En todo el Llano conocen la fama de Juan de El Morro.
Imagen en el archivo de Nayaris Ojeda.
JUAN DE EL MORRO
La leyenda de este personaje que habita la
línea divisoria entre lo real y lo irreal nace en San Rafael de Onoto,
población fundada en 1726, por los misioneros Fray Bartolomé de San Miguel
y Salvador de Cádiz, con 260 indios entre Otamacos, Guaranaos y Guamos.
Buscando el origen de estas misteriosas
narraciones que parecen arrancadas de las páginas de la Ilíada o cualquier otra
obra enmarcada dentro de la mitología griega, con sus personajes increíbles,
sus sentencias y sus castigos, nos encontramos caminos de El Morro con José
Ramón Pérez (51años) quien nos informó:
Para el año 1954, aproximadamente, en este
espacio abierto que Ud. Ve ahí no estaba la represa de las Majaguas, sino que
eso eran dos posesiones bien grandes, una de Abelardo Hernández y la otra donde
hoy está la represa que era de Juan de El Morro. El General Marcos Pérez
Jiménez se propuso hacer en este sector la represa de las Majaguas, para
resolver el problema del déficit del agua
existente en esa zona agrícola. Como para esta fecha, supuestamente, ya Juan de
El Morro había muerto y su espíritu vagaba por toda su posesión, empezaron a
ocurrir acontecimientos difíciles de explicar, tales como: muertes repentinas
de los obreros que cortaban los árboles, derrumbes, árboles que caían
inesperadamente triturando a los trabajadores, muertes por mordeduras de
serpientes, obreros que desaparecían de su casa a la represa sin dejar ningún
rastro, algunos que se perdían en esa misma montaña, otros que se ahogaban. Una
tarde como 6 p.m., Juan de El Morro se le presentó a Martín Alvarado habitante
de La Esperanza, le pidió chimó y le dijo: No me corten la madera porque ésa me
pertenece. Éste es mi dominio - y desapareció- .
José Ramón lo describe como un anciano mal
vestido, con alpargatas y un morral en el hombro.
José Ramón Pérez también nos refirió que en la década de los
cincuenta era muy común oír hablar de este personaje en Agua Blanca y San
Rafael de Onoto, El Morro, La Esperanza y en otras regiones donde venían los
pescadores, quienes ofrecían parte de la pesca al espíritu de Juan de El Morro
con tal de que les permitiera sacar una buena porción de peces. Son muchos los que aseguran haberlo
visto con su morral, en posición muy humilde sentado sobre una piedra, sobre la
represa.
Continuando con la búsqueda nos trasladamos
al caserío La Esperanza. En la entrada del poblado nos sorprende encontrarnos con un cementerio donde reposan,
aproximadamente, treinta tumbas con sus respectivas cruces y trabajos en
granito, mármol, cemento y algunas con el característico “lomo de perro” esta
última opción se produce al recoger la tierra que sobra, después de enterrado
en el muerto y hacer un camellón donde se coloca la cruz. Indagamos sobre el
particular y nos informan que no es un cementerio lo que allí existe, sino la
concentración de los rosarios de los difuntos que sacan a la calle y
coincidencialmente, todos concluyen en el mismo sitio.
Al pedir explicación de este hecho, el señor
Antero Calle nos relata: Hace muchos años se acostumbraba que a todos los
difuntos se les sacaba el rosario para la calle; pero hoy en día son pocas las
familias que aún conservan esta tradición. La cuestión consiste en que al
celebrar la última noche o final de la novena, a las 12 p.m. al rezar el último
rosario, el rezandero (que deber ser hombre), sale de la casa llevando una cruz
de madera, hierro o cemento con el nombre del difunto. A éste le acompañan
todos los hombres asistentes, llevando cada uno una vela encendida. En la casa
deben quedar, únicamente las mujeres, ancianos y niños. Todos deben llorar al
ver salir la procesión.
El rezandero avanza con su séquito por el
mismo camino por donde llevaron al muerto (lo cual explica por qué el supuesto
cementerio está a la entrada del poblado, ya que esta comunidad entierra a sus
dolientes en San Rafael de Onoto). A llegar al sitio donde termina al rosario,
se debe clavar la cruz en la orilla derecha del camino y regresar, caminando de
espalda, nuevamente hacia la casa del difunto. Se cree que si el rezandero o algunos
de los “Rosarieros” da la espalda a la cruz, el muerto se puede regresar con el
grupo y comenzará a penar; es decir, a salir y asustar. Cuando la gente regresa
a la casa ya los familiares pueden sacar del cuarto del muerto la vela y el
vaso de agua que debieron colocar en este recinto desde el día de su muerte y
proceder a ocuparlo. Es de hacer constar que en el caserío “Los Tanques”
jurisdicción del municipio Araure aún se conserva esta costumbre y con la
reseña que de ella se hace en este trabajo, se pretende enriquecer los conocimientos sobre el
comportamiento ancestral de nuestros antepasados para tratar de conservarla
como una muestra cultural que tiende a desaparecer.
Al llegar a La Esperanza localizamos al
pescador Tomás Arellana, quien narró su experiencia:
Juan de El Morro es un espíritu que puede
hacer bien, pero puede hacer mal también, depende para lo que se busque. Yo pase un susto muy grande
con ese personaje aquí mismo en la represa de Las Majaguas. Una tarde, como a
las cinco, ya mi hermano y yo habíamos terminado de pescar, habíamos hallado
bastante pesca: lebranches, bagres, pargos bocachicos, viejitas, coporos… Ya
nos íbamos, cuando un muchacho llamado Félix, que vivía cerca de mi casa y que
se ahogó aquí en la represa, salió del agua y nos dijo: Espérenme, para irme
con ustedes… yo voy a ver si consigo un pargo blanco que acabo de ver junto a
la pata de aquel palo y señaló hacia la represa. (Dentro de represa pueden
observarse algunos árboles sumergidos). El muchacho se zambulló en el agua y
viendo yo que pasaba el tiempo y no salía le dije a mi hermano: Voy a ver qué
pasó y me eché un clavado. Cuando llegué al fondo sólo sentí un ruido muy feo y
vi que venía una avalancha de piedras por debajo del agua. Sacando fuerza nadé
hacia arriba y cuando salí mi hermano me estaba llamando desesperado: –
Tomás…Tomás…Tomás-. Mi hermano me abrazó y me dijo: Tomás yo vi algo muy
horrible, una ola se levantó del tamaño de una casa y yo le conté lo que vi en
el fondo de la represa. Esperamos la salida del muchacho y éste no salió más.
Nosotros fuimos al pueblo a pedir ayuda y
vinimos los buzos o sea gente que sabe nadar y ello testimoniaron que vieron al
muchacho en la pata del palo donde él nos dijo que había visto el pargo blanco,
que estaba agachado con los ojos abierto y que aún apuntaba con el arpón como
si estuviera viendo la presa. Los buzos que eran bien valientes no se
atrevieron a sacar ese “muerto”.
Don Pancho García, un anciano que ha vivido
desde siempre en los alrededores de la represa nos contó que antes de que el
Gobierno hiciera la majestuosa represa de Las Majaguas, él conoció en ese mismo
sitio una laguna llamada La Cañada donde vio, una tarde, como 6 p.m. una
culebra de unos doce metros de largo y un grosor aproximado de 80 centímetros.
Esa laguna la absorbió la represa y se cree que esa culebra está dentro de la
represa y es la que “encanta” a las personas que no aceptan las leyes de Juan
de El Morro porque muchas personas la han visto y dicen que es como un monstruo
por lo grande y escamosa por lo vieja.
El señor Guadalupe Vásquez (72 años) nos
recibió con mucho entusiasmo y concertó con nosotros una nueva visita para que
viniéramos preparados para asistir al Palacio de Juan de El Morro, ubicado
detrás del cerro de El Morro. El señor Guadalupe nos pidió que lleváramos un
litro de aguardiente, chimó, tabacos y velas.
Cumpliendo con el compromiso adquirido
llegamos, nuevamente a La Esperanza, el señor Guadalupe nos llevó al Palacio,
después de recorrer una carretera de tierra, estrecha y solitaria que va
bordeando el cerro de El Morro, dominios de Juan de El Morro. En la falda del
cerro se levanta un altar, sin santos, sólo existen grutas adornadas con la
bandera nacional. Allí Don Guadalupe, quien practica el espiritismo para curar
males y mejorar la suerte de sus hermanos, nos ensalmó, antes de buscar la
comunicación con Juan de El Morro. La experiencia fue de encuentro espiritual y
luego regresamos al poblado. Durante el recorrido Don Guadalupe Vásquez relató:
Existe un dueño para cada laguna… para cada río. Toda corriente de agua tiene
su dueño: De que existe…. existe y aquí
en la represa Juan de El morro es el apoderado. Mire, en ese cerro de El Morro
nunca ha vivido nadie, nadie ha hecho casa ahí porque lo respetan. La gente
sabe que con él no se debe meter porque le va mal. Hay una historia de un
muchacho de Acarigua que amaneció bebiendo allá y como a las siete de la mañana
le dieron ganas de venirse, con un
amigo, a pescar para acá, para la represa, eso fue en la Isla de Piedra. Ese
pobre muchacho parecía llamado a morir aquí, algo increíble. El amigo ya había
sacado pescado bastante y estando ya en
la orilla, el muchacho agarró la tripa y se lanzó de nuevo al agua diciendo:
Voy a darle la mano a Juan de El Morro y allí mismo se ahogó en la orillita,
como a cinco metros y ninguno de los presentes pudo hacer nada. El muchacho se
perdió y dicen que los buzos lo encontraron en el fondo de la represa, en una
carretera, pero que no lo pudieron sacar porque estaba agachado y con los ojos
abiertos, metido dentro de un rollo de culebra muy grande.
Otra particularidad digna de mencionar es que
dentro de la represa existen carreteras, incluyendo la carretera vieja, vía
Caracas, puentes, cementerios, incluso hasta hace poco se podían ver, en época
de verano, las cercas y “peines” de las fincas que quedaron ahogadas debajo de
las represa. Así mismo hay diferentes
tipos de vegetación y es asombroso ver, a veces, “baquianos” del sector caminar
dentro del agua, para sorpresa de los visitantes que desconocen la existencia
de los caminos y carreteras dentro del
agua. Otra cuestión que debo referirles y que también ocurrió aquí en la década
de los años cincuenta, fue el compromiso que hizo el General Marcos Pérez
Jiménez con Juan de El Morro para que éste dejara de hacer tantos estragos con
la gente que venía a trabajar en la construcción de la represa y permitirá que
el trabajo se realizara sin obstáculos.
Cuenta que ese pacto se realizó en la Montaña
de Sorte, dominio de María Lionza y que el hermano Pedro Soterano estuvo
presente. Allí se llegó a un convenio entré las partes y, según dicen, Juan de El Morro pidió, a cambio de la
donación de parte de su propiedad para la construcción de la represa, le dieran
el poder para, durante cuarenta años, recoger todas las almas de los seres que murieran entre
Apartaderos y Acarigua, para hacerlos sus súbditos y nutrir sus dominios. El
pacto fue aceptado y en el año 1995, supuestamente, se cumplieron los cuarenta
años acordado para dar por concluido el negocio.
Tomado de "Mitos y Leyendas predominantes en el Estado Portuguesa" de Carmen Pérez Montero.
Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente, en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.
Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente, en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.
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