Imagen en el archivo de Ofelia Rodríguez Pérez
LA
VIUDA
Llanos de Guárico, zona ganadera y fama de
ser cuna de muchos hombres valerosos, que se batían a duelo por cualquier
disputa familiar, por eso las familias no se acobardaban fácilmente ante la
presencia de montoneras, tan comunes y corrientes al final del siglo XIX y
principios de este siglo XX. En una agradable casa, rodeadas de muchos árboles
vive la señora Gumersinda con su hija Rosalinda, de belleza incomparada, pero
marcada por el designio de la fatalidad, pasan los años, y llega al pueblo el
“Sombrero” un arriero comerciante, de nombre Joaquín, monta su negocio, se enamora
perdidamente de Rosalinda logra que lo acepte como su novio, la suerte le
cambiaría a la familia totalmente. Al cabo de poco tiempo se realizó la boda,
semanalmente el hombre viaja cargando mercancía en sus arreos, gana bien, solo
pensaba en su bella mujer y en la familia que formarían; por causas aún
desconocidas el hombre se desprendió con las mulas por un precipicio, dos días
después Rosalinda, recibe la noticia de la muerte de su esposo, casi
enloqueció, desde ahí la ven caminando calle arriba, calle abajo, vestida con
un traje negro de manga larga y de escote cerrado, el negocio se viene a la
quiebra, perdió el brillo de sus ojos, se le ve como la propia Ánima Sola, la
gente le empezó a llamar “La Viuda Solitaria”, su pelo le cayó la nieve del tiempo,
nadie se explica cómo sucedió, es una mujer de unos treinta años de edad
aproximadamente, el otro cambio, está muy delgada, parecía un cabo de vela,
cuando de la noche a la mañana misteriosamente se esfumó, la buscan por todos
lados y no dan con su paradero. Muchos de los lugareños, a la medianoche la ven
recorrer las calles, el miedo se apodera, pero siempre hay un guapo, un día
martes después de disfrutar una farra, viene Ramón Machado, hombre de pelo en
pecho, no le falta un puñal acomodado en la cintura, muchos le dicen que tenga
cuidado con la “Viuda”, como buen llanero se echa a reír y decía: -No
compañeros, esa “viudita de la noche”, lo que le falta es que Ramón la saque a
bailar y la hamaquee. Va llegando a la plazoleta, cuando ve la figura de una
mujer, se pregunta: -¿Quién será, a estas horas y sola, bueno ese plato es mío?
El aire se pone algo languideciente, le cuesta para respirar, la noche se
detiene y el hombre no le para, el reflejo de la luna muestra una mujer de buen
cuerpo, vestida de medio luto, se recuerda de los comentarios, se lleva la mano
a la cintura, toca el puñal por si acaso. Están frente a frente y sacando
fuerza le dice: -¿Buenas noches, señora, tan sola por aquí? Se corre el velo
que le tapa su rostro y con un sonrisa. Le responde: -¿Vengo por ti Ramón, no
me invitaste a bailar, un buen zapateo , demuéstralo ahora? La mujer se pone
desgarbada, su pelo es blanco, sus manos son huesudas y entre risas. Exclama:
-¡Vamos a bailar! Suenan los bordones del arpa al compás de un buen joropo, las
maracas retrucan, el cuatro le pone fuego. Lo abraza, Ramón está paralizado, le
falta la respiración, trata de soltarse y más lo estrecha contra su cuerpo, su
compañera de baile esta helada, se le va la vida; se recuerda de los consejos
de su madre, y eleva una plegaria al cielo, rezando entre balbuceos un Padre
Nuestro, desfalleciendo pega un grito…la mujer confundida lo suelta y salió
como un loco de carretera, cae frente a su casa. En la mañana lo encuentran
delirando que “la viuda” lo asombro. Desde ahí el hombre no salió más a
parrandear, de recuerdo le quedo unos arañazos en su cuerpo para siempre que al
pensar en ella, palidece como un fantasma.
LA
PROCESIÓN DE LAS ÁNIMAS
En este modernismo donde en vez de carretas
tiradas por burros o caballos, en las calles empedradas de Acarigua, ahora son
motos rodando por el asfalto y busetas con ensordecedores volúmenes de una
canción atormentando a los pasajeros, son los nuevos fantasmas recorriendo las
diferentes veredas, sin olvidar la Procesión de las Ánimas, las cuales salen en
busca de alguien para darle su buen susto. Un día cualquiera, del año 1985,
están celebrando en un conocido club, el cumpleaños de María Marcolina, la
carne asada y demás delicadeces están por doquier, la familia Hernández, se esmera
en la buena atención para los invitados, el motivo la cumpleañera es la niña de
los ojos de sus padres. Se encuentran: José, Arquímedes, Wilson y Paul, todos
amigos desde hace mucho tiempo, estudian 5to año, son jóvenes de diecisiete
años de edad, y jugadores de maquinitas…no faltan a ninguna fiesta, son como el
arroz blanco… después de salir de clases se ponen de acuerdo, a las siete de la
noche se encuentran, llevan puestos sus mejores atuendos y dice Paul: -Bueno
compañeros, esta noche vamos a comer y a disfrutar. Todos se ríen. Al llegar al
club, se sorprenden por el ambiente, felicitan a la cumpleañera, bailan hasta
decir…igualmente han comido carne asada con yuca, en cada ronda que traen los
mesoneros lo pescan, han disfrutado de lo lindo, cuando deciden retirarse, se
despiden de la familia. Vienen caminando, por esas calles, van alegres porque
disfrutaron hasta el cansancio. Llegan a una placita que se encuentra ubicada
detrás de la Iglesia San Miguel Arcángel en Acarigua, inicialmente conocida primero
como Plaza de la Corteza y posteriormente ahora es Plaza la Burrita, ya que se
visualiza a una señora junto a un niño y una burrita. Descansan un rato y
comenta José: -Casi me quedo a dormir aquí, hay una tranquilidad. El reloj de
la iglesia suena para anunciar, son las tres de la mañana. -Bueno compañeros,
ya amanece, es viernes y mañana no tenemos clases, además miren llevamos un
buen pedazo de carne asada y torta. Exclama Wilson. La brisa trae unos
murmullos de voces… Pregunta Paul: -¿Amigos, son rezos, pero a estas horas y
quiénes serán? A lo lejos ven aparecer por la calle un grupo de personas todas
vestidas de blanco, van llevando un ataúd, en brazos de amigos y cada uno
llevan en sus manos unas velas encendidas, viene delante una mujer guiándolo y
rezando un rosario. Los amigos están algo incrédulos, un leve frío les recorre
desde la planta de los pies hasta la nuca… -¿Qué raro un entierro a estas horas
y esa gente así vestida? Dice José. Pasan frente a la Plaza, los muchachos se
persignan y oyen como un zumbido en los tímpanos de sus orejas esa letanía y
escuchan decir a la guía: -Qué descanse en paz el cuerpo de José-. A un solo
compás de voces responden: -Qué brille para él, la luz perpetua-. Sorpresa se
llevan, ven que todos los acompañantes; sus cuerpos son traslucidos…y dice
asustado Wilson: -Es la Procesión del entierro de las Ánimas, ¡Dios socórrenos!
El papel blanco, es el reflejo de sus rostros, sudan de miedo, un olor a flores
de difuntos impregna el ambiente, la procesión sigue su camino… Quedan como
bachacos sin antenas, y grita Arquímedes: -Vámonos, no quiero ver más a esa
procesión. Se les ven corriendo por las veredas, llegando con las lenguas casi
de corbata a sus casas, en sus rostros tienen la cruz del miedo por esa
aparición que los asombraron en la Plaza la Burrita
DON PELOYO
Cuando el Llano era Llano, los llaneros en
lomos de sus briosos caballos se dirigían a sus faena y las estrellas con su
titilar en el firmamento eran la luz de los caminantes. José Gregorio Herrera
conocido como “Don Peloyo” para ese tiempo es el encargado del Hato “La
Catalda”. Son las diez de la noche sale de la casona y se dirige hacia el
potrero, abre la puerta de tranca y ensilla su caballo favorito uno de color
ruano, esta con su inseparable sombrero pelo e guama y su liquilique, toma
camino hacia el morichal va a revisar un ganado que está en otros corrales,
lleva un buen trecho recorrido cuando en la soledad de la llanura, oye un berrido demasiado feo es un llanto
jamás escuchado por él, ve para todos los lados y está solo…vuelve a oírlo más
fuerte ahora siente miedo…, se arma de valor y sale a todo galope en su caballo
que también está asustado, al cabo de
una hora se da cuenta que esta extraviado, no se acuerda del camino; ha perdido
por completo el sentido de orientación. Conocía cada sendero de esa sabana como
la palma de su mano, pero esta vez no sabía dónde está. Como buen baquiano de los
misterios del Llano llega donde hay un molino, se baja de su caballo, se
persigna agarra la cobija y la tiende en el suelo; acostándose boca abajo sobre
ella ha pasado más de dos horas cuando se levanta ya ha recobrado el sentido de
orientación. Oye el canto de los gallos de las casas cercanas a la finca, son
las cinco de la mañana esta incrédulo porque jura que recorrió muchas leguas
sobre su caballo y se da cuenta que está cerca de la finca ha estado dando
vuelta en círculo, regresa todo extrañado, al llegar lo ven los obreros que
salen a la faena y lo detiene, aun “Peloyo” anda un poco tembloroso se baja de
su bestia y le cuenta lo sucedido, ahí uno de los muchacho le comenta no compa
a mi tío Ramón le paso algo peor, salió a cazar y se perdió por esos montes por
espacio de cinco días y cuando reacciono estaba dando vuelta en círculos, dice
la gente que son los guardianes de la sabana que los hacen extraviar y más bien
de gracias a Dios porque otros jamás se les ha encontrado y que sus almas en
las negras noches se les ve recorriendo esos montes como ánimas en penas
buscado a otros seres para llevárselos y así aligerar sus sufrimientos y poder
salir de purgatorio donde se encuentra . Desde ese momento “Peloyo” juro no
salir para esos sitio solo y tampoco olvido su cajita de chimo que es contra
para eso espantos.
LOS
FANTASMAS EN HATO BARANDA
Siguiendo con los relatos que suceden en cada
sitio de las inmensas tierras del estado Cojedes, como son las apariciones en
las carreteras o las muertes por arrollamientos y de ahí surge el inicio de los
misterios, la idiosincrasia del venezolano nos identifica con el rescate de las
historia como esta. El sitio conocido como Puente Onoto, antes de llegar a la
población de Apartadero en el estado Cojedes, se encuentra el Hato Baranda,
para el año 2.010, llega a trabajar Carlos Lloverá Contreras conocido con el
apodo “El Burrero”, se ganó ese remoquete porque en tiempos lejanos el hombre
participaba en carreras de burros y se parecía al famoso jockey Juan Vicente
Tovar, en su manera de montar y ganar. Por dicho sitios la misma gente no les
gusta salir después de las ocho de la noche, porque según han visto cosas
extrañas desde oír el ruido estruendoso que hacen al chocar dos vehículos y al
salir de sus casas para ver el accidente no hay señales, igualmente gritos que
meten miedo al más pintado, y tantos así, sus hermanos le comentan a Carlos, de
esos relatos y el hombre dice: -Tranquilo pollo que el agua está hirviendo y
aquí está un Llovera para lo que salga… Siempre en esos trabajos se hacen
buenas amistades así se formó el grupo de los Intocables como esa famosa serie
de televisión, van para arriba y para abajo, Omar Reyes “Nano”; Hurtado “Loquillo”;
Ángel Veloz; Carlos “El Burrero” y Edwin Alvarado conocido como “El Guaro”,
bailador de tamunangue y es el gandolero, por cierto entre ellos había un brujo
según hablaba con los muertos y tenía un poderosa contra. Para un mes de mayo,
después de realizar las faenas de trabajo de cada uno y cenar, se reúnen en el
área del taller, se ponen a jugar un rato una partida de barajas así pasan un
buen tiempo, preparan un poco de chocolate, son casi las ocho de la noche
cuando se desató un señor aguacero agarrado de las manos con rayos y centellas
e igualmente su primo el ventarrón, están sentados en unos taburetes no tienen
sueño, cuando empiezan a conversar sobre los misterios de esas apariciones y
muertes que salen en la carretera, en especial por dicho sector igualmente de
dos personas que salen asombrando en el hato, según la historia un obrero que
se mató, la mujer era una cocinera que murió de repente preparando un cochino a
la brasa. Están en plena conversa de relatos de espantos, cuando dice Hurtado:
-Mire mijos esta contra que me prepararon me protege de todo, además ellos son
mis altos panas. Todos se miran las caras y se ríen. -“El Guaro” decía como
macho larense: -Que salga cualquier espanto para ponerle esta correa por las
costillas y verlo revolcarse en el piso -
La lluvia ahora es una moja pendejo, no empapa pero…cuando se van a sus
respectivos dormitorios, exactamente a la medianoche, cuando sale Ángel corriendo
como picado de avispa diciendo: -¡Ave María Purísima! y va directo a una
ambulancia que está cerca del taller, a los diez minutos llegó Hurtado, como
cohete encendido, comenta que vio a dos personas cuando le mueven su cama y
ante sus ojos se esfumaron. Entre balbuceos y temblando, responde Ángel: -Sentí
un peso sobre mi pecho, que me ahogaba la respiración y de ñapa me jalaron las
patas, de aquí nos sacaran con una grúa. En ese momento llega “Nano” pálido
como plátano sin color: -No hile, muchachos, unas manos me movieron la hamaca.
Carlos, está tranquilo en su chinchorro cuando siente unos pasos, un frío
penetra dicho cuarto como carro de heladero y le han dado un sacudón que el
hombre cae de platanazo al piso está más blanco que un saco de cal y pega una
carrera hasta llegar donde están los amigos pasando el susto. “El Guaro” está
agarrando sueño, cuando le dan una soberbia nalgada que el hombre como está de
lado, del susto se cae, logra ponerse de pie y dice: -Den la cara para entrarnos
a golpes, aquí está un macho barquisimetano. Cuándo siente los pasos de
chancletas y un relámpago alumbra el cuarto, frente a él hay un hombre y una
mujer totalmente transparentes, le subieron y les bajaron como pepa de mamón,
sale como muchacho con dolor de barriga que no llega al escusado, todos están
en la ambulancia más apretados que familia en casa de Fundabarrios, todos están
pendiente con las orejas como radar y los ojos pelados, cuando le dicen a
Hurtado: -No dices que hablas con ellos. Y les responde: -Si pero con los
difuntos que conozco con estos, zaperoco. Así pasan las horas hasta el amanecer
que salen de ahí más trasnochado que vigilante de hospital. En todo el Hato, se
supo cómo a la pandilla de los Intocables los asustaron, desde ahí no hablaron
más de aparecidos.
Estas piezas literarias se tomaron del libro:
Los Cuentos del Arriero de Samuel
Omar Sánchez, editado en San Carlos, por la Fundación Editorial El perro y la
rana –Cojedes, 2017
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