domingo, 4 de septiembre de 2016

Cuentos fantásticos del Llano (9). La Burdega Voladora (cuento y audio)

Casa llanera. Imagen en el archivo de Samuel Omar Sánchez

LA BURDEGA VOLADORA (Jesús Alvizu)
No frecuento los velorios de difuntos, (de vaina los de familia) ni sus respectivos rezos porque adoro dormir en paz, ya que luego de estos velatorios me pongo a ver cosas donde no las hay, esperando un no sé qué  de no sé dónde, el difunto se asoma en mi mente antes, durante y después de soñar; y vaya que espeluca el cuerpo. Los velorios de santos son un poco más pasables porque de velorio no tienen nada, solo el nombre.  En una de esas vueltas de la vida, me encontraba de visita familiar en Lagunitas, pueblito llanero y  cálido del estado Cojedes; un primo, de esos que son medio vegueros, me invita a un velorio de alguien que alguna vez creo haber visto, y era tanto el aburrimiento que tenía en aquel momento, que no me había dicho y ya me estaba parando; en ese momento era hasta capaz de contar los granos de arroz que pudiera cargar una gandola.

Amarrar la carga a una bestia no es fácil, menos aún si vuela. Archivo de Tulio Torres. 

No pregunté dónde era la cuestión, solo busqué una bicicleta y emprendimos el recorrido. Ya en las reparteras, sí le empecé a pedir datos del difunto, en este caso difunta; ¿quiénes estarían allá?, ¿quién le avisó?, ¿hasta qué hora estaríamos?, etc. Entre las respuestas pobres que me daba, noto que la luz abandonaba el camino y nos encontrábamos en una vía bastante oscura, donde reinaba la luz de luna, y en mi primo de piel morena solo destacaba el color de sus prendas blancas. Las casitas, bien distante una de la otra dejaron de aparecer, siendo reemplazadas por un montarascal que nos ganaba en tamaño y que producía un sonido gracias al viento sabanero que, para el momento no era muy grato.
La cultura llanera se basa, al igual que este cacho,  en la exageración de formas y tamaños
 Imágenes tomadas del archivo de Julio César Arenas Bravo. 

El asfalto se acaba, comienza el camino de tierra. Se aproxima una curva y se dibuja a la vista una pequeña capilla que de día debe ser preciosa, pero esa noche a mi parecer, estaba en el lugar equivocado y la construyeron justo allí con la intención más intimidante. Mi mente para ese momento solo pensaba en el retorno, y me hacía una de las preguntas más reflexivas que se le ocurre al ser humano en estas ocasiones ¿quién me mandó a mí para acá? El regreso me preocupaba; poco después de dejar la curva por fin llegamos, había mucha gente, esparcida por todo el ancho patio, pero nosotros nos detuvimos en el primer grupo cerca del alambrado.  
Eran los muchachos de la cuadra, muchas caras conocidas, luego de dejar mi bicicleta en un línea de estacionamiento improvisada, donde un par de ellas inicia en triángulo una apoyada de la otra, para sostener las demás en ambos lados, me integro al grupo y mi primo se va a ver a la muerta, acto casi protocolar, es como decir: “si no la ves, no estuviste”. En estas reuniones donde proliferan las risas, los llantos, la tristeza por el occiso y también la alegría por los cigarros, pasapalos y chocolate gratis (este último para manifestar la célebre e infaltable frase “soplarle la taza”) se convierten en el lugar adecuado para echar cuentos, se trate o no del difunto, destacando la participación de afamados borrachos, cuenteros o charleros de la zona.
En el grupo donde me encontraba estaba uno de los padrotes, de nombre Mateo, muchacho este bonachón, veguerito, jocoso, buena vaina, conversador pero muy flojo, alérgico al trabajo,  dormilón y perezoso. Llevaba la vida de la forma más relajada que habitante alguno de este planeta podría hacerlo, esperaba despertar al día siguiente para saber qué haría, qué comería o a dónde iría. Su esposa de apodo “Matea” tenía una personalidad casi idéntica, viven en una humilde casa, no tienen casi corotos, pero si un gran equipo de sonido, tienen unos animalitos y mucha alegría que siempre muestran con tímidas sonrisas. Tenía rato esperando oír una de sus increíbles aventuras, hasta que al fin comienza uno de sus cuentos, mis oídos se sentaron y se pusieron cómodos.
Cuenta Mateo que un día a golpe de mediodía que es cuando se para, decide ir de caza puesto que el bastimento hogareño de tres días se le agotó, era tranquilo con la comida ya que como él decía: “aquí tengo de todo no tengo que comprar casi nada”; si quería tajadas cerca habían platanales, si quería comer carne a cazar para el monte, si quería pescado frito a pescar al río, si quería hervido se mata una gallina y para el jugo al frente había limón, mango y naranjas por la calle de atrás. Contaba con una escopeta que según el se consiguió una noche en un circo de esos que van al pueblo una vez al año, al momento que le cambiaba el agua al canario en una oscurana, la llamaba “cuatro en boca”. Tenía una burdega o burdégano como la llaman otros, que es el híbrido que resulta del cruce de un caballo y una burra, la llamó Brigni Espir, supuestamente se la regaló un coreano que andaba de paso en una ocasión y cargaba una mula preñada en un trailer  pariéndole ahí mismo; como no podía encargarse de la nueva cría, se la cambió por un vaso de agua luego de pasar frente a su casa y verlo descansando a la sombra de un mango.
Buscó su morral de blue jean metió municiones, un cuchillo, la “cuatro en boca” desarmada, la guerrera, media carterita de chimeneao, una tijera, un cepillo, linterna, una cajeta de chimo, un machete tres canales, un chinchorro, paja para Brigni Spir, un mecate y una revista de Condorito y el celular; sin contar las cosas que están en los bolsillos pequeños que nunca las saca. Se pone su pelo e’ guama y toma rumbo a la sabana, con antojos de comer algo que vuele, muy positivo va cantando unos versos de su inspiración:
Me voy con Brigni a cazar
para jayar la comía
que me rinda la captura
para jartar noche y día
            Después de casi una hora llega a una laguna donde por la tardecita abundan tantas aves, que no se ve el monte; corocoros, güirirís, garzas llaneras, garzones entre otras, son solo algunas de las especies que se pasean por las orillas.  Como llegó temprano se paró bajo un buen árbol, amarró a Brigni le puso su paja, se colocó la guerrera, preparó la “cuatro en boca”, cargó el morral más liviano a la espalda, se llenó los bolsillos de municiones, se echó un palo de chimeneao y luego se empella una buena mascá e’ chimó.
Se improvisó una buena trinchera donde no pegara el sol ni hubiera cueva de bachacos para cazar güiro sin molestias, se puso a ojear la revista de Condorito mientras tanto; pasó un rato y al alzar la vista lo que veía era comida como para un año. Sigilosamente, como culebra con hambre, rampó  hasta llegar lo más cerca posible de las presas, al ver tantas alas juntas, optó por cargar la escopeta con unos cartuchos gringos que le regaló un musiú que se dedicaba a la caza, estando bien  prendío un 24 de Diciembre. Este le dijo que eran municiones muy potentes, los cartuchos poseían cincuenta balines explosivos.
Apunta a donde sea, porque a donde sea hay a que pegarle, dispara la primera vez, sube la punta de la escopeta rápidamente y hace un segundo disparo a las aves que alzaban vuelo. Se escuchó como si fueran disparado cien hombres a la vez. Le encimó una cobija de aves a la orilla de la laguna, aquello era increíble, sus ojos no creían tanta efectividad. Mató a más de doscientas aves con apenas dos disparos, sacó la carterita y celebró con un buen guamazo. Amarró todas las aves con el mecate que traía, algunas estaban atolondradas otras heridas, ninguna muerta; trajo a Brigni Spir y amarró las aves a la enjalma, emprendió el rumbo muy feliz hacia el rancho. A mitad de camino le suena el celular, se detiene, atiende y escucha la voz de Matea, pero con interferencia, se baja de la burdega y se dirige a un árbol en busca de buena señal, se encarama y allí la consigue. Todo ese rato ignoró los animales, termina, se baja del palo y al levantar la mirada observa como las aves ya recuperadas, alzan el vuelo llevándose la burdega en peso, Mateo corre desesperado como guepardo tras su presa, se acerca y Brigni Spir más se eleva, en el último segundo, último instante, da un salto de película y logra agarrar un estribo en el aire, esto hizo bajar un poco la carga, pero no fue suficiente para tocar tierra.
Las aves, sobre todos los garzones volaban con todas sus fuerzas, se notaba que les costaba, pero igual seguían subiendo; Mateo no dejaba de gritar y ver con aterrado asombro toda la llanura bajo sus pies, primera vez que volaba; con la mano libre sujetaba con fuerza su pelo e’ guama. Al rato se da cuenta que se aproxima al pueblo, va pasando tejados, árboles y patios hasta que distingue su casa, pasa justo por encima, pero a mucha altura, se cansó de pegar gritos pero que va, Matea no le escuchó. Cuando ya perdía las fuerzas y luego de volar por espacio de media hora, nota que se aproxima la copa de un samán, inevitablemente chocarían con él mismo, y así fue. Después del impacto, Mateo queda aferrado a una gran rama y Brigni Spir queda enredada en otra poniéndole fin al vuelo; aprovechando la situación Mateo saca el machete y se dirige a liberar la burdega que era lo que más le preocupaba, corta el mecate quedando libre el asustado animal. El ingenio lo aconseja y saca el chinchorro para hacerle un paracaídas a la bestia, lo arma y la arroja a tierra donde cae sana y salva sin el más mínimo rasguño.
Quedándose en la copa, se niega a renunciar a su más grande captura, así que se acerca a las aves y con las tijeras le corta a cada una las plumas de un ala para evitar que vuelen, las dejó como loro sin jaula. Acto seguido baja con suma cautela valiéndose a veces en el peso de sus presas, una que otra le dificulta la tarea quedando atrapadas entre las ramas, pero al final logró bajar, con uno que otro rasponcito y dejando una alfombra vario pinta  entre hojas y plumas a los pies del imponente árbol, cabe destacar que algunas aves lograron librarse pero casi no se notaba la diferencia. Recogió su chinchorro, volvió a amarrar las aves a la enjalma, se echa un palo para pasar el susto y otra pellita e’ chimo para que lo acompañe un ratito. Ya casi anochece, emprende su retorno con gran felicidad, pero no tenía tanto apuro porque las amables aves lo dejaron más cerca de su casa. 
Gracias al charlero Mateo, retorné tranquilo y a carcajadas al salir del velorio. 

Esta obra es ganadora del I Concurso de Reescritura Libre UNELLEZ- San Carlos (2009), en homenaje a Ramón Villegas Izquiel. Fue publicada en el libro: 100 CACHOS: ANTOLOGÍA DE LA NARRATIVA  FANTÁSTICA ORAL DE COJEDES (Isaías Medina López; 2013) San Carlos: UNELLEZ-VIPI.
Alvizu es un joven poeta, nacido en San Carlos, el 19 de noviembre de 1985, y egresó como licenciado en la Mención Castellano y Literatura de la UNELLEZ- San Carlos. 

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LA HERENCIA DE PUÑO E´ DIENTES
(Rafael Pérez)


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