Llaneras cojedeñas en el tradicional juego de trepar al "palo encebao"
(Archivo de Ciudad Cojedes)
Obra galardonada en el Concurso Nacional de
Cuentos Misterios y Fantasmas Clásicos de la Llanura “Ramón Villegas Izquiel”
(UNELLEZ –San Carlos, Cojedes)
Mira Francisca, esos muchachos no
quieren jace caso, es que la Carmencita, la Igua, Antonio y Glade le jecanta
burlarse é mí.
No en vaine, después de habé lidiao con
tanto generalote, vení a tené que soportá cagones, no digo yo. Esa vaina sí es
arrecha. Yo Magdalena la grande jodía despué de vieja.
Quédese quieta Doña Mauda, a fin, los
muchachos no le van hacer caso, muchacho es muchacho.
Sí, pero si vienen las ánimas y los
espantos, ahí sí, vienen corriendo y chorreao a que cuy, no digo yo, muchacho
es muchacho hasta que se caga.
Esas eran las cosas de la abuela, sus
infinitos fantasmas aún sobrevolaban su marchita memoria. Una guerra federal
que no vivió a plenitud por su corta edad, más sus padres fueron víctimas de la
misma y sus almas divagaron por siempre en sus adentros, dejándola marcada para
siempre.
Decía, que su hermano Serapio cargaba
con sus huesos en una enorme madera que no la apartaba de sí.
No quiso darles cristiana sepultura,
con la creencia que le garantizaban mantener una fortuna que jamás dejó
entrever que su forma de vestir y lo tacaño que era, dejaba pensar que todo fue
falso. Siempre dijo que era un amuleto secreto.
Eran los tiempos de los santos y
aparecidos, donde los entierros se encontraban en los traspatios de la casa, en
los solares abandonados. Fueron muchos los muertos de guerra reciente que
dejaron su oro enterrado, mas no existían bancos y desconfiaban de todo el
mundo y nunca se supo en qué lugar. Fue ese mismo día, cuando el ocaso estaba a
punto de hacer su aparición, cuando por primera vez Carmencita logró conversar
con uno de ellos y a la vez se iniciaron los temores con semejante escena.
-Mira Carmencita, venite muchacha que
te va salí un ánima.
-Ya voy amá, es que estoy jugando el
palito mantequillero.
-Si no te vení te voy a í a buscá,
mirá que está oscuro y los muertos salen pá llevase a los vivos. No juegue, que
muchacha pá bruta.
- Déjela quieta Doña Mauda, cuando
vea que no hay luz sale corriendo pá la casa. Esa es más miedosa déjela quieta,
déjela quieta. Esa no va aprendé de otra manera.
- Gua, como la voy a dejá, será pá
que Pancho se arreche conmigo por vieja y rebruta. No jile, eso sí que no. Yo
soy Magdalena la Grande quien pelió con Cipriano y nunca me dejé jodé. Pá tené
que guantá tripone.
Su carácter era férreo como esculpido
en roca de hierro, de una dureza que superaba lo normal, más a su edad que
nunca se supo si se encontraba llegando al siglo o lo había superado. Por sus
venas corría la historia de cuanto Andino gobernó en este país. Supo de mártir
y caudillo, según se le presentaran las circunstancias y jamás se dejó doblegar
en los más difíciles momentos, cuando el hombre de La Mulera se hizo dueño de
toda la geografía patria.
Esa tarde cuando todos se encontraban
jugando el palito mantequillero, de repente como una exhalación, que fue notado
sólo por Carmencita, una humareda salió del patio acompañado de truenos y relámpagos,
se puso el ambiente radiante saliendo del humo un caballo montado por un hombre
blanco de enormes bigotes y vestido de militar de la época Federal. En su boca
un largo tabaco encendido y mostraba una enigmática sonrisa. Para su desgracia
sólo ella lograba enterarse del asunto, sus primos seguían jugando sin notar su
ausencia momentánea. Dejó aparte los nervios y se acercó para ver mejor esa
escena tan extraña. Cuando el militar le habló fue que comenzó a sudar frío y
le dijo:
- Quiero dejar en sus manos mi
fortuna.
En una veloz huida dejó a sus primos
solitarios en el patio y no volvió a salir en varias semanas.
Sus primos se burlaron y cada vez que
hacían referencia a lo acontecido se encolarizaba y los dejaba solos.
Ella llegó a pensar que todo era producto
de las recriminaciones de su mamabuela y para evitar tener algún problema con
su hijo le infundía miedo en la oscuridad. Durante esos días evitó hablar del
asunto, para no tener que aguantar la letanía, lo dejó como parte de sus
fantasías, más sabía que por su edad no le creerían tal historia.
Hubo de pasar más de una semana para
que aceptara jugar con sus primos en el fondo del solar. En esta ocasión
decidieron jugar la semana. Ya se estaba poniendo tarde y nuevamente Doña
Magdalena inició la letanía, más por precaución que por el muerto.
- Mira muchacha te vá a salí un
muerto y te vá a llevá, es que queré ite con él. Gueno, si jací es la vaina que
te lleve.
- Doña Mauda déjela que juegue al fin
no está sola Clemencia está en la cerca.
- Sí, pero el otro mocoso no pué con
su alma, va a podé cuida a jotro. Ojalá le salga un muerto, pá que deje la
maña. Despue Pancho le va a pegá, eso sí lo tiene merecío por porfiá.
La vecina que se encontraba con ellos
en ese día se llamaba Clemencia y tenía unos diez años viviendo en el barrio.
Ya era parte de la comunidad y su hijo Nicanor nació en el pueblo. Esa tarde
había salido con los muchachos en el patio. En ese tiempo las casas se dividían
con troncos y alambres de púas, dejando una puerta para poder comunicarse.
Eran las seis y treinta de la tarde
cuando el cielo se volvió de diáfano a turbio, una brisa helada hizo su
aparición con características de lluvia. A Clemencia le pareció extraño, más
que el invierno no entraría en tres meses, sin hacerle mayor caso siguió
divirtiéndose con las ocurrencias de los muchachos. Como una repetición de la
última vez, la humareda hizo su entrada acompañada de los truenos y la luz
radiante, apareciendo al final el hombre y su blanco caballo. Igual que la
última vez, sólo Carmencita logró ver el personaje, quedó petrificada y la
piedra que se encontraba en sus manos rodó por el suelo. El personaje se apartó
su largo tabaco y le dijo en voz de ultratumba:
- Ven, toma mi oro, es para ti.
Carmencita comenzó a sudar frío y el
enigmático personaje le señaló en el suelo el lugar donde se encontraba
semejante fortuna. Sin pensarlo dos veces huyó sin despedirse.
Clemencia que sí notó a la niña con
sus desvanes quedó con una gran duda y le preguntó a sus primos:
-¿Qué le pasó a esa muchacha, es
malcriá o está loca?
Respondiendo Antonio que era el más
grande:
- No señora Clemencia, es que
Carmencita es miedosa, amá le vive diciendo que le vá a salir un muerto, y
cuando cae la tarde, se pone negro se asusta y sale corriendo.
- No creo ese cuento, pá mí esa
muchacha vio algo, y debe sé feo pá como corrió pá la casa.
Pasaron varios días hasta que Doña
Clemencia logró sacarle a Carmencita la confesión completa de lo que había
pasado. Nunca se lo hubiese contado a nadie, llegó a pesar que la tildarían de
loca y eso le preocupaba, mas aún no llegaba a los diez años. Clemencia que se
sintió algo extraña, sobre todo por el frío repentino de la tarde , sin que el
invierno le tocase venir. La llamó desde la cerca de eso de las cinco de la
tarde, acababa de regresar de la escuela y aún era temprano para jugar, si es
que le quedaban ganas después de semejante susto. Clemencia sin dejarla
reaccionar le pregunto:
- Mirá Carmencita ¿qué te pasó el
otro día?
- Gua, ná ¿Por qué?
- Muchacha a mí no me vas a engañá,
tú viste algo. Pues saliste como ánima en pena y la cara se te puso blanca como
un papel. A mí no me vas a engañá, decime qué fue.
- Ná Clemencia, yo no sé qué, pero pá
mí, que en jese patio de allá vive un viejo y tiene un caballo grandote.
- ¿Qué es eso muchacha? ¿Qué querei
decí?.
- Gueno, que cuando se jace tarde
sale a dale é comé ar caballo y como es feo yo sargo corriendo.
- Explícame mejor la vaina que no
entiendo.
- El señor saca er caballo blanco a
comé.
- ¿Cuál caballo mijita?
- Er de é, cuar va sé. Es grandote y
me llama, pero yo le tengo mieo. No vaya sé que me lleve.
- Mirá muchacha, los muertos no
salen. ¿Quién te dijo esa vaina?
- Gua mi amá Mauda. Y me dijo que me
vaya con é.
Clemencia que era más astuta que la
pobre muchacha y que Doña Magdalena le siguió interrogando para conocer mejor
que tipo de personaje interrumpía en los juegos de Carmencita y de sus primos y
poder entender el frío extraño de ese día.
- Di bien qué te pasó, -Le refutó
Doña Clemencia-.
- Cuando estoy jugando é sale a dale
é comé ar caballo grandote y me acerqué y luego señala este montoncito de
tierra.
- Gua, no igo yo, ¿Qué pue habé ahí?.
Yo por eso corro no vaya jace que me quiera enterrá.
No se dijeron más palabras, ya
Clemencia estaba enterada de lo que quería enterarse y no deseaba saber más.
Pasaron los años y no se habló más
del asunto. Los muchachos crecieron y cambiaron los juegos de la semana y el
palito mantequillero por la botella, floreció mi amor y en tiempos de San Juan
con el huevo en el vaso de agua, los arfilesó agujas para ver si pegaban y
cosas por el estilo. Lo único cierto es que Clemencia se largó a otro país más
próspero y nunca se supo de ella. A lo mejor la fortuna estuvo de su parte.
*Texto publicado en “El Llano en Voces;
Antología de la Narrativa Fantasmal Cojedeña
y de otras latitudes”. Compilación de Isaías Medina López y Duglas
Moreno (San Carlos: UNELLEZ. 2007)
Francisco Javier Frías Vilera (San
Carlos, Cojedes, 1959). Poemarios editados; De la tierra al olvido (1980); Al
desembarco de la noche (1986); Has llegado para dorar mi piel (2002);
Narrativa; Crisanto (1989) y La hoguera oculta (1994). Premio Municipal de
Literatura de San Carlos (1987) Es integrante fundador y Ex-Presidente de la
Fundación Círculo de Arte Nuevo Tramo.
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