lunes, 4 de febrero de 2019

Leyendas y cuentos cortos venezolanos (32) Varios Autores

Imagen en el archivo de Miguel Ángel Uzcátegui Abreu




CUEVAS MÁGICAS (Mercedes Franco)
Hay en Venezuela varias cavernas mágicas, sobre las cuales se ciernen raras consejas. En la Sierra de San Luis, en Falcón, se cree que hay una cueva misteriosa donde se oyen extrañas canciones. Una muchacha entró atraída por esta música y cuando salió, se había convertido en una niña de pocos años.
En el cerro Santa Ana, también en Falcón, existe la "Cueva de Yabuquiva". En este lugar misterioso la leyenda cuenta que existía una culebra gigantesca, de diez varas de largo, capaz de tragarse a un hombre.
Muchos afirman que allí está todavía el animal, por lo que nadie se atreve a acercarse. La gente cuenta que esa culebra descomunal no es otra cosa que el espíritu de Yabuquiva, un valiente caquetío que murió allí acorralado por los españoles, durante el siglo dieciséis.
Yabuquiva volvió del más allá cabalgando la culebra gigante. Derrotó a los españoles y luego se refugió en la cueva, y aún mora allí su espíritu bravío.
Cuiba, Pozos de la. En el camino de Sabaneta, en el estado Falcón, se halla un agreste y cautivador paraje, donde se ven tres pozos medianos. El lecho rocoso de estas lagunas se enmarca en una vegetación árida y reseca, donde abundan xerófilas como el cardón y la tuna. El lugar es conocido como Los Pozos de La Cuiba, tal vez por la abundancia de pequeños caracoles conocidos en la región como “cuibas”.
Según una vieja leyenda, en estos pozos permanece cautivo el espíritu protector del rey Manaure y otorga parte de su inmenso tesoro a quien lo solicita.
Manaure era un valiente cacique, llamado por los españoles ”rey de los caquetíos”, aborígenes que dominaban todo el territorio hoy conocido como Falcón y Yaracuy. Según los cronistas de Indias, Manaure poseía una inmensa fortuna. Era llevado permanentemente en un trono portátil, y a su paso resonaban trompetas y tambores. Manaure entró en conversaciones con los españoles y los caquetíos se pacificaron. Sin embargo, un día el rey desapareció misteriosamente. Hubo quien dijo que murió ahogado accidentalmente en los pozos de La Cuiba.
Un día, después de muchos años, una campesina estaba lavando sus manos en los pozos y dirigió una silenciosa plegaria al rey Manaure para que la ayudara. Enseguida brotó del agua una serpiente dorada. La valiente mujer tomó su machete y la cortó en dos. Y vio asombrada cómo aquellos dos trozos de serpientes se convertían en dos trozos de oro sólido.
La campesina se llevó su oro y mejoró su situación. Le iba muy bien con la cría de cabras. Al cabo de un año volvió a los pozos y dijo: “Rey Manaure, dame mi limosna”. Nuevamente surgió la culebra y al cortarla, volvió a convertirse en oro. Cada año, la mujer repetía aquella petición.
Cuando se vio ya anciana y enferma, quiso transmitirle esta herencia a su única hija. Le explicó cómo debía hacer para recibir ayuda del rey Manaure.
Al morir la anciana, la muchacha fue a los pozos y pidió la limosna, tal como se le había dicho. Pero al ver la culebra se asustó y corrió. La culebra volvió al agua y así se perdió para siempre el don del generoso Manaure.
Curaciones milagrosas. Cuando no se tiene dinero para acudir a clínicas ni hospitales, como es el caso de los venezolanos y los latinoamericanos en general, el pueblo hace acopio de fe y fervor, en espera de una curación milagrosa. Muchos le piden a las Ánimas Benditas, otros al doctor José Gregorio Hernández y otros, simplemente, van a los brujos y curanderos, esperando alivio a sus males. Y se han producido en realidad muchas curaciones milagrosas de las cuales hay diversos testimonios.


MICRO 16 OLVIDO (Cósimo Mandrillo)
El día que decidió dejar de recordar, se rodeó la frente con un pañuelo y ajustó el nudo hasta que le dolió la nuca. Tres días después, el temible caudal aún corría frente a sus ojos cargado con todo lo que ansiaba olvidar. Dispuesto a parar la penosa procesión, se exprimió los ojos hasta la oscuridad escarchada que dicen ver los ciegos, pero el río era infinito. Ya en el suelo, vio escapar toda el agua de su cuerpo, ni una sola de sus penas flotaba en ella.


NO SENTÍA MIS PASOS LENTOS (Danira Pimentel)
Pensamientos idos, volaban, no sé dónde se perdían. De pronto un encantamiento, me quedé inmóvil, no recordaba nada, caminaba, sentí frío, mucho frío. Una sensación extraña sacudió mi alma, un viento helado sacudió mi cuerpo. Se abrieron las ventanas, y cambiaron de lugar las sillas, miedo, sí, miedo dentro de mí. Temblaba, el viento iba y venía por toda la casa; no reconocí lo mirado, mis
ojos se abrieron a una nube blanca. Estremecida luché y luché hasta el anochecer.
A unos pocos metros un hombre agonizaba.



LE REGALAMOS UN TELESCOPIO AL ABUELO (Armando José Sequera)
Le regalamos un telescopio al abuelo. Más vale que no.
Nos pidió que subiéramos su mecedora al techo para establecer su observatorio. Después, que lo subiéramos a él, con cuidado que tengo esta pierna enferma. Posteriormente, la abuela dijo que ella no se quería quedar sola y hubo que subirla también.
Bajarlos es más complicado que subirlos: parece que senos fueran a caer. Una vez en la tierra hay que escuchar las narraciones acerca de lo que ambos habían visto.
Si supieran que el telescopio no tiene vidrio.


ENTRE NUBES Y ENCEGUECIMIENTOS (Armando José Sequera)
Desde el día que dijo, al fin he comprendido el significado de la belleza, pasó su tiempo de abuela eximida de trabajo contemplando el vuelo de las aves.
Aunque pocos aseguraban haberle conocido sonrisa, todos la vimos plena de infinitas alegrías, cuando dejo su mecedora moviéndose tras de sí y batiendo alas recién surgidas se elevó en un trino palpitante hasta no sabemos dónde, pues, entre nubes y  enceguecimientos, la perdimos de vista.


DESPEDIDA (Enrique Plata Ramírez)
El hombre, monstruoso ante el hijo que se echó a llorar al verlo trajeado de guerrero se acercó dulcemente a su joven esposa y le dijo:
Mi señora, si acaso no regreso de este combate, piensa que he ofrendado mi vida por ti y por mi hijo.
Andromaca, temerosa sabiendo de la crueldad de Aquiles, abrazada a Héctor, besándolo con infinito amor, lo encomendó a Zeus.
Aquella tarde Zeus se quedó dormido y no supo de las lágrimas de la mujer.


DECISIÓN  (Enrique Plata Ramírez)
De en medio del fragor de la batalla, salió el jinete, evidentemente herido, y acercándose a la mujer, le dijo:
Si puedes tú, Diznarda, en esta cruel batalla, limpiar la sangre de mis heridas, cómo no puedo yo ofrendar mi vida por ti. Que Alá, el misericordioso, te guarde por siempre mi Señora.
Limpio Diznarda las heridas del hombre, lo abrazó fuerte y le dijo:
Mi Señor, vuelve a la batalla, vence y regresa a mi lado.
Vio Diznarda partir raudo sobre su brioso caballo a Mahomed. Estaba segura de que nunca regresaría. Y orando a Alá, el todopoderoso, para que los reuniera en el paraíso, quiso adelantársele y tomando la navaja cortó las venas de sus manos.


EL PALABREO DE LAS RAMOS (Soledad Morillo Belloso)
Manos curtidas Eulalia, Eunice y Evangelina eran expertas en el arte del arrollado del tabaco. Acaso por ello, el cabello de todas, largo, sedoso, negro azabache, estaba permanente aromatizado. Cuando caminaban por las calles y veredas de la primogénita del continente, de la ciudad donde nace el sol, dejaban una estela. Dicen que eso era lo que ejercía sobre los hombres una suerte de sortilegio. Que hombre que las olía, quedaba para siempre prendado de ellas. Las Ramos eran de poco hablar, acaso porque, generación tras generación, guardaban un secreto, un gran secreto. Nadie sabía a ciencia cierta cuándo habían comenzado a dedicarse al quehacer de estirar hojas secas, arrollarlas unas sobre otras, hasta producir un tabaco sólido, bien firme y de sabor espléndido. Acaso la tradición provenía de aquellos tiempos de la guerra, luego de la emigración, cuando los hombres se fueron al combate, y las mujeres quedaron a cargo de una tierra otrora fértil, otrora linda, otrora amable, otrora... Sin hombres las mujeres se dedicaron a tejer sueños, a arrollar tabaco, a hilar esperanzas, a llenar cántaros con lágrimas, a mirar el mar y buscar una señal, a tratar de vivir. Y las Ramos venían de allí, de esa estirpe de mujeres que vieron dolor, que sudaron angustia, que acunaron y cuidaron a los niños de mantuanos y próceres, con la renuncia a cuestas, con las manos curtidas hasta el punto de asemejar la textura del tabaco. Las Ramos tenían historia metida en los bolsillos de sus delantales, y el secreto tatuado en la mirada. Las Ramos eran herederas del silencio forzado, custodias de eso que ocurrió para evitar una enorme tragedia, ese escape que se fraguó en noche de luna nueva, en tiempos de sangre y dolor, de patria naciente, de pólvora y filo de sables, cuando la vida valía poco, salvo para quienes con su sangre y sus lágrimas escribieron la palabra sacrificio. La libertad tiene muchas caras. Y las mujeres, sin importar el linaje, cualquier cosa estuvieron dispuestas a hacer para proteger a quienes no eran sino almas inocentes, víctimas de una tierra que entró en desvarío y tormento. Dicen que todo ocurrió una noche de luna llena, al calor de pasiones y ansiedades. Una noche en la que tres mujeres se despojaron de sus joyas, sus mantos y su honra, y regalaron su amor al mismo hombre. Y esa noche, en Cumaná, cuando un manojo de nubes tapó la luz de la luna, tres pasionarias cometieron el mismo pecado, el pecado de seducir a quien fuera el redentor de los hijos del sol, el que nació en la ciudad de donde nace la luz, en esa villa de leyendas y de sueños infinitos, donde el tabaco se mezcla con la piel, y hace que sus vástagos se acerquen a la divinidad. Cierto o no, al menos así se lo habían contado las abuelas a las Ramos, y esa viejas lo habían escuchado casi en confesión de boca de sus abuelas. Y si la verdad fue trastocada en el tiempo, se hizo cierta por obra de un deseo infinito de encontrar respuestas a preguntas extraviadas. El ardor del deseo logra lo que lo que el viento de la realidad pretende asfixiar. Si la historia fue apenas ficción o fábula, para las Ramos esa verdad había marcado la vida de todas las mujeres de una familia que, desde tiempos de sangre y dolor, no hizo sino aprender las lecciones de la supervivencia. Aquella noche, aquella noche de tribulación, en la hacienda se preparó festejo en honor de los oficiales patriotas. Las estrellas hicieron guiños, y la luna se hizo la tonta, y el rumor del mar acalló conciencias. Y el licor le jugó truco a la historia...


OBSESIÓN (Víctor Marichal)
En cierta ocasión me tocó de vecina una mujer que todos los días regaba su jardín. Mientras lo hacía entonaba una melodía. Cuando su voz llegaba a mí, me sentía tan pero tan furioso, que cerraba las puertas y ventanas para impedir que el sonido me alcanzara. Pero un día, después de haber transcurrido mucho tiempo, no la oí cantar. Me asomé para ver si al menos en silencio regaba el jardín, pero nada, no estaba.
Pensé que era muy temprano, consulté el reloj y comprobé que era la misma hora. Muy decidido salí de casa y fui a la de mi vecina. Llamé, y nadie respondió. Entonces me acerqué a la puerta, toqué y nadie contestó; abrí y entré. Su cuerpo permanecía inmóvil en medio de la sala.
Con autoridad me paré frente al cuerpo y dije: “¡Levántate y canta!”.
La mujer, ignorándome por completo, se levantó, tomo el regador, salió al jardín y comenzó a cantar.


CIRQUE 3 (Ricardo Jesús Mejías Hernández)
El acto de magia ya no era el mismo. Inmediatamente, luego de la última función, Pierre fue solicitado en la oficina del gerente. Fue fustigado y su acto calificado de pobre y, sobre todo, repetitivo.
Pierre, luego de enjugarse las lágrimas, se retiró a pensar qué haría; lo hizo toda la noche y parte de la mañana siguiente hasta que, por fin, tuvo una idea.
Ensayó a puerta cerrada durante todo el día, no podía fallar nuevamente.
Ya en la noche, durante la función, le llegó el turno a Pierre. Todas las miradas se centraban en él, o más bien, sobre sus manos. Introdujo lentamente la mano en el sombrero y, de un solo tirón por las orejas, el conejo Pierre sacó a un mago.


ENCUENTRO EN LA CALLE CERVANTES (Pedro José Pisanu)

Tomé tres cañas con sus tapas. No había buenas nuevas de trabajo, de concursos literarios ni de nada. Una vez más, aposté poco y perdí mucho. La tarde se hizo oscura de repente, cuando lo usual es que se alargue como un eco frente a las casas desoladas. Escuché golpes metálicos, choque de estoques, ejercicio de acero toledano. ¿Todo esto en el siglo XXI? No era posible. Pagué las cañas a Elba y salí.

La calle estaba solitaria y el viento corría desde los adoquines húmedos. La niebla inesperada se apoderaba de la vía. Pude oír más cerca el roce violento de espadas, los jadeos y al final un: “Hasta el fondo de tu alma. Muere hijo puta y que el infierno te reciba”. La calle se avivaba con olores de estiércol de caballo, orines de borrachos, los gritos de las putas. Vi una sombra levantada, sacando la espada de la otra que se apoyaba encorvada y moribunda en la pared. El matador envaina el acero sin limpiarlo de la sangre y ahora lo arrastra un poco sobre el suelo , en un sonido orquestado con las espuelas que ahora desprenden chispas entre la opacidad.

-Manco, ven, el canto de mi espada clama por ti -grita la sombra, ahora envuelta en algo como una capa-. Manco, ven, que ando de vena para el crimen. Mi espada quiere borrar de único tajo un poeta que nunca ha versado bien en esta tierra.

A mí espalda surgió una respuesta, voz sin fuerzas, carente de acústica en el rostro, sonido ahogado entre la boca, tal vez por escasez de dientes y de muelas:

-Te espero desarmado, sin odio ni rencor. ¡Dadme la muerte, Lope! Será el único favor que me haces en tantos años de inquina. Soy viejo, estoy enfermo, la muerte para mí será igual, mejor si antes. Ya he culminado Los trabajos de Persiles y Sigismunda.

Di media vuelta y pude observar una triste figura. No era don Quijote, era un Cervantes de rostro pétreo, esculpido en huesos y pergamino adusto. Apoyado en un bastón retrocedió hasta guardarse en la puerta de su casa.

Por un momento hubo silencio. La sombra con espada desapareció. Surgieron luces débiles de velas en candelabros. Irrumpieron voces y cantos de jolgorio, ecos agudos de mujeres y algunos graves de hombres brotando desde las viejas tabernillas.

Sin asombro cerré los ojos, tomé aire, abrí los ojos de nuevo. La niebla oscura ya no estaba. Salí hacia la Calle de León, buscando la Estación de Antón Martín, dejaba atrás el Barrio de las Letras.




LA VIRGEN DE COROMOTO (P. Ildefonso de San Martín)
Guanare, actual capital del estado Portuguesa, es la ciudad donde quiso colocar su trono la Reina del Cielo, con la advocación de “Nuestra Señora de Coromoto”.
Según refiere la historia, el 8 de septiembre de 1652, cuando el cacique de los indios de aquella región, llamado Cospes, se dirigía al campo, encontró, pasando una quebrada, a una señora, hermosísima con un niño en brazos. Con gran autoridad le ordenó se fuese con su tribu donde estaban los blancos para hacerse instruir en la religión y recibir las aguas del bautismo. El indio obedeció y, cumpliendo las indicaciones del español Juan Sánchez, se situó con su tribu en un lugar conocido con el nombre de Coromoto. Pero, pronto se cansó de su nuevo género de vida y se negó a seguir instruyéndose.
Cierto día, en que se encontraba muy desesperado en su rancho, se le apareció de nuevo la Señora Resplandeciente. Al instante la reconoció y, enojado con ella, le dijo: “¿Hasta cuándo me quieres perseguir? Bien te puedes ir, que ya no he de hacer lo que me mandes”. Indignado, quiso atemorizar a la Señora y cogiendo el arco exclamó: “Con matarte me dejarás”. La Virgen Santísima se sonrió y avanzó hacia él. El arco y las flechas cayeron al suelo. Entonces el indio quiso cogerla por el brazo y echarla fuera y ella misteriosamente desapareció. Y asegura la tradición que en la mano del cacique quedó la milagrosa imagen.
El indio quiso destruirla, pero, llevado de cierto temor, la escondió. Un jovencito familiar que presenció la escena, logró hacer venir unos blancos cerca del rancho y, sin ser visto por el jefe, les entregó la imagen. El español Juan Sánchez, que la recibió, la llevó durante algún tiempo siempre consigo. Más tarde, la colocó en un altarcito de su casa, que comenzó pronto a ser el primer santuario de la reliquia.
La fama de las apariciones y de los milagros se extendió rápidamente y las autoridades competentes ordenaron que fuese llevada a Guanare. El traslado se verificó con gran pompa y solemnidad en 1654, en la víspera de la Purificación.
Durante los tres siglos de existencia que tiene la imagen, la Virgen Santísima ha obrado infinitud de milagros y favores para socorrer a cuantos se han encomendado a dicha advocación…

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