Mostrando entradas con la etiqueta Acarigua-Ospino. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Acarigua-Ospino. Mostrar todas las entradas

lunes, 27 de abril de 2020

Leyendas llaneras (Vivencias y testimonios) 9. Espantos y bestias (Carmen Pérez Montero)

Las bestias gigantes llenan muchas páginas de la literatura llanera. 
Imagen en el archivo de Rosa Elena Montenegro Ortiz



EL ESPANTO DE EL BAJÍO
Esta historia es muy vieja en el pueblo de Turén. Siempre entre los músicos se acostumbraba después de las tertulias, las serenatas y los "palitos", encargarle a los que debían atravesar casi todo el pueblo para llegar a sus viviendas, que se cuidaran del Espanto del Bajío. El Bajío  es un sector de Turén llamado así porque en épocas de lluvia este terreno se inundaba y era casi imposible transitar por él.
Es conveniente recordar que en esta época de guerra y guerrillas la gente que tenía dinero acostumbraba en colocarlo en tinajas de barro y enterrarlo, unos porque se incorporaban a los ejércitos convencidos de sus ideales liberales o conservadores y otros, para evitar que esos mismos ejércitos que tenían fama de revoltosos y abusadores pudieran robárselos.
Wilman Rodríguez, habitante de La Colonia Agrícola de Turén y yerno de María Alibardi de Ruffato, narró que una noche, estando el joven, se fue con unos amigos a dar serenatas en Turén y ya pasada la una de la madrugada tuvo que regresar solo para La Colonia Agrícola de Turén. Como estaba ebrio y caminó mucho acompañando a los amigos, se perdió y de repente vio una luz fuerte que daba diferentes colores. A veces daba visos azules, verdes, morados y reflejos amarillos.  Wilman reflexionó y fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba en el sitio llamado El Bajío y la luz que brillaba con diferentes colores estaba, precisamente, en el lugar donde, supuestamente,  existió la antigua ceiba donde, segun la leyenda, en tiempo de Cipriano Castro, un hombre seguidor del General Rafael Montilla, El Tigre de Guaitó, hizo enterrar su fortuna en el pie de esta frondosa ceiba. Este hombre utilizó los servicios de un peón para abrir el hueco y después, temiendo que este pudiera robar el dinero o divulgar su existencia, lo mandó a meter dentro del hueco con pretexto de que acomodara el cajón contentivo de las morocotas de oro e inmediatamente, le dio muerte con el pico y lo enterró junto con el tesoro.
A Wilman se le paso la borrachera y rápidamente busco la salida hacia el centro del pueblo y de allí el camino para La Colonia, sumamente asustado por todo lo ocurrido. Después de ese incidente fueron muchas las personas que lo aconsejaron a Wilman Rodríguez que volviera al sitio, que ese dinero era para él, pero Wilman no quiere saber nada del Espanto de El Bajío y prefiere seguir siendo el humilde maestro de música que vive de su trabajo. 



LA VACA ESOCADA
Esta la leyenda nació en ese pueblo antiguo, formado inicialmente por los negros y esclavos de los fundos y haciendas pertenecientes a la mayoría de las  familias  "acomodadas" de Guanare: Ospino, tierra de retiro y tranquilidad, Allí nos encontramos con el señor Tomas Villegas, quien después de aclararnos que él no es de ese pueblo, que él vive en Acarigua, nos relata lo siguiente: Cuando yo estudiaba en la Escuela Granja de Ospino, en el año 1987, se hizo costumbre, para un grupo de estudiantes, fugarnos casi todas las noches para salir a parrandear por el solitario pueblo y en la madrugada, ya con la claridad del día, regresábamos a dormir a la escuela.
Una noche, serian como las once, la luna estaba clarita y salimos del dormitorio Said Antonio Valdez, Antonio Cedeño, Freddy Colmenárez, Ildemaro García y yo,  atravesamos el puentecito donde estaba la quebrada, donde muchos estudiantes habían visto muchos espectros nocturnos como figuras de enfermeras, hombres vestidos de blanco, marranos y una vaca que era el espanto del que más oía hablar en el ambiente y cuando ya íbamos llegando a la cerca por donde estaba el hueco por donde solíamos escapar, un ruido extraño y escalofriante nos detuvo, todos nos miramos y exclamamos al mismo tiempo ¡Dios mío!... ¿Qué es eso?. Nos quedamos petrificados y el ruido que se sentía por debajo de la tierra y que estremecía el suelo donde estábamos parados se hizo cada vez más fuerte, era como un animal pesado, lleno de huesos, que bufiaba a la vez que arrastraba una pata de palo. Sentimos que (la cosa) se acercaba cada vez más y, sin embargo, no lo vimos pasar. ¿Cuánto tiempo duro ese ruido desconocido? No lo sabemos pero fueron minutos interminables. Nosotros creemos que lo que nos salvó de un susto mayor fue el vigilante que en ese momento sonó el pito y nosotros recobramos el aliento y pudimos movernos. Yo fui el primero que salió corriendo y los demás me siguieron. De la cerca al dormitorio yo creo que tardamos un minuto. Esa fue mucha carrera. En la mañana siguiente le contamos a Luis Terán, el viejito de la bodega de la esquina, él nos dijo: Esa jue la vaca asocá que les salió, menos mal que no la vieron porque no jueran echao el cuento, la gente que la visto ha quedao privá y muchos, hace tiempo, se murieron del susto.
 Nosotros le preguntamos al señor, por qué la la llamaban la vaca esocada y él nos respondió: Bueno, poco antes cuando esa vaca salía bastante, muchos la vieron y decían que era una vaca escoyuntá. Bueno, ¿Cómo les digo?... una vaca con los huesos dislocaos, que caminaba tirando las patas pa’ los laos. La gente de antes decía que ella salía en el Barrio Abajo y caminaba por toa la calle Principal, pasaba por la plaza y se perdía por los laos de Barrio Nuevo. Ese espanto es muy viejo aquí en Ospino, más bien ya no sale casi porque esa vaca hoy en día se asusta cuando ve a los roba ganao.

Tomado de "Mitos y Leyendas predominantes en el Estado Portuguesa" de Carmen Pérez Montero

Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente,  en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.  

domingo, 26 de abril de 2020

Leyendas llaneras (Vivencias y testimonios) 8. Ánimas y espíritus (Carmen Pérez Montero)


Con la mayor seriedad los llaneros asumen estos relatos. 
Igen en el archivo del poeta Mayor, Dr. Adelis León Guevara.  



EL ÁNIMA DE ÑO SILVESTRE
En mis andanzas por Guanarito, tras la huella de El Silbón, el poeta Wilmer Vizcaya me narró una historia que incluyo en este trabajo por consideraría bastante interesante para ilustrar la disponibilidad de la gente que habita nuestros llanos para crear y creer en aquellos casos que aun ignoramos si non producto de la imaginación o del mágico pincel de la llanura.
Wilmer aportó lo siguiente: El caserío Los Botalones, cerca de Sabana Seca, aquí mismo en Guanarito, dicen que vivió un señor llamado Silvestre, que tenía un rancho en mitad de la sabana. Este señor era tullido, es decir no podía caminar y una vez, manos criminales, prendieron fuego a la sabana y el rancho de Ño Silvestre, como todos vecinos le decían cariñosamente, se quemó con él adentro.
Este acontecimiento, como decía la gente de antes, causó mucha tristeza, pues toda la comunidad quería mucho a Ño Silvestre. Como ese señor fue un mártir y por la forma tan horrible como fue sacrificado, el comenzó a hacer milagros, pero la gente no le ofrecía velas, sino viajes de agua para regarle su sepultura y dicen que muchas personas iban con taparas, ollas, chirguas, totumas, tobos y cualquier tipo de vasija llena de agua para humedecer su tumba así calmarle el dolor de su quemada. Dicen que la gente optó por llevarle agua a la tumba debido a que una vez un devoto le estaba ofreciendo velas a cambio de un favor que le pedía y Ño Silvestre se le apareció y le dijo: No me traigas velas, hijo, que yo estoy quemao, écheme agua por encima allá en el cementerio pa’ que me calme esta calentura. De allí surgió ese acto inexplicable de no prenderle velas en su tumba, sino regarla con agua fresca. 


EL ESPÍRITU DE JOSÉ EUGENIO BÁEZ
En 1724, el capuchino fray Francisco de Campanillas, en el sitio primitivo que hoy se conoce como Pueblo Viejo, al Este de Villa Bruzual, con indios guamos y atatures fundó la población de Yajure. En 1754 se unieron a estos indígenas un nutrido grupo de yaruros. Yajure es conocida después con el nombre de Turén, cuya capital era Sabaneta. En 1864 le dieron a este pueblo el nombre de Villa Bruzual, para honrar al valiente caudillo Manuel Ezequiel Bruzual, apodado “el soldado sin miedo”,  quien había hecho de Sabaneta, antigua Capital del Distrito Turén, su lugar de recreo y descanso durante la Guerra de la Federación o Guerra de los Cinco Años.
En este lugar, en 1808, según cuenta los creyentes bajó un espíritu especial, ungido de un gran poder y encarnó en Eugenio Báez, quien se convirtió en unos de los agricultores más destacados del caserío  y de sus alrededores, no sólo por su dedicación al trabajo de campo sino por sus conocimientos naturales sobre magias, curaciones, tratos con naturaleza para llamar la lluvia y la protección de los animales del monte. Además, este hombre que vivió 102 años sobre esta tierra de gracia, tenía un alto sentido de solidaridad para con los vecinos y admiración y amor por todos los recursos naturales renovables. Eugenio Báez, aún en este tiempo de luces cibernéticas sigue trotando con su caballo zaino por las tierras turenenses y muchos le conocen como el Duende de la Carama por sus continuas apariciones todavía por esa zona montañosa. El señor Juan de los Santos Rodríguez, conocido guitarrista y cantautor portugueseño, con mucha seguridad de los hechos narró lo siguiente: En el año 1970, cuando yo trabajaba como alfarero haciendo materos y bateas en El Samán de Turén, mucha la gente hablaba de que habían visto a Eugenio Báez. Ellos decían que era un jinete que se atravesaba en la carretera y a veces los perseguía. Más o menos en 1975, una noche como a las ocho, se le apareció a un señor llamado Lorenzo Pineda (q.e.p.d.), conductor de la línea cooperativa de Transporte de Pasajeros Portuguesa, se le atravesó inesperadamente delante del carro y tuvo que salirse de la carretera para no atropellarlo. Casi se mata ese hombre.
Entre los trabajadores del volante adscritos a esta línea era común oír narraciones diferentes relacionadas con Don Eugenio Báez. Yo simplemente la oía, pero nunca las creí hasta que una noche se me hizo tarde en Piritu y me fui para Turén como a las once, cuando llegue a Las Vegas, es decir, a la entrada de Turén, de repente se me atravesó un jinete. 
Al hombre lo vi bien, era blanco, alto, delgado y vestía de blanco. Se me puso frente al carro y yo lo trate de frenar, recorte, pero no pude parar y sin poderlo evitar me llevé por delante el caballo con todo y hombre, pero el carro no se detuvo y seguí. Mire… eso fue horroroso, a mí se me aflojaron las piernas que casi no podía acelerar, el estómago se me revolvió y me dieron ganas de vomitar. En El Samán me paré a respirar y a pasar el susto. Ese otro día a las seis de la mañana salí para Acarigua y pase por el sitio no había nada, ningún muerto ni rastro de accidente. Además, nadie comentó absolutamente nada del asunto. Desde ese momento yo comencé a creer, a pedirle al Ánima de Eugenio Báez y a llevarle velones a su tumba.

Tomado de "Mitos y Leyendas predominantes en el Estado Portuguesa" de Carmen Pérez Montero.
 
Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente,  en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.  

sábado, 25 de abril de 2020

Leyendas llaneras (Vivencias y testimonios) 7. El Amo del Agua (Carmen Pérez Montero)

El Amo del Agua: dominador de ríos y familias.
Imagen el archivo de Ariel Urbano Bastilla.



EL AMO DEL AGUA
Esta historia en el seno de una familia de apellido Márquez que vivía en Chabasquén, a la orilla del río Chabasquencito. Esta tierra como todo el territorio portugueseño también es patrimonio de duendes y aparecidos. Antes de la dominación española fue tierra de los Cambambas indígenas pobladores de esa región. En 1620 el Gobernador Francisco de la Hoz Berrío reunió a todos los indígenas dispersos en diferentes encomiendas y fundó el pueblo de Chabasquén. El primer cura doctrinero que tuvo este poblado fue el Padre N. Chabas, de este sacerdote se cuenta que un día que andaban los indios de caserío por un lugar conocido hoy como la Ermita, vieron un bulto semejante a ese animal legendario y misterioso que llaman “El Salvaje” y lo atravesaron con una flecha, al llegar al sitio y revisar la “presa” con asombro y mucho dolor constataron que se trataba del Padre Chabas. Desde ese momento dicen que Chabasquén fue la región maldita del Estado Portuguesa. También se dice que el Padre Chabas cuando pasó el río chabasquencito, dejando el pueblo atrás, lo maldijo para siempre. Lo cierto es que el pueblo de Chabasquén estuvo, después de ese incidente, durante mucho tiempo sin cura doctrinero. Hasta que el 6 de marzo de 1777, se construyó una capilla, fuera del poblado, en el sitio denominado La Playa, a orillas del río Biscucuy, allí nació posteriormente, el pueblo de San Antonio de las Playas de Biscucuy, hoy Biscucuy. Era necesario hacer esta referencia inicial para ilustrar, hasta cierto punto, por qué desandan por las calles de Biscucuy  y Chabasquén, estos dos pueblos hermanos, de la zona alta, tantas figuras fantasmales, ruidos extra-sensoriales, silbidos, aullidos y llantos lastimeros inexplicables.
Cuenta el profesor y poeta Ángel Márquez, hoy cronista popular del pueblo de Biscucuy, que cuando él estaba pequeño vivía con su familia en una casa de corredor grande a orillas del río Chabasquencito y que era usual, por las noches escuchar el alboroto que formaban los animales que se quedaban en el corredor, como si alguien entrara y los espantara.
Una noche, estando ya durmiendo oyeron una persona que calzando botas entró al corredor y caminó varias veces con pisadas fuertes, luego se metió en la cocina y movió todas las ollas y latas que allí habían. Después salió y al pasar frente a la puerta del cuarto donde estaba durmiendo su mamá, sus hermanos y el, tosió y se aclaró la garganta. En la mañana todo estaba igual. No había rastro de pisadas y en la cocina todo estaba tal como su mamá lo había dejado.
Una tarde como a las seis, cuenta el profesor que estaba  él parado en el corredor y de allí se podía ver la playa del río. Inesperadamente vio que del río salió un hombre vestido de blanco con un mandador en la mano y se aproximó a la casa. Él se quedó paralizado…inmóvil.  El hombre era alto y flaco. Él lo vio bien porque le pasó por un lado y cuando llegó al corredor comenzó a golpear con el mandador a todas las gallinas y los perros que estaban allí. Los perros lanzaron unos aullidos tan espeluznantes que fue lo que asustó al profesor, quien cayó desmayado. Por el ruido de los animales salió la mamá y según ella le contó, lo encontró tirado en el suelo, blanco como un papel y le dieron a oler plumas de gallina quemadas para que volviera en sí. Cuando le contó a su mamá lo que había visto, ella le dijo: Debe ser que tú te metiste con él porque yo lo veo pasar casi todas las tardes y a mí no me hace nada.
Rafael Báez, una trabajador de la granja “Villa Ilusión”, sector Los Tanques, Araure, narró  que en esta misma zona, hacia, el cerro donde llaman “La Guafita” hay una guafa que según dicen que está llena de oro, plata, esmeraldas, rubíes y todo tipo de material precioso. Esa guafa tiene muchísimos años clavada en ese cerro y debajo de la guafa hay un pozo de agua tan clara que si uno observa con atención ve que el agua que sale de la guafa destila como un polvillo amarillo. De allí la leyenda de que la guafa está llena de oro.
En un recodo, como en una cueva, está un cajón amarrado con cadenas y semienterrado en la montaña. Este cajón suena por dentro como si fuera un enjambre de abejas o una fuerte tempestad. Un señor de nombre Jonás Calazán vino con un amigo dispuesto a sacar ese tesoro. Traían martillos, tenazas, alicates alambres, cadenas, mandarrias, ceguetas y hasta pólvora. Cuando comenzaron a golpear el cajón se oscureció la tarde como si fuera a llover y “Los buscadores de tesoros” comenzaron a sentir un frío espantoso. El amigo de Jonás, por terquedad, se negó a regresar y cuando lo bajaron del cerro ya estaba muerto. Jonás Calazán duro casi ocho días para recuperarse, porque llegó a su casa casi tullido y morado del frío que sufrió en el cerro de “La Guafita”. 
En La Florida, hace unos cuarenta años también ocurrió un caso digno de mencionar: Un señor llamad Alejandro Terán tenía unas tierras en La Aduana, había sembrado tomates y se le estaban perdiendo porque no conseguía obreros para recoger la cosecha y le pedía ayuda a los hijos y a su mujer, pero nadie quería ayudarlo. Él era un hombre huraño, refunfuñón y como dicen en el llano “malasangre”. Una mañana se levantó muy temprano y despertó a toda la familia y les obligó, con insultos, a que fueran ayudarle a recoger los tomates y todos salieron con él. Para llegar a la parcela era más rápido, en ese tiempo, navegar en balsa por la Portuguesa y así lo hicieron. Todos se embarcaron, cuando iban en la mitad de la corriente, el caudal del río aumentó considerablemente y la deteriorada balsa comenzó a hundirse al vaivén de la creciente. Alejandro Terán iba remendado con otro señor, amigo de la familia. De repente soltó los remos, le quitó a su hija la niña (su nieta) que llevaba en los brazos y sin mediar palabras se lanzó a las turbulentas y oscuras aguas. Tres días duraron buscando los cadáveres. Al tercer día consiguieron el pañal de la niña y después su cuerpecito sin vida, sostenido por una “carama” de palos. El señor Alejandro se perdió y jamás se encontró, ni vivo ni muerto. Transcurrieron unos seis años desde la desaparición de Alejandro Terán y un día el señor José Castillo vino y le dijo a la Señora Aura Pérez, cuñada de Alejandro Terán de esta historia: Sabe que estuve en Sorte y Alejandro Terán no está muerto. Yo lo vi vestido de kaki, trabajando en la montaña como súbdito de María Lionza, estaba “echando pico” y era él, estoy seguro, porque le vi bien la cara. 


Tomado de "Mitos y Leyendas predominantes en el Estado Portuguesa" de Carmen Pérez Montero.
Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente,  en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.  


viernes, 24 de abril de 2020

Leyendas llaneras (testimonios) 6. El Venado de Piedra. La Culeca. (Carmen Pérez Montero)

Frente al Venado de Piedra no se puede bajar la guardia.
Imagen el archivo de La Voz del Joropo


LA CULECA
En la actualidad Mesa de Cavacas es un pueblo pintoresco, semejante a muchos que existen diseminados por el Llano venezolano. Calles largas donde se concentra toda la vida pueblerina: plaza, iglesia, medicatura, prefectura, comercio y tráfico de bicicletas.  Sus habitantes sostienen, sin conocer la verdadera historia, que esa altiplanicie fue el primer asiento de Guanare. Aún posee estructura de casas que pertenecieron a acaudaladas familias de principio del siglo pasado.
Esta población fue diezmada por el vómito negro y la fiebre amarilla. Según testimonio de las personas entrevistadas, sólo sobrevivieron: la niña Dolores Herrera, Rosa Medina, Juan Pastor, Juan Ochoa, Manuel Medina y la señora Juana de Márquez, quien según su propio testimonio, se vio en la necesidad de abandonar su casa en compañía de su madre y hermanos para trasladarse a Guanare, donde ellos murieron. Ella al quedar sola y convertirse en mujer se casó con José Márquez, vecino de Guanare, y después se trasladó con él, nuevamente a Mesa de Cavacas, recuperó la casa materna, frente a la Plaza Bolívar. Hoy está residenciada en esa casa, desenredando lentamente sus recuerdos infantiles.
La magia de este pueblo hospitalario me absorbió y, a pesar de que vine buscando la leyenda de “Un baúl encantado”, que según la información recogida se encontraba enterrado en una de las casas más viejas del pueblo, lo cual fue imposible confirmar, me encontré con la leyenda de La Culeca:
El señor Ramón Toro narró que una noche que él venía de La Aguadita, sector llamado así porque allí le daba agua al ganado  (hoy existe en ese lugar la urbanización La Goajira), acompañado por una mujer que traía un niño en sus brazos, al pasar por un sitio llamado Los Mangos, estando claro y sin presagio de lluvia; repentinamente comenzó a llover torrencialmente y Ramón con sus acompañantes tuvo que guarecerse debajo de las ramas de los frondosos mangos. Allí con la luz de los relámpagos, pudieron ver claramente a una gallina con muchos pollitos, la cual cacareaba de manera fuerte y continua. Ramón jamás se ha explicado su presencia debido a que por allí no había casas cerca. Además cuando la gallina con su bandada de pollitos desapareció el invierno cesó y la luna volvió a brillar. Ramón, la mujer y el niño continuaron el camino sin ningún temor.
Caso similar le ocurrió al matrimonio Terán Dorantes. Doña Juana (68) y Don Ricardo (72), estando recién casados (1935) fueron a buscar leña a la loza da La Montañita (hoy urbanización La Goajira). Eran las cinco de la tarde, aproximadamente, cuando ya tenían preparados los haces de leña, el cielo se oscureció repentinamente y entre truenos y relámpagos se desató una tormenta. Fue tan fuerte el aguacero que la leña que habían cortado se mojó y por esta razón acordaron dejarla para buscarla después. Cuando se disponían a salir de la montaña, aun lloviendo, vieron una gallina jabada  culeca con muchos pollitos que piaban insistentemente. Esta anormalidad no asustó a los recién casados, pero sí les extrañó, pues la casa más cercana era la de María Mercedes que quedaba en El Zanjón, más o menos a un kilómetro de la montaña, por lo tanto era muy difícil que esta gallina con sus pollitos estuviera tan lejos de la casa. Como a las cinco y media de la tarde oyeron un estruendoso ruido “como si un trozo de cuero seco se hubiese desprendido de un árbol” ---dijo Doña Juana---. Ese ruido si les asustó y salieron presurosos del monte. No habían terminado de salir cuando el invierno cesó y volvió a reinar la claridad. A los tres días se supo que un vecino sacó un cantarito lleno de monedas de plata de la pata del árbol seco donde estuvo recostada Doña Juana Dorantes de Terán, mientras el señor Ricardo Terán depositaba a sus pies la leña que, posteriormente, vinieron a recoger.
Los esposos Terán Dorantes aseguran que donde sale La Culeca es seguro que hay dinero o tesoros enterrados, porque según cuenta la leyenda que ha trascendido de generación en generación, en tiempos pasados muchos habitantes de Mesa de Cavaca se hicieron ricos sacando botijas y entierros que le señalaba La Culeca los viernes santos, pero los beneficiarios deben ser seleccionados por La Culeca y los esposos Terán  Dorantes no fueron favorecidos. 



EL VENADO DE PIEDRA
José León Tapia, reconocido escritor barinés, en su obra El Tigre de Guaitó, sustenta esta leyenda, cuyo origen supone que se pierde en las páginas de la conquista y ha perdurado en la cultura del campesino larense, del barinés y del portugueseño. Refiriéndose al  General Rafael Montilla dice:
Caminaba días con la ilusión ingenua de   Encontrar el venado blanco con la caramera de catorce puntas, tan encantado y pleno de magia, que para matarlo   se necesitaba un cuchillo con la cruz labrada a cuchillo y cera  Bendita de una vela de Semana Santa.
En un sitio llamado La Palma, más allá de Chaparral y Mijagual, cerca de Agua Blanca, a Remigio Urbano le salió el Venado de Piedra o la Sierva de Piedra, porque él no pudo precisar el sexo del animal, sólo sabe que una tarde como a las cuatro él se internó en la montaña  para ver si conseguía algún animal para llevar carne para la casa y en un paraje donde había un chorrito de agua vio un venado que estaba calmando su sed. Al instante Remigio preparó su escopeta y se dispuso a cazarlo, pero no se explica porque no disparó sino que  siguió detrás del venado que caminaba lento a corta distancia. Él lo fue llevando y lo fue llevando hasta que Remigio extenuado se paró al pie de un cañafistolo grande que había en el monte, allí se quedó dormido. Cuando despertó duró dos días perdidos y gracias a Dios consiguió el chorrito de agua donde había visto el venado y  por eso se orientó y pudo salir de nuevo a la carretera. Remigio  todavía no sabe por qué no le disparó al venado.
Serapio Argüelles, un campesino de Motañuela, caserío ubicado detrás de Tapa de Piedra, por la vía de Barquisimeto narró: Una noche me fui a cazar con un compadre mí llamado Nicolás Cedeño, de Acarigua, por los alrededores de la represa de Las  Majaguas y cuando ya estábamos internados en la montañita, nos salió un venado grande y cuadrado, bien jamao. Yo le dije a mi compadre, que es mejor tiro que yo: Zámpale, compa…que no se vaya. Mi compadre se asentó la escopeta en el hombro y al mismo tiempo que él se acomodó pa` echale plomo al bicho, éste se paró frente a nosotros y se quedó mirando con ojos muy extraños, parecían centellas. Los dos nos miramos con temor y el venado duró buen  rato parado sin que mi compadre pudiera dispararle. Luego se desapareció sin verlo correr, ni el rumbo que cogió. Ahí mismito, frente a nosotros. Inmediatamente, muy asustados, nos regresamos para la casa.
Los cazadores siempre han sido presa de espantos y aparecidos que, supuestamente, custodian las reservas naturales de la tierra. El señor Francisco Sivira nos narró una experiencia que le sucedió en sus años de adolescentes:
Nosotros, Silvestre, Oswaldo y Arístides Bracho, una hermana de ellos llamada Alejandra, Pedro Jiménez y yo, estando muchachos, nos gustaba mucho la cacería y siempre acostumbrábamos hacerle trampa a los animales.
Una vez, aquí en Caramacate, todo esto era posesión de mí papá. Los muchachos se vinieron a quedar un tiempo con nosotros, entonces nos pusimos de acuerdo y preparamos 18 trampas cada uno hizo tres, porque hasta la muchacha hizo las de ella. Se trataba De un hueco como de un metro de hondo, los cuales tapábamos con bejucos y hojas secas. Todos los días al levantarnos salíamos a  revisar las trampas y siempre caían picures, conejos, cachicamos, rabipelados y hasta lapas. Una mañana como a las once, estábamos revisando las trampas y todas estaban vacías. En la penúltima   conseguimos una mapanare enrollada y en la última un picure.
Oswaldo gritó: Aquí esta uno y una voz que venía por dentro de la  tierra como desde la primera trampa respondió con tono  espeluznante: Aquí esta otro. Todos salimos corriendo para la casa y hasta la fecha, ya tengo 64 años y no he vuelto a cazar con trampas


Tomado de "Mitos y Leyendas predominantes en el Estado Portuguesa" de Carmen Pérez Montero.
Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente,  en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.  


miércoles, 22 de abril de 2020

Leyendas llaneras (Vivencias y testimonios) 4. JUAN DE EL MORRO (Carmen Pérez Montero)

En todo el Llano conocen la fama de Juan de El Morro.
Imagen en el archivo de Nayaris Ojeda.



JUAN DE EL MORRO
La leyenda de este personaje que habita la línea divisoria entre lo real y lo irreal nace en San Rafael de Onoto, población  fundada en 1726, por los misioneros Fray Bartolomé de San Miguel y Salvador de Cádiz, con 260 indios entre Otamacos, Guaranaos y Guamos. 
Buscando el origen de estas misteriosas narraciones que parecen arrancadas de las páginas de la Ilíada o cualquier otra obra enmarcada dentro de la mitología griega, con sus personajes increíbles, sus sentencias y sus castigos, nos encontramos caminos de El Morro con José Ramón Pérez (51años) quien nos informó:
Para el año 1954, aproximadamente, en este espacio abierto que Ud. Ve ahí no estaba la represa de las Majaguas, sino que eso eran dos posesiones bien grandes, una de Abelardo Hernández y la otra donde hoy está la represa que era de Juan de El Morro. El General Marcos Pérez Jiménez se propuso hacer en este sector la represa de las Majaguas, para resolver el problema del déficit del  agua existente en esa zona agrícola. Como para esta fecha, supuestamente, ya Juan de El Morro había muerto y su espíritu vagaba por toda su posesión, empezaron a ocurrir acontecimientos difíciles de explicar, tales como: muertes repentinas de los obreros que cortaban los árboles, derrumbes, árboles que caían inesperadamente triturando a los trabajadores, muertes por mordeduras de serpientes, obreros que desaparecían de su casa a la represa sin dejar ningún rastro, algunos que se perdían en esa misma montaña, otros que se ahogaban. Una tarde como 6 p.m., Juan de El Morro se le presentó a Martín Alvarado habitante de La Esperanza, le pidió chimó y le dijo: No me corten la madera porque ésa me pertenece. Éste es mi dominio - y desapareció- .
José Ramón lo describe como un anciano mal vestido, con alpargatas y un morral en el hombro.
José Ramón Pérez  también nos refirió que en la década de los cincuenta era muy común oír hablar de este personaje en Agua Blanca y San Rafael de Onoto, El Morro, La Esperanza y en otras regiones donde venían los pescadores, quienes ofrecían parte de la pesca al espíritu de Juan de El Morro con tal de que les permitiera sacar una buena porción  de peces. Son muchos los que aseguran haberlo visto con su morral, en posición muy humilde sentado sobre una piedra, sobre la represa.  
Continuando con la búsqueda nos trasladamos al caserío La Esperanza. En la entrada del poblado nos sorprende  encontrarnos con un cementerio donde reposan, aproximadamente, treinta tumbas con sus respectivas cruces y trabajos en granito, mármol, cemento y algunas con el característico “lomo de perro” esta última opción se produce al recoger la tierra que sobra, después de enterrado en el muerto y hacer un camellón donde se coloca la cruz. Indagamos sobre el particular y nos informan que no es un cementerio lo que allí existe, sino la concentración de los rosarios de los difuntos que sacan a la calle y coincidencialmente, todos concluyen en el mismo sitio.
Al pedir explicación de este hecho, el señor Antero Calle nos relata: Hace muchos años se acostumbraba que a todos los difuntos se les sacaba el rosario para la calle; pero hoy en día son pocas las familias que aún conservan esta tradición. La cuestión consiste en que al celebrar la última noche o final de la novena, a las 12 p.m. al rezar el último rosario, el rezandero (que deber ser hombre), sale de la casa llevando una cruz de madera, hierro o cemento con el nombre del difunto. A éste le acompañan todos los hombres asistentes, llevando cada uno una vela encendida. En la casa deben quedar, únicamente las mujeres, ancianos y niños. Todos deben llorar al ver salir la procesión.
El rezandero avanza con su séquito por el mismo camino por donde llevaron al muerto (lo cual explica por qué el supuesto cementerio está a la entrada del poblado, ya que esta comunidad entierra a sus dolientes en San Rafael de Onoto). A llegar al sitio donde termina al rosario, se debe clavar la cruz en la orilla derecha del camino y regresar, caminando de espalda, nuevamente hacia la casa del difunto. Se cree que si el rezandero o algunos de los “Rosarieros” da la espalda a la cruz, el muerto se puede regresar con el grupo y comenzará a penar; es decir, a salir y asustar. Cuando la gente regresa a la casa ya los familiares pueden sacar del cuarto del muerto la vela y el vaso de agua que debieron colocar en este recinto desde el día de su muerte y proceder a ocuparlo. Es de hacer constar que en el caserío “Los Tanques” jurisdicción del municipio Araure aún se conserva esta costumbre y con la reseña que de ella se hace en este trabajo, se pretende  enriquecer los conocimientos sobre el comportamiento ancestral de nuestros antepasados para tratar de conservarla como una muestra cultural que tiende a desaparecer.
Al llegar a La Esperanza localizamos al pescador Tomás Arellana, quien narró su experiencia:
Juan de El Morro es un espíritu que puede hacer bien, pero puede hacer  mal  también, depende  para lo que se busque. Yo pase un susto muy grande con ese personaje aquí mismo en la represa de Las Majaguas. Una tarde, como a las cinco, ya mi hermano y yo habíamos terminado de pescar, habíamos hallado bastante pesca: lebranches, bagres, pargos bocachicos, viejitas, coporos… Ya nos íbamos, cuando un muchacho llamado Félix, que vivía cerca de mi casa y que se ahogó aquí en la represa, salió del agua y nos dijo: Espérenme, para irme con ustedes… yo voy a ver si consigo un pargo blanco que acabo de ver junto a la pata de aquel palo y señaló hacia la represa. (Dentro de represa pueden observarse algunos árboles sumergidos). El muchacho se zambulló en el agua y viendo yo que pasaba el tiempo y no salía le dije a mi hermano: Voy a ver qué pasó y me eché un clavado. Cuando llegué al fondo sólo sentí un ruido muy feo y vi que venía una avalancha de piedras por debajo del agua. Sacando fuerza nadé hacia arriba y cuando salí mi hermano me estaba llamando desesperado: – Tomás…Tomás…Tomás-. Mi hermano me abrazó y me dijo: Tomás yo vi algo muy horrible, una ola se levantó del tamaño de una casa y yo le conté lo que vi en el fondo de la represa. Esperamos la salida del muchacho y éste no salió más.
Nosotros fuimos al pueblo a pedir ayuda y vinimos los buzos o sea gente que sabe nadar y ello testimoniaron que vieron al muchacho en la pata del palo donde él nos dijo que había visto el pargo blanco, que estaba agachado con los ojos abierto y que aún apuntaba con el arpón como si estuviera viendo la presa. Los buzos que eran bien valientes no se atrevieron a sacar ese “muerto”.
Don Pancho García, un anciano que ha vivido desde siempre en los alrededores de la represa nos contó que antes de que el Gobierno hiciera la majestuosa represa de Las Majaguas, él conoció en ese mismo sitio una laguna llamada La Cañada donde vio, una tarde, como 6 p.m. una culebra de unos doce metros de largo y un grosor aproximado de 80 centímetros. Esa laguna la absorbió la represa y se cree que esa culebra está dentro de la represa y es la que “encanta” a las personas que no aceptan las leyes de Juan de El Morro porque muchas personas la han visto y dicen que es como un monstruo por lo grande y escamosa por lo vieja.
El señor Guadalupe Vásquez (72 años) nos recibió con mucho entusiasmo y concertó con nosotros una nueva visita para que viniéramos preparados para asistir al Palacio de Juan de El Morro, ubicado detrás del cerro de El Morro. El señor Guadalupe nos pidió que lleváramos un litro de aguardiente, chimó, tabacos y velas. 
Cumpliendo con el compromiso adquirido llegamos, nuevamente a La Esperanza, el señor Guadalupe nos llevó al Palacio, después de recorrer una carretera de tierra, estrecha y solitaria que va bordeando el cerro de El Morro, dominios de Juan de El Morro. En la falda del cerro se levanta un altar, sin santos, sólo existen grutas adornadas con la bandera nacional. Allí Don Guadalupe, quien practica el espiritismo para curar males y mejorar la suerte de sus hermanos, nos ensalmó, antes de buscar la comunicación con Juan de El Morro. La experiencia fue de encuentro espiritual y luego regresamos al poblado. Durante el recorrido Don Guadalupe Vásquez relató: Existe un dueño para cada laguna… para cada río. Toda corriente de agua tiene su dueño: De que existe…. existe  y aquí en la represa Juan de El morro es el apoderado. Mire, en ese cerro de El Morro nunca ha vivido nadie, nadie ha hecho casa ahí porque lo respetan. La gente sabe que con él no se debe meter porque le va mal. Hay una historia de un muchacho de Acarigua que amaneció bebiendo allá y como a las siete de la mañana le dieron ganas de  venirse, con un amigo, a pescar para acá, para la represa, eso fue en la Isla de Piedra. Ese pobre muchacho parecía llamado a morir aquí, algo increíble. El amigo ya había sacado pescado bastante y estando ya  en la orilla, el muchacho agarró la tripa y se lanzó de nuevo al agua diciendo: Voy a darle la mano a Juan de El Morro y allí mismo se ahogó en la orillita, como a cinco metros y ninguno de los presentes pudo hacer nada. El muchacho se perdió y dicen que los buzos lo encontraron en el fondo de la represa, en una carretera, pero que no lo pudieron sacar porque estaba agachado y con los ojos abiertos, metido dentro de un rollo de culebra muy grande.
Otra particularidad digna de mencionar es que dentro de la represa existen carreteras, incluyendo la carretera vieja, vía Caracas, puentes, cementerios, incluso hasta hace poco se podían ver, en época de verano, las cercas y “peines” de las fincas que quedaron ahogadas debajo de las represa. Así  mismo hay diferentes tipos de vegetación y es asombroso ver, a veces, “baquianos” del sector caminar dentro del agua, para sorpresa de los visitantes que desconocen la existencia de los caminos y  carreteras dentro del agua. Otra cuestión que debo referirles y que también ocurrió aquí en la década de los años cincuenta, fue el compromiso que hizo el General Marcos Pérez Jiménez con Juan de El Morro para que éste dejara de hacer tantos estragos con la gente que venía a trabajar en la construcción de la represa y permitirá que el trabajo se realizara sin obstáculos.
Cuenta que ese pacto se realizó en la Montaña de Sorte, dominio de María Lionza y que el hermano Pedro Soterano estuvo presente. Allí se llegó a un convenio entré las partes y, según dicen,  Juan de El Morro pidió, a cambio de la donación de parte de su propiedad para la construcción de la represa, le dieran el poder para, durante cuarenta años, recoger todas las   almas de los seres que murieran entre Apartaderos y Acarigua, para hacerlos sus súbditos y nutrir sus dominios. El pacto fue aceptado y en el año 1995, supuestamente, se cumplieron los cuarenta años acordado para dar por concluido el negocio. 


Tomado de "Mitos y Leyendas predominantes en el Estado Portuguesa" de Carmen Pérez Montero.
Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente,  en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.  


martes, 21 de abril de 2020

Leyendas llaneras (Vivencias y testimonios) 3. Los duendes (Carmen Pérez Montero)

La dulzura de su aspecto puede engañar a cualquiera.
Imagen el archivo de Joel González


LOS DUENDES
Se dice que estas criaturas extrañas son manifestaciones de los niños que viven en el “limbo”, porque mueren sin bautizo, son abortos o hijos que han muerto y que durante su corto paso por esta tierra fueron malcriados, llegando hasta el extremo de golpear a sus padres.
Para ilustrar este tipo de presencia sobrenatural no hizo falta efectuar entrevistas, debido a que existe una experiencia propia, muy concreta, con respecto a estos gnomos o Poltergeist y es que en una casa, ubicada en Acarigua y que fue de mi propiedad, por espacio de quince años hubo un duendecillo que vivió con nosotros, sin causarnos ningún problema grave. ¿Cuándo llegó?... No sabríamos precisar el momento exacto, pero llegó y después de tocar, suavemente, la credibilidad de los habitantes de la casa se instaló definitivamente con la familia.
Este duendecillo o espíritu burlón comenzó inesperadamente a producir ruidos de llaves en las cerraduras y a llamar por su nombre a los miembros de la familia con las voces de los demás integrantes y ya era usual que, estando la casa en silencio, cualquiera saliera de un cuarto o de algún sitio de la casa gritando: ya voy… y cuando llegaba frente a la persona que, supuestamente, lo había llamado, comprobaba que era falso, que nadie había hablado. Esta situación se repetía a diario, luego comenzó a apagar y prender luces, a abrir puertas y a cambiar de lugar algunos objetos. Sin embargo esta situación no amedrentaba a ningún miembro de la familia. Una vez, mi hija mayor regresó a casa después de su divorcio y David, nombre que ella misma le colocó y que después se familiarizó entre todos los habitantes de la casa y los amigos más allegados, se disgustó tanto por su regreso a casa que se puso insoportable. Una noche, estando yo de viaje, como a la una de la madrugada la despertó porque estaba casi sobre ella respirándole en la cara como un mono negro, que sigilosamente se escondió detrás de un escaparate. Otra vez lo vio con figura de verdugo colocado frente a su cama y acompañado de otros verdugos. Esa noche mi hija llegó a mi cuarto prácticamente privada, con los ojos fijos y sin poder hablar. David estaba realmente insoportable… silbaba, se veía su sombra cuando atravesaba las habitaciones de la casa, movía los carros u otros juegos de los niños, abría los chorros de agua de los lavamanos y del lavaplatos.
Pero una tarde llegó al colmo al encender el quemador  de una cocina a gas que no tenía piloto. Mi hija al ver esto, conjuntamente con una muchacha de servicio que trabajaba en la casa se dispuso a insultar a David con fuertes palabrotas y a correrlo para lo más profundo del infierno. Cuentan las dos jóvenes testigos de este episodio que un perro llamado Amigo que estaba parado en la puerta de la cocina, de repente, lanzó un chillido horrible y todo el pelo, desde la cabeza hasta la cola, se le paró como si fuera un cepillo de alambre. Transcurrió algún tiempo y la presencia de David no se sintió más en la casa.
Un año después mi hija se casó de nuevo y se fue de la casa. Yo me sentí muy sola y creo que extrañaba a David, sentía la casa vacía y muy fría. Una noche, como a las doce llamé a David, lógicamente, no lo vi, pero le dije que si él se sentía bien en nuestra casa, si le gustaba su silencio y ese ambiente de lectura y creación que podía regresar, que ya mi hija no estaba.
La tercera noche después de mi llamado, estaba dormida cuando sentí que la mesita de noche era movida por alguien que la mecía como si estuviera falsa en el piso. Desperté, recordé a David, sostuve con mi mano la mesa y le dije: Está bien, David, ya sé que llegaste. Inmediatamente volví a recobrar el sueño.
Una noche la profesora Juhdy Villegas y yo fuimos a una fiesta y como ella, en ese tiempo (1982), vivía en Píritu, acordamos que se quedaría en mi casa. Cuando regresamos eran como las doce de la noche y ella se bajó del carro para abrir el portón del garaje. Yo noté que ella se quedó paralizada y luego comenzó a gritar, pues de adentro de la casa salía un ruido muy fuerte como si una moto estuviera encendida en el garaje. Yo, rápidamente, bajé del carro y contra la voluntad de mi amiga que no quería que entrara a la casa, me introduje y vimos con asombro que en el cuarto que toda la familia nombraba como “el cuarto de David” estaba la máquina de coser trabajando a toda velocidad, sin poder ver a la persona que estaba cosiendo. Desde esa noche la profesora Juhdy Villegas jamás se volvió a quedar en mi casa.
En el año 1985 contraje nupcias y parece que a David no le cayó muy bien mi marido porque durante el año y medio que duró mi matrimonio casi lo enloqueció. Mi esposo llegó a verme caminar por la casa de un lugar a otro, teniéndome agarrada de la mano. Fue tanto el terror que sembró en él que en los últimos meses de matrimonio, teniendo llave de la casa, cuando llegaba primero que yo, como en la casa no vivía nadie más, él prefería esperarme sentado en la acera, pues no se atrevía a entrar solo a la casa.
Fue tanto el problema que me causó David en ese matrimonio que opté por buscar un sacerdote para exorcizar la casa. Después de hacer muchas diligencias logré hablar con el Padre Ramiro Castaño y él accedió a hacerme una visita para tratar de limpiar y bendecir la casa. El Padre Ramiro, mi esposo y yo nos ubicamos en el “cuarto de David” y cuando el sacerdote levantó la mano para hacer la señal de la Cruz, una foto de mis hijos, tomada el día de ellos hicieron la primera comunión y que estaba colgada en la pared, frente al Padre Ramiro, explotó con un fuerte ruido y cayó al suelo vuelta añicos. La foto estaba colgada entre dos vidrios y con una cadenita que servía de sostén en el clavo. Todo cayó y el clavo quedó incrustado muy fuerte en la pared conjuntamente con la cadena. Es de hacer notar que esa foto tenía más o menos diez años colgada en ese cuarto.
En una oportunidad, ya estando divorciada, en que viajé a Caracas acompañada por la profesora Juhdy Villegas, cuando llegué sola a la casa, porque ella no quiso quedarse, eran las doce y media de la noche y habiendo entrado y revisado las cerraduras de las dos puertas de la casa y consciente de que todo estaba normal, me dispuse a sacar unos libros que había comprado en el viaje y cuando estaba revisando alguien se me acercó, yo sentí su proximidad, y me habló al oído con un seseo tan profundo que sólo pude captar al final la palabra “más”. A mí se me erizó todo el pelo y casi me desmayo porque no pensé en David, sino en que algunos bandidos se habían introducido en mi casa y me estaban esperando. Saqué valor de mi Dios interno, giré mi cuerpo con la intención de negociar con los intrusos, pero mi sorpresa fue mayor al no ver a nadie alrededor. Enseguida le dije en voz alta: Así no, David. ¿Qué vaina es?… ¿tú me quieres matar de un susto?. Y sin temor de ninguna especie continué revisando los libros. Ese ser nunca me inspiró miedo y si narro todas las experiencias tendría que hacer una historia separada de este trabajo, porque en quince años son muchas las anécdotas vividas, no sólo por mí, sino por familiares y visitantes, por lo tanto se hizo una selección de los acontecimientos más inverosímiles registrados en este caso. La casa se puso en venta  y tardé cuatro años para poder venderla. Ignoro si David sigue viviendo en ella o no está conmigo en la granja donde habito hoy, pues no se ha vuelto a manifestar. Lo que sí es cierto es que la casa, posteriormente, ha sido vendida varias veces porque supuestamente la gente que la compra no puede vivir en ella por los acontecimientos anormales que allí suceden. 

Tomado de "Mitos y Leyendas predominantes en el Estado Portuguesa" de Carmen Pérez Montero.
Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente,  en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.  

lunes, 20 de abril de 2020

Leyendas llaneras (vivencias y testimonios) 2. El Familiar (Carmen Pérez Montero)

Muchos hatos prosperaron gracias a este maleficio.
Imagen en el archivo de Ofelia Rodríguez Pérez



EL FAMILIAR
 En el llano portugueseño es común oír hablar del El Familiar que viene a ser aquella figura que El Diablo toma para presentarse en los sitios donde él y los dueños han celebrado algún pacto: “… suele suceder que Satanás se presente en persona o animal desconocido y aun puede ocurrir que lo haga en forma de tronco con las ramas cortadas”. El monje alemán Sufurino que en antiguos pergaminos hebreos advertía  a todas las criaturas del universo de la forma siguiente:
 “Los espíritus diabólicos acostumbran tomar toda clase de formas tanto de personas como de animales. Los más usuales, sin embargo, son las de dragón o de cabra, aunque algunas veces se presentan en forma de gato, gallina, cocodrilo, etc.”
Sin embargo, sea de la forma que fuere, las narraciones de los portugueseños han dado testimonio de lo que se conoce como “pactos con el Diablo”.
La señora Aurelia Quintero, habitante de la Aparición de Ospino narró: Cuando yo tenía 9 años vivía con mi hermana Lucía Quintero en Río Claro. Eso era muy solo en ese tiempo, imagínese yo tengo ya 56 años, ella vivía con un señor llamado Antonio Cáceres. Yo apenas estaba aprendiendo a leer las primeras letras. Casi no entendía ninguna lectura, pero yo siempre observaba que en una troja que había en la sala de la casa el señor Antonio guardaba celosamente un libro, el cual revisaba muy a menudo. Muchas veces, estando escondida, lo vi subir por la vieja escalera de madera, quitar unos sacos de fique y de un cajón sacar un libro rojo, grande, “mala comparación”, del tamaño de un Biblia. Un día mi hermana y él se fueron para el pueblo y me dejaron cuidando la niña. Era mediodía. Apenas ellos se fueron me encaramé en la escalera y con mucho temor de que ellos regresaran y pudieran sorprenderme, revisé rápidamente el libro. Me quedé realmente asombrada, porque como un milagro del mismísimo Diablo yo leí, sin vacilar, clarito lo que decía, lo recuerdo como si fuera hoy mismo. Por fuera decía: El Libro Rojo de la Cabra  Infernal y cuando abrí las paginas leí un párrafo  que decía, más o menos así: Para hacer un pacto con el Diablo debe conseguir tres huevos de una gallina negra y llevárselos, cuando sean las doce de las noche para un camino oscuro donde haya muerto alguien y este clavada una Cruz,  allí coloca uno delante de la Cruz y dos detrás… creo que había que llevarse los dos huevos que estaban detrás de la cruz a los siete días y el Diablo le aparecía a uno en forma de gallina negra. Lo cierto es que yo leí rápidamente lo que pude y luego muy asustada por lo que había leído y porque si mi hermana me conseguía revisando ese libro me daba una paliza, lo guardé cuidando de dejar todo como estaba originalmente, sin rastro de mi curiosidad. Ellos no regresaron. En la noche la niña se durmió. Yo me acosté con ella y dejé la lámpara de querosén encendida. Me dormí y ya en la madrugada, no tengo ni idea de la hora, desperté y vi el libro rojo sobre la cama, a mi lado, abierto en las mismas páginas donde había leído el pacto al mediodía, me levanté llena de miedo, coloqué el libro de nuevo en el cajón, lo tapé con los sacos y no dormí más, pendiente del libro hasta que amaneció. Yo jamás he sido sonámbula y sé que es imposible que con el temor que uno antes tenía yo haya dejado de guardar ese libro. Para mí fue un acontecimiento que nunca me lo he podido explicar.
En visita a Las Tucuraguas, más allá del Salto del Diablo, distante unos nueve kilómetros de la carretera Panamericana, entre Agua Blanca y San Rafael de Onoto, José Gregorio Vaca nos informa: Estando yo pequeño vivía con mi tío Antonio Vaca y éste le trabajaba a un señor llamado Pablo Falcón. Un día Falcón le dijo a mi tío: mire Antonio yo tengo ganas de hacer un pacto con el “Panaquire”, que así también le dicen a Lucifer. Una noche el hombre agarró un machete, un litro de aguardiente y se internó en la montaña. Fue solito. Ese otro día cuando apareció le dijo a mi tío: ya estoy listo, él me dijo que me daba progreso, dinero, salud; pero que le prometiera que al morir, él se haría cargo de mi alma. Yo acepté y entonces me dijo: váyase y cumpla… sabe.
A los pocos días vino un hombre extraño al lugar y le dio una fortuna a Falcón por unas tierritas peladas que tenía aquí en Las Tucuraguas. Falcón se residenció en Acarigua y fundó una carpintería, donde se dedicaba a hacer guacales. Día a día el hombre se enriquecía y el trabajo aumentaba. De todas partes venían los agricultores a encargarle guacales.
Falcón se puso millonario y mi tío que trabajaba con él en la carpintería le dijo: Mire Falcón, a mí me da mucho miedo ese pacto que usted hizo. Yo lo voy a dejar solo. Yo no sigo con usted… Falcón se quedó pensativo y a la semana le dijo a mi tío: Antonio yo esta vaina la he pensado mucho y voy  a hablar con el personaje aquel y le voy a decir que yo no sigo en este negocio. Así fue y no pasaron tres meses sin que los hijos de Falcón cayeran presos, la carpintería se quemó, y Pablo Falcón se murió.
En el fundo El Chaparral, por la vía de La Choconera, en Turén, también existió un señor de apellido Perozo que según, decía la gente del lugar, tenía pacto con el Diablo.
A este ganadero, según los comentarios, Lucifer le mandó un toro negro que era, supuestamente. El Familiar. Ese toro se encargó de recoger todo el ganado suelto que andaba por la sabana. Llegó un momento que el ganado no cabía en los corrales. Un día el dueño del fundo se enfermó y se agravó. La esposa, que desconocía el trato hecho por el hombre, mandó a buscar un sacerdote para que lo confesara y le ayudara a bien morir. Cuentan los testigos que presenciaron el acontecimiento que cuando llegó el sacerdote “El Familiar” saltó la cerca del corral, la cerca de la posesión y se fue camino abierto por la sabana, llevándose tras sí toda la inmensa manada de ganado vacuno.
En Sabana Dulce, Pedro Guédez nos refirió una historia que le contó su abuelo Don Gerónimo Laya y que ocurrió más o menos para el año de 1910, en un fundo propiedad de un señor de apellido Novellino.
Decían los campesinos que ese elemento tenía pacto con el Diablo y que en su hato había un toro blanco (El Familiar) que andaba suelto por la llanura y nunca lo pudieron enlazar, pero en ese hato cada vez aumentaba más el ganado y todas las semanas sacaban arreos inmensos de animales y el hato igualito, llenos los corrales. Un día el caporal del hato se dispuso, junto con otros peones, a enlazar el toro y cada vez que lo llevaban alcanzado parecía que se elevaba por los aires y se ponía más adelante… más adelante. Llegó un momento en que lo encerraron en una ensenada, todos eran buenos jinetes, llaneros amansadores, sin embargo, el toro desapareció  y apareció en la parte alta, mirando con ojos centelleantes. El caporal no se dio por vencido y con los peones le salió de nuevo al encuentro. El toro embistió al caporal e hirió de muerte al caballo. Cuando el caporal se agachó para tratar de auxiliar al caballo, el toro se paró en dos patas, bufeó muy fuerte, se regresó con los ojos despidiendo candela y corneó al caporal quien cayó al suelo agonizante. Los peones lo llevaron al corredor de la casona donde habitaban los dueños. El caporal pedía agua… agua. Los presentes negaron el agua al moribundo por considerar que era perjudicial debido a la grave herida que presentaba en el abdomen. El hombre murió y cuentan que durante muchos años fue común para los habitantes del hato oír por las noches el trote de un caballo que llegaba al corredor y se escuchaban los pasos hasta el tinajero donde servía el agua en la totuma. Luego se oían las pisadas de las botas de regreso y el pasitrote del caballo al alejarse de la casa. De la familia no se supo más nada, la hacienda se tornó en ruinas y la gente aún sostiene que en Sabana Dulce, en noches de luna clara se ve el toro blanco atravesar la llanura, corriendo como alma que lleva El Diablo.
En Píritu, estando agonizando, desde hacía varios días, el señor Esteban Pérez, cuñado de Don Albino Quintana, conocido comerciante de esa población de los años cuarenta y abuelo del periodista Coromoto Álvarez Quintana y encontrándose  de visita en la casa del enfermo la señora Petra Parada y en presencia de la niña Jovina Quintana (hoy viuda de Álvarez), llego en pleno día, un hombre a caballo, desconocido por todos, bajó de la bestia y entró al corredor de la casa, sin decir absolutamente nada, pasó a la habitación del moribundo, lo observó y de la misma forma como llegó, salió. Esa misma tarde Esteban Pérez dejo de existir. Después se regó como pólvora entre el pueblo piriteño el comentario de que éste hombre tenía pacto con El Diablo.
El señor Baudilio Mendoza, de 83 años de edad, residenciado en Palo Alzao, caserío ubicado cerca de Biscucuy, nos informó: se puede recibir beneficios de El Diablo sin necesidad de pactar con él, prueba de ello es la magia de las habas. Trato que uno hace sin correr ningún riesgo. Este trato se hace así: se mata un gato negro, un día sábado  cuando suene la primera campanada de las doce de la noche, se le mete un haba en cada ojo, otro debajo de la cola y una en cada oído. Luego se entierra en un solar desocupado que esté cercano a la casa y se le cubre de tierra, después se riega todas las noches con poco agua cuando sean las doce, hasta que las habas hayan brotado y estén maduras. Cuando esto sucede se corta la mata se lleva para la casa y se ponen las habas a secar para cuando llegue el momento de usarlas.
Una haba metida en la boca tiene la propiedad de hacer invisible a la persona. Manteniéndola apretada con el dedo del corazón de la mano izquierda se puede llamar a El Diablo y éste se presentará para ponerse incondicionalmente a las órdenes de quien posee el haba.
Se debe tener presente que por las noches cuando se van a regar las matas, se aparecen muchos fantasmas y manifestaciones extra-sensoriales para asustar al interesado. Eso es normal, pues al demonio no le gusta servir sin que haya mediado un trato, donde esa persona le haya entregado el alma. Es recomendable no asustarse y al llegar al lugar donde este enterrado el gato negro ponerse de rodillas, hacerse la señal de la Cruz y rezar un credo.
Se comenta que en Portuguesa cualquier persona que desee superarse económicamente puede venderle un familiar o un amigo a Lucifer sin necesidad de que la persona vendida tenga conocimiento del negocio realizado.

Tomado de "Mitos y Leyendas predominantes en el Estado Portuguesa" de Carmen Pérez Montero. 
Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente,  en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.  

Puede consultar también: 
EL SILBÓN: VIVENCIAS Y TESTIMONIOS (Carmen Pérez Montero)

domingo, 11 de mayo de 2014

EL SILBÓN: VIVENCIAS Y TESTIMONIOS (Carmen Pérez Montero)

Niños y adultos del Llano conocen el poder de El Sibón (Archivo de Yajaira Espinoza)

La señora Josefa García: Yo he oído muchas veces a El Silbón, pero desde el año 1968 más o menos no lo he vuelto a escuchar. Yo dormía en un ranchito con la lámpara de querosén prendía porque le tenía miedo a El Silbón. El ranchito estaba allí, donde hoy ta` la cancha, aquí en Guanarito. Cuando eso aquí la luz la apagaban a las 10 p.m., a las 9 p.m. daban el aviso pa` que la gente se recogiera y cuando to` mundo estaba “recogío”, la apagaban. Entonces aprovechaba El Silbón la oscuridad pa` salí a silbá y a asustá. Cuando pasa pa` bajo va a llové y cuando pasa pa` arriba va hace verano, así decía mi mamá que en paz descanse.

El rostro de El Silbón se oculta en los árboles y puede matar de susto a cualquiera 
(Foto del archivo de Eduardo Mariño)

Ahorita sale, pero por las orillas, cuando la noche es bien oscura. La gente dice que el existió y que tenía un hermano llamado Juan y que andaban cazando los dos con el papá, El Silbón  lo mató porque encontraron un palo atravesao en el camino y el papá no lo pudo enderezá pa` podé pasar y le dijo: así mismo me pasa a mí que usted no me enderezo chiquito, sabiendo que iba a crecé maluco. Él lo mató y se llevó la asadura pa` la casa y se la dio a la mamá pa` que la sancochara y cuando la mamá vio que la asadura se abollaba en la olla y no se ablandaba le preguntó qué de que animal era esa asadura y él le dijo que era la de su papá que lo había matao y la madre lo maldijo pa`toa la vida; entonces Juan le zumbó los güesos en una mochila y le dio una pela con un mandador de siete nudos y le echo ají por `onde quiera, por eso es que él le tiene miedo a la tapara de ají y al mandador. Dicen que cuando Juan le echó los güesos en la mochila se le quedó el deo chiquito y el anda penando hasta que consiga ese güeso.


El vestido de El Silbón  habla de su anatomía delgada y alta

Alejandro Asís Quintana: Cuando estaba pequeño jugaba trompo de noche junto a un puente de tabla que atravesaba el caño El Tiestico. Allí siempre amarraban a una burra. Una noche, aseguré bien la burra con el guaral del trompo y me monté en ella. La burra negra corcoveaba y se iba poniendo grandota y peluda. Yo me privé y después me recogieron unos viejitos que me llevaron para su casa y le avisaron a mi mamá, porque yo era menor de edad. Los viejitos me pusieron a dormir en un cuarto donde ellos guardaban las caraotas, y cuando me estaban colgando el chinchorro, se escuchó el silbido de El Silbón, que pasó por arriba de la casa y por la madrugada ellos oyeron que se habían reventado los colgaderos y el Silbón me estaba machucando. Yo estaba gritando, pero asustado, yo no sentí cuando él me machucó; pero me dio mucha fiebre y por la mañana amanecí aporreado. 


Entremezclado en la fiesta, El Silbón, al final se revela 

Eduardo Daza: Según la leyenda que yo conozco El Silbón nació en un caserío llamado El Vijao del estado Barinas. Allí se cría hasta los 16 años, cuando se convierte en azote del lugar y el padre por vergüenza se traslada a Guanarito y va a vivir en el hato Los Camorucos de El palmar de Morrones. El muchacho mejora la conducta, trabaja con su papá Rosendo Silva y la madre, Carolina Flores, está muy contenta. Joaquín Augusto Flores, se enamora de la muchacha más bella de Guanarito, descendiente de una familia Orozco (las familias Orozco que actualmente residen en Guanarito negaron rotundamente tener conocimiento de estos datos).
Una tarde de un domingo, los novios salieron a pasear a caballo. La muchacha se cayó, y se golpeó la cabeza con un tronco, muriendo en el accidente. Como loco, salió para La Quebrada de la Virgen. Allí consiguió dos muchachas que se estaban bañando y violó una de ellas, pasó por Guanare, Acarigua, Tinaco, Tinaquillo, Valencia y llegó a Caracas. Más tarde se fue a Puerto la Cruz, donde vivió dos años, en casa de un pescador. Se enamora de nuevo, pero un día bañándose en la playa, los arrebata una ola y el pescador pudo salvarlo a él, pero no a la novia. Joaquín al darse cuenta que perdió a la muchacha se endemonia otra vez, y mata al pescador y se viene huyendo para su tierra natal.
Llega a El Vijao, pasa por El palmar de Morrones y se encuentra a su mamá cosiendo y le dice: usted es la que dice ser mi madre. La mata, la abre y le saca la asadura. Luego busca al padre y le dice: usted es el que dice ser mi padre y lo mata, lo abre y le saca la asadura. Después Joaquín se va en busca de su hermano Juan Gil. Era tres de mayo, lo consiguió limpiando una “roza”, es decir, haciendo un conuco, pero Juan le vio la intención de que iba a matarlo y con la coa que tiene en la mano le arremete  a golpes y El Silbón, ya convertido en ese “aparato” corre hacia la montaña, Juan se arrodilla y pide a Dios castigo para su hermano que ha matado a sus padres.
Esta versión tiene la influencia la fantástica narración del barinés Rómulo Urquiola, quien tuvo el coraje de hasta colocarle fechas al nacimiento y andanzas del Silbón, citando incluso, lugares que no estaban fundados para el año 1603.
El mismo señor Eduardo Daza, narró su experiencia vivencial: Yo era un muchacho y acompañaba a los cazadores a buscar venados por la sabana de La Cadenera,  Los Pavos, El Jebao, Merecurito. Después de las ocho de la noche y en el mes de mayo siempre lo oíamos.
Ese no es un pájaro, ¡qué va! Porque aun no conociéndolo al oír el silbido deja impresionado a quien lo escucha. Jamás un silbido puede penetrar tan profundo y erizar  todo el cuerpo. Ese no es un silbido común, cuando yo lo oí casi me privo. Ahora ya no se escucha, ni se ve como antes que dice que amanecía sentado en las topias de los fogones y que es altísimo.

El Silbón de Plata y El Silbón de Oro. Orgullo de Venezuela

Eladio Antonio Moreno: Yo veía de una zona que llaman Pajoncito, venía temprano a quedarme en El Paso. Él viene de aquí pa` allá y yo de allá pa` aca. Yo lo oigo  que viene y me dije entre mí: uno cree que lo va a ver, como una persona, pero que va, lo que sentí fue el silbido. Yo dije: Ajá ya pasó El Silbón,  ahora voy a seguir yo, cuando iba a media cuadra me silbó más duro, como un silbío que paraba los pelos, que engrifa, yo le metí la linterna por todas partes, una linterna nuevecita, y eso clarito y no se veía nada. Como a las dos cuadras lo sentí otra vez, y yo pa`lante carajo. Ya llegando a las primeras casas me volvió a silbar, pero un silbido muy malo, bravo de verdad, que hacía temblar la tierra. Llegué a la casa de un baile, yo no tenía miedo, me sentía defendido con la linterna. Cuando entré a la casa hasta los músicos dejaron de tocar, por lo duro que silbó ese “aparato”. Todos salimos pa` juera y no vimos nada.

Julio Hernández: Soy de San Fernando de Apure, vine pa` ca ya hombrecito. Al Silbón yo lo he oído de refilón, pero ese bicho para los pelos de punta. Dicen que es un pájaro. Yo no sé si será leyenda, pero él asusta. A un amigo mío lo atacó muy duro. Él iba por un camino y el Silbón lo fue llevando y lo fue llevando hasta su casa. Cuando mi amigo entró a la casa, puso la mano en la escopeta, y le dijo: silba desgraciao. Ese bicho como que le tiene miedo al plomo porque no silbó más nunca.




Gustavo Olivares: Yo no jue que lo vide, pero sí los echó un susto a yo y a Martín Galea, por ta borrachos, íbamos llegando a la casa, cuando sentimos ese bicho atrás. Jui jui jui jui juío y yo no le jacía caso. Ahí me dijo la compañera mía: pero mijo, apúrese, que usted viene rascao y ese es El Silbón  que lo trae alcanzao. Como uno pelao, no le tiene miedo a na´, pelé por una peinilla y le dije: Párate ahí gran carajo, pa túmbate la cabeza de un machetazo. Pero yo y Martín a`entro de la casa porque ese sí tenía miedo. Después me jui a llevar a mi compadre Martín. Cuando venía de regreso se me pegó el bicho otra vez atrás: jui juio jui juío. Ya le digo, hasta la casa me trajo y ese silbido se sentía clarito en el patio. Yo me acosté y siguió silbando. Ese otro día amanecí aporreao, pero yo no lo vide. Jue la electricidad del, menos mal que no lo vide porque me juera asombrao.
Pa´qui, pa´rriba, está un señor llamao Sergio Fernández, a ése se le encaramó en un burro, sí señor, chuqui chuqui arriba el burro y el burro pegao y llegando a la casa lo privó. Él lo llevó a la casa de chuco. Ese es un cadáver muy feo y to´el que lo ve queda privao. Por los laos de El Vijao y que lo han visto. Porai fue que hizo los destrozos.


No hay llanera que no tenga algún cuento de El Silbón

Alejandro Barco: (Carpintero, fabricante de urnas desde hace aproximadamente 40 años. Este guanariteño solía realizar su oficio a cualquier hora, que algún vecino lo necesitara. Solo preguntaba la medida del muerto y en dos horas los familiares, estaban velando el cadáver)
Yo sí creo en El Silbón, porque yo lo oí una noche en Maporita, silbaba muy duro y paraba los pelos de punta, da algo de miedo. Ese dicen que jue un muchacho que mató al papa pa` comerle la asadura. La gente dice que se corre llamando a Juan, y a un perro Tureco y enseñándole una tapara de ají, esas son las contra del.  Los que lo han visto dicen que cuando se sienta, le pasan las rodillas más arriba e` la cabeza, que son como de metro y medio, y por eso le dicen el Canillú. Por ahí por Sabana Seca, de donde es él, dicen que todavía existe, que silba mucha y machuca gente y a otros los asusta.


El Silbón a nadie perdona

Cipriano Lara: Una noche un guardia taba haciendo guardia en el comando y los otros `taban pa` dentro, y le llegó uno sonando la puerta, tuqui, tuqui, tuqui y cuando él se asomó pa` ve quién era, ve al Silbón que iba ya de salía y se le pegó atrás. Ese guardia y que iba casi volando y que no tocaba el suelo, sin botas y sin nada, porque no tuvo lugar pa` ponérselas. Los otros guardias, viendo que él iba corriendo se le pegaron atrás. Llegando a la costa del río ya lo llevaba alcanzao, ahí el Silbón, miró pa atrás y cuando lo vio, cayó pal suelo, allí llegaron los guardias lo agarraron y se lo llevaron pa`l comando otra guelta. Quedó casi loco, tuvieron que llevarlo a media noche pa la medicatura, ese sí lo vio, porque El Silbón no iba corriendo, el que iba corriendo era el guardia atrás del y no lo alcanzaba.
También cuentan de un hombre que era músico de bandola, dejó a su mujer solita con un vecino pendiente y se jue. ¿Usted viene esta noche? Le preguntó la mujer y él le contestó: bueno, si termina el baile vengo…sino pues vengo mañana, ahí queda con Dios y la Virgen y jue como a las 12 e` la noche que llegó punteando la bandola. Entonces, la mujer que conocía la música del hombre,  dijo: ¡Ay, será que se acabó el baile! Ajá, ¿llegó?...Sí, ábrame la puerta, pero no es preciso que prenda la lámpara, jue que el baile se terminó, se formó un brollo y yo me vine, qué voy a amanecé pua` llá –dijo el hombre- dijo el hombre y antes de que la mujer quitara la tranca a la puerta, la puerta se abrió y bum, se metió y se acostó, en la cama y ese otro día y que amaneció muerta, muertica.
Como a las 8 de la mañana se despertó el vecinao, vino y halló la puerta trancá, como ese es un espíritu no abrió la puerta. La puerta `taba  cerrá y la mujer tiesa en la cama. La había matao. Le llegó en la figura del hombre de ella.
Yo le he oío mucho silbá, pero lo corro, le digo: Mirá, Juan, escucha, azuzá a Tureco, aquí tengo la tapara de ají y el mandador y se va, le huye a todo eso.
Dicen que él tiene miedo a todo eso porque cuando él mató al papá y la mamá, su hermano Juan  y que le echó una pela con un mandador de siete nudos y azuzó al perro Tureco y le decía: Espérate ahí, gran carajo, que me mataste a mis taitas y cuando el perro por fin lo tumbó y que le juntó ají por todas partes.


Destacados cantautores de música llanera, como Don Francisco Montoya y Jorge Guerrero, 
aseguran que El Silbón tiene, también, una raíz apureña. 

Mario Alvarado (quiboreño con 20 años domiciliado en Guanarito): Yo no creía, pero yo lo oí en Chiriguare, taba enamorao y con ella me casé. Ese bicho silba muy duro, yo me asusté mucho y apuré el burro, cuando llegué a la casa  no me prendieron la luz, por eso no  me privé, pero me dio calentura.

Rafael Pérez Hernández: Yo lo escuché en Guanare Viejo, pero no vi la figura solo se oye el silbido, y otra vez lo escuchamos en la Prefectura de la Policía, aquí en Guanarito, silbó en la cuadra, y se estremeció la tierra, porque hasta el prefecto José Barrios que estaba durmiendo lo escuchó. Eso fue en 1966, cuando el gobierno de Leoni. Juan Pedro del Moral, era el Gobernador del estado y habíamos como 10 policías y patrulleros. Yo era patrullero, esa noche había una lloviznita, en ese momento todos nos asustamos y Yuzti, uno que ahora trabaja  en una bomba en la entrada del pueblo comenzó a rezá y Chicho Mota comenzó a maldecirlo, y le decía vete de aquí y le hacía la cruz y el bicho se fue alejando. El comandante de ese puesto de llamaba Pedro Piña, ya se murió.

Giovanni Falcón: Yo trabajé en Los Jeyes, cerquita del hato Los Malabares, de Juan José Montenegro, ya eso era ruinas. Allí yo comencé a crecer, porque aquí en Guanarito, no le he oído mucho, pero no le tengo miedo porque creo en Dios, y uno se basa en que uno el hombre reza.
Esa noche en Los Jeyes, cuando lo oímos, muy feo, paraba los pelos de punta, andaban tres a caballo, andábamos cazando y tres hombres bien armados no le da miedo a uno, ese lo sentíamos cerquitica hasta que llegamos a un hato llamado Mata de Bejuco, allí se apagó y no se oyó más.

 Uslar García: (maestro guanariteño de 22 años) Yo le temo porque su silbido es aterrador. Cuando yo trabaja en Caño de Indio oía los relatos y en las noches de invierno rezaba para que no me saliera. Mire, un representante de la escuela llamado Lucho, un día tres de mayo hizo un Velorio de Cruz, esa tarde había llovido mucho. Ya en la madrugada salió a parrandear y los amigos le dijeron que no se fuera, que lo iban asustar, que le iba salir El Silbón, y él dijo: que me salga ese desgraciado, que yo soy más bravo que él, y agarró su burro y se fue. Cuando iba por el camino el burro no quiso seguir y Lucho le daba patadas y el burro resistió, no quería entrar en la montaña, después el burro lo tumbó y se fue. Lucho quedó allí en la montaña, tirado, inconsciente. Nosotros oímos el silbido y luego los gritos y lamentos. Salimos todos corriendo y lo encontramos privado. Él dijo que lo vio, y que era muy feo. Cuando lo estábamos llevando hasta su casa hizo un fuerte ventarrón que casi nos lleva con todo y el señor Lucho.

Filomena Montilla: Yo oía al Silbón cuando vivía del campo, pa` allá, más abajo del Banco, en Bototico, por la vía de La Capilla. Yo tenía como quince años, eran las 10 de la noche y la gente salió a cazar. Mi padrastro y un hijo de mi mamá. Ellos trajeron una venada y se pusieron a componerla en la pata de un mamón y ese bicho parecía que estaba subío en el palo porque silbaba y se estremecía la tierra, como había como ocho personas comenzaron a remedarlo y ese bicho se puso muy bravo. Mire cuando la gente le arremeda cuente que se le pega atrás. Fue tanto el susto, que la venada la dejaron en el patio y el mañana fue que la arreglaron. El ahora no hecha broma, eso era antes, porque había pocas casas y la gente era muy renuente.

 María Espinola: El Silbón nació en el estado Zamora, pero yo le oído mucho, silba por estos llanos. A uno le da un poco de miedo, se oye silba muy lejos; pero no es un pájaro porque silba alto y el sonido es muy profundo. Ese es un aparato, un ánima en pena.
A mi esposo una noche, de  1 a 2 de la madrugada se le pegó atrás y cuando llegó a la casa, el propiamente no abrió la puerta, sino que vio que la tranca se estaba rodando sola y sentía que lo soplaban y agarró el chinchorro y lo empezó a colgar. En eso silbó dentro de la casa, yo oí el silbido, eso lo deja a uno sin juicio.

Lorenzo García: (guanariteño de 75 años) El Silbón es criollito de El Cucharo, hoy le llaman La Casita. Yo conocí un familiar del Silbón llamado Luís Flores, porque el Silbón se llamaba Joaquín Flores, cuando yo lo conocí a él, ya El Silbón era El Silbón. Luís trabajo conmigo, éramos obreros a caballo por todos estos hatos, por todas estas sabanas; Los Garzones, La Bonita, La Hermosa, Campo Alegre. Un día conversando tocamos el tema el Silbón, y yo le pregunté que de dónde era él, y él dijo que de El Cucharo. Y yo le dije, entonces usted es familia del Silbón; y me dijo: si… mi mamá nos dice nosotros somos familia del Silbón. Luís Flores todavía vive por ahí, por Libertad de Barinas, pero está ciego. (Sin embargo se trató de constatar a través de la familia Gómez Abreu, oriundos de Libertad y no fue posible)
 Yo lo he oído varias veces, la primera vez que lo escuché estaba con varios hombres en un Velorio de Cruz, un tres de mayo, eso fue por los lao del El Regalo, en una montaña llamada Guanare Viejo, como éramos bastantes, comenzamos a burlanos, y ese bicho se puso tan bravo que no silbaba, sino que chiflaba y le pegaba un aire a uno en la cara. Ahí salieron unos viejitos y lo ensalmaron, llamaron a Juan, a Tureco, el mandador y la tapara de ají, y lo corrieron. Ese Silbón no es de aquí, el llegó cuando comenzaron los barineses a transitar por estos caminos. La leyenda sí nació aquí, pero el que dicen que peleó con el Silbón no fue Juan Hilario como dice el disco, fue un señor llamado Pacheco, eso fue en El Regalo, en casa del señor Antonio Leonidas. Él iba a pesar una vaca esa noche, y se fue a dormir temprano pa` poder madrugar. Cuando está colgando la hamaca, el señor que era amigo de él, lo dijo: esta noche usted no va a dormir, por qué -preguntó Pacheco, porque esta noche lo va a machucar el Sin Fin (como también lo llaman por esos lados). Pacheco que era un hombre muy guapo, le dijo ojalá me salga pa` dale una paliza y se tiró una risa. Cuando estaba quedándose dormido, le llegó el Silbón y allí fue cuando pelearon.
Una vez había muerto un viejito muy querido en La Calceta, como le estaban haciendo la novena,  nos fuimos un grupo de muchachas y hombres enamoraos. No había carretera, sino caminos y había mucho barrial. Nos fuimos por la orilla de alambre por los deshechos. De aquí pa allá fuimos bien, por los desechos. Cuando ya íbamos a rezar el último rosario, a las 12 p.m. Yo le dije, burlándome, si va pa` Guanarito nos espera que ya nosotros nos vamos a di, nos queda un solo rosario y dijo la rezandera: ya usted va a echá la vaina.
Nos dieron brindis: café con pan de horno y después nos fuimos. La rezandera nos dijo: el Silbón nos va a esperar y yo le contesté: Bueno, lo llevamos de compañero.
Eso fue feo, mire, nos llevó hasta Guanarito silbando, nosotros no buscamos desechos, ni nada, toditos nos metimos por los charcos, y las mujeres dejaron los zapatos en los barriales. Cuando llegamos al pueblo nos dispersamos, cada quien cogió su camino. Yo vivía por los lao del cementerio, y me tocó seguí solo. Menos mal que mi mamá no había trancao la puerta y pude entrar. Cuando me jallé, seguro le dije. Bueno, siga solo, porque hasta aquí llego yo.

Notas del Editor: Estos testimonios fueron transcritos del texto: Mitos y Leyendas predominantes en el estado Portuguesa, de la maestra poeta e investigadora Carmen Pérez Montero, nativa de Tinaquillo, Cojedes, residenciada en Acarigua-Araure, estado Portuguesa. 

También puede consultar:

La Señora de El Silbón. La Silbona. Poemas Llaneros y Audio Musical

Hazañas de El Silbón- Poemas Llaneros y Audio Musical

LA LEYENDA DE EL SILBÓN (Dámaso Delgado)