Un gran vacío nostálgico es todo lo queda de ese mágico lugar llanero
(imagen en el archivo de Julio César Arenas Bravo)
Obra galardonada en el Concurso Nacional de
Cuentos Misterios y Fantasmas Clásicos de la Llanura “Ramón Villegas Izquiel”
(UNELLEZ –San Carlos, Cojedes)
A la memoria de Antonio y Listey
viajantes eternos
de nuestras evocaciones.
Ella no me lo dijo -esa parte no me la contó- pero
lo supongo, no me dijo cual era el color de la noche; esa noche...
Supongo que para hacer honor a una noche misteriosa
tenía que ser oscura, muy oscura. Azul oscuro, como las noches llaneras. Tal
vez ya no sea importante el color de la noche, sólo que ese azul oscuro de la
noche era contemporáneo: Contemporáneo con el azul actualizado de la
confortable camioneta de Antonio, contemporáneo con el verde actualizado de los
ojos de Listey y contemporáneo con el escepticismo (también actualizado) de la
clásica pareja de viajeros. La fausta camioneta “volaba” por la modesta
carretera de los llanos desde hacía varias horas, como un gigantesco animal
alado sediento de la luz del día, o en su defecto sediento de llegar al destino
predeterminado por los peregrinos: La ciudad de “San Carlos de Austria”. Ya
casi se habían completado tres horas y media de viaje, desde la salida de
Barinas a las ocho horas y treinta minutos de la noche (incluyendo las paradas
respectivas) hasta ahora que se encontraban en las llanuras del estado Cojedes.
Hacer este recorrido entre Barinas, Portuguesa y Cojedes, no era nada
extraordinario para un exitoso hombre de negocios, de un poco menos de treinta
años y gerente de una compañía; acostumbrado al trajín de manejar números,
dinero y recursos humanos. Cosas que por sí mismas suelen hacer de la vida una
rutina que a veces sólo da cabida a lo racional y no a lo espiritual. De allí
quizás podamos entender la apatía de Antonio hacia las leyendas de estas
tierras inundadas de espectros y espantos y no del hecho de haberlas cruzado
indefinidamente en medio de las más tediosas travesías. Listey (la esposa de
Antonio) no había comido más que una cena ligera un poco antes de salir de
Barinas, y por eso sintió hambre ya cerca de la media noche. Así que entre las
poblaciones de “San José de Mapuey” y “Los Colorados” sugirió a su esposo
detenerse a comer en lo que a la distancia parecía ser un expendio de
alimentos, al menos una “taguara” de las que tanto abundan en los caminos de
asfalto que profanan nuestra sabana. No se divisaba muy bien, ya que la
brillantez del lugar era impresionante. Pero la forma alargada con vista
frontal hacia la carretera recordaba a las chozas de palmera seca que
construyen los hombres en las civilizaciones y en las haciendas con el único
fin de comer, beber o descansar, trajeados de la naturaleza; y que por cierto
reciben el particular nombre de “Caney”. Ya desviados hacia la izquierda del
camino principal en la angosta vereda de tierra que servía de única vía de
acceso a aquel aparente restaurante, los viajadores se preguntaban cuál podría
ser el origen de aquella intensa luz que a pesar de todo parecía iluminar nada
más que el exacto lugar donde se encontraba ubicada aquella antigua estructura.
Sí, antigua, pero no en edad solamente, si no también en época, porque lucía un
lejano de una época remota a la nuestra. Así pensó la pareja mientras se
detenía delante de aquel extraño recinto. El frente sí era como una especie de
bohío, con varas de bambú, alargadas unas sobre las otras hasta formar medias
paredes a cada lado del espacio vacío que se asumía como puerta. Hacia los
lados y hacia atrás se erguían ruinosos muros amalgamados en esa tradicional
aleación de lodo que suelen llamar “bajareque”. Del techo, que por cierto era
de caña y palma seca colgaban lámparas con mechas encendidas, probablemente a
base de kerosén, la cuales desprendían una luz tenue al igual que aquellas que
servían de centro en las cuadradas mesas de madera añejada. Es por eso que el
fulgor que abrigaba la zona no podía venir de las modestas lámparas. Claro, era
un “mágico lugar para viajantes” según dijo Antonio, dando a entender que era
producto de los escasos y sencillos intentos de los lugareños para llamar la
atención de los turistas. A los aparentes clientes sentados a par en cada mesa
(uno frente al otro) se le dibujaba una especie de vapor nebuloso en la cara lo
que hacia imposible definir las facciones de los rostros. Y ellos sólo se
miraban, a sí mismos, sin ningún movimiento... ninguna palabra... Apenas estos
pocos detalles pudieron notar los intrigados visitantes cuando se percataron de
manera inesperada de la extraña presencia que se encontraba fuera del lugar
parada junto a ellos. Una señora de más de seis décadas de vida, quizás, aunque
por su aspecto no se podía precisar si la palabra exacta a utilizar en su caso
era: “vida”. Llevaba un vestido de antaño, de esos mismos que recuerdan a las
mujeres de antaño, de esas que se sólo se conocen a través de los libros y películas
también de antaño. Aquellas con un aire de “Teresa de la Parra” y un porte de
“Manuela Sáenz”. Pero esta llanera, sexagenaria, vestida de tiempos remotos,
parecía traer una altivez desde su juventud arrancada de una tragedia al estilo
de “Doña Bárbara”. Una arrogancia que se podía vislumbrar por encima de su
palidez, su nariz aguileña, su piel fantasmal y sus ojos hundidos con el mismo
e imprescindible vapor nebuloso de los de adentro del lugar y que no dejaba
percibir la intensidad de su mirada. Listey, luego de salir de su impacto
momentáneo, atinó a preguntar si tenían algún refrigerio que les pudieran
servir, a lo que la mística anciana de cabellera gris respondió con un enorme
... ¡NOOOOOOO!... Un -NO- que penetraba las almas... la joven recordó que aquel
escepticismo adoptado con el paso del tiempo no existía en sus años infantiles,
allá en Mérida, cuando su duende personal la acompañó algunas noches sentándose
a la orilla de su cama. Una insensibilidad que floreció luego de trasladarse a
ciudades menos afabuladas como Valencia, y a una Barinas que aunque rodeada de
mitos era muy urbana y tecnológica para una mujer que pasaba una alta parte de
su tiempo entre la universidad y las computadoras. Mas volvía a sentir que
aquellos entes y encantos de su Mérida natal se resumían en estas tierras
cojedeñas. Su piel erizada y sus selváticos ojos asombrados no solamente le
hicieron recordar y sentir, si no también decidir. Así decidió apenas con voz,
más de temor que de escepticismo, exigir marcharse inmediatamente de aquel
incierto lugar. Antonio que a todas estas había empezado a cambiar de opinión
de que aquel lugar era para llamar la atención, si acaso para alejar a los
viajantes, puso la reversa de la inmensa bestia mecánica que los contenía a
ambos en su interior. Y mientras giraba en un ordinario recodo de la estrecha
vereda, ya no observó a nadie alrededor de aquella arcana construcción. Solo
una gran ave negra salía por detrás de ella emitiendo graznidos que volvían a
penetrar las almas y al descubrirse ante los destellos que nacían en la parte
trasera de la singular taberna, asemejaba una ilustración de un cuento de
fantasmas y relatos llaneros... Ya en la carretera pasando por la localidad de
“Los Colorados” había un silencio entre los dos esposos y un volver a la
indiferencia propia de la ostentación que los envolvía en aquel vehículo y que
los siguió envolviendo en San Carlos, en casa del hermano de Listey a quien
venían a visitar por primera vez, luego que se mudara de Carabobo a San Carlos.
La noche transcurrió entre emociones y un descanso breve y sereno, hasta que en
la tarde siguiente de regreso a Barinas la indiferencia dejó de envolverlos,
cuando se detuvieron en la carretera al filo de aquella estrecha vereda de
tierra en la cual se habían adentrado la noche anterior para comprobar que al
final de ella solo había... ¡Un terreno vacío!... ¡Un pedazo de nada.
*Texto publicado en “El Llano en Voces;
Antología de la Narrativa Fantasmal Cojedeña
y de otras latitudes”. Compilación de Isaías Medina López y Duglas
Moreno (San Carlos: UNELLEZ. 2007)
Willian Ramírez (San Carlos, Cojedes, 1969). Poeta con
amplia experiencia en diversos talleres de expresión literaria en las áreas de
poesía, cuento y ensayo, tanto como participante como en calidad de instructor.
Productor de espacios radiales y televisivos en el estado Cojedes.
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