"Campesino aroma de colores, brindis, y abrazos".
Imagen llanera en el archivo de Santos Quiroga
UMBRAL
“Todo
umbral tiene su ojo, se mueve, cataloga la geometría que aspira conquistar”.
Umbral,
la antigua madera, evaporada incertidumbre vegetal, derramado verde hecho
tonel. Encrucijada en el envero, y en los ojos de los caminantes, dádivas
ovales de los delirios.
Eclipsados
los odres callan, tienen la mirada cerrada de frontera. Y las bocas rojas
hieráticas… y la piel de los espejos. Acaso, reflejan de antemano pretéritas
pendencia, alegrías o solo la confusión de los desmanes.
Anacleto,
bebe ahora chicha y su jornal ilusorio ¡Oye! ¡Adivina! el horizonte de la vid,
mas no, el hurto del paladar gitano. No importa la advertencia, vendrá abril en
lagares y su tiempo de vendimia. Los tontos tocaran campanas. Al contrario, a
los hombres frutales los veré desplomar de las manos el sabor de las tristezas,
…
Remolinos de cestas, palas picos y silencios.
Destierren
mis ojos la tarde evadiendo la lluvia entre espanto de palomas y cargas
agobiadas. Sol furtivo, ¡bebe de las acequias!. ¡Aguas de ternura! letargos de
frescuras a fatigas jornaleras.
Y Ellas…
morenas, esperan como siempre en la cocina, como te espera tu María viñatero,
con sus ojos de puñales haciendo tajos a la melancolía. Las especies
capitularan sus anhelos en los olores del picante; disuelta sal de la rutina.
En la
estación de las hojas sobre la calle, cada tanto, devanando hilos, teñirán sus
ojos de claro oscuro, el cielo soñoliento y su espera.
Crepúsculos
enquistados en manos ínfimas permanecen junto a la ventana. La penumbra traerá
nuevas agonías cuando en rumores del viento se avecine el invierno, el dolor de
las ausencias o el paso de sus hombres rumbo a la cantina.
El
olvido trepana y deambulan lenguas ahorcadas, que callan su grito, abrumado. El
patrón fermenta el tiempo sobreviviente, carcelario en la fragancia del roble y
la alquimia de la rosa. Condena de huesos labradores a la próxima cosecha.
Y lejos…
ahora ellos y tu Anacleto, en otros caminos o en la cantina,, acólitos de luna
y arena en sudarios labriegos, pedirán al viento que sople, sople con fuerza y
arroje del mundo las penas, hasta el umbral más alto, hasta que se vuelvan estrellas.
Un amigo citadino me pide que publique un cuento y pregunté ¿Si todos
somos otro ladrillo en la pared o como dice el alto poeta salteño Jacobo Regen
en
Anécdotas
¿Dónde
se ahogaron nuestras noches
de
sueños para siempre irredimibles?
Sólo
quedan anécdotas:
pugilatos
de torva levadura
y el
vino con que ayer amanecía
la
confidencia del amor
al fondo
de un bar decapitado.
Sin
pretensiones puedo decir, solo porque me gusta la música de Pink Floyd
You! Yes, you! Stand still laddy!
Another Brick in the Wall (Pink Floyd)
En esta
ciudad, ¡cuidado!: ¡la intersección de las calles! Parecen laberintos superpuestos.
—Uno
puede extraviar hasta el aliento — me dijo Federico. Yo soy menos filosófico, y
lo único que encuentro allí son problemas con el tránsito, calor agobiante y
puteadas entre congéneres.
Y mi
madre, que taladra con su voz: —¡Vas a llegar tarde a la cita, vas a llegar
tarde, como siempre! Las horas vuelan, hijo.
La radio
del automóvil abordó a Pink Floyd y comenzó a sonar su canción Another Brick in
the Wall. Tarareo mientras viajo, y la afirmación de Fede, no sé por qué, ronda
mi memoria. Días pasados leía en la revista Cuarta Dimensión, que en los cruces
puede habitar la duda, la perplejidad o tal vez la búsqueda afanosa de lo que
puede ser, de lo que no es; una memoria distinta y, en algunos casos, aquello
que fue. El destino, me contó la gitana, suele ser a veces hermético y azaroso,
animal esquivo. Y en otras oportunidades sentenciado y voraz… o algo parecido.
Todas macanas, pero me gustan.
Ahora el
celular me distrae. Por un instante, girando mi cabeza, miro hacia el asiento
del acompañante y tomo el maldito aparato para atender. De pronto… aquella
sacudida aterradora.
Estranguladas
las palabras, la confusión quiere digerir el pensamiento. Todo parece suceder
en medio de imágenes veloces y a cabeza abierta.
Mi vista
se desplaza para encontrar la acera de enfrente: los tacos de una bella mujer
la surcan impertinentes y se llevan hasta la masculina celeridad de las
miradas. Una señora gorda, bien vestida, desde una de las ventanas del bar-café
a medio abrir, estampa sus gritos sobre vereda y tímpanos transeúntes.
Hace
unos días, en una de las mesas de ese bar llamado La Paz, aventábamos temas de
fútbol, filosofía y política, con opiniones casi siempre bordadas de
ignorancia. También hablábamos, frenéticos, de mujeres, tango y algunas cosas banales.
Recuerdo
como si fuera hoy cuando el mozo tardó en traer los pocillos de café y mi
impuntualidad cayó sobre la mesa; y hasta la voz pausada, que siempre utilizo,
fue motivo de bromas. En fin, el bar es un mundo: saludos, verborragia, a veces saberes, recriminaciones u ocio.
¡Cuánto desperdicio sobre sillas, sin prisa
El loco
Mauro, fotógrafo de ovnis, llama a esta mise en scène: “semiótica de la silla”,
por supuesto, sin fundamento alguno. Tal vez solo fueran intentos de dar
nombres ineptos o de iniciar una clase de Hablar sin Saber. Mauro cree que todo
sucede de manera lenta y cuando nos damos cuenta de ello el suceso es pasado
No
quiero distraerlos más. Ahora Juan Carlos, el mozo, está corriendo hacia la
ventana con las manos en la cabeza y yo, que no colijo bien los porqués de las
cosas, me digo ¿porque nunca puedo
terminar mi café?
¿La
curiosidad sabrá de infortunios? El muchacho que siempre se ubica en la mesa
más pequeña, está como paralizado; él no suele ser así: varias veces observé
que es muy despierto. El martes, sin embargo, le gané de mano para usar el
baño. ¿Por qué lavabos y excusados están casi siempre sucios? Por alguna razón
extraña relaciono la suciedad con la muerte. Quizás sea porque a los muertos
los tapan con tierra; no lo sé. El baño no estaba limpio, tuve indignación y
dejé, a propósito, la canilla abierta, Él entró después; ¿qué habrá pensado?
A veces
hay cierta inutilidad en los gestos, ¿en todos los gestos? Confieso mi
ignorancia en estas cuestiones. Solo me interesa que no me tapen con tierra
cuando desaparezca: prefiero ser un ladrillo en la pared, como invoca la
canción. En definitiva, los ladrillos son más limpios, como el agua de la
canilla que deje abierta y corriendo. La curiosidad y los infortunios van de la
mano.
Ahora
mis ojos despabilan contornos. No sabía que las cosas pudieran ocurrir a veces
en Slow motion. ¡Qué terrible!
Sonidos
de sirenas mutan las voces, mientras los hombres de algunas mesas corren y
vociferan. Sus bocas prescinden de definiciones, a pesar de que el suceso, el
asombro o la intuición los hará correr hacia la vereda y hasta pisar la
calzada.
Ayer no
fui a trabajar al diario… Hoy, de pronto, estoy elevándome, mirando todo, tengo
la boca seca, ganas de correr… hacia la barra con la intención de… tomar vodka,
de encontrar un cable a tierra, de reconstruir mi refugio. Estoy aislado, me
intranquilizo, trato de comprender y siento escurrir mi propio dolor.
El aire
está puercamente pervertido y el ruido aumenta la tensión. La ambulancia,
agitada de ojos, se detuvo en la calle aullando como loca.
—¡La
culpa la tienen los taxistas, los colectiveros, todos manejan como locos! —¡Así
no se pude vivir!—clamorea un hombre mayor mientras su mano va y viene de la
mesa a la barbilla. — la vida a menudo es como un relámpago, acota una mujer
fea tratando de acomodar sus ridículos anteojos.
Debo
escapar, tal vez como un pirata, buscar la salida pero allí, a lo lejos, veo
que ¡está el enfermero… o es un médico, no lo sé! El batifondo me aturde, todo
sucede sin dirección, sin rumbo, sin lógica. Una ráfaga de golpes a los
sentidos apresa la escena. Vértigo y pensamientos que vuelan. ¿Alucino o ya
comencé a transitar la locura? Luego pienso: ¡Por qué no traje la máquina de
fotos, que buena nota para el diario!
Las cinco
de la tarde, me dice el reloj que está en la pared. “La vida es un suspiro”
exclamó ayer Federico, el jefe de redacción, y agregó con tono circunspecto:
“—No sé por qué lo digo si eso no te interesa: vos crees que la vida es solo
prisa y adaptación”.
— ¿Cómo
dice? —repliqué.
—Ya me
escuchaste bien, no te hagas el boludo. Esperá, pero tené cuidado. Verás
como la metamorfosis de todas las cosas
llega y cualquier día de éstos te vas a llevar una sorpresa.
No le
quise contestar ni agregar nada. Asentí con la cabeza, como dándole la razón,
para evitar la lata del sermón de siempre.
¡La
camilla, la camilla, demoraron mucho! ¡Pronto, el muchacho necesita urgente
atención!
Hay
olores que no son buenos, al de la sangre nunca lo juzgué ni tampoco al frío
que siento ahora. Siento que caigo, mis ojos desean esconderse y mi lengua
quiere escapar de la boca. Tengo los brazos flácidos y el cuerpo ignorado ¿Qué
me está pasando? Todo este caleidoscopio
me reclama girar hasta el borde de la nada.
¿Cómo
fue que sucedió? El taxi había intercambiado luces con el colectivo…, o fue el
otro negro automóvil, que apareció como salido de una noche, para que todo
estalle en mil pedazos, sin explicación.
Quizás
vivir sea solo un juego con algunas trampas; a veces se disparan cuando uno
menos lo espera: heladas, rojas y lóbregas, burlando la ventura de cada uno.
Esta vez esas trampas están danzando entre el resplandor de luces alocadas.
Sobre
una camilla, el cuerpo. Y aquella canción que desde la radio de mi automóvil
venía repitiendo como un martillo: You! Yes, you! Stand still laddy!
La
respiración entrecortada por la agitación parece no tener más hálito para mi
ser. La quietud lo invade todo, hasta las llagas que guardo del amor.
Aquella
esquina, sin alma, desolada, me había tragado en el impacto.
A veces
la tristeza parece no tener fin. Catalina hada madrina y tía Siempre en mi corazón hoy me quede sin
palabras
Arpegio de amor
A Catalina F. Lamberto.
“El amor
un día imaginando
retazos de nubes”
Gustavo
Rubens Agüero
Telaraña…
Modesta,
casera, belleza de binza silente.
Absurdos
miedos del rincón, y la tarde soleada.
Amorosa
en los atardeceres de la lluvia.
Y en los
tensos hilos de la trama.
Me
distraes de mis acosos, boletas, facturas
y el
aumento de fin de mes.
Voy
desvelado de anaranjado atardecer,
entre
las sombras de la casa
y el
cuadro que me mira.
Incredulidad
suspendida en hilos,
Animado
hálito de engaños e ingenios.
Antigua
y geométrica naturaleza
que
abanica gracia entre el sillón y la ventana.
Como tú,
soy alma de riesgo.
Confieso,
para nadie, mi propio engaño:
arpegio
de amor sin ingenio ni red.
JUEVES
DE COMADRES
El viaje
de la lluvia parece irremediable, como
el tiempo atardecido en una plaza. Semillas de fiesta en manos
golondrinas, caerán al moreno olor de tierra mojada.
Raspa el
Singani bajo el ojo del sol desgranando sombras, gentío, piedra hecha calles, veredas y en lo alto la celebración del deseo jugando
con el papel picado y las miradas.
Más
allá… siete colores pinta el arco iris
sobre cerro y quebradas. Cuesta abajo y cercanas al rió parcelas de cultivos
bajo un cielo de llovizna, lisonjean al calloso arado y los olvidos.
Es
carnaval y jueves de comadres en
Tilcara, campesino aroma de colores, brindis, y abrazos. Sediento arrojo
de polleras en corazones de Sikus, albahaca y talco vuelan en la serpentina
interminable de la danza.
Soplaron
vientos de cosechas, lunas empapadas de
cielo galantean al Pucará y la
Pachamama.
Las
gotas de agua suelen refugian espejismos. Misteriosas van las voces del ayer...
y de la gente que aman la tierra, el
baile y la comparsa.
PAVESA
ESTELAR Mauro Martina
“De noche,
a veces, suelo observar como afloran en luz las estrellas. Ellas exhaustas,
silenciosas, me brindan su belleza. La ciencia voluptuosa me trae otras
resonancias, repitiendo una letanía de años luz de distancias.
Creo,
que las más lejanas son como el amor y quizás lo que estoy mirando fuere el hoy
del ayer y ya no exista. Entre ese vuelo sin destino y un delicado azul, es tal vez donde desertan
un cielo que se apaga y nuestras voces.
Opaco
claro de luna la almohada. El cielo,
destello de un pasado muy antiguo, que hoy viaja en el presente, derivar en el tiempo. Casual
perfume… la existencia.
¡Cuándo
sueño, siento! ¿Voy lejano? El tiempo me apresa. A veces sucede rápido,
atraviesa el presente aunque tal vez
solo retorne el pasado, ¿Qué será?, tal vez solo ¡grácil melodía y titilar!
Otras veces el minutero cósmico, es lento, tan lento, que no puede suceder…
Entonces ocurre el no tiempo, un vándalo del presente sin pasado. Y… ¿a mis
Quipu -(espaldas)? ¡El desconocido futuro! Realidad, fábula, y la mirada fija
en la nada… y el alma, en una bocanada
de infinito.
¡Cuánta
locura tendrá el tiempo! ¿Nosotros? O todo será solo una cuestión de
distancia”.
DESVÁN
DE TRISTEZA
Misterioso
perfume del Más Allá, elegante y bella madera del ciprés; una antigua
ritualidad, apostasía ajena de celebrar la vida, lo sembró como guardián del
sitio.
Árboles
altos, flexibles, embelleciendo lo áspero. Y en los aires de Buenos Aires,
malos aires.
Inmovilidad
en oscuras formas, gélido pórtico de entrada. Miradas e interrogantes. Cálidos,
¿Por qué? Y más preguntas, siempre las mismas preguntas.
Brisa
sutil que enluta rostros y oprobios. Mañana de sol primaveral blanqueando
nombres y huesos. Cita breve, familiar e inusitada y la lejanía del pago
Gruesas
paredes erigen la incomprensión de lo evidente. Encierran las inquietas moscas,
ánimos ocultos y monumentos; sin respuestas entre los olores dispares y la
fatalidad de las flores del adiós.
Dominios
del cemento y de la nada en variadas construcciones, algunas importantes,
estrechas callejuelas. Geometría de la piedra y rectángulos en la tierra.
Estigia en la mirada, palpitaciones y una espera atravesada en el pecho y la
garganta.
¿Hay
Piedad en las figuras de mármol? Cerberos de la palidez. Desván de la tristeza.
Estampa de desterrados en el sendero de la fe. Un paisaje despoblado de voces
y, al anochecer, cada tanto, la luz de la luna tragada por la niebla. Sombras
del último aliento. Los inhumados y su ausencia.
¿Y los
pájaros insomnes? ¿A dónde irán batiendo alas en este día de pesadilla? Hoy
parecen torpes. ¿Habré olvidado la hermosura de su vuelo? Extrañas aves,
coronas y viandantes. Descaro en las palabras y en los silencios. Y en las cabezas
faltan imaginación, vuelo y movimiento.
La
enterrada, ni su zarcillo, volverán a su puna. Juan Cuevas, en San Antonio de
los Cobres no descifra arriba ni abajo, circulo ni recta, solo el no de un
tiempo sin distancia en la distancia. Anclado al bar El Quitapenas, su
laberinto perfecto.
Al paso de los años, sin su amada compañera,
el viento se le arremolina en el cuerpo y el recuerdo en los ojos; alcohol,
polvo y huellas. La resignación, largo camino. Penas y, sin herida, certera
puñalada.
María Cuevas, guerrera de lo que fue (no está para
las quejas). Alrededor, húmeda soledad, cruces y nostalgias
DERROTA ADAMANTINA
A Ella
Es
medianoche, apremia el reposo. Alegrías, penas, anhelos y presencias intensas
o, algunas veces, borrosas, de vez en cuando me atrapan, como esas cosas que
vienen del aire. Yo no sé bien porqué: debe de ser por la audición de la radio,
digo, quizás. A esta hora sintonizo el programa “Demasiado tarde para
lágrimas...”.
El alero
del techo me resguarda del leve rocío que cae, constante.
A mi
lado, otro cómplice: el cuaderno de notas. Aun cuando no escribo, me agrada
tenerlo cerca.
Desvelos
implacables y la estrellada estancia poblada de antiguas voces.
En el
aire, aromas persistentes de la pasada cena salen por la ventana de la cocina
junto a sonidos cercanos. El croar de ranas acude desde el baldío vecino,
quizás como un preludio para el sueño.
Instantes
de monotonías graves, alterando silencios y tranquilizando ánimos. Tiempo
escalonado y, en algún otro ruido lejano, la inquietud, el deambular en el
pasado. Tal vez algún traqueteo ocurre en la calle. ¡No importa!, igual el
tiempo sucede.
El
silencio deshoja soledades. Todo ocurre antes del alba y, al parecer, sin un
dios.
La
tortuga Florencia guarda la cabeza en su coraza y se aloja, holgada, en un
rincón. La observo: tengo los brazos apretados y, en la textura de mi poncho de
Luracatao, un vano esfuerzo me acaricia.
Abrazo
algunos pocos sueños perdidos y la idea loca de guardar, en un lugar del
corazón, fe y retazos de mi felicidad pasada.
Luna y
lumbre… parecen desaparecer en el ángulo más pequeño y extremo del patio,
crecido en sombras. A salvo de la oscuridad, las rituales patas del quelonio y
en un improvisado tablero de bordes y peldaños semi-ocultos me distraen algunos
mosaicos: el rojo y amarillo de la derrota adamantina se refugian en los
escaques del piso de granito.
La
mirada ha cumplido su recorrido; está ahora detenida en la madreselva. Mustias
y apretadas alas, danza borboleta en la fría piedra. Memoria, movimientos en
las hojas, y el sabor agridulce de las cosas.
Presiento
un nombre entre fragancias de enamorada del muro, pensamientos y otras
galanterías que trae el viento como repitiendo una canción con antiguas
hablillas.
Respiro
profundo y ¡Ella ya está aquí! Me alcanzan los sonidos de su voz.
Párpados
del ayer y, en mis ojos, las interminables escalinatas de la Facultad de
Derecho. Y mí atormentada conciencia.
Sin
poder creer, desespero, permanezco. ¿Amor, dónde estás?
·
Este
relato lo publique en crudo una vez. Mi querido amigo Julio Reynaga realizo el
trabajo de corrección Como siempre una labor superlativa Gracias Julito
EL MONO
Y EL ORIGEN DE LA MENTIRA
(Variaciones
sobre un cuento de Tolstoi)
Había
escuchado todo, y bajo del árbol, como un mono. Como mono que era. Realizando
una extraña pirueta y algunas monerías. En un santiamén reparó con disimulada
satisfacción que el desconcierto delataba en el rostro de los otros animales,
un cuervo, un palomo, un ciervo y una serpiente. Dejando de lado su aparente
torpeza, rascó su cabeza, y efectuó tres gestos inquietantes: primero, llevó
sus manos al rostro y tapó los ojos; casi al instante abrió sus codos y cambió
la posición de sus manos, extendiéndolas para cubrir también sus orejas; por
último, consumando otro movimiento con sus manos, se tapó la boca. Después
resolvió hablar e imitando una voz baja y cavernosa dijo: ¡Mmm..., el origen de
la mentira... De alguna manera todos podrán tener razón y quizás nadie la
tenga.
Otros
asistentes comentaron que el mono había disparado el concepto a sabiendas de la
alteración que provocaría a los presentes. Y así, paseándose con las manos
entrelazadas en su espalda, por delante del ocasional círculo que se había
formado como si ya fueren sus discípulos, continuó con su discurso.
La
teatralización que llevaba a cabo el mono a esta altura de los acontecimientos
oscilaba entre graciosa y académica. Titubeante, intentaba convencer a todos de
que cada una de las calamidades que se puedan mencionar son parte de un todo,
que hoy llamamos el origen de la mentira. Pero como todo es relativo y nada es
absoluto, y en el universo el uno y las partes son lo mismo, interrogó. Dicen
que sus palabras fueron: ¿No consideran ustedes que el bien también sea parte
del origen de la mentira, como un todo? Así las cosas, algo que representa la
mentira mañana podría ser bueno y viceversa. Dios necesitó de la ira. Y por
ello ¿fue malo? ¿mintió?
Cuentan
también que daba vueltas al ocasional círculo y que, en seco y sin titubear,
afirmó: Si alguien expresa que sufre hambre de amor, ello puede ser verdad o
mentira. Quizás nada es en sí mismo. Hizo una extensa pausa, y mientras se
rascaba la barbilla habló de nuevo. No, no tienen razón. No han considerado el
tiempo o el movimiento y además las cosas o la naturaleza, que está en
equilibrio inestable, no tienen origen en la verdad o la mentira. Solo parecen
o suelen ser transformaciones de una misma cosa nombrada energía. Y la energía
no tiene ser. De alguna forma extraña se necesita la misma energía para la
verdad o la mentira. Además, la hipótesis de que todo en definitiva es energía
contradice la esencia del concepto de energía. Por ello, tal vez la verdad, la
mentira, el miedo y el valor o el amor y el odio, deban ser solo apariencias.
Caras de una misma moneda.
Así
pareció dar por finalizada su intervención. Pero, al trepar y hamacarse en la
primera rama del árbol con una actitud algo oronda y satisfecha, lanzó la
última frase provocadora: ¡Distraídos!, están inmersos en sus problemitas y no
se dieron cuenta de que les di tres pistas sagradas del conocimiento, como si
fueran las sagradas negaciones de Pedro. Y entre risas exclamó: ¡Si no
entendieron, busquen a un hombre, el ermitaño del bosque Y si no, esperen a que
vuelva de la montaña el nombrado, Zaratustra!
Hay
variadas versiones del encuentro, algunas contradictorias. Otras aseguran que
el mono trazó con claridad todas sus respuestas. Aunque los concurrentes nada
comentaron.
Bueno...,
tal circunstancia no está mal ni bien. Los hombres muchas veces nada contestan
cuando son interrogados en estas cuestiones, pero algunos alegan que cuando
Dios murió, al menos algunas respuestas o todas las claves les fueron
entregadas para que entiendan y hablen.
Lo
cierto es que el mono continuó su discurso: Animalitos míos, la búsqueda
siempre es infinita, tal vez puedan responder al interrogante. Pero ahí, en el
acto nacerá otro interrogante. El desconcierto, era notorio. Nadie habló y los
cuatro animales estaban allí, como petrificados. De manera decidida y quizás
para aumentar la turbación en el discernimiento de sus oyentes, que lo
observaban perplejos y casi todos con el entrecejo fruncido, argumentó: La
mentira y la verdad, son tan solo como la sombra que uno proyecta. Todo está en
el camino, sin origen o fin, junto a las demás cuestiones nombradas. Al
percibirlas sentimos que existen, pero ¿existirían sin nosotros? Es un enigma
difícil de resolver. Y sin decir más, con la boca abierta, saltó hacia la rama
más alta.
Muchas gracias por su visita
Isaías Medina López (Coordinador)
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