viernes, 24 de abril de 2020

Leyendas llaneras (testimonios) 6. El Venado de Piedra. La Culeca. (Carmen Pérez Montero)

Frente al Venado de Piedra no se puede bajar la guardia.
Imagen el archivo de La Voz del Joropo


LA CULECA
En la actualidad Mesa de Cavacas es un pueblo pintoresco, semejante a muchos que existen diseminados por el Llano venezolano. Calles largas donde se concentra toda la vida pueblerina: plaza, iglesia, medicatura, prefectura, comercio y tráfico de bicicletas.  Sus habitantes sostienen, sin conocer la verdadera historia, que esa altiplanicie fue el primer asiento de Guanare. Aún posee estructura de casas que pertenecieron a acaudaladas familias de principio del siglo pasado.
Esta población fue diezmada por el vómito negro y la fiebre amarilla. Según testimonio de las personas entrevistadas, sólo sobrevivieron: la niña Dolores Herrera, Rosa Medina, Juan Pastor, Juan Ochoa, Manuel Medina y la señora Juana de Márquez, quien según su propio testimonio, se vio en la necesidad de abandonar su casa en compañía de su madre y hermanos para trasladarse a Guanare, donde ellos murieron. Ella al quedar sola y convertirse en mujer se casó con José Márquez, vecino de Guanare, y después se trasladó con él, nuevamente a Mesa de Cavacas, recuperó la casa materna, frente a la Plaza Bolívar. Hoy está residenciada en esa casa, desenredando lentamente sus recuerdos infantiles.
La magia de este pueblo hospitalario me absorbió y, a pesar de que vine buscando la leyenda de “Un baúl encantado”, que según la información recogida se encontraba enterrado en una de las casas más viejas del pueblo, lo cual fue imposible confirmar, me encontré con la leyenda de La Culeca:
El señor Ramón Toro narró que una noche que él venía de La Aguadita, sector llamado así porque allí le daba agua al ganado  (hoy existe en ese lugar la urbanización La Goajira), acompañado por una mujer que traía un niño en sus brazos, al pasar por un sitio llamado Los Mangos, estando claro y sin presagio de lluvia; repentinamente comenzó a llover torrencialmente y Ramón con sus acompañantes tuvo que guarecerse debajo de las ramas de los frondosos mangos. Allí con la luz de los relámpagos, pudieron ver claramente a una gallina con muchos pollitos, la cual cacareaba de manera fuerte y continua. Ramón jamás se ha explicado su presencia debido a que por allí no había casas cerca. Además cuando la gallina con su bandada de pollitos desapareció el invierno cesó y la luna volvió a brillar. Ramón, la mujer y el niño continuaron el camino sin ningún temor.
Caso similar le ocurrió al matrimonio Terán Dorantes. Doña Juana (68) y Don Ricardo (72), estando recién casados (1935) fueron a buscar leña a la loza da La Montañita (hoy urbanización La Goajira). Eran las cinco de la tarde, aproximadamente, cuando ya tenían preparados los haces de leña, el cielo se oscureció repentinamente y entre truenos y relámpagos se desató una tormenta. Fue tan fuerte el aguacero que la leña que habían cortado se mojó y por esta razón acordaron dejarla para buscarla después. Cuando se disponían a salir de la montaña, aun lloviendo, vieron una gallina jabada  culeca con muchos pollitos que piaban insistentemente. Esta anormalidad no asustó a los recién casados, pero sí les extrañó, pues la casa más cercana era la de María Mercedes que quedaba en El Zanjón, más o menos a un kilómetro de la montaña, por lo tanto era muy difícil que esta gallina con sus pollitos estuviera tan lejos de la casa. Como a las cinco y media de la tarde oyeron un estruendoso ruido “como si un trozo de cuero seco se hubiese desprendido de un árbol” ---dijo Doña Juana---. Ese ruido si les asustó y salieron presurosos del monte. No habían terminado de salir cuando el invierno cesó y volvió a reinar la claridad. A los tres días se supo que un vecino sacó un cantarito lleno de monedas de plata de la pata del árbol seco donde estuvo recostada Doña Juana Dorantes de Terán, mientras el señor Ricardo Terán depositaba a sus pies la leña que, posteriormente, vinieron a recoger.
Los esposos Terán Dorantes aseguran que donde sale La Culeca es seguro que hay dinero o tesoros enterrados, porque según cuenta la leyenda que ha trascendido de generación en generación, en tiempos pasados muchos habitantes de Mesa de Cavaca se hicieron ricos sacando botijas y entierros que le señalaba La Culeca los viernes santos, pero los beneficiarios deben ser seleccionados por La Culeca y los esposos Terán  Dorantes no fueron favorecidos. 



EL VENADO DE PIEDRA
José León Tapia, reconocido escritor barinés, en su obra El Tigre de Guaitó, sustenta esta leyenda, cuyo origen supone que se pierde en las páginas de la conquista y ha perdurado en la cultura del campesino larense, del barinés y del portugueseño. Refiriéndose al  General Rafael Montilla dice:
Caminaba días con la ilusión ingenua de   Encontrar el venado blanco con la caramera de catorce puntas, tan encantado y pleno de magia, que para matarlo   se necesitaba un cuchillo con la cruz labrada a cuchillo y cera  Bendita de una vela de Semana Santa.
En un sitio llamado La Palma, más allá de Chaparral y Mijagual, cerca de Agua Blanca, a Remigio Urbano le salió el Venado de Piedra o la Sierva de Piedra, porque él no pudo precisar el sexo del animal, sólo sabe que una tarde como a las cuatro él se internó en la montaña  para ver si conseguía algún animal para llevar carne para la casa y en un paraje donde había un chorrito de agua vio un venado que estaba calmando su sed. Al instante Remigio preparó su escopeta y se dispuso a cazarlo, pero no se explica porque no disparó sino que  siguió detrás del venado que caminaba lento a corta distancia. Él lo fue llevando y lo fue llevando hasta que Remigio extenuado se paró al pie de un cañafistolo grande que había en el monte, allí se quedó dormido. Cuando despertó duró dos días perdidos y gracias a Dios consiguió el chorrito de agua donde había visto el venado y  por eso se orientó y pudo salir de nuevo a la carretera. Remigio  todavía no sabe por qué no le disparó al venado.
Serapio Argüelles, un campesino de Motañuela, caserío ubicado detrás de Tapa de Piedra, por la vía de Barquisimeto narró: Una noche me fui a cazar con un compadre mí llamado Nicolás Cedeño, de Acarigua, por los alrededores de la represa de Las  Majaguas y cuando ya estábamos internados en la montañita, nos salió un venado grande y cuadrado, bien jamao. Yo le dije a mi compadre, que es mejor tiro que yo: Zámpale, compa…que no se vaya. Mi compadre se asentó la escopeta en el hombro y al mismo tiempo que él se acomodó pa` echale plomo al bicho, éste se paró frente a nosotros y se quedó mirando con ojos muy extraños, parecían centellas. Los dos nos miramos con temor y el venado duró buen  rato parado sin que mi compadre pudiera dispararle. Luego se desapareció sin verlo correr, ni el rumbo que cogió. Ahí mismito, frente a nosotros. Inmediatamente, muy asustados, nos regresamos para la casa.
Los cazadores siempre han sido presa de espantos y aparecidos que, supuestamente, custodian las reservas naturales de la tierra. El señor Francisco Sivira nos narró una experiencia que le sucedió en sus años de adolescentes:
Nosotros, Silvestre, Oswaldo y Arístides Bracho, una hermana de ellos llamada Alejandra, Pedro Jiménez y yo, estando muchachos, nos gustaba mucho la cacería y siempre acostumbrábamos hacerle trampa a los animales.
Una vez, aquí en Caramacate, todo esto era posesión de mí papá. Los muchachos se vinieron a quedar un tiempo con nosotros, entonces nos pusimos de acuerdo y preparamos 18 trampas cada uno hizo tres, porque hasta la muchacha hizo las de ella. Se trataba De un hueco como de un metro de hondo, los cuales tapábamos con bejucos y hojas secas. Todos los días al levantarnos salíamos a  revisar las trampas y siempre caían picures, conejos, cachicamos, rabipelados y hasta lapas. Una mañana como a las once, estábamos revisando las trampas y todas estaban vacías. En la penúltima   conseguimos una mapanare enrollada y en la última un picure.
Oswaldo gritó: Aquí esta uno y una voz que venía por dentro de la  tierra como desde la primera trampa respondió con tono  espeluznante: Aquí esta otro. Todos salimos corriendo para la casa y hasta la fecha, ya tengo 64 años y no he vuelto a cazar con trampas


Tomado de "Mitos y Leyendas predominantes en el Estado Portuguesa" de Carmen Pérez Montero.
Carmen Pérez Montero. Nacida en Tinaquillo, Cojedes y residenciada en Araure, Portuguesa. Profesora Titular de I.U.T.E.P. Sus poemas, investigaciones didácticas y culturales se divulgan, de manera sólida y contundente,  en libros, diarios y blogs de nuestro país desde 1964.  


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