sábado, 3 de agosto de 2013

La Nevera de Barro y otros cachos llaneros (Rafael Arias)

Mujer llanera (archivo de Richar Rangel)

Un enorme caudal de agua y fuego comenzó a brotar en medio de la casa. 


*LA NEVERA DE BARRO (Rafael Arias - Agustín Padrón)
El otro día mi mujer me dijo: -Augusto, ya estoy cansada de beber agua caliente,  ¿por qué no compras una nevera?      
-Es muy cara, además ¿dónde la vamos a instalar?, si aquí no hay electricidad, ya que vivimos muy lejos del pueblo. Recuerda que el año pasado gasté cien rollos de alambre, para traer la luz hasta acá, pero los monos y los araguatos  me lo arrancaron y tumbaron los postes que había enterrado. -Bueno, Augusto, va tener que buscarle una solución, porque, además, quiero hacer unos posciclos para vender y así ayudar en los gastos de la casa. -Sí es verdad, vieja; hay que buscarle la solución a este problema, pero,  ¿qué hago?
-Usted  es una persona que inventa  mucho; me dijo mi mujer.  Me fui a costar, para ver si tenía un sueño que me iluminara y sacarle la solución al problema. Este otro  día, cuando me desperté, tempranito como siempre lo hago, al salir al patio, al sentir el frío que estaba haciendo por la lluvia que había caído, se me vino a la mente como un rayo una idea, que no se me había ocurrido antes:  fabricar una nevera de barro. Ahí mismo agarré mi machete y mi barretón y me fui a un lugar donde nadie me viera, pues le quería dar una  sorpresa a mi mujer, pasé tres días fabricando aquella maravilla, al cuarto día le dije a mi mujer: -Mi negra, ya le tengo su nevera. -Gracias, mi viejo, yo sabía que usted me iba a complacer, pero, ¿dónde está?, sí usted no ha ido al pueblo a comprarla.
-No señor, nada de comprar. Yo la inventé y hay que tener mucho cuidado, porque la hice tan buena, que al abrirla, nada más con la brisa, uno se puede congelar. En ese momento pasó Carlito, el hijo mío, corriendo hacia donde tenía la nevera, no tuve tiempo de decirle que no abriera la nevera. Se sintió un gran frío en todo el lugar y vimos,  como mi hijo Carlito, se fue poniendo blanquito hasta que se congeló. La verdad es que esa nevera enfría sin mamadera de gallo.

*LOS PATOS GUIRIRÍ  (Agustín Padrón: adaptado por Rafael Arias -Ganador de El  Silbón de Oro 1989)

Bueno, resulta cuñao, que un día le digo  a mi mujer: 
–Mi amor, voy a tené que buscá un salao, porque ya no queda.     –Está bien, Augusto;  Me contestó.  
Agarré mi burrito Ponciano, que así se llama y nos fuimos. Cuando estamos en el medio del monte, a orillas de una laguna, veo que el mundo se pone oscuro “¡Bendito sea Dios! Va a llover”, pero cuando miro pa´ arriba no es ninguna nube de agua; era una nube de patos guirirí que iba pasando. Al otro lado de la laguna había un palo de joba, amarillito de lo cargado que estaba y abajo tenía el suelo cubierto, parecía una alfombra: amarillito. Pa´ sorpresa mía los patos comenzaron a bajar y aquello se puso que parecía un poco ´e gente en un operativo de Mercal, eso era demasiado “¡Ay, mamá! Aquí nos pusimos a valer; ahí está el salao, por lo menos unos tres meses para toda  la familia”. Fui a buscar la escopeta,  pero no la cargaba. “¡Bendito sea Dios! ¿Qué hago ahora?” Ja, pero como el llanero es del tamaño del compromiso que se le presenta, busqué en mi morral un rollo de guaral, agarré una joba, se la amarré en la punta y luego se la lancé en medio de esa patamenta, en eso un pato vio la joba con el guaral y se la comió.
-Ustedes saben que los patos tragan y cagan de una vez. Cuando un pato la soltaba, otro  la tragaba y así agarré, en el guaral y la joba: Trescientos patos quedaron ensartaos. Agarré mis patos y se los amarré a mi burrito. Nos fuimos muy contentos, pues teníamos suficiente salao. Mientras íbamos hacia la casa me dije “Voy a echá un sueñito recostao sobre esa almohada de plumas”. Allí veo que los árboles se iban poniendo pequeños, pero no; eran los patos que habían salido volando y me llevaron con burro y todo.

*LOS CONEJOS  (Agustín Padrón y Rafael Arias - Ganador de El Silbón de Oro 1993)
Resulta que un día le digo a mi mujer: -Mujer voy a tener que salir a buscar el salao porque ya se nos está acabando. -Bueno, Augusto, vaya pues. Agarré mi burrito Ponciano y nos metimos monte adentro, cuando estamos en medio de la montaña se apareció una bandada de conejos, como de ciento veinte conejos, le digo a mi burro: -Ay, mamá, aquí está el salao.
Busqué mi escopeta, es entonces que me di cuenta que no la traía “¿Qué hago ahora?”. Mientras tanto, los conejos como que se habían dado cuenta que yo no cargaba la escopeta, se comenzaron a reír y saltaban de un lado para otro. Ah, pero como yo soy un hombre aprevenido busqué en mi murrial un poco de pimienta negra, mientras tanto los conejos se seguían riendo y saltando como burlándose de mí. Machuqué bien machucá la pimienta, busqué una piedra bien puyua y coloqué allí la pimienta y me escondí en un mogote. Ustedes saben que los conejos son muy curiosos: se acercaron uno a uno a huele  la pimienta y esta les producía  estornudos que cuando estornudaban le pegaban la frente a la piedra, así agarré los ciento veinte conejos, pues caían tiesitos al pegarle la frente a la piedra con la pimienta.

LA AVIONETA DE MADERA (Agustín Padrón-Rafael Arias)
Resulta que después de que los patos salieron volando y me llevaron con burro y jamuga, veo que esos bichos volaban muy alto, tan alto que las nubes quedaron abajo, “Ahora, ¿qué hago?” Ah, me acordé que la semana pasada había terminado una avioneta de madera de yagrumo. Inmediatamente llamé a mi compadre Anselmo para que se trajera la avioneta para que nos rescatara. De repente veo a lo lejos que viene mi compadre. Entonces saqué la soga, la lancé y amarré la avioneta por la cola y fue así como logramos bajar. Para celebrar hicimos un sancocho de cien patos donde comió todo el pueblo, aprovecharon además de pasearlos a todos en la avioneta con un motor de lavadora. Eso fue verdad y ya han pasado tres meses de cuando pasó eso y seguimos comiendo patos.

*LA PESCA CON CHIMÓ  (Agustín Padrón -  Rafael Arias)
Bueno, esto me sucedió cuando salí de pesca hace como una semana, me pasó casi igual que don Augusto. Me llevé a mi burrito “El Matador”, pa´ traer los pescaos que salí a buscar pa´ el salaito ´e la casa. Llegamos a una gran laguna, donde jervía el pescao, ahí me di cuenta  que no llevaba atarraya ni anzuelos ni nada, lo único que llevaba era la cajeta ´e chimó, entonces, se me ocurrió algo que podía darle solución a mi problema, pues yo no quería regresarme a la casa sin el salao. Bueno, comencé a jacé pelotitas de chimó y las lanzaba al agua, y me busqué un rolo, una maceta, pues y me senté a la orilla de la laguna a esperar. No había esperado mucho cuando los pescaos comenzaron a salí pa´ escupir el chimó;  ahí era cuando  yo les daba con la maceta por la cabeza y los mataba muertitos, fueron tantos los que maté que me llevé dos sacos de esos que llaman saca.

*LAS LLAVES  (Agustín Padrón - Rafael Arias)
Mire, cuñao, esto me pasó un día antes de vení pa´ cá. Resulta que salí como a las cuatro ´e la mañana pa´ el pueblo de El Baúl, allá en Cojedes, me llevé a mi hijo Carlito, que es el mayor de los hijos míos. Cuando vamos en el sitio de Las Galeras, en El Pao, le digo a Carlito: -Mire, mijo, nos vamos a detené porque tengo ganas de ir al monte a hacer una necesidad, quédese aquí mientras regreso. Miré, eso estaba bien oscuro, que uno se ponía las manos en la cara y no las veía, me metí con cuidado en  el monte, hice mi necesidad, cuando regresé Carlito, estaba dormido, me dispuse a continuar el camino, le meto la llave al carro y lo prendo, pero el bicho no arrancaba sino que echaba pa´ atrás, le tiraba los cambios pa´ ve, pero no seguía pa´ lante, sino   pa´ atrás “¿Qué le pasa a este perol?” Me santigué, pues pensé que era un espanto o que no me convenía ir pa´ El Baúl, intenté de nuevo, pero nada, el carro seguía pa´ atrás, entonces me dije “Yo no voy a insistir, yo mejor me regreso pa´ Tinaco”. Y así fue, me vine de regreso hasta que llegamos a las seis de la mañana a Tinaco, ya estaba amaneciendo, ya se veía, pero todavía estaba medio oscuro, cuando llegué a un poste de luz me detuve para ver qué había sucedido.
         -¿Que a qué no saben qué fue lo que pasó? Le había metido la llave al revés a la suichera y por eso era que el carro no arrancaba pa´ lante.

*LAS ALPARGATAS (Agustín Padrón - Rafael Arias)
Resulta, cuñao, que yo me encontraba pescando en el puente de La Caja, allá en Tinaco, cuando de pronto se me cayó una alpargata en el pozo, allí mismo me zambullí, nadé tanto que cuando volví a salir estaba en el río Apure, allí le pregunté a  unos garzones si habían visto la alpargata y me dijeron que iba río abajo hacia el Orinoco, me zambullí de nuevo y cuando salí estaba en el río Orinoco, nadé hacia la orilla que estaba cundía de caimanes, caminé sobre ellos para ver si estaba mi alpargata. De repente veo un gran caimán amarillo con la boca abierta y entre los colmillos tenía la alpargata, el bicho me miró sin importancia y siguió allí, echaote, entonces le dije: -Mira, Caimán, esa alpargata es mía, ¡dámela! -No te la voy a dar. -Ah, conque no me la vas a dar y tú ¿sabes quién soy yo?-Y a mí, ¿qué me importa? -Yo soy Augusto Padrón. -¿Có…có…cómo? ¿Augusto Padrón? Lo hubiera dicho antes, ¿el gran Augusto Padrón, él de Tinaco, que se le pasa pescando en el Puente de La Caja?: -El mismo que viste y calza. -¿En qué puedo servirle, don Augusto?: -Bueno, llévame de nuevo a Tinaco.
Y así  fue;  me le monté en el lomo y me llevó de nuevo al Puente de La Caja, donde me estaba esperando  el pueblo. Pensaban que me había ahogado y así fue que recuperé mi alpargata.


*EL TIGRE NADADOR (Rafael Arias -Ganador de La Tinaja de Oro 2008)
Un día voy con mi burrito Cornelio, muy tranquilos por esos montes, cuando,  de repente, llegamos a un río bien bonito, pero más bonita era la cascada que caía en un pozo cristalino, que invitaba a que uno se bañara en él, y así fue, me dispuse a echarme un chapuzón, mientras, Cornelio, pastaba muy cerca de allí en una pequeña sabana, cuando ya me voy a lanzar al pozo veo que Cornelio pasa como un  celaje, se lanza al pozo y cruza pa´ el otro lado, en eso veo hacia atrás y veo una maceta ´e tigre que me está mirando fijamente, listo pa´ caerme encima; la única solución era lanzarme al pozo. Me lancé, pero veo que el tigre también se lanza. Ahí la vi fea, porque no había dónde cojé, menos mal que llevaba mi machete rozador, de esos que cortan un pelo en el aire, pero pensé “Ese bicho es muy grande;  me da un solo manotazo y me quita el machete”. Al  bicho ya lo tenía como a tres metros, entonces que decidí nadar cascada arriba, pero para sorpresa mía el tigre también comenzó a nadar, estilo perrito,  hacia arriba. Ah, no, ahí sí es verdad que la gata se subió a la batea.  Pero, por cosas de Dios, me acordé del machete y corté la cascada de un solo machetazo y se fue ese tigre hacia abajo y cayó de platanazo en el pozo, y aproveché pa´ terminar de subir, al llegar arriba ya estaba Cornelio esperándome, me le monté, emprendimos una veloz carrera hasta llegar a la casa.

         
*LOS CHÁCHAROS Y LOS BAGRES (Rafael Arias)
Caray, caramba, a mí me pasó algo parecido, pero muy distinto. Resulta que yo me fui también a buscar el salaito y pasé todo el día sin conseguir nada. A eso de las siete de la noche, pasaba por ese mismo puente y escuché un gran borbollón y unos rugíos, pero como estaba oscuro no podía ver nadita, busqué la linterna para ver lo que estaba pasando bajo el puente, pero antes lancé la atarraya y esta quedó estiraita quedando la mitad en el agua y la otra mitad en la arena, yo sí noto que me jalaban hacia el agua y después hacia la arena con mucha fuerza; “¿qué es esto?” Me jalan pa´ el agua y me jalan pa´ la arena. Me puse el mecate de la atarraya entre los dientes, mientras buscaba la linterna en el murrial, pero cuando la voy a prender se le acabaron las baterías, entonces me acordé que había pescado un temblador, ahí mismo se lo metí alumbrando toda la sabana, mientras tanto, la atarraya se movía de un lado para el otro, entonces alumbro abajo.
         -¿Qué a que no saben qué era lo que había agarrado en la atarraya? Pues nada menos que cuatro báquiros o chácharos y cuatro bagres, por eso era que la atarraya se movía hacia el agua y hacia la arena. Los báquiros jalaban hacia la tierra y los bagres hacia el agua.              

*EL TIGRE Y LA MULA (Recopilación de Rafael Arias)
Un día, como hace seis meses, me fui con mi mula a matar un tigre, que está acabando con las vacas de mi fundo de cinco mil cabezas. Bueno, lo cierto, es que voy bien apertrechao, le puse el sudadero y la jamuga para ir más cómodo, ya que tenía que recorrer bastante camino, como siete leguas más o menos. Caminamos y caminamos, todo el día, hasta que todo se fue poniendo oscuro por la llegada de la noche, no sé cuándo había oscurecido totalmente, cuando siento que la mula para las orejas y se queda parada sin querer caminar, yo no entendía lo que estaba pasando, en ese momento, que estoy luchando con la mula,  para que continuara marchando, siento un olor a camaza, entonces me doy cuenta de que ese olor significaba que el tigre estaba bien cerca, no había terminado de pensar, cuando siento que cae sobre nosotros algo muy pesado; era el tigre. En ese momento se comenzó una gran pelea en medio de la oscuridad;  allí se formó una gran pelota entre el tigre, la mula y yo, porque yo permanecía montado en la mula, más agarrado que una vieja en moto. Esta lucha duró como una hora. Ya todo estaba completamente oscuro cuando logramos soltarnos del tigre, entonces, fue entonces que le metí el talón a la mula para que corriera más. Corrimos y corrimos, que al final de la carrera llegamos al pueblo. Cuando llegamos a una luz, como a las cinco de la mañana, me doy cuenta que no iba montado sobre la mula, sino que iba montado sobre el tigre, pues la mula se la había comido en la pelea. Ahora, como no tengo mula, ando, por todos lados, montado en mi tigre, mansito por la carrera que se había pegado la noche de la pelea con la mula.
     
*LAS ÑEMAS (Recopilación Rafael Arias)
Un día iba yo en mi tractor rastreando la tierra, cuando de pronto veo una gran camada de huevos de babos, como yo tenía una gallina que no salía de una culequera, decidí recoger las ñemas y llevármelas para la casa, para ponérselas a la gallina. Se las puse y la gallina se puso muy contenta. Como a los quince días,  en una noche que ya me voy a dormir,  oigo un alboroto que venía de donde tenía a la gallina con los huevos, me levanté inmediatamente y fui a ver  lo que estaba pasando, cuando llego al lugar veo con sorpresa que todo estaba lleno de babitos. Me llamó la atención que los babitos decían “pío, pío, pío” y que me comieron dos sacos de maíz que tenía guardado en el galpón. Ahora, cuando en las mañanas, les echo comida a los animales, los primeros que salen son los babogallos, que los estoy preparando para la feria y peleas de gallo que se realizan en mi pueblo, donde esperan con ansiedad y curiosidad ver en acción esta clase de gallos de pelea, que ya han matado a todos los gallos de raza allá en el campo, de los cuales estoy agarrando las pumas y las espuelas para ponérselas a los babogallos.

 * LA REBELIÓN (Rafael Arias)
El otro día regreso yo del pueblo, con mis dos burritos cargados de mercancía, para la bodeguita que tengo en el campo. Al pasar por el pozo de La Cascada veo que el agua jervía de tanto pescao había, pero como voy cargado no los podía pescar en ese momento, pero me dije a mí  mismo “Mañana vengo a sacar todos esos pescaos” y me fui. Al otro día, muy tempranito, con mis dos burros y cuatro sacos  y la atarraya me llegué hasta donde estaban los pescaos, no fuera que otro se me fuera adelantar. Llegamos allí, pero todo estaba en silencio; seguramente los pescaos no se habían levantao. Me acerqué al pozo, me di cuenta que no había un pescao, comencé a mover el agua, en eso que estoy en lo que les digo, siento que me cae una lluvia de piedra, eso parecía una guerra, yo, logro taparme con la atarraya. “¿Quién me está tirando piedra?”. Miro por todos lados y nada. No he terminado de pensar cuando me cae otra lluvia de piedras, pero más grandes, me fui hacia donde estaban los burros, me escondí detrás de ellos, fue allí que me di cuenta de dónde venían las piedras, era los pescaos que se habían escondido detrás de la cascada y me estaban  tirando piedra, era que me habían escuchado cuando dije que los iba a sacar toditos ¡Qué pescaos tan vivos! Se habían  rebelado. -Si no lo creen pregúnteselos a mis dos burros que esos no dicen embustes.


Nota: Textos transcritos del Libro: 100 Cachos. Antología de la Narrativa Fantástica Oral de Cojedes, compilación de Isaías Medina Lopez, editado por la UNELLEZ en San Carlos (2013). 

1 comentario:

Sandra Bar dijo...

Muy divertidos y educativos estos cuentos, he disfrutado de su lectura. Y el lenguaje utilizado me encanta. Le agradezco por compartirlos con nosotros! Saludos cordiales.