jueves, 6 de agosto de 2020

La Hora: relatos breves de José Baute


El sabio de corazones. Imagen en el archivo de Olga Marina Ballesteros





EXORDIO

“…pintó de colores su fresca mañana

Y de fantasía su atardecer

Garzas corocoras que surcan el cielo

Tiñendo de rojo su límpido azul

Y mientras la tarde despierta lenta

Una luna inmensa saluda al Baúl.”

Rafael Silva Durán

 

El mercado aún estaba solo. De vez en cuando salta un roedor y un grito irrumpe la oscuridad. La fugaz luz del alumbrado público iba y venía en una intermitente danza. El primer bus se detiene, los hombres bajan entre sacos y maletas. Comienza el día en el mercado; el reloj dice que son las dos de la madrugada.

Carlos, con la chaqueta plegada al cuello y las manos en los bolsillos se detiene frente al tinglado del café. Compró La Noticia. Caminó hacia la plaza del pueblo. El solitario puesto del cafetín huele a papel y tinta, a café recalentado y a frituras. El candil de la esquina se debilita tras la presencia del día. Sus pasos se van ralentizando en la medida que el calor húmedo del lejano río anuncia el bullicio del mercado. Debajo de la chaqueta, la cámara oprime al costado y lo obliga a detenerse cada cierto tiempo.

- El maestro Zapata me espera.- se dijo entre dientes. Fue dificultoso concertar la cita. Abrió uno de sus libros y releyó una y otra vez mentalmente los primeros segundos de lo que sería la entrevista.  La redactó. Escuchó, mientras venía en el bus, algo de la música  del maestro y siente como el color del Llano revienta en la garganta de aquel canto.

- ¿Maestro, el río vive en el alma de su poesía?-  preguntaría para comenzar, el cantaor y cronista de la ciudad de seguro se detendría un poco para hilar el pensamiento y responde. Miró la ventana por donde el olor a leche y la salitre del queso manan como la luz mañanera; cálido y  melancólico.

-Vivo en una ciudad de árboles que silban canciones al fuego.-de seguro dirá el viejo maestro mientras sus ojos de duende saltan jugando a las adivinanzas

- Pero esta ciudad es mía -continúa- en ella tengo una noche con luna, con cocuyos que brillan a retazos.

Se detiene para mirar el mercado; sombras, olores y voces.

- Mis amigos son hombres y mujeres que cantan, aquí todos cantamos   …estamos hechos de canto – recordó que le dijo Zapata con esa voz de susurros una mañana de mayo en el centro del pueblo llanero.

No llegó a la entrevista. …tampoco él lo esperó;

- …con lo que me ha confesado es suficiente para el relato- concluyó mientras el grito del chico-colector de la buseta anunciaba la marcha del regreso.

 

 

EL DESEMBARCO

“A los muertos de la guerra ni la madre luna los compadece. No llora por ellos.  Ni en los dientes del cadáver su luz alumbra…”                                     José María Arguedas

 

La luna, una astilla en el cielo negro, una hendija escapada de la oscuridad, un suspiro que lo devuelve al lejano momento cuando su padre le palmó el hombro mientras  dijo con acento grave: “sigue…”

“sigue, que las cosas todas tienen su precio y cuestan el sacrificio nuestro”

El motor fueraborda, entre borbotones y alaridos, ronronea el as del agua plateada. Marcial, se reclina en la oscuridad para no ver más; solo quiere escuchar la voz de su padre. En la oscuridad los hombres charlan con sigilo, no se mueven, jadean el cansancio y el hastío. Los ve, suspira y explora en su chaleco el juego de naipes; entre sus dedos los corretea mientras su cara busca de nuevo la luna.

En el pueblo el pescador atraviesa la plaza mientras un grupo de jóvenes lo ven pasar sin prisa, con la seguridad del día a día.

El mar, a esta hora es cálido. Marcial lo siente, lo aspira, sus pies descalzos se hunden en su oscuridad, en la carrera urgente de tocar el fondo. Trata de avanzar. Su cuerpo se mueve con mucha dificultad. Respira profundo. El agua salada lo hace toser. Se detiene para saber el dónde está. Se lava la cara. En el cielo ya no hay luna. Nubes, relámpagos en el poniente y siluetas en la lejanía que se mueven en el agua, pero no los oye. Cerró nuevamente los ojos y avanzó; Y allí está el pescador, pistola en mano, negro, sin rostro, con la voz urgente y las palabras en ráfagas:

“! Hasta allí …ni un paso más!”.  

Y Marcial se detiene mientras mira la oscuridad; ya no hay bote. Solo un disparo.

 

EL CÍRCULO DE LA LECTURA.

La penumbra fría de la tarde. Una ventana oculta entre cortinas grises soplaba sobre la infinita fila de estantes donde los libros dormitaban el silencio y el paso lento de Fredy en el otro corredor de la vieja casona de los Figueredo.

Los ojos cansados miraban a destajo el viejo libro de pasta dura que danzaba en sus manos. Leía. Rezaba historias del universo contiguo a la literatura.

-Silbidos vienen del bosque-. Dijo.

-Son como lobos-, brotó la voz desde la ronca noche de su barba.

-Son como lobos-, contesté yo para no desentonar.

Me paré con mucha calma, miré sobre el grueso lomo de los libros, caminé hasta la ventana para escapar del monótono instante. La calle serpenteaba en el noviembre sancarleño. El ir y venir de las parejas y el canturreo de los vendedores.

-Son como las cinco de la tarde,… ¿no es así?-. Preguntó Fredy. Nadie contestó. Estábamos tensos. Esperábamos que la puerta se abriera y María, la joven dependiente de La Casona, dijera que había llegado la hora de cerrar. Todos los días igual. El mismo rito. El mismo momento y el silencio de la habitación. Después todos se marchaban, las luces se apagaban y yo, duende imperceptible de los sueños, me quedaba entre fantasmas y horas que corren detrás de las manecillas del viejo reloj de la catedral para apurar el nuevo día.

  

LA GATA

 El duende saltarín.

Cuando aún era niño y mi pueblo refrescaba la tarde en las viejas calles llenas de hombres y mujeres sentados esperando la noche, mi madre me llevo a conocer Valencia, ya era por aquellos días una ciudad enorme, con sus viejos autobuses “Santa Rosa” y una “plaza Candelaria” que con mucha bulla y comercios florecientes era el cetro de todas las actividades. Todavía la “Arena de Valencia” henchía de júbilo ante las heroicas faenas. En aquel bululú me atrapó lo maravilloso de un personaje escapado del paisaje fulgurante, alucinante para un pueblerino comenzando la vida; la Gata surgió de pronto, entre la bulla y los colores, como un duende saltarín, juguetona como la sonrisa de los niños, dándole palo a los hombres que le gritaban entre chistes y alegrías. De pronto, se detenía para mirar con picardía a las mujeres y agarrarlas entre los gritos de las niñas y la risa de los hombres. De golpe, como una gran sorpresa, estaba allí con sus ojos inquietos, parada frente a mí; sus dedos de pasa navideña tomaron mi cara, la recorrieron y luego se posaron en otro lugar:

-“! A mundo ¡ Qué chiquita es esta cosa”- Dijo entre risas y grandes carcajadas. Sus pasos la alejaron entre niñas y adolescentes que se apartaban como quien hace una verónica, mientras ella daba palo y guiños a los transeúntes que la molestaban o se negaban a darle algo de dinero.

  

QUIMERAS

No sabía si esta era la última vez que miraría la puerta de su casa, la ventana, el pequeño jardín donde su madre, en aquel verano del 86 le notificó la muerte de su padre. Muchas veces había tenido esta presunción…pero siguió adelante…no podía detenerse.

 …el fragmento de un viejo reloj, el silbido y los gritos y el correycorre, maletas, olores a jabón de tocado, a perfumees o agua de colonia que en la oscuridad eran vapores mezclados con la salitre y el hollín del gasoil de los motores, una bocanada y el humo denso masticado en el cigarrillo que rueda inerte al caer sobre el piso. Los dedos, hacen un arabesco que acarician el bigote antes del primer café; pregoneros ofertando destinos y distancias inimaginables;…la estación oscura, vacía aun. El aroma del mar en la cercanía del destartalado puerto. Buscó aire para respirar mientras tanteaba el oscuro bolsillo del pantalón

- “el dónde de mi destino”, pensó Marcial tanteando el fondo de su bolsillo - …en verdad ya no importa- rezongó mientras encendía un nuevo cigarrillo, mientras su paso se tornaba seguro y su cara endurecía la mirada.

La lejana campana en el reloj de catedral y las azarosas sombras de los transeúntes y sus voces que susurran entre el estruendo de los motores y las débiles luciérnagas sacudidas, estremecidas por el rayo; llueve. Comienza a llover. Se guarece un poco en los tinglados del comercio, olores a verduras, pescado, a la sangre seca de los cerdos; Hoy es domingo, se dijo con voz ahogada para saber que no estaba solo. …Imágenes borrosas en el miedo, blanco inerte que estremecen ensueños. Paisaje. Paisaje, sonrisas en la nada, negro infinito de la noche que amanece... ojos que se cierran para atrapar oscuridades y dejarla para siempre en la prisión de los sueños.  Insomnio perenne,  noche muerta,

Llegó y los botes estaban allí, negros, en un espesa danza de remos y de olas, de un viento fuerte que lo sofocaba todo. Los hombres saltaban de un lado a otro mientras sus gritos señalaban la premura de la carga y el escaso tiempo para que el sol develara su presencia. Poco a poco se fue alejando la playa, su casa, los ojos tristes de su madre, y el juego de los recuerdos se fue tejiendo en su cabeza para no dejarlo descansar en las largas horas de esa noche.

-Pronto terminara la noche y el día dirá- dijo en voz alta; los hombre lo minoraron, pero nadie dijo nada. Nadie tenía nada que decir.

 

 

ESA  ESTAMPILLA

“En estos paramos el sol se esconde en el pecho de las paraulatas

las personas rezan a la imagen del Santo Cristo

la nostalgia siente la nota

de extraviadas cuerdas de un viejo amor.”

Onías Sánchez

.

Me miró directo a los ojos. Bajó la voz y me agarró de la mano -Hay días- dijo como una sentencia -en los cuales la memoria es mucho más importante. Hizo un breve silencio y se acercó a mi oído izquierdo y resopló,

- escúchame bien- susurró con dificultad- la memoria es más importante que incluso lo que tú estás pensando ahora.

-Abuela- dije, -en qué te ayudo   …dime.

Ella no dijo nada, continuó buscando cosas en una raída caja de cartón. Las sacaba, las desenvolvía, las miraba y las volvía a colocar nuevamente con mucho cuidado, con sutileza íntima, en otra caja más nueva; papeles, fotografías, tarjetas y una opaca carta que apretó con un ligero temblor y la miró, sin abrirla.

Allí estaba la vieja estampilla. Allí estaba la vieja carta otra vez. Cuántas veces la había visto apretarla entre sus dedos. Quizás la leía entre sus recuerdos. Quizás conocía de memoria su contenido. La apretaba con suavidad y la miraba por largo rato. Después, cerraba los ojos y volvía a envolverla en el  pañuelo rosado de siempre.

Jamás supe quién había escrito esa carta. Mi abuela murió una fría madrugada de noviembre del año 97. Todo fue como la conocí. En silencio. Sin suspiros. Sin protestar. Cerró los ojos y se fue.

La primera vez que me mostró su carta era el mes de abrir y las horas del colegio me apresuraban porque daba clase en la escuela pública y  su entrada coincidía siempre con las primeras horas de la mañana. Pero mis pasiones se alteraron. El tiempo se detuvo. Soy coleccionista. Una estampilla del correo venezolano del año 36 estaba casi al aire en el costado del amarillento sobre.

No la escuché. Ella me contó. Ella recordó viejas historias. Viejas anécdotas de su vida: pero no la escuché. Mi cabeza sólo tenía sentido para organizar mi colección en torno a la estampilla. No me importaba la carta. Ni quien la escribió, ni por qué. Pero mi abuela la acobijó dentro de su pañuelo y la guardó en su caja; a la habitación de mi abuela no entraba nadie, sólo mi madre para la limpieza y yo cuando ella me lo permitía.

Un mes después de su muerte mi madre me pidió le ayudara a limpiar el cuarto de la abuela. Todo estaba en el orden de los tiempos pasados. Con olor a intimidad. Con el calor de los suspiros. Allí, en almario de ropas antiguas, entre losas y porcelana, entre las flores secas con perfume de rosas y te de malojillo encontré la caja de los papeles, las fotografías y las tarjetas y el viejo sobre de carta; pero dentro ya no estaba la estampilla ni la carta   …sólo el sobre vacío.

  

CHEPE DICE HASTA LUEGO

“No tenía una daga, un libro, una palabra; no podía en absoluto hacer mella en el anagrama de sus anteriores semblanzas e ideologías.” (Eduardo Mariño)


Antonio lo vio desaparecer en la distancia, en la penumbra que acoge las últimas horas del día sancarleño. Chepe es un nombre escrito sobre el telar de la noche,- dijo a manera de insinuación, casi como un suspiro. Nuestra noche,- quise replicar, pero no dije nada. Sólo me limité a pensar y a descifrar el código con que había llegado el viejo Chepe.

Aparece y desaparece.- Atiné a murmurar. Su presencia es una antesala obligada en la estación para el encuentro, para las horas del ron frente a la conversa y el poema; una tarde en El Baúl o una tertulia de cervezas bajo los mangos del olvidado patio de doña Chepa.

El asfalto y gigantes cubiertos de las más hermosas ventanas del cristal fueron esquicitos testigo del creativo intento por preservar, en su voz, el acunado rumor del quehacer humano que pulula la agitada vida de la Valencia-ciudad donde lo encontré una tarde de lluvia y café en las puertas del Museo de la Cultura.

En su vida diaria, una íntima luna y viajeras quimeras fueron construyendo un nido donde albergar sueños, poemas y amigos. Una noche de ron y de palabras lo vi esgrimir el sable perpetuo de la sombra, allí cobijaba secretos mundo que emergieron como duendes nazorianos para transgredir la fina membrana de la utopía, romper el silencioso fuego de lo humano y anunciar el fantasma siempre amenazante  de la  teatralidad.

Maestro, usted que es valenciano, -le pregunté, aquella noche de abril en la Filven cojedeña del 2012. -¿Recuerda los enanitos del Parque 5 de julio?.

Me miró con la firmeza de quien no se deja arrastrar por las insinuaciones. Entre libros, parado  en la escalera de la cinemateca improvisó una daza teatral:

No me juegue usted ese gallo, -replicó entre largas carcajadas y ademanes de picardía.

Allí lo conocí, -le expliqué para limar posibles asperezas y malos entendidos.

Y es que indudablemente también la luna sancarleña y  el teatro han hecho de este hombreniño, el mágico duende del bulevar y de los buhoneros que esparcen sonrisas y siempre tienen la alegría como escudo.

…noches de niñas transeúntes, -dije recordando escenas de una olvidada obra de los años del teatro Arlequín de Valencia …y solitarios reductos de la oscuridad.- Recitó él como si un resorte lo obligara a pararse, y señaló con su largo dedo el centro de la puerta de la silenciosa cinemateca sancarleña,

-Vacíos espantos de las esquinas me esperan.-  Posó como un gigante  frente a su oráculo y se alejó entre saltos y malabarismos de zancos.

Su fulgurante verbo dejó, sobre mi memoria, alucinantes destellos, crucigramas que trenzados sobre la calle aun desnudan el ciclópeo molino de los tiempos. Y dan albedrío a la libertad y a un nuevo alfabeto para esta locura; maná de la poesía,  vigilia para los justos,   

… sólo de palabra se hilaron cada uno de los segundo de este viejo- el semblante de Antonio era una sentencia en aquellos ojos que lo miraban alejarse en la oscuridad; ya no lo volvimos a ver hasta hoy que usted dice que el Duende se fue.


José Baute. Nació en Bejuma, estado Carabobo en 1959. Radicado en Tinaquillo, estado Cojedes desde 1990. Autodidacta y aficionado a la fotografía y el cine, documentalista, aprendiz de pintor y de cuentero. Lic. En Educación y Comunicación Social…. Editor y librero de vocación. Promotor cultural por conciencia.



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