miércoles, 22 de abril de 2020

Leyendas llaneras (Vivencias y testimonios) 4. JUAN DE EL MORRO (Carmen Pérez Montero)

En todo el Llano conocen la fama de Juan de El Morro.
Imagen en el archivo de Nayaris Ojeda.



JUAN DE EL MORRO
La leyenda de este personaje que habita la línea divisoria entre lo real y lo irreal nace en San Rafael de Onoto, población  fundada en 1726, por los misioneros Fray Bartolomé de San Miguel y Salvador de Cádiz, con 260 indios entre Otamacos, Guaranaos y Guamos. 
Buscando el origen de estas misteriosas narraciones que parecen arrancadas de las páginas de la Ilíada o cualquier otra obra enmarcada dentro de la mitología griega, con sus personajes increíbles, sus sentencias y sus castigos, nos encontramos caminos de El Morro con José Ramón Pérez (51años) quien nos informó:
Para el año 1954, aproximadamente, en este espacio abierto que Ud. Ve ahí no estaba la represa de las Majaguas, sino que eso eran dos posesiones bien grandes, una de Abelardo Hernández y la otra donde hoy está la represa que era de Juan de El Morro. El General Marcos Pérez Jiménez se propuso hacer en este sector la represa de las Majaguas, para resolver el problema del déficit del  agua existente en esa zona agrícola. Como para esta fecha, supuestamente, ya Juan de El Morro había muerto y su espíritu vagaba por toda su posesión, empezaron a ocurrir acontecimientos difíciles de explicar, tales como: muertes repentinas de los obreros que cortaban los árboles, derrumbes, árboles que caían inesperadamente triturando a los trabajadores, muertes por mordeduras de serpientes, obreros que desaparecían de su casa a la represa sin dejar ningún rastro, algunos que se perdían en esa misma montaña, otros que se ahogaban. Una tarde como 6 p.m., Juan de El Morro se le presentó a Martín Alvarado habitante de La Esperanza, le pidió chimó y le dijo: No me corten la madera porque ésa me pertenece. Éste es mi dominio - y desapareció- .
José Ramón lo describe como un anciano mal vestido, con alpargatas y un morral en el hombro.
José Ramón Pérez  también nos refirió que en la década de los cincuenta era muy común oír hablar de este personaje en Agua Blanca y San Rafael de Onoto, El Morro, La Esperanza y en otras regiones donde venían los pescadores, quienes ofrecían parte de la pesca al espíritu de Juan de El Morro con tal de que les permitiera sacar una buena porción  de peces. Son muchos los que aseguran haberlo visto con su morral, en posición muy humilde sentado sobre una piedra, sobre la represa.  
Continuando con la búsqueda nos trasladamos al caserío La Esperanza. En la entrada del poblado nos sorprende  encontrarnos con un cementerio donde reposan, aproximadamente, treinta tumbas con sus respectivas cruces y trabajos en granito, mármol, cemento y algunas con el característico “lomo de perro” esta última opción se produce al recoger la tierra que sobra, después de enterrado en el muerto y hacer un camellón donde se coloca la cruz. Indagamos sobre el particular y nos informan que no es un cementerio lo que allí existe, sino la concentración de los rosarios de los difuntos que sacan a la calle y coincidencialmente, todos concluyen en el mismo sitio.
Al pedir explicación de este hecho, el señor Antero Calle nos relata: Hace muchos años se acostumbraba que a todos los difuntos se les sacaba el rosario para la calle; pero hoy en día son pocas las familias que aún conservan esta tradición. La cuestión consiste en que al celebrar la última noche o final de la novena, a las 12 p.m. al rezar el último rosario, el rezandero (que deber ser hombre), sale de la casa llevando una cruz de madera, hierro o cemento con el nombre del difunto. A éste le acompañan todos los hombres asistentes, llevando cada uno una vela encendida. En la casa deben quedar, únicamente las mujeres, ancianos y niños. Todos deben llorar al ver salir la procesión.
El rezandero avanza con su séquito por el mismo camino por donde llevaron al muerto (lo cual explica por qué el supuesto cementerio está a la entrada del poblado, ya que esta comunidad entierra a sus dolientes en San Rafael de Onoto). A llegar al sitio donde termina al rosario, se debe clavar la cruz en la orilla derecha del camino y regresar, caminando de espalda, nuevamente hacia la casa del difunto. Se cree que si el rezandero o algunos de los “Rosarieros” da la espalda a la cruz, el muerto se puede regresar con el grupo y comenzará a penar; es decir, a salir y asustar. Cuando la gente regresa a la casa ya los familiares pueden sacar del cuarto del muerto la vela y el vaso de agua que debieron colocar en este recinto desde el día de su muerte y proceder a ocuparlo. Es de hacer constar que en el caserío “Los Tanques” jurisdicción del municipio Araure aún se conserva esta costumbre y con la reseña que de ella se hace en este trabajo, se pretende  enriquecer los conocimientos sobre el comportamiento ancestral de nuestros antepasados para tratar de conservarla como una muestra cultural que tiende a desaparecer.
Al llegar a La Esperanza localizamos al pescador Tomás Arellana, quien narró su experiencia:
Juan de El Morro es un espíritu que puede hacer bien, pero puede hacer  mal  también, depende  para lo que se busque. Yo pase un susto muy grande con ese personaje aquí mismo en la represa de Las Majaguas. Una tarde, como a las cinco, ya mi hermano y yo habíamos terminado de pescar, habíamos hallado bastante pesca: lebranches, bagres, pargos bocachicos, viejitas, coporos… Ya nos íbamos, cuando un muchacho llamado Félix, que vivía cerca de mi casa y que se ahogó aquí en la represa, salió del agua y nos dijo: Espérenme, para irme con ustedes… yo voy a ver si consigo un pargo blanco que acabo de ver junto a la pata de aquel palo y señaló hacia la represa. (Dentro de represa pueden observarse algunos árboles sumergidos). El muchacho se zambulló en el agua y viendo yo que pasaba el tiempo y no salía le dije a mi hermano: Voy a ver qué pasó y me eché un clavado. Cuando llegué al fondo sólo sentí un ruido muy feo y vi que venía una avalancha de piedras por debajo del agua. Sacando fuerza nadé hacia arriba y cuando salí mi hermano me estaba llamando desesperado: – Tomás…Tomás…Tomás-. Mi hermano me abrazó y me dijo: Tomás yo vi algo muy horrible, una ola se levantó del tamaño de una casa y yo le conté lo que vi en el fondo de la represa. Esperamos la salida del muchacho y éste no salió más.
Nosotros fuimos al pueblo a pedir ayuda y vinimos los buzos o sea gente que sabe nadar y ello testimoniaron que vieron al muchacho en la pata del palo donde él nos dijo que había visto el pargo blanco, que estaba agachado con los ojos abierto y que aún apuntaba con el arpón como si estuviera viendo la presa. Los buzos que eran bien valientes no se atrevieron a sacar ese “muerto”.
Don Pancho García, un anciano que ha vivido desde siempre en los alrededores de la represa nos contó que antes de que el Gobierno hiciera la majestuosa represa de Las Majaguas, él conoció en ese mismo sitio una laguna llamada La Cañada donde vio, una tarde, como 6 p.m. una culebra de unos doce metros de largo y un grosor aproximado de 80 centímetros. Esa laguna la absorbió la represa y se cree que esa culebra está dentro de la represa y es la que “encanta” a las personas que no aceptan las leyes de Juan de El Morro porque muchas personas la han visto y dicen que es como un monstruo por lo grande y escamosa por lo vieja.
El señor Guadalupe Vásquez (72 años) nos recibió con mucho entusiasmo y concertó con nosotros una nueva visita para que viniéramos preparados para asistir al Palacio de Juan de El Morro, ubicado detrás del cerro de El Morro. El señor Guadalupe nos pidió que lleváramos un litro de aguardiente, chimó, tabacos y velas. 
Cumpliendo con el compromiso adquirido llegamos, nuevamente a La Esperanza, el señor Guadalupe nos llevó al Palacio, después de recorrer una carretera de tierra, estrecha y solitaria que va bordeando el cerro de El Morro, dominios de Juan de El Morro. En la falda del cerro se levanta un altar, sin santos, sólo existen grutas adornadas con la bandera nacional. Allí Don Guadalupe, quien practica el espiritismo para curar males y mejorar la suerte de sus hermanos, nos ensalmó, antes de buscar la comunicación con Juan de El Morro. La experiencia fue de encuentro espiritual y luego regresamos al poblado. Durante el recorrido Don Guadalupe Vásquez relató: Existe un dueño para cada laguna… para cada río. Toda corriente de agua tiene su dueño: De que existe…. existe  y aquí en la represa Juan de El morro es el apoderado. Mire, en ese cerro de El Morro nunca ha vivido nadie, nadie ha hecho casa ahí porque lo respetan. La gente sabe que con él no se debe meter porque le va mal. Hay una historia de un muchacho de Acarigua que amaneció bebiendo allá y como a las siete de la mañana le dieron ganas de  venirse, con un amigo, a pescar para acá, para la represa, eso fue en la Isla de Piedra. Ese pobre muchacho parecía llamado a morir aquí, algo increíble. El amigo ya había sacado pescado bastante y estando ya  en la orilla, el muchacho agarró la tripa y se lanzó de nuevo al agua diciendo: Voy a darle la mano a Juan de El Morro y allí mismo se ahogó en la orillita, como a cinco metros y ninguno de los presentes pudo hacer nada. El muchacho se perdió y dicen que los buzos lo encontraron en el fondo de la represa, en una carretera, pero que no lo pudieron sacar porque estaba agachado y con los ojos abiertos, metido dentro de un rollo de culebra muy grande.
Otra particularidad digna de mencionar es que dentro de la represa existen carreteras, incluyendo la carretera vieja, vía Caracas, puentes, cementerios, incluso hasta hace poco se podían ver, en época de verano, las cercas y “peines” de las fincas que quedaron ahogadas debajo de las represa. Así  mismo hay diferentes tipos de vegetación y es asombroso ver, a veces, “baquianos” del sector caminar dentro del agua, para sorpresa de los visitantes que desconocen la existencia de los caminos y  carreteras dentro del agua. Otra cuestión que debo referirles y que también ocurrió aquí en la década de los años cincuenta, fue el compromiso que hizo el General Marcos Pérez Jiménez con Juan de El Morro para que éste dejara de hacer tantos estragos con la gente que venía a trabajar en la construcción de la represa y permitirá que el trabajo se realizara sin obstáculos.
Cuenta que ese pacto se realizó en la Montaña de Sorte, dominio de María Lionza y que el hermano Pedro Soterano estuvo presente. Allí se llegó a un convenio entré las partes y, según dicen,  Juan de El Morro pidió, a cambio de la donación de parte de su propiedad para la construcción de la represa, le dieran el poder para, durante cuarenta años, recoger todas las   almas de los seres que murieran entre Apartaderos y Acarigua, para hacerlos sus súbditos y nutrir sus dominios. El pacto fue aceptado y en el año 1995, supuestamente, se cumplieron los cuarenta años acordado para dar por concluido el negocio. 


Tomado de "Mitos y Leyendas predominantes en el Estado Portuguesa" de Carmen Pérez Montero.
Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente,  en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.  


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