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jueves, 6 de agosto de 2020

La Bola de Fuego y otros cuentos llaneros de Héctor Nuno González

Joven llanera en el archivo de Ofelia Rodríguez Pérez





LA BOLA DE FUEGO

Cerca de las 13 mil hectáreas de los ingleses, Tito y Antonio sembraban a medias en 13, para ustedes los humanos que todo cuantifican, representaba 0,1 por ciento la parcela de Don Antonio con respecto a los musiús. Siempre voluntariosos e incansables, trabajaban pensando poco en las diferencias de sus ranchos de barro con las mansiones gigantes de los latifundistas.

Una tarde-noche, como muchas, se fueron a cazar, Tito pasó el día mimando su escopeta y empacando las provisiones de siempre. Se fueron directo a un lugar llamado Las Babas, muy cerca de los linderos de Gabinero, otro hato gigantesco reproductor de desigualdad. Por toda esa zona abundaban las lapas y los venados, carne para salar no faltaría a ese otro día en los ranchos de María Ramona y María Esperanza, sus esposas.

En el camino los abrigó una noche típica de mayo, muy oscura y sin luna, ideal para cazadores que no quieren ser vistos. Tras un par de horas caminando aguardaron al pie de una ceiba, de espaldas al estero de sabana donde se reunían los venados, muy cerca de una laguna llena de babas hambrientas.

Sin perder la paciencia, Tito y Antonio hablaron alegremente mientras mascaban chimó, entre cada escupida miraban buscando la posible víctima. Tito habló de la última pelea de los pesos completos, contó a Don Antonio lo rápido y fino que andaba Foreman, un novato que a pesar de la derrota fue un rival digno.  “Será el próximo campeón”, dijo con su sapiencia de analista.

La media noche llegó y ningún venado se acercó. De pronto, mientras comentaban lo bueno que sería su próxima cosecha de yuca, divisaron a lo lejos una luz tenue que flotaba lentamente sobre la laguna. De un rojo pálido, fue cambiando a uno cada vez más fogoso mientras crecía y se movía en dirección a la ceiba que cubría la espalda de los dos cazadores. “Ave María purísima, esa es la bola de fuego compadre”, exclamó Tito con el aliento helado.

Recostaron su espalda en la ceiba, cerraron los ojos con una fuerza inusual y empezaron a proferir oraciones que ya no recordaban, pero que creyeron de utilidad ante el espanto acechante. La bola les pasó a veinte metros y empezó a girar en círculos a su alrededor, entre giro y giro se hacía más grande y brillante, más caliente y fulgurante. Al cabo de dos giros, ambos divisaron un rostro severo dibujado en la parte frontal de aquella masa de candela, fue entonces cuando en sus oídos retumbó una risa diabólica y espeluznante, capaz de enloquecer al más fehaciente de los siervos de Dios.

Aturdidos y sin saber qué hacer, optaron por proferir insultos al espanto de la sabana, así fue en un tiempo corto y desesperante hasta que siguió de largo aumentando los decibeles de su risa. Segundos después desapareció a la distancia.

Tito y Antonio estaban lelos, podían oír cada uno los latidos de su corazón, así que optaron por cargar sus bastimentos y partir de regreso a casa. No cruzaron palabra alguna en el camino y cumplieron religiosamente cada oración e insulto que ahuyentara a los espíritus perdidos del monte, único acuerdo que el miedo les dejó pactar. Prometieron no salir más nunca a cazar sin algún escapulario o frasco de agua bendita, no querían volver a toparse con la bola de fuego.

Llegaron a casa entrada la madrugada y con las manos vacías, María Esperanza recriminó el hecho pero contaron de inmediato. María Esperanza le dijo a Antonio con su voz de pito: “Eso es porque ustedes no acompañan a sus mujeres en el rosario, ahora quién sabe cuándo nos comeremos un salaito”.

 

 LOS COMISARIOS

Faustino Morales era el comisario mayor de Las Vegas en los años 40, la primera autoridad civil y el encargado de encausar a todo aquel que se atreviera a distorsionar la paz y el orden.

Tito era un comisario menor, encargado de velar por el orden en todo el sector que llamaban El Espinal hasta la zona que los “musiús” nombraron San Marcos.

Aureliano Valor, llanero fuerte y recio, se encargaba desde Camoruquito hasta Flor Amarillo. Todos podían ejercer el cargo sin que este les impidiera realizar otras actividades cotidianas o labores como las que Tito realizaba en El Charcote, las de liniero.

En un julio lluvioso, Tito debió poner en cintura a dos niños que se robaron la cosecha de maíz amarillo del conuco de María de la Cruz Mena, eran los hijos de la partera Doña Eloisa González.

Eloisa lavaba la ropa en el caño Buen Pan, cuando vio pasar a sus muchachos con un saco lleno de mazorcas tiernas, ideales para sancochar. Los viejos de antes eran gente muy honrada, preferían morirse de hambre antes de hacer cualquier cosa que atentara contra la moral y las buenas costumbres; ninguno de su estirpe había sembrado maíz aquel año de invierno tórrido, por lo que de inmediato los interpeló con una voz melódicamente severa: -van a ustedes a decirme, ya mismito carajitos del carrizo, de dónde sacaron ustedes ese maíz-.

Ambos se miraron los ojos y descubrieron el terror que les detuvo el aliento, no terminó el hermano mayor de pronunciar la primera silaba de una palabra desconocida cuando Eloisa asentó una cachetada certera en su rostro, rauda elevó armónicamente su otra mano y repitió la dosis en el menor.

-Ahora mismo vamos a devolver esta cosecha, porque o son honrados por las buenas, o son honrados por las malas-. Las inflexiones militares en la voz de Eloisa no dejaban opciones a los dos hermanos, quienes con lágrimas en los ojos condujeron a su madre hasta el conuco de María de la Cruz, el saco era más pesado ahora.

Sonrojada de vergüenza, Eloisa prometió a María de la Cruz darle a sus hijos una cueriza para que aprendieran la lección, también mandó a llamar al comisario de El Espinal para aumentar la reprimenda.

Tito atendió al pie de la letra la solicitud de Eloisa, -sea severo en el castigo a ver si van a volver a robar-, le dijo aún ruborizada.

Los dos hermanos, tuvieron que atender y mantener limpio y sin malezas el conuco de María de la Cruz por seis meses. Cuidaron y limpiaron el maíz, desmalezaron a diario la yuca y después arrancaron las raíces que ya estaban listas para el consumo, removieron las vainas regordetas de las matas de quinchoncho, las secaron, desgranaron y entregaron en paila a María de la Cruz. Una vez concluidos los seis meses de dura faena, Tito fue hasta el conuco y les informó del fin del castigo, colocó sus manos sobre sus hombros y les pidió con los ojos enternecidos: - sean buenos hombres-.

 

CIRILA LA BUENA

En un gesto ingrato, Dios la olvidó en sus últimos días, de ella que vivió a su servicio. El sufrimiento final de su cuerpo mortal parecía liberado de toda superficialidad terrenal, cada segundo de delirio era inconsciente, sin dolor en el espíritu, sin nadie para añorar porque el olvido se encargó de aniquilar a todos.

La tía Cirila era la mujer más buena y desprendida que jamás conocí, la única que vi pensar de una forma y actuar de la misma en un mundo lleno de incongruentes.

Tenía las caderas fuertes, como buena negra, los ojos negros, grandes y profundos, gestos afables y alma pura cual delfín; de su piel se desprendía el aroma digno de los humildes, mezcla del humo del fogón y el dulce de sus conservas de coco.

En los bolsillos de sus batas de adulta mayor, no faltaba un rosario, una estampita de la virgen María y un catecismo pequeño. En su corazón no faltaba la voluntad de evangelizar de acuerdo a los principios de la fe católica.

Decía que necesitaba poco para vivir, los bloques requeridos en su casa pequeña y oscura, prefería verlos edificados en alguna casa de Dios, siempre más grande, espaciosa y cómoda que la de sus siervos pueblerinos. A Cirila no le preocupaban esas cosas, era una idealista convencida e intachable. “Dios me lo bendiga y la virgen me lo cuide”, exclamaba con tono firme cuando, desde el alma, le echaba la bendición a sus numerosos sobrinos o alumnos del catecismo. Todos la amaban y deseaban tenerla de abuela para recibir su amor de aura celestial.

Contar su vida al detalle es harto difícil, por alguna razón nadie refiere nada, quizás el respeto a su aureola de santa impedía a los demás mencionar anécdotas reveladoras, ella tampoco habló de su vida personal, sólo usaba su retórica de misa para presumir de sus servicios a Dios.

La segunda de las hijas de Cruz y Felipe, la que llamo la atención de Tito por sus caderas esculpidas por un artista ducho, se enamoró de Antonio Tovar cuando aún no distinguía entre el amor y la obsesión, entre el aliento y el desaliento.

Se casó con él, agregó el “De Tovar” por delante del Mena en su cédula de identidad y firmó el pergamino de sus amarguras y maltratos.

Se fueron a vivir a una finca muy cercana a San Carlos, a ser medio peones y medio esclavos como eran todos por entonces.

Antonio Tovar era mitad negro y mitad indio, de carácter recio y alma oscura, no conocía la ternura y actuaba como borrego serenatero cuando de enamorar una hembra se trataba. Así sedujo a Cirila una tibia mañana de abril a orillas del Buen Pan, mientras lavaba las camisas que Don Felipe usaba en los bailes. “Si comparo su belleza con esta extensa llanura, seguro que me regala la miel de su ternura”, le cantó con voz de coplero alegre.

Cirila lo miró ocultándole cualquier expresión que delatara la explosión de sus sentidos, pero la forma de bajar los ojos y el movimiento de sus hombros le dieron a Antonio razones suficientes para avanzar.

A los pocos días, luego de febriles amores clandestinos, Antonio Tovar pidió su mano a Don Felipe, vestido de limpio para tapar su espíritu egoísta y posesivo. A Cruz no le agradaba el mulato, su instinto le susurraba el mal genio del nuero, un día le oyó decir: “Es que así hablamos los llaneros, duro pa que los demás se asusten”. Le pareció una aberración, pero dejó el asunto a Dios, decía que él siempre se encargaba de las cosas complejas y en la que los hombres no podían hacer mayor cosa.

Fueron años duros para Cirila, se levantaba temprano a pilar el maíz, freír el perico, colar el café y montar las arepas, luego pilaba el arroz, escogía los quinchochos y si había, sazonaba la carne para el almuerzo; para la cena, con el sol ya zambullido, repetía la tarea de la madrugada.

La golpeaban casi a diario, Antonio era paranoico y machista. Un día le moreteó el ojo izquierdo por culpa de su bondad, cuando le sirvió otro poco de café a un obrero que lo pidió amablemente. Antonio, como buen machista, confundió cortesía con coquetería, dejó pasar unas horas pero, antes de irse a dormir, le propinó un golpe en el ojo que dolió mucho más en su alma buena.

Fue el colmo, en medio del llanto silencioso prometió librarse de aquel tirano pendenciero a toda costa. Calculó sus posibilidades y se puso manos a la obra. Un domingo, después de su oración mañanera, le pidió perdón a Dios y al dueño de la finca por lo que iba a hacer. Aprovechó la rasca formidable que dormía Antonio en su chinchorro y partió junto a una pareja de obreros maracayeros que se devolvían a su tierra y le prometieron alojo mientras se establecía.

También eran seguidores vehementes de la iglesia católica, apostólica y romana, por lo que ofrecieron ayudarla a encontrar cualquier trabajo en alguna parroquia donde algún cura necesitara una mujer de servicio. Cirila se marchó decidida y sin dudas, jamás volvería a ver al hombre que aportó solo amarguras y un apellido en la cédula.

Su vida en Maracay también es un misterio, querido trovador, sin detalle mayor lo único que trascendió fue que ayudó a criar varios muchachos, entre ellos aquel pelotero que llamaban “El Come Dulce”. Decidió adoptar o ayudar a criar varios niños porque ella no podía tener hijos, al menos eso cuentan, algo tenía en su vientre que evitaba el cuaje. Dicen que logró tener una niña de un amante desconocido, pero murió por ser un ángel que el señor reclamó, al menos en esa idea llena de fe encontraba consuelo.

Su capacidad de amar aumentaba a diario, lo mismo que su pasión y servicio a la fe, en Maracay se convirtió en una catequista excelsa, gracias al aporte de un cura noble y coqueto, que la acogió en su parroquia afirmando que se trataba de un ángel de los llanos, enviado por la divina providencia a la ciudad para formarse en la prédica de la buena nueva.

En 1984 regresó a Las Vegas, antes de salir le prometió al cura ayudar a construir una iglesia y fundar una parroquia en su caserío. Cumplió su promesa.

Compró un terreno cercano a su hermana María, su dilecta, la cantidad de sobrinos creció exponencialmente, otros venían en camino y eso la ponía feliz. Con la ayuda de dos albañiles ebrios levantó una casita de bloques errantes y paredes encorvadas, una cajita de fósforos en la entrada de un solar gigantesco que sembró de palmeras, mangos, semerucos, aguacates, albahaca y otras hierbas.

Vivía sola y feliz, su amor maternal lo entregó sin medidas a todos sus sobrinos y, muy especialmente, a la iglesia. Inició una serie de acciones orientadas a fundar una parroquia y construir una iglesia, pero antes debía meter a Dios en los corazones de sus vecinos en El Espinal.

Como si fueran tareas dirigidas, dictó en casa clases de catecismo a niños y adultos. Cada 01 de mayo, le rezaba a una cruz forrada con palmas al fondo de su calle, que por eso empezó a llamarse “calle La Cruz de El Espinal”; y conformó un equipo de doñas convencidas de su fe para promover la construcción de una capilla en El Espinal, para tener una casa de Dios más cercana y propia que la de Las Vegas.

El 03 de abril de 1993, fue inaugurada la Capilla Nuestra Señora del Valle y Cirila fue más feliz que nunca. El padre Paco dio la homilía de apertura y bendijo con agua a la cruz de madera que él mismo pondría en la parte superior del altar principal.

El padre Paco era un español de ojos color ámbar, cara de príncipe británico y piel de porcelana, su carisma y picardía aumentó considerablemente el número de feligreses en Las Vegas, especialmente la de jóvenes con caderas nerviosas y refinadas señoras de cinturas turbadas.

Durante su estancia en el pueblo, surgió todo tipo de historias promiscuas. Tal punto alcanzó su fama de don Juan, que las doñas rezanderas regaron en la gente el cuento de que La Sayona estaba saliendo. 


Textos tomados del libro "Estamos hechos de recuerdos" (San Carlos, 2020), publicado por El perro y la rana, Imprenta Regional Cojedes. 


Lea otros cuentos de Héctor Nuno González en:

Leyendas y cuentos cortos venezolanos (23) Varios autores

http://letrasllaneras.blogspot.com/2016/06/leyendas-y-cuentos-cortos-venezolanos_16.html

Leyendas y cuentos cortos venezolanos (25) Varios autores

http://letrasllaneras.blogspot.com/2016/06/leyendas-y-cuentos-cortos-venezolanos_15.html

 Leyendas y cuentos cortos venezolanos (26) Varios autores

http://letrasllaneras.blogspot.com/2016/06/leyendas-y-cuentos-cortos-venezolanos_27.html

 Leyendas y cuentos cortos venezolanos (27) Varios autores

http://letrasllaneras.blogspot.com/2016/06/leyendas-y-cuentos-cortos-venezolanos_62.html



miércoles, 5 de agosto de 2020

Más joven que nunca y otros recuerdos de Héctor Nuno González

Imagen en el archivo de Cultura Cojedes


MÁS JOVEN QUE NUNCA

Caminó como nunca el día que cumplió 70 años. Se negaba con vehemencia a consentir los estragos del tiempo y distraía frecuentemente su cuerpo cansado paseando en la sabana.

Recorrió 20 kilómetros en línea recta por el antiguo Camino Real al Apure, adoptado por su corazón tras una infancia llena de montañas y quebradas de aguas claras. Notó más imponentes los centenarios samanes y ceibas, más intenso el verde del llano y más afinado el canto de los pájaros.

Escogió como meta una antigua casona de patio grande y galpón para máquinas, donde otrora los “musiús” daban alojo a peones extenuados. Lo recibió una mujer de piel agrietada, sonrisa dulce y mirada compasiva. - ¿Cómo está? Pase adelante-. Hablaba con pasión, como un arpista cuando ejecuta su instrumento. -Usted venía caminando, se le ve en la cara, siéntese que ya le busco agua y monto la olla para el café-.

Dio las gracias y se presentó como el cumpleañero caminante. -¿A cuánto queda el río desde aquí?-, preguntó, -ahí mismito, pero si gusta ir le digo a mi marido que lo lleve en el tractor-.

De la casa surgió un mulato enérgico, alto y sólido como un araguaney y voz de bajo de coral. -Un placer hermano, vaya que es bueno una visita, poca gente se detiene aquí-.

-Déjeme calentar la máquina y damos una vuelta-.

Encendió un Belarus modelo 1221, color negro con caparazón rojo, testimonio fiel de la calidad industrial soviética. Tras dos pocillos de café cerrero, como le gustaba, subieron al instrumento de trabajo agrícola y partieron rumbo al río.

No prestó atención a las historias de gandolero nómada del hospitalario amigo, su mente y espíritu se trasladaron al pasado tras percibir el olor del recuerdo impregnando la sábana. Recordó el servicio militar en Carúpano, humillante y conductista, especialmente los largos viajes a las sierras de Trujillo y Lara para cazar guerrilleros, de los que pensaba peleaban por una causa justa y en la que un soldado tenía prohibido militar.

Recordó a Isabel, su madre, mujer de ojos amielados, carácter rígido y entrañas tiernas, la mejor narradora de historias que conoció, su favorita era la de su caída del burro por la trocha que conducía a los pobres de Paso Ancho hasta la ciudad de Tinaquillo. Dominado por la nostalgia, no pudo evitar lamentos, de esos en los que los viejos piensan con resignación. Lamentó no aprovechar mejor su genuino talento para la música, si bien le regaló grandes recuerdos, le hubiera gustado perfeccionar la ejecución de instrumentos, pulir su gañote de tenor y cargar de contenido sus versos. Lamentó sus extravagancias de Guardia Nacional, cuando usaba su investidura y perfil de galán para beber noches enteras.

El tierno espectáculo de un oso hormiguero caminando junto a su cría, lo sacó de sus lamentos y lo devolvió a mejores recuerdos, no sin antes lamentar el tufo de cigarrillo de su compañero, aunque agradeció el silencio que el tabaco produjo.

Recordó a papá Augusto y su ternura infinita, que daba al traste con la dureza de Isabel. Recordó la madrugada lejana que lo llevó a Valencia para una consulta médica. Mientras esperaban en el auto, Augusto exclamó invadido por la nostalgia: “Caramba, por aquí no se escucha ni un gallito”.

El estruendo de una bandada de pericos puso fin a sus cavilaciones. Su compañero habló de nuevo y advirtió la cercanía del río. “Ahí cargo unos anzuelos y carnada de la buena, si lleva gusto...”.

El agua tenía buen color, hizo buen invierno y en las orillas abundaba el verde de su infancia. Noviembre se acercaba y anunciaba buen pescado, su guía recomendó un lugar rodeado de piedras prehistóricas: “Aquí ajilan bagres, compadre”.

Cogió un anzuelo de garfio grande y fuerte, con dos piedritas de plomo y nailon número 60, bien rizado en una carreta de plástico, tomó como carnada una rodaja de anguila e hizo lo propio. Se sentó pacientemente a esperar sobre la roca, su guía le imitó, unos metros río abajo.

Carreta y nailon en mano, le dio por recordar de nuevo. Pensó en sus hijos y en la ausencia de reproches, les entregó su cariño en cuerpo y alma y no hubo abrazos opacados por su mal genio.

Pensó en los paseos a los ríos revueltos por aguaceros de la madrugada, desafiantes y silbantes. Solía probar su fuerza arrojando piedras gigantes sobre ellos.

Un fuerte tirón lo devolvió al presente, un bagre prominente y recio mordió el anzuelo e inició una feroz lucha por salvar su vida. Se levantó sosteniendo el nailon, dejando evidencia del esfuerzo en la respiración agitada, el cuello tenso y las piernas arqueadas.

El animal era obstinado, empezó a zigzaguear y parecía ganar fuerza en cada desplazamiento. –No lo pierdas, es uno grande, vele recortando parejito el nailon, y en lo que esté cerca lo halas fuerte-, gritó su compañero mientras corría para ayudar.  Cumplió la instrucción, afincó sobre el suelo sus piernas aún sólidas e inició el recorte del nailon, moviendo armónicamente sus brazos, sin perder la fe. El bagre cedía ante la voluntad de su cazador, más tozudo que él. Cuando sintió la cercanía haló la cuerda con furia y sobre la piedra cayó un hermoso ejemplar plateado, de unos 15 kilos. Suspiró triunfante tras pisarlo con su pie derecho, miró a su compañero con ojos victoriosos y exclamó con la solemnidad que lo habría de acompañar hasta la tumba: “Carajo, estoy más joven que nunca”.

 

SÉ LEER

Era mi primera clase de catecismo. El dogma católico decía que un niño bueno debía tener seis de los siete sacramentos, yo iba por el segundo, la comunión.

Llegué entre los primeros a casa de tía Cirila, me senté junto a los demás en un mueble cojo tapizado con cuero de aspecto famélico. La sala estaba atiborrada de símbolos de la fe cristiana, apostólica y romana, un cuadro del sagrado corazón de Jesús, otro del niño Jesús en brazos de María alimentando con sus manos a unas palomas, el de la ultima cena de Da Vinci, una cruz de madera. Al fondo, un pequeño altar liderado por una rozagante y vestida de azul virgen María y estampitas del Dr. José Gregorio, una vela los alumbraba y hacía menos oscuro el lugar.

Todos nos mirábamos llenos de incertidumbre y un miedo inocente, como el del primer día de escuela. De pronto, apareció la tía Cirila por una cortina de flores que hacía de puerta a un costado de la sala. Usaba un vestido lila, sencillo y cómodo para la ocasión, en una mano llevaba un catecismo titulado “Mi primera Comunión”, y en la otra un librito rojo donde se apreciaba a Caín dejando atrás con su cara de huraño a un moribundo Abel, este se titulaba: “Dios habla a sus hijos”.

La tía Cirila era una mujer de moral diáfana, carácter recio y ternura exótica, la única persona que le he visto pensar de una forma y actuar de la misma.

Se sentó en un mueble pequeño, familia del grande donde yacíamos los otros seis niños provenientes del  mismo barrio; enderezó el tronco, alzó la quijada cual militar, aclaró su garganta y exclamó alzando el librito rojo: En el principio creó Dios los cielos y la tierra...

Súbitamente detuvo su lectura, bajó un poco el libro y clavó sus grandes ojos negros sobre los míos, hizo un gesto orgulloso y afirmó con parquedad: seguro “Jurnio” pensaba que yo no sabía leer.

 

PUNTO FINAL

Despertó como siempre a las cuatro de la mañana, esta vez impregnado de un aura solemne que lo convenció de que aquel día sería el último de su vida.

Frente al espejo contempló sus ojos de gato astuto, único resquicio de su antigua virilidad, reflexionó un par de segundos y dijo para sí: -No es momento de temer, total, siempre he dicho que todos vamos para allá-.

Preparó un ritual solemne para esperar a la muerte. El inventario de prohibiciones se limitaba a una caja de cigarrillos Star Life y una botella de Chimemeaud, justo lo que había la tarde hirviente en que un accidente cerebro vascular le durmiera el lado izquierdo del cuerpo, un año antes.

Contempló todo con la abnegación de la despedida. Con paso lento pero seguro, acarició las espigas del maíz, le dedicó una estrofa de un pasaje de Jesús Moreno a una lechosa complexa y le silbó “Amor Enguayabao” a unas cayenas: “Llorando se queda el monte cuando se marchan los amos”.

Tras pasear la siembra, libre de obligaciones de conuquero, sacó al solar de enfrente el mecedor de mimbre que tejió con sus manos, buscó el agua ardiente, cigarros y fósforos y se sentó con la mano buena recostada en la nuca.

“Yo no lo niego que te quiero todavía, porque fue tuyo el amor que te entregué...” Cantaba y pensaba en Yuda, el amor de su vida y portadora de su última semilla.

“Yo que contigo miraba todo distinto, era bonito soñar cuando te encontré...” Pensó en la ingratitud de la vida por ponerlo, después de viejo, a vivir amores contrariados y a sentir amor cuando el arma escasea de municiones.

Tras encender el segundo cigarro y empinarse el quinto trago, dejó a un lado los reproches y concluyó que había tenido una vida feliz, sin ataduras ni limitaciones de las apariencias, obedeciendo siempre al instinto y dejando huella profunda en la tierra.

-Me voy tranquilo-, pensó. -Total la cosa allá debe ser muy buena, porque nadie se ha regresado-.

El alba se mostró tras un Samán centenario, fue para él la señal de la hora última. Empinó el codo para un trago largo y picante, el último de su vida. Encendió un cigarrillo con ademanes de aristócrata le dio una fumada larga y tarareó su último pasaje: “Mi pensamiento se esparce en la lejanía, a rienda suelta como un brioso corcel, y el sentimiento que se agiganta en mi pecho, me da el derecho de marcharme y no volver”. Suspiró al terminarlo, recostó su cabeza en la mecedora y se durmió para siempre.


Textos tomados del libro "Estamos hechos de recuerdos" (San Carlos, 2020), publicado por El perro y la rana, Imprenta Regional Cojedes. 


Lea otros cuentos de Héctor Nuno González en: 

Leyendas y cuentos cortos venezolanos (23) Varios autores

http://letrasllaneras.blogspot.com/2016/06/leyendas-y-cuentos-cortos-venezolanos_16.html

 Leyendas y cuentos cortos venezolanos (25) Varios autores

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 Leyendas y cuentos cortos venezolanos (26) Varios autores

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 Leyendas y cuentos cortos venezolanos (27) Varios autores

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miércoles, 10 de junio de 2020

Blog LETRAS DE COJEDES (2.200.000 visitas). Los enlaces más leídos

Velorio de Cruz de Mayo, Mango Redondo, San Carlos, Cojedes


Saludos. Nuestro blog LETRAS DE COJEDES, bitácora sin fines de lucro,  festeja su arribo a  más de 2.200.000 lecturas, en América, Europa y Asia. Aparte de Venezuela, entre los lectores que más nos visitan, se cuentan los de Estados Unidos  (306.269); Colombia  (137.762); México (54.107); España (51.103); Alemania (55.890); Rusia  (52.910); Perú  (47.139);  India (45.201),  Argentina  (34.801) y China (23.380).

Para su disfrute  ubicamos algunos de los archivos con un promedio superior a las 30.000 lecturas:

 

La verdadera historia de María Lionza (Gabriel Jiménez Emán)

http://letrasllaneras.blogspot.com/2014/02/la-verdadera-historia-de-maria-lionza.html

 

LEYENDAS Y CUENTOS DEL LLANO

http://letrasllaneras.blogspot.com/p/leyendas-del-llano.html

 

Mitos Indígenas de Venezuela 5 (Warao y Pemón)

http://letrasllaneras.blogspot.com/2014/02/mitos-indigenas-de-venezuela-5-warao-y.html

 

LA LEYENDA DE EL SILBÓN (Dámaso Delgado)

http://letrasllaneras.blogspot.com/2013/04/la-leyenda-de-el-silbon-damaso-delgado.html

 

LITERATURA INDÍGENA DE VENEZUELA (poesía, mitos, dramaturgia y cuentos)

http://letrasllaneras.blogspot.com/p/muestras-de-poesia-indigena-en.html

 

POÉTICA DE LA CRUZ DE MAYO (poemas y fotografías)

http://letrasllaneras.blogspot.com/2011/03/poetica-de-la-cruz-de-mayo.html

 

Wazacá y otros cuentos cortos indígenas (Enrique Plata Ramírez)

http://letrasllaneras.blogspot.com/2014/10/wazaca-y-otros-cuentos-cortos-indigenas.html

 

Velorio de Cruz de Mayo (más poemas y nuevas fotografías)

http://letrasllaneras.blogspot.com/2013/04/velorio-de-cruz-de-mayo-mas-poemas-y.html

 

LA VIRGEN DEL CARMEN: RESEÑAS, ORACIONES, CANTOS Y POEMAS

http://letrasllaneras.blogspot.com/2011/04/la-virgen-del-carmen-resenas-oraciones.html

 

Muestras de poesía indígena en Venezuela

http://letrasllaneras.blogspot.com/2012/10/muestras-de-poesia-indigena-en-venezuela.html

 

TRES POEMAS LLANEROS DE VÍCTOR MANUEL GUTIÉRREZ

http://letrasllaneras.blogspot.com/2011/08/concursos-de-literatura-para-liceistas.html

 

Diccionario de Voces Indígenas

http://letrasllaneras.blogspot.com/p/diccionario-de-voces-indigenas.html

 

Este blog,  recibió el Premio Nacional del Libro como “Mejor sitio electrónico para la Promoción del Libro y la Lectura en Venezuela”, correspondiente al periodo 2010-2011.

Gracias por su visita

Isaías Medina López

Coordinador


miércoles, 29 de abril de 2020

TINAQUILLO Y SUS ORÍGENES (Juan Ignacio Herrera Requena)




De nobles esfuerzos permanentes surge el amor por la comunidad, por los pueblos, por el lar nativo. Imagen en el archivo de Onel Dominguez

Tinaquillo es uno de los pocos poblados antiguos de Cojedes que no tiene una partida fiel de nacimiento. Unos historiadores señalan que su nombre es un diminutivo de Tinaco, antigua y vecina población colonial, porque se emplea el sufijo “-illo”, que como “-ito”, son usados como diminutivos; otros, como el Dr. José Ramón López Gómez, señala: “Tinaquillo es un vocablo derivado de la voz caribe “Tunapurier” (aguas fétidas), voz que está en relación con “Tunayemar” (fuente), “Tunantal o Tunantar” (boca de río). El radical caribe “Tuna” es equivalente a agua. Por lo que resulta fácil comprender que por derivación “Tinapú” “Tinapui” son palabras íntimamente ligadas al nombre Tinaco, Tinaquito y Tinaquillo; fonemas que los conquistadores españoles continuaron usando.” (1)
La mayoría de  las poblaciones del estado Cojedes han sido fundadas por sacerdotes misioneros capuchinos, entre ellas El  Pao (1661), San Carlos de Austria (1678), la Misión del Tinaco (1679), San Diego de Cojedes (1700), la Divina Pastora del Jobal (Lagunitas, 1751). Tinaquillo es una excepción entre estos casos, porque ha sido una población con voluntad propia, que fue creciendo de manera natural a medida que sus pobladores fueron creciendo en número y poblando estas hermosas y fértiles tierras.
En esta oportunidad el comienzo es sencillo, me remitiré a una parte del trabajo presentado por el historiador y antropólogo Argenis Agüero en su libro “Historia Oculta” en el capítulo “El verdadero origen de Tinaquillo”, que cito a continuación:
“…se evidencia que el primer contacto de los europeos con las tierras donde actualmente se asienta Tinaquillo tuvo lugar en la primera mitad del siglo XVII cuando varios conquistadores españoles anduvieron en esos predios: Pedro Sevilla y Antonio Luis Reyes (aunque no llegaron juntos); los dos visitaron la zona a comienzos de 1629 y posteriormente hicieron (por separado) una solicitud de tierras a Don Juan de Meneses, Gobernador y Capitán General de Venezuela, asentado en la ciudad de Nuestra Señora del Prado de Talavera de Nirgua (actual Estado Yaracuy). Dicho funcionario envió una comisión a la zona para verificar que la misma no estuviese ocupada por algún otro súbdito, y luego de comprobar que no lo estaba les concedió, en nombre del Rey de España, las tierras solicitadas. A Sevilla le otorgó el área comprendida “entre el cerro de Las Tetas, Casupo y el río Tirgua”, mientras que a Antonio Luis Reyes le concedió el área comprendida por “las sabanas de los Taguanes limitadas por los ríos Chirgua y Tirgua”, zona donde luego se asentó Tinaquillo. Veamos a continuación los detalles.
La solicitud de Antonio Luis Reyes fue por las tierras comprendidas entre “los ríos Chirgua, Tirgua, la boca de Casupo, el cerro Las Tetas, el cerro de Papelón y el boquerón de Chirgua”, con la finalidad de establecer “dos sitios para sus hatos de cría de ganado de 16 fanegadas* cada uno en la sabana de los Taguanes”. El 10 de febrero de 1630 el Gobernador Meneses comisionó al Capitán Juan Tomé de la Gala y al Escribano Público de Cabildo de Nirgua, Don Mauricio Fernández, para realizar una visita de inspección a la zona a objeto de verificar que las tierras se hallaban “valdías y realengas y no se le causaría perjuicio a los naturales” (naturales= indígenas). Dos días después estos regresaron a Nirgua con el visto bueno a la solicitud y el Gobernador Meneses otorgó las tierras al solicitante Reyes el 15 de febrero de 1630.”(2)
Y luego en el libro antes revisado, el antropólogo Agüero da su opinión al respecto, de una manera detallada, la cual transcribo seguidamente:
“El análisis de los textos citados nos lleva a concluir que el poblamiento primario de Tinaquillo ocurrió en el año 1630 cuando Antonio Luis Reyes debió empezar la instalación de sus hatos (lo cual estaba obligado a ejecutar para evitar que otro conquistador lo ocupase o hiciere otra solicitud al permanecer realenga el área). Como es de entenderse, los primeros pasos para el establecimiento del hato se tradujeron en la construcción  de casas de bahareque, el traslado desde Nirgua del ganado y demás animales (caballos, mulas y burros), aves de corral, y lo más importante: la incorporación de mano de obra, consistente básicamente en aborígenes y esclavos negros. Ahí comenzó el poblamiento inicial que con el correr del tiempo se convirtió en el pueblo de Tinaquillo, ubicado a orillas del “río del Tinaquillo”. (3)
Con el mismo sentido que da el antropólogo Agüero, y como si quisiera apoyar ese comentario, lo hace el historiador Dr. José Ramón López Gómez en su libro “Fundaciones de Pueblos de Cojedes” en el capítulo “Sobre el origen del nombre de Tinaquillo, en su aspecto “Orígenes del pueblo”, cuando señala:
“El historiador Arcila Farías, señala que para 1560 había algunos hatos en Valencia, y no es de extrañar, que los vecinos de esta ciudad y los de Nirgua, población situada al noreste buscó las altas sabanas de Tamanaco, Pegones y Taguanez, para establecer los primeros hatos en estos lugares, alrededor de los cuales comenzaría a formarse un pueblo que estaría arreglado a la presencia de algunos blancos, pardos, indios, negros y mestizos…”(4)
Y más adelante continúa el Dr. López Gómez, en el libro citado, en el aspecto “Menciones al pueblo de Tinaquillo”, señala lo siguiente:
“Según el Diccionario Geográfico-Histórico de las Indias Occidentales ó América: Tinaquillo es una población perteneciente al nuevo reino de Granada situado a las orillas y cabeceras del río Coxedes al sur la ciudad de Valencia. Este pueblo aparentemente no tiene partida de nacimiento exacta; no hay ningún documento, edicto o acta de fundación que nos haga pensar lo contrario, tampoco fue creado como pueblo de Indias, ni como misión. Por tanto, cobra cada vez más partido la idea de que este pueblo se fue formando como ya lo hemos dicho, alrededor de vecinos que juntaron sus casas y sus solares, para formar un poblado, durante las últimas décadas del siglo XVII…”(5)
Sin embargo, a pesar de estas investigaciones (más recientes) y con mayor documentación que las sustenten; en el pasado, otros investigadores habían señalado que si hubo fundación. “Las indagaciones sobre el origen de Tinaquillo nos han llevado a señalar –según el Dr. J. R. López Gómez- una serie de fechas que no constituyen un dato definitivo acerca de su fundación como pueblo; así para 1680 Fray Luis de Salavarría “funda un pueblo intermedio entre San Carlos y Valencia, al cual llamó “Nuestra Señora del Tinaquito”(6), documentación extraída por este autor del libro “Estudios Indígenas” de Arístides Rojas.
Más adelante, el mismo cronista de Tinaquillo, Dr. López Gómez, comenta también sobre otra documentación, y dice: “Por otra parte, Don Eloy Fernández, maestro que fue de este pueblo, en su trabajo “Tinaquillo ante el espejo de la Patria”, menciona que Tinaquillo fue fundado por colonos venidos del Cantón del Pao en 1705.”(7)
Indagando un poco más, sobre el trabajo de estos investigadores, vemos que toma mayor fuerza la tesis del poblamiento espontáneo de Tinaquillo. El antropólogo e historiador Agüero, en su obra citada, en el capítulo: “Tinaquillo: El origen y sus primeros años de existencia” señala al respecto:
“El inicio de actividades de esta unidad de producción agropecuaria conllevó a la ocupación del territorio y, en consecuencia, se fueron construyendo viviendas para uso de los esclavos y peones que constituían la mano de obra, conllevando al surgimiento de una pequeña aldea en la ribera del río del Tinaquillo. No se tiene información precisa de las actividades humanas allí hasta el 31 de marzo de 1734, cuando hay una referencia reflejada en la cláusula testamental N° 19 de Joseph Hernández de Villegas, donde declara que:
 Feliz Bentura Quiñones, debe trescientos y veinticinco pesos que constan de vale que tiene hecho (…) y manda se cobren con más de diez pesos de una res, y el maíz de diezmo que recogiese en el valle de El Tinaquillo, el que le vendió el otorgante al precio que dicho Féliz Bentura le pareciese”(8)
Esto da a entender que Tinaquillo tenía una población dispersa motivado a sus medios de producción, que para la época requerían de espacios suficientes para ejecutarlos. También se puede apoyar esta tesis, respaldado por la bitácora de viajero Don Miguel de Santiesteban, en su relación de viaje de Lima (Perú) hasta Caracas (1741) que reseña parte de la actividad que presenció en su viaje:
“El martes 12 partimos de Tinaco y llegamos a Tinaquillo que es un sitio que toma el nombre de un pequeño río que pasa inmediato a él, en que se han congregado algunos vecindarios de gente pobre que vive de la cría del ganado vacuno, algún maíz y legumbres que siembran, y mantienen un sacerdote prorrateando entre ellos la congrua para su sustento…” Y más adelante agrega: “Este día fue muy caluroso y nos hospedamos en casa de una mulata llamada Catalina, que nos asistió con mucho agrado; compramos una docena de pollos a medio real al recogedor de diezmos, y también hay muy buenos quesos…”(9)
Citamos de nuevo al Dr. López Gómez en su libro Fundaciones de Pueblos de Cojedes en el aparte dedicado a Tinaquiilo, “La Condición de Pueblo”:
“En el año de 1759, Fray Phelipe de Marchena, escribe al Sr. Gobernador y Capitán General de la Provincia, señalando que se le había nombrado en calidad de cura del pueblo de Tinaquillo, que para aquel entonces tenía 250 almas “sin concurrencia a doctrina christiana y sacrificio de la Misa en los días solemnes y calendas ni instrucción política y christiana”; y en tal razón, solicita el auxilio real y el apoyo necesario para que los indios y vecinos dispersos de aquel parage sean traídos y reducidos a población debajo de aquella campana donde puedan ser instruidos política y cristianamente, a cuyo logro aplicaré todo mi cuidado por los medios conducentes hasta que queden fundados y poblados. Hechas estas diligencias, se cumplieron los deseos del Fraile cuando el Señor Phelipe Ramírez Estenor, Brigadier de los Reales Exercitos de su Magd. Govdr. Y Cap. Gral. De esta provincia, con acuerdo del señor Tte. Gral. Dr. Joseph Ferrer así lo firmaron en auto original de despacho…” en Caracas a veinticinco de Abril de mil setecientos y sesenta años” (10)
Tomando como referencia lo citado anteriormente, en la actualidad la Municipalidad local celebra cada 25 de abril como Día de Tinaquillo; pero podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que no se puede hablar de la fundación de Tinaquillo para esa fecha.
El Obispo Mariano Martí en sus Documentos relativos a su visita Pastoral de la Diócesis de Caracas (1771-1784) Tomo II Libro Personal, describe su entrada al territorio de Tinaquillo, de la manera siguiente:
“Día 27 de dicho mes de febrero de 1781 salimos al amanecer de dicho sitio o sabana de Carabovos, pasamos el territorio o cerros de las hermanas, y a las diez de la mañana llegamos a este pueblo de Tinaquillo” (11)
Esta fecha, 27 de febrero, fue la primera fecha escogida por la Municipalidad de Tinaquillo como si fuese la fecha de su fundación y así se  celebraba, cada año, el Día de Tinaquillo. Con el transcurrir del tiempo fue modificada esta decisión. Al respecto el cronista local Dr. López Gómez, en su libro de crónicas señala:
“Esta fecha se  ha venido teniendo en Tinaquillo como fecha lustral de su existencia como pueblo, celebrándose cada 27 de este mes, la fiesta recordatoria de este hecho. Sin embargo, estamos seguros de que hay un error de tipo histórico, mal puede hablarse de un primer bautizo para esta fecha, si con anterioridad de más de 30 años ya existía iglesia y oficiantes.”(12)
Continuando con la información aportada por el Obispo Mariano Martí, respecto a Tinaquillo y sus alrededores, en lo referente a las características,  medios de producción y costumbres, al respecto dice:
“Este pueblo se compone de blancos, mestizos, mulatos, negros y también tres indios casados, aunque pueda ser que no hayga más que dos indios casados, porque de los tres ha desaparecido uno (…)
Me dice este religioso que muchos de estos vecinos tienen trapiches, aunque cortos. Unos los tienen a caballos, otros de mano, donde hacen papelones y también aguardiente, y una y otra cosa o la venden acá o la llevan al Pao. Haze acá mucha falta el tabaco con el qual compravan vestido para cubrirse y era de buena calidad este tabaco. Acá se coge maís, yuca, plátanos, arroz, algodón y algunas legumbres y todo quanto se siembra”
Y más adelante continúa sobre el tema: “Me dice este religioso que un vezino tendrá unas trescientas reses vacunas en la sabana por donde pasé desde Chirgua hasta este pueblo, y otro vezino tendrá unas ducientas reses en las sabanas de los Pegones; unos ocho vecinos tienen también algunas reses vacunas, unos diez vacas, otros veinte y otros poco más o menos. Muchos tienen su vaca de leche cerca o dentro de este mismo pueblo” (13)
Lo descrito anteriormente nos permite confirmar que por el tipo de actividad económica que se desarrollaba para la época, la población de Tinaquillo estaba dispersa y no creada alrededor de la Iglesia y la Plaza Mayor como en las poblaciones que tienen actas de fundación; sino que fue creciendo lenta y espontáneamente. Y más adelante aporta un dato importante, al respecto:
“Estas tierras donde está situado este pueblo eran de don Juan Antonio Monagas, quien tenía una capilla a la otra banda de la quebrada, separada de su casa como unas tres o quatro quadras. Siempre fue Capilla pública en donde se hazían bautismos, y este padre Vicario de San Carlos, que entonces era Teniente de Cura de la Parroquia de San Carlos, me dize que dos vezes bautizó solemnemente a alguno en dicha Capilla, y que en ella se hazían entierros” (14)
Apoyándome en la investigación de Agüero, es conveniente finalmente agregar el aporte siguiente:
“Otros datos de significación los ofrece el Dr. Eloy Guillermo González en su obra Historia Estadística del estado Cojedes (1911), en la cual hace un análisis de la información aportada por el Obispo Martí en 1781:
El de Tinaquillo era de españoles, aunque la principal población la formaban los pardos; no había negros libres, aunque sí 41 esclavos. No se supo la época, de su fundación, ni existe dato que la haga presumir, pero verosímilmente fue en los mismos años en que los misioneros comenzaron a poblar a Cojedes, a fines del siglo XVII, en la década de 1680 a 1690. Para 1769 ya el cura de San Carlos administraba los sacramentos en la capilla o iglesia de Tinaquillo.”(15)
Las documentaciones que apoyan a los historiadores e investigadores referentes a los orígenes de nuestro pueblo, más el trabajo que por años  hemos venido haciendo al respecto, nos permite inferir que Tinaquillo es uno de los pocos poblados antiguos del estado Cojedes que no tiene una partida de nacimiento, certificación de principio o acta fundacional; es una ciudad cuyo origen exacto se desconoce, aun cuando se sabe, por todos los datos aportados, que éste se remonta a la primera mitad del siglo XVII, como un poblado de generación espontánea.

JIHR/Tinaquillo 25/04/2020.
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CITAS REFERENCIALES:
(1)LÓPEZ GÓMEZ, José Ramón (1989) Crónicas del Tinaquillo de ayer. p/51-52.
(2) AGÜERO, Argenis (2019) Historia Oculta. p/12.
(3) AGÜERO, A. Ob. cit. p/13.
(4) LÓPEZ GÓMEZ, José Ramón (2001) Fundaciones de Pueblos de Cojedes. p/62-63.
(5) LÓPEZ GÓMEZ, J. R. Ob. cit. p/64
(6) LÓPEZ GÓMEZ, J. R. Crónicas del Tinaquillo…”. p/52.
(7) Idem.
(8) AGÜERO, A. Ob. cit. p/104.
(9) ARELLANO MORENO, Antonio (1970) Documentos para la Historia de la Época Colonial, Viajes e Informes. p/9.
(10) Idem. p/67.
(11) MARTI, Mariano (1998) Documentos relativos a su visita Pastoral de la Diócesis de Caracas (1771-1784) Tomo II Libro Personal. Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia. p/212.
(12) LÓPEZ G. Ob. cit. p/64.
(13) MARTI, M. Ob. cit. p/215
(14) Idem. p/216.
(15) AGÜERO, A. Ob. cit. p/235
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domingo, 26 de abril de 2020

Leyendas llaneras (Vivencias y testimonios) 8. Ánimas y espíritus (Carmen Pérez Montero)


Con la mayor seriedad los llaneros asumen estos relatos. 
Igen en el archivo del poeta Mayor, Dr. Adelis León Guevara.  



EL ÁNIMA DE ÑO SILVESTRE
En mis andanzas por Guanarito, tras la huella de El Silbón, el poeta Wilmer Vizcaya me narró una historia que incluyo en este trabajo por consideraría bastante interesante para ilustrar la disponibilidad de la gente que habita nuestros llanos para crear y creer en aquellos casos que aun ignoramos si non producto de la imaginación o del mágico pincel de la llanura.
Wilmer aportó lo siguiente: El caserío Los Botalones, cerca de Sabana Seca, aquí mismo en Guanarito, dicen que vivió un señor llamado Silvestre, que tenía un rancho en mitad de la sabana. Este señor era tullido, es decir no podía caminar y una vez, manos criminales, prendieron fuego a la sabana y el rancho de Ño Silvestre, como todos vecinos le decían cariñosamente, se quemó con él adentro.
Este acontecimiento, como decía la gente de antes, causó mucha tristeza, pues toda la comunidad quería mucho a Ño Silvestre. Como ese señor fue un mártir y por la forma tan horrible como fue sacrificado, el comenzó a hacer milagros, pero la gente no le ofrecía velas, sino viajes de agua para regarle su sepultura y dicen que muchas personas iban con taparas, ollas, chirguas, totumas, tobos y cualquier tipo de vasija llena de agua para humedecer su tumba así calmarle el dolor de su quemada. Dicen que la gente optó por llevarle agua a la tumba debido a que una vez un devoto le estaba ofreciendo velas a cambio de un favor que le pedía y Ño Silvestre se le apareció y le dijo: No me traigas velas, hijo, que yo estoy quemao, écheme agua por encima allá en el cementerio pa’ que me calme esta calentura. De allí surgió ese acto inexplicable de no prenderle velas en su tumba, sino regarla con agua fresca. 


EL ESPÍRITU DE JOSÉ EUGENIO BÁEZ
En 1724, el capuchino fray Francisco de Campanillas, en el sitio primitivo que hoy se conoce como Pueblo Viejo, al Este de Villa Bruzual, con indios guamos y atatures fundó la población de Yajure. En 1754 se unieron a estos indígenas un nutrido grupo de yaruros. Yajure es conocida después con el nombre de Turén, cuya capital era Sabaneta. En 1864 le dieron a este pueblo el nombre de Villa Bruzual, para honrar al valiente caudillo Manuel Ezequiel Bruzual, apodado “el soldado sin miedo”,  quien había hecho de Sabaneta, antigua Capital del Distrito Turén, su lugar de recreo y descanso durante la Guerra de la Federación o Guerra de los Cinco Años.
En este lugar, en 1808, según cuenta los creyentes bajó un espíritu especial, ungido de un gran poder y encarnó en Eugenio Báez, quien se convirtió en unos de los agricultores más destacados del caserío  y de sus alrededores, no sólo por su dedicación al trabajo de campo sino por sus conocimientos naturales sobre magias, curaciones, tratos con naturaleza para llamar la lluvia y la protección de los animales del monte. Además, este hombre que vivió 102 años sobre esta tierra de gracia, tenía un alto sentido de solidaridad para con los vecinos y admiración y amor por todos los recursos naturales renovables. Eugenio Báez, aún en este tiempo de luces cibernéticas sigue trotando con su caballo zaino por las tierras turenenses y muchos le conocen como el Duende de la Carama por sus continuas apariciones todavía por esa zona montañosa. El señor Juan de los Santos Rodríguez, conocido guitarrista y cantautor portugueseño, con mucha seguridad de los hechos narró lo siguiente: En el año 1970, cuando yo trabajaba como alfarero haciendo materos y bateas en El Samán de Turén, mucha la gente hablaba de que habían visto a Eugenio Báez. Ellos decían que era un jinete que se atravesaba en la carretera y a veces los perseguía. Más o menos en 1975, una noche como a las ocho, se le apareció a un señor llamado Lorenzo Pineda (q.e.p.d.), conductor de la línea cooperativa de Transporte de Pasajeros Portuguesa, se le atravesó inesperadamente delante del carro y tuvo que salirse de la carretera para no atropellarlo. Casi se mata ese hombre.
Entre los trabajadores del volante adscritos a esta línea era común oír narraciones diferentes relacionadas con Don Eugenio Báez. Yo simplemente la oía, pero nunca las creí hasta que una noche se me hizo tarde en Piritu y me fui para Turén como a las once, cuando llegue a Las Vegas, es decir, a la entrada de Turén, de repente se me atravesó un jinete. 
Al hombre lo vi bien, era blanco, alto, delgado y vestía de blanco. Se me puso frente al carro y yo lo trate de frenar, recorte, pero no pude parar y sin poderlo evitar me llevé por delante el caballo con todo y hombre, pero el carro no se detuvo y seguí. Mire… eso fue horroroso, a mí se me aflojaron las piernas que casi no podía acelerar, el estómago se me revolvió y me dieron ganas de vomitar. En El Samán me paré a respirar y a pasar el susto. Ese otro día a las seis de la mañana salí para Acarigua y pase por el sitio no había nada, ningún muerto ni rastro de accidente. Además, nadie comentó absolutamente nada del asunto. Desde ese momento yo comencé a creer, a pedirle al Ánima de Eugenio Báez y a llevarle velones a su tumba.

Tomado de "Mitos y Leyendas predominantes en el Estado Portuguesa" de Carmen Pérez Montero.
 
Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente,  en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.