domingo, 11 de noviembre de 2018

Cuentos de Navidad: dos relatos encontrados (Carlos Mujica y Salvador Jiménez Segura)

Un hallazgo, un cambio de vida, una sorpresa latente: esa es la Navidad



NAVIDAD NEGRA (Carlos Mujica)
Los potros de la tarde, como “hasta luego” de siempre, saltan en mil colores de la luz al ataque de las manadas grises de los últimos momentos del día.
La brisa es fresca, hinchada de roció, casi blanca diríase; como un velo de huidizas nubes que, por oleadas intimidantes, roza envolvente y sensual los cuerpos que a su paso tropieza.
Ahora, él está allí una raída camisita y unos pantalones incoloros que caen un poco más abajo de la rodilla cubren su negra piel; calza alpargatas. Contra su costado, debajo del brazo derecho, por el cuello, sujeta un cuadro. De la ciudad, del más allá, el viento trae teñidos de campanas.
La alegría de los niños que vinieron a pasar la Navidad en la casa grande de la finca, le atrajo. En sus largos y anchos corredores de sólidos horcones y piso relucientes de cemento juegan animosos mientras la música de discos, las golosinas y el árbol de Navidad hacen el ambiente. Esperan, como de costumbre, que sus papás saquen del escondrijo los paquetes de regalos que en nombre del Niño del Dios darán a cada uno. Un extraño influjo lo detuvo.  
De su choza de bahareque y de palma ubicada en lo alto de la giba de una loma cubierta por la colcha verde de pajar sabanero, cuyo espacio adornan vibrátiles y multicolores mariposas viajantes, suspensas como prendedores que movieran invisibles hilos; por el camino oro rojizo que se descuelga al encuentro de otros para desguazar la verde uniformidad de Rincón Hondo, había bajado para llegarse a la choza del amigo campesino con quien gustaba reunirse para cantar.
Es Navidad y en los hijos se renueva la costumbre de los padres de llevar improvisados cantos a las chozas de la vecindad.
Es de gusto ver cómo, cuando el cielo de la noche navideña se posa sobre la sabana, macilentas llamitas, como luceros enclenques desde las dispersas casas rutilan acá y allá. En ellas viven los hombres y las mujeres más laboriosas, sencillas y sanas que campo alguno pueda tener.
En ellas, al compás de música y cánticos, de cuatros y de maracas y el embriagante criollo, sin ostentación, se celebra otra Navidad. Es una, que de generación, aprendida por comunicación oral renueva el recuerdo de las ideas que impusieron los conquistadores y que hoy revenida por la amalgama de las sangres la han hecho tan suya que parece como si festejaran más bien el hecho real que a cada instante en los 365 días de Navidad del año, las chozas, convidadas de piedra, como pesebres, acunasen el alumbramiento de las Marías en el campo; el advenimiento admonitorio de niños “Jesús” que denuncian diariamente la arbitrariedad de los empadronadores y caseros de todos los tiempos transcurridos.
Pedrito Firpo es uno de ellos; viene de una choza y va hacia las chozas del camino, estrecho como su vida, que dejan las huellas. Con la luna, amiga de la cercana lejanía que le habla un lenguaje de sombras, Pedrito suele jugar. Rueda de sombra negra, negativo de luna sobre zenit, duendecillo deforme, sombra de luna blanca, ondulante silueta al capricho de la hierba sabanera; larga sombra de negro perdida en las ondulaciones del terreno; Guliver al capricho de sus rayos al ras del horizonte.
Hasta hoy, para él la Navidad había sido otra cosa. Ahora palpaba la comercializada de la gente de las ciudades. Los niños de la casa de la hacienda en su inocente alegría la enseñaron a conocerla. Ahora él también quiere un regalo. Pretende que ese Dios que hace el milagro a través de los gustos de los padres cumpla con él. Pero prefiere callar.
El viento acariciante, la alegría de los niños, el anhelo que lo invade, el frio de la tarde le van provocando el sueño hasta que busca acomodarse recostado a un tallo bifurcado, de una mata del patio. Imágenes, confusas configuran su sueño; una espalda doblada, un sol lacerante, un machete que desguaza malezas, un pequeño claro en el bosque, una cosa que se desplaza, unas matas que emergen, una escarda que limpia, una mano que aporca, unos frutos hermosos, un pequeño montón, unos cascos que avanzan, unos sacos que andan, un rebuzno de pronto, una tarde que pasa, una noche que llega, un troje que espera, una cara de joven, un hembra marchita, unas parcas palabras, un dolor que se siente, la cintura que aguanta, unos ayes que emergen, una tarea que acaba.
Un tractor de repente, que va y viene en el campo y una tierra que se hace despejada e inmensa; confusión que se extiende y no entiende y que palpa. Un rincón donde duermen el machete y la escarda y una choza que se hace de repente, una casa y una madre que asoma sano y joven su rostro y un hombre que se mira nuevo, rehabilitado.
Un brusco despertar y un papel que a su lado estas letras contienen:
Pedrito, Firpo.
Rincón Hondo.
Recibí tu mansaje, el tractor que me pides como regalo de Navidad para tu papá Juan es imposible dártelo porque su peso me dañaría el trineo.


CRÓNICA DE AÑO NUEVO. Media Noche
(Salvador Jiménez Segura)

-¿Por qué ese afán, amigo, mío. De vestir nuestra alma con un traje nuevo para recibir al año? ¿Por qué vestirla con cascabeles y mentirle regocijos?
Era la Nochebuena de año nuevo, y probablemente por un capricho de mi temperamento, el buen humor habitual en mí había huido de este mi rostro de Bilìquin.
Todo en la ciudad palpitaba con ritmo de fiesta, como un gran corazón henchido de alegría. Y mientras la multitud galante llenaba de entusiasmos las avenidas de la plaza, otra muchedumbre gozadora esperaba en el café que el reloj de la Catedral cantara los doce versos de la media noche. Los mozos iban de un lado a otro, tras el rumbo de las palmadas que sonaban de todas las mesas, repletas de copas y rodeadas de caballeros.
Mi amigo me miró sorprendido, como admirado de mi pregunta y de mí.
-¿Por qué se afán de mentirle al alma regocijos, cada vez que nace un año? ¿Por qué no vamos  a estar hoy, como cualquier otro día, normalmente alegres o normalmente tristes, para que decir al oído de la vida que aquel que llega le trae rico presente de venturas, cuando esas venturas acaso no llegan nunca? ¿ No te parece que es algo parecido al dolor de los niños, cuando en el curso de sus años van aprendiendo que los reyes no les traen juguetes para sus zapatos y que personajes de “Las mil y una noche” apenas son bellos tipos de ilusión?.
-Sencillamente –replicó mi amigo, alzando su bok de cerveza sencillamente porque no existe nada más innoble que asesinar la vida. Todos los  hombres llevamos enclavados en el pecho el puñal de los más grandes dolores. La corona de espinas no sólo se hizo para Jesús, y sería singular el caso de alguno que en el vino de la vida no hubiese advertido la gota de amargura. Pero, dime, amigo mío, ¿Qué ganaríamos con arraigar en nuestro cerebro la convicción de nuestra miseria, de que estamos condenados a reír una vez, por cada mil sollozos?. Más humanamente bello que en turbia copa de angustia, es recibir la sangre de nuestra herida en azul cáliz de ilusión… ¿verdad que tú nunca dirías a esos niños de que hablaste ahora, que no son reyes, magos de ilusión, quienes depositan por las noches es sus zapatos pequeños, los juguetes y las golosinas?
-En esta noche no hacemos otra cosa que echar rosas sobre las penas muertas y aromar con ellas las penas -¡quién sabe si más amargas!- que nos reserva el provenir…
-Quiere decir –interrúmpele- que nuestras almas son esta noche los zapatos que los hombres colgamos de nuestros lechos para recibir lo que nos traiga el mago Rey año… Esta noche alquilamos esperanzas, más o menos...
-¿Y por qué vamos a negarle una noche a la Esperanza?. Ella ha puesto muchas veces acordes nuevos en la lira, afán de besos en nuestros labios y perfume exquisito en nuestra humana podredumbre…
-Mal haces tú, querido, en recibir esta noche en tu espíritu a la vieja amiga melancolía. Di a tu alma que en el año que llega -¡Oye las doce!- es mensajero y ángel de amor, de bien y de ventura… Alcemos estas copas y brindemos por la vida, por este huésped, príncipe azul que es señor de esperanza!... No seas nunca el verdugo de tus propios sueños y de tu propia juventud…
El entusiasmo se colma en aquellos instantes. La multitud entraba y salía del café, y la alegría volaba, triunfante y soberana.
En la plaza se ejecutaba el Himno de la Patria. Mi amigo y yo alzamos las copas y nos abrazamos con efusión y regocijo. Mi rostro de Biliquin sonreía…
Y el reloj cantaba los últimos versos de la media noche. 

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