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martes, 25 de agosto de 2020

Arnaldo Jiménez. Poemas y notas

 

Felices  aquellos que protegen a nuestros niños. Saludos al maestro Arnaldo Jiménez


CABALLO DE ESCOBA


Mi primer caballo fue el palo de una escoba

y le puse casco de lata y un freno de poesía.

Orlando Araujo

estas calles son mías

yo las barrí con un caballo

el regreso de mi padre

no conseguía sus herraduras

me agarraba a las crines

de mi caballo de escoba

y una carrera de ausencia

recorría la casa

mi padre daba vueltas en el corral de las fotos

y pastaba la quietud de otras horas

mi caballo cabía en cualquier rincón

y pasaba la noche cansado de tanto aire

¿acaso mi padre soñaba con su jinete

y deseaba el calor de las aceras

para que fuesen guardando en los ojos

el mismo paisaje?

yo no fui su peso

montado en otro mar

su espalda miraba hacia la orilla

y no respondía a los tonos de mi voz

un día mi caballo de escoba

empequeñeció

y escuchó dentro de mí

el relincho de su propio agotamiento

así cabalgó hasta desvanecerse

en el sucio de adiós que mis palabras

dejan caer sobre esta hoja


 

POEMA

gastamos el tiempo

sin saber

*

que solo colamos

un charco de vapor

y luz

entre las manos

*

y la vida acaba

con la vida

 


PASAJEROS

el tiempo es engaño y certeza

los pasajeros

sólo

podemos ser tiempo

 

no es suficiente

habitar las páginas

de las reconciliaciones

 

las voces de la familia

acumulan las lejanías

 

nunca se pesca con la mirada

las escenas

que el alma retiene por dentro

 

alguien doblará

los trapos que dejan

los difuntos

 

en el muelle

despedimos los barcos

y los seres que hemos sido

se pierden para siempre

Las olas

 

templo el nailon del alma

para pescar la lejanía

que crece en mí

 

al final de mis ojos

siento que un barco

empequeñece

 

no duramos más

que esta danza dorada

sobre las aguas

 

las olas arrastran

por la arena

los nombres propios

 

y aprendemos a ser

los verbos del silencio

 

toda inmensidad culmina

en espuma

 


UNA SOMBRA MUY ESPESA

Estaba dentro; la oscuridad invadía todo el espacio. Algo palpitaba; sentía que por fuera pasaba una sombra muy espesa, no sé, una presencia que no lograba definir debido a la profundidad donde me encontraba. Hice un esfuerzo por subir, pero no me movía ni un centímetro. Estiraba mis manos y unos cordones me enredaban el entusiasmo y entonces me daba cuenta de que no podía realizar ningún movimiento. A mi alrededor había una especie de sábanas acolchadas y casi pegada a mis ojos estaba una puerta cruel y sellada, con un recuadro de vidrio en el centro. Yo estaba como una piedra: rígido y con los ojos abiertos, aunque sin mirar. ¿Dónde me encontraba? No lo podía saber. La oscuridad era densa, un estupor me embargaba, algo se apoderaba de mi cuerpo y lo sujetaba a la quietud. Cuando ya no podía aguantar un segundo más hundido en esa cosa que me sostenía, escuché aproximarse aquello que parecía ser una sombra muy espesa y, en pocos instantes, se abrió la puerta: dos brazos gigantescos se dirigieron hacia mí, tomaron los cordones y los halaron hacia arriba. Entonces sentí que mi cuerpo de madera comenzaba a moverse y pronto estuve lleno de vida sobre el escenario.

 


Para mi nieta Emma, del libro dedicado a ella: 20 Juguetes para Emma, celebrando sus 11 meses. Con todo cariño, SUABUELO.


LA LUNA DEL CUARTO

Es noble y respira el polvo de la paciencia. Un complejo mecanismo de retornos permite que su luz perdure y no se exilie hacia otras memorias. Todos sus rostros vienen del infinito, y conocen la resonancia de la puerta y todo el delirio que interroga a las ropas guardadas en el armario. A ninguna hora palidece su fábula de sombras, a ninguna hora expulsa su geometría a la intemperie. Oscila un reverso de colmena, un lugar fundado más allá de la deriva de las aguas. Allí su soledad es imposible. En el horizonte de la cama, detrás de las almohadas que detienen el azar, un pequeño sol se acuesta y no cierra su vigilia y proyecta sus trazos sobre ese vidrio del cielo que flota por el cuarto como un globo que persigue las huellas más ciertas de Dios.

 

 ·

JAMÁS:

Jamás veré belleza en un automóvil, jamás. jamás comprenderé que hay más complejidad y perfección en un edificio postmoderno que en un grano de arroz, una cucaracha, un gusano, una flor, una espiga..., jamás adularé las armas, ni a quienes las portan, jamás; jamás comprenderé las razones de las guerras ni admiraré a ningún militar que haya asesinado en el nombre de nada; jamás, jamás podré alegrarme por los triunfos individuales plenos de dólares en nombre del país, jamás podré soportar a los oradores de orden, jamás sentiré el calor de una sonrisa a través de los celulares, jamás; jamás aplaudiré a los que golpean y matan animales, jamás; jamás sentiré que chino y nacho me representan, jamás, jamás.

 


RUEDA DE PRENSA

El pasado miércoles tres de los corrientes el diablo convocó a una rueda de prensa en el salón de espejos y eventos múltiples llamado Realidad. Después del saludo y los agradecimientos de rigor, enumeró los motivos por los que había convocado a los representantes de los medios de comunicación universales, advirtiendo que, por razones de premura, no estaba obligado a dar más explicaciones:

1- Negó categóricamente poseer celdillas, cárceles o centros de reclusión para proteger o castigar a los presos políticos.

2- En el mismo orden de ideas, juró ante las Sagradas Escrituras no tener ninguna vinculación con los imperios que se han sucedido a lo largo de la historia del planeta.

3- Por supuesto, nada arde en el infierno. Las calderas nunca han existido.

4- Así mismo, demostró fehacientemente su fobia a las culebras y a los machos cabríos.

5- Bajo ningún motivo podría confirmar que su lugar de habitación sea una copia casi fiel de geografías extrañas vinculadas por abismos en círculos que crecen y decrecen.

6- Por último, anunció que en los próximos días introduciría en los tribunales competentes una demanda por difamación e injuria al autor de la Divina Comedia.

 A fecha cierta de su publicación.

 


Notas didácticas


MAESTROS EXTRAÑOS: LOS ALUMNOS: las mejores enseñanzas de nuestros alumnos se juega en el  lenguaje. Nosotros los docentes nos hacemos ecos de una transmisión del poder occidental que se basa en el desprestigio de las hablas. Es poder nos hace creer que existe una gradación en las lenguas, que hay palabras mal habladas y palabras bien habladas, por lo tanto, existe un arribar a lo culto, un llegar a ser culto y para ello están los grados que el sistema educativo contiene. Este es un problema de vieja data. Sarmiento y Andrés Bello se debatieron en este aspecto, el primero sostenía que el habla del pueblo es autónoma y habría que considerarla sin la comparación con el habla culta, que en esta comparación el conquistador seguía ejerciendo su poder. Andrés Bello consideraba que la tarea consistía en que ese pueblo entrara con la fuerza de su lenguaje en la gramática, y realizó ese esfuerzo descomunal para introducir la lengua indígena en ella, el resultado fue lo contrario delo que se propusieron, Sarmiento se atascó en sus propósitos y su obra resultó erudita y plena en el lenguaje del conquistador. Andrés Bello, imbuido de la mentalidad europea y tildado de academicista elaboró una gramática donde los vencidos tenían cabida. En fin, me interesa reseñar que ese debate se da ante nuestros ojos sin que nos demos cuenta, sin estar consciente de lo que estamos haciendo y hacer la salvedad de que es en el lenguaje donde se juega la relatividad de los dominios. Pensando que nuestra habla es una especie de fortín que resguarda nuestra identidad y es, en fin de cuentas, nuestra identidad misma, he publicado dos libros: Chismarangá y Orejada, libros que intentan pasar a la escritura las formas del habla y la eleva a la dignidad del registro. Nuestra habla no conoce las mayúsculas, el uso de estas letras en los nombres conlleva una nominación académica a aquello que se le escapa. No es que no tengamos nombres propios, es que  en esos nombres se juegan las mismas tramas y los mismos dramas, están inmersos en un tejido social que establece claras distinciones entre los tipos de historias que vivencian, por tanto, los nombre pertenecen a un colectivo y representan no a individuos sino a grupos de una clase social.

 Los alumnos llevan a las aulas toda la carga poética e histórica del habla. Una tonalidad que circula por los hogares y los barrios. La ele metida en palabras que antes se arrastraban, puelto, veldá, gueno, juimos, jue…, nos enseñan algo nuevo en el lenguaje. Al menos debemos preguntarnos si acaso estas palabras pierden belleza y significado al ser pronunciadas así.

 


DE TAL LECTURA TAL ESCUELA

Se evidencia el fracaso de la educación al fracasar la creación de estudiantes lectores. Para que esto suceda concurren muchos factores, pero en general el docente y el estudiante entran en un engranaje que tiene como finalidad reproducir un tipo de cultura acorde con las manipulaciones del sistema capitalista a través de la industria del entretenimiento y las arremetidas de la microelectrónica y las máquinas computarizadas. El perfil del graduando lo ha descrito Rafael Cadenas muy bien en su libro “En torno al lenguaje”: quiebre de la lengua materna, por tanto de la expresión, por tanto del pensamiento, pésima redacción, no se plantea problemas, no se hace preguntas, no piensa autónomamente. El perfil del graduando es una expresión del perfil del lector que se quiere conseguir y esto depende a su vez de la concepción de lectura que maneja la escuela.

¿Qué lector se ha venido obteniendo? ¿Qué concepción de lectura hemos venido manejando? Las respuestas a estas dos preguntas nos aclaran el tipo de educación que nos hemos dado y por extensión la manera de cómo se ha reproducido algunos rasgos de personalidad presentes en la cultura venezolana.

Todo lo anterior nos encamina a evaluar a la educación, sabiendo que al hacerlo evaluamos un tipo de cultura determinada.

 Debemos precisar lo que queremos. Es preciso comprender que no tenemos muchas opciones, que el sueño de un nuevo hombre se materializa en la escuela y en las comunidades y tiene que pasar necesariamente por la cultura del libro como bien público, del libro como herramienta de libertad, debe pasar por nuestra conversión en lectores ya que, cada vez más, somos seres históricos y el libro es en esencia el registro de nuestro paso por el tiempo y el espacio. Es imposible no ser seres para la escritura y la lectura, aunque se sea analfabeto.

La concepción de lectura que la escuela ha utilizado obedece a los siguientes parámetros presentes en los programas y reproducidos por los docentes en sus proyectos de trabajos pedagógicos:

1- La lectura entendida como un conjunto de habilidades y destrezas. Esto es válido también para la escritura. Lectura instrumental expresada en la decodificación a través de los métodos silábicos, fonéticos, global.

2- Este tipo de lectura no va más allá del texto escrito, no incluye la lectura simbólica, es decir aquella que puede encontrar múltiples significados y relaciones en el texto escrito.

3- Lectura tubular. Superficial hasta en el caso de la comprensión lectora. Cuando esta comprensión es exitosa no es profunda y no puede serlo porque el estudiante no ha sido ganado para la lectura y por tanto no ha ampliado su visión del mundo. Es una lectura que no genera preguntas sino que da las respuestas, no produce deseos de saber, imaginar, buscar.

4- Es una lectura que tiene por contexto psicológico el uso de la memoria. Esa es también su finalidad: enseñar a repetir un conocimiento o un conjunto de ellos.

5- Es una lectura que no se utiliza para potenciar el modo de conocer que ya el niño ha aprendido en su medio familiar y comunitario, sino que procura almacenar lo ya conocido, por tanto termina siendo extraña a las cualidades espontáneas del estudiante y éste la siente como opuesta a sus intereses.

6- La concepción de lector que subyace aquí es por la tanto la de un lector práctico, que escribe y lee para resolver problemas inmediatos y orientarse pragmáticamente en la sociedad.

7- La educación que acepta y reproduce esta concepción de lector y de lectura es así una educación “bancaria”, memorística, monótona, aburrida, superficial.

8- Si tomamos en cuenta lo antes dicho: la vinculación de la lectura con la escuela, nos percatamos que esta última se convierte en una especie de laboratorio donde se “fabrica” un modo de ser y por lo tanto un tipo cultural. La cultura que se reproduce en la escuela es la de la trampa, la del pragmatismo, el camuflaje, la del decorado. El ingenio radica en cómo resolver un problema sin hacer un esfuerzo auténtico.

¿Qué educación queremos? Una educación que revise la manera de cómo el ser humano conoce espontáneamente y no subestime a la niñez en sus capacidades de creación e investigación. Una educación que conciba a los estudiantes como seres creativos, capaces de producir sus propios conocimientos. Los maestros producen la creación de maestros de diferentes edades, un maestro es una persona que afirma y potencia las capacidades de lectura y las capacidades creativas, que estimula el espíritu de investigación, que genera un ambiente de alegría y de amistad propicio para la libertad de expresión; una persona que señala el camino y disfruta del paseo. Practica  una pedagogía que no está estructurada en torno a los saberes conocidos sino a aquellos que no se conocen y duermen en los estudiantes. Un saber que surge entre la unión de lo vivido con lo desconocido. Una educación que sirva para vivir mejor, más felices o más alegres.

 ¿Qué tipo de lectura es la más adecuada para que esa concepción de la educación pueda cumplirse consuetudinariamente en las aulas de clase? Una lectura libre, degustada, curiosa, lúdica; una lectura comprensiva de acuerdo a los esfuerzos y niveles de cada estudiante, una lectura que amplíe la visión del mundo, la lectura de la realidad tanto interna como externa, una lectura que ayude a pensar. La llamo lectura simbólica – comprensiva, (este vector imagínenlo como un vector de unión en doble dirección) ya que la lectura simbólica acarrea en sí misma la comprensión, la reflexión, la conversación enriquecedora y estimula el invento. Esta lectura aclara los límites de los valores morales y éticos tanto positivos como negativos y por tanto ayuda a afianzarlos en el ser humano; además contribuye a entender a otro nivel nuestra condición histórica al hacernos comprender que la fuerza y la sangre de la historia reside en el lenguaje y no tanto en la celebración del pasado. Este tipo de lectura activa los esquemas cognitivos y prepara el pensamiento para aprender a conocer o para seguir conociendo. No coarta la manera espontánea de cómo conocemos, volvámoslo a repetir: un esquema anterior se empalma a uno nuevo, algo que motiva la curiosidad o las ganas de conocerlo y genera un saber diferente o ampliado. Tampoco es indiferente al modo espontáneo de funcionamiento general de la psique: el modo simbólico de conocer y enfrentarse a la realidad.

 La lectura simbólica-comprensiva también afianza la inteligencia sensible y transforma al estudiante, es decir que se adapta mejor a la concepción clásica del aprendizaje entendido como cambio de conducta. La lectura es un proceso interactivo, transaccional, recursivo. Crea el círculo: vivencia-lector-escritor. La lectura es un proceso de comunicación. En este ensayo no nos cansaremos de repetir que tanto la escritura como la lectura son instrumentos para aprender a pensar y aprender a conocerse.

La lectura que proponemos está orientada hacia la madurez emocional e intelectual del individuo, única manera de sentar las bases para la formación de un colectivo consciente y seguro de su camino. Cuando hablamos de emocional lo hacemos en términos de la ayuda a la resolución de los problemas internos más acuciantes del ser humano, es por ello que la lectura simbólica-comprensiva debe aparecer desde primer grado, porque este tipo de lectura se dirige a las zonas consciente, preconsciente e inconsciente del ser humano. No es posible educar la conciencia sin tocar el inconsciente, la lectura simbólica es la más adecuada para llegar a ese fondo y trasfondo de nosotros mismos donde guardamos los más maravillosos seres tanto destructores como creadores, maestros salvadores y amigos, así como sombras engañadoras que nos hacen cometer errores que nos persiguen toda la vida.

 Este tipo de lectura que necesita otro tipo de escuela, tiene y debe nacer  dentro de la escuela tradicional que ya existe, aquí proponemos la elaboración de un guión de trabajo pedagógico que podría sustituir a los proyectos pedagógicos basados en el uso de la memoria y en la lectura tubular, o, en todo caso servirles de complemento, aunque siendo rigurosos, el programa no puede seguir hipertrofiado como está, es éste último el que debería ser apéndice de otro trabajo más abierto a lo esencial del ser humano.

 Por último queremos decir que este tipo de lectura y la escuela a ella correspondiente contribuiría a desmantelar la cultura de la trampa que poseemos, la otra cultura que ganaría espacio sería la de la afirmación, la de la autonomía de pensar, por tanto la de la seguridad de resolver los problemas contando con los propios esfuerzos, la cultura que incentiva la libertad de expresión y la vida cooperativa.



                                Otros textos de Arnaldo Jiménez:


Gracias por su visita. 

Isaías Medina López (Coordinador). 

sábado, 19 de julio de 2014

El Ruido (cuento premiado de Arnaldo Jiménez)

Aunque cambien las vestiduras la vida llaneras sigue regida por peligrosos animales,
ruidos y sombras gigantes (archivo de Hábleme de Puro Llano, compa)


El siguiente texto fue ganador del Concurso Nacional de Cuentos y Relatos: Misterios y Fantasmas Clásicos de la Llanura "Ramón Villegas Izquiel", organizado por la UNELLEZ-San Carlos.


El anciano se quita de una de las ventanas y cerrándola comenta: “es mejor que se vayan a dormí, una cosa es el llano bajo el sol y otra bajo la luna, por aquí se oyen cosas muy raras que trasnochan al que no está acostumbrado”. Arrastra sus pasos por el piso derruido y se va hacia su cuarto apoyando sus manos en las paredes blancas y aún calientes por el sol de la sequía. El ambiente es sombrío, un candelabro de hierro sostiene la cabellera de la vela, temblorosa e íntima, la brisa externa ulula entre rendijas y ramajes. La lejanía suena sus cascos.

Los que escuchan al anciano son dos muchachos casi entrados en la adolescencia y una mujer con vestimentas pálidas y ralas de entecas musculaturas y ojos vivaces. Los muchachos se acuestan y al poco tiempo extrañan sus costumbres citadinas, sienten lo absurdo que es querer repetir allí sus ritos nocturnos en los que las almohadas y el ventilador forman parte del escenario. El abuelo ha pasado mucho tiempo solo desde que murió su esposa, la hija y los nietos lo visitan tratando de disipar su huraña vida y de cortar la fascinación que lo embarga por la melancolía y la nostalgia.

A todas estas, los nietos quienes apenas son remecidos por sus propios pesos en las hamacas, duran unos minutos zambucados en el sopor de la media noche, moviéndose de uno a otro lado, observando la huida del sueño. Así permanecen, comiéndose las vigilias, escuchando sin querer los ruidos que pernoctan en el llano. De entre toda la algazara comienza a ganar relieve un sonido que parece ir y venir aumentando y perdiendo intensidad. Ellos se quedan tranquilos, esperando que sólo sea un ruido ocasional, pero éste insiste, va y viene, estridente y firme tramonta y cabriola sobre las matas. Uno de los muchachos llama infructuosamente a la madre. El otro hermano se sienta en la hamaca y dice:

- ¡Escuchaste ese ruido Toño!

- Sí, sí lo escuché. ¿Qué será eso, qué puede sonar así tan feo?

- La verdad es que no lo sé, pero es mejor que estemos atentos.

- A mí no me gusta nada esto, ojalá y nos fuéramos pronto.

El cuchicheo de la conversación fue venciendo el sueño de la señora Carolina quien con voz adormilada les pregunta por lo que pasa. Toño, con gacha expresión se lleva un dedo a la boca: ¡schhh! Cállese para que oiga. El ruido parece estar más de la casa, la nitidez cala en los huesos y les irisa la piel, no tienen ninguna referencia, a menos que lo comparen con el propio silencio de sus miedos. La madre abre los ojos en un gesto de asombro y de temor, luego cobra la compostura y se dirige a ellos:

- ¡Háganle caso al abuelo! Cobíjense bien y duerman. Persígnense y olvídense de esos ruidos.

Da media vuelta en su catre y dice a rezar quedamente. Juanchito espera un rato y luego camina a hurtadilas hasta el cuarto el abuelo, se asoma por la hendija de la puerta y la voz ronca del viejo emerge desde la oscuridad:

- ¿Qué quiere Juancito?

-Nada abuelo. Lo que es que estoy asustado.

-¿Y eso a qué se deberá?

-No sé, es un ruido que está por allá afuera.

-No se me preocupe más por eso mijo, seguramente son los animales que anda en celo y se ponen a llamarse unos a otros.

-¡Todavía uté no ha visto ná! Vaya y duérmase tranquilo.

-Esta bien abuelo, debe ser eso. Buenas noches.

-Juanchito no aguata la curiosidad y abre la ventana para buscar entre la maleza lo que está causando el ruido que parece un batir de maracas de cascabeles con un silbo intermitente que desgarra la penumbra. Pasea los ojos y siente la oscuridad quedarse en ellos, un murciélago raya en el espacio sus veloces esguinces y burla las ramas de los cujiés. El ruido no ha cesado, viene como un látigo desde el otro lado de la maleza. Va y encuentra una pequeña linterna sobre la silla, la trae y alzándola por encima de su cabeza con los brazos colocados fuera de la ventana, alumbra y recorre con la lenta mirada la cercanía. Pasea los ojos y el olor de la vida no se oculta, la tierra guarda al hombre en su opacidad. Pasea los ojos y columbra una carrera de bachacos que acarrean trizas de hojas hacia la espesura. Entretanto, el ruido se hace más fuerte y su expectativa queda suspendida en el misterio de los montes, de pronto, el hermano deja caer sobre los hombros de Juanchito un abrazo frío que lo espanta y lo hace gritar horrorizado, cierra la ventana y se recuesta de ella. El zaino corazón se encabrita. Traga un golpe de saliva y abre la boca tomando aliento. Después de disculparse y bromear un poco, Toño se dirige hacia la mesa y rodando sus manos sobre el mantel tropieza con la jarra llena de agua y le da de beber a Juanchito, éste sorbe un poco y sonríe calmo y sosegado. Es entonces cuando se percatan de que con el susto la linterna habíase caído entre las matas del jardín.

El ruido cesó. Afuera la luna redonda y amarilla sobre los matorrales. A destiempo, la lejanía canta como un gallo y unos perros ladran obsesivos. El ruido sigue sin aparecer. La madre duerme imperturbable. Toño la mira fijamente y comprende que ya no vale la pena levantarla. Luego camina hacia el cuarto del abuelo, Juanchito quiere detenerlo, pero tanto su voz como sus ademanes de apremio se pierden en el vano esfuerzo. Llega cerquita del abuelo, éste parece estar muy ocupado reventando las capas de sus sueños, un chorrito de chimó se desliza desde la boca. Unos mosquitos revolotean. “El abuelo no es”. Piensa Toño y abandona el cuarto.

Los dos hermanos se animan para volver a mirar por la ventana. El ruido aparece. Juanchito especula sobre la posibilidad de que la abuela haya quedado en pena y esté buscando la manera de correrlos. Toño asienta un poco inseguro e invita a Juanchito a dejar las cosas así y tratar de dormir otra vez. En lo que abramos los ojos ya será de mañana, dice, cuando están cayendo en las hamacas. El ruido irrumpe imprevisto como un temblor de tierra, tan cerca como sus propios corazones suenan en el jardín un sin fin de cornamentas de venados reventándose unas contra otras en un duelo inverosímil y ensordecedor. Todos se han levantados despavoridos. Se llevan las manos a los oídos, insoportable, el ruido cruza por el centro de sus temores, el abuelo busca torpemente un rosario y recorta las palabras, la casita se estremece, los muchachos lloriquean ovillados en la saya de su madre, delante de la puerta hay presencia, no tienen dudas, algo está ahí con una fuerza inusitada que vacila en expresarse, los goznes de la puerta están cediendo, los retazos de oraciones nada han logrado, por fin, la inmovilidad da paso a la acción y escapan corriendo por la puerta trasera, en ese momento la otra puerta cae trepidante.

*Arnaldo Jiménez: Autor de esta pieza literaria es nativo de La Guaira, estado Vargas y reside en Puerto Cabello, estado Carabobo. Licenciado en Educación, investigador de nuestra oralidad, colaborador permanente de las actividades y publicaciones literarias de la Universidad de Carabobo. 

Nota del editor: El presente texto fue publicado en: El Llano en voces. Antología de la narrativa fantasmal cojedeña y de otras soledades, editado por la Universidad Nacional Experimental de Los Llanos Occidentales "Ezequiel Zamora" (San Carlos, 2007), bajo la compilación de Isaías Medina López y Duglas Moreno.

martes, 31 de julio de 2012

EL ENTIERRO (cuento de Arnaldo Jiménez)

Triste y desconsolada ante en el entierro. Imagen en el archivo de Sebastián Nava



Muy tarde llegó el señor Ernesto. El fluido eléctrico abandona las casas después de las once de la noche. Entonces el pueblo comienza a sonar. La profundidad de los montes aumenta su barahúnda y los fósforos sobreviven en las velas que desde las salas desgastan la oscuridad y nimban a los seres y a las cosas que se mueven en diferentes direcciones al proyectar sobre los suelos y las ...paredes sus danzantes sombras. En el medio del cuarto, sobre un catre impregnado de lluvias olvidadas, descansaba el cuerpo de la señora Ildefonsa, con su vestido de morir, el cabello indefenso de cuando sus días se mudaban y la boca hundida en un mentón dislocado que casi se encajaba en el pecho esquelético de desaparecidos senos, putrefacto y dilacerado.

Tocó una y otra vez la puerta, miraba hacia todas partes, un calofrío recorrió su espalda y condensóse en el centro de su cabeza. Siguió tocando la puerta y gritando el nombre de la hermana a quien venía a informar del desafortunado acto que había cometido su sobrino. Al poco tiempo la puerta abrió, los goznes chirriaron y se asomó la esquiva mirada de una muchacha, al reconocer la imagen del señor Ernesto se le abalanzó encima y prorrumpió en llantos con una monótona queja que se apagó en la camisa a rayas”: ¡Ay señor, qué desgracia, qué desgracia! “ Y la quejadumbre continuó leve y fragmentada.

Una vez dentro de la casa, cerca del enigma de la puerta que divide el patio de la cocina, por donde el pasado reposa empolvándose con la harina de la media noche, vio sobre una mesa de madera cubierta con hule una antigua foto de su hijo en la que éste lo abrazaba y mostraba su limpia y franca sonrisa, enseguida comenzó a reptar sin querer por los recuerdos, era el tiempo en que deshilvanaban amenas conversaciones, ahí estaba con su uniforme de liceísta, destilando la lucidez de la juventud..., pero la voz de la muchacha surgió como el chirrido de un alcaraván en los esteros y lo detuvo:-¡ay señor qué desgracia, qué desgracia!- Por un breve momento el señor Ernesto no cayó en la cuenta de que no había manera de que ellas se enteraran de lo sucedido debido a lo incomunicado y apartado del pueblo. Volvió a separarse del abrazo de la muchacha y le preguntó que a qué se estaba refiriendo, aquélla, entre asustada y triste le informó que la señora Ildefonsa llevaba un día y una noche muerta en su cuarto y que a ella le daba miedo salir a contárselo a los vecinos, estaba desesperada y no sabía qué hacer. El señor Ernesto la interrumpió y salió corriendo hacia el cuarto, se detuvo en el umbral de la puerta y constató, gracias a la luz creta de la luna que se metía como agua por las rendijas de la ventana, al cadáver de su hermana con algo de serenidad y de último deseo silenciado sobre el desaliñado catre lleno de lluvias olvidadas. El dolor se potenció, espesaron las arrugas internas del alma, sintió cómo por sus ojos entró la soledad del llano en plena noche desgajada, cómo el sonido del río, a lo lejos, no era más que una siembra de lo perdido, un ruido de arreos cuyas lentas fuerzas pasaban vanamente sobre la pesadumbre. En ese momento la casa pegaba duro en la tristeza que se superpuso al frenesí de los cantos nocturnos que devanaban poco a poco los hilos de la madeja de las horas.

Venció el husmo y se agachó sobre el suelo, acarició quedamente las guedejas de sol durmiente que caían en cascadas inciertas sobre el hombro izquierdo, pasó sus manos por los volados ojos en los que una nube de mariposas buscaba una luz anterior, y permaneció abanicando el aire a escasos centímetros del cuello donde los tábanos y los moscardones hurgaban un pulso de sangre apagado, horadando la piel para darle un último curso inverso e inope.

Tocó su vestido empapado en querosén que fue lo único que encontró la muchacha para rociar sobre el cadáver y evitar la impertinencia famélica de los ratones. Allí había estado durante casi dos días sacudiendo la escoba y gastando las pocas cobijas apolilladas que dormían en el escaparate y que la señora Ildefonsa guardó con celos en los últimos meses cuando su tema de conversación era detallar la manera de cómo iban a entrar a robarle y a matarle. Dos horas antes de que llegara el señor Ernesto, recogió las cobijas y las lavó, la señora Ildefonsa quedó expuesta al hambre de los roedores y de las moscas. Es cierto que ya algunos gusanos habían caído al rústico cemento ahogando la pulsación blanquecina de la muerte en el charco del inflamable liquido.

- ¿Y de qué murió? Indagó el señor Ernesto.

- Realmente no lo sé, creo que fue un infarto. Después de comer fuimos a platicar a la habitación, ella se recostó de esa silla mientras yo aseaba los adornos de la peinadora, sólo escuché un ¡ah!, cuando volteé, los ojos de la señora ya no miraban este mundo. Respondió la muchacha.

- ¡Pobre hermana mía! Y pensar que yo venía a contarle algo muy horroroso que hizo mi hijo en estos días atrás, pero fíjese, ahí está, qué me iba a imaginar yo... Tenemos que enterrarla esta misma noche, puede ser en el patio o en el montaral de enfrente, al pasar la carretera.

- Sí señor, estoy de acuerdo, debemos darle cristiana sepultura, mire cómo está la pobrecita. Espéreme aquí, voy a buscar unas sábanas que lavé hace poco.

Se colocaron trapos en las manos, pañuelos llenos de alcohol en las narices, tendieron una ristra de cobijas gruesas al lado del cuerpo e intentaron pasarlo tal como lo hacen los paramédicos con los heridos para luego llevarlos hasta la ambulancia. Los trapos se sumían en los sanguinolentos nervios que resbalaban deshaciéndose aún más, vio cómo los tonos de la lepra cabriolaban por dentro del vestido venciendo las carreteras que el tiempo había trazado sobre la piel, entonces dividieron las sábanas, unas arroparon el cadáver, otras esperaban en el piso. Contaron hasta tres, sujetaron fuerte por los tobillos y las muñecas y de un impulso pasaron el cadáver desde el musgoso catre lleno de lluvias olvidadas a las cobijas recientemente humedecidas en la batea. Zangoloteando como dentro de una hamaca iba el cuerpo embojotado, iban todos los años amontonados en una podredumbre definitiva, la muchacha quejábase de la posibilidad de que se le cayera el cadáver, pero la urgencia de enterrar a la señora Ildefonsa la hizo soportar el peso y extender su fuerza hasta la puerta de calle. Bajaron el amasijo de astrágalos, caderas, clavículas y vísceras y lo posaron suave en la alfombrita de entrada. Al señor Ernesto le molestaban las canciones que mascullaba la muchacha como cuando alguien se distrae fregando los trebejos de la cocina. La imagen del hijo aparecía cual foto delicuescente, el pestañear de sus párpados espantaba la permanencia. En los dos sucesos pensaba cuando se sintió en el centro de una planicie incendiada, como en un vacío de palma bajo la que se enderezan los problemas y se aclaran las dubitaciones. Una espantosa realidad se le imponía, ¿de dónde había salido la muchacha? ¿Desde cuándo estaba ahí que él no se había enterado? ¿Y cómo hacía su hermana para pagarle, en caso de que la estuviera ayudando con los quehaceres de la casa? ¿Acaso era ella una asesina que estaba llevando a cabo un macabro plan para quedarse con la casa y las prendas que la señora Ildefonsa guardaba desde joven en el escaparate?

Ya los sentidos se le estaban helando. No comentó ni preguntó nada, pero fue inevitable que su rostro cayera dentro de los visajes de la incertidumbre. Le dijo a la muchacha que buscara algún crucifijo y se lo trajera, él se dirigió al carro y sacó una pala que siempre llevaba junto a otros utensilios de trabajo. Luego se internaron en la espesura que parecía situarse en el límite entre lo verde y lo seco. Chaparros y cujíes se entremezclaban, no había camino hecho, de vez en cuando las vestiduras se encajaban en las puntas de los ramajes. El triscar de hojas ahogaba los latidos del corazón del señor Ernesto y silenciaba los obsesivos ruidos de la noche. Ya cuando apenas pudo columbrarse entre la delgada calígine de la lejanía la pálida silueta de la casa con su moribunda luz de vela en el corazón, decidieron cavar una huesa profunda para enterrar a la señora Ildefonsa y dentro del túmulo de tierra clavar el crucifijo metálico y rezar por el descanso de su alma. El señor Ernesto no dejaba de ver a la muchacha, esta parecía no sospechar nada. Casi los consiguió el alba abriendo el hueco, asieron aún más el bulto mortuorio y después de un breve balanceo lo lanzaron al fondo de la fosa.

Mientras el señor Ernesto devolvía la tierra a su destino ella hacía sonar su voz por padrenuestros y avemarías, la hacía saltar por las cuentas de un rosario que imaginó desesperadamente, justo cuando dijo”: dale señor la luz perpetua y que descanse en paz” el señor Ernesto se desvaneció ante sus ojos y se volvió bocanada de dolor, se le salió la muerte que no quería morir, se le salió del odio del hijo, de la bala que le disparó en todo el centro de su amor, allá en el fondo agujereado del sartén de su cuerpo que se hizo como chamusque desligado del verbo de la sangre. Los ojos enrojecidos en la débil claridad y la risa de satisfacción de quien se quita una vergüenza de encima hicieron que la muchacha gritara desesperada y espantada corriendo por entre los matojos. Rápidamente entró a la casa y fue a encerrarse en el cuarto. La densidad de un cuerpo yacía inerte sobre el catre lleno de lluvias olvidadas.

domingo, 27 de mayo de 2012

NOMBRAR Y MARCAR. Hacia una filosofía de la historia cotidiana de Venezuela (Arnaldo Jiménez)

Madre venezolana de paseo (archivo de Urbano Aborígen)

La oralidad no es la palabra hablada solamente, una palabra que se basta a sí misma y no necesita de otros sistemas de comunicación o de codificación de mensajes para poder existir. El habla es más que la escritura, abarca la espontaneidad de la vida misma. Por tanto oralidad y vida se conjugan, pero esta fusión no se realiza pasivamente; se realiza a través de los actos de marcar: las conquistas simbólicas y afectivas que las personas realizan en sus espacios inmediatos de vida. Me gustaría detenerme un poco en esta apreciación. 

Mujer llanera en labores del río

La oralidad escrita es un contrasentido, al pasar a la escritura la voz ya no es la voz, pero sabemos que la fuente de eso escrito es la oralidad, y al comprenderlo estamos indicando la existencia de una historia y esta historia tiene su propia expresión y su propia manera de acontecer. No es la misma historia que procura, que busca su pasaje a la escritura, la historia del poder político y económico. La historia oral existe antes de su registro escrito, no me refiero a una biografía o a una historia de vida, sino a la historia “no escrita”. Sería ingenuo pensar que podríamos idear un sistema de fijación de la memoria oral que de manera absoluta cubriera todos los aspectos de la vida; siempre se hace imperioso limitarnos a los fundamentos más importantes. Para nosotros esos fundamentos son los siguientes:

1- Organización de las voluntades en contra del absurdo de la vida.
2- Ritualización del comportamiento.
3- La negación del individuo.

Niño llanero saciando su sed (archivo de Ofelia Rodríguez Pérez



1-Organización de las voluntades en contra del absurdo de la vida: el meollo de toda vida es buscar verdades que le ayuden a vivir con sentido el transcurso del tiempo que se opone a la permanencia. El paso del tiempo por sí mismo no es equiparado tanto a la muerte como al absurdo, es absurdo vivir y no tener hijos, es absurdo vivir y no saber qué se quiere de la vida, es absurdo vivir y morir joven, no formar familias, etc. el absurdo es un concepto negativo que moviliza las positividades del vivir, pues por no caer en su famélico hocico, los seres humanos nos organizamos en torno a los esfuerzos y las esperanzas.

Las familias se forman por el deseo de inmortalidad que subyace en el ser humano y del cual la sexualidad es una representación, una expresión, ninguna pareja se casa para realizar su sexualidad sino para reproducirse a través de ella. La reproducción entraña un deseo de continuar vivo en el flujo del tiempo. En el fondo el hijo es una forma de dominar al tiempo, se le devuelve a un principio y el sujeto se salva del absurdo. Son las vidas las que constituyen el cuerpo real de la historia cotidiana y de cualquier otra historia, las vidas con sus constantes interacciones, por tanto el verdadero tiempo de la historia es un tiempo filial, ese que parece ir hacia adelante pero sólo está preparando el camino para devolverse, un tiempo que se subraya, que es hundido en el espacio, un tiempo que va y regresa como un oleaje.

La gracia de lo cotidiano (archivo de Neddy Cabello)

La historia cotidiana es sentida como opresión sobre el cuerpo, como obligación de vivir, por eso las voluntades se organizan y tratan de modificar esta opresión, no sólo atenuándola, suavizándola, sino reforzándola, hundiéndose en ella, llevándola hacia sus extremos, realizando muchas actividades en un solo día, acumulando demasiados hechos en una sola vida. Este es el sentido que tienen las fiestas, las celebraciones y el querer repetir su motivación en los rituales de muerte; pero estas movilizaciones tienen como contrapartida una fascinación por la quietud, por la inmovilidad que amenaza constantemente a la sociedad y es una característica muy particular de nuestra cotidianidad. Esta quietud se muestra de manera ejemplar en las sociedades indígenas, signadas sobre todo por su aspecto lúdico. En los barrios y urbanizaciones, algunos comportamientos delatan esa pasividad que pudiéramos llamar activa; por ejemplo, grupos de personas que suelen reunirse en sitios determinados y a horas específicas, sitios de encuentros como plazas y ríos, licorerías; la recurrencia en visitar un lugar, bien un camino, un pozo, un banco, un sitio dentro de la casa, etc. Las personas están en esos sitios y parecieran estar “perdiendo el tiempo”, y sin embargo están marcando el lugar, lo están conquistando, por eso la llamamos activa. Queremos una actividad diferente al trabajo, una actividad en la que nos encontremos a nosotros mismos o al menos dejemos nuestras huellas o nuestras maneras de marcar el lugar para saber que es parte de nosotros.

La gracia y lo cotidiano (archivo de Santos Quiroga)

La historia cotidiana se moviliza en miles de direcciones, pero en todas se busca el sentido de la vida. La cultura ofrece objetos y proyectos de sentidos que morirían si no fuese porque las personas los acoplan a sus anhelos y a su imaginario. El ser humano soporta los rigores del trabajo, la explotación de su cuerpo y de su espíritu siempre y cuando tenga objetos donde convocar las fuerzas del sentido contra el absurdo, muchas personas los encuentran en el mismo acto de trabajo, pero es característica de la historia cotidiana que la insatisfacción aceche constantemente a sus actores.
Gracia de lo cotidiano (archivo de Santos Quiroga)

2-Ritualización del comportamiento: para escapar del malestar de ser, para no saberse con la carga del absurdo sobre la espalda de los días vividos, la historia oral o no buscada, ritualiza el comportamiento buscando que la pertenencia a un ritual colectivo desintegre el paso del tiempo y con él se supere la vida individual. La ritualización del comportamiento tiene la cualidad de detener el tiempo en la sensación, el tiempo pasa, pero no se siente, y este sentir es fundamental para que se pueda atestiguar que hay un tiempo que fluye. El rito pone en escena el vínculo cuerpo-tierra. Cuando se establece entre ellos la mediación de un objeto abstracto, como el poder o el capital en cualquiera de sus expresiones, sólo cabe hablar de sujetos des-ritualizados, lo cual supone la ausencia del elemento espacio en sus conquistas simbólicas. Pero esto casi no se ve en la historia cotidiana de la clase supuestamente dominada, precisamente por su tendencia a ritualizarse. En la clase dominante, la presencia de ese elemento abstracto que destruye o imposibilita el vínculo cuerpo-tierra, genera lo que Deleuze llamaba desterritorialización, es decir, salir de la tierra, para nosotros no es sólo un hecho físico. También se puede salir de la tierra si esta representa una mercancía y no ha sido reapropiada a través de una conquista afectiva y simbólica, se puede salir de la tierra aún estando en ella. Como vemos, todos estos términos son cercanos y tributarios a la noción de territorio. Los animales se acercan a sus territorios y los marcan dejando sus olores o sus micciones, es lo que les permite defenderlos, que en esencia es impedir que otro animal marque el mismo espacio; lo importante es que veamos a esas marcas como formas de escritura para la apropiación del espacio. En el caso de los rituales y sus efectos sobre el cuerpo y el espacio, son formas de escritura que se relacionan con la oralidad dentro de la oralidad misma, no se necesita de la escritura convencional para fijar esta historia. La historia oral se preocupa por marcar el presente, la otra historia, por registrar el pasado.

Vendedor de café y cigarrillos en San Carlos, Cojedes. 
(archivo de Samuel Omar Sánchez)

La historia cotidiana tiende a evitar el fluir del tiempo lineal. El ritual, sin embargo, no es exclusivo de eventos anuales vinculados con mitos universales o ciclos cósmicos, el ritual está presente en la cotidianidad de los hogares, el comer, por ejemplo se convierte en muchos hogares en un ritual de comunión, tomar café a una determinada hora, sentarse en algún sitio de la casa a conversar, las parrillas familiares, el sancocho vecinal, la reunión para festejar con bebidas algún hecho familiar o histórico, las relaciones sexuales, los cortejos amorosos, los ritos mortuorios, la visita a los cementerios, la utilización de los altares, el rezo en familia, la devoción a los santos, los sahumerios, etc. todo tiende a ser rito y adquiere el sentido de tal en las expresiones del comportamiento cotidiano, ya que el ritual tiene como objetivo atenuar el peso de un acontecer, o celebrar la existencia o penetrar los misterios para abstraer de la realidad a sus seres ritualizados. Entendemos al ritual y al hecho de ritualizarse como actos de otra escritura, escritura del cuerpo que conscientemente conquista su espacio inmediato de vida. Desde este punto de vista los rituales para marcar el cuerpo, para pertenecer a una banda, los rituales de muerte en los grupos y pandillas también poseen el mismo sentido, aunque además hay un elemento adicional de poder evidenciado en el control de los cuerpos y el estrechamiento de los límites culturales entre la vida y la muerte.


Liceistas cojedeños en su ensayo musical 

La historia cotidiana es la madre de las culturas y por tanto de todos los rituales. El ritual subyace y soporta la dinámica cultural. En el fondo, el ser humano sigue haciendo lo mismo que hacen todos los animales, tomar de la naturaleza lo que necesita para vivir, pero este fondo se ritualiza y se complejiza. En los sistemas de esclavitud, casi siempre, el trabajo se torna ritual que permea la crueldad, acompaña el dolor del cuerpo que sufre y en cierto modo disminuye el impacto de ese dolor, reproduce un tiempo mítico y une a los miembros de un grupo étnico, hace que el tiempo pase más rápidamente y permite que el trabajo sea la causa de la creación de cantos, danzas, músicas, poemas, enseñanzas.

La historia oral es encuentro inmediato entre el ser y el espacio para generar un estar. Estar, refiere a un presente que se multiplica de muchas maneras, a un espacio que se ha vestido para la ocasión con la piel simbólica del ser humano.

La falta de ruptura entre la persona y el espacio es lo que permite la multiplicidad de las relaciones: el lugar en la madre, la madre en el lugar, el hijo-madre en el espacio, las conductas políticas entre habitantes de diferentes lugares, las formas de nombrarse y de enamorarse, las manifestaciones artísticas, folclóricas, tradicionales, las modificaciones del habla, los cambios de uso a un mismo objeto. La sacralización de los objetos, creando ritos de comunión que pueden ser transmitidos oral y prácticamente. La sacralización implica en muchos casos una deformación de la religión oficial.

El estar tiene entradas y salidas, las familias poseen un tiempo circular que se rompe al salirse fuera de ella, los rituales tienen un tiempo mítico circular que se rompe al salirse del ritual. La oralidad o la historia no buscada de la clase supuestamente dominada, se enmarca a su vez en dos acciones colectivas: nombrar y marcar, ese mundo es un mundo de nombres, mundo comprendido e imaginado, y es un mundo tocado, por tanto afectivo, inmediato, corporizado; un mundo vivido. Nombrar, marcar y sentir el espacio inmediato de vida son las acciones propias del estar.

3-La negación del individuo: el movimiento de lo cotidiano se debe a una multitud de motivaciones psíquico-prácticas tales como intereses, necesidades, odios, culpas, esperanzas, ilusiones, proyectos, solidaridad, pertenencias, egoísmos…, estas motivaciones se internalizan y se expresan en diferentes roles sociales llevados a cabo por una sola persona, lo cual conlleva a la negación del concepto de individuo.

La persona es inmediatamente varias funciones sociales, desde que vive sumergido en la madre, desde que emerge en la familia, desde que surge a los grupos; la cotidianidad le da una posición social con múltiples identidades, un código cultural de comportamiento, una ética establecida, una moralidad que impera; la historia oral es la recurrencia de las enseñanzas y de los aprendizajes por medio de los cuales las personas se vinculan inmediatamente a otros seres y en sus acciones lo individual es reducido a su mínima expresión; existe, como concepto perteneciente al yo de la persona que delimita un cuerpo físico, una imagen de sí; sin embargo, ese cuerpo físico no es una frontera, no separa al universo psíquico de sus extensiones y lo físico mismo es el móvil de las uniones y los afectos. La conciencia no es un fenómeno individual, privado, su modo de suceder es por encartamientos, toda conciencia es colectiva.

No podemos hablar de lo oral como diferente a las marcas, ni del tiempo como diferente al espacio. El comportamiento puede hacer más rápido o más lento el paso del tiempo, esta obviedad, que vinculamos al ritmo de trabajo por un lado y por otro a los modos de estar, privilegia al espacio, el tipo de relación con el espacio genera una modalidad de tiempo: el acontecer.

Según el tipo de relación y de significado que el espacio tenga para los grupos sociales y para las personas, el tiempo ligado a esa relación se modificará, es lo que entiendo por acontecer. El acontecer es el modo de cómo ocurre lo cotidiano. El acontecer está constituido por acontecimientos disímiles y discontinuos, puntos de sucesos que pueden expandirse y mezclarse a otros, pueden aparecer y desaparecer dentro de sus propios ámbitos de acción, pueden ser recurrentes en el tiempo, pueden ser regresivos. El acontecer sería la resulta de la vinculación entre la conquista simbólica y afectiva de los espacios inmediatos de vida y el estar que de allí se genera o la resulta de la negación de esta conquista y de este tipo de estar; es decir, nombrar, marcar y sentir, o no marcar ni nombrar ni sentir al espacio; ritualización y desritualización, en el caso de la historia no buscada, la historia oral. En la otra historia, estaríamos hablando de hechos, un tipo de suceso especial liderado por una o varias personas, uno o varios grupos políticos y gubernamentales que tienen por finalidad controlar y dirigir los acontecimientos de la historia cotidiana. El espacio es entendido desde una posición de poder, por tanto, el rito allí es imposible. El hecho se mueve privilegiando al tiempo.

En la oralidad, los móviles del aceleramiento del tiempo (dinámica socio-económica) se cruzan con los móviles que lo calman, que lo desaceleran, las ritualizaciones del comportamiento.

El acontecimiento tiene una fase de nacimiento que puede ser interpretada, esta interpretación no coincidirá plenamente con esa fase porque aún no se ha desenvuelto todo el acontecimiento. La significación precede, acontece y post-cede al acontecimiento. Surge con él, se mantiene en su desenvolvimiento y regresa después de que el acontecimiento ya no es, esta última fase de la significación del acontecimiento tiene las mayores posibilidades de acertar pero no de evitar la recurrencia, ya que esta no es individual. Por acertar entiendo el conocimiento más preciso de lo ocurrido, vemos que hay cierta ingenuidad en esta pretensión, pues el acontecer se agota en múltiples acontecimientos y estos se encadenan a otros, tanto hacia el pasado como hacia el presente que deviene, nacen mezclados, se desenvuelven en mezclas y se transforman o entran a otros debilitándose o fortaleciéndose. No hay manera de precisar toda la significación de un acontecimiento, la inmersión en los flujos espacios-temporales no lo permitiría; además la comprensión supone a un sujeto separado del acontecer y es bien sabido que esto no es posible.

Tiempo, ser y espacio se conjugan en el acontecer, este se deriva en múltiples fases, lo que tiene un efecto retroactivo en los tres elementos nombrados y hace que se crucen y se complementen los acontecimientos y las fases del acontecer de cada persona, de cada familia, de cada colectivo impidiendo el comportamiento aislado. La interconexión entre el espacio y el tiempo es el ser humano.

* Otro enlace de este autor: "EL RUIDO" un cuento de Arnaldo Jiménez http://letrasllaneras.blogspot.com/2011/11/el-ruido-un-cuento-de-arnaldo-jimenez.html