Casa llanera. Imagen en el archivo de Samuel Omar Sánchez
LA
BURDEGA VOLADORA (Jesús Alvizu)
No frecuento los
velorios de difuntos, (de vaina los de familia) ni sus respectivos rezos porque
adoro dormir en paz, ya que luego de estos velatorios me pongo a ver cosas
donde no las hay, esperando un no sé qué
de no sé dónde, el difunto se asoma en mi mente antes, durante y después
de soñar; y vaya que espeluca el cuerpo. Los velorios de santos son un poco más
pasables porque de velorio no tienen nada, solo el nombre. En una de esas vueltas de la vida, me
encontraba de visita familiar en Lagunitas, pueblito llanero y cálido del estado Cojedes; un primo, de esos
que son medio vegueros, me invita a un velorio de alguien que alguna vez creo
haber visto, y era tanto el aburrimiento que tenía en aquel momento, que no me
había dicho y ya me estaba parando; en ese momento era hasta capaz de contar
los granos de arroz que pudiera cargar una gandola.
Amarrar la carga a una bestia no es fácil, menos aún si vuela. Archivo de Tulio Torres.
No pregunté dónde era
la cuestión, solo busqué una bicicleta y emprendimos el recorrido. Ya en las
reparteras, sí le empecé a pedir datos del difunto, en este caso difunta;
¿quiénes estarían allá?, ¿quién le avisó?, ¿hasta qué hora estaríamos?, etc.
Entre las respuestas pobres que me daba, noto que la luz abandonaba el camino y
nos encontrábamos en una vía bastante oscura, donde reinaba la luz de luna, y
en mi primo de piel morena solo destacaba el color de sus prendas blancas. Las
casitas, bien distante una de la otra dejaron de aparecer, siendo reemplazadas
por un montarascal que nos ganaba en tamaño y que producía un sonido gracias al
viento sabanero que, para el momento no era muy grato.
La cultura llanera se basa, al igual que este cacho, en la exageración de formas y tamaños
Imágenes tomadas del archivo de Julio César Arenas Bravo.
El asfalto se acaba,
comienza el camino de tierra. Se aproxima una curva y se dibuja a la vista una
pequeña capilla que de día debe ser preciosa, pero esa noche a mi parecer,
estaba en el lugar equivocado y la construyeron justo allí con la intención más
intimidante. Mi mente para ese momento solo pensaba en el retorno, y me hacía
una de las preguntas más reflexivas que se le ocurre al ser humano en estas
ocasiones ¿quién me mandó a mí para acá? El regreso me preocupaba; poco después
de dejar la curva por fin llegamos, había mucha gente, esparcida por todo el
ancho patio, pero nosotros nos detuvimos en el primer grupo cerca del
alambrado.
Eran los muchachos de
la cuadra, muchas caras conocidas, luego de dejar mi bicicleta en un línea de
estacionamiento improvisada, donde un par de ellas inicia en triángulo una
apoyada de la otra, para sostener las demás en ambos lados, me integro al grupo
y mi primo se va a ver a la muerta, acto casi protocolar, es como decir: “si no
la ves, no estuviste”. En estas reuniones donde proliferan las risas, los
llantos, la tristeza por el occiso y también la alegría por los cigarros,
pasapalos y chocolate gratis (este último para manifestar la célebre e
infaltable frase “soplarle la taza”) se convierten en el lugar adecuado para
echar cuentos, se trate o no del difunto, destacando la participación de
afamados borrachos, cuenteros o charleros de la zona.
En el grupo donde me
encontraba estaba uno de los padrotes, de nombre Mateo, muchacho este bonachón,
veguerito, jocoso, buena vaina, conversador pero muy flojo, alérgico al
trabajo, dormilón y perezoso. Llevaba la
vida de la forma más relajada que habitante alguno de este planeta podría
hacerlo, esperaba despertar al día siguiente para saber qué haría, qué comería
o a dónde iría. Su esposa de apodo “Matea” tenía una personalidad casi
idéntica, viven en una humilde casa, no tienen casi corotos, pero si un gran
equipo de sonido, tienen unos animalitos y mucha alegría que siempre muestran
con tímidas sonrisas. Tenía rato esperando oír una de sus increíbles aventuras,
hasta que al fin comienza uno de sus cuentos, mis oídos se sentaron y se
pusieron cómodos.
Cuenta Mateo que un
día a golpe de mediodía que es cuando se para, decide ir de caza puesto que el
bastimento hogareño de tres días se le agotó, era tranquilo con la comida ya
que como él decía: “aquí tengo de todo no tengo que comprar casi nada”; si
quería tajadas cerca habían platanales, si quería comer carne a cazar para el
monte, si quería pescado frito a pescar al río, si quería hervido se mata una
gallina y para el jugo al frente había limón, mango y naranjas por la calle de
atrás. Contaba con una escopeta que según el se consiguió una noche en un circo
de esos que van al pueblo una vez al año, al momento que le cambiaba el agua al
canario en una oscurana, la llamaba “cuatro en boca”. Tenía una burdega o
burdégano como la llaman otros, que es el híbrido que resulta del cruce de un
caballo y una burra, la llamó Brigni Espir, supuestamente se la regaló un
coreano que andaba de paso en una ocasión y cargaba una mula preñada en un
trailer pariéndole ahí mismo; como no podía
encargarse de la nueva cría, se la cambió por un vaso de agua luego de pasar
frente a su casa y verlo descansando a la sombra de un mango.
Buscó su morral de
blue jean metió municiones, un cuchillo, la “cuatro en boca” desarmada, la
guerrera, media carterita de chimeneao, una tijera, un cepillo, linterna, una
cajeta de chimo, un machete tres canales, un chinchorro, paja para Brigni Spir,
un mecate y una revista de Condorito y el celular; sin contar las cosas que
están en los bolsillos pequeños que nunca las saca. Se pone su pelo e’ guama y
toma rumbo a la sabana, con antojos de comer algo que vuele, muy positivo va
cantando unos versos de su inspiración:
Me voy con Brigni a cazar
para jayar la comía
que me rinda la captura
para jartar noche y día
Después de casi una hora llega a una laguna donde por la tardecita
abundan tantas aves, que no se ve el monte; corocoros, güirirís, garzas
llaneras, garzones entre otras, son solo algunas de las especies que se pasean
por las orillas. Como llegó temprano se paró
bajo un buen árbol, amarró a Brigni le puso su paja, se colocó la guerrera,
preparó la “cuatro en boca”, cargó el morral más liviano a la espalda, se llenó
los bolsillos de municiones, se echó un palo de chimeneao y luego se empella
una buena mascá e’ chimó.
Se improvisó una buena
trinchera donde no pegara el sol ni hubiera cueva de bachacos para cazar güiro
sin molestias, se puso a ojear la revista de Condorito mientras tanto; pasó un
rato y al alzar la vista lo que veía era comida como para un año. Sigilosamente,
como culebra con hambre, rampó hasta
llegar lo más cerca posible de las presas, al ver tantas alas juntas, optó por
cargar la escopeta con unos cartuchos gringos que le regaló un musiú que se
dedicaba a la caza, estando bien prendío
un 24 de Diciembre. Este le dijo que eran municiones muy potentes, los
cartuchos poseían cincuenta balines explosivos.
Apunta a donde sea,
porque a donde sea hay a que pegarle, dispara la primera vez, sube la punta de
la escopeta rápidamente y hace un segundo disparo a las aves que alzaban vuelo.
Se escuchó como si fueran disparado cien hombres a la vez. Le encimó una cobija
de aves a la orilla de la laguna, aquello era increíble, sus ojos no creían
tanta efectividad. Mató a más de doscientas aves con apenas dos disparos, sacó
la carterita y celebró con un buen guamazo. Amarró todas las aves con el mecate
que traía, algunas estaban atolondradas otras heridas, ninguna muerta; trajo a
Brigni Spir y amarró las aves a la enjalma, emprendió el rumbo muy feliz hacia
el rancho. A mitad de camino le suena el celular, se detiene, atiende y escucha
la voz de Matea, pero con interferencia, se baja de la burdega y se dirige a un
árbol en busca de buena señal, se encarama y allí la consigue. Todo ese rato
ignoró los animales, termina, se baja del palo y al levantar la mirada observa
como las aves ya recuperadas, alzan el vuelo llevándose la burdega en peso,
Mateo corre desesperado como guepardo tras su presa, se acerca y Brigni Spir
más se eleva, en el último segundo, último instante, da un salto de película y
logra agarrar un estribo en el aire, esto hizo bajar un poco la carga, pero no
fue suficiente para tocar tierra.
Las aves, sobre todos
los garzones volaban con todas sus fuerzas, se notaba que les costaba, pero
igual seguían subiendo; Mateo no dejaba de gritar y ver con aterrado asombro
toda la llanura bajo sus pies, primera vez que volaba; con la mano libre
sujetaba con fuerza su pelo e’ guama. Al rato se da cuenta que se aproxima al
pueblo, va pasando tejados, árboles y patios hasta que distingue su casa, pasa
justo por encima, pero a mucha altura, se cansó de pegar gritos pero que va,
Matea no le escuchó. Cuando ya perdía las fuerzas y luego de volar por espacio
de media hora, nota que se aproxima la copa de un samán, inevitablemente
chocarían con él mismo, y así fue. Después del impacto, Mateo queda aferrado a
una gran rama y Brigni Spir queda enredada en otra poniéndole fin al vuelo;
aprovechando la situación Mateo saca el machete y se dirige a liberar la
burdega que era lo que más le preocupaba, corta el mecate quedando libre el
asustado animal. El ingenio lo aconseja y saca el chinchorro para hacerle un
paracaídas a la bestia, lo arma y la arroja a tierra donde cae sana y salva sin
el más mínimo rasguño.
Quedándose en la copa,
se niega a renunciar a su más grande captura, así que se acerca a las aves y
con las tijeras le corta a cada una las plumas de un ala para evitar que
vuelen, las dejó como loro sin jaula. Acto seguido baja con suma cautela
valiéndose a veces en el peso de sus presas, una que otra le dificulta la tarea
quedando atrapadas entre las ramas, pero al final logró bajar, con uno que otro
rasponcito y dejando una alfombra vario pinta
entre hojas y plumas a los pies del imponente árbol, cabe destacar que
algunas aves lograron librarse pero casi no se notaba la diferencia. Recogió su
chinchorro, volvió a amarrar las aves a la enjalma, se echa un palo para pasar
el susto y otra pellita e’ chimo para que lo acompañe un ratito. Ya casi
anochece, emprende su retorno con gran felicidad, pero no tenía tanto apuro
porque las amables aves lo dejaron más cerca de su casa.
Gracias al charlero
Mateo, retorné tranquilo y a carcajadas al salir del velorio.
Esta obra es ganadora del I Concurso de Reescritura Libre UNELLEZ- San Carlos (2009), en homenaje a Ramón Villegas Izquiel. Fue publicada en el libro: 100 CACHOS: ANTOLOGÍA
DE LA NARRATIVA FANTÁSTICA ORAL DE COJEDES (Isaías Medina López; 2013) San
Carlos: UNELLEZ-VIPI.
Alvizu es un joven poeta, nacido en San Carlos, el 19 de noviembre de
1985, y egresó como licenciado en la Mención Castellano y Literatura de la UNELLEZ- San
Carlos.
Disfrute del siguiente joropo fantástico:
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LA HERENCIA DE PUÑO E´ DIENTES
(Rafael Pérez)
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