Como muchas mujeres del Llano, "La Sayona", tenía una apariencia de misteriosa belleza.
Imagen en el archivo de Raymar Katiuska
Imagen en el archivo de Raymar Katiuska
EL
ENCUENTRO CON LA SAYONA
En los llanos del estado Guárico, sitio por
excelencia de los relatos de espantos, aparecidos, encantamientos, y otros más…
Don Carpio conocido como “El Paisa”, está conversando en el patio de su hogar,
con su hijo Gustavo “el negro”, cuando llegan sus amigos: Francisco “Muerto Flaco”, José Ramón y Luis se saludan, dice “Muerto Faco”: -Compa Carpio,
venimos a invitarlo para ir de cacería, comentó mi compadre Federico, que en
Cerro Alto, vio unos enormes venados, se anima... Don Carpio, es un afamado
cazador e igualmente pescador. Le responde con un ¡Sí! Se van los amigos y le
recuerdan: -A las cinco de la tarde, lo pasarían buscando. Le dice a su esposa:
-Isolina, prepare los macundales; porque pasaremos varios días en la montaña y
me acompañará “El Negro”. Al caer la tardecita, ya han terminado toda la faena
y dejado todo listo. Llegan sus amigos en una camioneta doble cabina, toman
camino y al llegar a la entrada de la montaña, van directo a casa de don José
Gregorio, muy amigo del “Paisa”, se saludan y le cuenta que dejaran el
vehículo, porque subirán a la montaña a cazar algunos venados. Después de
conversar un rato, se despiden y toman camino, llegando a un cruce de una
quebrada, se detienen a refrescarse toman un poco de agua, ven escabullirse dos
cachicamos y comenta “El Negro”: -Mire Taita, la cosa pinta buena. Todos se
ríen, siguen la marcha, son casi las siete de la noche, arriban a un claro
donde deciden acampar, preparan la fogata para cenar, guindan sus chinchorros,
se recuestan un rato. A las once, se levantan y se internan en la montaña, “El Ngro”, lleva un buen termo de café para así espantar el sueño, están vigilando
un comedero pero nada que aparece ningún animal. Llego la medianoche, toman
café y comenta “Muerto Flaco”: -Compañeros, la caza se pone pesada. Aprovecha
“El Paisa” para comer una pella de chimó Tarazonero. Una fuerte brisa estremece
los árboles, se oyen gritos extraños en las profundidades de la montaña. En una
pica ven a tres enormes venados, se alegran y dice Luis:
-La noche se acomoda amigos, ahí están las presas...
"El Paisa” es uno de los mejores tiradores expertos del Guárico, prepara su escopeta, un disparo seguro, cae el enorme venado. Los demás logran darle a los dos restantes, se alegran. Llegan al sitio, tremenda sorpresa, ven rastros de sangre pero nada de los venados. Dice José Ramón:
-Seguro, están más adelante-. Caminan casi una hora, y nada encuentra, al claro de la luna, aparecen los tres venados comiendo, rápidamente disparan y logran darle certeramente. Al llegar ni rastro... Algo asustado dice “El Negro”:
-Taita, son cosas del demonio-. Todos se persignan y deciden regresar rápidamente para el campamento. Se encuentran alrededor de la fogata, incrédulos aún “Muerto Flaco” saca una botella de aguardiente caña clara y varios tragos se toman. Comenta José:
-Eso que vimos, son los encantamientos de la montaña-. Nadie dice nada, saben que algo malo presagia la noche. Cada uno se acuesta en sus chinchorros, aún nerviosos. No ha pasado media hora cuando oyen un horrible llanto bajando desde la montaña, se levantan y ven la figura de una mujer, notan que viene levitando, no toca el suelo, sus ojos son dos brasas de fuegos. Exclamó Luís, todo tembloroso: -Esa es la Sayona, vámonos. Agarran sus escopetas y salen a plena carrera montaña abajo, oían ese grito que les reventaba los tímpanos, es un silbido que los tiene locos, casi los alcanzó la mujer, al cruzar la quebrada, pega un grito que les heló la sangre, están blancos, se encuentran como panela de hielo… escuchan el cantío del gallo anunciando el nuevo amanecer, se detienen y ven como esa aparición se esfuma en el aire y detrás el silbido. Los cazadores caen de rodillas y agradecen a Dios, que por andan esa noche casi son ellos los cazados por la Llorona.
-La noche se acomoda amigos, ahí están las presas...
"El Paisa” es uno de los mejores tiradores expertos del Guárico, prepara su escopeta, un disparo seguro, cae el enorme venado. Los demás logran darle a los dos restantes, se alegran. Llegan al sitio, tremenda sorpresa, ven rastros de sangre pero nada de los venados. Dice José Ramón:
-Seguro, están más adelante-. Caminan casi una hora, y nada encuentra, al claro de la luna, aparecen los tres venados comiendo, rápidamente disparan y logran darle certeramente. Al llegar ni rastro... Algo asustado dice “El Negro”:
-Taita, son cosas del demonio-. Todos se persignan y deciden regresar rápidamente para el campamento. Se encuentran alrededor de la fogata, incrédulos aún “Muerto Flaco” saca una botella de aguardiente caña clara y varios tragos se toman. Comenta José:
-Eso que vimos, son los encantamientos de la montaña-. Nadie dice nada, saben que algo malo presagia la noche. Cada uno se acuesta en sus chinchorros, aún nerviosos. No ha pasado media hora cuando oyen un horrible llanto bajando desde la montaña, se levantan y ven la figura de una mujer, notan que viene levitando, no toca el suelo, sus ojos son dos brasas de fuegos. Exclamó Luís, todo tembloroso: -Esa es la Sayona, vámonos. Agarran sus escopetas y salen a plena carrera montaña abajo, oían ese grito que les reventaba los tímpanos, es un silbido que los tiene locos, casi los alcanzó la mujer, al cruzar la quebrada, pega un grito que les heló la sangre, están blancos, se encuentran como panela de hielo… escuchan el cantío del gallo anunciando el nuevo amanecer, se detienen y ven como esa aparición se esfuma en el aire y detrás el silbido. Los cazadores caen de rodillas y agradecen a Dios, que por andan esa noche casi son ellos los cazados por la Llorona.
EL
LLANTO DE LA LLORONA
Frente a la Plaza ubicada en el municipio de
Araure, se encuentra la iglesia “Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza”, una
edificación colonial, orgullo de sus habitantes, ante sus puertas desfilan
constantemente numerosos viajeros que pasan por esos llanos y la visitan, ya
que ahí fue bautizado el General José Antonio Páez e igualmente en ella oró el
Libertador Simón Bolívar antes de ir a la Batalla de Araure y triunfar con su
ejército libertador. Cuentan desde hace muchos años, por esos lados de la
plaza, oyen llantos lastimeros de La Llorona, la describen quienes han tenido
ese encuentro nada agradable, es una mujer joven, muy bella, de larga cabellera
de color negro azabache, piel blanca, con un cuerpo de cuatro y un caminar de
potra fina. Mes de mayo, tiempos de cachapas y cantos de velorios a la Cruz de
mayo, se encuentran los amigos: “Monche”, Omar Infante, “El Negro” y Ruperto;
están conversando y comenta “El Negro”: -En casa de Milagro Pérez, hay un
Velorio de la Cruz de Mayo, todos se ponen de acuerdo y a las ocho en punto se
encuentran en el sitio acordado, se van conversando. Al llegar Milagro los
saluda:
-Me alegra muchachos, que estén aquí y
compartamos este momento, pasen son de la casa. Todos la florean al decirle que
está más bella que la luna, ella se ríe con esa picardía femenina y dice
Milagro:
Tu sonrisa alegra tu belleza, y tientan a
besar esos labios provocativos con sabor a miel y albaricoque. Ese caminar de
estampa de potra fina, pone a sudar a todos y acelera los corazones con ese
poing de cascada de sueños. Milagro, se sonroja y los demás la felicitan.
Después de ese galanteo, se ponen a compartir con los presentes, llega la
medianoche y después del pago de la promesa, ahora empieza la parranda con
arpa, cuatro y maracas. Las jóvenes engalanan con su belleza la fiesta es para
amanecer, donde la comida sobra y de tomar cocuy de penca. Son las dos de la
mañana, cuando Ruperto les dice a sus amigos que está cansado y se quiere
marchar. Le comentan sorprendidos: -Estas loco, mira como hay bellas mujeres,
por Dios… Todo serio exclama: -¿Bueno, muchachos igualmente me iré solo…?
Intrigada Milagro le pregunta: -¿Qué te pasa Ruperto, estas aburrido, mira
cuantas flores adornan la fiesta y te vas a retirar? -No amiga, de verdad me
quiero ir. Le responde. Milagro, no le insiste y dice: -Está bien, ve con
cuidado, recuerda es mes de mayo, cuando todas las ánimas salen en busca de
alguien para aliviar sus penas… Sus amigos también le comentan: -No te vayas,
dentro de dos horas nos vamos. Se despide, viene caminando por esas calles
solitarias, nada más piensa en llegar a su casa. La luna se detienen y se
esconde detrás de unas nubes, de golpe un escalofrío le recorre su cuerpo,
llegando a la plaza José Antonio Páez, en Araure, ve sentada a una mujer muy
joven, delgada, con una larga cabellera negra que le brilla, nota que su piel
es blanca, pero sus ojos le resplandecen al ver que tiene cuerpo de sirena…
lleva puesta una bata blanca larga y encima otra de color negra. Piensa…
-¿Quién será esa mujer, y con esa vestimenta tan inusual? Sigue caminando, al
llegar ante ella. Como un galán medieval le dice: -Buenas noches, mi bella
dama: - ¿Qué haces tan solitaria por aquí? - ¿Qué le pasa? Con una sensualidad,
lo mira a la cara, le muestra una sonrisa donde sobresalen unos labios rojos
carnosos, que tientan a morderlos… Se oyen ladridos de perros acobardados. Ella
dice algo triste: -Es que busco a mi hijo. El cual se me extravió por estos
lados. Se extraña Ruperto, se pone remolón, se recuerda de los comentarios de
sus amigos. La mujer se levanta y queda boquiabierto, al ver tanta belleza con
ese cuerpo de guitarra, el hombre salta de la emoción. Se ofreció para
ayudarla, caminan agarrados de la mano, siente un frío, su corazón late
asustado. Algo presiente… La mujer se detiene y dice:
-¿Qué le pasa Ruperto, lo siento como un ratón
acobardado, es que no te gusto…? Se oyen el maullar de gatos, la noche está
tétrica anunciando una desgracia. El rostro de la mujer se transforma y grita
diciendo: - ¡Mi hijo, mi hijo! Ruperto esta pálido, se da cuenta que esta
frente a la misma Llorona, del susto cae desmayado. Al amanecer unos
trabajadores del aseo urbano, lo encuentran y lo socorren; aun impresionado les
cuenta que La Llorona lo asombró en la Plaza de Araure.
EL
AHORCADO (MATURÍN)
Tiempos aquellos donde nuestros abuelos,
sentados en sus taburetes de madera y alrededor de la luz de la vela, cuentan
esos relatos de aparecidos y espantos, los cuales recorren las calles de
tierras del Furrial del estado Monagas. Esos arrieros, aparte de cargar en las
mochilas el tabaco en ramas o chimó, lo acompañan la luna y las estrellas en
esas largas travesías por caños y montañas. En los arreos de mulas traen
mercancías para los negocios; así es la vida, como se la ganan donde a más de
uno les salió un aparato feo... Es parte de nuestra idiosincrasia y con los
cambios algunas de esas apariciones han desaparecidos con la llegada de la luz.
Pero otros se arraigaron como el ahorcado del árbol, que está en frente donde
una vez funciono el Club Social y Deportivo el Furrial. El cantante ecuatoriano
Julio Jaramillo engalana dicho sitio, con su voz se paseó por un variado
repertorio hasta se dejó acompañar con arpa, cuatro y maracas, extasió al
público presente con la canción “Tardes Cojedeñas” y salió en hombros al estilo
de los grandes matadores de toros, tiempos de bellos recuerdos, en la
actualidad funciona ahí la Junta Parroquial. Un día cualquiera, el año se me
olvidó, en casa de la señora Mireya, está con su hija Josefina; por cierto
estudia cuarto año de bachillerato, una muchacha de dieciséis años. Le dice a
su mamá: -Mami, esta noche en casa de mi amiga María Elizabeth, le celebrarían
sus diecisietes años de edad, para que me des permiso. Le responde: -Bueno está
bien, pero hoy, tú harás el almuerzo. -Gracias mami, muy sonriente. Exclama
Josefina. La abraza y se esmera en preparar esa deliciosa comida. Se viste
sencilla, pero elegante, al verla así tan bella su madre comenta: -¿Tú amiga,
no es la cumpleañera? Pareces una linda princesa, aunque siempre lo eres con
ese bluyín negro y esa blusa azul, ¡ay Josefina! seguro que a más de uno le
darás un infarto... Se ríen las dos. -¡Ah pues mami! estoy sencilla. Le
responde Con la picardía de madre. Dice: -Podrán estar en esa fiesta más de un
pretendiente, pero sólo una persona es tú dolor de cabeza... Sus ojos negros le
brillan, con un tímido ¡sí! lo afirma, le da su bendición y agrega: -No
regreses muy tarde, acuérdate de la aparición que sale en el frente del club
social... -Si mami, me cuidaré pero ese espanto ya no existe. Dice sonriendo.
Llega con el regalo a casa de la cumpleañera y empieza a disfrutar de la
fiesta. Están casi todos sus compañeros de clases y baila tanto que hasta los
pies le duelen, varios pretendientes entre ellos Manuel Omar, aprovechan para
atenderla como una princesa oriental. Josefina, está descansando un momento y
aprovecha para conversar con su amiga y suena un set de canciones románticas,
varios tratan de seguir bailando con ella y dice: ¡no! A sus bellos ojos
negros, se le van ese brillo de fuego y le brotan dos lágrimas... Le preguntan
a María. -¿Qué le pasa a Josefina, que no quiere seguir bailando? -Esas
canciones, le tocan su corazón algo bonito de ella. Responde su amiga. Llega la
hora de cantar el cumpleaños, sorpresa aparece un mariachis...a la una de la
madrugada se despide de su amiga y la familia, le dan un buen pedazo de torta y
carne asada con casabe para su mamá. Se ofrece Manuel Omar, para acompañarla junto
a José y Marina, que van por el mismo camino. Vienen conversando y Manuel
floreando a Josefina, ni pendiente. Están llegando al Club Social, el aire se
siente pesado, un olor intenso a cacho quemado casi los asfixia. Y toda
sofocada dice Josefina: -¡Ánimas del Purgatorio!, esto no es bueno... Caminan
rápido pero los pasos no rinden, ahora todo pálido y tembloroso dice Manuel:
-¡Es verdad lo del muerto! y todos se persignan más que viejita montada en
moto. De la montaña baja un grito de dolor que los ponen más asustados que
gallinas en fiesta de zorros. Una brisa fuerte sale como puñal arañándoles la
piel... La luna se acobarda y sale brincando para esconderse. Se oyen rebuznar
varios burros, pero parecen risas sarcásticas. Al llegar frente al Club Social,
ven una figura colgada de un mecate a la rama de la ceiba, sus ojos brotados,
la lengua la tiene de corbata. De la impresión Josefina, pegó un grito que
recorre El Furrial. Manuel Omar, está frío como cava de hielo. José junto a
Marina, sudan más que tapa de olla de hervido. Un olor al propio azufre los
envuelve. Parten en carrera, Manuel deja a Josefina en la entrada de la casa y
sale como cohete para su hogar. La muchacha del susto, no puede abrir la
puerta. Se levanta su mamá al verla más pálida que muchacha anémica, pero aun
así no soltó la torta se la entrega, y le pregunta. -¿Qué te paso hija, mira
cómo estás? -Mami, mami, de regreso nos salió ese horrible espanto. Esta toda
erizada y temblando. La abraza, le da agua con azúcar y la acompaña al cuarto
para que se acueste. Al día siguiente se regó como pólvora que, a Josefina y
sus amigos, los asombró El Ahorcado de El Furrial.
EL
ENCUENTRO DE LOS MOROCHOS SÁNCHEZ Y LA SAYONA
Hablar de los relatos de ese San Carlos,
cuando sus calles eran de tierras, el alumbrado de los poste de electricidad
parecen cocuyos en noches de neblinas, casas de bahareque y techos de zinc, en
los patios no falta un chiquero donde engordan varios marranos para la venta y
el consumo de la familia, igualmente no falta los tinajeros y jarrones de barro
donde se almacenaban esa agua la cual se mantenía fría y dulce, pero los
cuentos de aparecidos, de fantasmas eran el pan de cada día. Este relato
sucedió más o menos para los años de 1.965, Samuel Elías Sánchez, conocido como
“El Morocho” trabaja para la Oficina del Correo de San Carlos, es cartero y lo
ven recorrer las calles en una bicicleta de reparto que le asignaron para
llevar las cartas y encomiendas, a los tres años siguientes pasó a trabajar
como Oficinista en los depósitos del Garaje del Estado, su hermano Elías
Sánchez, el otro morocho, para esos años está trabajando en el área de
mantenimiento en la parte eléctrica del Hospital Los Llanos, el cual estaba
ubicado en los terrenos de la Plaza Manuel Manrique y la Cinemateca, por cierto
en dicho sitio aun rondan los aparecidos de ese viejo Hospital. Samuel Elías,
se había casado, pero siempre en las tardes, visita a su madre Teresa Sánchez,
en el barrio La Morena, ahí se entretenían jugando barajas con ella, igualmente
la señora María Rivero, don Pánfilo, doña María Seijas y por supuesto el otro
morocho Elías, son casi las nueve de la noche y dice la señora Teresa: -Mira
Samuel, acércate a ver qué le ha pasado a tu hermano, que no ha llegado. -Está
bien le responde. Sale en la bicicleta, al llegar se encuentra con la enfermera
de guardia de nombre Rosario, al verlo dice: -Caramba, ¿vienes a ver a ...?.
-No chica, ya esa mujer se fue para Manrique. Se despiden, se viene los dos en la bicicleta de reparto está
manejando Samuel, cuando están llegando donde ahora funciona las Oficinas de
Eleoccidente, antes llamada Calle Real hoy Avenida Bolívar, en esos terrenos
había un aserradero. Una estela de una fuerte brisa los mueve, sienten que la
noche se paralizó, dice Elías: -Cónchale, es La Sayona. En ese momento oyen los
gritos y dice Samuel: -Agárrate, hermano, que le daré pedal. Están asustados,
los gritos más cerca de ellos, siente que los traen coleados, parece que no han
recorrido mucho, cuando llegan a la puerta de la casa, tocan la puerta
desesperados y sale la señora Teresa, al verlos así ya sabe que vienen
espantados, trae en su mano una vela de La Candelaria y la estampa de La
Magnifica, está rezando y la mujer se perdió por esos caminos, gracias a su
madre, se salvaron. Esa noche Samuel, se queda a dormir en casa de su madre, al
día siguiente fue el comentario que a los hermanos Samuel y Elías, los
asombraron.
Estas piezas literarias se tomaron del libro:
Los Cuentos del Arriero de Samuel
Omar Sánchez, editado en San Carlos, por la Fundación Editorial El perro y la
rana –Cojedes, 2017
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