jueves, 29 de agosto de 2013

Un Fantasma muy serio (cuento de Javier Merchán)


Bandolista llanero (Archivo de  Duglas Moreno)

EL ESPANTO DE LOS JOBOS: cuento de Javier Merchán



Se había tornado en algo casi de la familia  


Esa tarde, como todas, aquel grupo de personas caminaba la misma distancia andada de memoria y como por penitencia, hasta la casa de misia Juana. Así, travesaban el patio de Nicolás: El Camino de Los Guásimos, El Paso de Los Jobos, hasta finalmente terminar la pequeña travesía. Siempre, a eso de las seis de la tarde, después de cenar, la familia enrumbaba camino hasta la casa de su vecina. Siempre, para volver a conversar lo ya conversado, algo así como querer machacar el agua; una y otra vez volvían a lo mismo y a lo diferente. 
Regresaban unas dos horas más tarde. Ese ir y venir, diario y permanente, a la misma hora, dejando todos los enseres de la casa y la casa misma sola, era lo que molestaba irremediablemente a Nicolás. 
Amaneció igual que siempre, un día pleno de sol, época de sequía. Bien temprano la mujer preparó comida para tres hijos y esposo, cuatro trabajadores dispuestos a irse al conuco. Ellos de once, trece y catorce años cada uno y el esposo que cumpliría los treinta y cuatro en el mes entrante. 
Al marcharse los cuatro jornaleros, ella se dedicaría a los quehaceres del hogar. Alimentaría gallinas, patos y cochinos. Cuidaría de sus otros dos hijos, incluyendo al menor de casi dos años que todavía no caminaba. Nada extraordinario ocurrió ese día, las cosas se sucedieron igual que siempre, pero todos en su interior esperaban con ansiedad la hora consabida para volver a caminar la misma ruta de todos los días. 
Los hechos ocurridos aquella noche, cuando la familia regresaba nunca se aclararon completamente. Sólo una cosa era cierta, en El Paso de Los Jobos salía un espanto. Los dos niños menores, de casi dos años en los brazos de la madre y la niña de cuatro años, de la mano del padre se sintieron a salvo complemente. Sin embargo todos caminaron despavoridos huyendo del blanquísimo resplandor que se balanceaba en medio del camino, bajo aquella inmensidad de luna nueva. Solo que el de trece años equivocó el camino y estuvo perdido en el monte hasta la tarde del día siguiente. 
Cuando lo encontraron no hablaba, tenía un temblor en todo el cuerpo, estaba sin aliento y casi sin respiración. Tardaría diez días en recuperarse medianamente de aquel susto descomunal. El otro de catorce años cayó en el joyón del caño, fracturándose una pierna que lo dejaría convaleciente para toda la vida. La familia jamás volvió donde misia Juana por las noches. 
Por aquellos días no se vió a Nicolás con la sonrisita entre los dientes que siempre lo caracterizó. Las chanzas, el vacilón, la mamadera de gallo, los comentarios de doble sentido eran el pan nuestro de cada día de Nicolás, siempre juguetón. Muchos sospecharon que el muerto aparecido era un vivo, pero debido a lo trágico y grave del asunto nadie señaló a nadie. 
El mismo Nicolás guardó un profundo silencio y mantuvo una gran seriedad frente a los que se atrevían a hacer algún comentario. Solo los parientes de Nicolás, conociendo su forma de actuar le preguntarían al tío si había sido él, ese muerto que se le apareció a la familia. Años después se sabría que Nicolás, vestido impecablemente de blanco, había tenido la ocurrencia de colgar la hamaca entre aquellos jobos para mecerse en medio del camino, cual si fuese un aterrador espanto. 
De vez en cuando, el espanto, de vestidura y hamaca blanquísimas en noche de luna nueva, se vuelve a mecer en el paso de los jobos. Pero Nicolás ya no está disponible ni para conversar siquiera.

Informante: Javier Merchán, nativo de San Carlos. Edad; 44 años. Fecha de la muestra; 27 de abril de 2004. Tomado de: Antología de la Narrativa Fantasmal Cojedeña y de Otras Soledades, compilación de Isaías Medina López y Duglas Moreno, Publicada por la UNELLEZ en San Carlos (2007)

3 comentarios:

Carlos Nuñez dijo...

Parece ser que a Nicolas le salio el tiro por la culata...

Diana Patricia dijo...

Las personas oriundas del campo , siempre son muy inclinadas por esta clase de relatos .

amar la poesia es amar la vida dijo...

Que mala broma le echo Nicolás a la familia! Saludos.