Frente al Venado de Piedra no se puede bajar la guardia.
Imagen el archivo de La Voz del Joropo
LA CULECA
En la actualidad Mesa de Cavacas es un pueblo
pintoresco, semejante a muchos que existen diseminados por el Llano venezolano.
Calles largas donde se concentra toda la vida pueblerina: plaza, iglesia,
medicatura, prefectura, comercio y tráfico de bicicletas. Sus habitantes sostienen, sin conocer la
verdadera historia, que esa altiplanicie fue el primer asiento de Guanare. Aún
posee estructura de casas que pertenecieron a acaudaladas familias de principio
del siglo pasado.
Esta población fue diezmada por el vómito
negro y la fiebre amarilla. Según testimonio de las personas entrevistadas,
sólo sobrevivieron: la niña Dolores Herrera, Rosa Medina, Juan Pastor, Juan
Ochoa, Manuel Medina y la señora Juana de Márquez, quien según su propio
testimonio, se vio en la necesidad de abandonar su casa en compañía de su madre
y hermanos para trasladarse a Guanare, donde ellos murieron. Ella al quedar
sola y convertirse en mujer se casó con José Márquez, vecino de Guanare, y
después se trasladó con él, nuevamente a Mesa de Cavacas, recuperó la casa
materna, frente a la Plaza Bolívar. Hoy está residenciada en esa casa,
desenredando lentamente sus recuerdos infantiles.
La magia de este pueblo hospitalario me
absorbió y, a pesar de que vine buscando la leyenda de “Un baúl encantado”, que
según la información recogida se encontraba enterrado en una de las casas más
viejas del pueblo, lo cual fue imposible confirmar, me encontré con la leyenda
de La Culeca:
El señor Ramón Toro narró que una noche que
él venía de La Aguadita, sector llamado así porque allí le daba agua al
ganado (hoy existe en ese lugar la
urbanización La Goajira), acompañado por una mujer que traía un niño en sus
brazos, al pasar por un sitio llamado Los Mangos, estando claro y sin presagio
de lluvia; repentinamente comenzó a llover torrencialmente y Ramón con sus
acompañantes tuvo que guarecerse debajo de las ramas de los frondosos mangos.
Allí con la luz de los relámpagos, pudieron ver claramente a una gallina con
muchos pollitos, la cual cacareaba de manera fuerte y continua. Ramón jamás se
ha explicado su presencia debido a que por allí no había casas cerca. Además
cuando la gallina con su bandada de pollitos desapareció el invierno cesó y la
luna volvió a brillar. Ramón, la mujer y el niño continuaron el camino sin
ningún temor.
Caso similar le ocurrió al matrimonio Terán
Dorantes. Doña Juana (68) y Don Ricardo (72), estando recién casados (1935)
fueron a buscar leña a la loza da La Montañita (hoy urbanización La Goajira).
Eran las cinco de la tarde, aproximadamente, cuando ya tenían preparados los
haces de leña, el cielo se oscureció repentinamente y entre truenos y
relámpagos se desató una tormenta. Fue tan fuerte el aguacero que la leña que
habían cortado se mojó y por esta razón acordaron dejarla para buscarla
después. Cuando se disponían a salir de la montaña, aun lloviendo, vieron una
gallina jabada culeca con muchos
pollitos que piaban insistentemente. Esta anormalidad no asustó a los recién
casados, pero sí les extrañó, pues la casa más cercana era la de María Mercedes
que quedaba en El Zanjón, más o menos a un kilómetro de la montaña, por lo
tanto era muy difícil que esta gallina con sus pollitos estuviera tan lejos de
la casa. Como a las cinco y media de la tarde oyeron un estruendoso ruido “como
si un trozo de cuero seco se hubiese desprendido de un árbol” ---dijo Doña
Juana---. Ese ruido si les asustó y salieron presurosos del monte. No habían
terminado de salir cuando el invierno cesó y volvió a reinar la claridad. A los
tres días se supo que un vecino sacó un cantarito lleno de monedas de plata de
la pata del árbol seco donde estuvo recostada Doña Juana Dorantes de Terán,
mientras el señor Ricardo Terán depositaba a sus pies la leña que,
posteriormente, vinieron a recoger.
Los esposos Terán Dorantes aseguran que donde
sale La Culeca es seguro que hay dinero o tesoros enterrados, porque según
cuenta la leyenda que ha trascendido de generación en generación, en tiempos
pasados muchos habitantes de Mesa de Cavaca se hicieron ricos sacando botijas y
entierros que le señalaba La Culeca los viernes santos, pero los beneficiarios
deben ser seleccionados por La Culeca y los esposos Terán Dorantes no fueron favorecidos.
EL VENADO DE PIEDRA
José León Tapia, reconocido escritor barinés,
en su obra El Tigre de Guaitó, sustenta esta leyenda, cuyo origen supone que se
pierde en las páginas de la conquista y ha perdurado en la cultura del
campesino larense, del barinés y del portugueseño. Refiriéndose al General Rafael Montilla dice:
Caminaba días con la ilusión ingenua de Encontrar el venado blanco con la caramera
de catorce puntas, tan encantado y pleno de magia, que para matarlo se necesitaba un cuchillo con la cruz
labrada a cuchillo y cera Bendita de una
vela de Semana Santa.
En un sitio llamado La Palma, más allá de
Chaparral y Mijagual, cerca de Agua Blanca, a Remigio Urbano le salió el Venado
de Piedra o la Sierva de Piedra, porque él no pudo precisar el sexo del animal,
sólo sabe que una tarde como a las cuatro él se internó en la montaña para ver si conseguía algún animal para
llevar carne para la casa y en un paraje donde había un chorrito de agua vio un
venado que estaba calmando su sed. Al instante Remigio preparó su escopeta y se
dispuso a cazarlo, pero no se explica porque no disparó sino que siguió detrás del venado que caminaba lento a
corta distancia. Él lo fue llevando y lo fue llevando hasta que Remigio
extenuado se paró al pie de un cañafistolo grande que había en el monte, allí
se quedó dormido. Cuando despertó duró dos días perdidos y gracias a Dios
consiguió el chorrito de agua donde había visto el venado y por eso se orientó y pudo salir de nuevo a la
carretera. Remigio todavía no sabe por
qué no le disparó al venado.
Serapio Argüelles, un campesino de Motañuela,
caserío ubicado detrás de Tapa de Piedra, por la vía de Barquisimeto narró: Una
noche me fui a cazar con un compadre mí llamado Nicolás Cedeño, de Acarigua,
por los alrededores de la represa de Las
Majaguas y cuando ya estábamos internados en la montañita, nos salió un
venado grande y cuadrado, bien jamao. Yo le dije a mi compadre, que es mejor
tiro que yo: Zámpale, compa…que no se vaya. Mi compadre se asentó la escopeta
en el hombro y al mismo tiempo que él se acomodó pa` echale plomo al bicho,
éste se paró frente a nosotros y se quedó mirando con ojos muy extraños,
parecían centellas. Los dos nos miramos con temor y el venado duró buen rato parado sin que mi compadre pudiera
dispararle. Luego se desapareció sin verlo correr, ni el rumbo que cogió. Ahí
mismito, frente a nosotros. Inmediatamente, muy asustados, nos regresamos para
la casa.
Los cazadores siempre han sido presa de
espantos y aparecidos que, supuestamente, custodian las reservas naturales de
la tierra. El señor Francisco Sivira nos narró una experiencia que le sucedió
en sus años de adolescentes:
Nosotros, Silvestre, Oswaldo y Arístides
Bracho, una hermana de ellos llamada Alejandra, Pedro Jiménez y yo, estando
muchachos, nos gustaba mucho la cacería y siempre acostumbrábamos hacerle
trampa a los animales.
Una vez, aquí en Caramacate, todo esto era
posesión de mí papá. Los muchachos se vinieron a quedar un tiempo con nosotros,
entonces nos pusimos de acuerdo y preparamos 18 trampas cada uno hizo tres,
porque hasta la muchacha hizo las de ella. Se trataba De un hueco como de un
metro de hondo, los cuales tapábamos con bejucos y hojas secas. Todos los días
al levantarnos salíamos a revisar las
trampas y siempre caían picures, conejos, cachicamos, rabipelados y hasta
lapas. Una mañana como a las once, estábamos revisando las trampas y todas
estaban vacías. En la penúltima
conseguimos una mapanare enrollada y en la última un picure.
Oswaldo gritó: Aquí esta uno y una voz que venía por dentro de la tierra como desde la primera trampa respondió con tono espeluznante: Aquí esta otro. Todos salimos corriendo para la casa y hasta la fecha, ya tengo 64 años y no he vuelto a cazar con trampas.
Oswaldo gritó: Aquí esta uno y una voz que venía por dentro de la tierra como desde la primera trampa respondió con tono espeluznante: Aquí esta otro. Todos salimos corriendo para la casa y hasta la fecha, ya tengo 64 años y no he vuelto a cazar con trampas.
Tomado de "Mitos y Leyendas predominantes en el Estado Portuguesa" de Carmen Pérez Montero.
Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente, en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.
Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente, en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.
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