Joven llanera en el archivo de Fernando Parra
FANTASMA
DE PÁEZ (Mercedes Franco)
En el Archivo Nacional aparece el fantasma
del General José Antonio Páez, líder patriota y Presidente de Venezuela. El
caudillo llanero aparece en su uniforme de gala en toda su dignidad y
prestancia. Quienes han logrado verlo dicen que se pasea por los pasillos y al
encontrarse con alguien contempla con intensa curiosidad a la persona de otro
tiempo que mira frente a él.
PALOMETA
PELUDA (Mercedes Franco)
Existe en Venezuela una mariposa nocturna,
negra y grande, conocida en la costa oriental como La Palometa Peluda. En el
estado Sucre, la consideran verdaderamente temible. Dicen que se cría cerca del
Golfo de Cariaco. Durante la época de lluvias, esta plaga cae sobre pueblos
como Carúpano, Tunapuy y El Pilar, oscureciendo las calles. Causan
escoriaciones y daños irreversibles en los ojos, por el polvillo o pelusa que
desprenden sus alas.
La gente de oriente le atribuye a este
insecto un poder maligno, sobrenatural. El cura oficia misas extra para exorcizarlas
y en las noches se encienden grandes hogueras en las calles, para atraer allí a
las palometas, que caen en el fuego estallando como petardos.
PAPÁ
TONGORÉ (Mercedes Franco)
En nuestra Barcelona de Anzoátegui, había
devoción por determinadas imágenes, como la del Niño de la Catedral de
Barcelona, y algunas otras que los vecinos poseían, a las que se atribuían
grandes poderes benéficos y protectores y se adoraban en Navidad. Pero cada
quien adornaba su Niño Jesús y lo colocaba iluminado en un lugar visible.
Muchos vecinos acostumbraban ir a adorar el
de otras casas. Historiadores como Alfredo Armas Alfonzo, recuerdan la devoción
a una imagen del Niño Jesús conocida como Papá Tongoré. Pertenecía al vecino
Manuel Yancén y se consideraba muy milagrosa. A principios de siglo las fuerzas
del gobierno combatían al insurrecto General Rolando, en Aragua de Barcelona.
Un indio llamado Pantaima tenía en la mira al caudillo, cuando un centinela de
Rolando gritó: " ¡Sálvalo, Papá Tongoré!". Pantalla se desconcertó
totalmente. La carabina se le trabo y el proyectil se atascó en el cañón.
El General Rolando escapó con vida y la
leyenda de "Papá Tongoré" se extendió por todo el país. La devoción
al Niño de Barcelona creció y el mismo Rolando se hizo devoto de aquella humilde
imagen oriental.
LOS
OJOS (Ricardo Jesús Mejías Hernández)
Ese día llevó los ojos puestos, entró al baño
del bar y en el espejo, notó que no los tenía.
Más tarde, en la barra, pidió un martini con
dos aceitunas.
Volvió a entrar al baño y en el espejo, vio
su imagen con dos aceitunas en lugar de ojos.
A la hora del cierre, cuando se retiraba
acompañado por una escultural rubia, el mesero lo llama y dice:
—Señor no olvide llevar sus ojos.
EL DESTIERRO (Eduardo Sanoja)
Como yo he hablado de la luna y escribía de
la luna y sabía cuándo era creciente o menguante o llena o nueva, decían que yo
vivía en la luna o que me la pasaba en la luna, y eso no les convenía a los
amos de los dineros, porque ¿qué iba a pasar si eso se generalizaba y toda la
gente la cogía por “pasársela en la luna”? Eso no debía ser. Los jefes del
Imperio de los Dineros decidieron acusarme y enjuiciarme y condenarme. La
decisión fue unánime y la sentencia el destierro. ¡Fuera del planeta! ¡A la
luna! Me amarraron, me montaron en un cohete y me mandaron preso para allá. Me
entregaron a las autoridades de la luna. Allá siempre es de noche y no hay luz
eléctrica. Me recibió el rey de la luna que es blanco como el hielo y tiene,
caso contrario, luz propia como la de los bombillos fluorescentes, de neón.
–¿Por qué te mandaron para acá? –me preguntó
luego de que se marcharan quienes me habían llevado.
Le expliqué todo el rollo de mis palabras y
de mis poesías y lo de las leyes del Imperio. Me oyó en silencio…
Al rato dijo: “Aquí no hay calabozos ni
cárceles. No sé si el rey de tu Imperio va a seguir molestándonos mandando
gente a buscar piedras y a contaminar con las basuras que dejan aquí. No sé. Lo
que te puedo decir es que como aquí siempre es de noche la pasamos soñando.
Siempre soñando. Vivimos del sueño”.
Yo pasé allá no sé cuánto tiempo. Lo cierto
es que aunque yo era (yo soy) un soñador, no estaba acostumbrado a soñar tanto
tiempo seguido y hablé con el rey para que me diera permiso para irme.
–Eso no es problema mío –dijo–. Te las sabrás
ingeniar…
Estuve un bojote de días pensando y requete
pensando hasta que por fin resolví pedirle a unos zamuros que iban volando que
me hicieran el favor de bajarme hasta la tierra. Ellos me dijeron que me
agarrara de sus patas. Entonces yo me despedí del rey y le di las gracias y él
me regalo un cuchillo de hielo bien bonito.
Estuvimos varios días baja que baja hasta que
por fin llegamos.
–¿Dónde te dejamos? –preguntaron. Yo les dije
que me esperara porque les iba a dar un regalo en agradecimiento.
Como era de noche, entré escondido y empinado
al palacio y le clavé el puñal de hielo en el corazón del gran jefe del
Imperio. Salí y les dije a los zamuros: “ese es su regalo… ¡Cómanselo!”.
Ellos se hartaron y se fueron de lo más
contentos, y yo desde entonces puedo –estando en la tierra– pasármela en la
luna, tranquilo, soñando…
CUMPLEAÑOS
DEL MAGO (Wilfredo Machado)
Buscaba en
cada presentación y a cada momento cruzar el círculo de afilados cuchillos que
lo despedazaban lentamente como una jauría de carniceros furiosos. La primera
vez que saltó perdió una de las orejas -que quedó colgando en la punta de un
cuchillo descomunal-, aunque no le importó de ningún modo. Era un precio bajo
para su osadía. Además le bastaba sólo una para escuchar las interferencias del
mundo, el susurro del viento entre las láminas brillantes que lo aguardaban con
ansiedad a cada presentación. Luego fue perdiendo los dedos de las
manos, uno a uno; los de los pies, la nariz, los tobillos, los brazos, las
piernas, hasta quedar convertido en un amasijo informe donde apenas
podían reconocerse rastros de lo que había sido un ser humano. Para ese entonces
se había acostumbrado a las mutilaciones y las heridas, al sabor amargo
de su sangre y se arrastraba como un enorme gusano de seda bajo el sol. La
última vez que lo vimos se presentaba acompañado de un viejo mago que lo
cortaba en diminutos pedazos con una sierra eléctrica, cosa que a él
parecía no importarle. Sus ojos oscuros, sin párpados, apuntaban a las
nubes que se arremolinaban en el cielo. Por las noches, la mujer del mago se
disputaba con los perros los pedazos del artista que habían quedado esparcidos
sobre la plaza solitaria donde soñaba el viento. Luego los cosía con un
fuerte hilo de nylon para la presentación del día siguiente. Entonces el mago
se acercaba en silencio, susurraba unas palabras junto a su único oído, y lo
retornaba a la vida con un leve movimiento de sus manos.
—No, todavía no puedes morir—. Mañana será un día muy especial para todos. A ti, como siempre, te tocará apagar las velas.
—No, todavía no puedes morir—. Mañana será un día muy especial para todos. A ti, como siempre, te tocará apagar las velas.
A veces, a
escondidas, sin que nadie lo percibiera, el acróbata movía la cola en la
oscuridad de la plaza antes de la función.
SALOMÉ (Ramón Lameda)
Era el hermano
mayor de Buda, ubicado en un templo de Bizancio. Permanecía estático lleno de
siglos y soles, finamente amozaicados contra el muro. Bajo sus ojos, los
cristianos parecían bajo el fragor del fuego y el crepitar de los dientes
felinos.
Su largo pelo
cubierto de espejos reflejaba las arenas pretéritas de las cuatrocientas mil
galaxias que giran en la sangre.
No podía decretar
el sufrimiento. Su silencio le impedía penetrar en el valle de la sombra. Sin
embargo, intentó acercarse a la angustia humana. Mirando desde el vidrio del
aumento, penetro en los círculos más sombríos hasta reventar en mil pedazos.
Salomé tomó la
cabeza por el pelo y la colocó sobre la mesa de noche.
ATILA
(Enrique Plata Ramírez)
Lo miró con profundo odio. Hasta tres veces
lo abofeteó, y luego, con mucho desprecio, le espetó:
- ¡No eres nadie! ¡Ni siquiera eres digno de
ser hijo de tu padre! ¡Desde hoy dejas de ser mi señor!
El hombre herido en su alma contuvo la espada
en lo alto. La mujer lo miró con una mezcla de odio y terror.
Furioso, Atila salió a conquistar el mundo.
SOLICITUD
(Enrique Plata Ramírez)
Enamorado, el hombre se acercó hasta el padre
de la joven y educadamente le solicitó su mano en matrimonio.
Y llamando a la muchacha, tomó Atila un
hacha, le cercenó la mano y se la entregó al pretendiente.
EL
SUICIDA (Gregorio Riveros)
Matar la tristeza, eso quería el viejo poeta
Baltasar. Pero la tristeza llegó, una y otra vez. Bastó un instante perverso de
su presencia dolorosa para retomar el deseo de darle muerte, asesinarla sin
piedad. Eran tardes lluviosas de agosto que dejaban en el ambiente una
sensación de profunda desolación. Su mente tormentosa estaba acorralada,
doblegada, con su ánimo abatido. La pesadumbre capturaba su atención y lo
encerraba en los barrotes grises de una melancolía insondable. Hubo algunos
días que se pudo escapar, y podía salir de su agobiadora depresión. Salía para
la calle, a caminar en el centro de la ciudad, como una salvación, mirar
rostros, múltiples, desconocidos. Verlos andar le resultaba entretenido, le
hacían sentir parpadeos de la vida. Pero eso no bastaba en los otros días
grises, aún así, salía de la solitaria habitación, caminaba rápido para llegar
a la ciudad, llegaba, miraba la gente, y eso no le importaba. No le satisfacía
en nada, no lo calmaba, no representaba ninguna alegría, ni vitalidad, ni
compañía. Por el contrario, su estado emocional se trasladaba hacia una
sensación infernal de soledad, de abismo, de caída inevitable en las arenas
movedizas del fatal desasosiego. Llegaba al fin, a la más intensa penumbra.
Allí, donde todos los pensamientos de orden, de normalidad social convenida,
eran destrozados y abandonados sin escrúpulos. Era el lugar, o el momento, donde
se convertía en un vulgar delincuente, en un inclemente asesino de la tristeza.
Lo había pensado muy bien, lo estaba planificando, caerle a plomo limpio, a
balazos, y desangrarlo, hasta precipitar su muerte. Y llegó el día gris, más
frío y lluvioso, y se preguntaba ¿Cómo asesinarlo sin daños colaterales?. No
supe cómo ayudarlo, y no me siento culpable, es que ustedes tampoco lo hubiesen
podido ayudar, porque a un hombre firme y decidido a morir, de nada ayudan las
palabras, las orientaciones, cualquier consejo era ineficaz. Estaba decidido a
matar su depresión, su tristeza. No tuvo alternativas, puso la punta de su
pistola en la boca. La introdujo hasta llegar a la garganta. Y apretó el
gatillo. Pero no era el momento, lo salvó la suerte. La bala no estalló. Pero
probó el vértigo, la adrenalina, la sórdida y nerviosa sensación triunfal de
presenciar el momento previo del final, planificado, construido por su voluntad
y en sus propias manos. Y a la noche siguiente, se repite el ritual, Baltasar,
la pistola, la boca, la garganta, y una noche más larga y más lóbrega, y un
disparo perfecto que le dio muerte a la tristeza.
EL
ESPANTO DE JUAN CURIEPE (José Milano M.)
La sombra rauda dejó mi temple la
mirada atónita de Juan Curiepe. Parpadeo nervioso seis veces y la tensión en su
cuello le hinchó las venas parietales; la cosa era horrible, pegaba unos
alaridos espantosos y despedía un olor a
fuego de bosta húmeda cada vez que le pasaba por el frente.
-No me mates esa danta. Le dijo el
capataz con señero gesto a Juan Curiepe. Fue un ruego más que una orden.
-Es que por esos montes quedan
poquitas y a nosotros la comida no nos falta. De todos modos el terco campesino
montó la velada y una noche dio con la
cría jojota del animal; no dijo nada, la preparó en su choza en salmuera y cada tarde le hincaba el diente mientras
acechaba a la grande. El capataz se había dado por vencido, no sin antes
advertirle que danta y encanto se parecen, que tuviera cuidado de los muchachos
que cuidan los montes.
Aquella noche vio una trocha que antes
no había mirado, la siguió, y al final se encontró con la bestia; una carcajada diabólica inundó los caminos y el
espectro se le fue encima volviéndose un humo negro y hediondo. Juan apretó el
machete con ánimo de quitarse de encima aquel espanto, pero no le respondía el
brazo y las piernas temblorosas no daban ni para correr.
-¡Aaahhhh!! ¡Aahhh! ¡Ahhh...! Gritó de
pronto y cayó en un desmayó. Frío y con los ojos abiertos, el susto se le quedó
marcado en el rostro.
A la mañana siguiente, cuando lo
encontraron, estaba seco como una estaca, hecho heces y orinas; hubo que cortar
sus ropas para bañarle. Desde entonces Juan Curiepe no ha dicho una palabra
duerme de día y se queda en las tardes mirando el monte desde la ventana, y
cuando cae la noche se encierra en su choza entre cuatro velas balbuciendo
rezos hasta el amanecer.
Hace dos años la ventana no se abrió,
nadie extrañó su cara, nadie preguntó por él, la choza se fue secando con los
años y la paja dispersa por el viento dejó ver una torta de esperma bordeando
un esqueleto con los huesos roídos como
si se lo hubiesen comido poco a poco y desde adentro.
LOS
MUÑECOS (Juan Emilio Rodríguez)
La mujer y aquella figura masculina
asistieron durante cincuenta años a una cátedra sobre La Ciencia de la Vida que
dictaba un renombrado profesor.
Cada día de aquellos trece mil anocheceres,
la mujer y la figura masculina se sentaron en pupitres separados para oír
las profundas disertaciones del
magíster.
Pero una noche, al levantar el brazo para
recalcar un concepto, el profesor enmudeció.
La mujer, después de esperar unos segundos
por lo que creía una pausa, miró por primera vez la cara de una figura
masculina.
Y entonces creyó ver en sus pupilas azules el
deseo de que ambos fueran a ver qué le sucedía al erudito.
Con pasos lentos se acercaron al rígido
maestro.
La mujer le tocó el brazo suspendido. De
inmediato, el profesor se desarmó con un estrépito de plástico, metal y goma.
La mujer abrió los ojos aterrada, y luego
empezó a sollozar, como al compás de los oscilantes y oxidados resortes, que
brotaron del tórax del profesor.
-¿Lloras? –Preguntó sin alterarse la figura
masculina.
-Hemos dejado ir nuestras vidas oyendo a un
muñeco que nos explicaba lo que no podía saber –dijo que al final la mujer
entre llanto- unidos si habríamos aprendido La Verdadera Ciencia de la Vida.
-Yo estaba seguro- dijo la figura mientras
miraba sin expresión alguna- que tú también eras un muñeco… como nosotros.
CONTRASTE
(Víctor Marichal)
Aquel hombre era admirado por el bajo mundo,
pues él pertenecía a ese ambiente y había demostrado habilidades
extraordinarias que le permitían cierto rango dentro del hampa.
Parecía que sus delitos quedarían impunes. En
más de una ocasión lo hicieron prisionero pero jamás pudieron condenarlo por no
hallar pruebas suficientes en su contra. Algunas veces por sus astutas
declaraciones y otras por tener dinero para pagar a cualquier tracalero que se
encargara de demostrar su inocencia.
Un día, en vista de que los policías podían
reconocerlo y meterlo preso de nuevo, decidió jugarles una maniobra para
incurrir en uno de sus delitos y evitar ser capturado. Esta maniobra consistía en disfrazarse. Se
vistió con un uniforme exacto al usado por los policías y cometió el delito.
Despojó a un repartidor de cigarrillos de todo el dinero que hasta el momento
había cobrado a los comerciantes a quienes llevaba su mercancía. Después del
hecho huyó en veloz carrera, y al internarse en un callejón que le proporcionaría
la feliz huida, otro delincuente, quien no reconoció a Ricardo y temeroso de
que la ley le cobrara las deudas contraídas con ella, sacó su arma y sin que
Ricardo lograra identificarse recibió tres impactos de bala, pero antes de caer
logró sacar su pistola y hacer blanco en el rostro sorprendido de su asesino.
La policía al levantar los cuerpos quedó
estupefacta al encontrar el cuerpo de Ricardo vestido con uniforme de la
policía. Alguien que conocía bien a Ricardo y que supo de los hechos dijo: “Y decían
que jamás la justicia podría con él”.
EL
CAZADOR (Samuel Omar Sánchez Terán)
Este
es uno de los tantos relatos orales de la población de Manrique en el estado
Cojedes. Alexis Sandoval, hombre manriqueño, tiene por hobby la cacería no
desperdicia un momento libre para ir al monte o la montaña. Siempre le decían
su familia y amigos, que dejara esa ceba porque no respetaba los días santos
para cumplir sus hazañas de cazador, él comentaba que era buen baquiano y para
eso cargaba una contra de la Virgen del Carmen. Sucedió un día lunes, luego de
trabajar en su parcela, llega a su hogar, después de cenar le dijo a su
mujer qué iba de cacería y llegaría
tarde Son las nueve de la noche, está por los lados del sitio conocido como “La
Martinera”, logra distinguir un enorme picure se dice: -¡Ah camarita, me salvó
la noche!- Lo empieza a perseguir, está corriendo y no se da cuenta por dónde
va. La noche se pone como cueva de zamuro oscura y se estalla por una cerca de
alambre, al rato nota que está dentro de los terrenos del cementerio, el cual
está situado en las afueras del poblado, se encuentra cerca de unas matas de
algarrobo, la luna se esconde detrás de unas nubes, no ve por donde va y cae de
batacazo en una fosa que han hecho los sepultureros en la mañana, es un inmenso
panteón familiar, tiene casi tres metros de profundidad, suerte que no se
fracturó una pierna, nada más unos leves moretones, se echa a reír y dice:
-!Cónchale! ese picure me tenía hipnotizado, que no vio cuando entre al
cementerio y de ñapa vengo a caer en esta fosa- Son casi las doce de la
medianoche-. Ha gritado a ver si alguien lo escucha y lo rescata, ha tratado de
salir, no puede está agotado de tanto saltar, la luna aparece y refleja su
claridad a un lado de la tumba, el otro oscuro, siente un silencio sepulcral
que ni un grillo canta, un frío helado lo pone a temblar por un momento, se da
por vencido, decide acomodarse en la parte que no da claridad, esperará al
amanecer cuando lleguen los trabajadores y lo saquen. Comenta la gente mayor
que la tierra de cementerio mojada pone a la gente hinchada, por cierto había
caído una leve garua de lluvia, ya está cómodo para dormir un rato, cuando
siente que cae un bojote de platanazo dentro de la tumba, sobresaltado salta,
ve que es otro cazador el cual dice: -No se preocupe compañero, que vengo
hacerle compañía-. Alexis, le ve su rostro que es todo cadavérico, ahí logra un
gran salto como si fuera empujado por un resorte y sale de un brinco de la
fosa, pálido como un cadáver, se encomienda a la Virgen del Carmen y pega una
loca carrera monte adentro, que aún lo andan buscando.
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