YENIFER
Los dolores de parto le hicieron maldecir la
vida y el hijo que traía al mundo. Yenifer tenía 14 años y apenas entendía el proceso en
aquel hospital triste y exiguo; hay cosas que los niños no comprenden.
Muy rápido se convirtió en mujer, como pasa
en los pueblos del Llano. No más sus senos templaron, sus caderas engrosaron y
sus nalgas se abombaron, los vernáculos del lugar, criados como sus padres, iniciaron
sus rituales codiciosos.
Su madre la abandonó junto a sus dos hermanas. Desapareció un caliente día de marzo luciendo un vestido de pana que bien marcaba su aún tierna figura de treintañera. Dice la gente se fue a Calabozo en busca de un coleador errante que le había prometido amor eterno y una vida de parrandas de violín.
Vio su primera regla a los 12 años, aterrada buscó
a su hermana mayor y le contó lo sucedido, no alcanzó a entender entonces la
dimensión de la frase escuchada: -Ya eres una mujer, hay que buscarte un hombre
para que te mantenga-.
Yenifer es una mulata angelical, con ojos de culebra
brava, como su madre, rostro fino y piel con el aroma de la canela. Fue
inocente antes de verse manchada de sangre la ropa, ignoraba cuánto hacían sus
hermanas para sobrevivir y para darles de comer a ella y sus sobrinos, que más
bien parecían primos.
En la casa heredada, no faltaba comida, tampoco aguardiente, adolescentes con gorras de víscera ancha, collares multicolores, guardacamisas y blue jeans; plantas de sonido, cornetas gigantes y el reggaetón de moda.
Perdió la virginidad el día de sus primeros
tragos, promovida por las hermanas porque así debía ser. Ese día conoció a
Keiber, un joven ex presidiario que robaba de vez en cuando, sobrevivía
taxeando en su moto y que casi pagó por el codiciado paquete.
Lo embrujó su olor a canela y la solidez de
sus caderas, la amó con el resquicio de ternura restante en su corazón y le
prometió llevársela a vivir en un rancho que él compraría cerca de allí, con
palmeras en el patio, un fogón y un corral para gallinas.
Enamorada de Keiver y acelerando su transición
niña-mujer, sintió el peso de la vida por primera vez cuando un tiro de
escopeta que cuidaba su propiedad le abrió la espalda en dos. Juró no volver a
enamorarse ni a entregar su cuerpo con la prestancia que el cariño profiere.
Se volvió parca y cerrada, usaba la firmeza
de sus senos y su aroma hechizado para poner a los hombres al servicio de
cuánto capricho se le ocurriera.
Un día de parranda llanera, pasó por el
pueblo un coplero de recia estampa y tórax de albañil. Yenifer, cerca ya de los
14 pero con malicia de monja fugada, se le acercó mirándolo a los ojos para
arreglarle el botón superior de la camisa a cuadros y sin pronunciar una
palabra.
El coplero, joven pero probado en faenas del amor,
entendió de inmediato las intenciones de aquella mujer precoz y exclamó
altanero: “Usted halló el padrote que andaba buscando”.
Se amaron la noche entera, esquivando con audacia
la magia del amor, pero ciegos de pasión y lujuria. Él, hombre de mundo, fue
inmune al huracán de sus piernas y se portó como un semental. El coplero
desapareció a la mañana siguiente, tras dejar una semilla sembrada en tierra
fértil.
Su cumpleaños 14, luego de la primera
ausencia menstrual atribuida a los trasnochos, fue todo vomito en medio de
drogas, licor, motores ruidosos y reggaetón sexual.
Los nueve meses de gravidez fueron un
infierno, no halló jamás un rescoldo de cariño para la criatura que crecía en
su vientre y la necesidad le mostró los dientes.
Fumaba para calmar la angustia, angustia por los
cambios en el cuerpo, el peso en la columna, la hinchazón en los pies y la
perdida de destreza en el amor.
La noche que rompió fuente, un moreno enjuto
entró a la casa y mató de cinco disparos a la mayor de sus hermanas, solo por
haberse negado a marcharse con él hasta Colombia en busca de mejores condiciones
de vida para robar.
Cuando entró al hospital ahogada en gritos y llantos
lúgubres, lamentó desde lo más profundo de su alma no haber sido, simplemente,
una niña. Y maldijo, antes del alumbramiento, todo lo que el corazón humano
puede amar en este mundo de locos.
DUDAS
Isabel lo notó extraño aquel día, el más encopetado
de sus hijos, el moreno erguido, el que exudaba petulancia de galán y un título
de Guardia Nacional, caminaba ansioso los rincones de la casa. De pronto le dijo
en tono militar: -pláncheme este traje, porque me caso, y confórmese con saber
que me lo exigen en el trabajo-.
Para Isabel sus locuras eran rutina, como
aquella en la que subió a la copa de un samán huyendo y haciéndose invisible a
la ley.
Suspiraba y encontraba consuelo en un par de dudas.
.-Sería la caída del burro, o será la mezcla de sangre-.
ALMA BLANCA
Vestías de blanco, el color de tu alma.
Llegabas junto al rocío mañanero, tus ojos verdes como berillo me buscaban al
cruzar la puerta, me seducía el brillo de tu mirada que exclamaba: “También te
extrañé”.
Al crecer, supe de las lágrimas que lloraban
ausencia de abrazos y ternura en las noches fétidas a óbito y nostalgia, todo
lo hacías por nosotros.
RECONVERSIÓN MONETARIA
En las viejas calles del Tinaco, Cheo mendiga
por 1 Bolívar, la ingenuidad delatada en su sonrisa ignora de reconversiones
monetarias, no sabe de economía, pero esta lo oprime igual.
En la década primera del siglo XXI, la de la Venezuela
orgullosa del consumo de cerveza per cápita, Cheo pedía 100 bolívares. Hoy, en
la segunda década de la centuria, reajustó lo exigido. A veces piensa triste y
en silencio: “Cambian los tiempos, minería, paypal, petromonedas, esas cosas...
Pasa hambre el cuerpo, pasa hambre el ser”.
LA ESPERANZA
Súbitamente, apareció frente a mí. Era una mujer
de aspecto sombrío, ¿Quién eres? Pregunté, - soy tu esperanza-, respondió con
voz endeble, ¿Y por qué te ves así?, -Porque así me sientes, mi aspecto es directamente
proporcional a cómo me sientes-. Dicho esto, desapareció. El camino era cada
vez más bífido, antes de continuar me detuve a la orilla del sendero y pensé:
-es cierto, así la siento, por eso su facha, haré una pausa y cambiaré su
cariz-.
FIGURAS RETÓRICAS
Estudiarlas es necesario, cómo no, importan mucho
las figuras retóricas y la técnica prolija. Pero de nada sirven si la página en
blanco no es manchada con el SENTIMIENTO y su sudor.
EL INGENIERO
Por aquí se la pasaba un tipo flaco, le
decían el ingeniero, le consultaban sobre las siembras. No se cómo aplicaba la
ingeniería en los suelos y en las plantas, pero si lo vi volviendo ingeniosas
las almas, prendiéndole fuego a los ánimos.
CAMINAR
Más que una obligación, caminar era un
placer. Hasta que aparecieron esos aparatos, el humo los volvió grises, incapaces
de amar el aire que respiran.
LA CEIBA
Cerca de aquí había una ceiba que me era contemporánea,
hablábamos siempre, con el viento llevando y trayendo nuestra correspondencia,
así como hablamos los árboles.
Un día, un caminante le prendió candela a la sabana
y quemó sus patas. Su canto se volvió triste y sus palabras eran de despedida.
Hasta que no pudo más y se dejó doblegar por la brisa del invierno. Desde entonces
pienso en ella todos los días.
ALENTADOS
La mayoría de la gente viene prendida en desaliento,
abunda en el mundo y les marchita el alma. Algunos, solo unos pocos, transmiten
aliento, parecen cantar en cada palabra, ellos confiesan que, gracias al
desaliento, hoy están alentados.
INJURIANDO INTELECTUALES
Más bien compadézcanles, esa petulancia y
aire de santo en altar no es otra cosa que carencia de afecto. Intelectual es
quien usa el intelecto, no crean en peroratas pomposas ni citas prusianas.
Mientras profieren estupideces, se olvidan
detalles inherentes al calor humano, a la necesaria pulsión de las emociones y
el cariño.
MEDIODÍA DE MARZO
Era un mediodía de marzo y el calor imponía condiciones,
todos hacían la siesta, los comercios cerraron y las casas parecían un
reverbero, pero nada frenó la determinación de Venancio, que aquel día bendito
decidió matar a José Juan.
Resolvió zanjar el asunto sentado a la sombra de un mango, ciego del dolor producido por el engaño de Rosa Elena, su mujer. Buscó su afilado machete y emprendió rumbo a la casa de su futura víctima, de quien le habían asegurado, de muy buena fe y fuente, se acostaba con su mujer todas las tardes de faenas prolongadas en el conuco.
Las calles ardían y el sol reafirmaba, como cada día, su espíritu de verdugo inclemente, solo habían unos cuantos perros echados huyendo del calor, indiferentes por completo a la tragedia a punto de tener lugar en el naciente caserío, donde todas las mañanas se recogía agua a orillas de un caño claro.
Caminó con paso firme, su mano derecha empuñaba
el cabo del hierro con una determinación de acero, el nudo en su garganta
quería explotar mientras sentía la impotencia causada por el desaliento, por el
desaire de la única persona en la que había confiado en la vida.
José Juan, silbaba una copla sentado en su mecedora
de mimbre bajo un mamón de fronda espesa. Cuando lo vio venir, mirándolo de
frente con el gesto decidido, se resignó a su destino y solo pensó en morir de
pie y con la dignidad intacta.
De un machetazo, Venancio rompió el alambrado
de la puerta y entró a cumplir su cometido, el sol y calor serían los únicos
testigos de otra tragedia provocada por las calenturas del verano y el fuego de
los vientres lozanos.
José Juan lo recibió de pie, sosteniendo a
duras penas los ojos de fuego que lo increpaban, reteniendo el temblor de sus
piernas lánguidas y escuchando el latir cada vez más acelerado de su corazón.
Venancio se detuvo a un metro de distancia, trecho
perfecto para el recorrido del machete luego de dibujar una parábola hasta su
cuello, y con el vuelo adecuado para arrancarle la cabeza en un solo intento.
Frente a frente, Venancio preguntó con los ojos prendidos en candela: -Antes de matarlo, dígame por qué lo hizo, por qué este desaire tan indigno-. José Juan suspiró profundo y respondió enternecido y sumiso: -Porque a ella le gusta que le diga que sus ojos son muy bonitos, porque eso nadie se lo había dicho nunca-.
Textos tomados del libro "Estamos hechos de recuerdos" (San Carlos, 2020), publicado por El perro y la rana, Imprenta Regional Cojedes.
Lea otros cuentos de Héctor Nuno González en:
Leyendas y cuentos cortos venezolanos (23)
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Leyendas y cuentos cortos venezolanos (25) Varios autores
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