martes, 24 de abril de 2018

Cuentos del Arriero (La Procesión de Las Ánimas y otras Historias) Samuel Omar Sánchez


Imagen en el archivo de Ofelia Rodríguez Pérez




LA VIUDA
Llanos de Guárico, zona ganadera y fama de ser cuna de muchos hombres valerosos, que se batían a duelo por cualquier disputa familiar, por eso las familias no se acobardaban fácilmente ante la presencia de montoneras, tan comunes y corrientes al final del siglo XIX y principios de este siglo XX. En una agradable casa, rodeadas de muchos árboles vive la señora Gumersinda con su hija Rosalinda, de belleza incomparada, pero marcada por el designio de la fatalidad, pasan los años, y llega al pueblo el “Sombrero” un arriero comerciante, de nombre Joaquín, monta su negocio, se enamora perdidamente de Rosalinda logra que lo acepte como su novio, la suerte le cambiaría a la familia totalmente. Al cabo de poco tiempo se realizó la boda, semanalmente el hombre viaja cargando mercancía en sus arreos, gana bien, solo pensaba en su bella mujer y en la familia que formarían; por causas aún desconocidas el hombre se desprendió con las mulas por un precipicio, dos días después Rosalinda, recibe la noticia de la muerte de su esposo, casi enloqueció, desde ahí la ven caminando calle arriba, calle abajo, vestida con un traje negro de manga larga y de escote cerrado, el negocio se viene a la quiebra, perdió el brillo de sus ojos, se le ve como la propia Ánima Sola, la gente le empezó a llamar “La Viuda Solitaria”, su pelo le cayó la nieve del tiempo, nadie se explica cómo sucedió, es una mujer de unos treinta años de edad aproximadamente, el otro cambio, está muy delgada, parecía un cabo de vela, cuando de la noche a la mañana misteriosamente se esfumó, la buscan por todos lados y no dan con su paradero. Muchos de los lugareños, a la medianoche la ven recorrer las calles, el miedo se apodera, pero siempre hay un guapo, un día martes después de disfrutar una farra, viene Ramón Machado, hombre de pelo en pecho, no le falta un puñal acomodado en la cintura, muchos le dicen que tenga cuidado con la “Viuda”, como buen llanero se echa a reír y decía: -No compañeros, esa “viudita de la noche”, lo que le falta es que Ramón la saque a bailar y la hamaquee. Va llegando a la plazoleta, cuando ve la figura de una mujer, se pregunta: -¿Quién será, a estas horas y sola, bueno ese plato es mío? El aire se pone algo languideciente, le cuesta para respirar, la noche se detiene y el hombre no le para, el reflejo de la luna muestra una mujer de buen cuerpo, vestida de medio luto, se recuerda de los comentarios, se lleva la mano a la cintura, toca el puñal por si acaso. Están frente a frente y sacando fuerza le dice: -¿Buenas noches, señora, tan sola por aquí? Se corre el velo que le tapa su rostro y con un sonrisa. Le responde: -¿Vengo por ti Ramón, no me invitaste a bailar, un buen zapateo , demuéstralo ahora? La mujer se pone desgarbada, su pelo es blanco, sus manos son huesudas y entre risas. Exclama: -¡Vamos a bailar! Suenan los bordones del arpa al compás de un buen joropo, las maracas retrucan, el cuatro le pone fuego. Lo abraza, Ramón está paralizado, le falta la respiración, trata de soltarse y más lo estrecha contra su cuerpo, su compañera de baile esta helada, se le va la vida; se recuerda de los consejos de su madre, y eleva una plegaria al cielo, rezando entre balbuceos un Padre Nuestro, desfalleciendo pega un grito…la mujer confundida lo suelta y salió como un loco de carretera, cae frente a su casa. En la mañana lo encuentran delirando que “la viuda” lo asombro. Desde ahí el hombre no salió más a parrandear, de recuerdo le quedo unos arañazos en su cuerpo para siempre que al pensar en ella, palidece como un fantasma.


LA PROCESIÓN DE LAS ÁNIMAS
En este modernismo donde en vez de carretas tiradas por burros o caballos, en las calles empedradas de Acarigua, ahora son motos rodando por el asfalto y busetas con ensordecedores volúmenes de una canción atormentando a los pasajeros, son los nuevos fantasmas recorriendo las diferentes veredas, sin olvidar la Procesión de las Ánimas, las cuales salen en busca de alguien para darle su buen susto. Un día cualquiera, del año 1985, están celebrando en un conocido club, el cumpleaños de María Marcolina, la carne asada y demás delicadeces están por doquier, la familia Hernández, se esmera en la buena atención para los invitados, el motivo la cumpleañera es la niña de los ojos de sus padres. Se encuentran: José, Arquímedes, Wilson y Paul, todos amigos desde hace mucho tiempo, estudian 5to año, son jóvenes de diecisiete años de edad, y jugadores de maquinitas…no faltan a ninguna fiesta, son como el arroz blanco… después de salir de clases se ponen de acuerdo, a las siete de la noche se encuentran, llevan puestos sus mejores atuendos y dice Paul: -Bueno compañeros, esta noche vamos a comer y a disfrutar. Todos se ríen. Al llegar al club, se sorprenden por el ambiente, felicitan a la cumpleañera, bailan hasta decir…igualmente han comido carne asada con yuca, en cada ronda que traen los mesoneros lo pescan, han disfrutado de lo lindo, cuando deciden retirarse, se despiden de la familia. Vienen caminando, por esas calles, van alegres porque disfrutaron hasta el cansancio. Llegan a una placita que se encuentra ubicada detrás de la Iglesia San Miguel Arcángel en Acarigua, inicialmente conocida primero como Plaza de la Corteza y posteriormente ahora es Plaza la Burrita, ya que se visualiza a una señora junto a un niño y una burrita. Descansan un rato y comenta José: -Casi me quedo a dormir aquí, hay una tranquilidad. El reloj de la iglesia suena para anunciar, son las tres de la mañana. -Bueno compañeros, ya amanece, es viernes y mañana no tenemos clases, además miren llevamos un buen pedazo de carne asada y torta. Exclama Wilson. La brisa trae unos murmullos de voces… Pregunta Paul: -¿Amigos, son rezos, pero a estas horas y quiénes serán? A lo lejos ven aparecer por la calle un grupo de personas todas vestidas de blanco, van llevando un ataúd, en brazos de amigos y cada uno llevan en sus manos unas velas encendidas, viene delante una mujer guiándolo y rezando un rosario. Los amigos están algo incrédulos, un leve frío les recorre desde la planta de los pies hasta la nuca… -¿Qué raro un entierro a estas horas y esa gente así vestida? Dice José. Pasan frente a la Plaza, los muchachos se persignan y oyen como un zumbido en los tímpanos de sus orejas esa letanía y escuchan decir a la guía: -Qué descanse en paz el cuerpo de José-. A un solo compás de voces responden: -Qué brille para él, la luz perpetua-. Sorpresa se llevan, ven que todos los acompañantes; sus cuerpos son traslucidos…y dice asustado Wilson: -Es la Procesión del entierro de las Ánimas, ¡Dios socórrenos! El papel blanco, es el reflejo de sus rostros, sudan de miedo, un olor a flores de difuntos impregna el ambiente, la procesión sigue su camino… Quedan como bachacos sin antenas, y grita Arquímedes: -Vámonos, no quiero ver más a esa procesión. Se les ven corriendo por las veredas, llegando con las lenguas casi de corbata a sus casas, en sus rostros tienen la cruz del miedo por esa aparición que los asombraron en la Plaza la Burrita


DON PELOYO
Cuando el Llano era Llano, los llaneros en lomos de sus briosos caballos se dirigían a sus faena y las estrellas con su titilar en el firmamento eran la luz de los caminantes. José Gregorio Herrera conocido como “Don Peloyo” para ese tiempo es el encargado del Hato “La Catalda”. Son las diez de la noche sale de la casona y se dirige hacia el potrero, abre la puerta de tranca y ensilla su caballo favorito uno de color ruano, esta con su inseparable sombrero pelo e guama y su liquilique, toma camino hacia el morichal va a revisar un ganado que está en otros corrales, lleva un buen trecho recorrido cuando en la soledad de la llanura,  oye un berrido demasiado feo es un llanto jamás escuchado por él, ve para todos los lados y está solo…vuelve a oírlo más fuerte ahora siente miedo…, se arma de valor y sale a todo galope en su caballo que también está asustado,  al cabo de una hora se da cuenta que esta extraviado, no se acuerda del camino; ha perdido por completo el sentido de orientación. Conocía cada sendero de esa sabana como la palma de su mano, pero esta vez no sabía dónde está. Como buen baquiano de los misterios del Llano llega donde hay un molino, se baja de su caballo, se persigna agarra la cobija y la tiende en el suelo; acostándose boca abajo sobre ella ha pasado más de dos horas cuando se levanta ya ha recobrado el sentido de orientación. Oye el canto de los gallos de las casas cercanas a la finca, son las cinco de la mañana esta incrédulo porque jura que recorrió muchas leguas sobre su caballo y se da cuenta que está cerca de la finca ha estado dando vuelta en círculo, regresa todo extrañado, al llegar lo ven los obreros que salen a la faena y lo detiene, aun “Peloyo” anda un poco tembloroso se baja de su bestia y le cuenta lo sucedido, ahí uno de los muchacho le comenta no compa a mi tío Ramón le paso algo peor, salió a cazar y se perdió por esos montes por espacio de cinco días y cuando reacciono estaba dando vuelta en círculos, dice la gente que son los guardianes de la sabana que los hacen extraviar y más bien de gracias a Dios porque otros jamás se les ha encontrado y que sus almas en las negras noches se les ve recorriendo esos montes como ánimas en penas buscado a otros seres para llevárselos y así aligerar sus sufrimientos y poder salir de purgatorio donde se encuentra . Desde ese momento “Peloyo” juro no salir para esos sitio solo y tampoco olvido su cajita de chimo que es contra para eso espantos.


LOS FANTASMAS EN HATO BARANDA
 Siguiendo con los relatos que suceden en cada sitio de las inmensas tierras del estado Cojedes, como son las apariciones en las carreteras o las muertes por arrollamientos y de ahí surge el inicio de los misterios, la idiosincrasia del venezolano nos identifica con el rescate de las historia como esta. El sitio conocido como Puente Onoto, antes de llegar a la población de Apartadero en el estado Cojedes, se encuentra el Hato Baranda, para el año 2.010, llega a trabajar Carlos Lloverá Contreras conocido con el apodo “El Burrero”, se ganó ese remoquete porque en tiempos lejanos el hombre participaba en carreras de burros y se parecía al famoso jockey Juan Vicente Tovar, en su manera de montar y ganar. Por dicho sitios la misma gente no les gusta salir después de las ocho de la noche, porque según han visto cosas extrañas desde oír el ruido estruendoso que hacen al chocar dos vehículos y al salir de sus casas para ver el accidente no hay señales, igualmente gritos que meten miedo al más pintado, y tantos así, sus hermanos le comentan a Carlos, de esos relatos y el hombre dice: -Tranquilo pollo que el agua está hirviendo y aquí está un Llovera para lo que salga… Siempre en esos trabajos se hacen buenas amistades así se formó el grupo de los Intocables como esa famosa serie de televisión, van para arriba y para abajo, Omar Reyes “Nano”; Hurtado “Loquillo”; Ángel Veloz; Carlos “El Burrero” y Edwin Alvarado conocido como “El Guaro”, bailador de tamunangue y es el gandolero, por cierto entre ellos había un brujo según hablaba con los muertos y tenía un poderosa contra. Para un mes de mayo, después de realizar las faenas de trabajo de cada uno y cenar, se reúnen en el área del taller, se ponen a jugar un rato una partida de barajas así pasan un buen tiempo, preparan un poco de chocolate, son casi las ocho de la noche cuando se desató un señor aguacero agarrado de las manos con rayos y centellas e igualmente su primo el ventarrón, están sentados en unos taburetes no tienen sueño, cuando empiezan a conversar sobre los misterios de esas apariciones y muertes que salen en la carretera, en especial por dicho sector igualmente de dos personas que salen asombrando en el hato, según la historia un obrero que se mató, la mujer era una cocinera que murió de repente preparando un cochino a la brasa. Están en plena conversa de relatos de espantos, cuando dice Hurtado: -Mire mijos esta contra que me prepararon me protege de todo, además ellos son mis altos panas. Todos se miran las caras y se ríen. -“El Guaro” decía como macho larense: -Que salga cualquier espanto para ponerle esta correa por las costillas y verlo revolcarse en el piso -  La lluvia ahora es una moja pendejo, no empapa pero…cuando se van a sus respectivos dormitorios, exactamente a la medianoche, cuando sale Ángel corriendo como picado de avispa diciendo: -¡Ave María Purísima! y va directo a una ambulancia que está cerca del taller, a los diez minutos llegó Hurtado, como cohete encendido, comenta que vio a dos personas cuando le mueven su cama y ante sus ojos se esfumaron. Entre balbuceos y temblando, responde Ángel: -Sentí un peso sobre mi pecho, que me ahogaba la respiración y de ñapa me jalaron las patas, de aquí nos sacaran con una grúa. En ese momento llega “Nano” pálido como plátano sin color: -No hile, muchachos, unas manos me movieron la hamaca. Carlos, está tranquilo en su chinchorro cuando siente unos pasos, un frío penetra dicho cuarto como carro de heladero y le han dado un sacudón que el hombre cae de platanazo al piso está más blanco que un saco de cal y pega una carrera hasta llegar donde están los amigos pasando el susto. “El Guaro” está agarrando sueño, cuando le dan una soberbia nalgada que el hombre como está de lado, del susto se cae, logra ponerse de pie y dice: -Den la cara para entrarnos a golpes, aquí está un macho barquisimetano. Cuándo siente los pasos de chancletas y un relámpago alumbra el cuarto, frente a él hay un hombre y una mujer totalmente transparentes, le subieron y les bajaron como pepa de mamón, sale como muchacho con dolor de barriga que no llega al escusado, todos están en la ambulancia más apretados que familia en casa de Fundabarrios, todos están pendiente con las orejas como radar y los ojos pelados, cuando le dicen a Hurtado: -No dices que hablas con ellos. Y les responde: -Si pero con los difuntos que conozco con estos, zaperoco. Así pasan las horas hasta el amanecer que salen de ahí más trasnochado que vigilante de hospital. En todo el Hato, se supo cómo a la pandilla de los Intocables los asustaron, desde ahí no hablaron más de aparecidos.




Estas piezas literarias se tomaron del libro: Los Cuentos del Arriero de Samuel Omar Sánchez, editado en San Carlos, por la Fundación Editorial El perro y la rana –Cojedes,  2017

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