jueves, 7 de febrero de 2019

Leyendas y cuentos cortos venezolanos (35) Varios autores

Imagen en el archivo de la cantante de música llanera Xiomara Ojeda




POZOS (Mercedes Franco)
Los pozos o "pozas" son lugares donde el río se arremansa y se hace profundo. Se considera que muchos de estos pozos están embrujados, habitados por espíritus del agua, ondinas y encantados.



POZO DEL CARUAO (Mercedes Franco)
 A poca distancia de Caruao, en nuestro estado Vargas, existe una leyenda que espanta a propios y extraños. Se trata del " Pozo del Cura", fresco remanso formado por el río Aguas Calientes.
Cuentan que hubo antiguamente un convento entre Orituco y La Sabana, cerca del río. Según la leyenda, habitaba allí un sacerdote que frecuentaba el pozo y protagonizaba en él grandes escándalos, con algunas mujeres del lugar. La gente horrorizada, temía reclamarle su conducta, pues además, el individuo en cuestión era bastante violento.
Un día mientras se bañaba en aquel pozo, el perverso cura fue literalmente tragado por las aguas, ante la presencia de sus amigas. Pese a ser experto nadador, nada pudo hacer para salvarse. Su cuerpo no fue encontrado jamás. Dicen que desde entonces su espectro aparece, agitando los brazos, pidiendo ayuda y tratando de salir de aquel pozo.
Los vecinos de Caruao advierten a los viajeros y vacacionistas que no se bañen en el " Pozo del Cura", mucho menos de noche El fantasma de aquel desdichado podría apoderarse de ellos y hacerlos desaparecer entre las aguas.



PREDICCIONES (Mercedes Franco)
La predicción ocurre cuando la premonición que nos advierte que algo va a pasar es revelada a otros. Las predicciones que se cumplen se convierten en profecías. Predicciones de sismos han ocurrido en Venezuela desde 1641, cuando un loco anunció el gran terremoto de Caracas. Y el gran vidente Oscar Alirio Moreno predijo el terremoto del año 1967 con varios meses de anticipación. Sobre ese mismo terremoto, que devasto gran parte de Caracas, hubo una predicción en El Tocuyo, estado Lara. Un cantor popular y " brujo" llamado Roberto Anzola lo anunció un año antes de que ocurriera.



PREMONICIONES (Mercedes Franco)
Es lo que muchos llaman presentimientos, o corazonadas. Muchas personas aseguran conocer algunos hechos con anticipación. Hay quienes cuentan haber presentido una desgracia, o haber sabido que algo extraño o algo muy bueno iba a ocurrir solo por un presentimiento. Se cuenta de personas que han presentido la muerte de sus seres queridos o algún desastre aéreo y se han salvado de perecer por hacerle caso a su corazonada.



PRESAGIOS (Mercedes Franco)
Los venezolanos, herederos de una amalgama de culturas, en las cuales la magia siempre está presente, creen ver presagios en todas partes. Si se cae un cuchillo, un hombre vendrá de visita a la casa. Si canta cierto pájaro, alguien morirá. Si se cae un vaso de vidrio, buena suerte. Si se derrama sal, mal presagio, es preciso esparcir un poco de la derramada por sobre el hombro izquierdo, para atenuar el mal. Si nos miramos en un espejo roto podría sobrevenir años de ruina y hasta la muerte. Si el espejo se quiebra accidentalmente, terrible señal. Los presagios cambian y aumentan cada día, y cada quien crea los suyos propios. Por ejemplo si vamos a salir y se nos cae la cartera, es señal de peligro. Si se derrama el café, podemos perder dinero y asi interminablemente, porque la capacidad de interpretación de la realidad es infinita.



EL VIEJO (HUGO FERNÁNDEZ OVIOL)

Andaba tan lleno de soledad que cualquier pañuelo le desataba el llanto, y lo peor era que lloraba hacia adentro y el río de las lágrimas le enturbiaba las garzas, le corroía las gaviotas y le sembraba el mar de peces solitarios.

Él sabía que por ese camino era inevitable que se encontrara con el caballo ciego y trataba de cavar salidas en el túnel; pero, inventaba picas falsas y a cada instante estaba más profundo en el corazón de la montaña.

Era casi inevitable el encuentro con los gavilanes y sus palomas lo presentían e iban apagando sus arrullos y la angustia, como un oscuro almidón espeso, les iba entumeciendo las alas y les pintaba la cola con pinceladas amargas.

Él sabía que había llegado el momento en el cual resultaría inútil que malgastara la mañana tirando monedas en el río, porque a las seis de la tarde, a la hora exacta del crepúsculo, sentiría tintinear en sus bolsillos las monedas del miedo… y se desesperaba.

Entonces empezó a inventar huidas, a escalar montañas falsas, a querer esconderse en los recuerdos, a racionalizar el tobogán y la escapada. Pero su tristeza andaba con él y cuando se creía más seguro, cuando menos lo esperaba, le enseñaba la lengua y empezaba nuevamente a corroerle el alma.

Así llegó hasta el lago y ellas estaban allí, sembrando poemas en la arena, con la esperanza de que nacieran fusiles en la sierra… él aprovechó la ocasión para robarle su quena más pequeña y se puso a elevar su viejo papagayo.

Luego frente a su sed de siglos, la muchacha le tendió la vasija luminosa de sus manos y el agua clara y fresca de su voz se precipitó hacia él en forma de raudales y fue el deslumbramiento: el relámpago azul del sueño multiplicado en las estrellas, la noche iluminada, el pulir amorosamente los luceros, la reinvención del azúcar y un florecer infinito del naranjo.

Él dijo entonces de su absurdo deambular y sus fantasmas y ella le recordó la silla de ruedas de Mariátegui. Él le dijo de los compañeros muertos y de los fusiles enterrados y ella le recordó el tiple de Atahualpa en el Tolima y le habló de Víctor Jara y le dijo de Jorge, un mimo del Perú que monta su espectáculo en las plazas e inventa sopas ratoniles y, lo más importante, que se ha negado siempre a pedir permiso para su espectáculo.

Después, él se quedó mirándola a los ojos largamente, tomó un pedacito de luz de su sonrisa, hizo con ella una bandera y se la puso en la solapa. Limpió su viejo rifle y se sumergió en la calle.

Esto sucedió hace mil años y todavía cuando se le pregunta al viento por el viejo, contesta sonriendo:

-Por allí anda, con la barba millonaria de pájaros, con los bolsillos repletos de papeles, disparando su vieja escopeta y su esperanza.




AQUELARRE (Enrique Plata Ramírez)
¡Cállate! -¡furioso, el hombre le gritó a la mujer porque no lo dejaba escuchar el fútbol! Ella, adolorida en su corazón, fue y se sentó a escribir un libro.
Tiempo después, el hombre envidioso al ver el éxito de su mujer, se presentó ante el tribunal, y acusándola de bruja, dijo que le había robado ideas de su profunda reflexión para escribir aquel libro.
El tribunal, vistas las pruebas, dictó sentencia y el aquelarre fue preparado. Ante los impávidos ojos de su mujer, el hombre ardió en aquella hoguera vanidosa.

ESPANTO (Enrique Plata Ramírez)
Jamás imaginó que su sola presencia pudiera causar tanto terror entre aquellas gentes. Se paseó con cierta indiferencia y pudo apreciar como todos salían en desesperada fuga hacia todas direcciones. Escuchó sus gritos de espanto, sus palabras de llanto, lamento y dolor. Probó un brazo aquí, una pierna más allá, y finalmente cansado de toda aquella pantomima, atrapó a un obeso que se había rezagado.
Luego, satisfecho por la faena librada, regresó el tiburón a las profundidades del ancho mar.



EL MÉDICO Y SUS MUERTOS (Gregorio Riveros)
El poeta Pancho Portillo escribió en un periódico nacional una crónica titulada "Prohibido enfermarse". Hacía referencias a la escasez de alimentos, medicinas, los pésimos servicios de salud pública, y los altos costos de las consultas médicas privadas. Esa crónica me hizo recordar al médico de cabecera del pueblo. Era un hombre muy extraño y frugal. Y encontrarse con él, era casi obligatorio; no habían muchas alternativas, era el único médico del pueblo. Su "Alma Mater" era la más antigua del Estado. Era un médico extravagante pero gozaba de la fama que tienen los graduados en universidades serias y de mucho prestigio. Aunque por la crisis y la situación de escasez en el país, se convirtió en "médico yerbatero", y por eso, recetaba más hierbas que pastillas. Muchas veces fui a su casa. No por enfermo, sino por los libros que almacenaba en su consultorio, donde siempre habían más libros que pacientes. Una tarde que lo visité, pude conocer su particular hábito alimenticio: se alimentaba con hierba para burros, hábito que aprendió de un colega francés en un vecino pueblito colombiano llamado Macondo. Pero este médico que yo conocí, no era extranjero, era venezolano. Lo cierto es, que nunca supe su nombre verdadero. La última vez que nos vimos fue en la Plaza Bolívar del pueblo, a la salida de una misa dominical. Nos saludamos, y entablamos una conversa inusual. Cuando le pregunté por su oficio y sus pacientes, me respondió: "...las enfermedades están, solamente cambian los enfermo". Me enumeró algunos de sus pacientes y enfermedades: "El Telegrafista, sufre de impotencia sexual, no le alcanza el dinero para comprar viagra, se pusieron muy costosas las pastillas, yo le digo que beba díctamo real con miche sanjonero y chuchuguaza. Las hijas del árabe sufren de halitosis, es un muerto de hambre, se aprovecha de la crisis porque no hay crema dental y usa bicarbonato para no arriesgarse a gastar unas monedas más con los bachaqueros. Esos y otros enfermos están vivos. Pero Dévora murió de Sida, no encontró los retrovirales. Jacinto, "El Matapuerco", murió de un dolor de oído, no había morfina, y el sauce con agüita de ajo machacado no le calmaba el dolor". Al fin, hizo silencio, se dio cuenta que eran más los enfermos que faltaban en el recuerdo que los recordados, porque hace años que había abandonado la costumbre de visitar al cementerio para mirar las cruces y recordar nombres de pacientes, vecinos y amigos. Y de pronto, terminó de conversar. Dio la vuelta y se marchó hablando solo, como alguien que se despide delirando y en agonía, con voz suave y temblorosa que apenas deja escuchar lentos silbidos de palabras: "Hace ya varios días... que no veo a Eulalia... María... Pedro... Juan... José... son muchos los ausentes.... son muchos... los muertos".



EL ZAPATO (Ricardo Jesús Mejías Hernández)
Para no enamorarse más, se sacó el corazón y colocó un zapato.
Ahora, por las noches, le es imposible conciliar el sueño, siente un trote en el pecho, no puede dejar de pensar en los pies de su última cliente.


EL DOBLE (Ricardo Jesús Mejías Hernández)
No tuve otra alternativa, necesitaba salir a la calle, distraerme. Hice un muñeco igual a mí, quedó perfecto, bueno, casi.
Pensé en cuidar todos los detalles, nadie debía notar mi ausencia. Le dejé un teléfono para que llamase en caso de emergencia y prometí estar al pendiente. También le enseñé a asentir con la cabeza ante cualquier pregunta, aunque le cuesta un poco, su cuello es tullido (ya dije que era casi perfecto).
Al principio lo visité algunas ocasiones; una vez le llevé la camiseta del Barcelona, no podía fallarle, era la final de liga; otro día tuve que consolarlo mucho, al parecer falló en un momento fogoso y, como es sentimental y romántico, le afectó un tanto; quedó calmado cuando dije que eso nos pasa a todos.
En fin, de eso han transcurrido veinte años, mi doble al juzgar por su sonrisa parece estar feliz, creo que ya no le importa pasar tanto tiempo en la cárcel.


MOSQUETEROS (Julio Romero Parra)
Cuarenta años atrás, cuando era un adolescente soñador que dejaba de ir a fiestas a cambio de quedarme a leer algún libro de ficción, algún día, mientras repasaba con deleite Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas, pude ver cómo un trío de espadachines entraban a la pulpería que regentaba mi padre, un pequeño comerciante de carácter explosivo llamado Francisco Romero. Acostado sobre la hamaca de un largo corredor me quedé dormido al tanto que leía las aventuras de un joven gascón de dieciocho años llamado DArtañan quien viajaba rumbo a París con el propósito de convertirse en mosquetero. En cada capítulo del libro era testigo de las acciones que ejecutaban Athos, Porthos y Aramis, quienes servían al rey Luis XIII y enfrentaban al cardenal Richeleu para poder resguardar el honor de la reina Ana de Austria.
Al final de cuentas, cuarenta años más tarde, exclamo ante mí mismo ¡Qué ironía!, y me digo que las artes son parte de la vida misma. Cuatro décadas atrás no podía dilucidar por cuál motivo un pez podía ocupar una naturaleza muerta de Juan Gris ni entendía el motivo por el cual Frida Khalo se representaba a sí misma como una melliza en un memorable cuadro. Tampoco podía comprender por cuál impulso misterioso los tres mosqueteros terminaban siendo cuatro. Pensaba que Dumas sufrió un desfase mental al colocar el título a su obra. ¿Por qué Los tres mosqueteros si al final conformaban un cuarteto? Sí, señor. Eran cuatro memorables majaderos cuyo lema repercutía como el acero de las espadas: ¡Uno para todos y todos para uno!
Fueron los tiempos cuando escribía cuentos al mejor estilo de Franz Kafka y Knut Hamsun. Me dejaba llevar por las influencias como las olas se dejan llevar por los vaivenes del mar. Seguro estaba entonces, tal cual como lo sigo estando ahora, que los mejores artistas son el producto del desasosiego, del perpetuo estudio, del esfuerzo pertinaz, y todo aunado a otro elemento llamado imaginación.
Recuerdo que esa hamaca donde leía las aventuras más apasionantes de las letras se encontraba colgada entre dos horcones de una casa colonial, detrás de la pulpería que regentaba Francisco Romero, mi querido padre quien falleció muy joven por aquel entonces, un hombre honesto y humilde que se vino de las serranías de Lara hasta la Acarigua pueblerina de principio de los años cincuenta para luego caer en prisión por el único delito de no estar de acuerdo con la dictadura de Pérez Jiménez. De los calabozos de la Seguridad Nacional salió todo machacado por los esbirros y eso le restó años de vida.
Y en esa ocasión, cuando intentaba descifrar el drama caballeresco de Alejandro Dumas padre, cuando el sol de un crepitante mediodía saltaba entre los tejados de la aldea, pude ver la entrada triunfal de cuatro clientes asiduos a la pulpería de mi padre: Carlos Gauna, Manolo Escalona, Pedro Anzola y Luis Bazán García. Mi memoria siempre se encuentra con este recuerdo pues para tal momento, quizás porque leía la historia de Dumas, los visitantes se me antojaron como los héroes que intentaban resguardar el honor de la reina Ana de Austria. Ellos también, en una época dorada, aunque no enarbolaban espadas sino carteritas de ron, disfrutaban la vida con el lema de los tres (cuatro) mosqueteros. ¡Uno para todos y todos para uno!



EL PUENTE DEL SECTOR LA MEDINERA (Samuel Omar Sánchez Terán)
Pido permiso a los caminantes de las noches sin destinos, por este puñado de cruces, me santiguó para relatar este testimonio, el cual es la pura verdad. Sucedió en San Carlos, van apareciendo poco a poco las luces del progreso, lo que si salían eran apariciones y aparatos feos, que ni el mismo modernismo los ha ocultado. Hay tres comunidades que se formaron con los nombres de Arizona, El Limoncito y La Medinera, sus habitantes deben caminar varias cuadras para ir de un sector a otro, los separa un canal de aguas caudalosas, por iniciativa de las comunidades y el gobierno regional, construyeron un puente el cual fue bautizado como La Medinera. En horas de la medianoche, se oyen los llantos de La Llorona, el sonido infernal de las ruedas de El Carretón, lo curioso es que son los días lunes y fin de semana, se corre como pólvora que a más de uno los han asombrado y casi los dejó muertos del susto. En el año 2013, marcó un misterio que aún no han encontrado la explicación a esa mala visión, el puente es el sitio de encuentro de los conocidos para conversar con un litro de alguna bebida espirituosa. Un día lunes por cierto de las ánimas benditas del purgatorio, viene Rigoberto en su motocicleta  con Orlando de acompañante, son pasadas la medianoche; la noche presagia algo...el frío arremete en contra de ellos, al llegar a la entrada del puente, se apaga la moto, se extrañan y dice Orlando: -Compadre Rigoberto, nos quedamos sin gasolina, se le olvido llenar el tanque-. Le responde sonriendo: - El tanque está full, no sé qué le pasó a mi compañera-. La revisan y nada de encontrarle la falla. En la soledad oyen un fino silbido, los pone alerta...se hace un silencio de esos que espantan; de la nada ven a una mujer de belleza asombrosa camina hacia ellos, cuerpo de sirena, un pelo negro azabache que le llega a la cintura, sorpresa está totalmente desnuda. Se ven las caras, sus cuerpos se erizan, señal de algo malo, la mujer los mira se acerca a una de las barandas del puente, se monta y se lanza a las aguas turbulentas, quedan impresionados con esa escena, están aterrados, cuándo oyen una carcajada maligna y acompañado de ese silbido, el susto los acompaña, como pueden logran encender la motocicleta y llegan a sus casas asustados, desde ese día empezó el misterio de la mujer que sale en dicho puente. No hace poco tiempo vienen de una fiesta en sector El Retazo, Freddy García, su pareja Yuraima Sandoval, sus hijas Daniela y Daniely, han disfrutado de lo lindo, vienen conversando alegremente cuando llegan a la entrada del puente, un fuerte remolino estremece las ramas de los árboles, ven pasar a varios perros corriendo asustados, un silbido recorre todo el sitio, se miran los rostros, el miedo se les refleja, se agarran todos las manos al llegar a la mitad del puente, ahora el silbido es fuerte, el caminar es más rápido, no comentan nada y llegan a su hogar en el sector el Módulo del Limoncito. Dice algo temblorosa Daniely: - Mamá, ese es el silbido de La Sayona. Le responde: - No hija, es de las ánimas benditas-. Aún están temblando del susto, es la una de la madrugada, cuando oyen el llanto lastimero de una mujer, en frente de la casa que les heló la sangre, rápidamente Yuraima busca la imagen de La Magnifica y reza la oración, el llanto se aleja por la calle, el silbido toca la puerta, sus corazones se aceleran, las hijas lloran aterradas, Freddy saca de su cartera un cruz elaborada de palma bendita y la coloca en la puerta y se va desvaneciendo ese sonido infernal y desapareció. Al amanecer comentan que la aparición del puente, los acompañó hasta la casa esa noche. Desde ahí no llegan después de la medianoche y por si acaso, siempre riegan la casa con agua bendita, por si acaso.

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