martes, 24 de abril de 2018

Viviano era Bicho Malo y otros Cuentos de Lagunitas. Duglas Moreno



Todo comenzó con una simple gallina. 
Imagen en el archivo de Noilton Pereira




LA MUERTA DEL ZAPATERO. MUJER DE VELO NEGRO
Creo que eran casi las seis de la tarde. Doy un último recorrido para ver si consigo una carrerita y entonces irme  a descansar al rancho. Paso por la entrada del cementerio de San Carlos y está desolada. No se veía un alma.  Ahí es donde miro por el espejo y noto que hay una mujer vestida toda de negro, haciéndome  señas para que me detenga. Realmente, no sé de dónde salió. Meto retroceso y me paro a su lado. La mujer dice: lléveme a Puerta Negra, eso es más allá de Las Vegas. Me quedo pensando: pa Puerta Negra… y a esta hora. Le voy a tirar un monto grande pa que me diga  de una vez que no. Deme tanto. La mujer abrió la puerta y se montó. Nos fuimos enseguida.
Yo la miraba con el rabo el ojo. No le veía el rostro por el velo negro que cargaba, solo noté que sus manos eran largas, blancas y delgadas. No levantaba la mirada y tampoco decía una palabra. Una alarma mía acabó con el silencio. Siempre suena a las seis. Pasábamos exactamente por la curva del zapatero, más allaíta de El Limón.  En ese momento la mujer se arrima un poquito hacia mí y me pregunta. ¿Ud. es casado? Volví a pensar, pa mis adentros: además de una carrera como que voy a conseguir otra cosa. Le respondí galantemente que no. Una vez casi me caso, pero no se pudo. Ahorita vivo solito. Comentaba esas cosas y de verdad que me sentía mal, pues recordaba a mis cinco zagaletones y a la mujercita mía que a esa hora estaría haciendo las arepas de la cena. La mujer, casi rozando mi pierna,  otra vez preguntó: ¿y no se ha conseguido una mujer buena? Bueno, sí se consiguen, pero les falta mucho fundamento. Yo busco una responsable para formar un hogar serio.  Ya casi encima de mí, me largó, pero sin darme la cara: Ud. es muy bien parecido. Alguna le habrá salido por ahí. No me diga que no. Me reí. Sí salen, señalé yo. 
Ya estábamos casi llegando a  Las Vegas, cuando repentinamente manifestó: Déjeme aquí. Esta es mi casa. Yo sorprendido le expreso: pero aquí no hay ninguna casa y  esto no es Puerta Negra. Mientras ella arreglaba algunas cosas, le expreso: Señora, ¿podemos seguir hablando del matrimonio y de las mujeres buenas?  Solo era una excusa para ver si pasaba algo bueno. Escuché clarito cuando respondió de forma seca: no. Oiga señor ¿sabe por qué yo me arrimaba tanto a Ud. cuando veníamos por la carretera? No lo sé, dígame. Mire, en la curva del zapatero, se montó un muerto en el capó y metía la mano por la puerta del carro y casi me rasguñaba el rostro. Por eso era que yo me acercaba y acercaba a Ud. Esa confesión me dejó asombrado. 
No le quise ni cobrar a la mujer. Solo pensaba en el regreso, ya que tenía que pasar nuevamente por la curva del zapatero. Menos mal que venía un camión rolero y me le puse atrás, pegaíto. Así me vine. Cuando llegué a la curva me entró un miedo de los buenos, temblaba. Casi cierro los ojos. Los abrí completamente cuando apareció el resplandor del Cruce de Vías. Me bajé del carro y comienzo a revisar el capó. Efectivamente, tenía un jundío donde la mujer dijo que el muerto se había sentao. Aunque lo más tenebroso estaba escrito  en la puerta del carro. El espanto me había dejado este mensaje: la muerta del cementerio y el zapatero. 


la forma de su cabellera semejaba un velo negro
y que en un  tazón lleva las almas de sus víctimas


ESA NEGRA CICATRIZ.  VIVIANO ERA BICHO MALO
Esa noche  Escolástico López  echó más cuentos que nunca. Don Escolástico cuando se agarra con esas historias, cachos le dice a veces, no tiene tiempo para terminar. Así que nos acostamos tarde la noche. Don Escolástico afirma que él no es mentiroso, embustero quizás.  Y ¿qué diferencia hay entre un embuste y una mentira? Si las dos cosas dicen lo mismo, le comento yo muerto e la risa. Mire, Genaro Pumás, una vez una comadre mía, que le debía unos reales a un árabe, me dijo: pa no pagarle nada al musiú, que tuvo  que meter un embuste que es verdad, quiere decir también que a veces la gente dice verdades que son mentiras. Yo veo la cosa así: la mentira  hace daño y el embuste divierte. Yo creo que en la mentira hay maldad y en el embuste inocencia. El que dice mentiras espera que la gente le crea, mientras que el que se lanza un embustico, solo desea que la tarde  pase sin tanto aburrimiento. Bueno, yo no le quería hablar de cosas de cuentos, sino de la noche esa en que Don Ulterio Bertar le dio un machetazo en la cara al que llamaban el Diablo.
Recuerdo que Don Ulterio  estaba ese día con nosotros disfrutando de los cachos de Escolástico. Cuando terminamos, antes de marcharse, preguntó por dónde colgaba  Viviano. Yo brinqué y le dije: ¡Guá! dónde más, ahí, pegaíto a la tinaja. Ese hombre no puede estar lejos del agua. A veces, llega en la madrugaíta y le cae como loco a la tinaja, es como si viniera de sacar una tarea. Sin mentira ninguna, la pobre tinajita queda seca y Ud. lo oye después, afanaíto sacando agua del río pa llenarla  otra vez. Ulterio,  bueno, Don Ulterio, se despidió y cada quien se metió en su jamaca. No puedo decir cómo pasó todo, pero lo cierto es que cerca de la medianoche  un grito espantoso nos despertó. Prendimos las lámparas y lo que le vimos en la cara a  Viviano Contreras, nos paralizó, nos quitó el habla a toiticos.  Del cachete hacia el pescuezo  le corría un borbollón  de sangre negrita. 
Ustedes saben que entre  El Amparo y Lagunitas hay cerca de unas  3 leguas de camino. Sin pensar en la distancia  nos arrancamos con aquel hombre herido. Le echamos un poco de café; hasta cenizas de fogón le pusimos; pero la sangre no se detenía. Bueno, íbamos tan apuraos que no nos paramos ni en casa de la comadre Mercedes Celeya, que vive ahí mismito  en La Mata de los Vinos. Llegamos a Lagunitas amaneciendo. La jamaca donde lo trajimos era ya una estera plegostosa. Parecía un cuero e tigre: tiecita y negra como la noche.   Menos mal que Viviano era bicho malo y no se nos murió en el camino. En la medicatura lo atendieron. Después vino el Jefe civil  y que  averiguando lo del machetazo. A mí se me fue la lengua otra vez: Mire Comisario el único que se la pasaba preguntando por Viviano era Don Ulterio Bertar. Es mejor que  vaya  por El Amparo y lo interroga  a ver qué le cuenta. Me dio lástima pero al día siguiente pasaron por las calles de Lagunitas a Don Ulterio, esposado y con la cara metía en la sombra de la tierra. Nunca quiso mirar a la gente. Tenía mucha plata pa está dejándose ver así, con las manos en la espalda. Lo pusieron, lo que llaman pechito e paloma. Claro, a los diiitas estaba  en Lagunitas comprando corotos en la bodega de Casimiro Ramos, como si nada. No duró naitica en la cárcel. Dicen que pagó una realá pa que lo soltaran, otros comentan que fue el mismo Viviano quien habló con la policía y dijo que Don Ulterio era su amigo. Y de verdad que eran amigos, pues el Viviano trabajó toda la vida en el fundo de Don Ulterio.
Sé que han pasado muchos años; pero la gente sigue preguntando ¿por qué a Viviano le decían el Diablo?  Yo les digo carrato, no es porque fuera malo o como dicen por ahí: porque  era casi familia de Guardajumo. Nada de eso.  Le decíamos el Diablo porque ese zanjón  negro que le subía por la quijá y le llegaba hasta la oreja,  parecía en verdad un agujero del infierno. Además, había que tener valor  pa encontrase a medianoche, y en un camino solitario, con ese tal Viviano y no  encomendarse a los santos o rezar un padrenuestro. A veces su cara daba miedo de verdad. Aunque Viviano no le paró nunca a la cicatriz que le dejaron  en el rostro. Cuando se reía, la herida  se le ponía chiquitica, por eso sería que siempre  anduvo alegre por la vida. Si Ud. iba a una fiesta en El Amparo o en  Lagunitas, ahí estaba el Diablo con el cuatro bullanguero y esa sonrisa gruesa que hacía que las parejas zapatearan más duro;  hasta que el taconeo y el joropo eran uno solo y entonces se perdían en la lejanía, en el aire fresco de la noche, en la risa escandalosa del Diablo.


ERA UN ROSTRO. SOMBRAS EN EL PATIO
La encontré muda sobre la silla. La mirada no sé en qué lugar del mundo. El rostro daba un blanco extraño. No podía hablar. Recuerdo que me vine  rápido de la bodega cuando vi que en el cielo se puso una sola escurana. La lluvia iba a ser fuerte.  Las hojas de los árboles parecían mariposas andando por las calles. Me acordé que la ropa  de trabajar estaba secándose en las cuerdas del patio.  Corrí. Tenía que llegar y recoger las camisas y pantalones que la mujer me había lavado en la mañana.
Menos mal que  Imargot, mi esposa, tuvo el tiempo suficiente para adelantarse y guardar todo, antes que el ventarrón se lo llevara. Eso pensé. Lo que no entendía era su palidez. Pronto comprendí que la mujer estaba asombrada. Parecía un temblador. No se quedaba quieta. Una fiebre espantosa le había  tomado el cuerpo. Como pude la llevé a la cama. Le di unas gotas de valeriana y unas tomas de manzanilla. Me abrazaba fuerte y lloraba, me tocaba como para comprobar que realmente estaba ahí. Al fin, dijo unas palabras. Es que desde la sala sentí que la lluvia vendría  tan descomunal como otras veces. Me llegué  hasta la puerta para saber si venías; pero todavía estabas  allá en la bodega de Don Casimiro Ramos. Entonces decidí salir al patio a  ayudarte  con la ropa. Ahí fue que la vi. Sí, estaba allí, era tu madre. Me miraba tristemente.
Tenía una expresión lejana y  melancólica. Se veía lenta, muy lenta, era como si toda la vida hubiese hecho lo mismo.  Como si pasara una y otra vez, pero estando en el mismo sitio. Si pudiera explicarte con palabras  lo que vieron mis ojos. Bueno, apenas terminó, puso la ropa sobre la mesa y  se perdió entre la lluvia. ¿Mi madre? No digas esas cosas. Ella está muerta. Sí, lo sé; pero era ella, yo no me he movido de aquí y mira  ese orden. Te dejó toda la ropa arreglaíta ahí. Tú sabes lo ordenada que siempre fue ella.
Efectivamente  no había ni una sola pieza en las cuerdas de alambre. Fui hasta la ventana que daba hacia los naranjales. Allá, aún andaba la imagen de mi madre perdida en la sombra negra  del patio. Imargot  acordó hacerle  una misa y prenderle unas velas a su alma. Yo cada día espero su presencia, su figura viniendo a mi casa.  A veces hablamos horas y mi esposa  hace el café para compartir la eternidad.      

     

Desde niño era fuerte y decidido para las faenas del campo

PALMAS Y MANDOLINOS. EL COMISARIO JORGE MENDOZA
Ya salimos de la escuela Miguel Palo Rico. Vamos corriendo por la calle la Pastora de Lagunitas y nos detenemos en la plaza Bolívar. Andamos por  sus mijaos,  mandolinos, caobas, castaños,  samanes negros y de jardín, merecures, apamates, maporas, palmas rosarios, reales y de sombrero.  Yo le digo a Genaro Pumás  que la plaza debería tener una placa con el nombre de Santiago Alvarado, pues una vez, con su propio dinero, dicen que compró una planta y le puso electricidad. La luz llegaba a las seis y se apagaba a las 9 de la noche. De pronto Almario nos grita: Miguelito, Genaro, Luisa, vamos a escondernos, porque allá viene el Comisario y  qué tal si le echamos un buen susto. Nos ocultamos rapidito. Genaro corre hacia los mandolinos, Almario se agazapa en los mijaos. Luisa y yo nos metemos en  una palma rosario. Allá lejos, aparece  la figura robusta del Comisario: Jorge Mendoza, viene con su sombrero redondo, sus alpargatas de goma,  lleva su pantalón arremangado hasta las pantorrillas. Dicen que El Comisario vino de Portuguesa, creo que de Turén. Uno le pregunta la edad y responde: la misma que tiene  Ingo. Entonces, hay que ir hasta donde Ingo Escalona y averiguar el año en que  nació y ella solo dice: Me dicen que en el 38,  aquí mandaba un tal López Contreras. Trae una carrucha de madera cargada de leña. Lleva zapatero, caoba, samán y amargoso.  La hizo el mismo, le puso en la parte delantera una rueda de palo cubierta con un pedazo de caucho grueso. Atrás usaba dos tablas inclinadas para que la leña no se le cayera.    Seguro le lleva  una carga a Violeta Montoya, otra a Doña Pola o va para El Callejón a dejarle un haz completico  a la señora Tita.
Nosotros le tenemos miedo al Comisario porque cuenta con armas súper secretas. Tiene una peinilla voladora eléctrica computarizada. Se puede programar para darle a fulano de tal catorce planazos en las nalgas o la espalda. Ella se va solita y lo busca, y entonces se descarga sin piedad. Nunca ha tenido problemas, salvo en una oportunidad que se le mandaron a dar a Migio diez planazos por irrespeto a la autoridad, y la peinilla casi se ubica en el lomo de Román Rivero. Ella misma corrigió la falla y agarró a Migio y cumplió con su tarea. También posee una cinta mágica, que es un equipo que se utiliza para grabar a todo sinvergüenza que hable mal del gobierno. El sombrero que usa el Comisario tiene instalado una red de comunicación que puede ponerse en contacto con los diferentes centros de operaciones nacionales e internacionales en pocos segundos.
Cuando se acerca por la esquina de la casa de Doña Isabel, todos le gritamos: ¡jorqueta! Se detiene, toma la goma,  saca piedras del bolsillo del pantalón y comienza a buscarnos entre la plaza. Como no ve a nadie nos dice: canillas de morrocoy, patas de gallito, ojos de chenchena paría, barriga e tanque, nalgas e chiricoca jugando dominó, orejas de escardilla, barriga e película, cachetes e caimán, pescuezo e bicicleta, manos de chigüire, boca e sombrero viejo, nariz de machete tres canales. 
Cada quien sale de su escondite como puede y se pierde por las casas. Yo  me voy caminandito como si nada. El Comisario me saluda y me dice que me vaya pa la casa. En esa plaza lo que hay es  una cuerda de vagos. Seguro mi comadre Juanita  debe estar esperándote. Acomodo mis cuadernos y pego una sola carrera desde la Caja de Agua hasta que mi madrina Martha. Allí me quedo callaíto y después   se aparece el Comisario diciendo que la policía  agarró en la plaza a unos vagos que estaban poniéndole sobrenombre  a la gente.



Estos cuentos fueron tomados del libro: Escenas Narratoriales de Lagunitas. Ahora te llamarás septiembre. Obra de Duglas Moreno. Edición del autor en San Carlos, Cojedes,  2017- 

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