samanes negros y de jardín,
merecures, apamates, maporas, palmas rosarios, reales y de sombrero. Yo le digo a Genaro Pumás que la plaza debería tener una placa con el
nombre de Santiago Alvarado, pues una vez, con su propio dinero, dicen que
compró una planta y le puso electricidad. La luz llegaba a las seis y se
apagaba a las 9 de la noche. De pronto Almario nos grita: Miguelito, Genaro,
Luisa, vamos a escondernos, porque allá viene el Comisario y qué tal si le echamos un buen susto. Nos
ocultamos rapidito. Genaro corre hacia los mandolinos, Almario se agazapa en
los mijaos. Luisa y yo nos metemos en
una palma rosario. Allá lejos, aparece
la figura robusta del Comisario: Jorge Mendoza, viene con su sombrero
redondo, sus alpargatas de goma, lleva
su pantalón arremangado hasta las pantorrillas. Dicen que El Comisario vino de
Portuguesa, creo que de Turén. Uno le pregunta la edad y responde: la misma que
tiene Ingo. Entonces, hay que ir hasta
donde Ingo Escalona y averiguar el año en que
nació y ella solo dice: Me dicen que en el 38, aquí mandaba un tal López Contreras. Trae una
carrucha de madera cargada de leña. Lleva zapatero, caoba, samán y
amargoso. La hizo el mismo, le puso en
la parte delantera una rueda de palo cubierta con un pedazo de caucho grueso.
Atrás usaba dos tablas inclinadas para que la leña no se le cayera. Seguro le lleva una carga a Violeta Montoya, otra a Doña Pola
o va para El Callejón a dejarle un haz completico a la señora Tita.
Nosotros le tenemos miedo al Comisario porque
cuenta con armas súper secretas. Tiene una peinilla voladora eléctrica
computarizada. Se puede programar para darle a fulano de tal catorce planazos
en las nalgas o la espalda. Ella se va solita y lo busca, y entonces se
descarga sin piedad. Nunca ha tenido problemas, salvo en una oportunidad que se
le mandaron a dar a Migio diez planazos por irrespeto a la autoridad, y la
peinilla casi se ubica en el lomo de Román Rivero. Ella misma corrigió la falla
y agarró a Migio y cumplió con su tarea. También posee una cinta mágica, que es
un equipo que se utiliza para grabar a todo sinvergüenza que hable mal del
gobierno. El sombrero que usa el Comisario tiene instalado una red de
comunicación que puede ponerse en contacto con los diferentes centros de
operaciones nacionales e internacionales en pocos segundos.
Cuando se acerca por la esquina de la casa de
Doña Isabel, todos le gritamos: ¡jorqueta! Se detiene, toma la goma, saca piedras del bolsillo del pantalón y
comienza a buscarnos entre la plaza. Como no ve a nadie nos dice: canillas de
morrocoy, patas de gallito, ojos de chenchena paría, barriga e tanque, nalgas e
chiricoca jugando dominó, orejas de escardilla, barriga e película, cachetes e
caimán, pescuezo e bicicleta, manos de chigüire, boca e sombrero viejo, nariz
de machete tres canales.
Cada quien sale de su escondite como puede y se pierde por las casas. Yo me voy caminandito como si nada. El Comisario me saluda y me dice que me vaya pa la casa. En esa plaza lo que hay es una cuerda de vagos. Seguro mi comadre Juanita debe estar esperándote. Acomodo mis cuadernos y pego una sola carrera desde la Caja de Agua hasta que mi madrina Martha. Allí me quedo callaíto y después se aparece el Comisario diciendo que la policía agarró en la plaza a unos vagos que estaban poniéndole sobrenombre a la gente.
Cada quien sale de su escondite como puede y se pierde por las casas. Yo me voy caminandito como si nada. El Comisario me saluda y me dice que me vaya pa la casa. En esa plaza lo que hay es una cuerda de vagos. Seguro mi comadre Juanita debe estar esperándote. Acomodo mis cuadernos y pego una sola carrera desde la Caja de Agua hasta que mi madrina Martha. Allí me quedo callaíto y después se aparece el Comisario diciendo que la policía agarró en la plaza a unos vagos que estaban poniéndole sobrenombre a la gente.
Estos cuentos fueron tomados del libro: Escenas Narratoriales de Lagunitas. Ahora
te llamarás septiembre. Obra de Duglas Moreno. Edición del autor en San
Carlos, Cojedes, 2017-
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