Llaneras. Imagen compartida por Félix Pastor Silva Castillo
en el archivo de Llano, Leyenda y Folclore
PROFECÍA
(Mercedes Franco)
Hay profecías muy famosas, como las de
Nostradamus. La Biblia está llena de profecías, entre ellas, la del nacimiento
y crucifixión de Jesús, siglos antes de que ocurriera.
Una de las más famosas profecías de nuestro
país se debe al "Loco Saturnino", en el año 1641.Era un amable
personaje harapiento que vagaba por las calles de Caracas. Dormía bajo los
aleros de las casas y vivía de la caridad pública. Recorría la plaza con una
gran piedra a cuestas. Según él, así cargaba con los pecados y culpas de los
demás. Un día amaneció diciendo que Caracas sería muy pronto destruida.
Pero ¿quién prestaría atención a las
profecías de un loco? Saturnino se detenía en la Plaza y cantaba en tono
lúgubre: "¡Qué triste está la ciudad /perdida ya de su fe / pero destruida
será / el día de San Bernabé. " Muchos reían y le preguntaban: " ¿Y
cuándo es San Bernabé, Saturnino?". Y el respondía, siempre sonriente:
" El 11 de junio."
Llegó al fin junio y el loco Saturnino
reiteraba su augurio. En la víspera del día de San Bernabé, clamaba doliente:
" Tengolo ya que decir,/ yo no sé lo que será, / mañana es San Bernabé, /
¡Quien viviere lo verá!". Al anochecer del 10 de junio, Saturnino subió a
los cerros del oeste de la ciudad. Allí, según decía dormiría más seguro.
Al amanecer del 11 de junio, día de San
Bernabé, Caracas fue sacudida por un violentísimo terremoto. Muchas casas
fueron destruidas. Hubo 200 muertos y 300 heridos, cifra significativa, si se
tiene en cuenta que para 1641, la ciudad no tenía más de 2000 habitantes. Desde
entonces la gente miraba de un modo diferente al loco Saturnino.
PROYECCIÓN
(Mercedes Franco)
Se cree que el espíritu puede proyectarse en
el tiempo y el espacio y viajar hacia otras regiones durante el sueño, o en
momentos de tensión. Dicen los espiritualistas que la persona puede
"proyectarse" momentos antes de morir. Tal vez por eso muchos afirman
haber visto a alguien poco antes de que muriera a kilómetros de distancia.
PUEBLOS
FANTASMAS (Mercedes Franco)
Ese gran escritor y periodista que fue Miguel
Otero Silva, habla sobre nuestros pueblos fantasmas, en su novela Casas
Muertas. Allí narra el paulatino abandono del pueblo de Ortiz. Puerto Amador,
cerca del Delta del Orinoco, es otro pueblo fantasma, que solo tiene una casa
habitada. Perdió la vida al cerrase la navegación del caño Mánamo, que
favorecía el comercio de la zona. Ahora en el pueblo se instaló el silencio. Es
un pueblo muy visitado en la noche por extraños fantasmas pensativos que aún no
entienden lo que ocurrió con Puerto Amador.
En el día, los pájaros desplazan a los
hombres y a los fantasmas. Y en las aguas cubiertas por raíces y lirios
acuáticos se escuchan solo los gemidos de las babas.
ELLA
(Ricardo Jesús Mejías Hernández)
Tenía una forma especial de tratarme, no como
las anteriores. Hasta la manera de girar la llave de la ducha la hacía única.
Recuerdo sus atenciones, las tardes que pasó
escuchando mis poesías; incluso un día se atrevió a escribir una; todavía la
conservo bajo la almohada.
Cómo olvidar su buen humor y ese carácter
que, a pesar de las circunstancias, era siempre llevadero; todas las veces me
daba la razón.
Hace una semana no la veo, escuché decir que
no vuelve, pero lo más indignante, lo más lamentable, es no haberla podido
abrazar nunca, todo por culpa de esta maldita camisa de fuerza.
SUEÑOS ROTOS (Freddy Escalona Rangel)
Con la ingenuidad y la
inocencia que siempre me han caracterizado, quise anoche probar si con los
lentes que me recomendaron para mirar mejor, veía mis sueños más nítidamente de
lo que últimamente lo había hecho, debido a las complicaciones con el glaucoma
recientemente diagnosticado, que me causa enorme deficiencia visual. Me acosté
muy temprano y al llegar al punto máximo de profundidad, comencé a disfrutar la
compañía de una joven agradable y voluptuosamente atractiva. La contemplaba en
su total dimensión y me emocioné de tal manera que di un viraje brusco,
estrellándome contra el respaldo de la cama y partiendo la montura. Luego de
varios minutos tratando de arreglarla, sin éxito alguno, continué durmiendo,
lamentando que después no logré ni siquiera conciliar el sueño perdido,
desperdiciando la oportunidad de conocer a esa chica como es debido, aunque
fuera en fase onírica.
HABITACIÓN OSCURA (Gregorio Riveros)
Ella
lo buscaba detrás de la puerta. Alguna vez, en una época, fue su compañero de
palabras, de café, de confidencias, y sexo. Pero los siglos se tragan a las
personas. Lo gritaba, y daba golpes a la puerta, aturdía sus propios y únicos
oídos, golpeaba su piel morada; gritaba y golpeaba duro. Pero la puerta se
marchó por la vastedad de los años. El tiempo, las termitas, las hormigas
milongas, y la soledad -que todo lo arruina-, llegaron primero. Ella insistía,
gritaba y daba golpes a la puerta.
EL
ANDARIEGO (Néstor Quiroz Moreno)
Una mañana de crudo invierno, un pollo
pescuecipelado lloró íngrimo y triste su mala suerte en un rincón del patio,
lejos del sitio de la dormida. Era el menor de la última nidada y lo habían
dejado por fuera del corral durante toda una noche pasando por agua. El frio
estuvo a punto de congelarle el cuerpecito. En los hermanos mayores recayó la
responsabilidad de la injusticia por haber castigado, tan drásticamente, el mal
comportamiento del pequeño plumífero. Este no pensó que comerse demás algunos
granos de maíz fuera tan grave. En varias oportunidades el pobre demostró
arrepentimiento y ni así quisieron perdonarle.
Afligido y cabizbajo miro con cierta envidia
hacia la gallina que aún permanecía acurrucada y, allá, de bajo de sus alas,
vio a los desalmados de sus hermanos disfrutando del calor que les
proporcionaba la madre. Sintió celos pero evitó llorar; dio media vuelta y se
juró, a sí mismo, no volver a molestarlos. Unos deseos inmensos de seguir
viviendo lo invadieron, se acicalo el poco plumaje maltratado por la pertinaz
lluvia y salió en busca de ayuda. Bastante debilitado, pero no derrotado,
caminó por entre las lombrigueras que había amanecido en el patio después del
aguacero para ver si encontraba a alguien que le abrigara su pescuezo
totalmente desplumado.
Precisamente pasando por la puerta de una de
esas cavidades oscuras, habitada por una robusta lombriz, se detuvo y preguntó
con fuerza:
-¿Hay
alguien en casa? – no consiguió respuesta.
En la ciudad de Lombrilandia sus habitantes
tenían razón para vivir recelosos y en pánico permanente debido a la escasa
oportunidad de supervivencia que tenía las lombrices que asombraban sus
elásticos filamentos por fuera de las estrechas galerías para atender este tipo
de llamados.
El desdichado no se dio por vencido y
pregunto de nuevo, acercando el pico a la boca el montículo de tierra húmeda:
-¿Hay
alguien ahí?
La voz que retumbó a lo largo de estrecho
túnel, asuntó a la robusta lombriz y por eso no le respondió.
-¡Que…
que si hay alguien en… en casa! – la voz entrecortada por los sollozos estuvo a
punto de convencerla.
Esta lombriz ya había escapado de morir en el
buche de las gallinas que la acechaban a diario, lo que la obligaba a
mantenerse a la defensiva, y aunque le parecía sincero el llamado que en estos
momentos le hacía, no quiso salir de la seguridad de su madriguera. Se quedó
quieta y esperó para ver qué pasaba al pie de su residencia. Más los llamados
lastimeros continuaron, afectando sensiblemente los sentimientos del anélido
que se había conmovido con el llanto del infeliz.
-Usted, ¿Qué
necesita? – se atrevió a decir, por fin, la lombriz, sin emerger aun su
puntiagudo rostro del escondite.
-U… una bufanda para
protegerme del frio – respondió el pequeño.
-El almacén de abrigo
queda a la vuelta – se burló ella.
-No, amiga mía, lo
que quiero es que se asome para que hablemos – le explico el pollito titirando
casi congelado.
-¡No, porque usted me
come!
-Le he dicho que
tengo frio, no hambre.
-Está bien, pero si
salgo, ¿Qué me promete? – inquirió la lombriz.
-Sacarla a pasear –
contesto el pollito - . Sé que por culpa del encierro, usted se ha privado de
disfrutar de este hermoso paisaje.
La lombriz, llena de coraje sacó desconfiada
medio cuerpo por fuera de la angosta morada y luego de contemplar el entorno y
de analizar por unos segundos a quien la invitaba, terminó de salir de la cueva
exhibiendo el apetitoso bocado con galantería. En agradecimiento, el pollito
andariego inclino la cabeza y la lombriz, muy cariñosa, vio a rodearle
suavemente el pescuezo desnudo.
EL GRAN LIBRO DE VIAJES
(Julio Romero Parra)
Desperté a las dos de la
mañana y durante una hora estuve mirando el techo. Opté por levantarme, tomar
un libro y leer hasta que el sueño pudiera nuevamente regresar. Era un viejo
libro de éxodos, El gran libro de viajes, cuyo prólogo es de Camilo José Cela.
Tiré varias hojas al azar y fue algo así como si suaves huracanes lustraran el
solitario recinto de las piedras. Y como era un libro de viajes me acomodé en
la cama como si hubiera sido un asiento de primera clase y estuve viajando
hasta el amanecer. A orillas del Ganges encontré los templos y palacios de
Benarés, la ciudad sagrada de Indostán. Subí a los Alpes junto a un ejército de
elefantes y al frente se desplazaba Aníbal quien intentaba derrocar el poder de
Roma. Pero al tanto que los grandes arquitectos de la Europa medieval
construían magníficas catedrales, al otro extremo del mundo el pueblo Kmer
edificaba Angkor y el misterio sobre ese conjunto de templos aún no ha sido
descifrado. Hojas más adelante, y gracias a mi insomnio, me plantaba en el pueblo
galés de Llangoven y Dylan Thomas aparecía describiendo una explosión de música
y colorido en la campiña de su patria chica. En otras encontré birmanos
radiantes de alegría en una tierra que es un hervidero de razas, birmanos
tocando cocodrilos de tres cuerdas y niñas Padaung cantando acompañadas de una
siringa. De pronto, el gesto perplejo de un distinguido gentleman expresaba
todo el estupor del viejo Londres ante la ola de extravagancias que corre por
el mundo. A un salto de vista brotaba un ágil y filarmónico gondolero surcando
las calles fluviales de Venecia en busca de enamorados. Pero a 2000 millas de
la costa de Chile, unas gigantescas estatuas monolíticas se alzaban en la isla
de Pascua. Y así seguí dando rienda suelta a mi desvelo. Ya no dormía, es
cierto, pero estaba soñando despierto.
Recordé a Shakespeare cuando
encontré la hoja que mostraba a Suecia pues a través del angosto Sund se alzaba
el castillo de Elsinor, escenario de Hamlet. Imaginé al fantasma de su padre
deambulando la fortaleza a la orilla del mar, sus estancias, la morada de su
trágico personaje y tuve la certeza de que Shakespeare conoció personalmente
ese lugar. De salto en salto pude caer en el misterioso mundo de las Bahamas,
un escenario brillante donde sus habitantes viven en chozas y aún impera el
rito del vudú. Enseguida un río de gente moviéndose en Times Square, en
Manhattan, en el Brooklyn, en Queens, un cruce cercano al Waldorf Astoria, un
movimiento de personas muy próximo al Radio City Music Hall buscando presenciar
la clásica comedia Mary Popins. Un bostezo, una mirada al reloj, y ante mis
ojos apareció La Torre de la Muerte de Bukhara, en la patria de Tamerlán. Desde
su cúspide se arrojaba a los criminales. Un poco más allá me encuentro sentado
ante una mesa cercana a los flotantes sampanes y veo la gran cantidad de
platillos que la adornan, salanganas, aletas de tiburón, pato a la pekinesa y
este último es un ánade que da la impresión de estar vivo y cuya cabeza parece
descansar sobre el lomo. Casi todos viven en hacinamiento y prefieren comer
fuera de casa. En Hong-Kong, una ciudad llena de fumadores y de prostitutas,
solamente los chinos muy ricos invitan a comer a sus propias casas. Más tarde,
los rascacielos de Shibam surgen verticalmente del desierto de Arabia Saudita.
Al pasar la siguiente página recuerdo de inmediato a Gauguin y a Stevenson, el
pintor y el novelista, pues de pronto aparece Tahití simbolizado por el
exotismo y el colorido de los mares del sur. De veras que fue un insomnio muy
movido por las olas de un mar de páginas, un viaje entre las dos y las seis de
la mañana. El alba me encontró en África, en el Serengeti, flotando sobre
grandes manadas. Pero ya el sueño había regresado como el amanecer y a la vez
era necesario integrarse al mundo para dejar de soñar.
LE
DIJE: ES LA VIDA, Y NO LA VI MÁS (Laura Antillano)
Mientras la lluvia azotaba
su espalda la mujer vio el foco del alumbrado público recordando de inmediato
la atmosfera de aquel día…
Ella tenía quince años
cuando al bajar acelerada las escaleras de la casa se encontró con él por
primera vez. Él se puso de pie al verla poniendo de manifiesto el sentirse
intimidado. La mecedora continuo su balanceo habitual aún vacía, había una luz
de atardecer en la sala y el calor de siempre.
Él estaba vestido con ropa
ordinaria, destacaba una gorra de jugador de baseball con su visera azul y
aquella pelota apretada entre las manos, dos cosas que desde un primer momento
resultaban extrañas en su fisonomía general, parecían objetos colocados sobre
una fotografía de él sin orden alguno, sin noción de homogeneidad del contexto.
El padre los presentó (era
la primera vez en su vida que su padre le dijo a alguien,
léase: que la trataba como a un adulto), su desconcierto paso al límite del
asombro y ahora no pudo recordar si estrecho la mano del joven o no, en cambio
sí puede tener la medida exacta del rubor de su rostro en ese momento.
El rostro de él, alargado,
tenía cierto aire suave cuando un mechón de cabello castaño (luego supo que no
era el color natural) insistía en bajar sobre la frente. A ella le gusto su
tono al hablar pausado y suave.
Hay un laxo vacío y se ve a
sí misma sirviendo café para la visita en la cocina e intentando que la madre
no perciba su turbación expresada en el hecho mismo de no derramar el líquido
de las tacitas de porcelana. Llevaba la bandeja para verlo de nuevo, la mirada
de él le producía muy dentro un temblor parecido al entusiasmo y sentía la
tentación de experimentarlo una y otra vez.
Comenzó entonces a
manifestar una curiosidad latente por aquel personaje que visitaba a su padre y
sostenía con él largas conversaciones, y aparte de aquellos diálogos
misteriosos empezó a intuir la vinculación del joven con la organización de
ciertas reuniones clandestinas. Un tejido de palabras y entrelazar ciertos
pensamientos la llevaron a comprender el sentido enigmático de las
circunstancias. Entonces supo del disfraz de él, de su necesaria condición de
ermitaño.
Nunca hubo entre ellos algo
que pudiera calificarse como una conversación. Se trataba tan solo de miradas
furtivas y el rozar sus dedos al entregarle una taza de café. Es incluso
improbable, (hoy puede decírselo a si misma abiertamente) que él jamás haya
tenido conciencia de lo que dentro de ella ocurría. Eso ahora no tenía la menor
importancia, pues ella miraba en los ojos de él un mar de infinita profundidad,
acaso todo era un sueño ese sueño valía lo que el universo de sus minutos de
placidez contemplativa.
Allí estaba él con su
pomposo título de dirigente de masas clandestino, diseñando con sus manos en el
aire profundos asuntos de táctica y estrategias.
Una noche ella vivió un
punto clave en su éxtasis.
Él vino a su casa en horas
de la madrugada (ella dormía y despertó al percibir la alteración de los
sonidos cotidianos de la casa). Él estaba en la cocina la madre de ella le
vendaba un brazo cuidadosamente. Cuando la vio sonrió sin inmutarse, ella
procuro seguir todas las indicaciones que ahora su madre le daba con relación a
la búsqueda de algunos medicamentos, y así disimuló su alteración.
Interiormente hubiera querido ser ella la herida y no él. Subió a su habitación
cuando la madre lo ordenó. Es innecesario señalar que no pudo conciliar el
sueño sabiendo que él permanecía insomne en algún lugar de la casa. Sus pensamientos resultaban compulsivos,
hubiera deseado saber más, la angustia de desconocer lo ocurrido, junto al temer a la posibilidad
de que ese brazo herido fuese causa de terrible dolor la mantuvieron en vela.
Una mañana y como era usual
se detuvo a hojear el periódico del día antes de partir camino al liceo. Lo
colocó sobre la mesa del comedor (aquel comedor con dimensiones de jaula
pajarera). En la primera plana, una línea fotografías tiradas a dos columnas
detuvo de inmediato su mirada. El titular estaba escrito con el tipo más grande con que debía contar el periódico, era relativo
a un grupo de arrestados la noche anterior, supuestos pertenecientes a una
organización política que actuaba en clandestinidad. Su mirada apresurada recorrió las imágenes
borrosas, con un sabor amargo en la garganta. Ahí estaba él. La ultima
fotografía de la línea, la más cercana al borde de la página.
Sus ojos enormes y el mechón
de cabello castaño sobre la frente.
Ahora la imposibilidad de
acercársele crecía y se ligaba a la incertidumbre.
Intentaba poner atención a
las frases sueltas dichas en aquellas extrañas reuniones que continuaban
realizándose. Así se enteró de que sufría de asma y ello afectaba en demasía la
misma condición de prisionero.
Supo de su delgadez y del
nuevo tono rubio de su cabello, el que había aparecido bajo los rastros de su
tinte castaño. Supo mucho más tarde de su salida al exilio.
Ella nunca más volvió a
tener quince años y con el tiempo aprendió a sonreír con condescendencia
recordando que alguna vez los había tenido.
Y un día en que llueve cuantiosamente, un día en que
esa lluvia de Caracas, parece haberse propuesto en derretir hasta las fachadas
de las casas, un dia en que no hay color sino un todo borroso, ella camina
tratando de impedir que el paraguas se la lleve por esos cielos de San
Bernardino, y entonces se tropieza con el cartel en la misma esquina de la
avenida Volmer. Una consigna política alcanzaba a leerse debajo del dibujo de
su rostro. Ella se detiene y deja ue el diluvio universal se le venga encima.
Abre su bolso y busca el monedero, dentro esta aquel papelito arrugado, mira
nuevamente el cartel a tiempo para rescatar el paraguas con el papelito
apretado, ahora lo desdobla, hay una vieja fotografía impresa en papel
periódico, trae anotada una fecha al borde, que corresponde a trece años atrás.
Ella mira el rostro de la
fotografía en su mano y el rostro del cartelón bajo la lluvia. Afuera de ella
llueve y hay un viento que quiere llevarse todas las cosas…
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