EXORDIO
“…pintó
de colores su fresca mañana
Y
de fantasía su atardecer
Garzas
corocoras que surcan el cielo
Tiñendo
de rojo su límpido azul
Y
mientras la tarde despierta lenta
Una
luna inmensa saluda al Baúl.”
Rafael
Silva Durán
El mercado aún estaba solo. De vez en cuando salta un
roedor y un grito irrumpe la oscuridad. La fugaz luz del alumbrado público iba
y venía en una intermitente danza. El primer bus se detiene, los hombres bajan
entre sacos y maletas. Comienza el día en el mercado; el reloj dice que son las
dos de la madrugada.
Carlos, con la chaqueta plegada al cuello y las manos en
los bolsillos se detiene frente al tinglado del café. Compró La Noticia. Caminó
hacia la plaza del pueblo. El solitario puesto del cafetín huele a papel y
tinta, a café recalentado y a frituras. El candil de la esquina se debilita
tras la presencia del día. Sus pasos se van ralentizando en la medida que el
calor húmedo del lejano río anuncia el bullicio del mercado. Debajo de la
chaqueta, la cámara oprime al costado y lo obliga a detenerse cada cierto
tiempo.
- El maestro Zapata
me espera.- se dijo entre dientes. Fue dificultoso concertar la cita. Abrió
uno de sus libros y releyó una y otra vez mentalmente los primeros segundos de
lo que sería la entrevista. La redactó.
Escuchó, mientras venía en el bus, algo de la música del maestro y siente como el color del Llano
revienta en la garganta de aquel canto.
- ¿Maestro, el río
vive en el alma de su poesía?-
preguntaría para comenzar, el cantaor y cronista de la ciudad de seguro
se detendría un poco para hilar el pensamiento y responde. Miró la ventana por
donde el olor a leche y la salitre del queso manan como la luz mañanera; cálido
y melancólico.
-Vivo
en una ciudad de árboles que silban canciones al fuego.-de
seguro dirá el viejo maestro mientras sus ojos de duende saltan jugando a las
adivinanzas
- Pero esta ciudad es mía -continúa- en ella tengo una noche con luna, con cocuyos
que brillan a retazos.
Se detiene para mirar el mercado; sombras, olores y voces.
- Mis
amigos son hombres y mujeres que cantan, aquí todos cantamos …estamos hechos de canto –
recordó que le dijo Zapata con esa voz de susurros una mañana de mayo en el
centro del pueblo llanero.
No llegó a la entrevista. …tampoco él lo esperó;
- …con lo que me ha
confesado es suficiente para el relato- concluyó mientras el grito
del chico-colector de la buseta anunciaba la marcha del regreso.
EL DESEMBARCO…
“A los muertos de la guerra ni la madre luna los compadece. No llora por ellos. Ni en los dientes del cadáver su luz alumbra…” José María Arguedas
La luna, una astilla en el cielo negro, una hendija escapada de la oscuridad, un suspiro que lo devuelve al lejano momento cuando su padre le palmó el hombro mientras dijo con acento grave: “sigue…”
“sigue, que las cosas todas tienen su
precio y cuestan el sacrificio nuestro”
El
motor fueraborda, entre borbotones y alaridos, ronronea el as del agua plateada.
Marcial, se reclina en la oscuridad para no ver más; solo quiere escuchar la
voz de su padre. En la oscuridad los hombres charlan con sigilo, no se mueven,
jadean el cansancio y el hastío. Los ve, suspira y explora en su chaleco el
juego de naipes; entre sus dedos los corretea mientras su cara busca de nuevo
la luna.
En
el pueblo el pescador atraviesa la plaza mientras un grupo de jóvenes lo ven
pasar sin prisa, con la seguridad del día a día.
El
mar, a esta hora es cálido. Marcial lo siente, lo aspira, sus pies descalzos se
hunden en su oscuridad, en la carrera urgente de tocar el fondo. Trata de
avanzar. Su cuerpo se mueve con mucha dificultad. Respira profundo. El agua
salada lo hace toser. Se detiene para saber el dónde está. Se lava la cara. En el
cielo ya no hay luna. Nubes, relámpagos en el poniente y siluetas en la lejanía
que se mueven en el agua, pero no los oye. Cerró nuevamente los ojos y avanzó;
Y allí está el pescador, pistola en mano, negro, sin rostro, con la voz urgente
y las palabras en ráfagas:
“! Hasta allí …ni un paso más!”.
Y
Marcial se detiene mientras mira la oscuridad; ya no hay bote. Solo un disparo.
EL CÍRCULO DE LA LECTURA.
La penumbra fría de la tarde. Una ventana oculta entre
cortinas grises soplaba sobre la infinita fila de estantes donde los libros
dormitaban el silencio y el paso lento de Fredy en el otro corredor de la vieja
casona de los Figueredo.
Los ojos cansados miraban a destajo el viejo libro de
pasta dura que danzaba en sus manos. Leía. Rezaba historias del universo
contiguo a la literatura.
-Silbidos
vienen del bosque-. Dijo.
-Son
como lobos-, brotó la voz desde la ronca noche de su
barba.
-Son
como lobos-, contesté yo para no desentonar.
Me paré con mucha calma, miré sobre el grueso lomo de los
libros, caminé hasta la ventana para escapar del monótono instante. La calle
serpenteaba en el noviembre sancarleño. El ir y venir de las parejas y el
canturreo de los vendedores.
-Son
como las cinco de la tarde,… ¿no es así?-. Preguntó Fredy.
Nadie contestó. Estábamos tensos. Esperábamos que la puerta se abriera y María,
la joven dependiente de La Casona, dijera que había llegado la hora de cerrar.
Todos los días igual. El mismo rito. El mismo momento y el silencio de la
habitación. Después todos se marchaban, las luces se apagaban y yo, duende
imperceptible de los sueños, me quedaba entre fantasmas y horas que corren
detrás de las manecillas del viejo reloj de la catedral para apurar el nuevo
día.
LA GATA
El duende
saltarín.
Cuando
aún era niño y mi pueblo refrescaba la tarde en las viejas calles llenas de
hombres y mujeres sentados esperando la noche, mi madre me llevo a conocer
Valencia, ya era por aquellos días una ciudad enorme, con sus viejos autobuses
“Santa Rosa” y una “plaza Candelaria” que con mucha bulla y comercios
florecientes era el cetro de todas las actividades. Todavía la “Arena de
Valencia” henchía de júbilo ante las heroicas faenas. En aquel bululú me atrapó
lo maravilloso de un personaje escapado del paisaje fulgurante, alucinante para
un pueblerino comenzando la vida;
-“!
A mundo ¡ Qué chiquita es esta cosa”- Dijo entre risas y grandes carcajadas.
Sus pasos la alejaron entre niñas y adolescentes que se apartaban como quien
hace una verónica, mientras ella daba palo y guiños a los transeúntes que la
molestaban o se negaban a darle algo de dinero.
QUIMERAS
No sabía si esta era la última vez que miraría
la puerta de su casa, la ventana, el pequeño jardín donde su madre, en aquel
verano del 86 le notificó la muerte de su padre. Muchas veces había tenido esta
presunción…pero siguió adelante…no podía detenerse.
…el
fragmento de un viejo reloj, el silbido y los gritos y el correycorre, maletas,
olores a jabón de tocado, a perfumees o agua de colonia que en la oscuridad
eran vapores mezclados con la salitre y el hollín del gasoil de los motores, una
bocanada y el humo denso masticado en el cigarrillo que rueda inerte al caer
sobre el piso. Los dedos, hacen un arabesco que acarician el bigote antes del
primer café; pregoneros ofertando destinos y distancias inimaginables;…la estación
oscura, vacía aun. El aroma del mar en la cercanía del destartalado puerto.
Buscó aire para respirar mientras tanteaba el oscuro bolsillo del pantalón
- “el
dónde de mi destino”, pensó Marcial tanteando el fondo de su
bolsillo - …en verdad ya no importa-
rezongó mientras encendía un nuevo cigarrillo, mientras su paso se tornaba
seguro y su cara endurecía la mirada.
La lejana campana en el reloj de catedral y
las azarosas sombras de los transeúntes y sus voces que susurran entre el
estruendo de los motores y las débiles luciérnagas sacudidas, estremecidas por
el rayo; llueve. Comienza a llover. Se guarece un poco en los tinglados del
comercio, olores a verduras, pescado, a la sangre seca de los cerdos; Hoy es
domingo, se dijo con voz ahogada para saber que no estaba solo. …Imágenes
borrosas en el miedo, blanco inerte que estremecen ensueños. Paisaje. Paisaje,
sonrisas en la nada, negro infinito de la noche que amanece... ojos que se
cierran para atrapar oscuridades y dejarla para siempre en la prisión de los
sueños. Insomnio perenne, noche muerta,
Llegó y los botes estaban allí, negros, en un
espesa danza de remos y de olas, de un viento fuerte que lo sofocaba todo. Los
hombres saltaban de un lado a otro mientras sus gritos señalaban la premura de
la carga y el escaso tiempo para que el sol develara su presencia. Poco a poco
se fue alejando la playa, su casa, los ojos tristes de su madre, y el juego de
los recuerdos se fue tejiendo en su cabeza para no dejarlo descansar en las
largas horas de esa noche.
-Pronto
terminara la noche y el día dirá- dijo en voz alta; los hombre lo
minoraron, pero nadie dijo nada. Nadie tenía nada que decir.
ESA ESTAMPILLA
“En
estos paramos el sol se esconde en el pecho de las paraulatas
las
personas rezan a la imagen del Santo Cristo
la
nostalgia siente la nota
de
extraviadas cuerdas de un viejo amor.”
Onías
Sánchez
.
Me miró directo a los ojos. Bajó la voz y me
agarró de la mano -Hay días- dijo
como una sentencia -en los cuales la
memoria es mucho más importante. Hizo un breve silencio y se acercó a mi
oído izquierdo y resopló,
- escúchame
bien- susurró con dificultad- la
memoria es más importante que incluso lo que tú estás pensando ahora.
-Abuela-
dije, -en qué te ayudo …dime.
Ella no dijo nada, continuó buscando cosas en
una raída caja de cartón. Las sacaba, las desenvolvía, las miraba y las volvía
a colocar nuevamente con mucho cuidado, con sutileza íntima, en otra caja más
nueva; papeles, fotografías, tarjetas y una opaca carta que apretó con un
ligero temblor y la miró, sin abrirla.
Allí estaba la vieja estampilla. Allí estaba
la vieja carta otra vez. Cuántas veces la había visto apretarla entre sus
dedos. Quizás la leía entre sus recuerdos. Quizás conocía de memoria su
contenido. La apretaba con suavidad y la miraba por largo rato. Después,
cerraba los ojos y volvía a envolverla en el
pañuelo rosado de siempre.
Jamás supe quién había escrito esa carta. Mi
abuela murió una fría madrugada de noviembre del año 97. Todo fue como la
conocí. En silencio. Sin suspiros. Sin protestar. Cerró los ojos y se fue.
La primera vez que me mostró su carta era el
mes de abrir y las horas del colegio me apresuraban porque daba clase en la
escuela pública y su entrada coincidía
siempre con las primeras horas de la mañana. Pero mis pasiones se alteraron. El
tiempo se detuvo. Soy coleccionista. Una estampilla del correo venezolano del
año 36 estaba casi al aire en el costado del amarillento sobre.
No la escuché. Ella me contó. Ella recordó
viejas historias. Viejas anécdotas de su vida: pero no la escuché. Mi cabeza
sólo tenía sentido para organizar mi colección en torno a la estampilla. No me
importaba la carta. Ni quien la escribió, ni por qué. Pero mi abuela la acobijó
dentro de su pañuelo y la guardó en su caja; a la habitación de mi abuela no
entraba nadie, sólo mi madre para la limpieza y yo cuando ella me lo permitía.
Un mes después de su muerte mi madre me pidió
le ayudara a limpiar el cuarto de la abuela. Todo estaba en el orden de los
tiempos pasados. Con olor a intimidad. Con el calor de los suspiros. Allí, en
almario de ropas antiguas, entre losas y porcelana, entre las flores secas con
perfume de rosas y te de malojillo encontré la caja de los papeles, las
fotografías y las tarjetas y el viejo sobre de carta; pero dentro ya no estaba
la estampilla ni la carta …sólo el
sobre vacío.
CHEPE DICE HASTA LUEGO
“No tenía una daga, un libro, una palabra; no podía en absoluto hacer mella en el anagrama de sus anteriores semblanzas e ideologías.” (Eduardo Mariño)
Antonio lo vio desaparecer en la distancia,
en la penumbra que acoge las últimas horas del día sancarleño. Chepe es un nombre escrito sobre el telar de
la noche,- dijo a manera de insinuación, casi como un suspiro. Nuestra noche,- quise replicar, pero no
dije nada. Sólo me limité a pensar y
a descifrar el código con que había llegado el viejo Chepe.
Aparece
y desaparece.- Atiné a murmurar. Su presencia es una
antesala obligada en la estación para el encuentro, para las horas del ron
frente a la conversa y el poema; una tarde en El Baúl o una tertulia de
cervezas bajo los mangos del olvidado patio de doña Chepa.
El asfalto y gigantes cubiertos de las más
hermosas ventanas del cristal fueron esquicitos testigo del creativo intento
por preservar, en su voz, el acunado rumor del quehacer humano que pulula la
agitada vida de la Valencia-ciudad donde lo encontré una tarde de lluvia y café
en las puertas del Museo de la Cultura.
En su vida diaria, una íntima luna y viajeras
quimeras fueron construyendo un nido donde albergar sueños, poemas y amigos.
Una noche de ron y de palabras lo vi esgrimir el sable perpetuo de la sombra,
allí cobijaba secretos mundo que emergieron como duendes nazorianos para
transgredir la fina membrana de la utopía, romper el silencioso fuego de lo
humano y anunciar el fantasma siempre amenazante de la
teatralidad.
Maestro,
usted que es valenciano, -le pregunté, aquella noche de abril en
la Filven cojedeña del 2012. -¿Recuerda
los enanitos del Parque 5 de julio?.
Me miró con la firmeza de quien no se deja
arrastrar por las insinuaciones. Entre libros, parado en la escalera de la cinemateca improvisó una
daza teatral:
No
me juegue usted ese gallo, -replicó entre largas
carcajadas y ademanes de picardía.
Allí
lo conocí, -le expliqué para limar posibles asperezas y malos
entendidos.
Y es que indudablemente también la luna
sancarleña y el teatro han hecho de este
hombreniño, el mágico duende del bulevar y de los buhoneros que esparcen
sonrisas y siempre tienen la alegría como escudo.
…noches de niñas transeúntes, -dije recordando escenas de una olvidada obra de los años del teatro Arlequín de Valencia …y solitarios reductos de la oscuridad.- Recitó él como si un resorte lo obligara a pararse, y señaló con su largo dedo el centro de la puerta de la silenciosa cinemateca sancarleña,
-Vacíos
espantos de las esquinas me esperan.- Posó como un gigante frente a su oráculo y se alejó entre saltos y
malabarismos de zancos.
Su fulgurante verbo dejó, sobre mi memoria,
alucinantes destellos, crucigramas que trenzados sobre la calle aun desnudan el
ciclópeo molino de los tiempos. Y dan albedrío a la libertad y a un nuevo
alfabeto para esta locura; maná de la poesía,
vigilia para los justos,
…
sólo de palabra se hilaron cada uno de los segundo de este viejo- el
semblante de Antonio era una sentencia en aquellos ojos que lo miraban alejarse
en la oscuridad; ya no lo volvimos a ver hasta hoy que usted dice que el Duende
se fue.
José Baute. Nació en Bejuma, estado Carabobo en 1959. Radicado en Tinaquillo, estado Cojedes desde 1990. Autodidacta y aficionado a la fotografía y el cine, documentalista, aprendiz de pintor y de cuentero. Lic. En Educación y Comunicación Social…. Editor y librero de vocación. Promotor cultural por conciencia.
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