sábado, 31 de agosto de 2013

Las leyendas llaneras. Algunas apreciaciones


Las leyendas llaneras son motivo teatral, de poesía, canto y cuentos. 
Imagen en el archivo de  Fernando Parra

En ciudades y campos el llanero se hace parte de sus leyendas. 
(Archivo de Sara Medina López)

Las sociedades de cualquier época atesoran diferentes versiones de distintos hechos y,  con el correr del tiempo, algunas de ellas adquieren moldes estables de realidad literaria que se convierten en narraciones aceptadas, conservadas y propagadas por  una comunidad y hasta por naciones enteras, a las cuales llamamos leyendas;  motivo de sentimientos colectivos e identidades sociales que pautan un rasgo distintivo de la condición humana.

Hoy la leyenda se asume  como factor que enriquece el lenguaje. Se habla de leyenda urbana, de leyendas vivientes, de personajes legendarios,  destacables por muy buenos o por infames: artistas, atletas, mandatarios, sabios, religiosos, aventureros, en fin cualquiera con ambición desmesurada de gloria, a la par con batallas, descubrimientos, travesías y plagas compite por un sitial en el conjunto universal, nacional, regional o local  de las leyendas y se labran senderos propios sin detenerse en barreras creadas por la ideología, la religión, lo geográfico, lo idiomático  y lo temporal. La sed de “legendización” está entre las grandes herencias que nos brinda la literatura y es un motivo que empuja al hombre a romper barreras y enfrentarse a lo desconocido.  

El llanero llama a sus leyendas “pasajes”, voz de siglos atrás cuando se gesta esta cultura, pero, al encontrarnos con distintas versiones de ciertas historias y hablar con sus narradores su significado se torna en metáfora y simbología más allá del concepto clásico de Pasaje Literario, tenido como pequeña obra completa y se aproxima más hacia la “condensación” o confluencia de varios temas en una sola unidad narrativa, con signos e interpretaciones múltiples.

Pasaje en su primera acepción alude a un romance o historia trasmitida por medio del canto, de la poesía declamada,  el cuento o todas las anteriores juntas en el Teatro de Estampas o de costumbres. Pasaje significa “precio”  que se paga y el “camino” elegido para  ir de un lugar a otro,  por ejemplo, el del viaje  de la inocencia a la sabiduría y su correspondiente retorno. Pasaje es pasadizo por donde se entra y se sale de un lugar. Pasaje es, también, un acopio de algo que pasó y sigue pasando, por increíble que sea. Además alude al pasajero; el viajero pasante que somos en esta vida que es puro cuento.

Entendemos la leyenda como memoria de acontecimientos simbólicos, cuya índole, justamente, por ser tan vital se transforma como la existencia misma; se asocia, se contradice, sufre mudanzas, toma y otorga préstamos de componentes narrativos, se ata a los vendavales y vaivenes que la propagan, hasta tornarse en un texto sin un acabado o dueño definitivo. El mismo Alberto Arvelo Torrealba configuró cuatro versiones de Florentino y el Diablo, una en teatro y tres en poesía (1940, 1950 y 1957).

Los personajes de las leyendas llaneras obedecen a  un arquetipo muy especial. En otras tierras apuestan a “nobles” de cuna: el marqués de Roldán, al príncipe Drácula, el rey Arturo, el emperador Carlomagno, el divino Aquiles, la reina Brunilda, la faraona Cleopatra. El llanero prefiere el protagonismo de la gente común enfrentados a circunstancias extraordinarias: Uno es el peón de sabanas con las abrumadoras peripecias de su áspero oficio. Otro es el trashumante (el andariego) que de improviso llegaba a con su caudal de ocurrencias y tesoros narrativos desde sitios desconocidos para desaparecer luego con igual enigma. También las mujeres del fogón, las lavanderas del río, las parteras domésticas, las hierbateras del vecindario, las rezanderas de velorios, las señoras del budare: féminas del Llano legendario que encarnan, al mismo tiempo; presencia y fábula, narración y poesía. En fin: copleros, peones, mujeres del pueblo, hijos humildes de la sabana inmensa que, de súbito, se envuelven en torbellinos inauditos, para recrear historias que aún generan gratos momentos de fantasía, de asombro y de identidad. Seres, hoy casi mágicos, que gracias a las leyendas heredadas de ellos, adquieren la legitimidad vital que la gran historia patria les niega.

Constantemente,  todas las leyendas,  adquieren nuevos matices y alcances en los cuales, las personas, los seres del más allá, las ánimas, los santos y los demonios hacen las más curiosas jugarretas y siembran su huella de espejismo. Es un asunto serio y profundo, porque su perfil está en el ancestro, por ello cada quien goza de la libertad de recrearla a su manera, de enriquecerla con trazos de su espiritualidad, tal como ocurre con otros temas trascendentales: el amor, el destino y la muerte.

Pero las leyendas no solo pueden ser importantes por su contendido y sus personajes; pueden, igualmente, aportar datos de su importancia por quienes les investigan, compilan y divulgan. En el caso de las leyendas llaneras destaca un notorio grupo de investigadoras-compiladoras, cuyos textos nos hacen reflexionar sobre el decisivo papel de las mujeres en la divulgación de las leyendas venezolanas, entre las que cabe mencionar a Lolita Robles de Mora, Isabel Aretz, Yolanda Salas de Lecuna  y María Manuela de Cora. En el terreno de las leyendas llaneras encontramos a Ana Cecilia Valdez,  María Josefina Villegas, Flora Ovalles, Dorothy Noguera de Stergios y Carmen Pérez Montero, entre otras.

Ana Cecilia Valdez en su artículo Vigencia de la Llaneridad, apunta que en el Llano: “Sus pobladores nos narran sus experiencias sentidas y vividas, tal como la aparición de Las Candelitas del Leñador, de La Bola de Fuego, el renombrado Silbón, entre otros…Es menester enfatizar que la cultura llanera se hace permanente y cobra vigencia en estos espantos, leyendas y creencias vernáculas, particularidades socio-culturales que demandan un concepto amplio y preciso de la llaneridad”.

En Mitos y leyendas del estado Portuguesa, Carmen Pérez Montero (2002), nos ofrece diez y ocho impactantes versiones de leyendas con apoyo en fuentes orales adquiridas mediante entrevistas y sus títulos nos enuncian lo grave de su contenido, por ejemplo: El Encadenado de Píritu; El Carretón; El Espíritu de Eugenio Báez; El Espanto del Bajío y El Ánima de Ño Silvestre.

La gracia de muchos textos, narradores y cantores de las leyendas llaneras podrían hacernos pensar en cuál es su relación con el humor, sin embargo, la leyenda tiene más de drama que de comedia. Su narración sin artificios expande una superficie muy amplia, pero ellas no son superficiales. Sus asuntos asumen lo grave, lo complejo, puede, inclusive, ser cruda y hasta causar miedo. Muchos de sus narradores evitan ser personajes de sus relatos y narran desde un "otro" literario bajo la consabida advertencia: “Quizá no lo crean, pero contaré un suceso tal cual lo oí; una  persona muy seria me dijo que...”.

Oportuno es insistir en que las leyendas carecen de moldes absolutos; ellas obedecen a la inquietud y desconcierto del colectivo ante incógnitas estéticas en las cuales el narrador y el receptor acomodan el discurso a su parecer. Empero, podemos aproximarnos al efecto de "triangulación" vigente en estas historias, el cual parte de la conjugación móvil de tres elementos temáticos; por ejemplo, en los pasajes del Hombre sin cabeza está: la muerte violenta, la pasión y  la venganza; en las narraciones sobre espantos (hombres y mujeres) surgen las variantes de seducción, obsesión y perdición; luego, en los relatos de ruinas de haciendas, familias y  pueblos persiste la atracción por lo fácil, el arreglo con el mal y el castigo.      

Tampoco debe extrañar que los sobrecogedores sucesos de las leyendas llaneras surjan de cualquier loma lejana donde se resguarde al Salvaje de La Sierra o el Ánima de Tucuragua para sus temibles portentos; que la sabana donde pasta el ganado sea el asiento de antiguos fantasmas de un pueblo desaparecido; que la sombra generosa del árbol recubra al tigre carnicero o al penitente ahorcado cercano a su retorno; que ese camino pegado a la cerca nos lleve a encontrar al temible Jinete Sin Cabeza,  a la Mula Maniá de la Mata Carmelera...o quizá el sosiego de la sabana solo sea el silencio dejado por aquellos codiciosos que pactaron con el Diablo.

Recuerde que el Llano es un hábito de vida, es una tradición. La Llanura es territorio de los soñadores, de los hombres y mujeres trasnochantes que vuelcan en palabras los asombrosos espantos que asolan pueblos y campos, también, los ríos poblados de animales y peces increíbles, los montes donde las fieras conviven con las fábulas del jinete arreador de ganado. 

En todo caso, usted ya está advertido y está solo... 
Isaías Medina López.

San Carlos, 20 de agosto de 2013 

2 comentarios:

Unknown dijo...

Increíble lo bien que conoces tu zona en la cual vives. Amigo, hermano, he aprendido mucho y he visionado el lugar y las gentes de tu tierra.

Vendo y Alquilo Propiedades +58 4123605721 dijo...

Me encanta