Nuestra bienvenida llanera a Navil Naime a Letras de Cojedes (http://letrasllaneras.blogspot.com/)
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AUTOLISIS
Benditas
las manos
que
vuelven a ser tuyas,
la
mueca de tus párpados
en
la convulsión de sus verdades,
cada
instante que ya no te acontece,
tus
ojos que persiguen
algún
lugar sin mundo.
Esa
migraña rota en la niebla
de
marcharse.
Bendito
el sorbo que ignoró tu sed,
el
coágulo de miedo
usurpando
el encéfalo,
la
burbuja intrusa en medio de la sangre.
Me
acomodo al sesgo de tu herida,
a la
pócima que traiciona
la
ruta de encontrarte.
¿Existirá
un atajo más firme que tu ausencia,
algo
que nos acerque a la frase sin tiempo
donde
sigues perdido?
OLVIDO
Mientras
se alejaba persistía en él la sensación
de haber olvidado algo. Revisaba minuciosamente sus bolsillos, se quitaba aquel
escombro de sombrero y lo agitaba absurdamente como intentando aclarar la
tarde. Levantaba el polvo menudo de aquel camino como el que solo anda de paso.
Hizo un rápido inventario de lo que tenía: la ropa desteñida, los zapatos
desgastados, aquel desgarbado sombrero con orificios de tormentas. Nada más. Su
angustia fue en aumento en la medida que la noche se acercaba. Se detuvo un
instante; el crepúsculo crecía en su mirada. Posó sus manos sobre la tierra, se
arrodilló de espaldas a la tarde y así estuvo hasta que oscureció. Se levantó
para proseguir, dispersó la niebla del paisaje, sacudió el polvo que ocultaba
su nombre y regresó a la cruz que también lo olvidó.
ROCA
TARPEYA
Intentamos
balbucear una renuncia.
Alguna
frase herida
de
ilusión.
Sobre
una piedra
el
gesto de la sangre
deshabitaba
el tiempo
y
pudimos sentir
en
otros huesos
el
crujido de nuestra propia
redención.
No
sé en cuál desmemoria
urdimos
la mentira.
¿Qué
forma tiene un alma sin perdón?
¿En
qué instante
del
aire
la
vida fue un error?
PIEDAD
Muy cerca del extinto mercado exhiben
una olla enorme con una sopa humeante que sabe a cenizas. Dos ancianas y un
soldado la custodian con esmero y la reparten con impaciencia.
La madre convence al niño. Bendice el humo de la sopa para que Dios los
mire con indulgencia.
La mirada del niño desciende a sus
zapatos. No sabe lo que busca.
Dos horas después mojaron su tazón
con tres cucharadas de una mezcla insulsa, menos que suficiente para el hambre de un imberbe.
En la línea de espera la gente no se
mira. Los ojos detallan el piso. Las manos desaparecen en los bolsillos. Los
cuellos se meten en las solapas y arrastran sus cabezas.
La sopa no es eterna. Se agota mucho
antes que la fe y de que los últimos de la fila puedan conjeturar sobre su
origen.
Cuando finaliza, todos juntos,
incluso los que alcanzaron a probarla, vuelven resignados a sus hambres.
Los que no comieron se quedarán
rastreando la noche en procura del sueño.
Regresarán silenciosos a sus miedos,
con los ojos enfocados en el último recuerdo. Un poco más mustios, todavía.
ORIGEN
Cuando
abrió los ojos no supo en dónde estaba. Respiró profundamente y un aire gélido
le cortó la respiración. Trató de incorporarse pero sus extremidades se negaron
a obedecer. No entró en pánico. Hizo el esfuerzo por regresar a los hechos de
la noche anterior y entonces se percató de que ni siquiera recordaba su nombre.
A su alrededor, ni ruido ni presencia alguna. Intentó gritar y solo el vaho de
un lamento deformó sus labios. Cerró los ojos para mantener la calma y poco
después un vértigo de rostros extraños
desfilaba en desorden en su repentina oscuridad. Quiso orar pero las palabras
retumbaban hueras y caóticas formando un extraño canto de resignación. Justo en
el momento de la improvisada música percibió una mano afectuosa acariciando sus
párpados caídos y una menuda llovizna mojándole la frente. Otra vez intentó
erguir sus manos pero la fuerza de un súbito río lo arrastró precipitadamente
hacia un coro de risas y llantos. Una firme tracción lo separó de su nicho.
Recordó a su madre muerta. Vio a su familia agitando los brazos en la niebla
para rescatarlo. Pronunció la frase que
guardaba para ese olvido y lloró profundamente su primer sorbo de vida.
RECUERDO
A mi querida Ángela Desirée Palacios,
constante
inspiración.
Es
mi materia gris la que te nombra.
El
vestigio humoral de la tristeza
asciende
como el humo a mi cabeza
a
perseguir las huellas de tu sombra.
Es
la luz clausurada de una alcoba
y la
alcabala cruel de sus postigos.
Es
la palabra simple que no digo
perdida
en el ardid de la memoria.
Es
este dirimir donde me toca
recuperar
las frases de tu historia
hasta
el final, por mí desconocido.
Es
tu recuerdo muerto el que me asombra:
cada
fibra senil de mi memoria
sólo
recuerda lo que amé contigo.
SUEÑO
El
niño sonríe dormido
en
su caja de cartón
va
ascendiendo en un avión
sin
color y sin sentido;
sueña
que vuela perdido
sobre
un sol de telaraña
y
que una llovizna extraña
le
humedece el pensamiento
con
la dulzura del viento
de
una canción de montaña.
Él
sueña que la mañana
cabe
toda en una nube
y en
la medida que sube
es
más prístina y cercana;
que
el cielo es una campana
que
tañe sobre una noria;
que
Dios guarda en la memoria
las
notas de un verso santo
para
salvar con su canto
las
brechas de sus historias.
En
su sueño las bandadas
de
pájaros se detienen
para
ver de dónde vienen
las
furtivas madrugadas
y
las tormentas heladas
con
su misterio profundo
y el
rugido tremebundo
del
mar cuando se enfurece
y
con su fuerza estremece
los
basamentos del mundo.
Atraviesa
el mar bravío
sobre
una regia goleta
y de
una vieja saeta
lanza
ilusiones a un rio;
hace
una pausa en el frio
de
la noche del desierto
y
con los ojos abiertos
bendice
la buena estrella
que
en la hora oscura y bella
le
muestra el camino cierto.
En
un tren de lejanías
atraviesa
mil ciudades,
el
humo de sus saudades
la
voz de sus elegías;
va
dispersando los días
en
la oquedad de un bostezo,
convierte
en amor el peso
de
toda la incertidumbre
y en
el brillo de su lumbre
va
gestando su regreso.
Regresará
de su sueño
y
volverá a comenzar,
la
ilusión es el lugar
donde
todos son pequeños;
en la ruta de su empeño
nos
debemos concentrar
para
juntos intentar
con
acciones imposibles
y
palabras invencibles
que
no deje de soñar.
DIMAS
Abdico
en la cruz
sin
nada que me nombre.
Extraño
el agua
de
mi antigua sed.
A mi
lado
un
ser inhiesto
ostenta
una palabra
de
sangre
y me
increpa
desde
algún lugar
de
su dolor.
Yo irrumpí
en
su certeza
con
el tal vez de mi asombro.
Desde
entonces
lo
busco
en
todas mis muertes.
Navil
Naime, Todas Mis Muertes, Avant Editorial
EL
RELOJ
El
reloj marca las tres de la mañana. El hombre atiza su insomnio girando en la
última palabra del día. Respira el silencio, pero uno que no le pertenece, algo
que usurpa el peso de la noche. Se hunde en la cama. Las paredes intentan
parecerse al sueño. Se levanta y toma un sorbo de agua aunque no siente sed.
Descorre la cortina y una luna intacta deshace la penumbra. Vuelve a la cama y
saca de su cómoda una carta inconclusa y un pastillero. Retoma el papel y con
pulso nervioso garabatea unas pocas palabras y al fin estampa una fecha. Deja
la hoja sobre la cama y recoge el
pastillero. Piensa que una sola es suficiente para retomar el sueño, dos para
profundizarlo. ¿Cuántas necesitaría para eternizarlo? Vuelve a la ventana. La noche es propicia
para el miedo de un insomne. Quisiera desgarrar la oscuridad y rescatar de
algún modo la voz de sus ausentes. Tiende ingenuamente una mano hacia el vacío
y recuerda una oración de su infancia. Busca
la frase adecuada para pedir perdón. Las manos se orientan presurosas
hacia el vaso. Tiemblan en el frio de su desconcierto. Separa y cuenta las
píldoras, las lleva una por una a su boca con gran ceremonia. Vuelve a cama un
poco desorientado. Solo una mueca lo separa del llanto. Se imbuye en la oquedad
de la penumbra. Mira impulsivamente el reloj. Se asombra: continuaban siendo
las tres de la mañana. Aún le quedaba tiempo para emprender la vida.
CORAZÓN
ACORRALADO
A mi
amiga Ana Rita Tiberi porque su alma está hecha de música
Andar
y andar, ¿hacia dónde?
Seguir
andando, ¿hasta cuándo?
Lo
que busco se me esconde
y
mis pies están cansados.
Continuar
hacia mi norte
por
caminos ignorados:
Que
quizás nunca se encuentre
lo
que tanto se ha buscado.
Y
siempre por nuevas rutas
tu clamor
que nadie escucha,
corazón
acorralado.
A
tus anchas y a tu suerte
hasta
el amor o la muerte,
¡sin
llegar a ningún lado!
Navil
Naime, Sonidos Para La Intemperie, NSB Editores.
DIOS
Habían transcurrido siete meses desde
los sucesos. Las cosas buscaban volver a ocupar sus desplazados lugares,
desempeñar nuevamente el rol para lo que fueron creadas, y así fue como todo
tornó lentamente a una normalidad relativa.
Los diversos ambientes de la casa
continuaban siendo parcelas desoladas, habitadas por la tristeza de sus tres
ocupantes.
Aquel día, Raquel tomó a sus hijos y
se decidió a dar un paseo por los alrededores de la ciudad. Respirar el aire
dulce que satura las mañanas en los parques. Experimentar otra vez la sensación
de que la vida continúa. Era un domingo
estival de inicios de septiembre. Un cielo de pájaros brillaba intensamente en
el verdor del bosque. Vieron aproximarse a un hombre algo corvo, de cabellos
canos y gruesos lentes. Llevaba un par de tenis blancos para la ocasión. El
doctor Gómez reconoció a Raquel de inmediato y en un simpático gesto le
extendió su brazo para continuar juntos el paseo. Hablaron, al principio, de
las cosas triviales de las que suelen conversar las personas que poco se
conocen, pero que mutuamente se aprecian. Casi al final del paseo, Raquel miró
a los ojos del médico con la misma pesadumbre con que lo había hecho el día en
que se conocieron. El doctor Gómez reconoció esa mirada que precede a las
preguntas trascendentales. Vislumbró en la tristeza de la mujer ese pensamiento
que largamente carcome la tranquilidad de un ser hasta convertirse en duda
obsesiva, y que suele estallar en su
debido momento. Entonces sucedió; Raquel se armó de valor y usó el tono de voz
más sincero del que fue capaz para interrogar al médico:
«
¿Usted aprobaría la eutanasia en un ser querido?», espetó la mujer, atenta a
todas las expresiones del doctor Gómez. Este dudó un poco antes de responder.
Se detuvo, tomó una profunda bocanada de aire que luego convirtió en largo
suspiro y finalmente dijo: «No soy capaz de profesar algo que esté divorciado
de mis convicciones. Cada paciente agonizando tiene el rostro de los míos. Mis
hijos, mis padres, mi esposa, sobreviven y mueren en otros, cada día. Es una
batalla que jamás culmina. Todos los días alguien se aferra a su precaria
esperanza y duerme abrazado a ese
pálpito de vida que le resta. Nosotros estamos aquí, como instrumentos de Dios,
para hacer menos difíciles esos momentos y socorrerlos hasta donde nuestros
recursos lo permitan. Su esposo aún tenía signos vitales después de la
intervención quirúrgica, pero créame, su funcionamiento cerebral había cesado.
No existía posibilidad alguna de recuperación. Cualquier decisión que hubiera
asumido ya estaba bendecida por todo una vida de entrega sincera y de amor sin condiciones. Esto es lo que
convierte en auténticas las posturas que en situaciones tan especiales nos
vemos forzados a asumir. Dondequiera que el devenir nos conduzca nos
encontraremos con seres destinados a activar o desactivar nuestros
interruptores de esperanza. Y sobre ellos, un Dios sabio custodiando
amorosamente nuestras vidas».
Como quien ha logrado dilucidar una
antigua duda, Raquel sintió cómo se desprendía de su cuerpo la fatigosa carga de
la culpa. Por primera vez en meses se sintió libre del recelo pertinaz que la
enfrentaba a la vida y le restaba serenidad y sosiego. Entonces, enfocándose
hacia algún sitio del cielo, izó el brazo derecho, agitó su mano en el viento y
sonrió.
La tarde ya se posaba en las copas de
los árboles. Una llovizna menuda se derramaba como signo inequívoco del otoño
incipiente. De regreso a casa, contemplaban un cielo escarlata cayendo sobre el
horizonte.
PADRE
Hoy
vengo a dejarte
este
llanto noble de palabras lisas;
de
cosas ingenuas que nunca escuchaste,
sumido
en la niebla de nuestra rutina.
Y
cierro los ojos para ver tu cara,
aquel
dulce rostro que colmó mis días
de
palabras tiernas, de lenguas extrañas,
de
la enorme fuerza que marcó mi vida.
En
este silencio siento tus palabras
nadar
en las ondas que arrastra la brisa,
mordiendo
tristezas de largas distancias,
luciendo
fragancias que desconocía.
Padre,
si lograra destemplar el aire
y
abordar el humo del sueño que habitas.
Si
mis torpes manos tocaran tu sangre
y se
aproximaran a tu humor sin vida.
Padre
si pudiera
derrotar
la historia duramente escrita,
contemplar
tus ojos, como el niño triste
que
creció admirando tu pasión sencilla;
volvería
a besarte convertido en nube
con
la voz deshecha entre frases vacías.
Me
desprendería del dolor que tuve
para
dibujarte mi mejor sonrisa.
Y
tus manos buenas asirían mis manos
con
esa ternura de cosas perdidas;
y
desde el silencio de tu sueño arcano
a mi
sueño triste tal vez volverías.
Hoy
quiero contarte
que
entre tus raíces sepulté las mías;
me
sembré de lleno sobre tus zapatos
y el
color de humo de tus diez camisas.
Que
tus gestos giran sobre mis recuerdos
en
mi afán de henchirme de lo que me inspiras:
y no
me contento, y no me consuelo
con
esta mentira de usurpar tu vida,
porque
el mismo golpe que cegó tus ansias
me arrolló en silencio y apagó las mías.
Muchas gracias por su visita
Isaías Medina López (Coordinador)
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