Corría el año de 1696 cuando, aún no repuesta Caracas de los estragos del pavoroso terremoto que en la mañana del 11 de junio de 1641, la destruyó casi toda, aún no restablecida de los que le acarreó el saqueo que los franceses en 1672, viose por vez primera acometida de la terrible peste del vómito negro (fiebre amarilla), que no ha dejado de visitarla a intervalos en tiempos posteriores, y que azotó entonces su población por espacio de dieciséis meses continuados.
Afligidos los caraqueños y deseosos de granjearse la valiosa protección de la “Abogada de las pestes”, fundaron un templo que dedicaron a Santa Rosalía de Palermo. Agotados los escasos recursos de que a la sazón podía disponer la ciencia médica en la renaciente población, y como quiera que la invocación a los Santos no producía el resultado apetecido, de alejar el tremendo mal, discurrieron acudir a Dios mismo, como fuente de toda gracia, en la persona de su Hijo.
A este fin, obtenido el permiso de las autoridades civiles y eclesiásticas, sacaron en rogativa al Nazareno, que para entonces se hallaba en la hoy extinguida iglesia de San Pablo. Parece que en el curso de la procesión (dice una antigua crónica), el Santo tropezó casualmente con una mata de limón agrio, perteneciente al corral de una casa que está situada en la llamada esquina del Reducto.
La mata, según se dice, estaba muy cargada de limones maduros, de los que, desprendiéndose algunos por el choque, fueron recogidos por los fieles, quienes aplicando el jugo a los atacados del mal lograron arrancar a muchos de una muerte segura. Como quiera, lo cierto es que en muchos casos se ha aplicado con buen éxito el caldo de limones agrios para curar la fiebre amarilla, y si esto no fuera un milagro, al menos es un precioso descubrimiento…
Si no fuera contrario a la índole de estos trabajos y ajeno a nuestro propósito el dar acogida a las consejas que la superstición engendra, referiríamos también que algunos fanáticos aseveran que cuando el escultor de la celebrada imagen (que en verdad nada de artístico tiene) concluida su obra, la contemplaba extasiado y en un arranque de fervor le preguntó:
¿Qué le falta, mi Dios? A lo que, moviendo sus labios, la imagen le contestó:
¿Dónde me has visto, que me has hecho tan perfecto?”… Y al escuchar estas voces el escultor cayó muerto…
Imagen del Vía Crucis en Cojedes. Archivo de Juana Pérez
EL MILAGROSO CRISTO DE LA CARRETERA (Mons. Constantino Maradei)
Se desconoce el origen de la imagen del “Cristo de Jóse” y lo mismo podemos decir de su devoción; pero es lo cierto que son muy antiguos y están íntimamente ligados con la religiosidad popular de los viajeros que se detienen en el lugar para rezarle, pagarle promesas y llevarle exvotos.
Es una devoción que está muy arraigada, no sólo entre los habitantes anzoatiguenses, sino de toda Venezuela. Diversas leyendas se tejen acerca de su origen, las cuales están entre la realidad y la ficción, diciendo los lugareños, y también los que no son de allí, pero que conocen la historia, «que había un sitio en el monte donde los rebaños de ganado se espantaban sorpresivamente, porque se le aparecían duendes, brujas y toda clase de demonios.
«Los arrieros de aquella época temían pasar por el lugar. Y si lo de demonios podía ser una ficción, por lo menos había una realidad: el ganado se espantaba, las reses se perdían para siempre en el monte, se oían gritos”.
Cuentan que entonces a alguien se le ocurrió levantar en ese lugar la imagen del Cristo de Jóse, crucificado, con el mismo aspecto de dolor y a la vez de resignación que tienen todos los Cristos, pero con una particularidad: su figura.
Los lugareños comentaban: “Este es un Cristo distinto. Su aspecto no es el del hombre delgado, casi famélico, que murió por salvar a la humanidad”. Este es un Cristo musculoso, atlético, con unas piernas que nada tienen que envidiar al más fornido de los atletas. Un pie inmenso que da la sensación de vigor y protección que seguramente buscaban quienes decidieron allí instalarlo con el propósito de que «expulsara a los malos espíritus».
Y así fue, las reses dejaron de espantarse y perderse, ya no se oyeron más los gritos y quejidos y el paso de los arrieros y lugareños fue tranquilo y pacífico, dando gracias a Dios por haber acabado con aquella maldición.
Al Cristo de Jóse lo llamaban también el “Cristo de la Ruta” porque hace el milagro de revivir la fe de los viajeros, pero los choferes lo llaman el “Cristo de la Carretera de la Costa”…
CRISTO
DEL BUEN VIAJE (Mercedes
Franco)
En el puerto de Pampatar, en la isla de
Margarita, los pescadores tienen un misterioso ayudante. Los acompaña en la
faena, les señala los mejores bancos de peces. Lanza alegremente la atarraya.
Ellos lo llaman cariñosamente “El Viejo”. Se trata del Cristo del Buen Viaje,
patrono de Pampatar, cuya fiesta se celebra desde el 2 al 12 de mayo.
La leyenda relata la forma misteriosa en que
llegó este Cristo al puerto de Pampatar. La imagen salió de España en el siglo
dieciséis, con destino a Santo Domingo. El viaje, que hasta entonces parecía
plácido, se transformó en pesadilla al entrar al Caribe. El mar rugía,
alboroto, y fuertes vientos de lluvia amenazaban con convertirse en tempestad.
Al encontrarse frente a Margarita el capitán de aquel barco decidió echar ancla,
para pasar allí la tormenta. Como por arte de magia, cesaron los vientos y el
oleaje. Cuando se dispusieron a zarpar de nuevo volvió el mal tiempo.
Decidieron entonces detenerse allí, y el mar se calmó completamente. Aquello
les parecía francamente sobrenatural.
Decidieron desembarcar en el puerto de
Pampatar. Después de referir la historia, donaron el Cristo a la iglesia. Al
hacerlo, pudieron continuar su viaje sin problemas. La historia se conoció en
toda la isla y la devoción al Cristo del Buen Viaje fue creciendo. Hoy en día
lo llaman el “´Viejo”, el inseparable amigo de los pescadores.
PATÁ
CRUZÁ (Mercedes Franco)
La leyenda de Patá Cruzá es muy conocida en
Maracaibo. El protagonista es Praxíteles Montiel, un díscolo pescador, que un
día al entrar a la iglesia, encontró muy cómica la postura del Cristo, con los
pies cruzados sobre el leño. Desde entonces no lo llamó sino "Patá Cruzá
", es decir Pata Cruzada.
Cuando su mujer iba a la iglesia gritaba:
-¡Mira Polifema, dale saludos a Patá Cruzá! Praxiteles comenzó a notar que su
trabajo no rendía como antes. Y le dijo a Polifema: - Anda a la iglesia y
pídele a Patá Cruzá que nos ayude.
Una tarde pasó frente a la puerta de
Praxiteles un vendedor de telas. Como necesitaba reparar la vela, el pescador compró
un buen trozo de lona blanca.
Después de remendar su vela, Praxiteles salió
a pescar. Ese día saco tanto pescado, que estaba desconcertado. Las redes
estaban repletas, el barco iba más pesado que nunca.
Al acercarse a tierra, todos lo guardaban con
gran alboroto y señalaban su barquito con el dedo "¿Cómo sabrán que traigo
buena pesca?", se preguntaba el hombre, contento e intrigado. Pero cuando
llegó con aquella fortuna en pescado, nadie apartaba sus ojos de la vela. Allí
en el trozo de lona que el pescador había comprado, se dibujaba a todo color la
imagen de Pata Cruzá.
Desde entonces Praxiteles cambió, se hizo
cristiano devoto. Y cedió a la iglesia aquella lona milagrosa, para que todos
pudieran venerarla.
EL
MOMENTO MÁS IMPORTANTE (Gabriel Jiménez Emán)
La fecha más importante de la historia es el
nacimiento de Cristo -le dijo un borracho a un hombre en una taberna pobre,
pero muy concurrida y alegre.
Si, tienes razón -le respondió el hombre,
tomándose un trago antes de levantarse del banco de la barra. Primero lo
bendijo. Después, se fue a hacer sus milagros.
UN MILAGRO DE DIOS POCO CONOCIDO (Julio Romero Parra)
Jesús y sus discípulos
cruzaban a pie parte del Gran Valle de Rift en busca del río Jordán. Según
cuentas antiguas escrituras no tan sagradas, el cauce de este río donde fue
bautizado el Hijo de Dios se secaba para beneplácito del demonio. Entonces
Jesús convocó a sus discípulos y les pidió que lo acompañaran a una larga
travesía a través del valle para exorcizar los males que caían sobre la
afluente. Por supuesto, ninguno de ellos se negó.
Emprendieron la marcha. El
camino fue largo y agotador y al tercer día se quedaron sin agua y sin
provisiones. Los becarios del profeta comenzaron a sentir desesperación debido
a la sed y el hambre y no se cansaron de pedir algún milagro para poder
salvarse de la muerte. Entonces Jesús detuvo la comitiva y les dijo a sus
seguidores:
-No crean que eso de hacer
milagros consiste en soplar y hacer botellas, no es fácil que digamos. Pero
vamos a hacer el esfuerzo.
-¿Qué debemos hacer,
Señor?-preguntó uno de ellos.
-Probemos de esta
manera-dijo el hijo de Dios-: llorad, llorad todo lo que podáis y tomad una
piedra para que Dios vea el tamaño de nuestra fe y de nuestros sacrificios.
Sin dudarlo, todos
cumplieron las orientaciones. Todos, a excepción de Pedro quien, sin ser
traidor como Judas, tenía fama de negador. Derramaron lágrimas y tomaron
piedras de tamaños regulares. Pedro, por su parte, no soltó una lágrima y
respecto a la piedra tomó una que apenas alcanzaba el tamaño de la yema de su
índice. Luego continuaron la jornada.
Eran muchas leguas de camino
y Las señales de agotamiento se hicieron más agudas. Los discípulos comenzaban
a morder la tierra del Gran Valle de Rift, a enfrentar visiones fabulosas, a
clamar por un milagro. Entonces Jesús detuvo la marcha nuevamente, levantó sus
ojos y sus brazos hacia el cielo y exclamó:
-¡Dios mío, Tú que todo lo
puedes, concédenos un milagro! ¡Convertid nuestras lágrimas en agua y nuestras
piedras en panes!
¡Milagro! Los discípulos se
sentían admirados y jubilosos. Comieron con mucho apetito las piedras que se
volvieron pan y tomaron con mucha sed las lágrimas que se volvieron agua.
Pedro apenas pudo dar un
bocado pues el guijarro que tomó era más diminuto que un grano de almendra.
Tampoco pudo saciar la sed ya que no quiso derramar una sola lágrima y al
revisar su cantimplora la encontró totalmente vacía. Sus compañeros se
compadecieron de él. Le dieron pan y agua para no dejarlo morir.
Descansaron esa noche y al
amanecer se levantó Jesús y dijo a sus discípulos:
-Llorad nuevamente y tomad
otra piedra.
Pedro lloró
desconsoladamente y tomó la piedra más grande que pudo encontrar. Sollozó y dio
tumbos durante el resto de la jornada.
Así encontraron las riberas
del Jordán. Las aguas habían bajado enormemente.
Dicen las escrituras no tan
sagradas que la piedra que arrojó Pedro al rio fue suficiente para que El
Redentor y su comitiva cruzaran el sagrado cauce. Y que bastaron las lágrimas
de Pedro para que el río recuperara sus aguas perdidas.
EL
NAZARENO DE SAN CARLOS (Lolita Robles de Mora)
Versión teatral colectiva de César David Canelón,
Crismary Carolina Garrido, Sor Salazar
Londoño y Gabriela Urdaneta Fernández
.Personajes:
-Narrador
–Eleuterio
–Sr. Wikerman (padre de Adolfo)
-Adolfo (hijo de Wikerman)
-Novia de Adolfo
-Padres de Adolfo
-Feligreses
-Obispo
-Parroquias.
-NARRADOR:
la escena se desarrolla en varias calles de la ciudad de San Carlos estado
Cojedes, con la intención de recoger limosna para sacar en procesión el Miércoles
Santo al Nazareno; específicamente en la calle Salías entre Figueredo y
Miranda, donde el Nazareno fue
irrespetado por un joven (Adolfo).
Escena
I
-NARRADOR:
hace unos años, en San Carlos de Cojedes existía la costumbre de recoger
limosna casa por casa para con ellas adornar las imágenes que sacarían en
procesión los días santos; de ahí adquirían flores, cirios, arreglaban o
remozaban las túnicas y mantos de las imágenes y comprarían “palitos” que
darían a los cargadores como era tradicional.
Cuando se acercaba la Semana Mayor, las
familias asignadas al efecto, salían de las distintas parroquias a recoger las
limosnas, así recorrían casa por casa de todos los barrios de San Carlos; Las
Lajitas, El Chuchango, San Juan, El Pao de Horno, El Huesero… Llevaban consigo
una talla miniatura de la imagen para la cual pedían: El Nazareno, El Señor de
la Peña, Jesús atado a la columna, El Santo entierro.
Escena
II
-NARRADOR: Muy
cerca de la Semana Santa salió el Sr. Eleuterio (entra Eleuterio en escena) a
recoger limosnas para sacar en procesión el Miércoles Santos al Nazareno,
cofradía de la iglesia de la Inmaculada Concepción. Llevaba una pequeña imagen
y con ella recorrió muchas calles de San Carlos. A media mañana, se detuvo ante
los almacenes de la familia Wikerman.
El Sr. Wikerman se instaló en San Carlos e hacía
mucho tiempo y gracias a su trabajo constante había amasado una gran fortuna.
Entre los grandes almacenes de venta al mayor y detal, además de la casa de
familia, ocupaban toda la cuadra.
Escena
III
-NARRADOR:
El joven Adolfo (El joven Adolfo entra en escena), hijo del acaudalado
comerciante, recibió al señor Eleuterio con una sonrisa irónica, lo escucho y
por hacerse el gracioso delante de su novia, sacó de un bolsillo una caja de fósforos
y cuando todos creían que daría la limosna acostumbrada, en forma irreverente
raspó el cerillo en el brazo del Nazareno.
La novia asombrada le dijo:
-NOVIA:
¿Qué haces, Adolfo?
-ADOLFO:
nada, ¿Qué importancia tiene?
-ELEUTERIO: Asustado
dijo: ¡eso no se hace! Recibirá el castigo que merece su irrespeto.
-NARRADOR:
Adolfo continuaba sonriendo ante el asombro de todos los parroquianos que
estaban en el negocio.
El Sr Wikerman (entra en escena el Sr Wikerman)
se acercó, le contaron lo ocurrido, miró la raspadura del fosforo en el brazo
de la pequeña imagen y como un susurro exclamó al tiempo que depositaba unas
monedas en la alcancía.
-Sr.
WIKERMAN: ¡Jesús Nazareno, perdónalo, no sabe lo que hace!
-NARRADOR: Don
Eleuterio salió de la casa de los Wikerman muy impresionado, temía que esta
irreverencia pudiera causar la ira divina. Al poco rato el joven Adolfo se
frotó el brazo derecho, dijo:
-ADOLFO: ¡Cómo
me duele, es el mismo sitio en que yo raspé el cerillo al Nazareno!
-NARRADOR: El
dolor crecía por momentos y Adolfo iba de un lado a otro dando gritos. De nada
valieron los cuidados del médico ni las oraciones de sus padres.
-PADRES
DE ADOLFO: (Entran en escena y repetían a cada instante): ¡Jesús
Nazareno! ¡Perdón! ¡Cúralo!
-NARRADOR:
La
familia desesperada, ofrecía promesas, todo en vano. Adolfo cada vez estaba
peor, pocos días después falleció.
Escena
IV
-NARRADOR: A
la semana siguiente, el Miércoles Santo, la cofradía de Jesús de Nazareno sacó
a la sagrada imagen de la iglesia. Los cirios alumbraban tenuemente la imagen,
las flores esparcían su roma y los devotos seguían la procesión con fervor. En
la esquina de la calle Miranda, cruce con Salías, la imagen se hizo pesada. Los
cargadores atónicos pidieron refuerzos, pero ni con ciento cincuenta hombres
pudieron moverla. Miraron la bella talla del Nazareno, el con sus ojos tristes
parecía decir: -“En esa calle yo he sido irrespetado, no pasare por ahí”.
Comprendieron el mensaje y se dirigieron en
otra dirección, la imagen tomó su peso normal y continúo su paseo por las
calles de la ciudad. Este hecho se repitió años tras años y por más que la
familia Wikerman suplicaba y daba esplendidas limosnas para desagraviar al
Nazareno, siempre al llegar a la esquina la imagen se hacía pesada y la
procesión tenía que cambiar de ruta.
Escena
V
-NARRADOR: Años
más tarde, un incendio arrasó con todas las propiedades de los Wikerman, muchos
familiares fallecieron y los pocos sobrevivientes empobrecidos emigraron. El
pueblo comprendió que esto era un castigo del cielo causado por el irrespeto de
un joven hacia el hijo de Dios.
Hace años por instancia del obispo de San
Carlos, se incluyó la calle Salías en el itinerario que seguiría la procesión
del Nazareno la noche del Miércoles Santo. Los feligreses sacaron en hombros a
la sagrada imagen de Jesús Nazareno de la iglesia de la inmaculada Concepción.
Atravesaron la Plaza Bolívar y las calles de San Carlos. La noche era clara y
estrellada, la brisa movía suavemente las luces de los cirios, y los devotos
susurraban oraciones, pero, de pronto cuando faltaban unos cuantos pasos para
llegar a la calle Salías, el cielo se oscureció y cayeron gruesos goterones que
en un instante dispersaron la procesión.
-OBISPO:
(Entra en escena y dio la orden de cambiar el rumbo de la procesión)
-NARRADOR: Al
instante las nubes se disiparon y la lluvia cesó. Todo siguió como si nada
hubiera ocurrido, pero en el ánimo del pueblo quedó como manifestación de la
ira divina. Interpretaron el suceso como la corroboración del castigo
permanente de la imagen del Nazareno hacia el acto de irreverencia y burla de
un joven rico.
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