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miércoles, 18 de noviembre de 2020

Visión del Arte. Cuentos escritos por José Gregorio Hernández (entrega 1)

 

Representación del Dr. José Gregorio Hernández, en la entrada de la capilla que le honra, sector Los Malabares, San Carlos, Cojedes. Imagen en el archivo de Samuel Omar Sánchez




 

(Publicado en "El Cojo Ilustrado". Año XXI, número 491, págs. 198-300 Caracas 1º de Junio 1.912, El Universal, Caracas)

A mi respetado amigo el señor Pbro. Dr. Rafael Lovera, Teniente Provisor: Y Pro. Vicario General del Arzobispado.

 

Tome la pluma y escribí con desencanto: Capitulo segundo. El Arte

La tarde esta cálida, tempestuosa y cargada de fluido eléctrico, que obraba implacablemente sobre mis nervios, comunicándonos como unas corrientes no interrumpidas de malestar. Había tenido durante el día un trabajo fuerte y emocionante, y me sentía con cansancio físico muy pronunciado.

Traté de coordinar mis ideas para comenzar a escribir, confiando en que el movimiento producido por la composición intelectual me haría olvidar el cansancio del cuerpo y los trastornos nerviosos de causa meteorológica. ¡Vano intento! Mis esfuerzos en este sentido fueron inútiles; por lo contrario, lejos de armonizarse las ideas se me empezaron a confundir lamentablemente. A mí alrededor los objetos tomaban formas fantásticas, moviéndose caprichosamente y agitándose en un baile siniestro y lúgubre. En particular, un ramo de viejas flores que estaba olvidado sobre la mesa en que me había puesto a escribir me producía la ilusión de que estaba haciendo toda suerte de contorsiones; se inclinaba a la derecha y a la izquierda con cierto aire de burla, y, por último, creí verlo que se doblaba más profundamente como si me hiciera una cortesía, hasta que, tomando vuelo, se desprendió de la mesa y fue a colocarse sobre la puerta entre abierta de la habitación. ¡Puras ilusiones visuales!

En medio de las tinieblas que cada vez más ofuscaban mi mente pude pensar que todo lo que me acontecía eran obras de mi imaginación cansada y estropeada por el trabajo de aquel día y por la enorme tensión eléctrica de la atmósfera. Comprendí también que en vano trataría de luchar contra ese estado de cosas y decidí someterme a la fatalidad. Un ruido sordo, como de un trueno lejano que me pareció oír, acabó de ofuscarme y hacerme perder el sentido de la realidad.

Tuve todavía bastante conciencia para más convencerme de que era incapaz de recobrar mi autonomía y miré desoladamente alrededor de la habitación, como quien busca auxilio. Al cabo de un rato, con gran sorpresa, vi o creí ver junto a mí un ser indefinido, semejante a una aparición que me estaba mirando con ironía. Su vestido blanco era como una amplia túnica que se movía como si fuera a impulsos del viento, y de tal manera disimulaba sus formas que me era imposible distinguir si ese ente que estaba en mi presencia era hombre o mujer.

Largo tiempo estuvo mirándome despreciativamente. Su mirada inquisidora penetraba hasta el fondo de mi vacía imaginación y la registraba minuciosamente como quien ojea un libro. Aquel análisis frío y sostenido de mí ser interior, semejante a una disección anatómica, me producía una especie de congelación interna. Después de haber prolongado ese registro todo lo que quiso, sacudiendo la cabeza con un aire no sé si de conmiseración o de hastío, concluyó por decirme:

--Nada has podido producir. Tu inteligencia está como un papel en blanco; pero tengo lástima de ti y quiero trabajar por tu cuenta.

Extendió, luego que acabó de hablar, su brazo escultural y con la mano abierta señaló el fondo casi oscuro de la estancia. Yo seguí con la vista aquel ademán, lleno de imperio, y miré a lo lejos. Primero vi una espléndida llanura en la cima de un monte, como si fuera una meseta, iluminada por una suave y deliciosa luz. Parecía que nos acercábamos a ella con rapidez. En seguida se fueron delineando claramente los contornos de un palacio suntuoso de construcción antigua, con las paredes de mármol tan fino que casi tenía la transparencia del vidrio y con el techo de un metal semejante al oro.

Me parecía que, sin movernos, nos acercábamos a la espléndida mansión nunca vista por mí y ni siquiera imaginada. Tuve la sensación de que habíamos penetrado en el interior de una sala de deslumbradora riqueza, en la cual se hallaban numerosos personajes rodeados de incomparable gloria. Tenían aquel aire lleno de majestad de los que están habituados a dominar las inteligencias de los demás hombres, y, en realidad, parecían reyes que estaban sentados sobre tronos. En el mismo instante en que pasábamos junto a ellos se levantó de su asiento el más glorioso de todos, y con seguridad era el que presidía aquel senado resplandeciente, y con voz no terrenal comenzó a recitar los sublimes versos: "Canta, oh diosa!, la cólera de Aquiles, hijo de Peleo".

Entonces pude ver en el dosel del trono en que se hallaba el recitante esta inscripción en letras refulgentes: "¡Poesía! ¡Eres de todas las bellas artes la más excelsa!¡Eres el arte divino".

Comprendí que íbamos a salir de aquel encantado recinto, y, una vez fuera de él, continuamos nuestro aéreo viaje con rapidez. Muy distante debíamos encontrarnos, a juzgar por lo largo del tiempo, cuando empecé a sentir como el ambiente perfumado del bosque y a notar el silencio inapreciable del desierto, apenas interrumpido por el ruido de las corrientes de aire que levantábamos a nuestro paso. Era evidente que entrábamos en un lugar solitario y silencioso. La aparición me habló diciéndome: "Cierra bien los ojos y apresta los oídos". Obedecí al punto y puse todo mi esfuerzo en oír.

De aquella ignorada región de la tierra, de aquel rincón bendecido del mundo, se elevaba un canto celestial. No parecía formado de voces humanas, y hubiérase creído que alguno de los coros angélicos lo entonaba. Compuesto solamente de voces, sin ningún acompañamiento de orquesta, la frase musical estaba formada por una melodía grave y pausada que en algunos momentos parecía un lamento, un sollozo o una súplica, pero que en otros instantes tomaba los grandiosos acentos de un himno triunfal. En mi alma se despertaban emociones del todo semejantes a la expresión sensible de aquel canto, que me traía el recuerdo de dulces días, de días serenos y apacibles de mi vida, quizá pasados para siempre. La aparición me habló con voz emocionada y me dijo: "Es el himno cartujano que noche y día sube al cielo a pedir misericordia por el pobre mundo. En el desierto viven esos seres como ángeles formando el jardín privilegiado de la Iglesia".

Poco a poco fuimos perdiendo la audición del himno, conforme nos alejábamos del desierto y entrábamos en la llanura. De repente llegamos a un espacio lleno de primorosas flores. En medio de él se levantaba una escala de singular belleza de la cual se irradiaba una brillante luz en todos los ámbitos de aquel dilatado espacio. Estaba formada por siete gradas talladas en una piedra riquísima y preciosa como el diamante. Sus pasamanos eran como de esmeralda cubiertos de facetas, y toda ella parecía suspendida en el aire y rodeada de gran esplendor.

En la tercera grada de aquella inimitable escala estaba de pie una bellísima mujer ligeramente reclinada en la verde esmeralda. Llevaba una ondulada túnica escarlata y sobre los hombros descansaba un manto de imperial armiño. En la mano derecha tenía el cetro. Luego que nos hubo visto hizo un ademán con la mano izquierda enseñándonos hacia el Oriente.

En aquella dirección apareció un campo irregular y quebrado en el que venían algunas palmeras torcidas y casi secas, agitadas por el viento; hacia la izquierda, y en dirección de las palmeras, se notaba la bella ensenada de un lago de plomizas aguas; a orillas del lago unas colinas cubiertas de hierbas y de no muy grande elevación, y, por fin, más allá y por encima de las colinas el cielo azul con nubes acumuladas, mensajeras de próximas borrascas. Una gran multitud de hombres, mujeres y niños se encontraba en aquel sitio y le daba el aspecto de un campamento. Toda aquella muchedumbre parecía presa de un entusiasmo indescriptible, como si hubieran sido testigos de un acontecimiento nunca visto en el mundo; como que lo comentaban y discutían con vehemencia, y a veces llagaba a mis oídos el ruido de una inmensa aclamación semejante al ruido del mar durante una tempestad. Unos cuantos de los actores de aquella escena estaban afanados recogiendo unos objetos que, ciertamente, eran pedazos de pan y restos de pescado, los cuales iban colocando cuidadosamente en cestos. De pie sobre una pequeña elevación del terreno y dominando aquel espectáculo estaba Él, resplandeciente en su divinidad y con las manos omnipotentes levantadas al cielo en actitud de dar gracias.

Un frío producido por la emoción circuló por todo mi cuerpo; pensé que me iba a morir. Entonces hice un violento esfuerzo sobre mí mismo, tratando de recobrar mi libre personalidad, como quien procura despertar encontrándose en medio de una pesadilla. Casi recobré el uso de mis sentidos, de tal suerte que empecé a distinguir los objetos de la habitación y hasta oí claramente la voz de un granuja que gritaba en la calle: "Para el miércoles. ¡El cuatro mil trescientos cincuenta y nueve!".

No pude luchar por más tiempo y volví a caer en mi letargo. A mi lado estaba todavía la aparición, que me dijo con aire de comprimida cólera: "Estás bajo mi autoridad; aunque no quieras has de prestarme atención hasta el fin". Y, agarrándome con fuerza por un brazo me condujo velozmente y como si fuera llevado por una ráfaga de naciente huracán. Llegamos al cabo de un largo tiempo a un silencioso y dilatado recinto, que al principio creí había de ser como un recinto mortuorio, pero luego pude convencerme de que era un espacio cerrado en el cual se distinguían grandes masas de jaspeado de mármol que custodiaban la entrada y se extendía a lo lejos. Por dentro de ellas se encontraban lujosas columnas, preciosos molinos de mármol de raros colores que contribuían con matices a dar belleza y armonía al conjunto.

En el centro de aquel recinto se levantaba, esbelta, la figura de una mujer de blanco mármol. Parecía acabada de salir de la onda líquida y por ello cubría castamente su desnudez con tela abundante de profusos pliegues. Su rostro ovalado y de una deslumbradora dulzura estaba iluminado por una sonrisa celestial, y su mirada, rica de inmortalidad, se dirigía vagamente a lo lejos, como si estuviera mirando el desfile de las generaciones seculares que habrían de venir a contemplarla sin saciarse jamás de admirar su belleza. Me sentí como poseído de un verdadero éxtasis producido por aquel esplendor, y hubiera deseado nunca más salir de ese recinto encantado, hasta que una voz me sacó de aquel arrobamiento, la cual, descendiendo de lo alto, exclamaba: "¡Oh hombre! ¡Admira el poder creador de que disponen los de tu raza! ¡Pueden ellos transformar, la fría piedra en un ser como éste que ves palpitante de vida, el cual representa el ideal perfecto de la belleza!".

Pero, sin dejarme oír más, la aparición me obligó a continuar nuestra marcha. Corrimos sin descanso y pasábamos como una exhalación por los aires, absolutamente como si atravesáramos los continentes y los mares. Después me dijo de nuevo: "Mira en frente de ti; no tienes tiempo que perder".

Vi un caudaloso río azul de dormidas aguas sobre las cuales se habían debido cantar las baladas antiguas. A su orilla izquierda estaba extendida amorosamente una gran ciudad, una ciudad antigua, es verdad, pero tanto en los pasados como en los presentes tiempos gloriosa y heroica. Como iluminando la ciudad, se levantaba majestuoso el edificio espléndido de la Catedral, cuyos contornos se dibujaban maravillosamente en las aguas del río. En la fachada se levantaban dos altísimas torres rematadas en atrevidas agujas, y toda aquella construcción era una verdadera filigrana de piedra, monumento acabado de belleza y ejemplar perfecto del estilo ojival, el mayor invento arquitectónico de la inteligencia humana. Sobresalían en ella la potencia y la magnificencia ordenadas y armónicas, engendradas por la artística disposición de las formas geométricas. Al entrar oímos claramente los sagrados cánticos de la oración vespertina, los cuales produjeron honda conmoción en todo mí ser.

Traté de ver si la aparición estaba a mi lado como antes y nada pude distinguir. Hice un esfuerzo mayor para abrir los ojos y mirar a mí alrededor, y entonces fue cuando empecé a volver a la realidad. Tan luego pude coordinar mis ideas me puse a recordar lo que me había sucedido, pronto comprendí que era todo aquello una simple visión imaginaria producida por el cansancio y el estado atmosférico.

En el suelo estaban unas cuartillas caídas de la mesa: en una de las cuales había un renglón medio borrado en el que pude leer: Capitulo segundo. El Arte...

 

Tomado de: "José Gregorio Hernández Obras Completas" Compilación y notas Dr. Fermín Vélez Boza. Ediciones OBE Caracas 1.968, por  Alfredo Gómez Bolívar


lunes, 9 de noviembre de 2020

La poesía y la época independentista de Venezuela (Juan Ignacio Herrera Requena)

 

Los colores de nuestra bandera acompañan las sensibilidades de nuestro pueblo. 
Imagen en el archivo de Santos Kiroga



Dentro de la Literatura, la poesía ocupa un distinguido lugar. Desde la época clásica de la poesía latina, pasando por la poesía épica y lírica, hasta llegar al romanticismo dan muestra de la extraordinaria importancia por sus altos valores históricos y literarios. Apoyado en el trabajo del autor: La Historia en la Poesía (Herrera, 2005), cuando señala que “La poesía y la historia siguen de manos tomadas”. Dentro de los clásicos latinoamericanos tenemos muchos poetas que dedican su poesía a la historia o toman pasajes de ella como inspiración poética y algunos escriben a los personajes que han hecho historia. Por ejemplo, no podemos dejar de citar entre los poetas a nuestro gran humanista Don Andrés Bello (1781-1865) que en un fragmento de su poema “América”, conocido como Alocución a la poesía,  hace una reseña sobre la histórica Casa Fuerte de Barcelona, cuando dice:

Mira donde contrasta sin murallas

Mil porfiados ataques Barcelona.

Es un convento el último refugio

De la arrestada, aunque pequeña, tropa

Que la defiende; en torno el enemigo,

Cuantos conoce el fiero Marte, acopia

Medios de destrucción; ya por cien partes

Cede al batir de las tonantes bocas

El débil muro, y superior en armas

A cada brecha una legión se agolpa.” (1)

 

Durante la gesta emancipadora, muchos jóvenes y otros amantes de la literatura no tan jóvenes, se dedican a arengar o a estimular al pueblo en la lucha por la Independencia. Así aparecen pasquines, panfletos, notas y hojas sueltas, además de los periódicos que estaban en circulación, destacando los logros de los patriotas o algunas veces de los realistas; muchos de esos escritos desaparecieron pero unos personajes guardaron varios ejemplares como testimonio de esa gesta heroica.  Ciertos historiadores han hecho reseña de casos, muy parecidos y más recientes, en el hilo histórico de nuestro país. Así vemos como Peña (2011), nos habla de las imprentas y la poesía que en ella se divulgaba:

 

Es interesante recordar que en el mismo año de 1808 llegó a Caracas la primera imprenta que tuvo Venezuela, la misma que había utilizado Miranda para imprimir, dos años antes, sus proclamas revolucionarias.

También se registra en ese año la visita de la primera compañía de ópera que pisó tierra venezolana. Era una compañía francesa, dirigida por un empresario también francés de apellido Espenu. Su primera figura era la tiple  Juana Faucompré y a ella está dedicado este soneto de Bello que lleva por título “A una artista” y dice:

Nunca más bella iluminó la aurora

de los montes el ápice  eminente,

ni el aura suspiró más blandamente

ni más rica esmaltó los campos Flora.

 

                                          Cuanta riqueza y galas atesora

hoy la naturaleza hace patente

tributando homenaje  reverente

a la deidad que el corazón adora.

 

¿Quién no escucha la célica armonía

que con alegre estrépito suena

del abrasado Sur al frío Norte?

 

¡Oh Juana! Gritan todos a porfía:

Jamás la Parca triste, de ira llena,

de tu preciosa vida el hilo corte.

 

 En las presentaciones de la compañía de Monsieur Espenu, realizadas en el teatro Coliseo, dirigía la orquesta el maestro Juan José Landaeta, futuro autor del Gloria al bravo pueblo. Contábanse entre los músicos del conjunto algunos compañeros de iglesia de Lamas, lo cual hace suponer que este o no fue llamado para figurar en él o que habiéndolo sido se negó a ello. En verdad, su espíritu no se avenía a ninguna otra actividad musical fuera del recinto eclesiástico, como tampoco a los entusiasmos de la política ni a las ideas de rebelión que ya estaban por manifestarse.” (2)

 

Así como Andrés Bello y Juan José Landaeta, muchos jóvenes de la época eran fieles lectores y todo lo nuevo que llegaba de Europa era devorado por ellos, por decirlo coloquialmente. Igualmente cabe señalar a Gregory Zambrano, en el artículo “Los clásicos y la alborada del pensamiento emancipador”  cuando hace referencia a este mismo tema y que se señala seguidamente:

“Muchos son los testimonios que dan cuenta del ingenio popular en los años terribles de la guerra de independencia. Madrigales, sonetos, décimas, redondillas, coplas muestran el pulso de las confrontaciones, y expresan tanto el lado patriota como el realista. Los hombres que animaban los cambios, los líderes de los ejércitos, pero también las autoridades coloniales, el rey de España y sus representantes eran el blanco de las ironías, las burlas, los sarcasmos y petitorios. Eran composiciones volanteras que no pretendían alzarse con los laureles de una escritura docta; eran palabras que buscaban un efecto inmediato, pasquinadas y humoradas que incitaban la reflexión, resaltaban la crueldad de la guerra o simplemente buscaban provocar una sonrisa irónica. Estas composiciones fueron principalmente anónimas; de estructuras fáciles para que fuesen memorizadas, logran explotar el poder de la oralidad. La mayoría era compuesta no por poetas de oficio sino, muchas veces, por los soldados mismos, quienes las difundían en los cuarteles o en los campos de batalla, y por otros ciudadanos que estaban en las provincias azuzando las conciencias. Muchos de esos escritos amanecían pegados en las puertas y en los muros de las ciudades, cuando no directamente en las fachadas domiciliarias de los aludidos, funcionarios públicos y gobernantes” (3)

 

Se puede apreciar, tanto en El Publicista de Venezuela como en el Semanario de Caracas reseñas vinculadas a la Realeza española, de manera que esto también influiría en el pensamiento de los Blancos Criollos de la época.

En la reseña hecha por El Publicista de Venezuela (1969) en donde alude al romance burlesco, como lo cita Joaquín Gabaldón Márquez en “Causas Políticas del Movimiento de Emancipación”, estudio preliminar de “El Publicista de Venezuela”, que reza así:

“Por lo demás, toda aquella degeneración de la realeza había hecho nacer en el pueblo español el irrespeto, la irreverencia a que aludían el estado de salud de los Monarcas y planteaban, no menos burlescamente, el problema de la sucesión del trono. Léase el romancillo:

El Rey está malo;

el príncipe, malito;

la reina, con jaquecas;

la infanta se irá.

¿A quién esta casa

se alquilará?” (4)

 

Las noticias de lo que pasaba en el viejo continente llegaban cada vez con más frecuencia. Era propicio para los patriotas aprovechar lo que estaba ocurriendo en el reino español para ir ganando adeptos a la causa, o por lo menos para hacer sentir cierto grado de rechazo hacia la monarquía. Y así aparece en el Semanario de Caracas (1810) lo siguiente:

 

“Muchos años corrieron antes que Felipe II por un acto de injusta y descarada arbitrariedad hiciese degollar en Zaragoza a Don Juan Lamuza, Justicia de aquel reyno, única sombra que quedaba de la intrépida libertad (*)

(*) No es esta la primera vez que se ha hablado tal lenguaje en medio de la Nación española. A finales de  noviembre de 1808, se dio a luz en Madrid una selección de poesías, obra de un literato bien conocido en Europa, y entre otras se hallaba una con el título de El Panteón del Escorial. Insertamos aquí como una prueba de ello, el siguiente fragmento

(…) Supone levantarse en este momento del sepulcro a Carlos V

Y él en fiero ademán vuelto al tirano, dijo:

Carlos V

¿Por qué culpar a las estrellas

De esta mengua cruel? ¿por qué te olvidas

De tu ambición fanática y sedienta,

Que de prudencia el nombre sacrosanto

A usurpar se atrevió? Yo los desastres

De España comenzé, y el triste llanto

Quando espirando en Villalar Padilla

Morir vió en él su libertad Castilla (…)” (5)

 

En referencia al tema tratado, y como complemento a lo hasta aquí comentado,  años posteriores, reseña el historiador cojedeño, Eloy G. González en su “Informe sobre el periodismo en Venezuela” lo siguiente:

“En el promedio de algunas épocas de normalidad, en Caracas, Valencia, Maracaibo o Ciudad Bolívar, se constituían sociedades literarias que tuvieron órganos quincenales o mensuales en los que se publicaban las producciones de sus socios: principios de un movimiento que no tuvo eficacia sino en años posteriores, cuando fue el elemento joven a formar en aquellas asociaciones.

Desde luego, la escuela literaria reinante no era tan fecunda ni tan alentadora para dar estímulo y ocasión al genio. El romanticismo caballeresco e hidalgo, puesto en manos de las personalidades más distinguidas de las letras en Venezuela, no produjo más de lo que había dado en Europa; y acaso menos, dados nuestro carácter, nuestras costumbres y nuestro género de vida” (6)

 

Esto nos hace suponer que en Venezuela ha sido una característica de nuestra sociedad formar agrupaciones literarias o por lo menos dedicarse popularmente a ella. Y como los habitantes de aquella tierra venezolana, también algunos colombianos, se dedicaron a escribir poemas unos de loas a la lucha de los patriotas, otros a favor de los realistas y unos con escritos irónicos o tal vez jocosos contra personajes destacados de cualquier bando. En el Archivo Nariño (1812-1814) aparece un Romance  que es una especie de crítica jocosa contra el Presidente Nariño, del cual se cita este fragmento:

“Piensan que el siglo dorado

constituyen de esta tierra

los efímeros del llano

y los Montalvanes de selva.

Yo qué sé que con perfumes

cada uno de estos se llena

no los doy aunque sean flores

y aunque sus frutos sean perlas…” (7)

 

Es conveniente tomar como ejemplo otro poema, esta vez citado por Arístides Rojas en su libro: Leyendas Históricas de Venezuela, cuando señala que por el año 1813, Suazola saciaba sus instintos presenciando las carnicerías que hacían sus seguidores en Aragua de Maturín; entre los grupos de mártires que traían a su presencia, aparece un niño de pocos años. Y lo relata de la manera siguiente:

 “La musa poética de aquellos días dedicó a este sacrificio los siguientes versos, cuyo autor ignoramos:

Corren luctuosos tiempos

para la patria amada;

aún en su alborada

se ve la libertad.

Suazola, el león  sediento

de sangre independiente,

las tierras del Oriente

devasta sin piedad.

Con fuerte cuerda atado

se ve un viejo guerrero:

su porte es altanero,

terrible su mirar.

Morir por su bandera

como valiente jura;

tres años con bravura

le han visto batallar.

(…)

Y a poco roja bala

el débil pecho hiere,

y el bravo niño muere

sin exhalar un ¡ay!

y el padre con los ojos

en el cadáver fijos

“¡Oh patria!, aún más hijos

que te defiendan hay”;

exclama, y ¡fuego! –ruge

el bárbaro Suazola-

que ni una bala sola

se pierda: ¡disparad!

y con acento olímpico,

al caer gritó el guerrero:

“América, yo muero,

más no tu libertad” (8)

Lo que se señala a continuación, sirva también a manera de ejemplo, ya que muchos jóvenes que se incorporaron a la gesta emancipadora nuestra, tenían como costumbre dedicarse a las letras. Irma De Sola Ricardo en su libro “Juan De Sola, Prócer de la Independencia y Actor en Carabobo”  señala que Juan Bartolomé De Sola salió de San Thomas para la ciudad de Angostura, como destino, a prestar servicio a la República, entre los años 1816-17. Al respecto describe lo siguiente:

“De su trabajo en el Correo del Orinoco hasta ahora no se sabe si fue solamente impresor o si llegó a redactar algunos sueltos en la plana de los escritores que sostuvieron la batería verbal de este importante periódico.

En 1819 se incorpora al Ejército de la Gran Colombia en la clase de Teniente que obtuvo ese año en el Batallón Rifles de la Legión Británica. De allí pasó en 1820 al Batallón Bravos de Apure donde se mantuvo hasta la Batalla de Carabobo, siendo ascendido a Capitán, condecorado con el Escudo de los Vencedores de Carabobo y con el busto del Libertador”(9)

 

Antes de dedicarle parte del trabajo al Correo del Orinoco, es conveniente tocar otra referencia hecha al contenido poético en la época independentista venezolana. En otra parte del citado libro de Arístides Rojas se hace referencia a lo que pasó en Maracaibo y que luego la musa poética del pueblo lo llevó a poesía popular, y reza:

“Morales, que en Gibraltar había hecho azotar en aquellos días, montada sobre un asno, a la señora Matos, supo en Maracaibo que la señora doña Ana María Campos se había expresado fuertemente contra los españoles, vencedores de aquel entonces. Fue el caso que doña Ana, mujer fuerte y resuelta, patriota a toda prueba, había dicho públicamente de Morales, entre otras cosas, la siguiente frase: Si no capitula, monda, queriendo significar con ello, que si no capitulaba tendría que soportar las consecuencias.

Sabedor Morales del dicho, ordena que sea la Campos traída a su presencia (…)

Al instante la musa popular; deseosa de celebrar las glorias de la heroína maracaibera, lanzó al público las siguientes coplas que se cantaron en los corrillos, con acompañamiento de guitarra, durante muchos años:

Morales con su escuadrilla

a Maracaibo tomó;

pero luego al Diablo vio

en el general Padilla,

que a labor hizo tortilla

y a sus marinos osados,

la mayor parte ahogados,

y muertos más de ochocientos,

que de tiburones hambrientos

fueron sabrosos bocados.

(…)

El año de veinte y cuatro

comimos coco y patilla,

y nos hubiéramos muerto

si no nos llega Padilla.

Morales capituló

con el agua a la garganta;

si no capitula monda,

como lo dijo la Campos.

(…)

A doña Ana María Campos,

señora muy distinguida

la azotaron en un burro

porque victorió a Padilla.”(10)

 

El Correo del Orinoco, decano de la prensa nacional, es una de las fuentes de la época que nos permite comprender la relación entre la poesía y la afectividad hacia la declaratoria de independencia y a la lucha patriótica por lograr la misma. En el Correo del Orinoco, N° 34, aparece un Soneto, dedicado a un joven que fallece cuando la Patria festejaba uno de sus triunfos en Apure, y se transcribe a continuación:

“SONETO

Quando la Patria alegre repetía

El más festivo himno a la victoria

Para aplaudir un hecho que la historia

Celebrará en sus fastos algún día;

 

De improvisto conturba su alegría,

Como ligera dicha transitoria,

Un suceso fatal, cuya memoria

No borrará jamás el alma mía.

 

Murió el joven Palacio, el modelo

Del honesto saber, la virtud pura…!

Ay! La Patria de luto y negro velo

 

Ha llevado a la tumba su amargura;

Y la amistad, llorando sin consuelo,

La vista aparta de la sepultura.” (11)

 

También en el Correo del Orinoco, N° 35, se hace referencia que en una oportunidad estaba Morillo en Nueva Granada con los realistas que lo seguían, asesinos la mayoría, y uno de los aduladores de la tiranía española, que estaba presente en ese momento, obsequió a los integrantes de la reunión con estos versos:

“Maldigamos la vil ley

Que a independencia convida;

Defendamos cetro y vida

De Fernando, nuestro rey.

Que viva nuestro virrey,

Morillo, Enriles, Morales,

Gobernador, Oficiales,

Y toda su invicta tropa,

Que vinieron desde Europa

Pero a la mañana siguiente amanecieron refutados en una pasquinada del modo que sigue:

Bendigamos la gran ley

Que a independencia convida,

Destruyamos cetro y vida

De Fernando, intruso rey.

¿Qué quiere decir virrey,

Morillo, Enriles, Morales,

Gobernador, Oficiales,

Y toda su indigna tropa,

Sino ladrones de Europa,

que duplican nuestros males?” (12)

 

Es tanta la importancia que se le da a la poesía en la lucha independentista que el poema CANTO HEROICO dedicado a la Campaña de Bogotá abarca un tercio de la publicación del Correo del Orinoco, de fecha 19 de febrero de 1820; del cual se señala –seguidamente-- algunos de los 81 serventesios que tiene el poema, en el siguiente fragmento de seis de esos serventesios, se lee parte del mismo:

 

“Tres veces aquel Astro luminoso,

Que al Universo con su fuego anima,

Había completado el año triste

Del cautiverio de la Patria mía

 

Aquel Pueblo feliz en otro tiempo,

Donde la Libertad halló acogida,

Fue reducido a dura servidumbre

Baxo la detestada tiranía.

(…)

El valor no le ha dado al enemigo

De nuestras posesiones la conquista,

¿Quién más valiente fué que las legiones

Que por nuestros derechos combatían?

 

Vosotros lo decid, aguas del Sulia,

Teatro primero de la empresa digna

De libertar la heróica Venezuela,

Por Monteverde entonces oprimida?

(…)

 Abrió tu mano de jasmín y rosa

Del Oriente la puerta cristalina

Y despertaste al astro soberano,

Que las criaturas todas vivifica.

 

Y tú saliste entonces presuroso

¡O Sol! Padre sagrado de los Incas

Para alumbrar al Colombiano suelo

Con nuevo resplandor, nueva alegría.” (13)

 

Muchos de los artículos escritos en el Correo del Orinoco, además de su contenido político y libertario, se dedican a señalar las bondades de los grandes hombres, sus cualidades y sus aportes a la Patria. Allí está la poesía como un punto de apoyo. En la misma tónica de entusiasmar a los pobladores de esa época hacia la causa patriótica, dedica una cuarta parte del ejemplar del Correo del Orinoco, N° 57, al poema CANTO a BUENOS AIRES; aquí tenemos un canto a los Vencedores de Maipo, un romance que  mostramos en su inicio y final, que reza así:

“Allá en la cumbre de los altos Andes,

Sobre región de nieve sempiterna,

Donde más brilla el luminoso Febo,

La América inocente colocada

Domina al orbe; asiento magestuoso

Le dan las cimas de elevados montes.

Hoy en su trono mole tan soberbia,

Que servir pudo (en el osado intento

De escalar al Olimpo) a los Titanes;

Trono que incontrastable simboliza

El que firma sus hijos le han alzado

Sobre la base de justicia santa.”

(…)

Y cuyos versos finales terminan con un elogio al General José de San Martín, de esta manera:

“Ni Leonidas al frente de los bravos

Que a Termópilas lleva, ni Milciades

Al Persa altivo en Maratón venciendo,

Tuvieron el valor, y genio ardiente

Que te inflamaba en la tremenda lucha.

Con tu egide has cubierto poderosa

La patria libertad; tú en adelante

Serás llamado Aníbal Argentino,

Que enseñaste la senda que conduce

De la inmortalidad al templo augusto;

En columnas de bronce allí grabados

Los nombres se leerán de los guerreros

Que supiste llevar a la victoria

En los llanos de Maipo; siempre eterna

Será en el Continente Colombiano

De San Martín la gloria esclarecida.

Y vosotras, ¡oh sombras inmortales,

Que el fuerte heroico aliento habéis rendido

En el sangriento choque! Más gloriosas

Vais a vivir en los Elíseos campos

Entre los libres de la antigua Athenas:

Mirad de allá que del exemplo vuestro

Mil y mil combatientes han nacido,

Que libertar la Patria firmes juran,

O guerreando en sus ruinas sepultarse.” (14)

 

En la Provincia de Caracas o Venezuela y las de Maracaibo, Guayana, Cumaná, y las islas de Trinidad y Margarita que habían pertenecido al Virreinato de Nueva Granada, tanto venezolanos como colombianos eran considerados de la misma región; sus costumbres, lecturas, tertulias generalmente tenían intereses comunes. Para esa época, la escuela literaria reinante no era tal, ni se podía considerar ni tan fecunda ni tan alentadora como para tener una poesía con proyección hacia el viejo continente. Sin embargo, muchos jóvenes que se incorporaron a la gesta emancipadora tenían como costumbre dedicarse a las letras, más por afición que por culto a la escritura, y esas inquietudes las proyectaron en pro de la lucha independentista.

El Correo del Orinoco es una de las fuentes de la época que nos ha permitido comprender con mayores lujo de detalles la relación entre la poesía y la afectividad hacia la declaratoria de independencia y a la lucha patriótica, porque en él aparecen muchos poemas con claras intenciones de apoyo a la labor patriótica y en favor de nuestra independencia.

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Citas de referencias:

(1)                Herrera, J. I. (2005) La historia en la poesía. p/12.

(2)                Peña, I. (2011): José Ángel Lamas (1775-1814). p/ 35/36.

(3)                Zambrano, G. (2010).”Los clásicos y la alborada del pensamiento emancipador”   p.17.

(4)                El Publicista de Venezuela. Estudio preliminar.

(5)                Semanario de Caracas. VI. 9/12/1810.

(6)                 González, Eloy G. (1895): Informe sobre el periodismo en Venezuela. P. 95

(7)                Archivo Nariño (1812-14) p/107.

(8)                Rojas, A. (2004) Leyendas Históricas de Venezuela. p/111-113

(9)                Rojas, A. Ob. cit. p. 165-168.

(10)De Sola R., Irma (1973) Juan De Sola, Prócer de la Independencia y Actor en   Carabobo. p/7.

(11) Correo del Orinoco, N° 34. Angostura, 24/7/1819. 

      (12) Correo del Orinoco. N° 35. Angostura, 31/7/ 1819.

      (13) Correo del Orinoco. N° 53. Angostura, 19/2/1820.

      (14) Correo del Orinoco. N° 57. Angostura, 8/4/1820.

 

 

REFERENCIAS

   Archivo Nariño, 1812-1814. Guillermo Hernández de Alma, copilador. (1990). Tomo IV. Bogotá.

   Correo del Orinoco. N° 34. Angostura, 24 de julio de 1819.

   Correo del Orinoco. N° 35. Angostura, 31 de julio de 1819.

   Correo del Orinoco. N° 53. Angostura, 19 de febrero de 1820.

   Correo del Orinoco. N° 57. Angostura, 8 de abril de 1820.

   De Sola R., Irma (1973) Juan De Sola, Prócer de la Independencia y Actor en Carabobo. Caracas, Italgráfica.

   El Publicista de Venezuela (1969, copilación) Caracas, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia.

   González, Eloy G. (1895): Informe sobre el periodismo en Venezuela del libro: “Primer libro venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes”. Caracas, El Cojo Ilustrado.

   Herrera R., Juan I. (2005) La historia en la poesía. “La poesía y el hombre, 23”. Caracas, Comisión de Estudios Interdisciplinarios UCV Publicaciones.        

   Peña, Israel (2011): José Ángel Lamas (1775-1814). Guarenas, Fundación Imprenta de la Cultura.

   Rojas, Arístides (2004) Leyendas Históricas de Venezuela. Caracas, Los Libros de El Nacional.

   Semanario de Caracas. (1969, copilación) Caracas, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia.

   Zambrano, Gregory (2010).Los clásicos y la alborada del pensamiento emancipador del libro “Envuelto en el manto de Iris” de Mariano Nava Contreras. Mérida, Publicaciones ULA.