Mostrando entradas con la etiqueta humor fantástico y libro venezolano. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta humor fantástico y libro venezolano. Mostrar todas las entradas

domingo, 11 de noviembre de 2018

Cuentos de Navidad: dos relatos encontrados (Carlos Mujica y Salvador Jiménez Segura)

Un hallazgo, un cambio de vida, una sorpresa latente: esa es la Navidad



NAVIDAD NEGRA (Carlos Mujica)
Los potros de la tarde, como “hasta luego” de siempre, saltan en mil colores de la luz al ataque de las manadas grises de los últimos momentos del día.
La brisa es fresca, hinchada de roció, casi blanca diríase; como un velo de huidizas nubes que, por oleadas intimidantes, roza envolvente y sensual los cuerpos que a su paso tropieza.
Ahora, él está allí una raída camisita y unos pantalones incoloros que caen un poco más abajo de la rodilla cubren su negra piel; calza alpargatas. Contra su costado, debajo del brazo derecho, por el cuello, sujeta un cuadro. De la ciudad, del más allá, el viento trae teñidos de campanas.
La alegría de los niños que vinieron a pasar la Navidad en la casa grande de la finca, le atrajo. En sus largos y anchos corredores de sólidos horcones y piso relucientes de cemento juegan animosos mientras la música de discos, las golosinas y el árbol de Navidad hacen el ambiente. Esperan, como de costumbre, que sus papás saquen del escondrijo los paquetes de regalos que en nombre del Niño del Dios darán a cada uno. Un extraño influjo lo detuvo.  
De su choza de bahareque y de palma ubicada en lo alto de la giba de una loma cubierta por la colcha verde de pajar sabanero, cuyo espacio adornan vibrátiles y multicolores mariposas viajantes, suspensas como prendedores que movieran invisibles hilos; por el camino oro rojizo que se descuelga al encuentro de otros para desguazar la verde uniformidad de Rincón Hondo, había bajado para llegarse a la choza del amigo campesino con quien gustaba reunirse para cantar.
Es Navidad y en los hijos se renueva la costumbre de los padres de llevar improvisados cantos a las chozas de la vecindad.
Es de gusto ver cómo, cuando el cielo de la noche navideña se posa sobre la sabana, macilentas llamitas, como luceros enclenques desde las dispersas casas rutilan acá y allá. En ellas viven los hombres y las mujeres más laboriosas, sencillas y sanas que campo alguno pueda tener.
En ellas, al compás de música y cánticos, de cuatros y de maracas y el embriagante criollo, sin ostentación, se celebra otra Navidad. Es una, que de generación, aprendida por comunicación oral renueva el recuerdo de las ideas que impusieron los conquistadores y que hoy revenida por la amalgama de las sangres la han hecho tan suya que parece como si festejaran más bien el hecho real que a cada instante en los 365 días de Navidad del año, las chozas, convidadas de piedra, como pesebres, acunasen el alumbramiento de las Marías en el campo; el advenimiento admonitorio de niños “Jesús” que denuncian diariamente la arbitrariedad de los empadronadores y caseros de todos los tiempos transcurridos.
Pedrito Firpo es uno de ellos; viene de una choza y va hacia las chozas del camino, estrecho como su vida, que dejan las huellas. Con la luna, amiga de la cercana lejanía que le habla un lenguaje de sombras, Pedrito suele jugar. Rueda de sombra negra, negativo de luna sobre zenit, duendecillo deforme, sombra de luna blanca, ondulante silueta al capricho de la hierba sabanera; larga sombra de negro perdida en las ondulaciones del terreno; Guliver al capricho de sus rayos al ras del horizonte.
Hasta hoy, para él la Navidad había sido otra cosa. Ahora palpaba la comercializada de la gente de las ciudades. Los niños de la casa de la hacienda en su inocente alegría la enseñaron a conocerla. Ahora él también quiere un regalo. Pretende que ese Dios que hace el milagro a través de los gustos de los padres cumpla con él. Pero prefiere callar.
El viento acariciante, la alegría de los niños, el anhelo que lo invade, el frio de la tarde le van provocando el sueño hasta que busca acomodarse recostado a un tallo bifurcado, de una mata del patio. Imágenes, confusas configuran su sueño; una espalda doblada, un sol lacerante, un machete que desguaza malezas, un pequeño claro en el bosque, una cosa que se desplaza, unas matas que emergen, una escarda que limpia, una mano que aporca, unos frutos hermosos, un pequeño montón, unos cascos que avanzan, unos sacos que andan, un rebuzno de pronto, una tarde que pasa, una noche que llega, un troje que espera, una cara de joven, un hembra marchita, unas parcas palabras, un dolor que se siente, la cintura que aguanta, unos ayes que emergen, una tarea que acaba.
Un tractor de repente, que va y viene en el campo y una tierra que se hace despejada e inmensa; confusión que se extiende y no entiende y que palpa. Un rincón donde duermen el machete y la escarda y una choza que se hace de repente, una casa y una madre que asoma sano y joven su rostro y un hombre que se mira nuevo, rehabilitado.
Un brusco despertar y un papel que a su lado estas letras contienen:
Pedrito, Firpo.
Rincón Hondo.
Recibí tu mansaje, el tractor que me pides como regalo de Navidad para tu papá Juan es imposible dártelo porque su peso me dañaría el trineo.


CRÓNICA DE AÑO NUEVO. Media Noche
(Salvador Jiménez Segura)

-¿Por qué ese afán, amigo, mío. De vestir nuestra alma con un traje nuevo para recibir al año? ¿Por qué vestirla con cascabeles y mentirle regocijos?
Era la Nochebuena de año nuevo, y probablemente por un capricho de mi temperamento, el buen humor habitual en mí había huido de este mi rostro de Bilìquin.
Todo en la ciudad palpitaba con ritmo de fiesta, como un gran corazón henchido de alegría. Y mientras la multitud galante llenaba de entusiasmos las avenidas de la plaza, otra muchedumbre gozadora esperaba en el café que el reloj de la Catedral cantara los doce versos de la media noche. Los mozos iban de un lado a otro, tras el rumbo de las palmadas que sonaban de todas las mesas, repletas de copas y rodeadas de caballeros.
Mi amigo me miró sorprendido, como admirado de mi pregunta y de mí.
-¿Por qué se afán de mentirle al alma regocijos, cada vez que nace un año? ¿Por qué no vamos  a estar hoy, como cualquier otro día, normalmente alegres o normalmente tristes, para que decir al oído de la vida que aquel que llega le trae rico presente de venturas, cuando esas venturas acaso no llegan nunca? ¿ No te parece que es algo parecido al dolor de los niños, cuando en el curso de sus años van aprendiendo que los reyes no les traen juguetes para sus zapatos y que personajes de “Las mil y una noche” apenas son bellos tipos de ilusión?.
-Sencillamente –replicó mi amigo, alzando su bok de cerveza sencillamente porque no existe nada más innoble que asesinar la vida. Todos los  hombres llevamos enclavados en el pecho el puñal de los más grandes dolores. La corona de espinas no sólo se hizo para Jesús, y sería singular el caso de alguno que en el vino de la vida no hubiese advertido la gota de amargura. Pero, dime, amigo mío, ¿Qué ganaríamos con arraigar en nuestro cerebro la convicción de nuestra miseria, de que estamos condenados a reír una vez, por cada mil sollozos?. Más humanamente bello que en turbia copa de angustia, es recibir la sangre de nuestra herida en azul cáliz de ilusión… ¿verdad que tú nunca dirías a esos niños de que hablaste ahora, que no son reyes, magos de ilusión, quienes depositan por las noches es sus zapatos pequeños, los juguetes y las golosinas?
-En esta noche no hacemos otra cosa que echar rosas sobre las penas muertas y aromar con ellas las penas -¡quién sabe si más amargas!- que nos reserva el provenir…
-Quiere decir –interrúmpele- que nuestras almas son esta noche los zapatos que los hombres colgamos de nuestros lechos para recibir lo que nos traiga el mago Rey año… Esta noche alquilamos esperanzas, más o menos...
-¿Y por qué vamos a negarle una noche a la Esperanza?. Ella ha puesto muchas veces acordes nuevos en la lira, afán de besos en nuestros labios y perfume exquisito en nuestra humana podredumbre…
-Mal haces tú, querido, en recibir esta noche en tu espíritu a la vieja amiga melancolía. Di a tu alma que en el año que llega -¡Oye las doce!- es mensajero y ángel de amor, de bien y de ventura… Alcemos estas copas y brindemos por la vida, por este huésped, príncipe azul que es señor de esperanza!... No seas nunca el verdugo de tus propios sueños y de tu propia juventud…
El entusiasmo se colma en aquellos instantes. La multitud entraba y salía del café, y la alegría volaba, triunfante y soberana.
En la plaza se ejecutaba el Himno de la Patria. Mi amigo y yo alzamos las copas y nos abrazamos con efusión y regocijo. Mi rostro de Biliquin sonreía…
Y el reloj cantaba los últimos versos de la media noche. 

martes, 24 de abril de 2018

Cuentos del Arriero (La Procesión de Las Ánimas y otras Historias) Samuel Omar Sánchez


Imagen en el archivo de Ofelia Rodríguez Pérez




LA VIUDA
Llanos de Guárico, zona ganadera y fama de ser cuna de muchos hombres valerosos, que se batían a duelo por cualquier disputa familiar, por eso las familias no se acobardaban fácilmente ante la presencia de montoneras, tan comunes y corrientes al final del siglo XIX y principios de este siglo XX. En una agradable casa, rodeadas de muchos árboles vive la señora Gumersinda con su hija Rosalinda, de belleza incomparada, pero marcada por el designio de la fatalidad, pasan los años, y llega al pueblo el “Sombrero” un arriero comerciante, de nombre Joaquín, monta su negocio, se enamora perdidamente de Rosalinda logra que lo acepte como su novio, la suerte le cambiaría a la familia totalmente. Al cabo de poco tiempo se realizó la boda, semanalmente el hombre viaja cargando mercancía en sus arreos, gana bien, solo pensaba en su bella mujer y en la familia que formarían; por causas aún desconocidas el hombre se desprendió con las mulas por un precipicio, dos días después Rosalinda, recibe la noticia de la muerte de su esposo, casi enloqueció, desde ahí la ven caminando calle arriba, calle abajo, vestida con un traje negro de manga larga y de escote cerrado, el negocio se viene a la quiebra, perdió el brillo de sus ojos, se le ve como la propia Ánima Sola, la gente le empezó a llamar “La Viuda Solitaria”, su pelo le cayó la nieve del tiempo, nadie se explica cómo sucedió, es una mujer de unos treinta años de edad aproximadamente, el otro cambio, está muy delgada, parecía un cabo de vela, cuando de la noche a la mañana misteriosamente se esfumó, la buscan por todos lados y no dan con su paradero. Muchos de los lugareños, a la medianoche la ven recorrer las calles, el miedo se apodera, pero siempre hay un guapo, un día martes después de disfrutar una farra, viene Ramón Machado, hombre de pelo en pecho, no le falta un puñal acomodado en la cintura, muchos le dicen que tenga cuidado con la “Viuda”, como buen llanero se echa a reír y decía: -No compañeros, esa “viudita de la noche”, lo que le falta es que Ramón la saque a bailar y la hamaquee. Va llegando a la plazoleta, cuando ve la figura de una mujer, se pregunta: -¿Quién será, a estas horas y sola, bueno ese plato es mío? El aire se pone algo languideciente, le cuesta para respirar, la noche se detiene y el hombre no le para, el reflejo de la luna muestra una mujer de buen cuerpo, vestida de medio luto, se recuerda de los comentarios, se lleva la mano a la cintura, toca el puñal por si acaso. Están frente a frente y sacando fuerza le dice: -¿Buenas noches, señora, tan sola por aquí? Se corre el velo que le tapa su rostro y con un sonrisa. Le responde: -¿Vengo por ti Ramón, no me invitaste a bailar, un buen zapateo , demuéstralo ahora? La mujer se pone desgarbada, su pelo es blanco, sus manos son huesudas y entre risas. Exclama: -¡Vamos a bailar! Suenan los bordones del arpa al compás de un buen joropo, las maracas retrucan, el cuatro le pone fuego. Lo abraza, Ramón está paralizado, le falta la respiración, trata de soltarse y más lo estrecha contra su cuerpo, su compañera de baile esta helada, se le va la vida; se recuerda de los consejos de su madre, y eleva una plegaria al cielo, rezando entre balbuceos un Padre Nuestro, desfalleciendo pega un grito…la mujer confundida lo suelta y salió como un loco de carretera, cae frente a su casa. En la mañana lo encuentran delirando que “la viuda” lo asombro. Desde ahí el hombre no salió más a parrandear, de recuerdo le quedo unos arañazos en su cuerpo para siempre que al pensar en ella, palidece como un fantasma.


LA PROCESIÓN DE LAS ÁNIMAS
En este modernismo donde en vez de carretas tiradas por burros o caballos, en las calles empedradas de Acarigua, ahora son motos rodando por el asfalto y busetas con ensordecedores volúmenes de una canción atormentando a los pasajeros, son los nuevos fantasmas recorriendo las diferentes veredas, sin olvidar la Procesión de las Ánimas, las cuales salen en busca de alguien para darle su buen susto. Un día cualquiera, del año 1985, están celebrando en un conocido club, el cumpleaños de María Marcolina, la carne asada y demás delicadeces están por doquier, la familia Hernández, se esmera en la buena atención para los invitados, el motivo la cumpleañera es la niña de los ojos de sus padres. Se encuentran: José, Arquímedes, Wilson y Paul, todos amigos desde hace mucho tiempo, estudian 5to año, son jóvenes de diecisiete años de edad, y jugadores de maquinitas…no faltan a ninguna fiesta, son como el arroz blanco… después de salir de clases se ponen de acuerdo, a las siete de la noche se encuentran, llevan puestos sus mejores atuendos y dice Paul: -Bueno compañeros, esta noche vamos a comer y a disfrutar. Todos se ríen. Al llegar al club, se sorprenden por el ambiente, felicitan a la cumpleañera, bailan hasta decir…igualmente han comido carne asada con yuca, en cada ronda que traen los mesoneros lo pescan, han disfrutado de lo lindo, cuando deciden retirarse, se despiden de la familia. Vienen caminando, por esas calles, van alegres porque disfrutaron hasta el cansancio. Llegan a una placita que se encuentra ubicada detrás de la Iglesia San Miguel Arcángel en Acarigua, inicialmente conocida primero como Plaza de la Corteza y posteriormente ahora es Plaza la Burrita, ya que se visualiza a una señora junto a un niño y una burrita. Descansan un rato y comenta José: -Casi me quedo a dormir aquí, hay una tranquilidad. El reloj de la iglesia suena para anunciar, son las tres de la mañana. -Bueno compañeros, ya amanece, es viernes y mañana no tenemos clases, además miren llevamos un buen pedazo de carne asada y torta. Exclama Wilson. La brisa trae unos murmullos de voces… Pregunta Paul: -¿Amigos, son rezos, pero a estas horas y quiénes serán? A lo lejos ven aparecer por la calle un grupo de personas todas vestidas de blanco, van llevando un ataúd, en brazos de amigos y cada uno llevan en sus manos unas velas encendidas, viene delante una mujer guiándolo y rezando un rosario. Los amigos están algo incrédulos, un leve frío les recorre desde la planta de los pies hasta la nuca… -¿Qué raro un entierro a estas horas y esa gente así vestida? Dice José. Pasan frente a la Plaza, los muchachos se persignan y oyen como un zumbido en los tímpanos de sus orejas esa letanía y escuchan decir a la guía: -Qué descanse en paz el cuerpo de José-. A un solo compás de voces responden: -Qué brille para él, la luz perpetua-. Sorpresa se llevan, ven que todos los acompañantes; sus cuerpos son traslucidos…y dice asustado Wilson: -Es la Procesión del entierro de las Ánimas, ¡Dios socórrenos! El papel blanco, es el reflejo de sus rostros, sudan de miedo, un olor a flores de difuntos impregna el ambiente, la procesión sigue su camino… Quedan como bachacos sin antenas, y grita Arquímedes: -Vámonos, no quiero ver más a esa procesión. Se les ven corriendo por las veredas, llegando con las lenguas casi de corbata a sus casas, en sus rostros tienen la cruz del miedo por esa aparición que los asombraron en la Plaza la Burrita


DON PELOYO
Cuando el Llano era Llano, los llaneros en lomos de sus briosos caballos se dirigían a sus faena y las estrellas con su titilar en el firmamento eran la luz de los caminantes. José Gregorio Herrera conocido como “Don Peloyo” para ese tiempo es el encargado del Hato “La Catalda”. Son las diez de la noche sale de la casona y se dirige hacia el potrero, abre la puerta de tranca y ensilla su caballo favorito uno de color ruano, esta con su inseparable sombrero pelo e guama y su liquilique, toma camino hacia el morichal va a revisar un ganado que está en otros corrales, lleva un buen trecho recorrido cuando en la soledad de la llanura,  oye un berrido demasiado feo es un llanto jamás escuchado por él, ve para todos los lados y está solo…vuelve a oírlo más fuerte ahora siente miedo…, se arma de valor y sale a todo galope en su caballo que también está asustado,  al cabo de una hora se da cuenta que esta extraviado, no se acuerda del camino; ha perdido por completo el sentido de orientación. Conocía cada sendero de esa sabana como la palma de su mano, pero esta vez no sabía dónde está. Como buen baquiano de los misterios del Llano llega donde hay un molino, se baja de su caballo, se persigna agarra la cobija y la tiende en el suelo; acostándose boca abajo sobre ella ha pasado más de dos horas cuando se levanta ya ha recobrado el sentido de orientación. Oye el canto de los gallos de las casas cercanas a la finca, son las cinco de la mañana esta incrédulo porque jura que recorrió muchas leguas sobre su caballo y se da cuenta que está cerca de la finca ha estado dando vuelta en círculo, regresa todo extrañado, al llegar lo ven los obreros que salen a la faena y lo detiene, aun “Peloyo” anda un poco tembloroso se baja de su bestia y le cuenta lo sucedido, ahí uno de los muchacho le comenta no compa a mi tío Ramón le paso algo peor, salió a cazar y se perdió por esos montes por espacio de cinco días y cuando reacciono estaba dando vuelta en círculos, dice la gente que son los guardianes de la sabana que los hacen extraviar y más bien de gracias a Dios porque otros jamás se les ha encontrado y que sus almas en las negras noches se les ve recorriendo esos montes como ánimas en penas buscado a otros seres para llevárselos y así aligerar sus sufrimientos y poder salir de purgatorio donde se encuentra . Desde ese momento “Peloyo” juro no salir para esos sitio solo y tampoco olvido su cajita de chimo que es contra para eso espantos.


LOS FANTASMAS EN HATO BARANDA
 Siguiendo con los relatos que suceden en cada sitio de las inmensas tierras del estado Cojedes, como son las apariciones en las carreteras o las muertes por arrollamientos y de ahí surge el inicio de los misterios, la idiosincrasia del venezolano nos identifica con el rescate de las historia como esta. El sitio conocido como Puente Onoto, antes de llegar a la población de Apartadero en el estado Cojedes, se encuentra el Hato Baranda, para el año 2.010, llega a trabajar Carlos Lloverá Contreras conocido con el apodo “El Burrero”, se ganó ese remoquete porque en tiempos lejanos el hombre participaba en carreras de burros y se parecía al famoso jockey Juan Vicente Tovar, en su manera de montar y ganar. Por dicho sitios la misma gente no les gusta salir después de las ocho de la noche, porque según han visto cosas extrañas desde oír el ruido estruendoso que hacen al chocar dos vehículos y al salir de sus casas para ver el accidente no hay señales, igualmente gritos que meten miedo al más pintado, y tantos así, sus hermanos le comentan a Carlos, de esos relatos y el hombre dice: -Tranquilo pollo que el agua está hirviendo y aquí está un Llovera para lo que salga… Siempre en esos trabajos se hacen buenas amistades así se formó el grupo de los Intocables como esa famosa serie de televisión, van para arriba y para abajo, Omar Reyes “Nano”; Hurtado “Loquillo”; Ángel Veloz; Carlos “El Burrero” y Edwin Alvarado conocido como “El Guaro”, bailador de tamunangue y es el gandolero, por cierto entre ellos había un brujo según hablaba con los muertos y tenía un poderosa contra. Para un mes de mayo, después de realizar las faenas de trabajo de cada uno y cenar, se reúnen en el área del taller, se ponen a jugar un rato una partida de barajas así pasan un buen tiempo, preparan un poco de chocolate, son casi las ocho de la noche cuando se desató un señor aguacero agarrado de las manos con rayos y centellas e igualmente su primo el ventarrón, están sentados en unos taburetes no tienen sueño, cuando empiezan a conversar sobre los misterios de esas apariciones y muertes que salen en la carretera, en especial por dicho sector igualmente de dos personas que salen asombrando en el hato, según la historia un obrero que se mató, la mujer era una cocinera que murió de repente preparando un cochino a la brasa. Están en plena conversa de relatos de espantos, cuando dice Hurtado: -Mire mijos esta contra que me prepararon me protege de todo, además ellos son mis altos panas. Todos se miran las caras y se ríen. -“El Guaro” decía como macho larense: -Que salga cualquier espanto para ponerle esta correa por las costillas y verlo revolcarse en el piso -  La lluvia ahora es una moja pendejo, no empapa pero…cuando se van a sus respectivos dormitorios, exactamente a la medianoche, cuando sale Ángel corriendo como picado de avispa diciendo: -¡Ave María Purísima! y va directo a una ambulancia que está cerca del taller, a los diez minutos llegó Hurtado, como cohete encendido, comenta que vio a dos personas cuando le mueven su cama y ante sus ojos se esfumaron. Entre balbuceos y temblando, responde Ángel: -Sentí un peso sobre mi pecho, que me ahogaba la respiración y de ñapa me jalaron las patas, de aquí nos sacaran con una grúa. En ese momento llega “Nano” pálido como plátano sin color: -No hile, muchachos, unas manos me movieron la hamaca. Carlos, está tranquilo en su chinchorro cuando siente unos pasos, un frío penetra dicho cuarto como carro de heladero y le han dado un sacudón que el hombre cae de platanazo al piso está más blanco que un saco de cal y pega una carrera hasta llegar donde están los amigos pasando el susto. “El Guaro” está agarrando sueño, cuando le dan una soberbia nalgada que el hombre como está de lado, del susto se cae, logra ponerse de pie y dice: -Den la cara para entrarnos a golpes, aquí está un macho barquisimetano. Cuándo siente los pasos de chancletas y un relámpago alumbra el cuarto, frente a él hay un hombre y una mujer totalmente transparentes, le subieron y les bajaron como pepa de mamón, sale como muchacho con dolor de barriga que no llega al escusado, todos están en la ambulancia más apretados que familia en casa de Fundabarrios, todos están pendiente con las orejas como radar y los ojos pelados, cuando le dicen a Hurtado: -No dices que hablas con ellos. Y les responde: -Si pero con los difuntos que conozco con estos, zaperoco. Así pasan las horas hasta el amanecer que salen de ahí más trasnochado que vigilante de hospital. En todo el Hato, se supo cómo a la pandilla de los Intocables los asustaron, desde ahí no hablaron más de aparecidos.




Estas piezas literarias se tomaron del libro: Los Cuentos del Arriero de Samuel Omar Sánchez, editado en San Carlos, por la Fundación Editorial El perro y la rana –Cojedes,  2017

Viviano era Bicho Malo y otros Cuentos de Lagunitas. Duglas Moreno



Todo comenzó con una simple gallina. 
Imagen en el archivo de Noilton Pereira




LA MUERTA DEL ZAPATERO. MUJER DE VELO NEGRO
Creo que eran casi las seis de la tarde. Doy un último recorrido para ver si consigo una carrerita y entonces irme  a descansar al rancho. Paso por la entrada del cementerio de San Carlos y está desolada. No se veía un alma.  Ahí es donde miro por el espejo y noto que hay una mujer vestida toda de negro, haciéndome  señas para que me detenga. Realmente, no sé de dónde salió. Meto retroceso y me paro a su lado. La mujer dice: lléveme a Puerta Negra, eso es más allá de Las Vegas. Me quedo pensando: pa Puerta Negra… y a esta hora. Le voy a tirar un monto grande pa que me diga  de una vez que no. Deme tanto. La mujer abrió la puerta y se montó. Nos fuimos enseguida.
Yo la miraba con el rabo el ojo. No le veía el rostro por el velo negro que cargaba, solo noté que sus manos eran largas, blancas y delgadas. No levantaba la mirada y tampoco decía una palabra. Una alarma mía acabó con el silencio. Siempre suena a las seis. Pasábamos exactamente por la curva del zapatero, más allaíta de El Limón.  En ese momento la mujer se arrima un poquito hacia mí y me pregunta. ¿Ud. es casado? Volví a pensar, pa mis adentros: además de una carrera como que voy a conseguir otra cosa. Le respondí galantemente que no. Una vez casi me caso, pero no se pudo. Ahorita vivo solito. Comentaba esas cosas y de verdad que me sentía mal, pues recordaba a mis cinco zagaletones y a la mujercita mía que a esa hora estaría haciendo las arepas de la cena. La mujer, casi rozando mi pierna,  otra vez preguntó: ¿y no se ha conseguido una mujer buena? Bueno, sí se consiguen, pero les falta mucho fundamento. Yo busco una responsable para formar un hogar serio.  Ya casi encima de mí, me largó, pero sin darme la cara: Ud. es muy bien parecido. Alguna le habrá salido por ahí. No me diga que no. Me reí. Sí salen, señalé yo. 
Ya estábamos casi llegando a  Las Vegas, cuando repentinamente manifestó: Déjeme aquí. Esta es mi casa. Yo sorprendido le expreso: pero aquí no hay ninguna casa y  esto no es Puerta Negra. Mientras ella arreglaba algunas cosas, le expreso: Señora, ¿podemos seguir hablando del matrimonio y de las mujeres buenas?  Solo era una excusa para ver si pasaba algo bueno. Escuché clarito cuando respondió de forma seca: no. Oiga señor ¿sabe por qué yo me arrimaba tanto a Ud. cuando veníamos por la carretera? No lo sé, dígame. Mire, en la curva del zapatero, se montó un muerto en el capó y metía la mano por la puerta del carro y casi me rasguñaba el rostro. Por eso era que yo me acercaba y acercaba a Ud. Esa confesión me dejó asombrado. 
No le quise ni cobrar a la mujer. Solo pensaba en el regreso, ya que tenía que pasar nuevamente por la curva del zapatero. Menos mal que venía un camión rolero y me le puse atrás, pegaíto. Así me vine. Cuando llegué a la curva me entró un miedo de los buenos, temblaba. Casi cierro los ojos. Los abrí completamente cuando apareció el resplandor del Cruce de Vías. Me bajé del carro y comienzo a revisar el capó. Efectivamente, tenía un jundío donde la mujer dijo que el muerto se había sentao. Aunque lo más tenebroso estaba escrito  en la puerta del carro. El espanto me había dejado este mensaje: la muerta del cementerio y el zapatero. 


la forma de su cabellera semejaba un velo negro
y que en un  tazón lleva las almas de sus víctimas


ESA NEGRA CICATRIZ.  VIVIANO ERA BICHO MALO
Esa noche  Escolástico López  echó más cuentos que nunca. Don Escolástico cuando se agarra con esas historias, cachos le dice a veces, no tiene tiempo para terminar. Así que nos acostamos tarde la noche. Don Escolástico afirma que él no es mentiroso, embustero quizás.  Y ¿qué diferencia hay entre un embuste y una mentira? Si las dos cosas dicen lo mismo, le comento yo muerto e la risa. Mire, Genaro Pumás, una vez una comadre mía, que le debía unos reales a un árabe, me dijo: pa no pagarle nada al musiú, que tuvo  que meter un embuste que es verdad, quiere decir también que a veces la gente dice verdades que son mentiras. Yo veo la cosa así: la mentira  hace daño y el embuste divierte. Yo creo que en la mentira hay maldad y en el embuste inocencia. El que dice mentiras espera que la gente le crea, mientras que el que se lanza un embustico, solo desea que la tarde  pase sin tanto aburrimiento. Bueno, yo no le quería hablar de cosas de cuentos, sino de la noche esa en que Don Ulterio Bertar le dio un machetazo en la cara al que llamaban el Diablo.
Recuerdo que Don Ulterio  estaba ese día con nosotros disfrutando de los cachos de Escolástico. Cuando terminamos, antes de marcharse, preguntó por dónde colgaba  Viviano. Yo brinqué y le dije: ¡Guá! dónde más, ahí, pegaíto a la tinaja. Ese hombre no puede estar lejos del agua. A veces, llega en la madrugaíta y le cae como loco a la tinaja, es como si viniera de sacar una tarea. Sin mentira ninguna, la pobre tinajita queda seca y Ud. lo oye después, afanaíto sacando agua del río pa llenarla  otra vez. Ulterio,  bueno, Don Ulterio, se despidió y cada quien se metió en su jamaca. No puedo decir cómo pasó todo, pero lo cierto es que cerca de la medianoche  un grito espantoso nos despertó. Prendimos las lámparas y lo que le vimos en la cara a  Viviano Contreras, nos paralizó, nos quitó el habla a toiticos.  Del cachete hacia el pescuezo  le corría un borbollón  de sangre negrita. 
Ustedes saben que entre  El Amparo y Lagunitas hay cerca de unas  3 leguas de camino. Sin pensar en la distancia  nos arrancamos con aquel hombre herido. Le echamos un poco de café; hasta cenizas de fogón le pusimos; pero la sangre no se detenía. Bueno, íbamos tan apuraos que no nos paramos ni en casa de la comadre Mercedes Celeya, que vive ahí mismito  en La Mata de los Vinos. Llegamos a Lagunitas amaneciendo. La jamaca donde lo trajimos era ya una estera plegostosa. Parecía un cuero e tigre: tiecita y negra como la noche.   Menos mal que Viviano era bicho malo y no se nos murió en el camino. En la medicatura lo atendieron. Después vino el Jefe civil  y que  averiguando lo del machetazo. A mí se me fue la lengua otra vez: Mire Comisario el único que se la pasaba preguntando por Viviano era Don Ulterio Bertar. Es mejor que  vaya  por El Amparo y lo interroga  a ver qué le cuenta. Me dio lástima pero al día siguiente pasaron por las calles de Lagunitas a Don Ulterio, esposado y con la cara metía en la sombra de la tierra. Nunca quiso mirar a la gente. Tenía mucha plata pa está dejándose ver así, con las manos en la espalda. Lo pusieron, lo que llaman pechito e paloma. Claro, a los diiitas estaba  en Lagunitas comprando corotos en la bodega de Casimiro Ramos, como si nada. No duró naitica en la cárcel. Dicen que pagó una realá pa que lo soltaran, otros comentan que fue el mismo Viviano quien habló con la policía y dijo que Don Ulterio era su amigo. Y de verdad que eran amigos, pues el Viviano trabajó toda la vida en el fundo de Don Ulterio.
Sé que han pasado muchos años; pero la gente sigue preguntando ¿por qué a Viviano le decían el Diablo?  Yo les digo carrato, no es porque fuera malo o como dicen por ahí: porque  era casi familia de Guardajumo. Nada de eso.  Le decíamos el Diablo porque ese zanjón  negro que le subía por la quijá y le llegaba hasta la oreja,  parecía en verdad un agujero del infierno. Además, había que tener valor  pa encontrase a medianoche, y en un camino solitario, con ese tal Viviano y no  encomendarse a los santos o rezar un padrenuestro. A veces su cara daba miedo de verdad. Aunque Viviano no le paró nunca a la cicatriz que le dejaron  en el rostro. Cuando se reía, la herida  se le ponía chiquitica, por eso sería que siempre  anduvo alegre por la vida. Si Ud. iba a una fiesta en El Amparo o en  Lagunitas, ahí estaba el Diablo con el cuatro bullanguero y esa sonrisa gruesa que hacía que las parejas zapatearan más duro;  hasta que el taconeo y el joropo eran uno solo y entonces se perdían en la lejanía, en el aire fresco de la noche, en la risa escandalosa del Diablo.


ERA UN ROSTRO. SOMBRAS EN EL PATIO
La encontré muda sobre la silla. La mirada no sé en qué lugar del mundo. El rostro daba un blanco extraño. No podía hablar. Recuerdo que me vine  rápido de la bodega cuando vi que en el cielo se puso una sola escurana. La lluvia iba a ser fuerte.  Las hojas de los árboles parecían mariposas andando por las calles. Me acordé que la ropa  de trabajar estaba secándose en las cuerdas del patio.  Corrí. Tenía que llegar y recoger las camisas y pantalones que la mujer me había lavado en la mañana.
Menos mal que  Imargot, mi esposa, tuvo el tiempo suficiente para adelantarse y guardar todo, antes que el ventarrón se lo llevara. Eso pensé. Lo que no entendía era su palidez. Pronto comprendí que la mujer estaba asombrada. Parecía un temblador. No se quedaba quieta. Una fiebre espantosa le había  tomado el cuerpo. Como pude la llevé a la cama. Le di unas gotas de valeriana y unas tomas de manzanilla. Me abrazaba fuerte y lloraba, me tocaba como para comprobar que realmente estaba ahí. Al fin, dijo unas palabras. Es que desde la sala sentí que la lluvia vendría  tan descomunal como otras veces. Me llegué  hasta la puerta para saber si venías; pero todavía estabas  allá en la bodega de Don Casimiro Ramos. Entonces decidí salir al patio a  ayudarte  con la ropa. Ahí fue que la vi. Sí, estaba allí, era tu madre. Me miraba tristemente.
Tenía una expresión lejana y  melancólica. Se veía lenta, muy lenta, era como si toda la vida hubiese hecho lo mismo.  Como si pasara una y otra vez, pero estando en el mismo sitio. Si pudiera explicarte con palabras  lo que vieron mis ojos. Bueno, apenas terminó, puso la ropa sobre la mesa y  se perdió entre la lluvia. ¿Mi madre? No digas esas cosas. Ella está muerta. Sí, lo sé; pero era ella, yo no me he movido de aquí y mira  ese orden. Te dejó toda la ropa arreglaíta ahí. Tú sabes lo ordenada que siempre fue ella.
Efectivamente  no había ni una sola pieza en las cuerdas de alambre. Fui hasta la ventana que daba hacia los naranjales. Allá, aún andaba la imagen de mi madre perdida en la sombra negra  del patio. Imargot  acordó hacerle  una misa y prenderle unas velas a su alma. Yo cada día espero su presencia, su figura viniendo a mi casa.  A veces hablamos horas y mi esposa  hace el café para compartir la eternidad.      

     

Desde niño era fuerte y decidido para las faenas del campo

PALMAS Y MANDOLINOS. EL COMISARIO JORGE MENDOZA
Ya salimos de la escuela Miguel Palo Rico. Vamos corriendo por la calle la Pastora de Lagunitas y nos detenemos en la plaza Bolívar. Andamos por  sus mijaos,  mandolinos, caobas, castaños,  samanes negros y de jardín, merecures, apamates, maporas, palmas rosarios, reales y de sombrero.  Yo le digo a Genaro Pumás  que la plaza debería tener una placa con el nombre de Santiago Alvarado, pues una vez, con su propio dinero, dicen que compró una planta y le puso electricidad. La luz llegaba a las seis y se apagaba a las 9 de la noche. De pronto Almario nos grita: Miguelito, Genaro, Luisa, vamos a escondernos, porque allá viene el Comisario y  qué tal si le echamos un buen susto. Nos ocultamos rapidito. Genaro corre hacia los mandolinos, Almario se agazapa en los mijaos. Luisa y yo nos metemos en  una palma rosario. Allá lejos, aparece  la figura robusta del Comisario: Jorge Mendoza, viene con su sombrero redondo, sus alpargatas de goma,  lleva su pantalón arremangado hasta las pantorrillas. Dicen que El Comisario vino de Portuguesa, creo que de Turén. Uno le pregunta la edad y responde: la misma que tiene  Ingo. Entonces, hay que ir hasta donde Ingo Escalona y averiguar el año en que  nació y ella solo dice: Me dicen que en el 38,  aquí mandaba un tal López Contreras. Trae una carrucha de madera cargada de leña. Lleva zapatero, caoba, samán y amargoso.  La hizo el mismo, le puso en la parte delantera una rueda de palo cubierta con un pedazo de caucho grueso. Atrás usaba dos tablas inclinadas para que la leña no se le cayera.    Seguro le lleva  una carga a Violeta Montoya, otra a Doña Pola o va para El Callejón a dejarle un haz completico  a la señora Tita.
Nosotros le tenemos miedo al Comisario porque cuenta con armas súper secretas. Tiene una peinilla voladora eléctrica computarizada. Se puede programar para darle a fulano de tal catorce planazos en las nalgas o la espalda. Ella se va solita y lo busca, y entonces se descarga sin piedad. Nunca ha tenido problemas, salvo en una oportunidad que se le mandaron a dar a Migio diez planazos por irrespeto a la autoridad, y la peinilla casi se ubica en el lomo de Román Rivero. Ella misma corrigió la falla y agarró a Migio y cumplió con su tarea. También posee una cinta mágica, que es un equipo que se utiliza para grabar a todo sinvergüenza que hable mal del gobierno. El sombrero que usa el Comisario tiene instalado una red de comunicación que puede ponerse en contacto con los diferentes centros de operaciones nacionales e internacionales en pocos segundos.
Cuando se acerca por la esquina de la casa de Doña Isabel, todos le gritamos: ¡jorqueta! Se detiene, toma la goma,  saca piedras del bolsillo del pantalón y comienza a buscarnos entre la plaza. Como no ve a nadie nos dice: canillas de morrocoy, patas de gallito, ojos de chenchena paría, barriga e tanque, nalgas e chiricoca jugando dominó, orejas de escardilla, barriga e película, cachetes e caimán, pescuezo e bicicleta, manos de chigüire, boca e sombrero viejo, nariz de machete tres canales. 
Cada quien sale de su escondite como puede y se pierde por las casas. Yo  me voy caminandito como si nada. El Comisario me saluda y me dice que me vaya pa la casa. En esa plaza lo que hay es  una cuerda de vagos. Seguro mi comadre Juanita  debe estar esperándote. Acomodo mis cuadernos y pego una sola carrera desde la Caja de Agua hasta que mi madrina Martha. Allí me quedo callaíto y después   se aparece el Comisario diciendo que la policía  agarró en la plaza a unos vagos que estaban poniéndole sobrenombre  a la gente.



Estos cuentos fueron tomados del libro: Escenas Narratoriales de Lagunitas. Ahora te llamarás septiembre. Obra de Duglas Moreno. Edición del autor en San Carlos, Cojedes,  2017- 

El Muerto de La Ceiba y otros Cuentos de Lagunitas. Duglas Moreno



La hacienda de Los Moreno abarcaba más de cien leguas 
y todo tenía su marca.



LA CULEBRA DE COROCITO. EL FUNDO DE DON ULTERIO BERTAR

Esta historia de Choco,  me la refirió, José Soteldo, 
Pichito el muchacho.

Uno de los fundos de Don  Ulterio Bertar quedaba metío por los laos de Santoyero. Cuando se pasaba el pueblo de Lagunitas, venía La Batea, Las Guardias y después, cerca del río Corocito,  aparecía la tierra de los bertares. Don Ulterio, no  es por nada, era el más apretao de esos bellacos. Trabajar con él, era como ser un esclavo. Siempre había algo que hacer. Costaba echar un cuentico después de la comida. Sin embargo, uno se iba acostumbrando  a esos maltratos. Las faenas, a que Don Ulterio,  eran largas. Yo siempre he pensao que el que tiene plata como que le dan más ganas de regañá a la gente.  Siempre recuerdo que ñerito Román nos decía: los reales dan para todo, hasta pa gritá más que los demás. El que no tiene plata, se conoce a legua, pues anda callaíto.
Un día terminamos temprano la jerradera y de capá unos cuantos bichos. Don Ulterio, se acercó a los corrales y nos llamó a todos y nos dijo: Mañana llegan más temprano. Creo que vamos a terminar tarde, nos quedan los toros que vienen de El Barbasco y  de Piedras Negras y esos animales se ven mañosos y creo que va a costar mucho ponerles el jierro. No se dejen agarrar con el sol. Todos nos fuimos. La mayoría de los peones vivían en la finca y yo en Lagunitas. Agarré la bestia y me vine pa la casa. 
Ese otro día arranqué temprano. Cuando pasé por Santoyero ni los gallos habían cantao. Pensé: a lo mejor llego y los muchachos están toavía acurrucaos en sus chinchorros. Cuando me faltaba poquito pa encontrame con el río, siento que las ramas y bejucos del camino se venían como apartando.  Como acostándose en el suelo.  El caballo se paró bruscamente y relinchó como loco y quería como regresarse patrás. Le metí unos talonazos duro…y qué va. Era que a  unos cuantos metros  de nosotros, iba atravesando el camino una tremenda culebra de agua. Primero pasó la cabeza, grande la muérgana, y después dijo a pasar el cuerpo. Yo creo que eran cerquitica de las seis de la mañana. Le metí los frenos al caballo y digo a esperar a que pasara la culebra.  Bueno chico, salió el sol y yo ahí. Sin mentira ninguna, todavía estaba pasando la culebra. Como a las 10 seguía esperando todavía. Y la culebra pasando.  Cerca de las 12, dije, pero bueno y qué es esto. Me paré en la silla del caballo y miré río abajo, hacia donde se pierde Corocito y le vi la cabeza a la culebra, allá a los lejos, tumbando los barotales. Chico, y miro hacia los lados de Mata de Agua, donde venía el rabo de la culebra, y todavía se veían los montes cayendo pa bajo. Era como si viniera un ventarrón tumbándolo todo. Me cansé  de esperar y me regresé pal rancho.
En la tardecita llegó el viejo Bertar  a la casa y que reclamándome la flojera. Flojo no, le respondí. Mire una culebra de agua, comenzó a cruzar el camino como a las 5 de la mañana y eran las tres de la tarde y todavía seguía  pasando; entonces yo me vine. Le salió una sonrisa del rostro y se quitó el sombrero. Sé que no me creyó y le dije vamos allá,  pa que vea el pelao que dejó ese animal. Cuando llegamos al sitio, a Don Ulterio se le salieron los ojos. Por primera vez, carajo, vi que el patrón  pegaba unas oraciones a los santos del cielo. Alabado sea Dios, dijo y se hizo la señal de la santa cruz. Es que no era para menos; había un tallao en la tierra como de unos  100 metros de ancho y 50 de profundidad. Menos mal que la culebra había dejao, en las ramas de los árboles, unos pedazos de la concha del espinzazo; porque si no el viejo Ulterio, no me hubiese creído y  a lo mejor, hasta me bota del trabajo. Recuerdo que Don Ulterio me dijo: Vámonos de aquí. Y nos fuimos. La culebra siguió pasando. Yo más nunca he ido pa esa finca. Pero me dicen los compadres míos que todavía esa culebra y que está pasando.  


Imagen en el archivo de Nayendi Marbet Vegas Contreras

HAMBRE Y HAZAÑAS. LA AVIONETA DEL CAPITÁN VERGARA
Reescribiendo a Sinforoso  Rivero
Para Lucas Rivero

¡Carajo mire! cuando el hambre ataca a una persona,  de ésta se puede esperar cualquier cosa. Un hombre con ganas de comé, puede recorré miles de leguas de camino, rejendé monte, cruzá ríos y montañas y hasta arriesgá la propia vida.  Esto último lo digo por mí. Un día yo cometí una loquetera que a veces cuando me pongo a recordarla entiendo por qué la gente dice: el hambre tiene cara de perro. Resulta que yo me fui pa las montañas de Arrecifral  de ayudante de fumigaciones. Yo lo que hacía era montá las pailas de veneno en la avioneta, bueno y después tenía que bajarlas cuando quedaban vacías. La avioneta tenía un rinconcito cerca del asiento del piloto y yo me quedaba quietico allí, mientras se hacían las fumigaciones. Yo veía todo lo que hacía el capitán Angelino Vergara. La llave pa prendé se pasaba tres veces, pero hacia atrás. La palanca azul hacía mover las hélices a más velocidad. Un botón rojo se apretaba y comenzaba a rodar. Una palanca negra se tiraba palante y comenzaba ese aparato a subí. Esa misma palanca servía pa agarrá pa la derecha o pa la izquierda. Cuando se iba a atarrizá el capitán Angelino, tomaba, con las dos manos, la palanca negra. Los frenos estaban abajo del asiento. Solo había que irlos pisando poco a poco. Yo me fui aprendiendo todo, pero callaíto. No era que pensaba en ser piloto, sino  que yo siempre he sido  bastante curioso. Todo me lo aprendí en un solo día. Y yo nunca fui a la escuela, apenas sé la o por lo redondo. 
El  capitán Angelino era de Altagracia de Orituco. Un día, mientras volábamos las parcelas del Canal Piloto, por allá por Los Naranjos, cerca de Turén Viejo,  le dije que: ¿dónde tenía la tripa del ombligo enterrá? Se lanzó una risotada y soltó: soy gracitano. Barajo el tiro,  no entiendo na, respondí yo. Ahí fue que me explicó: Mire Don Escolástico, nací en Altagracia de Orituco, estado Guárico, y a los que son de allá, le dicen gracitanos. Si eso es así, dije yo,  entonces  la gracia mía viene de Lagunitas. Me crié por los  lados del Barbasco.   
Una vez teníamos que fumigar como treinta parcelas. Eso era trabajo como pa un mes más o menos. Compramos bastimento pa todo ese tiempo, pero  al capitán Vergara se le antojó jacé una fiestica entre sus amigos. Puros pilotos de Caracas, Valencia y San Carlos. Andaban con ellos unas mujeres bien  bonitas, que yo no sé si eran pilotas, lo cierto es que eran unas catirotas.  Esa reunión  dejó la comía poquitica y la parranda siguió. Se fueron todos a las fiestas patronales de Santa Cruz. Eso fue un día domingo y ya para el miércoles no había na en el fogón. El jueves lo que le metí al estómago fue puro chimó y un poquito de  café  que me quedaba, bueno, borra de café. El viernes ya tenía el ojo blanco. Cuando amaneció el sábado, yo pensé; si el capitán Angelino no se aparece por aquí pal medio día, voy a agarrá esa avioneta y me voy a comprá comía pa Santa Cruz. Llegaron las doce y nada. Bueno, yo sé que un día me voy a  morir, naide nace pa semilla, pero hoy de hambre no será. Agarré las llaves de la avioneta, la prendí y me arranqué. 
Mientras estaba en el rinconcito que les comenté, yo decía pa mis adentros: manejá un avión es como cargá una carretilla. Tú solo debes controlar la puntica del aparato. Y ese día comprobé que eso que yo pensaba era cierto. Al principio me costó un poquito. Pero después que estaba en el aire eso fue una papayita. Apenas tomé vuelo me dieron ganas de pasar por Lagunitas, solo pa echarle un susto a la gente; pero el hambre me tenía apretao y apurao. Yo les voy a decir algo, miren, los pueblos desde el aire se miran es cerquita. Por ejemplo, Lagunitas se vé casi pegaíta a El Amparo. Yo sé que a lo mejor  no me creen, pero es así. A mí me parece que desde el cielo los caseríos  se van amorochando como por obra de Dios. Y mientras más uno sube, más se juntan. Bueno, en un ratiquito llegué a Santa Cruz. Como había un terreno grandote detrás de la iglesia, allí atarricé. La gente en las calles corría desesperada viendo pal cielo. Con el viento de la avioneta algunos techos de las casas  desaparecieron. No me había bajao completo de la avioneta cuando noté, entre la multitud, que ya me tenía rodeao, al  capitán Vergara. Me hizo miles de  preguntas: ¿Cómo logró pilotear hasta aquí? ¿Dónde aprendió? ¿Cómo supo que estaba en Santa Cruz? ¿Es que acaso quería matarse? ¿Quién le dio permiso para agarrar la avioneta? ¿Por qué hizo esto? Le respondí una sola pregunta, la última. Lo hice porque ya me estaba matando el hambre. ¿Casi una semana sin comé le parece poco? Además, lo que vine fue a comprá un poco de comía y ya me voy. Me metí la llave en el bolsillo y salí. Escuché cuando rezongó molesto: esta avioneta no se mueve de aquí.
Llegué  a una bodega, compré lo que necesitaba y ahí mismo me regresé. El capitán Angelino, estaba como un policía mal encarado, al lado de la avioneta. Solo le dije: yo traje esa bicha pacá y en ella me regreso otra vez. Eso era yo hablando esas palabras y arrancando. En la tardecita llegó el capitán Vergara al  fundo donde estábamos. Se me acercó al chinchorro y me dijo: Don Escolástico, yo debería botarlo ya, y darle su arreglo ahorita mismo; pero tenemos varios años trabajando y yo le tengo aprecio. Además, lo que Ud. hizo hoy es una hazaña increíble, algo nunca visto, por eso no lo boto. Le di las gracias y desde ese día, casi siempre, soy yo  el que hace las fumigaciones y la gente cree que es el capitán Vergara el que maneja la avioneta.



EL MUERTO DE LA CEIBA. LA GRAN OSCURIDAD
Me lo contó Juan Olivo

A Miguel Peña, cuando tenía como 15 años, le salió un muerto en el Callejón. Él venía del pueblo. De pronto escuchó un ruido. Se puso a buscar el ruido y vio a un hombre que estaba esramonando una ceiba. Era un hombre extraño, nunca visto, que estaba picando el palo. En ese momento vio que el hombre picó un bejuco  y  se vino cayendo pa bajo. Como él iba pasando, le cayó exactamente en la parrilla de la bicicleta. Ahí mismo se le apareció una gran oscuridad. Pedaleaba y pedaleaba y le parecía que estaba en el mismo sitio. Eso y que era un peso muy grande. Era como si arrastrara una rola e caoba.  En los copos de la  ceiba se oía como un ventarrón. Las ramas traqueaban como si se fueran a reventá toiticas. El siguió su camino y cuando estaba llegando a la casa, ahí fue que sintió que el muerto se bajó de la bicicleta.  El espanto  que se baja y él que se cae al suelo desmayao. La familia tuvo que ayudarlo,  estaba asombrado. Parecía un papel,  de lo blanco que estaba.
Ese muerto tenía nombre de palo, le decían la Ceiba. Salía de varias formas. Una vez era un hombre picando ramas, otra se convertía en una cochina con miles de cochinitos y a veces era una gallina negra con bastantes pollitos. Otras veces se ponía como un perro a caminar y latir en la sombra de los palos. Las huellas que  iba dejando el perro, eran como  brasas de candela.  Lo cierto es que la gente salía poco de noche, pues tenían miedo. Cada vez que echo este cuento, me corre una cosa fría por la boca del estómago,  me espeluco y el color de la cara como que se me va, no sé pa donde.  Mire,  mis padres me enseñaron que las cosas del demonio hay que tratarlas desde lejito.

QUIBI. CHUCHO
Imaginemos  que vamos llegando de un río. Ya saben que  en Lagunitas hay varios; pero tendría que ser de Caño de Agua o  de Camoruco. Solo pensemos que regresamos quemaítos del sol. Y Quibi, está corriendo por los mangos y los naranjales del patio. Por las guafas de la casa sale un jumito sabroso. Es mi madrina Boni que seguramente ya ha terminado de aliñar los quinchonchos con cilantro e monte y saca  bollos ardientes de mai pelao de las brasas  del fogón. Cuando los sirve con guarapo son una delicia.  Quibi ya  tiene los caminos limpiacitos en la tierra sombría. Los carros de madera y potes de leche, pasan a toda velocidad. Mi madrina no lo deja nunca ir a nada. Con los años hemos comprendido que era para protegerlo. Lo quería tanto que saberlo perdido por aquellos andurriales, era un peligro que jamás quiso que él corriera. Bueno, llegamos del río y ya  he pensado en las bromas de siempre. No hay una vez que no nos pregunte por cosas y yo no le salga con cualquier historia.
Chucho,  el hermano mayor de Quibiquito, me mira fuerte. El rostro dice: oigan; pero no le crean nada. Es falso todo. Quibi, salta de alegría cuando nos ve.  Seguro estamos que preguntará por las aguas de los pozos. Dirá  si hemos conseguidos uvitas en la corriente y que si mañana vamos otra vez. Que si la carná alcanzó. Quizás pregunte si nos comimos los dulces de Doña Guzmán o cuántas palometas sacaron entre Micaela y María Colmenárez. Que si nos vinimos a patica o nos dio la cola Adelaido Natera en su camión.  De repente nos muestra  unas medias llenas de metras. Picamos un rayo. Cada quien pa su sardina. Pasamos un rato jugando, pero yo ando con la broma del embuste en la punta de la lengua.  No aguanto más y le lanzo: Quibi,  ya tengo un nuevo trabajo, pero es en San Carlos. No es mucha cosa, pero ayuda en algo. Quibi dice que no importa. Chucho, respira profundo y me mira. Yo le digo que es en las madrugadas, de 3 a 5 de la mañana. Es en una fábrica de hielo. Trabajamos casi desnudos, solo un pedazo de  plástico nos cubre el cuerpo. Chucho, sigue mirando de reojo. El hielo, le digo yo, lo traemos del depósito, son como 200 metros de recorrido, y lo dejamos en la cava. Los cachetes se le ponen a uno rojito.  Las orejas y las manos se duermen. Uno tiene que trabajar descalzo.  
Quibi, me  dice que es mejor que el que tenía. Y es verdad, mi última faena había sido colocarle los números grandotes a las rolas. Yo le decía: mira Quibi, me dan una marusa de tiza y ando como los monos en los árboles. Yo soy  Tarzán, sólo que cuando tengo que chuquear jabillos, lo pienso mil veces. ¿Jabillos? Naguará. ¿Y cómo haces con las espinas? Yo le digo  que trabajo es trabajo. A veces estoy en los copitos, marcando con la tiza, y los del winche gritan: ¡Cuidao! Entonces, yo me vengo volando como un pájaro pabajo y me lanzo por encima de los troncos. Me doy mis trancazos; pero el sábado cuando cobro, no me duele naíta y no me acuerdo de un cipote. Siempre me guindo de alguna rama y caigo paraíto.  Cada vez que pasa un camión rolero, Quibi se acuerda de mí. Al final, Chucho, se pierde con su goma,  por la laguna de María Félix, a cazar pájaros; entonces yo  me quedo con Quibi,  hablando y jugando hasta que mi madrina Boni nos llama, en la tardecita, para comer. Ahora sé que mis embustes nos hacían felices y que  Quibi, no los creía, sólo era para reírnos después, tal como lo hacemos hoy, viejos ya.
llanerid

Estos cuentos fueron tomados del libro: Escenas Narratoriales de Lagunitas. Ahora te llamarás septiembre. Obra de Duglas Moreno. Edición del autor en San Carlos, Cojedes,  2017- 

.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Cuentos fantásticos del Llano (9). La Burdega Voladora (cuento y audio)

Casa llanera. Imagen en el archivo de Samuel Omar Sánchez

LA BURDEGA VOLADORA (Jesús Alvizu)
No frecuento los velorios de difuntos, (de vaina los de familia) ni sus respectivos rezos porque adoro dormir en paz, ya que luego de estos velatorios me pongo a ver cosas donde no las hay, esperando un no sé qué  de no sé dónde, el difunto se asoma en mi mente antes, durante y después de soñar; y vaya que espeluca el cuerpo. Los velorios de santos son un poco más pasables porque de velorio no tienen nada, solo el nombre.  En una de esas vueltas de la vida, me encontraba de visita familiar en Lagunitas, pueblito llanero y  cálido del estado Cojedes; un primo, de esos que son medio vegueros, me invita a un velorio de alguien que alguna vez creo haber visto, y era tanto el aburrimiento que tenía en aquel momento, que no me había dicho y ya me estaba parando; en ese momento era hasta capaz de contar los granos de arroz que pudiera cargar una gandola.

Amarrar la carga a una bestia no es fácil, menos aún si vuela. Archivo de Tulio Torres. 

No pregunté dónde era la cuestión, solo busqué una bicicleta y emprendimos el recorrido. Ya en las reparteras, sí le empecé a pedir datos del difunto, en este caso difunta; ¿quiénes estarían allá?, ¿quién le avisó?, ¿hasta qué hora estaríamos?, etc. Entre las respuestas pobres que me daba, noto que la luz abandonaba el camino y nos encontrábamos en una vía bastante oscura, donde reinaba la luz de luna, y en mi primo de piel morena solo destacaba el color de sus prendas blancas. Las casitas, bien distante una de la otra dejaron de aparecer, siendo reemplazadas por un montarascal que nos ganaba en tamaño y que producía un sonido gracias al viento sabanero que, para el momento no era muy grato.
La cultura llanera se basa, al igual que este cacho,  en la exageración de formas y tamaños
 Imágenes tomadas del archivo de Julio César Arenas Bravo. 

El asfalto se acaba, comienza el camino de tierra. Se aproxima una curva y se dibuja a la vista una pequeña capilla que de día debe ser preciosa, pero esa noche a mi parecer, estaba en el lugar equivocado y la construyeron justo allí con la intención más intimidante. Mi mente para ese momento solo pensaba en el retorno, y me hacía una de las preguntas más reflexivas que se le ocurre al ser humano en estas ocasiones ¿quién me mandó a mí para acá? El regreso me preocupaba; poco después de dejar la curva por fin llegamos, había mucha gente, esparcida por todo el ancho patio, pero nosotros nos detuvimos en el primer grupo cerca del alambrado.  
Eran los muchachos de la cuadra, muchas caras conocidas, luego de dejar mi bicicleta en un línea de estacionamiento improvisada, donde un par de ellas inicia en triángulo una apoyada de la otra, para sostener las demás en ambos lados, me integro al grupo y mi primo se va a ver a la muerta, acto casi protocolar, es como decir: “si no la ves, no estuviste”. En estas reuniones donde proliferan las risas, los llantos, la tristeza por el occiso y también la alegría por los cigarros, pasapalos y chocolate gratis (este último para manifestar la célebre e infaltable frase “soplarle la taza”) se convierten en el lugar adecuado para echar cuentos, se trate o no del difunto, destacando la participación de afamados borrachos, cuenteros o charleros de la zona.
En el grupo donde me encontraba estaba uno de los padrotes, de nombre Mateo, muchacho este bonachón, veguerito, jocoso, buena vaina, conversador pero muy flojo, alérgico al trabajo,  dormilón y perezoso. Llevaba la vida de la forma más relajada que habitante alguno de este planeta podría hacerlo, esperaba despertar al día siguiente para saber qué haría, qué comería o a dónde iría. Su esposa de apodo “Matea” tenía una personalidad casi idéntica, viven en una humilde casa, no tienen casi corotos, pero si un gran equipo de sonido, tienen unos animalitos y mucha alegría que siempre muestran con tímidas sonrisas. Tenía rato esperando oír una de sus increíbles aventuras, hasta que al fin comienza uno de sus cuentos, mis oídos se sentaron y se pusieron cómodos.
Cuenta Mateo que un día a golpe de mediodía que es cuando se para, decide ir de caza puesto que el bastimento hogareño de tres días se le agotó, era tranquilo con la comida ya que como él decía: “aquí tengo de todo no tengo que comprar casi nada”; si quería tajadas cerca habían platanales, si quería comer carne a cazar para el monte, si quería pescado frito a pescar al río, si quería hervido se mata una gallina y para el jugo al frente había limón, mango y naranjas por la calle de atrás. Contaba con una escopeta que según el se consiguió una noche en un circo de esos que van al pueblo una vez al año, al momento que le cambiaba el agua al canario en una oscurana, la llamaba “cuatro en boca”. Tenía una burdega o burdégano como la llaman otros, que es el híbrido que resulta del cruce de un caballo y una burra, la llamó Brigni Espir, supuestamente se la regaló un coreano que andaba de paso en una ocasión y cargaba una mula preñada en un trailer  pariéndole ahí mismo; como no podía encargarse de la nueva cría, se la cambió por un vaso de agua luego de pasar frente a su casa y verlo descansando a la sombra de un mango.
Buscó su morral de blue jean metió municiones, un cuchillo, la “cuatro en boca” desarmada, la guerrera, media carterita de chimeneao, una tijera, un cepillo, linterna, una cajeta de chimo, un machete tres canales, un chinchorro, paja para Brigni Spir, un mecate y una revista de Condorito y el celular; sin contar las cosas que están en los bolsillos pequeños que nunca las saca. Se pone su pelo e’ guama y toma rumbo a la sabana, con antojos de comer algo que vuele, muy positivo va cantando unos versos de su inspiración:
Me voy con Brigni a cazar
para jayar la comía
que me rinda la captura
para jartar noche y día
            Después de casi una hora llega a una laguna donde por la tardecita abundan tantas aves, que no se ve el monte; corocoros, güirirís, garzas llaneras, garzones entre otras, son solo algunas de las especies que se pasean por las orillas.  Como llegó temprano se paró bajo un buen árbol, amarró a Brigni le puso su paja, se colocó la guerrera, preparó la “cuatro en boca”, cargó el morral más liviano a la espalda, se llenó los bolsillos de municiones, se echó un palo de chimeneao y luego se empella una buena mascá e’ chimó.
Se improvisó una buena trinchera donde no pegara el sol ni hubiera cueva de bachacos para cazar güiro sin molestias, se puso a ojear la revista de Condorito mientras tanto; pasó un rato y al alzar la vista lo que veía era comida como para un año. Sigilosamente, como culebra con hambre, rampó  hasta llegar lo más cerca posible de las presas, al ver tantas alas juntas, optó por cargar la escopeta con unos cartuchos gringos que le regaló un musiú que se dedicaba a la caza, estando bien  prendío un 24 de Diciembre. Este le dijo que eran municiones muy potentes, los cartuchos poseían cincuenta balines explosivos.
Apunta a donde sea, porque a donde sea hay a que pegarle, dispara la primera vez, sube la punta de la escopeta rápidamente y hace un segundo disparo a las aves que alzaban vuelo. Se escuchó como si fueran disparado cien hombres a la vez. Le encimó una cobija de aves a la orilla de la laguna, aquello era increíble, sus ojos no creían tanta efectividad. Mató a más de doscientas aves con apenas dos disparos, sacó la carterita y celebró con un buen guamazo. Amarró todas las aves con el mecate que traía, algunas estaban atolondradas otras heridas, ninguna muerta; trajo a Brigni Spir y amarró las aves a la enjalma, emprendió el rumbo muy feliz hacia el rancho. A mitad de camino le suena el celular, se detiene, atiende y escucha la voz de Matea, pero con interferencia, se baja de la burdega y se dirige a un árbol en busca de buena señal, se encarama y allí la consigue. Todo ese rato ignoró los animales, termina, se baja del palo y al levantar la mirada observa como las aves ya recuperadas, alzan el vuelo llevándose la burdega en peso, Mateo corre desesperado como guepardo tras su presa, se acerca y Brigni Spir más se eleva, en el último segundo, último instante, da un salto de película y logra agarrar un estribo en el aire, esto hizo bajar un poco la carga, pero no fue suficiente para tocar tierra.
Las aves, sobre todos los garzones volaban con todas sus fuerzas, se notaba que les costaba, pero igual seguían subiendo; Mateo no dejaba de gritar y ver con aterrado asombro toda la llanura bajo sus pies, primera vez que volaba; con la mano libre sujetaba con fuerza su pelo e’ guama. Al rato se da cuenta que se aproxima al pueblo, va pasando tejados, árboles y patios hasta que distingue su casa, pasa justo por encima, pero a mucha altura, se cansó de pegar gritos pero que va, Matea no le escuchó. Cuando ya perdía las fuerzas y luego de volar por espacio de media hora, nota que se aproxima la copa de un samán, inevitablemente chocarían con él mismo, y así fue. Después del impacto, Mateo queda aferrado a una gran rama y Brigni Spir queda enredada en otra poniéndole fin al vuelo; aprovechando la situación Mateo saca el machete y se dirige a liberar la burdega que era lo que más le preocupaba, corta el mecate quedando libre el asustado animal. El ingenio lo aconseja y saca el chinchorro para hacerle un paracaídas a la bestia, lo arma y la arroja a tierra donde cae sana y salva sin el más mínimo rasguño.
Quedándose en la copa, se niega a renunciar a su más grande captura, así que se acerca a las aves y con las tijeras le corta a cada una las plumas de un ala para evitar que vuelen, las dejó como loro sin jaula. Acto seguido baja con suma cautela valiéndose a veces en el peso de sus presas, una que otra le dificulta la tarea quedando atrapadas entre las ramas, pero al final logró bajar, con uno que otro rasponcito y dejando una alfombra vario pinta  entre hojas y plumas a los pies del imponente árbol, cabe destacar que algunas aves lograron librarse pero casi no se notaba la diferencia. Recogió su chinchorro, volvió a amarrar las aves a la enjalma, se echa un palo para pasar el susto y otra pellita e’ chimo para que lo acompañe un ratito. Ya casi anochece, emprende su retorno con gran felicidad, pero no tenía tanto apuro porque las amables aves lo dejaron más cerca de su casa. 
Gracias al charlero Mateo, retorné tranquilo y a carcajadas al salir del velorio. 

Esta obra es ganadora del I Concurso de Reescritura Libre UNELLEZ- San Carlos (2009), en homenaje a Ramón Villegas Izquiel. Fue publicada en el libro: 100 CACHOS: ANTOLOGÍA DE LA NARRATIVA  FANTÁSTICA ORAL DE COJEDES (Isaías Medina López; 2013) San Carlos: UNELLEZ-VIPI.
Alvizu es un joven poeta, nacido en San Carlos, el 19 de noviembre de 1985, y egresó como licenciado en la Mención Castellano y Literatura de la UNELLEZ- San Carlos. 

Disfrute del siguiente joropo fantástico: 


LA HERENCIA DE PUÑO E´ DIENTES
(Rafael Pérez)